domingo, 25 de diciembre de 2011

LOS ERRORES DE RAJOY


Cumplido un mes del descalabro socialista, Rajoy es investido -por fin- presidente de un gobierno no sólo calificado de la esperanza sino elegido, como última oportunidad y bastante desánimo, por análogo impulso. Su ejecutivo (puesto ya en camino) es tasado de serio y consistente, entre otras loas aledañas. Supone, más bien, el primer éxito que debe adjudicársele al reciente inquilino monclovita, un signo firme de bienandanza. Salvo la proverbial "boutade" proferida por algún preboste sin argumentos sólidos (léase Marcelino Iglesias), los ministros han merecido calificación cum laude. Confrontar los currículum vítae de las carteras cesantes con las asignadas se convierte en puro acto denigratorio; una forma inmisericorde, vengativa, de ultimar la despedida.

 

No apetezco torcer el tópico, ese famoso margen de confianza que la tradición cuantifica en cien días, para reconvenir rigurosamente (si así lo mereciese) al político, jamás a la persona. Tiempo habrá para encomios o invectivas. Hoy toca señalar ciertos detalles para la reserva; una invitación al escrutinio, a advertir evidencias que los acontecimientos (notarios de la realidad) sugieren. Muestran señales inequívocas, pequeños resquicios, por donde pueden vagar juntos vacilaciones y certidumbres.

 

El método exige, previo, un examen comparativo de los resultados electorales en dos mil ocho y dos mil once. Destaca, al primer vistazo, la fe -quizás cerrilismo- del pueblo español cuando la abstención (con un gabinete siniestro, unos nacionalismos insolidarios y voraces, junto a una oposición anodina, apática) aumentó sólo un cinco por ciento. Si añadimos al marco anterior el derroche y desvarío, con la crisis ahogando a demasiadas familias,  habrá que admitir el comportamiento estoico de nuestros conciudadanos.

 

Al margen, otras anotaciones indican el extraordinario hundimiento del PSOE, insuficientemente contabilizado en su justo alcance. Con los preliminares expuestos, perder de una tacada cuatro millones trescientos mil votos debe considerarse un cataclismo sin paliativos, incluso para el partido. Sin embargo, de la tala, el PP ha recogido exclusivamente casi seiscientos mil. Probablemente no haya merecido mejor tributo.  IU y UPyD se llevaron, a la vez que el bipartidismo, la parte del león. Los partidos nacionalistas vienen padeciendo un deterioro progresivo y proporcional a su radicalidad; excepción hecha de Amaiur que, aparte la abstención, se nutre a costa del PNV y del PSOE. CiU (desmantelado el PSC) gana en su campo doscientos mil votos, cien mil más que el odiado PP. Remedando a un célebre comunicador, ¡ojo al dato catalán! Los convergentes deberían saber que no es oro todo lo que reluce y que la euforia desmedida, tras un relativo éxito electoral ("esto demuestra que somos una nación", Durán i Lleida dixit), conduce al desatino

 

El señor Rajoy comienza su andadura anotándose algunos fallos. Debiera tener presente (porque no lo parece) que el dogmatismo, por tanto la fidelidad de voto, se encuentra -en esencia- alejado de su granero. Cualquier tentación armonizadora o pasteleo que diverja de aquello tantas veces ofrecido, le pasará onerosa factura. No se le perdonará cualquier mínimo incumplimiento de promesa o palabra dada. Los simpatizantes del PP desconocen la Ley del Péndulo. Espero que el presidente no ignore ni desprecie ese comportamiento.

 

Un político, más si cabe en quien tiene la máxima responsabilidad, debe tender puentes al entendimiento, pero sin sacrificar principios programáticos. La constitución de la Mesa del Congreso evidenció pleitesía al nacionalismo antiespañol, al menos en ademanes y expresiones. El debate de investidura reveló cierta importuna tirantez con UPyD, un partido que exhibe empeños inequívocamente atractivos para el común. Es la táctica perfecta para convertirlo en entidad de poder cuando su objetivo natural no supera ser bisagra.

 

Hay sospechas generalizadas sobre dos ministros. Uno afectado desfavorablemente por antecedentes donde la ambigüedad se reviste de norma. Desde luego se presume adornado con facultades para que la Justicia discurra independiente por verdaderos cauces democráticos. Tiempo al tiempo. Otro ofreció en su toma de posesión un discurso opuesto a lo aireado sin complejos por el PP. Estaremos vigilantes, atentos, lejos del panegírico y prestos a la censura rigurosa, justa.

 

¿Qué ha pasado, don Mariano, con los políticos valencianos a los que debe su presidencia? ¿Un yerro más, con ingratitud incluida, que añadir a su colección?

 

domingo, 18 de diciembre de 2011

CAMPS, LA ORQUESTA Y LOS TICS


No pretendo ser defensor de nadie, menos de cualquier político que aquí y ahora deambule por la vida pública española. Tampoco establezco diferencias, entre individuo o sigla concreta, cuando reputo con indulgencia -probablemente inmerecida- acomodos individuales y aun colectivos; siempre desde la óptica orgánica, jamás particular. Dispuesto este principio personal, fruto del instinto (quizás educación), y lejano cualquier remanente piadoso, Camps me parece un prócer honrado, benemérito, aunque bastante ingenuo. Es una apreciación cuyo fundamento se sustenta en referencias varias y, sobre todo, en la corazonada que avala esa frase típica, definitoria e indiscutible: "me da la espina que...".

 

Llevamos algunos días de banquillo (no juicio), único escenario que fascina a camarillas concretas, específicas, porque el caso (su fallo) hace tiempo lo decretaron. Pudimos contemplar, en los prolegómenos, una enorme pancarta extrañamente reivindicativa con el siguiente texto: "No a la corrupción. Camps dimisión". Los portadores y la orquesta a retaguardia, antes de iniciarse el proceso, ya habían dictado su veredicto burlando la presunción de inocencia y haciéndole una pedorreta. Proclamaban, torpones, el embrollo cronológico de que hacían gala al atestiguar un arbitraje hipotético y demandar, extemporáneo, otro. Ayer, en transporte colectivo, pasé próximo al palacio donde se ubica el tribunal. Diez cámaras de TV esperaban, indolentes, recoger personas o noticias. Constituía la orquesta mediática, formalmente menos ruidosa.

 

Que el lento proceso deja ver ribetes políticos supera la evidencia. Sólo dogmáticos y feligreses lerdos (reales o aparentes) rechazan tal circunstancia. Quieren armonizar, cínicamente, algarada y principios éticos insertos de forma "patente", "exclusiva" e hipócrita (añado yo), en su campo doctrinal. Buscan la redención de vicios patrimoniales en cuerpo ajeno; ofrecen en el ara al cordero que sustituye a quien debieran inmolar para satisfacer la ira del dios pueblo, votante y deudor. Creen acallar fechorías privativas aireando errores ajenos con el apoyo de una policía adicta, indigna, junto a la complicidad necesaria de jueces y fiscales cautivos. Supone la versión renovada del aforismo: "Ver la paja en ojo ajeno y no distinguir la viga en el propio".

 

Al ex-presidente Camps llevan haciéndole un traje (nunca mejor dicho) demasiado tiempo. Lo curioso, alarmante e impropio, es que sea un tipo de prensa quien se ocupe de realizar el trabajo político. El gobierno, misteriosamente, filtra al periódico informaciones dignas del mejor olfato y aquel ejecuta el trabajo sucio del partido camuflándose  en el biombo socorrido de la libre expresión. Asimismo oculta, atropellando su deber informativo, amaños excepcionales como patrimonios prodigiosos; EREs incompatibles, hermenéuticos; aves galliformes; presuntos tráficos al amparo de gasolineras insuficientemente discretas; subvenciones discrecionales, etc. La fiscalía, jerarquizada y sometida, aporta su grano de arena al festejo con actuaciones oscilantes, desproporcionadas, tendenciosas. Incluso, por acción u omisión, pudieran (obsérvese el modo verbal) explicar el trasfondo que existe en la quiebra permanente de algunos secretos sumariales; maniobra que provoca juicios paralelos y sentencias previas.

 

La justicia, no es ningún secreto, deambula en la dirección que marque el gobierno de turno. A pesar de ello, el tribunal que nos ocupa (sin sentido táctico) seleccionó un jurado singular, influenciable. Sin embargo, Camps resultará inocente. En caso contrario, a la chita callando, el PSOE lamentará su pertinaz y equivocado acosamiento al anterior presidente valenciano. El invierno (no precisamente meteorológico) vendrá con el nuevo fiscal general elegido, siguiendo la norma, por el PP. Protéjanse, pónganse a cubierto, rubalcabas, pepiños, bonos, griñanes, ¿chaveses? y todo un elenco de afortunados protegidos... de momento.

 

Aunque la política se resista a brindar cosecha de amistades o recompensas, puede que Rajoy mitigue este proceder. Sin duda, su ansiada ascensión a la Moncloa se la debe a Camps, en primer lugar, y a Zapatero; a nadie más. Por justa y compensadora reciprocidad, aventuro del primero la declaración de inocencia, por parte del tribunal, y su ascensión al ejecutivo. Mariano, desde mi punto de vista, atesora algún defecto, pero no la desafección ni el desagradecimiento.

 

domingo, 11 de diciembre de 2011

LAS CARAS DE LA REALIDAD


El hombre lleva dos mil quinientos años ansiando percibir la naturaleza del ser, de la realidad. Desde Parménides a Hume la metafísica abrazó diversas tesis que le atribuyeron conceptos cambiantes, diferentes realidades, al menos encontradas percepciones. Casi todas coincidían en considerar la dicotomía esencia y accidente; permanencia y devenir; objeto de ciencia y objeto de opinión. Einstein al sancionar su celebérrima Teoría y expresiones tales que: “Cuanto conocemos de la realidad procede de la experiencia”, nos introduce en un individualismo burdo,  “purificador”, pernicioso; incompatible con la propia esencia humana. Constituye el aspecto paradójico que rige la existencia; pues si a su labor investigadora le debemos el avance gigantesco en el conocimiento de la materia y su aplicación al bienestar del hombre, también (por el contrario) fue germen de destrucción física y moral.

 

No parece aventurado, ni tan siquiera ilógico e insensato, identificar realidad y verdad. Al pensador que se ejercite en estos enigmas, filósofo por excelencia, sus lucubraciones le llevan necesariamente al ser primigenio, infinito; fluye, de forma maquinal, la verdad absoluta. Al punto, interceden ontología y teología. Poco importa el método, otro elemento de fricción; el objetivo permanente, inequívoco, pasa por conocer la verdad, el ser. André Maurois nos aturde con este dictamen: “Sólo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa”. Jorge Volpi (escritor y ensayista mejicano), siguiendo los pasos de Maurois, defiende: “que no haya una verdad objetiva nos fuerza a construir una verdad comúnmente compartida”. Añado, ¿por qué no impuesta? Estos y otros testimonios incentivaron, en una sociedad irreflexiva, la aparición de concepciones clave para el siglo XXI. Son cooperación y empatía que a poco (sin más, sin juicio previo, con ciega inercia) determinan el comportamiento humano.

 

Conturbados, inermes, por tan firmes conclusiones, nos hemos refugiado en un acriticismo indulgente, cómodo, casi fatalista. La libertad de expresión, consecuencia ineludible adscrita a una realidad democrática, sufre la mordaza intelectual que imponen numerosos agentes de la manipulación, predicadores de vía estrecha, maniqueos sectarios; sembradores de la conciencia colectiva en un país donde escasea la cultura (aun política), falto de pragmatismo y sentido común. Verdaderos magos del impudor, auténticos especuladores, pueblan debates y tertulias mediáticas. Desempeñan un ministerio sórdido, inmoral; cuajado de falacias, argumentaciones sofistas y recursos retóricos vinculados a la más pura heterodoxia. Son mercenarios de la comunicación.

 

El individuo, desde el punto de vista ideológico, puede beber la doctrina que su carácter, adiestramiento o traumas le aconsejen. No conviene, sin embargo, en su labor eminentemente social (profesor, periodista o asemejado, médico, etc.) dejarse arrastrar ni influir por efluvio alguno extraño a la deontología que ha de regir su conducta. En mi dilatada actividad docente, jamás se interpuso entre mis alumnos y yo ( de manera consciente) ningún escollo político o religioso. Ambos sentimientos, respetabilísimos sean cuales fueren, en personas con algún crédito e influencia se han de archivar escrupulosamente en el marco único de las vivencias íntimas.

 

Diversos medios radiofónicos y televisivos cuentan con tertulianos que simpatizan (o militan) con todas las siglas del arco parlamentario. En general domina la sensatez, pero algunos, aparte los acérrimos desarbolados por frecuentes y convulsos raptos de irracionalidad, se dejan llevar por una rigidez contraria a la dialéctica marxista, asimismo guía y oriente del progresismo verdadero. Sin precisar nombres, aparece uno (tocayo de épico monarca inglés) que se desvive por la defensa a ultranza  de aquello que tiene escaso recorrido personal e histórico en ambos referentes. Me exaspera no la defensa inquebrantable, sola, sin claque, sino la contradicción entre los argumentos de ayer y los de ahora. La mayor paradoja se encuentra en el dogmático que exhibe una verdad  mutable, ad hoc.

 

Es evidente que Einstein, Maurois o Volpi,  consiguieron diluir, diversificar, la realidad; al igual que lo hicieron con la moral, la ética, el conocimiento, la vida y la muerte, liberándolas de su inmutabilidad  ontológica. Al mismo tiempo, otra realidad, el individuo, se manifiesta desorientada, perdida, apática; desdibujada por el pernicioso efecto de pensadores víctimas de su propia entelequia.

domingo, 4 de diciembre de 2011

SUELDOS Y SOBRESUELDOS


Dick Armey, político norteamericano, dijo una frase cargada de experiencia y sentido: "Hay tres grupos de personas que gastan el dinero ajeno: los hijos, los ladrones y los políticos". El hombre detalla acertadamente cuando constituye parte integrante del asunto propuesto. El señor Armey era político, padre casi seguro, pero yo lo situaría a una distancia notable del ladrón, al menos en su sentido estricto. La mesura me obliga a atribuirle que, en este último caso, el conocimiento era referencial.

 

Hoy, cercados por la crisis y la miseria que ya acecha, el sueldo de los políticos pasa a ser tema periódico, corriente. La doctrina, aquí, no determina concordancias ni establece magnitudes. En cualquier debate mediático encontramos opiniones diversas, sin que discrepancias (quizás afinidades) impliquen relación ideológica alguna. Hay, sin embargo, cierto apego a calificar de exiguas, insuficientes, las retribuciones de nuestros prohombres. Puede que el contraste se reduzca a la disparidad manifiesta respecto a los sueldos europeos; una diferencia de quimérica e ilusionante conjugación. Algo análogo a la respuesta certera que espetó un congénere ante la arrogancia insultante del corpulento: "no es que yo sea pequeño, es que tú eres demasiado grande".

 

Siento ajeno a mí, extraño, todo desvelo por fiscalizar las finanzas de nadie. Disminuye aún más la malsana tentación de investigar y lucubrar su origen; si se aviene o rechaza las leyes, e incluso si se ajusta escrupulosamente a la ética democrática el peculio de los políticos. Al enigma que se genera en la curiosidad ciudadana, siempre suelo responder del mismo modo. No me exaspera el sueldo oficial de ningún prócer instalado en las instituciones del Estado. Sí me producen zozobra las comisiones, regalías u óbolos (por tratarlos de manera cristiana) recibidos o afectados por promesa contributiva, acaso penitencial. ¡Menudo poso de suspicacia dejó aquel lejano y famoso tres por ciento!

 

Condeno aquellos aforismos que presumen vicios generales a la sombra de incógnita imputación o reserva global, tipo "cuando el río suena, agua lleva". Creo, no obstante, en el valor objetivo de los indicios; tanto que considero prueba casi concluyente la impostura (asimismo la negativa a ultranza) del aludido. Saco a colación tal contingencia por el eco que siguen dejando las sospechosas "hazañas" de Blanco y Urdangarín entre otras menos notables o ruidosas, que rara vez se corresponden. En el primer caso, franqueados con holgura los iniciales escrúpulos de la fiscalía, el mentís ad nauseam del ministro proclama a los cuatro vientos una duda razonable si no la certidumbre final. El silencio de Urdangarín se levanta sobre la prudencia que corrige el osado desvarío de antaño. Supone, a la postre, un quebranto para la Corona en horas menos afortunadas.

 
 
No tengo predilección, debilidad o fijeza, por los políticos socialistas aunque me sobran razones para ello por, aparte otras, desvertebrar el país y restaurar la pugna. Utilizo su personalidad pública como testimonio útil a la par que paradójico. José Luis Gutiérrez revelaba una confidencia de Tierno Galván: "No se puede ser millonario y socialista al mismo tiempo". A pesar del misterio que envuelve algunas propiedades y del silencio judicial que excusa la adquisición, muchos cabecillas del PSOE, sorprendentemente, son millonarios. Siguiendo a Tierno, dejo a su examen (amable lector) la auténtica filiación doctrinal de aquellos a quienes usted retiene en el recuerdo.

 

Resulta vergonzoso e insultante, más si cabe en esta situación donde el individuo sufre verdadera angustia para alimentar la familia, que haya cínicos (epíteto demasiado suave), al estilo Chaves, que declaren bienes inferiores a cien mil euros. Igual de impúdico, pero clarificador, aparece el patrimonio de Bono, en aumento permanente como si una extraña levadura potenciara la fermentación de bienes opacos, "dormidos" cuando les falta el efecto catalizador de la prensa.

 

Esta semana se publicó que Zapatero apetece vivir en Somosaguas, lugar exclusivo lleno de financieros, deportistas, artistas, etc.; es decir, millonarios en euros. Deja como segunda vivienda el chalet de León, cuyo costo total debe rondar el millón y cuarto. Los honorarios que se le conocen provienen de tres años como profesor ayudante en la universidad, diputado nacional durante doce y presidente del gobierno dos legislaturas. Oficialmente dudo mucho que la remuneración conjunta (y bruta) pudiera rebasar el millón. ¿Puede, entonces, con dichos emolumentos permitirse tales ostentaciones?

 

La respuesta (válida también para otros, presentes en la memoria colectiva inmediata) nos arrastra irremisiblemente a la existencia obligada de sabrosos sobresueldos o, en su defecto, a recordar la frase de Armey en la que me temo, por casualidad o a propósito, coloca a ladrones y políticos en un plano de equivalencia.

 

domingo, 27 de noviembre de 2011

ENTRE TODOS LO MATARON O BIEN MUERTO ESTÁ


Transcurrieron ya algunos días desde que el pueblo español certificó la agonía definitiva del PSOE. Presagio del hecho letal (era una muerte anunciada, esperanza reparadora para muchos) fue vivir en aquella atmósfera insana, podrida por microorganismos antidemocráticos ayunos de toda ética e inmunes a cualquier ideal que conllevara, incluso en pequeñas dosis, algo de ortodoxia o decencia. Cualquier país donde el bipartidismo se conjugue como única vía de convivencia, como fuente de apelación tendenciosa al voto útil, el declive (real o potencial) de uno, ocasiona graves desequilibrios que ponen en jaque el propio sistema democrático. Obtener ciento diez diputados no se puede concebir descalabro numérico sino franqueo de la línea sin retorno. Es imprescindible el rediseño, la renovación total, del partido.

 

Zapatero (rebosante de visiones, reclamos y extravagancias que intentaban ocultar su indigencia operativa), principal -casi único- protagonista interno del caos en que nos hallamos, necesitó el concurso necesario de conmilitones y medios para amortajar un partido que presentaba achaques crónicos. A su acción desaforada, contraproducente, suicida, se debe este descalabro sin atenuantes, tan pobre cosecha de aceptación social. No obstante, tasar el análisis en el acaso o capricho popular significaría cerrar oídos al clamor cimentado a lo largo de dos legislaturas, donde la argucia y el quebrantamiento monopolizaron gran parte del quehacer gubernativo. Contribuyó, eficaz, el silencio cobarde (quizás constreñido) de quienes anteponen apetencias personales a intereses comunes. Suele ocurrir cuando individuos con poco crédito, enfrentados al recto proceder y virtudes aledañas, parásitos sin oficio ni beneficio, desaprensivos, se revisten de políticos; se atrincheran y convierten en oficio lo que debiera ser coyuntura, extravagancia.

 

Diferentes medios cultivaron una pertinaz línea editorial. Jamás difundieron desacuerdo o crítica a tan altas cotas de torpeza. Esta aceptación plena de la práctica, este asentimiento dogmático, visceral (que no juicioso), los convierte en cómplices prominentes y considerados. Excéntricos comunicadores, asimismo políticos adeptos, ofrecieron a título personal o representativo, infinitos loores sin dejarse oír nota alguna discordante, cuando los hechos imponían serenas reservas. Desde los arrabales, ellos también atesoran su alícuota parte de culpa en la presente ruina. No cabe duda: el desplome del PSOE se sustenta sobre una multitud. Entre todos lo mataron e incluso, a lomos de la ligereza, se detectan maniobras para enaltecer sus escombros.

 

UCD, recién inaugurados los ochenta del pasado siglo, se autoinmoló. Contaba con ciento sesenta y ocho diputados en la Cámara, pero constituía una mezcla heterogénea de grupúsculos cuyo nexo era el poder. La disolución vino fomentada por protagonismos excluyentes. Demasiados gallos. Desapareció el partido que sustentaba al gobierno y no pasó nada. El testigo lo recogieron AP, que se revitalizó en nueva sigla: PP. y una izquierda, virgen aún, exenta a esa hora de sus demonios ancestrales. Así el famoso "clan de la tortilla" (y a su frente Felipe González), señores incuestionados del socialismo patrio, consiguieron el récord de apoyos en unas elecciones generales: doscientos dos diputados en mil novecientos ochenta y dos.

 

Tras el paréntesis de Aznar, vino Zapatero. Oportunista, embaucador, nigromante, supo despertar expectativas irracionales en un partido desorientado, abatido. Una vez dueño del Boletín, arrasó las "viejas glorias", ya sexagenarias, y se rodeó de ladinos ineptos, incompetentes, que han cosechado (con el director a la cabeza) las mayores reprobaciones de los tiempos recientes. El exceso, la discrecionalidad, esa obsesión antiestética de que el dinero público está adulterado por la vaguedad, facultó derroches y trinques abusivos; creando una atmósfera malsana, fatal. Zapatero llevó a España y al PSOE a la bancarrota, con su inutilidad y el amparo (por acción u omisión) de líderes y barones, enmudecidos bien por cobardía bien por acomodo.

 

Conscientes de la encrucijada, juzgan como única salida la reconstrucción del partido o su ocaso inapelable. La UCD les produce un ingrato recuerdo. Postreras noticias permiten, por contra, conjeturar altas cotas de inconsciencia en los próceres. La Comisión Federal de este sábado pergeñó la senda por donde debía discurrir el Congreso Ordinario de Febrero. El objetivo es elegir al nuevo Secretario General que ha de acaudillar la metamorfosis del PSOE, ese quiebro que le devolverá el beneplácito social. Suenan tres candidatos: Rubalcaba, Chacón y Bono. Ganará la "vieja guardia" (Rubalcaba o Bono) a quienes apoyan los barones. Impedirán que salga otro Zapatero capaz de repetir una segunda edición de tierra quemada. Prefieren mantenerse en el despojo que perderlo todo. Se instaura un paradigma de prudente pervivencia. Cualquiera de ellos, convertirá el PSOE en un partido exangüe, burocratizado, mínimo; suficiente para que unos cuantos profesionales de la política vivan con holgura. Esta será su coartada y su meta.

 

Hemos gestado, por desgracia, el monopartidismo; en su defecto el pentapartidismo.

 

sábado, 12 de noviembre de 2011

ESPECTÁCULO PAUPÉRRIMO


Había despertado gran expectación y atractivo, al menos, mediático. A la penuria siempre se opone el deseo. Durante los treinta y tantos años de democracia, esta era la tercera oportunidad en que candidatos y equipos se enfrentaban o lo parecía. Resulta laborioso seducir al postulante a quien las encuestas (modernos oráculos) predicen ganador. Sólo en caso de empate técnico, ante un escenario incierto, ambos contendientes se lanzan al ruedo público con arrojo. Cuando la diferencia estadística se aprecia insalvable, al elegido le entra temor escénico porque carece de margen para ganar; pues ya es ganador. Esta circunstancia le permite establecer cláusulas extremas para el antagonista menos aceptado.


Presumo que Rajoy, aconsejado naturalmente por diestros asesores (que no inteligentes ni astutos, me temo), iba a la "tele" de mala gana; con amarga sensación de caminar hacia un mecanismo torturador. Sin embargo le era preciso. A estas alturas, pasar por "cobardica" supone una encrucijada cuyo costo popular superaría con creces la hipotética o previsible derrota televisiva. Menos ante quien hace abuso en escudriñar y airear menguas del contrincante como sustento de su propia indigencia. Tal contexto debió propiciar condiciones bastante estrictas. Seguramente a Rubalcaba (ocupado, quizás preocupado en lavar su imagen cara al futuro) no debieron parecerle excesivas porque si Rajoy ansiaba eludir ciertas materias delicadas, él querría desterrar del debate dos vocablos: corrupción y faisán.


Cuentan que Alfonso XII encontró un colega ocasional de juergas. Tras acompañarse en la noche madrileña, cercanos al palacio, el rey se despidió diciéndole: "Alfonso XII a tu servicio en el Palacio Real". El otro, vivaz, le contestó: "Pio Nono en el Vaticano al tuyo". Esta anécdota subraya la aplastante lógica de la respuesta ante un caso increíble, alucinante. Algo parecido debió exclamar en su fuero interno cada español la noche del lunes, terminado el famoso encuentro Rubalcaba-Rajoy o viceversa. "Aquí, un debate electoral". "Gracias, Napoleón Bonaparte atento al televisor". Ambos (anécdota y diálogo ficticio) son consecuencia forzosa de sendos antecedentes improbables.


En efecto. Quienes encabezan el cartel de esta campaña, dejaron dentro del tintero muchos asuntos que nos han llevado a la presente situación. Mentaron las consecuencias, mas se abstuvieron de enumerar los motivos. La economía y sus alrededores, eje central (casi único) del tímido litigio, tiene un rédito capital porque con el pan de cada cual no se juega. Sin embargo, no sólo de pan vive el hombre. Hambre es uno de los cuatro corceles del Apocalipsis: compendio de males terroríficos que atenazan al individuo en su existencia. Los restantes (Victoria, Guerra y Muerte) complementan el origen de todas las desdichas humanas.
Victoria es otro que genera inquietud y que nuestros candidatos bordearon con disimulo o a propósito. Conseguir el sometimiento de la corrupción a las leyes; la independencia del poder judicial; lograr una igualdad real ante la ley, etc. significarían diferentes versiones de una victoria democrática ante la desnaturalización del Estado de Derecho. Mención aparte merece ETA y su derrota moral ante las víctimas que hoy no ven desagravio a su dolor inocente. Guerra tiene por apelativo el más odiado, quizás, de estos equinos siniestros. Se acerca cuando el egoísmo, la insolidaridad, tal vez el desmembramiento, emergen en el horizonte. La cuestión territorial (inveterada, artificiosa y radical) provoca conmociones irreversibles, turbulentas; se asemeja a un suelo resbaladizo, incandescente, por tanto de cómodo olvido pero de ardua enmienda. El sumario me atemoriza, pues percibo un enmarque escalofriante. Muerte, montura segura e imprecisa, nace al tiempo que la vida, a su vera. Nadie puede domarla o minimizar su galope. Supera al prócer estratega y bienintencionado; es intratable e incorregible


Decía Ronald Reagan: "La política se supone que es la segunda profesión más antigua. Me he terminado dando cuenta de que tiene un gran parecido con la primera". ¿Qué hubiese referido de conocer la vigente política española? Dada la intensa decepción (asimismo honda zozobra) a que nos llevó esa especie de debate/exhibición, el amable lector concluirá sin duda que la expectativa levantada en la sociedad española quedó en agua de borrajas. Poco a poco va calando que los dos competidores se mostraron romos, sin ánimo; cual veteranas figuras casi apartadas ya de la competición. Paupérrimo espectáculo.

domingo, 6 de noviembre de 2011

TIEMPOS DE OPROBIO O LAS MATEMÁTICAS NO ENGAÑAN


Rechazo cualquier intento de adjudicarme toda autoría del entorno y asunto que expongo a renglón seguido. Acepto únicamente una actitud compiladora, así como la extrapolación argumental posterior, de la premisa que Maragall vertió en el Parlamento Catalán, allá por febrero de dos mil cinco, refiriéndose a la crisis del Carmel: "El problema de CiU se llama tres por ciento". Desde este instante la sospecha dejó paso al cotejo, disminuido (según diferentes indicios) en varios puntos porcentuales. Quien lo declaraba conocía perfectamente los entresijos del acontecer público. Excedía el desplante tabernario, insolente, evacuado en esa típica atmósfera de vino, humo y necedad.



Berkeley, filósofo constructivista inglés, afirmaba: "Es lo que percibo". En otras palabras, conozco lo que advierte mi experiencia. Cuando don Pascual incriminaba a los convergentes escamotear el tres por ciento en comisiones varias, dejaba al descubierto, según Berkeley, su personal afán recaudatorio en esta materia. Si adjudicamos al resto de siglas igual o parecida naturaleza (por tanto las mismas o similares tentaciones), hemos de admitir análogos vicios. La lógica nos conduce a desterrar excepciones, por trascendentes que se pongan sus líderes. Podríamos acceder a alguna modificación en el porcentaje, con esfuerzo y no siempre bajando el "tipo publicado". Ciertas habladurías señalan que la indignidad alcanza en ocasiones magnitudes que se detallan con dos dígitos.



Constatar la osadía, el saqueo, que patrocinan próceres en teoría al servicio del ciudadano, deja siempre un rosario de sentimientos complejos, ácidos, inusuales. Si además apreciamos la sangrante crisis, asumiremos que se agreguen matices alarmantes Cuando la burla impera incluso por el más recóndito andurrial patrio, deberíamos encontrar una respuesta proporcionada y ejemplar. Los tiempos actuales exigen urgentemente, por encima de sólidos voluntarismos, respuestas enérgicas. No se hacen acreedores a menos, ni proceden alegatos benévolos. Se acerca una ocasión oportuna para mandarles algún "recadito" disimulado en sufragio.



Entresaco, consultando páginas oficiosas absolutamente fiables, los asientos detallados de ministerios o negociados factibles de "enjuagues". Sanidad, Industria, Infraestructuras, Subvenciones, Investigación, Transferencias y Deuda, en dos mil cuatro alcanzaron un monto total de ochenta y siete mil doscientos millones de euros. En dos mil cinco, tal medida llegó a noventa y tres mil ciento cincuenta millones. Por aproximación tras estos primeros periodos, la media anual de las dos legislaturas zapateriles se aproximará a los cien mil millones. Esto hace un total de ochocientos mil millones, pergeñando un cálculo amenguado.



Dando por válido el porcentaje de las comisiones catalanas, paradigma antiestético del Estado, las legislaturas de Zapatero han supuesto un emolumento adicional e ilegítimo de veinticinco mil millones de euros. Estupendo bocado para llenar unos bolsillos, antaño secos y hoy rebosantes por mor de un talante inmoral, trincón, desaprensivo. También se hace precisa, si no necesaria, la licencia del sistema democrático. Semejante conjetura lleva implícita mi renuncia a emparejar democracia y corrupción. No obstante, en regímenes con ausencia de libertad, los sinvergüenzas están sometidos a estricto control, al capricho arbitrario del jefe o dictador.



La estadística es una ciencia que no pueden alterarla sistemas ni individuos. De acuerdo con este postulado y vencidos treinta y dos años de democracia, no sería exagerada la cifra (tasando bajo) de ochenta mil millones de euros; casi quince billones de las antiguas pesetas que han atesorado un número impreciso de dirigentes, cuyos patrimonios no se corresponden con los honorarios oficiales. Son nuevos ricos, indianos de la doctrina, caciques del siglo XXI. Esos a quienes algunos políticos proyectan subir los impuestos para mantener el Estado de Bienestar. ¡Qué paradoja! Sin embargo, las matemáticas no engañan.

 

 

domingo, 30 de octubre de 2011

ALTA POLÍTICA


Me rindo. Todos mis esfuerzos para encontrar una reseña juiciosa del vocablo adjetivado que intitula estos renglones, resultaron vanos. Pareciera misión imposible averiguar su esencia más allá del tono burlesco (quizás ácido) con que algunos la intuyen. Así, Bartolomé José Gallardo, erudito liberal del siglo XVIII, la concebía próxima al capricho, misterio o absurdo, cuando, refiriéndose al proceder del preboste, escribía: "Pero lo que en los tiempos que llamamos de despotismo se tenía por sacrilegio, en los tiempos que llamamos de libertad se ha tenido por escrúpulo de monja". Algo parecido debiera juzgar Crispín, un jubilado cubano, al afirmar respecto a la revolución castrista de mil novecientos cincuenta y nueve: "No creo en nada ni en nadie porque al final todo es alta política y la verdad sólo se sabe mucho tiempo después y, a veces, nunca".


Es, pues, un hecho evidente que los ciudadanos sucumben al desconcierto y desorientación definitivos a la vez que el mandamás instaura políticas de altura. Desconozco si el fenómeno se manifiesta allende nuestras fronteras. Diría que en cualquier sitio cuecen habas; eso sí, en algunos (no importa precisar) a calderadas. Será la consecuencia necesaria del individualismo histórico, probablemente el efecto indeseado de la candidez emblemática e incultura tutelada desde el poder. Por fas o por nefas, qué más da, el español apura impotente la pócima que le hace víctima propiciatoria de la incomprensión, del divorcio total con sus gestores. Encima, tras sobrellevar la rapiña endémica, se le atormenta con toda clase de cánones y tributos.


Del rey abajo... todos, no supone únicamente el contrapunto al famoso drama de Rojas Zorrilla; confirma la sospecha de que los políticos, sin excepción de siglas o alcurnia, acometen en su quehacer gubernativo acciones que escapan al común. El asunto excede la esfera de lo complejo para ubicarse en el ámbito de lo hermético. El individuo, incluso hasta el más crítico e instruido, acepta cual dogma concluyente exento de tara o vicio la turbia ambigüedad. Ciego por el trance, llega al delirio de considerar esencia democrática lo que rectamente sólo tiene un epíteto: estafa en el método y manipulación doctrinal. Han hecho de la mentira norma, proceder ejemplar, patriótico.

Gran parte del pueblo español debe mantener asiento en los cerros de Úbeda al no advertir la obsesión presidencial por ocultar una crisis harto evidente. Ignoro qué efecto pudo producirle la fascinante (y falsa) salida de la misma sin apenas tiempo para rumiar patraña tan asombrosa. Zapatero se ha ganado a pulso la estimación de superchería, hecha tangible en cuerpo de mandatario. No le va a la zaga su delfín (algo maduro ya) Rubalcaba, quien tiene acreditados excelentes méritos -summa cum laude- como aventajado alumno de Maquiavelo. Lo proclama ese ir y venir, avanzar y retroceder, decir y matizar, puramente tácticos, sin otra intención clara. Gusta afirmar lo quimérico y negar la evidencia. Don Alfredo, al nacer, se ha equivocado de siglo; es un político extemporáneo. Configura, en el fondo, un avieso manual de instrucciones.


La vaguedad en Rajoy deja de ser cálculo para convertirse en fundamento. Quizás responda a ese tópico infundado del carácter gallego o sea producto de cierto espíritu indeciso e inseguro. Sus manifestaciones surgen tan poco convincentes que aparentan significar lo contrario. ¿Alguien puede asegurar su posición futura ante la ETA? ¿Y respecto al aborto? ¿Considera a las víctimas del terrorismo o pasa de ellas? ¿Entrará a fondo en el tema de las autonomías, capital para resolver la situación de crisis? ¿Cambiará la ley electoral y pactará un cambio del nefasto sistema educativo? Mi respuesta global tiene sentido negativo. Lo considero un razonable líder de la oposición, nunca del gobierno.


Para bien de todos, Zapatero tuvo que perpetuar su labor silente en el Parlamento. Rajoy jamás debió impedir el ascenso de políticos enérgicos y carismáticos. Sin embargo, la España deudora, entrampada, no puede (salvo suicidio colectivo) dejarse gobernar por Rubalcaba. ¿Entonces? Carezco de respuesta. Entre tanto, mientras surge una salida, obliguémosles a trocar su práctica por otra más cercana, menos confusa. Rechacemos esa autoconcesión y nuestra complacencia que les permite el exceso, pero también la chabacanería. Al método, verdadero prontuario de la manipulación, le acompaña un estilo mediocre y grosero. El ejemplo último procede del bufido que Joan Tardá dedicó a Peces Barba calificándolo de "enorme hijo de puta". Una descarga emocional (sin ambages) con etiqueta de alta política española.
 

 

lunes, 24 de octubre de 2011

EL LABERINTO DEL PP


Hay un refrán político por excelencia: "muerto el perro se acabó la rabia". Sugiere la táctica generalizada de soslayar hechos, hipótesis, preguntas, para que desaparezcan los problemas supuestamente ligados a ellos. Luego se impone la cruda realidad y cada preboste es reo de su hipocresía, descaro e incuria. Pudiera ser, aunque me extraña, fruto del paternalismo mal entendido; una especie de cobijo en que el político pretende guarecer a la sociedad, evitarle aflicciones más tarde redivivas y agigantadas. En ocasiones mezcla desprendimientos con intereses oportunos que gesten algún rédito electoral. Quizás peque de biempensante dándole categoría temporal a lo que aparenta ser móvil definitivo.


La maniobra descrita no se concreta ni patrimonializa en ninguna sigla. Todas, en mayor o menor grado, la utilizan a menudo, casi con exceso. Jamás entendí qué argumentos les han llevado a convertirla en campo de honor donde se dilucidan retos procedentes de tal o cual guante que se lance y recoja por el camino político. Así, verbigracia, Zapatero repitió legislatura ocultando la crisis que azotaba a España con dureza. Siguió omitiéndola hasta el momento mismo, según él, de la recuperación. Esta doble falacia, entre otras causas, nos ha llevado a la ruina presente. Sin embargo su castigo no guarda proporción a la culpa, si bien sale del gobierno sin prestigio, ninguneado, grogui, hecho un eccehomo.


El PP huele a poder. Se presenta cada día más quedo, confuso, incoherente. Oye confidencias de cortejo fúnebre a cuya cabeza marcha Rubalcaba. Percibe, a hombros (rito torero), los despojos de un PSOE víctima de la crisis y del presidente caótico por excelencia. González Pons, mandarín del PP, entrevistado fechas atrás, presentó maneras huidizas, sobrias, opacas. Del referente en la oposición no queda un ápice. Lo noté recóndito, cauto, midiendo las palabras que otrora hicieron torrentera. Genérico, cual placebo o aledaño, pasaba sobre ascuas en cualquier tema que se le tanteara, ya como opinión personal, ya como proyecto gubernativo. Era, al fin, la cruz insólita de aquella cara elocuente, incisiva, aguda, de épocas cercanas.


Entresaco, resumido, el meollo. Apuntó, dentro del capítulo económico, que las expectativas eran optimistas; el PP pensaba abaratar la contratación, no el despido; confesó el papel vertebral de sindicatos y CEOE en la reforma laboral; rebaja del impuesto de sociedades; se reducirán los impuestos a autónomos junto a pequeñas y medianas empresas; cuentan con recuperar los puestos de trabajo perdidos sin temporalizar tal objetivo. Blasonó que ya Aznar había creado cinco millones de empleos y que Rajoy conseguiría otra hazaña "poniendo sentido común". Evasivas sobre ETA, las víctimas, el aborto y otras preguntas comprometidas.


Aplicando el sentido común, digo que el señor González Pons se encuentra ayuno de ideas o, peor aún, embauca al ciudadano. El Estado Autonómico presenta obesidad mórbida y ello le lleva a la auto destrucción. Tal diagnóstico, grabado en la opinión pública, responde a la contumacia empírica durante años. Ni mención a materia tan necesaria. Cuando reconoce el cometido de sindicatos y patronal, está anunciando (contra toda proclama) también el deseo de "sostenella y no enmendalla". En ningún instante menciona a la clase media, empobrecida tras la crisis y pieza imprescindible para un gobierno "benefactor". ¿Quiere explicarnos don Esteban cómo se va a crear empleo sin consumo interno? ¿Acaso con las exportaciones cuya nota es la falta de competitividad en el mercado exterior? ¿Quizás con un turismo coyuntural y que no puede entenderse factor significativo de desarrollo? ¿De dónde vamos a sacar el capital para satisfacer no ya la deuda privada-financiera (ya se empieza a hablar de quitas, y ni por esas) sino la deuda soberana? Veremos qué pasa con las hipotecas tóxicas. Es mal negocio sembrar caro y recoger barato.


En tiempos de Aznar (opuestos al escenario actual, contra el análisis del vicesecretario de comunicación) había dos ingredientes que hicieron posible el milagro: la edificación e industrias anejas, que supusieron millones de empleos, y la entrada de capital (sin apenas intereses) que potenciaron hasta extremos insospechados el consumo interior. El presente no permite concebir grandes resultados en los aspectos institucional, social y económico. El PP va dando muestras de encontrarse a las puertas de un laberinto cuyo recorrido va a levantar ronchas antes de colisionar con la incompetencia.

 

lunes, 17 de octubre de 2011

DE HONESTOS, HONRADOS Y DISOLUTOS


Días atrás, en espectáculo impreciso dentro del índice al uso: tragedia, drama o comedia, el candidato Rubalcaba (perdón, señor Rubalcaba) en campaña electoral por Orense, transportado ante la evocación de los progenitores del ministro Blanco (cada vez más cetrino), se dirigió a ellos, mirando al micro directamente tal que Hernández Moltó (todavía incólume, impoluto, en CCLM) exigía a Mariano Rubio, para descubrirles arrobado y pretencioso: "Tenéis un hijo honesto". Engolando al máximo repitió la aseveración; no sé si por inercia tras el arranque de fe o por chanza burlesca a Javier Arenas. A estas alturas sigo sin comprender por qué no utilizó la reserva del hogar Blanco-López para desvelar apologético, a unos padres afligidos, la virtud de su retoño. ¡Qué manía de lanzar a los cuatro vientos retazos íntimos! ¿Se precisa tanta inmoderación para lograr unos votos? Al ciudadano de a pie le importa un bledo cómo gestionen los políticos calmas o urgencias del bajo vientre.


Permítame el lector que relate una anécdota personal. Un paisano afable, bromista, pícaro, íntimo amigo de mi padre (ambos desaparecidos) y curiosamente mío superando la diferencia de edad, cada vez que lo veía, cuando yo iba al pueblo, me interesaba por su estado. Octogenario ya, la respuesta sempiterna, socarrona, señalándose la cintura, era: "De aquí para arriba estupendo, para abajo no tanto". Centraba, tal vez sin darse cuenta, la diferencia entre honesto y honrado. Si la honradez exige ajustar toda acción humana a las pautas del bien obrar, advertir los límites que marcan las leyes naturales, el honesto parece saciarse con orientar en la templanza ese afán cuyo establecimiento no precisa concreción. Una y otro presentan diferente trascendencia social; por tanto desiguales grados de calificación, de maldad y de condena. Al deshonrado se le reprueba, al deshonesto se le tolera.


Rubalcaba, que conlleva bien fama de cualquier cosa excepto de angelical, debe conocer el contraste entre ambos términos. Creo, incluso, que utilizó honesto a propósito, de manera sibilina, impropia; ora acariciando en la confusión una sinceridad inusitada, ora blasonando una cualidad de escaso incentivo. Al señor Blanco, en este trance, no se le aprecia tacha, no se le ha hecho acreedor a la sospecha; está puro, limpio de indicios rotundos. Diferente rasero habría que aplicarle en aquel aspecto donde el recato se aleja como sinónimo, donde la flaqueza humana carece de asiento físico. La honradez, pues, del señor portavoz (a lo que se aprecia) queda en cuarentena; no así su honestidad, sin atractivo para el contribuyente pese al tirón causado a don Alfredo. ¡Cuán suelto se muestra aun escapándosele todo dominio de la mano!

Tras las primeras investigaciones de la operación SAGA, emerge a la luz pública que Pedro Farré (jefe del gabinete de Teddy Bautista) "fundió" diecisiete mil trescientos euros, que satisfizo con la Visa de la SGAE, en bares de alterne. Constituye el paradigma (si no la exaltación extrema) de vida disoluta; doblemente disoluta, sin estridencia, por el hecho en sí (a lo largo de seis meses) y por la heterodoxia desplegada a la hora de zanjar deudas. El broche áureo lo puso cuando aportó la razón: "Estaba deprimido". Aunque el método curativo sea atípico, espero que el señor Farré, gracias a los efectos balsámicos de tan hábiles facultativas, haya superado ese bache tan común en la ajetreada vida que debería padecer. Aparte mis buenos deseos, confieso que don Pedro aglutina de manera insuperable los defectos que indirecta o directamente hemos enjuiciado.


Se dice que las palabras convencen y los ejemplos arrastran. Prescindo de la frase (excluyendo del vocablo arrastran cualquier matiz volitivo) el objetivo moral, conductual, de ejemplo. Lo restrinjo a puro recurso didáctico para transmitir mejor la comprensión de los conceptos. No fue otra mi intención.
 
 

domingo, 9 de octubre de 2011

PONER PUNTO EN BOCA


Hay idiomas que ofrecen un panorama chocante en la comunicación humana. El castellano es el idioma del toro, del tablao, de la sabiduría popular, del aventurero, de la mística; pero también de pícaros, ladrones, estafadores, alcahuetas y usuarios del trabuco o la navaja. A su sombra convivieron árabes, judíos y cristianos; nobles y artesanos; probos y sinvergüenzas; castas y meretrices. Ley y transgresión, además de polisémico por excelencia, resulta tan complejo como el propio carácter español. Fresco (tal vez impreciso), algo tosco, tajante; es la herramienta que permite plena proximidad en un hábitat dilatado, callejero. El clima bondadoso facilita el exceso; tanto que largas horas de holganza bajo el sol, provocan animadas charlas enemigas de cronos o huérfanas de cualquier medida. "Quien mucho habla, mucho yerra" estipula el dicho originario cuya base argumental expele un conocimiento pleno de la idiosincrasia española. El sabio (exquisito) confesaba: Soy dueño de mis silencios y reo de mis palabras". Mensaje idóneo para extraer una sugerencia útil y virtuosa.

 
A principios de mes se hizo público, siguiendo la costumbre, el dato del paro entre otros índices económicos. En esta ocasión destacaba, más allá de la magnitud, una referencia definitiva: había sufrido el mayor repunte desde mil novecientos noventa y seis. Tal contingencia, cuando porcentualmente rebasa el veintiuno, supera el calificativo de penosa, por utilizar un vocablo tibio. Cualquier ciudadano crítico, sensato, queda estupefacto por esta noticia inesperada, más aún si examina los brotes verdes que reiteradamente el ejecutivo viene proclamando desde hace años. "La mentira tiene las patas muy cortas" pasa a ser un aforismo que aquí no tiene pies ni cabeza, a tenor de las encuestas sociométricas divulgadas en fechas recientes y que no evidencian castigo electoral alguno a quien se emboza con la patraña.

 
Visto el efecto que tan trágico número (noventa y cinco mil ochocientos diecisiete) ha ocasionado en la sociedad, políticos de todo signo, espoleados por un impulso lenguaraz, procuran que su grupo salga indemne evacuando toda responsabilidad. Resulta insólito escuchar al portavoz convergente cebarse con el gobierno que hace unos meses vivificó, ya agónico. Otros menos exaltados (quizás menos cínicos) mostraron cierta acidez en contraste a pasadas loas y apoyos incomprensibles. Se nota que estamos inmersos, de hecho, en campaña electoral; cada vez más larga y cara. Nada importa la situación crítica de nuestras finanzas ante el hecho usual e inveterado del circo mediático que se monta.

 
Dos son las declaraciones (no obstante) que llamaron mi atención. Destacados mandarines de ambos partidos mayoritarios, fueron sus osados protagonistas. Por un lado, emerge esa querencia manipuladora de enmerdar a cualquiera, básicamente al rival directo. Quitarse las pulgas de encima, requiere una jeta ciclópea junto al dominio magistral del semblante y de la escena. Así lo calcaron los secretarios de empleo y seguridad social que, con peculiar hilo argumental, acusaron a las comunidades, a sus recortes salvajes, ser causa del desempleo. Al tiempo marcaban el camino a diversos prohombres del socialismo patrio. Asimismo a colaboradores mediáticos todavía agradecidos aunque menguantes.

 
González Pons, vicesecretario de comunicación del PP, batió marcas con su famosa frase: "A este ritmo todos en España nos vamos a quedar en el paro". Urdir semejante expresión introduciendo la hipótesis de que él, político eximio, pudiera engrosar la lista del paro, es (cuanto menos) una falta de respeto a los millones de ciudadanos que padecen esa lacra. Las prerrogativas y sinecuras que se han concedido los políticos pese a la miseria general, les exige admitir cualquier epíteto sinónimo de necios, hipócritas, insolentes e incluso ladinos (si me aprietan un poco accederé también al de voraces y estafadores). A quien puede regir los destinos de España, no es excesivo reclamarle un ápice de prudencia y oportunidad. Estos y otros disparates en su haber, me llevan a la conclusión definitiva de que ellos conforman el primer problema del país, no el tercero; los demás aparecen como secuela necesaria.

 
Para terminar, un adagio novedoso: Si discreción quieres ofrecer, punto en boca te has de poner.

 

domingo, 2 de octubre de 2011

EL OTRO TERRORISMO


Ultimar la naturaleza del hombre parece tema apasionante y complejo. Sin embargo, percibir sus entrañas, franquear el umbral de la máscara, es condición sine qua non para desterrar aquellos desmanes a que son sometidos los necios. "Quien no te conozca, te compre" constituye la sentencia que debe impulsar nuestro afán político. Quisiera evitar asimismo polémicas innecesarias que exceden el objetivo de estas líneas e incluso pudieran tergiversar la escena apetecida. El individuo, visto desde la óptica cristiana, está conformado por una parte tangible (el cuerpo) y otra inmaterial, abstracta, (el alma o aliento vital). Ambas son necesarias en vida; tanto que la eliminación de cualquiera provoca la muerte física o, peor aún, arrastrar una existencia anodina y frustrante. El común carecemos de la fortaleza precisa para, al igual que aquel diácono malagueño martirizado en mil novecientos treinta y seis, clamar a los cuatro vientos: "podéis matar mi cuerpo, pero no mi alma". Remotas las ejecuciones masivas, el vigor social sufre crueles sacudidas por gentes desaprensivas e indignas.

 

Vivimos tiempos revueltos. La discrepancia, en sus diferentes extremos, parece adueñarse del entorno. Encuentra mil excusas para gestarse y apetece, a menudo, objetivos contrarios a los que proclama. El fundamentalismo religioso, la confrontación entre civilizaciones o los arrebatos nacionalistas, son causa general de estragos atroces y arbitrarios. El orbe desconoce espacio libre de estas prácticas inclementes, lugar en que se acote el atentado y desenfreno.

 

Cada vez con mayor frecuencia aparecen reseñas provocadas por la intervención de auténticos granujas, estafadores sin más, que viven al amparo de un simulacro permanente. No se ceban en eliminar la sustancia corpórea, pero envilecen el alma social que se desploma hecha jirones. Implantan un mundo donde las virtudes ceden el paso al relativismo diligente que hurta al ciudadano una vida plena; un mundo en que la economía, la paz y la solidaridad son sólo deseos efímeros. Julio inició su andadura sorprendiendo al personal con la operación SAGA. Una denuncia interpuesta por la Asociación de Internautas contra los directivos de la SGAE, fue el detonante para descubrir un presunto delito societario según el cual se desvían cuatrocientos millones de euros. Tedy Bautista, sempiterno presidente reelegido en fecha inmediata e insólito "fiscal", perseguidor implacable de quien osara burlar los derechos de autor (incluyendo piezas anónimas), dimite (ya detenido junto al resto de inculpados). Ahora, meses más tarde, superadas las primeras investigaciones, los medios divulgan la dilapidación de treinta millones de euros en lujos y gastos personales varios.

 
 
La noticia, coetánea a aquella otra que describe las anomalías de la directora general de la CAM, provoca (en momentos duros) rabia, impotencia e ira contenida, contra estos zánganos sociales. Sin embargo no debemos olvidar el apoyo (la impunidad) con que personas, instituciones y gobiernos suelen distinguirlos. ¿Quién olvida la cobertura legal ofrecida por el ejecutivo a los emperadores del Canon? ¿Hay alguien capaz de excusar el apaleo que sufre la colectividad por la crisis y por un gobierno prepotente, indigno y vacuo? ¿Acaso hemos de soportar la requisa masiva como impuesto forzoso para gozar un ápice de licencia? ¿Es consustancial a la democracia el escenario descrito? ¿Nos mienten o quizás consentimos engañamos?

 

Los anteriores interrogantes superan las formas preceptivas del informe para convertirse en puntos de reflexión soberana. La libertad no se regala, hemos de conquistarla día a día. El terrorismo fomenta su mengua. Aquel que mata, pero también ese que (sin lesión física alguna) apadrina el poder y sus aledaños. Todo terrorismo sanguinario destruye e inmola al individuo; el otro aniquila la convivencia.

 

domingo, 25 de septiembre de 2011

POLÍTICOS Y DEMOCRACIA


Hay términos tan dispares, tan opuestos, que llevan implícita en su inmanencia un enfrentamiento metafísico. Tal ocurre con los conceptos ser y nada, indeterminados en su propia indeterminación. Las lucubraciones filosóficas si se limitan al estadio formal, si rehúsan dar respuesta práctica a los misterios del hombre y de la vida, pueden considerarse meros pasatiempos de individuos extravagantes. Yo, propenso por carácter a examinar declaraciones y actos, me encuentro a menudo inmerso en callejones sin salida (zarandeado por lo incongruente) hasta darme de bruces con el absurdo. Es la ingrata sensación que percibo cuando analizo las atrevidas evacuaciones referidas a la sentencia sobre el uso del castellano en la ordenación educativa de Cataluña. Veamos.

 

Desde su arranque, el Tribunal Constitucional nos tiene acostumbrados a sentencias salomónicas; es decir, a desmantelar al sujeto jurídico para avenir derechos e intereses, imprecisos, contradictorios por definición. Tan improbable cometido genera decepciones, desarreglos y escaramuzas. Los nacionalistas, faltos de argumentos rigurosos para sustentar sus tesis independentistas (más bien legitimar su voracidad dineraria), centran el hecho diferencial, identitario, en la lengua. Pretenden convertir un idioma particular en doctrina capaz de gestar sentimientos refractarios. Por este motivo, persiguen romper el único vínculo que nos une (según ellos), cuando en el fondo es el único que nos separa: el castellano/catalán,vasco,gallego. La Historia se aprovecha cual método ideal. Evocaciones a fechas y sucesos, presuntamente dotados de verdad, se presentan a la sociedad como columna vertebral, cuna lícita, de sendas naciones. Puros sofismas expuestos con osadía

 

El Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, días atrás, emplazó al ejecutivo autonómico a reponer (de facto) el castellano, asimismo lengua vehicular dentro del proceso ordinario de enseñanza/aprendizaje. La sentencia exigía a ambos idiomas un plano de igualdad para evitar que se conculcaran derechos constitucionales. Políticos de todo signo, a excepción de Ciudadanos y PP (estos con la boca pequeña), fueron deslizándose por las turbulentas aguas del radicalismo, desafuero y rebelión. El presidente de la Generalidad, el portavoz de CiU en el Congreso y el jefe de la oposición desbarraron a conciencia. Cada uno alimentaba el delirio de sus respectivas huestes; nada que extrañara. Otros ladraban desgañitados. Sobre estos, corramos un velo de tristeza. Algunos próceres catalanes, con responsabilidades gubernativas o no, tildaron a periodistas, políticos nacionales y jueces (en el colmo del paroxismo) de fascistas; epíteto recurrente que se suele escupir, más que pronunciar, cuando los demócratas de toda la vida se quedan sin razones. Este proceder evidencia una crisis institucional alarmante, escenario de apreciación deficitaria por la sociedad. Además, ningún político tiene derecho a desprestigiar instituciones que sirven de contrapeso y cuya competencia viene determinada por ley.

 

El candidato (no sabemos si Alfredo, Pe Punto o señor Rubalcaba, según ultimísima ocurrencia), experto pescador en aguas fangosas, avivó el fuego con declaraciones cuanto menos hostiles al Estado de Derecho. La inoportuna pretendiente señora Chacón, sosias retórico de su otrora antagonista (el candidato), para justificar la ilegitimidad de la sentencia (por tanto su incumplimiento) vino a decir, más o menos, que , lo aprobado en un parlamento tenía tanta fuerza democrática que escapaba a la rectificación de cualquier Tribunal. Curiosamente estaba asesinando, a traición, los principios democráticos y los derechos ciudadanos que surgieron de la Revolución Francesa. Ambas declaraciones, semejantes a las de otros miembros del ejecutivo, pueden entenderse más graves, si cabe, que las expuestas por cualquier político catalán. No en vano proceden de un postulante al gobierno de España y de la actual ministra del ejército.

 

Lo referido constituye una pequeña muestra de la solidez democrática de quienes, clamores interesados, promueven a instrumentos necesarios en el Estado Democrático: los políticos. Si esta clase elitista, actual casta desaprensiva, tiene en sus manos el fundamento exclusivo del Estado (así lo confirman numerosas voces que aseveran la necesidad de los partidos políticos en un sistema de libertades), vamos listos. La Historia, junto a la experiencia personal, demuestra que a través de minorías sin contrapeso se termina irremediablemente en un sistema totalitario. Recomiendo para el futuro próximo recurrir a una Memoria Histórica especial, inmediata.

 

El ciudadano ha de tasar el contraste entre lo dicho y lo hecho. Tengamos presente, sin límites ni condiciones, la prevención popular: "No es oro todo lo que reluce". Así sea.

 

martes, 20 de septiembre de 2011

PRINCESAS DE PAPEL


Cuando el drama, más bien tragedia, se cierne sobre la cabeza del hombre, tomamos casi siempre una salida ciega. Irremediablemente, el individuo (preso de sus limitaciones, de su impotencia) suele desviar la mirada o, peor aún, esconder la cabeza en un rapto lógico que le lleva a esa conclusión nociva de creer que existe sólo lo que vemos, aquello que advierte nuestro empirismo vital. Así, hoy pretendo difuminar el presente, en su más amplia competencia, para enfocar el objetivo sobre algo baladí, tranquilizador. No se trata de ironizar la "crónica rosa" elevándola a caricatura, ni alterar su esencia ahormándola en artículo de opinión. Quiero, aparte degustar esa válvula escapatoria, dirigir el mensaje hacia eventos que acaparan una reflexión tenue, a la sombra del relato descocado que me ocurrió días atrás.

 
Las princesas aledañas, prosaicas, sin título, surgen de una recreación en la factoría Disney. Junto a gnomos, dragones y hadas, aquellas destacan por su esbeltez y cabellera, cual reseña de indubitable autenticidad. Cercanos, en segundo plano, paladines incógnitos (asimismo de incógnito) protagonizan hazañas hechas a la medida. El final, reiterado, previo, consiste en la boda principesca con el héroe victorioso que siempre resulta ser un infante evocador. Estos cuentos inocentes siguen formando, construyendo, millones de quimeras en chicas impúberes, adolescentes y jóvenes, con el beneplácito de progenitores, probablemente equivocados, que se empecinan en ocultarles un mundo ingrato; a veces sugestivo.

 
Mujeres ya (madres o no) abducidas por aquella rémora instalada en sus vidas (demérito social), siguen apeteciendo esa patraña que enraizó como yerbajo parásito, indestructible y voraz. Sujetas a su influjo inconsciente, se convierten en firmes consumidoras de programas televisivos y revistas del corazón. Publicaciones insustanciales y emisiones anodinas siguen conformando su alimento (in)formativo; administrándoles, al tiempo, adefesios; prototipos que destacan generalmente por hipotéticos desenfrenos sexuales o estudiadas y chabacanas poses de estilo. Surgen, al cabo, inmerecidos mitos, princesas del papel couché o de las ondas, que exhiben como mérito común, usual, no sólo un analfabetismo paradigmático sino, con excesiva frecuencia, una necedad notable. Exiguo e inicuo currículum.

 
Estos personajes carecen además de mesura, equilibrio y humildad. Al igual que sus panegiristas, andan escasos de juicio crítico o ahítos de codicia. Supeditan cualquier límite ético a la gloria momentánea. Pese a sus méritos irrisorios, mantienen con el resto (pobres gentes anónimas) una lejana cercanía necesaria pero molesta. Peaje obligado a la turba que no perdona desapegos ofensivos. La paradoja entre querencia y altanería, es el efecto hipócrita que facilita cualquier rédito crematístico. Encarna el único credo que anima unas vidas opulentas en la miseria moral e intelectiva.

 
Hace días tuve que realizar una gestión en la entidad financiera de costumbre. Jubilado el anterior director, una joven oronda ocupaba su despacho. Habituado a resolver las cuestiones no dinerarias, administrativas, en la sección interior, solicité el oportuno turno para que me atendiera uno de los cuatro empleados, incluida la nueva directora. El azar me llevó ante ella. Referido mi problema, acto seguido (displicente, molesta, vana, sublimada) me remitió a los que atendían en caja con la siguiente frase: "esto se lo pueden resolver los compañeros de la entrada; no es tema para nosotros y menos para la directora". Las formas aparecieron improcedentes, mejorables. Yo, armado de los pobres argumentos que reflejaba mi cuenta, opté por la disculpa y el mutis.

 
Como puede observar el amable lector, la impertinencia, el engreimiento (ese mirar por encima del hombro), la estupidez, se encuentran a la vuelta de la esquina. Son maneras propias de personas puestas, con mayor o menor merecimiento, en el Olimpo; princesas de papel couché, tal vez de papel moneda.

 

 

martes, 13 de septiembre de 2011

LA ESPAÑA DEL ADEMÁN


El vocablo ademán procede del árabe clásico daman, literalmente, garantía legal, con cambio de sentido por los gestos exagerados y juramentos con que se ofrecía o se pretendía suplir. El DRAE nos ofrece dos acepciones: Movimiento o actitud del cuerpo o de alguna parte suya con que se manifiesta su afecto y, en segundo lugar, modales. Me quedo, en esta oportunidad, con la semántica árabe; no porque entrañe un puente a la Alianza de Civilizaciones, pitanza precocinada por nuestro taumatúrgico presidente, sino porque se ajusta o ciñe a los acontecimientos -verdaderamente asombrosos, casi de pasmo- que vienen sucediéndose en los últimos años. Pareciera un tópico impreso en la conducta histriónica de los líderes que vienen manejando el cotarro en sus diversas versiones: política, legislativa, jurídica, sindical y financiera. Al pueblo se le reserva la asistencia. Mudo, más o menos cómodo, ocupa una silla de la platea; convirtiendo su soberanía -constitucional y evocada con desmesura por los gerifaltes - en papel mojado.

Somos un país de ademanes. La acción no tiene vuelta atrás; presenta un canon costoso, impide la enmienda, cosecha el enfrentamiento y la tragedia. El ademán, por contra, se ofrece armonizador; no hay secuelas, sólo tanteo. Permite desandar un trecho para, si se creyera pertinente, reencontrar el camino apropiado. Cierto es que, en ocasiones, los gestos aparecen con tanto realismo que el personal -ajeno a la representación- se desorienta en el juego diabólico de la argucia; por otro lado, artero y peligroso. Todos los partidos lo utilizan, irresponsables, en la carrera para convencer al elector, abierto a cualquier perspectiva por increíble que sea su introducción.


Hay sucesos que se conocen -o se sospechan- y actitudes turbias desgraciadamente bien aderezados con este malsano actuar. Dejo los primeros a la iniciativa, capacidad de análisis y gusto de cada cual. Descubriremos -sin embargo- talantes, comportamientos y estrategias que pretenden darle la vuelta a la tortilla (cocinada sin huevos ni patatas) o presentar, el adefesio resultante, plato exquisito de novísima actualidad. El señor Rodríguez, el año 2004, recibió una nación con la economía saneada, soberbia, impelida por la inercia que le proporcionaba un sistema de fuerzas regulado por el par (escenario envidiable). En estas condiciones, Zapatero era el experto sagaz, el as. Los sonados incumplimientos de compromisos anteriores, la parálisis de planes previstos,  la inmediata anulación de leyes promulgadas por el Ejecutivo precedente y la política interior, así como la inconsistente y huidiza diplomacia exterior, se pretendió ocultar o, peor aún, mentir con descaro pregonando lo opuesto a la gestión emprendida. Entre el desdén y la falacia agotó la primera legislatura; entrados ya casi de lleno en la negada crisis. Era el turno de los antipatriotas.

La desatinada campaña (un ejemplo clásico de ademán) apoyando al juez Garzón, se convierte -por mor de la estridencia y el desbocamiento- en la prueba inequívoca de su efecto devastador. La sociedad no percibe -por suerte para sus adalides- el contenido de la figuración teatral. Si lo hiciera, descubriría la ignominia e irracionalidad del truco o, peor aún, la esencia totalitaria de quien esgrime y pide libertad con grilletes -físicos e intelectivos- prestos para su utilización. ¿Con qué derecho moral, cuáles son las razones para que un fiscal, criado en los pechos de la dictadura, llame franquistas a jueces formados tras la muerte del general? ¿Qué hacen dos sindicalistas bramando por un proceso jurídico, cuando callan ante una situación laboral que lleva aparejada cinco millones de parados? ¿Qué proyecta el rector de una institución que tiene por lema “limpia, brilla y da esplendor” apuntalando el obscurantismo y la confusión? ¿Qué credibilidad tiene un presidente que pregona su apoyo al Tribunal Supremo, mientras uno de sus ministros, y segundo en el partido, airea la preocupación que le inspira otra victoria de los falangistas, al sentar a un juez en el banquillo? Si el ciudadano fuera consciente de la gravedad del hecho, lo calificaría, sin más, de truculento golpe a la democracia y a la convivencia pacífica. Al tomarlo como ademán extemporáneo, como exagerada campaña de marketing, el revuelo y la preocupación alcanzan cotas monumentales. A los españoles les motivan los perfiles, no la substancia.
 
Quiero pensar que este suceso, junto a otros que se prodigan con extraño encadenamiento, forma parte de la humareda gubernamental -con el apoyo de grupos agradecidos- a fin de ocultar la incapacidad interna y el hazmerreir exterior.


Para terminar, deseo dar un consejo a Zapatero. Permítame el atrevimiento, pero a lo mejor le viene bien un punto para la reflexión. No se impaciente, no se obsesione con revestir continuamente los señuelos. La oposición está desarticulada; las próximas elecciones constituirán un paseo, salvo que los parados alcancen la cifra -muy posible- de seis millones. ¿O es que tiene claro se va a alcanzar y acomete remedios preventivos? Evite inducir la movilización de sus incondicionales, porque ese voto lo tiene seguro. Los millones de papeletas indecisas puede perderlos en un falso movimiento, donde se aprecie que a usted le importa únicamente el poder, no el individuo con apuros y esquilmado. Ante esta situación de crisis, tocar a arrebato sólo cuando la apatía, o las encuestas, se ceban con su partido, le ponen en una posición incómoda  y embarazosa porque le dejan las vergüenzas al aire. Ha mostrado el artilugio y cualquier ciudadano está harto de correr tras la liebre mecánica. Tenga cuidado, pues lo que solivianta en España es el ademán.