jueves, 26 de mayo de 2022

LA CIUDADANÍA

 

Ciudadanía, según la acepción primera significa cualidad y derecho de ciudadano. Históricamente la izquierda no solo no reconoce cualidades y derechos individuales, sino que la palabra ciudadano debe estar extinguida en sus textos desde el instante mismo de su nacimiento. Recurre, eso sí, a una retórica seductora capaz de atraer millones de incautos que olvidan las diferencias abismales entre vocablos o frases fascinantes y realidades que ofrecen, o debieran, análisis reflexivos y cautelosos. Quien esté colgado del dogma, ardid, alucinógeno o botellón (sinónimos irreductibles, al menos los dos últimos, en la época actual) extravía cualquier oportunidad que pudiera brindarle la especie humana; es decir, actuar con una cierta dimensión lógica. De forma más o menos consciente, echamos culpas a los gobiernos cuando debiéramos mirar nuestro quehacer.

En la segunda acepción, ciudadanía se refiere al conjunto de ciudadanos de un pueblo o nación. Con el mismo modelo, es decir, tomando al ciudadano rehén de meticuloso e incompleto vaivén, la izquierda —que no cree ni en el colectivismo utilizado como elemento embriagador— escinde o mutila dicho grupo (la sociedad) forzando una clasificación maniquea. Sin embargo, en su fuero interno se manifiestan portavoces ecuménicos adjudicándose una representación inexistente, bastarda. Es comprensible, absortos por las lacerantes fatigas con que suelen zaherir estos aventureros escasos de facultades, que nos pase inadvertido el objetivo final: desvertebrar el Estado y al individuo. Constituye una prelación silenciosa, discreta, para conseguir algo intuido pero de difícil confirmación. ¿Quizás un orden nuevo a costa del obrero? No es descartable.

La forma en que me expreso, atribuyendo a la izquierda toda maquinación, pudiera llevar a error. Cierto que originariamente los regímenes totalitarios, populistas, usaron estos métodos fariseos hasta la saciedad. Recordemos, como algo tópico, las abundantes propagandas fascistas, leninistas-estalinistas y nazis. Hoy, ignoro si por querencia, tal vez envidiosa praxis, cualquier ideología —sin ser doctrinalmente populista— se ha pasado al campo de la farsa. Los españoles, al final, son incapaces de disociar estilos, comportamientos, propios de la derecha (más o menos centrada) y la izquierda (más o menos extrema). El PP lleva tanto tiempo mirando, asimismo imitando al PSOE (actual sanchismo que lo ha ocupado), que hace imposible la discriminación entre el uno y el otro. Llevamos cuarenta años de plena y lamentable conexión.

Entre asombro y desasosiego, veo cómo políticos de todo pelaje insisten en utilizar un diccionario tramposo. Democracia, por ejemplo, parece pilar básico del gremio comunista que lo afirma con la misma vehemencia con que el beodo niega su estado, cuando ambos términos (democracia y comunismo) son incompatibles. Los frutos que recogen de esas evocaciones postizas, deben compensarles porque si no terminarían por desechar dichas tácticas estériles. Al fondo, encontramos un poso fosilizado de ilusa suficiencia. Sospecho que una minoría se interroga: ¿pero que dicen estos gilipollas creyéndonos imbéciles? La cuestión estriba, más allá de conjeturas, en el posicionamiento adoptado por la mayoría. Deduzco las enormes dificultades que supone librarse del continuo asaeteo informativo a que somos sometidos de forma exagerada e inmisericorde, pero eso nunca debiera impedir una serena meditación, un análisis crudo de cada uno sobre el contexto individual y colectivo.

Temo —y podría asegurar sin pruebas, pero saturado de evidencias— que cuando un político apela deslenguado, exiguo de escrúpulos, a la ciudadanía es que quiere aprovecharse de su candor. Ocultar ansias desenfrenadas bajo el ropaje de ejemplar servicio y difundir esfuerzos imaginarios, aparte de fraude, es una inmoralidad cuya cabida se da únicamente en personas capaces de soportar gruesos calificativos. Hace unos días, sin ir más lejos, la vicepresidenta Yolanda Díaz pronunció no menos de seis veces seguidas el vocablo mencionado. Como suele decirse, la música sonaba bien; no obstante, el libreto era ilegible, inasimilable. Estaba defendiendo un estatus económico-social propio, inconquistable fuera del espacio gubernamental. ¡Qué vamos a decir de la inquieta y descocada ministra de igualdad!, para no extendernos con otros todavía más indocumentados y no por ello sumos hacedores en inutilidad.

Unidas Podemos (desunidas hasta límites extravagantes), sobre todo sus dactilares “lideresas” Montero y Belarra, acopian vocablos que pretenden ser mágicos dada la insustancialidad con que los citan. Me recuerdan a papagayos repitiendo lo que las visitas a familias bien han oído cientos de veces y sus dueños exhiben sin pudor. Cada jornada, cada información, nos aportan al compás de otros conmilitones “preparadísimos” la trascendencia del arte político desviando el polo de atención o desgranando mensajes que destierran cualquier desvelo hacia la “gente”, alternativa talismán, magnética, a ciudadanía. Pese a todo, aún hay auditorio dispuesto a comulgar con ruedas de molino. Es evidente que quien desvaría son las tragaderas, no las ruedas.

¿Excluyo a la derecha de tales prácticas inmundas? ¡Qué va!, en absoluto. Con todo, colocar el plano a altura similar, cometeríamos —desde mi punto de vista— deslices varios. A destacar, de justeza y de justicia. Cierto que Vox, por ahora, niega incoherencias especiales, probablemente porque necesita asentar responsabilidades e indicar cuánta veracidad hay en sus mensajes. PP, al contrario, lleva desde el inicio probando las mieles del poder nacional y autonómico. Sería absurdo ocultar, aunque se desgañite, su connivencia con el independentismo y doblez dialéctica empleada con los españoles. Creo innecesario revivir episodios concretos en épocas de Aznar, Rajoy, Casado (algo menos infortunados) e inicios de Feijóo dando tumbos nacionalistas.

¿Acaso excluyo a los medios de comunicación? Estos, quizás superen a los políticos en el trato a la “ciudadanía” porque son cajas de resonancia y conforman una mentalidad social acorde con sus ideas o con las de sus tesoreros. Sin ir más lejos, el episodio de la terrible matanza de Uvalde ha servido para denigrar la posesión de armas en EEUU arreciando críticas sobre los republicanos, presunto calco de la derecha española. Yo no entro ni salgo, pues la disyuntiva lleva al menos un siglo de existencia en aquel país. Han pasado por alto el instinto espeluznante de la izquierda por votar a favor de dictaduras. Así, con la excepción de Vox, que lo propuso, apoyado por PP y Ciudadanos, no se ha declarado a Putin persona non grata. Silencio el atributo eugenésico dado a Vallejo Nájera (que no discuto porque desconozco su línea teorética sobre psiquiatría) cuando se calla el gigantesco control chino de la natalidad desde hace cincuenta años. Deduzco que Vallejo Nájera, probablemente con poco asiento ético, deseaba subsanar una problemática social, discutible si quieren, igual que China. Las vestiduras se deben desgarrar sin apaños.

Termino con cita de The Economist: “Sánchez ha convertido a España en una democracia defectuosa”. Hemos descendido seis posiciones y quedado a la altura de Chile.

viernes, 20 de mayo de 2022

LEY DE SEGURIDAD NACIONAL

 

Todas las leyes decretadas sobre el epígrafe —y que no han tenido durante su tramitación grandes discrepancias partidarias— han sido contestadas una vez puestas en vigor. Unos y otros han hecho cálculos de su provecho cuando estén en el poder, pero a ninguno satisfacen cuando conforman la oposición. Viene a ser un amor incompleto, sin asumir por entero los gozos y las sombras que parecen distintos, si no opuestos, adaptándose al personaje y a los tiempos. Independentistas catalanes, vascos y Bildu han presentado enmiendas a la totalidad de dicha ley que no han prosperado por el voto conjunto de PSOE (sanchismo), PP, Vox y Ciudadanos. Hay en ella dos aspectos cuya interpretación pudiera rozar los principios democráticos y constitucionales. Aludo al control total del presidente, en caso de crisis, y su reserva sobre los recursos públicos y privados.

La primera ley democrática al objeto de salvaguardar presuntamente los intereses ciudadanos se hizo en mil novecientos noventa y dos: Ley de Seguridad Ciudadana (llamada también ley de la patada en la puerta) aprobada por PSOE, CiU y PNV. El Tribunal Constitucional, a propuesta del PP, determinó, en parte, su inconstitucionalidad. Luego todos, defensores y contrarios, aplicaron sus artículos sin remilgos, sin rienda, convencidos de total limpieza y legitimidad para hacerlo. Debemos asumir, si no lo hemos hecho todavía, que —tanto inquisidores como exculpados—expresan opiniones encontradas siguiendo objetivos e intereses espurios, antisociales. Su verdadero rostro siempre es una incógnita porque varía con el lugar donde se encuentren u ocupen; es un rostro intercambiable, una máscara lasciva, una farsa retórica dentro del Parlamento.

La siguiente, realizada por Rajoy (conocida por Ley Mordaza), entró en vigor el mes de julio de dos mil quince; es decir, tres años y medio después de alcanzar el gobierno y denostar hasta el infinito —no sin alguna razón sustantiva— la ley Corcuera. Lo chocante, absurdo y cínico, es que la nueva norma recortaba más libertades y derechos ciudadanos. Sus puntos principales se basaban en el aumento de multas (recurso extrajudicial), prohibición de rodear el Parlamento y de los famosos “escraches”. Como se ve, un compendio para “restringir” los abusos del poder. Ignoro si con sorna, se le llamó Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana. Como viene siendo habitual, el PSOE presentó un recurso de inconstitucionalidad resuelto a finales de dos mil veinte, tasando de constitucional el, al parecer, punto de mayor fricción que era las devoluciones en caliente.

El proyecto de Sánchez (Ley de Seguridad Nacional), en fase de trámite parlamentario superadas —con ayuda de PP, Vox y Ciudadanos— las enmiendas a la totalidad presentadas por los grupos independentistas, supera con creces a las dos anteriores constriñendo libertades y derechos ciudadanos. Dos elementos constituyen el sesgo dictatorial, salvo matizaciones posteriores, del proyecto: la asunción de plenos poderes en momentos de crisis por el presidente del gobierno y la puesta a su servicio de todos los bienes públicos y privados, excusando así expropiaciones incluso arbitrarias o antojadizas. Estoy convencido de que, a cualquier partido con aspiraciones fundadas de ostentar el poder, tal ley satisfaría recónditos u oscuros deseos de poder tiránico, sin frenos. Más en una democracia pervertida como la hecha contra nuestra opinión y patrocinio. Tales apetitos se indigestan siempre a quienes ejercen de eternos opositores.  

Cualquier texto oficial que albergue plenas atribuciones du cualquier individuo sobre unos ciudadanos al descubierto, me retrotraen a esas propuestas de cambio constitucional efectuadas por jerarcas hispanoamericanos. La experiencia prueba que ninguno pretende con semejantes reformas potenciar ni fortalecer las libertades de su país sino atropellarlas. Dado el cesarismo en que ha quedado convertida la democracia española, cuando se habla de gobierno —o de instituciones públicas— estamos hablando en realidad del presidente en ese momento. Pues bien, el Real Decreto 1150/2021 de 28 de diciembre, elaborado por el gobierno (con la indicación anterior), aprueba la Estrategia de Seguridad Nacional centrado, cita su capítulo primero, en incertidumbres futuras por la transformación digital y ecológica como palancas de un cambio geopolítico.

Esta pócima, exquisitamente desarrollada, completa en cinco capítulos una lectura cuanto menos nebulosa. El segundo se regodea con una indescifrable y capciosa “España Segura y Resiliente”. El tercero, ya en plan censor, afirma ser un riesgo las campañas de desinformación. No existen referencias ni concreción precisas, como si de esa incertidumbre pudieran fluir diligencias que coartaran sentires contrarios a los oficiales. Como cuarto capítulo (que yo denominaría buñuelo de viento) se abre un universo oculto, extravagante, al proponer el ininteligible “Planeamiento Estratégico Integrado” Termina requiriendo la mejora de las comunicaciones especiales de la presidencia del gobierno. Anuncia, en fin, la utilización de personas y bienes privados en un contexto ambiguo. Al decir del ejecutivo, el Consejo de Seguridad Nacional, CNI, Comunidades Autónomas y personas expertas de reconocido prestigio e independencia son sus autores.

La Constitución, en su artículo ochenta y dos, manifiesta: “En caso de extraordinaria y urgente necesidad, el gobierno podrá dictar disposiciones legislativas provisionales que tomarán la forma de Decreto-leyes y que NO podrán afectar al ordenamiento de las Instituciones básicas del Estado, a los derechos, deberes y libertades de los ciudadanos regulados en el Título 1, el régimen de las Comunidades Autónomas ni el Derecho Electoral General”. El artículo ochenta y seis especifica que los Reales Decretos no pueden afectar a los derechos fundamentales y el treinta y tres aclara el derecho a la propiedad privada. De todo lo antedicho se deriva una probable inconstitucionalidad de algunas normas emanadas del texto y que PP, Vox y Ciudadanos aprobaron a falta de su aclaración final por las Cortes.

Los precedentes no estimulan ni la esperanza ni el optimismo. Sabemos qué pasó con los Estados de Alarma y de la inutilidad ofrecida por el Constitucional, respecto a la vulneración de derechos fundamentales, con una resolución tardía e irreversible. Los ademanes despóticos, dictatoriales, de Sánchez no presagian nada bueno, más si consideramos el efecto adverso de esa propaganda y mentira permanente en que basa su proceder político. Muchas veces me pregunto cómo hemos llegado a semejante situación límite, a este sangrante camino al abismo, y no encuentro respuesta racional. Espero que los tribunales españoles y europeos impidan, en parte al menos, que tal aventurero deje pasar (por la puerta de atrás y se le consienta) regímenes por suerte ya superados.

viernes, 13 de mayo de 2022

LISTOS, TONTOS, LISTOS TONTOS Y VICEVERSA

 

Hay vocablos cuya asistencia al diccionario se hace innecesaria porque el individuo tiene una idea casi ingénita, connatural, de los mismos, motivo que lleva a inferir una estructura cognitiva ya existente. Listo y tonto no son conceptos rectilíneos ni transversales, menos aún estáticos. Poseen encarnadura ondulante sobre un eje horizontal que desagrega o separa las intenciones censurable-laudatorias de quienes las utilizan como aldaba para requerir la conciencia social. El tono fundamenta si los colocamos, a priori, en el plano superior o inferior del eje antedicho, ya que separa también afecto e insulto.  En ocasiones, tal vez con demasiada frecuencia, conforman un rito social, una especie de pauta, sin ninguna inspiración previa cuando su alcance se considera indulgente y divertido. La mayoría de las veces son veleidades, hábitos con raíces profundas, irreflexiones ingenuas.

Sobrepasando lo ya expuesto —hasta ahora un empeño puramente físico (elongación de la onda que refleja el matiz del apelativo)— cualquier individuo puede apreciar una u otra lectura a base de precisión o escrupulosidad. No es suficiente con suponer, incluso asegurar concienzudamente, que uno es listo o tonto. Aparte de la carga, positiva o negativa, que pudiera suponérsele al epíteto aislado, hemos de considerar su aplicación y ejercicio. Sin estos dos componentes, el mero atributo queda vacío, insustancial, antojadizo. Es imprescindible, pues, extender exposición y servidumbre a un contexto claro, demostrable, bajo control. Pongo a su disposición un ejemplo paradigmático. En algunos autobuses municipales de Valencia puede leerse el siguiente texto: “Este autobús no admite violencia sexual”. ¿Acaso otros sí? Autor y ordenante, al alimón, ostentan aplicación y ejercicio; siguiendo el modismo, no son tontos, no, lo siguiente.

Si bien hay diminutivos y aumentativos que desenfocan estos vocablos a gusto del consumidor, salvo interés o intención de perder el oriente, mejor dejarnos llevar por un natural consenso definitorio. La magnitud de listeza corpórea, estricta, matemática, (la buena), viene determinada por un coeficiente intelectual. Listillo, paradoja despectiva, monopoliza siempre el desdén, aunque haya quien advierta cierta dosis, escasa, decadente, de envidia zafia. Asimismo, tontín (cariñoso e inusual) y tontorrón (tontón ofrece paridad con instrumento-guía), quedan a merced de especulación semántica. Ocurre, a caballo entre ignorancia y bellaquería, que aparecen locuciones adverbiales ofreciendo una imagen plástica particular. Pedro Castro, alcalde de Getafe, se preguntaba: ¿Por qué hay tanto tonto de los cojones que todavía vota al PP? ¿Cuánto de tonto es un tonto de los cojones? Quizás el propio Castro fuera la medida exacta, vivida y probada.

Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola, provocador y anticipativo manifestó: “Solamente los tontos que siguen con la tarifa reguladora del gobierno pagan más luz”. Ignoro las razones, pero me recuerda muy mucho al alcalde de Getafe pese a circunscribir a la cualidad que nos ocupa solo a quienes siguen con la tarifa reguladora del gobierno. Esta absolución al resto le libra de engrosar el hatajo del que Castro aparenta ser ejemplar cualificado. ¿Por qué lucubro, casi en exclusiva, de los tontos saltándome el orden señalado en el epígrafe? Porque son mayoritariamente quienes se aplican y ejercen de tales. Los listos ofician de incógnito, furtivos; además, soslayan los momentos críticos, trascendentes, donde irracionalidad e incomprensión se adueñan del entorno. Ahora llevamos un largo período en que todo ¿esfuerzo? por salir del caos queda a sus expensas.

Considero que todo signo de listeza ha quedado adscrito históricamente al pueblo español. Esta premisa conlleva un interrogante contradictorio: ¿De dónde surge, pues, tanto político asnal, indocumentado? En descargo de ellos diré que su exuberancia y raigambre alcanza su clímax desde hace dos decenios. Antaño eran presuntamente mangantes (calificativo presidencial), estafadores, cleptómanos (ahora también), pero exhibían un sello de capacidad que hoy no aparece ni por ensalmo. Sí, el ciudadano es una especie rara sometida a carencias y abundancias naturales o creadas por subrepticias ingenierías sociales. Le falta espíritu crítico, rebeldía, desafecto y eficacia política. Le sobra conformidad, adherencia e inacción.

Tontos, tontos —en sentido estricto, inclemente— a lo mejor no hay muchos pese a que los políticos actuales confirman lo contrario. Existe el tonto útil, elemento imprescindible en la farsa, remedo del tonto de capirote. Haciendo esfuerzos supremos, me es imposible encontrar una sola legislatura desde el inicio democrático (por definir esto con generosidad) que aglutine tanta indigencia, modorra o desasimiento estratégico. Zapatero y su gobierno, que pusieron el listón muy alto, quedan superados por esta banda sin escrúpulos. Espero que hayamos conseguido la cima, pero el horizonte próximo, léase Feijóo, no se percibe tranquilizador tras ese asenso infausto con el empresariado catalán.

Opino que Yolanda Díaz instaura un ejemplo impagable como figura del listo-tonto en diversas versiones y fechas. No acaba de asentar su entraña estética ni fecunda. Sobre pasos certeros, a priori, siembra extravagancias constantes modulando el personaje mitológico de Penélope. Argumenta que duplica las subvenciones a los sindicatos para “promover sociedades pacíficas”. Como sus colegas (¿compinches?), acostumbrada a dar la nota fuera del pentagrama. Más allá de una fachada hermosa y lozana, quizás retrechera, enseña gestos postizos afirmando nulo poder de convicción.

El viceversa —es decir, el tonto listo— aparece, en exclusiva, vistiendo aparejo de escalador que le permite ascender, llegar al poder, llámese político, económico, sindical o social. Si me apuran hasta pudiera encontrarse algún espécimen infrecuente dentro del ámbito religioso. Ahora mismo, dicho primer colectivo es el más peculiar en larguísimo tiempo de la preeminencia nacional, notablemente apegado a caprichos, abusos e impunidad. Las sesiones de control al gobierno dejan innumerables reseñas. A nada que pongamos atención, descubrimos mucho indocto expresándose ex cátedra con sueldos fuera de toda equidad y merecimiento, ministras y ministros mayormente.

Cualquiera puede satisfacerse (incluso engreírse) o frustrarse por los dones recibidos de la madre naturaleza. No obstante, salirse del tiesto, menospreciar al ciudadano que sufraga su opípara existencia mientras se sube a la chepa, me parece rastrero, casi delictivo. Da vergüenza ajena la forma en que estos miserables tratan al pueblo. Están convencidos, así al menos lo manifiestan, de que el español es idiota crónico cuando, a fin de cuentas, recuerdan aquel viejo programa de tv cuyo protagonista —tras una retahíla de pugnas dialécticas—  concluía: ”y el tonto soy yo”. “Conócete a ti mismo” aconsejaba el oráculo.

Para evitar su deplorable actuación, para apartarlos del poder en beneficio del país, estemos pendientes de sus obras, de lo que les preocupa el español de a pie; démosles una lección ética y democrática. A todos. Si ellos no quieren saber nada de nosotros, ¿por qué razón tenemos que estar pendientes de ellos? O los frenamos o desmantelan España y la democracia, si es que queda algo de ella. ¡Cuidado con la Ley de Seguridad Nacional!

viernes, 6 de mayo de 2022

EL ENGAÑO

 

Sabemos que el español es idioma rico, variado, desde un punto de vista semántico. Así la palabra esencial del epígrafe significa, en su punto uno, “acción y efecto de engañar” mientras su acepción cuatro dice: “muleta o capa que usa el torero para engañar al toro”. Puede observarse una voz común en ambas entradas: “engañar”. Hay una locución adverbial que ofrece la respuesta compensatoria de sus efectos. “Llamarse a engaño” retrae de lo pactado por haber reconocido el engaño en el contrato o pretender que se destruya algo alegando haber sido engañados. Caben diversas probabilidades, pero la eficiencia y utilidad de tal medida vincula el mensaje con las personas que decidan llevarlo a cabo. Es decir, se consigue lo que cada cual esté dispuesto a contender con quien haya realizado la estafa, gobierno o individuo acostumbrado o no a vivir del cuento.

Esta bifurcación lingüístico-taurina me origina desconcierto porque ignoro, y me temo lo peor, el enfoque que le dan los últimos mandarines de nuestro país. La farsa lleva implícita convertir realidades adversas en ficciones gratas. Decían los clásicos que política era el arte de lo posible cuando la experiencia constata que convierte lo imposible en inobjetable. Solo necesita mentiras grotescas porque las creíbles se reconocen enseguida, no dan el pego. Dicha coyuntura me lleva a la certidumbre de que a nosotros nos ponen la muleta, el ”engaño” taurino, para llevarnos por rutas laberínticas y desconsideradas. Si, asemejando quehaceres, un torero ofrenda su vocación mientras el gobierno escarnece al ciudadano, vemos al toro noble y al pueblo ruin, menguado. Tal estilo es muestra de ignominia por parte de unos e insensatez necia por quienes, silenciosos, aceptan tal degradación.

Recuerdo, todavía fresca, aquella frase de Rubalcaba que traspasó dos veces cualquier umbral decente. Primero porque era día de reflexión y luego por el cinismo que exudaba: “Los españoles merecen un gobierno que no les mienta”. Fue el trece de marzo de dos mil cuatro, dos días después del realmente impenetrable e indescifrado atentado que ocasionó ciento noventa y un muertos y más de mil ochocientos heridos. Hasta aquel momento habían pasado por Moncloa Suárez, Calvo Sotelo, González y Aznar; de su partido, solamente González. Siendo uno de los más relevantes, espero que nadie ose afirmar su firme voluntad de decir siempre la verdad. Comparando su sinceridad con Zapatero o Sánchez, encontramos diferencias siderales, pero González (sin obviar a Suárez, Sotelo, Aznar o Rajoy) realizó también demasiadas patrañas y fingimientos. 

El Covid ha dejado al descubierto talante e impudor —ya apuntado desde su etapa de tertuliano torpe, si bien facundo— de este impostor que ocupa el país. Su negligencia proveniente bien de cosechar frutos políticos, bien por imprevisión (eufemismo, tal vez, para esconder carencias), ocasionó miles de fallecidos, muchos camuflados eficazmente, bajo múltiples causas “inimputables” al gobierno. Luego, cobarde y alevoso, descargó todo protagonismo sobre las Autonomías, caso único en el mundo occidental durante una pandemia, probablemente catástrofe nacional. Tales antecedentes y el control de la fiscalía han impedido prosperar cualquier causa jurídica abierta. A continuación, decretó dos Estados de Alarma que encubrían exceso de autoritarismo y que fueron ilegalizados, sin consecuencias efectivas, por el Tribunal Constitucional.

Otro engaño —doble en este caso, pues “toreó” a españoles y gobierno independentista catalán— inimaginable, ponzoñoso, disparatado, fue la compra-venta de incentivos nacionales e independentistas realizada a ERC para formalizar el gobierno Frankenstein. El haber está a la vista, el debe es una incógnita o quimera que se disipará cuando lleguen (temo que antes de finalizar dos mil veintidós) las siguientes elecciones. Ambición y resuelta desenvoltura ha costado a los españoles algunos miles de millones amén de otras “bicocas” menos notorias, pero más lacerantes. Pegasus ha destapado la caja de fuegos artificiales y el “pobre” Sánchez no sabe cómo recomponer la calma unos cuantos meses más. Si es que es el pupas. Se le junta una economía ruinosa, en bancarrota, que debe “colar” a Europa; invasión de Rusia a Ucrania con medio gobierno a contra corriente; una imagen nacional e internacional pueril, desaliñada; asimismo, viene ERC con exigencias de cesar a Margarita Robles y directora del CNI. ¿Puede aguantarse tanta fatalidad?

Si peligrosos son los arrumacos con ERC porque nos jugamos la unidad efectiva de España, no menos serias aparentan las conexiones con Bildu. Desligar ETA, su recuerdo, de dicho partido constituye un ejercicio casi de prestidigitación para la sociedad española. El recorrido fue largo, sangriento e implacable y por ello de difícil ajuste al Estado de Derecho. Conjeturo que el PNV ha de recomponer su estrategia y huir del gobierno Frankenstein. Debiera considerar una probable pinza entre Bildu, Podemos y PSOE (sanchismo). Sánchez, por lo anteriormente expuesto, acentuará el desafecto del votante.

Los medios afines despliegan convincentes “engaños”, taurinas muletas, y sus seguidores se alimentan de pitanza en mal estado, corrupta. Quienes se oponen al gobierno, con matices sustantivos, tampoco hacen gala de neutralidad manifiesta. Objetividad y ética quedan oscurecidas, en este caso, por intereses diferentes al incentivo crematístico, pocas veces comprendidos salvo que sus personajes exhiban una militancia idealista, no partidaria. Esperemos que pronto, alguien audaz, denuncie con brío ese papel nocivo.

Nuestro gobierno que ha marcado el récord de embustes y enredos posee, además —pese a constantes encomios de inexistente transparencia— un liderazgo inalcanzable en oscurantismo. Con la excusa de secretos oficiales por seguridad nacional, no da cuenta de gastos ni patrimonios seguros, innegables. Solo el rey ha ofrecido cierta limpieza, pero ni presidente, ni ministros, ni otros gerifaltes, han mostrado los gastos respectivos. Tampoco sabemos el derroche sobre Patrimonio que disfrutan miembros del gobierno e invitadas personalidades extranjeras. Luego viene la vicepresidenta segunda, arropada por sindicalistas subvencionados, y suelta con desparpajo: “Hemos mejorado la vida de los trabajadores”. Esta señora lleva tiempo toreando al obrero.

Las últimas jornadas han traído un doble desahogo de presunto espionaje que, en palabras del “erudito” Rufián, “podrían poner en peligro hasta la democracia”. Primero fueron las escuchas realizadas por el CNI a todo líder independentista que ha conseguido enrabietar a ERC que, se asegura, hace lo mismo en catalán y aranés específicamente, sin obviar la investigación que los “mossos” realizaron a partidos y personas antagónicas al gobierno catalán. Tal cuestión interna, pertinente por otro lado, tiene al gobierno penitenciando. El espionaje, casi dramatizado, a Sánchez y Robles tiene ribetes irrisorios o desatinados. La “muleta” gubernamental, que no rectifica ni descansa, parece magnetizar a un pueblo entre bobo e ingenuo. Corrobora el triste designio del ciudadano español.