Cumplido un mes del descalabro socialista, Rajoy es
investido -por fin- presidente de un gobierno no sólo calificado de la
esperanza sino elegido, como última oportunidad y bastante desánimo, por
análogo impulso. Su ejecutivo (puesto ya en camino) es tasado de serio y
consistente, entre otras loas aledañas. Supone, más bien, el primer éxito que
debe adjudicársele al reciente inquilino monclovita, un signo firme de
bienandanza. Salvo la proverbial "boutade" proferida por algún
preboste sin argumentos sólidos (léase Marcelino Iglesias), los ministros han
merecido calificación cum laude. Confrontar los currículum vítae de las
carteras cesantes con las asignadas se convierte en puro acto denigratorio; una
forma inmisericorde, vengativa, de ultimar la despedida.
No apetezco torcer el tópico, ese famoso margen de confianza
que la tradición cuantifica en cien días, para reconvenir rigurosamente (si así
lo mereciese) al político, jamás a la persona. Tiempo habrá para encomios o
invectivas. Hoy toca señalar ciertos detalles para la reserva; una invitación
al escrutinio, a advertir evidencias que los acontecimientos (notarios de la
realidad) sugieren. Muestran señales inequívocas, pequeños resquicios, por
donde pueden vagar juntos vacilaciones y certidumbres.
El método exige, previo, un examen comparativo de los
resultados electorales en dos mil ocho y dos mil once. Destaca, al primer
vistazo, la fe -quizás cerrilismo- del pueblo español cuando la abstención (con
un gabinete siniestro, unos nacionalismos insolidarios y voraces, junto a una
oposición anodina, apática) aumentó sólo un cinco por ciento. Si añadimos al
marco anterior el derroche y desvarío, con la crisis ahogando a demasiadas
familias, habrá que admitir el
comportamiento estoico de nuestros conciudadanos.
Al margen, otras anotaciones indican el extraordinario
hundimiento del PSOE, insuficientemente contabilizado en su justo alcance. Con
los preliminares expuestos, perder de una tacada cuatro millones trescientos
mil votos debe considerarse un cataclismo sin paliativos, incluso para el
partido. Sin embargo, de la tala, el PP ha recogido exclusivamente casi
seiscientos mil. Probablemente no haya merecido mejor tributo. IU y UPyD se llevaron, a la vez que el
bipartidismo, la parte del león. Los partidos nacionalistas vienen padeciendo
un deterioro progresivo y proporcional a su radicalidad; excepción hecha de
Amaiur que, aparte la abstención, se nutre a costa del PNV y del PSOE. CiU
(desmantelado el PSC) gana en su campo doscientos mil votos, cien mil más que
el odiado PP. Remedando a un célebre comunicador, ¡ojo al dato catalán! Los
convergentes deberían saber que no es oro todo lo que reluce y que la euforia desmedida,
tras un relativo éxito electoral ("esto demuestra que somos una
nación", Durán i Lleida dixit), conduce al desatino
El señor Rajoy comienza su andadura anotándose algunos
fallos. Debiera tener presente (porque no lo parece) que el dogmatismo, por
tanto la fidelidad de voto, se encuentra -en esencia- alejado de su granero.
Cualquier tentación armonizadora o pasteleo que diverja de aquello tantas veces
ofrecido, le pasará onerosa factura. No se le perdonará cualquier mínimo
incumplimiento de promesa o palabra dada. Los simpatizantes del PP desconocen
la Ley del Péndulo. Espero que el presidente no ignore ni desprecie ese
comportamiento.
Un político, más si cabe en quien tiene la máxima
responsabilidad, debe tender puentes al entendimiento, pero sin sacrificar
principios programáticos. La constitución de la Mesa del Congreso evidenció
pleitesía al nacionalismo antiespañol, al menos en ademanes y expresiones. El
debate de investidura reveló cierta importuna tirantez con UPyD, un partido que
exhibe empeños inequívocamente atractivos para el común. Es la táctica perfecta
para convertirlo en entidad de poder cuando su objetivo natural no supera ser
bisagra.
Hay sospechas generalizadas sobre dos ministros. Uno
afectado desfavorablemente por antecedentes donde la ambigüedad se reviste de
norma. Desde luego se presume adornado con facultades para que la Justicia
discurra independiente por verdaderos cauces democráticos. Tiempo al tiempo.
Otro ofreció en su toma de posesión un discurso opuesto a lo aireado sin
complejos por el PP. Estaremos vigilantes, atentos, lejos del panegírico y
prestos a la censura rigurosa, justa.
¿Qué ha pasado, don Mariano, con los políticos
valencianos a los que debe su presidencia? ¿Un yerro más, con ingratitud
incluida, que añadir a su colección?