Es
evidente que el epígrafe le procura cierta convulsión al dios Crono, pues los
hechos han ocurrido tal como indicaría una lectura inversa. Cierto, titulando
mártir, inconfeso y traidor ajustamos cronología con realidad. El personaje,
complejo, oscuro, opaco, vive envuelto en un bucle sin principio preciso ni final
supuesto. He observado indudable paralelismo entre el relato de Zorrilla y los
acontecimientos actuales, si restamos fatalidad al desenlace presente. A nuestro
protagonista, al igual que el del famoso dramaturgo, le persigue un destino
eminente pero incierto, riguroso, efímero. Ha querido burlar a los hados y
estos se tomarán una venganza fría, justa, reparadora. Es difícil eludir las
penas que conlleva quebrar el orden establecido, de forma contingente, por el
propio destino -rasgando la lógica del caos- al tiempo que nos sumergimos en un
laberinto instrumentalizado por ruindades sin freno.
Sánchez,
ese figurante inmoral, fulero, mereció el martirio que ofrendaron en el ara
quienes pretendían salvaguardar las esencias socialdemócratas. Elegido
secretario general del PSOE por un error humano, quiso darle una entraña
personal e intransferible. Se olvidó de aquella tarea que venía cumpliendo
desde hacía cuatro décadas para mejorar la vida del ciudadano y conseguir su
bienestar social. Prefirió seguir el sendero iniciado por Zapatero enfrentando
la sociedad con dos objetivos: agarrarse al poder de forma duradera y ganar
socialmente una guerra perdida, a la vez que olvidada. Tal empresa le llevó a
realizar una política de cortocircuito con su simétrico en el gobierno. La
dispersión creada fue debilitando un bipartidismo positivo, incluso con los
altibajos producidos por discrepancias no siempre realizadas bajo un prisma de
sana nobleza.
Probablemente
no fuera justo achacarle la solidez con que aparecieron dos siglas para
arrebatar parte del protagonismo político. Sin embargo, sí reconoció de facto
la envoltura democrática que le proporcionó a Podemos, un partido con ADN
totalitario. Dicha asunción, con el repudio indefectible de una sociedad
moderada, junto al obstáculo que suponía Sánchez para formar gobierno, hizo
recapacitar a buena parte del PSOE -sobre la deriva peligrosa a que lo avocaba-
concluyendo con la decisión de hacerle renunciar en una Asamblea General ya
famosa. Al tiempo, surgió la figura de David, ese mártir sin mancha, sosias del
pueblo masacrado por el poder. Rajoy tuvo a su alcance un gobierno inmerecido,
pero necesario para que el país no ahondara todavía más la crisis. Por fas o
por nefas, aquella gestora, presidida por Javier Fernández, y el propio
gobierno quedaron heridos de muerte. Surgía la leyenda del Ave Fénix.
Sánchez,
destronado por la élite dominante del partido, escrutó las normas internas para
elegir un nuevo secretario general. Un último cambio daba a los afiliados la
posibilidad de elección directa. Contra todo pronóstico, ganó el defenestrado
secretario. En una campaña total, recorriendo “hasta el rincón más pequeño de
España con su Peugeot” (según las crónicas del momento), sedujo a base de
proposiciones inconfesas, veladas por la inconcreción nacida del engaño, a una
filiación raptada con relatos heroicos que ella misma provocaba con ingenuidad y
desprendimiento. De forma artera, escondiendo su verdadero talante a unos y
otros, empezó escalando la cima que ansiaba. Los escrúpulos no iban a
constituir ningún obstáculo, pues estaba decidido a todo con tal de completar
sus aspiraciones. Preparando un terreno que le era adverso, sembrando de nuevo
falsedades, fue capaz de converger ideologías opuestas para desbancar a Rajoy.
Cuando
llegó el momento de abonar el peaje convenido, expresa o tácitamente, empezaron
a surgir disensiones dentro del PSOE una vez que Andalucía dejaba al
descubierto una herida sangrante, mortal de necesidad. Si la fortaleza andaluza
se desmoronaba después de casi cuarenta años, el resto de autonomías se verían
atrapadas por similar terremoto. Sus presidentes declinaban ser pasto de alimañas
para que Sánchez siguiera vanagloriándose unos meses. Empezó a sentir el sabor
de la desilusión cuando, quizás demasiado tarde, se dio cuenta del pacto tóxico
que le llevo a La Moncloa. Ubicarse en ella puede costar un alto precio, pues
España, el PSOE y él mismo, se encuentran maltrechos. De momento, todos sus
socios -tal vez a excepción del PNV- lo califican de traidor. Los
independentistas, bastante ciegos, con mayor vehemencia. Ellos, no dan crédito
a la actitud presente de Sánchez; yo, tampoco a aquella que le permitió
entrampar a todos.
Traidor
le llaman también quienes forman la “derecha trifálica” de la ministra Delgado
o los “trillizos reaccionarios”, menos libidinosos, de Irene Montero. Sospecho
que un alto porcentaje del pueblo español camine, asimismo, en la misma
dirección. Hasta doy por bueno que tamaña etiqueta tenga similar rigor al
“partido más corrupto de Europa” que se le colgó al PP como excusa para
“robarle” la cartera. Detrás de estos asertos tan inclementes, se esconde un
deterioro irreflexivo del sistema. El individuo, huérfano de soluciones, va
respirando aire contaminado por quienes debieran purificar la percepción
democrática. No obstante, ocurre lo contrario y esta caterva de indocumentados
potencia su refutación de forma alarmante. No es un hecho novedoso, ni mucho
menos, pues llevamos siglos sobrellevando semejante desolación. Describen un
sistema esperanzador para, a poco, deslizarse al olvido ignominioso.
Traidor o
no, es un hecho incuestionable su nefasta contribución a la divergencia social
e inoperancia gubernativa. El primer menoscabo nace de un afán renovado por
llevar a sus últimas consecuencias la llamada Memoria Histórica, tan sectaria
como marrullera. Una ley de género, bastante cuestionada por muchas mujeres que
tienen hijos y por quienes se niegan a financiar y/o mantener chiringuitos
diversos, así como algunas propuestas de protección del medio ambiente, no
probadas, constituyen pruebas insuficientes para constatar un gobierno eficaz,
operativo. Antes bien, diría que su eficacia -tras meses de experiencia
ciudadana- es nula. De ahí el libro presidencial y la procesión de ministros
que recorre las televisiones patrias, aun foráneas. Todo para nada ya que a
Sánchez le quedan dos meses. Demasiados embustes y pocos resultados. Mártir,
unos meses; inconfeso, siempre; traidor, puede que nunca. ¿Y qué?