viernes, 30 de agosto de 2013

PERSPECTIVAS DEL NUEVO CURSO


Hasta hace cuatro días, la terminología y mensaje que indica el sugerente epígrafe eran exclusivos de élites académicas. Hoy (bien debido a una aciaga masificación de las mismas, bien por injerencia política que alcanza todos los aspectos sociales) se visten con ropaje democrático y ampuloso. Antaño, las postreras jornadas agosteñas venían acompañadas sin remedio por el horrendo pavor que originaba la vuelta al torbellino laboral. ¡Qué agitaciones! ¡Qué trastornos! Diversos medios audiovisuales publicaban toda suerte de síndromes si el currante era vencido por el abatimiento. Técnicas, consejos, remedios, fórmulas, saturaban el éter con la firme pretensión de minimizar tan amarga vuelta al tajo. Seguramente su eficacia equidistara de los intentos. Ambos eran inútiles desde el comienzo.

Ahora, digo, cualquier individuo se pregunta qué perspectivas encierra el nuevo curso. No le inquieta retornar al trabajo porque lleva cuatro años buscándolo. Acaso, si tiene hijos, implore ayuda familiar o gubernativa para sufragar libros y material variado. Aquí emerge el primer ahogo porque todo es caro, enormemente caro, desde que -en mil novecientos noventa- aquella famosa Ley de Educación socialista notificase la gratuidad hasta los dieciséis años. Una promesa más incumplida por políticos de verborrea fácil e incoherencia supina. Eran conscientes del engaño porque la nefasta LOGSE jamás incluyó el necesario complemento de una rigurosa Ley de Financiación. Ignoro si los prebostes están al corriente (aventuraría que sí), pero un alto porcentaje de ciudadanos desconoce la magnitud astronómica que hay entre lo dicho y lo hecho. Así nos va.

Yo, harto de lucubrar sobre el devenir curso a curso (académico se entiende) pongo mi experiencia al servicio de la comunidad y, en su nombre, analizo las perspectivas que abre el nuevo curso político. Percibo, de antemano, negros nubarrones -ahora que estamos inmersos en una gota fría- sobre la cabeza de Rajoy. Un profundo movimiento dentro del PP apetece, cada vez con más despliegue e insistencia, su cabeza. Son prohombres, asimismo “promujeres” (vocablo menos chirriante que “miembras”), cercanos o alejados del poder. Temen no ya un descalabro electoral indudable, sino el ocaso del partido y el naufragio definitivo de España; eso, al menos, divulgan.

Rajoy no debiera terminar la legislatura al frente del gobierno. Parece juicioso este aserto. Don Mariano -ilícitos presuntos aparte- huye, respira medroso y contraría. ¿Quién iba a pensar hace meses que este señor haría bueno a Zapatero? Urge que deje la presidencia antes de culminar su labor destructora. Nos jugamos mucho en ello. El señor Rodríguez dejó su partido para el arrastre y al país casi. El actual presidente, sosias clónico de Zapatero (uno algo iluso, otro algo evasivo), lleva camino de acabar con la Nación y con el PP. Un conflicto se alza en el horizonte. Surge altivo, escabroso, a consecuencia de la estructura monolítica de los partidos. ¿Qué personaje y qué equipo cuenta con reputación para asumir la gobernanza de España? Algún temerario contestaría que, visto lo visto, cualquiera. Resulta, no obstante, arduo descubrir alguien sin contaminar, inmaculado. ¿Dónde encontrar a quien acometa la catarsis necesaria?

Aclarado y resuelto -si se consiguiera- este paso previo, piedra angular del momento, quedarían aún demasiados obstáculos e interrogantes por el trayecto. Un PSOE enquistado obsesivamente en una estrategia a la contra, de enfrentamiento, borda ese maligno papel entre desleal y traidor. El PP, este u otro, alimenta a su vez tal contradicción con el mismo objeto: obtener réditos electorales. Cabe preguntarse si fue primero la gallina o el huevo. Conforma una prueba de esfuerzo para tasar su respuesta coronaria y ambos quedan exhaustos, sin fuerzas. Nunca conseguirán el bienestar nacional.

IU y UPyD continuarán asomándose al contribuyente (antes ciudadano) cual escaparate navideño. Desplegarán una dialéctica que quiebre éticas, incluso estéticas, puestas en uso por sus hermanos mayores. Sin embargo, el individuo no debe dejarse seducir, como acostumbra, por retóricas de etiqueta. Ha de fijarse en los hechos que resultan más clarificadores. Hablar cotiza alto en sociedades desinformadas e incautas y algunos son expertos vendeburras.

El nacionalismo catalán se disolverá, cual azucarillo, víctima de su propia quimera. Esta Comunidad adoctrinada, intoxicada, por intereses desmedidos, sin cálculo alguno, ha desbordado las metas que pergeñaron CiU y PSC, al menos. Cambiarán enseguida su discurso aleccionados por el rigor económico a que conducirá su envite artero. Cuando uno se mete en laberintos, ha de tener ensayadas estratagemas de salida. Les auguro una penosa soledad. ERC se convierte en crisálida de corta existencia; su radicalismo reaccionario incumbe a patrones superados, más cuando afectan a espacios capitalistas amén de globalizados.

Sindicatos, prensa y CEOE seguirán exigiendo el óbolo gubernamental; vulgarmente chupando del bote. Quedan pocas dudas respecto a sindicatos y CEOE. Algunos medios sucumben al donativo permanente y venden su independencia por un plato de lentejas. Otros quieren cambiar el curso de los acontecimientos por prurito personal no ajeno a intereses particulares o de grupo. Los hilos siempre se mueven desde arriba en este teatro de marionetas. 

Advierto, a modo de epílogo y compendio, que nos espera un nuevo curso político donde modos y vicios seguirán campando a sus anchas. Transigiremos los mismos engaños, igual corrupción y parecida prepotencia. Eso sí, lo veremos repleto de confabulaciones, intrigas e insólitos episodios; todo ello sometido a una crisis moral, institucional y económica en aumento pese a los “brotes” aireados.

 

viernes, 23 de agosto de 2013

GIBRALTAR Y PEDRO JOTA


Agosto, mes tórrido por excelencia, este año ha visto rebasada su temperatura meteorológica. Desde el punto de vista informativo, se superaron todos los registros termométricos. No recuerdo ninguna temporada veraniega cargada con noticias de semejante eco ni conjetura social. El sesteo plácido, reparador, resultó contenido víctima de una vela involuntaria, ineficaz y puñetera. Las causas provienen de hondas aflicciones que asaetean espíritus espoleados por la inquietud. En esta ocasión, los ardores físicos infligieron menos desvelos que aquellos irradiados a través de la noticia, el comentario o el debate, más o menos juicioso. Desconozco la razón, pero el ciudadano ha cedido, bajó la guardia, dejando al relente nocturno una impronta de agotamiento porque no tiene cabida en su línea de defensa.

Ningún individuo corriente baraja una opción real de reformas sustanciales. Nadie concede certidumbre a cualquier ceremonia que suponga un giro definitivo en los hábitos democráticos. Causa extrañeza, por consiguiente, que el conjunto en su mayoría manifieste cierta curiosidad -que no interés- ante las vicisitudes externas (luctuosas en Egipto) e internas (fatuas, hilarantes, cuando no falaces y siempre usureras). Políticos nacionales, con la inestimable -quizás pactada- colaboración de algún foráneo desocupado e inmerso en parecidos laberintos electorales, proyectan alzar el diapasón en temas irresolubles, amañados o de difícil salida. Cuentan con la ayuda perversa de comunicadores inconscientes, orlados muchos por un aura magistral. La experiencia constata que los escenarios de corrupción, escamoteo y arbitrariedad o abuso, ostentan un alto porcentaje de impunidad total.

Gibraltar ejerce especial atractivo entre los diferentes medios. Pareciera que tres siglos de repetidas violaciones del Tratado de Utrecht, incluyendo otras cabriolas contra el derecho internacional, concentrasen su iniquidad a lo largo y ancho de este agosto convulso. Hemos vivido demasiadas ocasiones en las que el conflicto gibraltareño despertó inadecuadas, extemporáneas y suicidas reacciones populares. Tal vez fuera el absurdo resultado de añadirle al enojoso escenario unas gotas de catalizador patriótico. Resulta chocante que la complicación resurja habitualmente en momentos concretos; cuando el horizonte político interno llega al clímax de desconfianza social. No es un prejuicio firme, incuestionable, pero la “mosca está detrás de la oreja”. Acepto que la suspicacia es hija del desconocimiento. Cierra, necesariamente, todo itinerario confuso u oscuro pergeñado por tácticas políticas escasas en tasación y operatividad. Es decir, nace de un oscurantismo impuesto a la brava.

Es muy probable que ningún español (en menor medida los hijos de la Gran Bretaña, como gusta el aparte castizo) tenga o acepte una solución viable. Las hipotéticas buenas relaciones, pretéritas y actuales, entre ambas naciones sufren el escarnio de esa “mosca cojonera” que la pérfida Albión alimenta por boca de los “llanitos”. No siento animadversión por insecto alguno, pero el gobierno inglés pretende eternizar un desfasado derecho de pernada que transgrede los Tratados Internacionales. Utiliza para ello el argumento insípido de que son los propios habitantes del Peñón quienes anhelan ser ingleses. ¡Toma ya! Y se quedan tan frescos. ¿Imaginan su renta per cápita? Por dinero baila el can y por pan si se lo dan, dice un proverbio clásico.

El uso político, que sin duda se viene haciendo desde tiempos inmemoriales, no impide al ciudadano un sentimiento indomable de dignidad, incluso de arrebato. Propongo se adecuen dos medidas. Una de carácter interno que limite -dentro de los convenios bi o multilaterales- la libre circulación de personas, bienes y actividades económicas (más o menos legales) que impliquen beneficios materiales, asimismo de holganza. Su complementaria, de índole internacional, consistiría en demandar un recto arbitraje a Instituciones rigurosas cuyas resoluciones fueran de obligado cumplimiento. Entre Estados modernos, debe primar el derecho  y no la fuerza. Si alguno pretendiera tomar un atajo contrario a los usos, tácitos o explícitos, del procedimiento aceptado por la Comunidad Supranacional, debería ser llamado a capítulo de forma taxativa. Ignoro otra manera de impulsar armonía y paz duraderas.

Pedro Jota (ese periodista con talante dispensador), ensoberbecido por éxitos del pasado escabroso y dueño -presuntamente- de un poder decisivo en el devenir patrio, ha caldeado la información eclipsando a Bárcenas al convertirlo en actor de reparto. Sin él, Bárcenas sería un triste y olvidado paradigma del individuo trincón, antiesteta. Su rotativo dispensó al encarcelado hechura de chivo expiatorio arrepentido y colaborador. Capitaneó una maniobra de acoso y derribo al PP con pruebas comprometidas de ser ciertas. El PSOE, amén de la ciudadanía, creyó a pie juntillas los datos que resaltaba una atribuida contabilidad B. Sin embargo, la autoridad judicial mostraba dudas más que razonables. Tras diez días de desayunar con Bárcenas redivivo, los cacareados sobresueldos y la financiación ilegal, supuesta, del PP, se hizo un misterioso silencio atronador. ¿Arreglo? ¿Cálculo errado? ¿Repliegue?

Medios opuestos a El Mundo, algunos cercanos con matices, intuyen una manipulación previa de los informes presentados por el diario. Quizás se reduzca a poner en peligro los legítimos intereses del medio o arriesgada exposición a sombríos prólogos judiciales. Es evidente un cambio de dirección al tratar el tema. Pedro Jota, al estilo de los viejos filmes de Fu Manchú, consigue una puesta en escena periodística espectacular e imprevisible, súbita. A poco, con frecuencia, el fondo se esfuma lento y termina haciendo mutis por el foro. Cristaliza ese conocido aforismo: “Aún no asamos y ya pringamos”.

Gibraltar y Pedro Jota nos han dado el verano. Al PP también. Veremos los efectos políticos a medio plazo, aunque la memoria colectiva tiene escaso recorrido.

 

viernes, 16 de agosto de 2013

ADIÓS EUROPA


Hace años, casi dos décadas, trencé un artículo cuya tesis principal giraba en torno a mi escepticismo sobre la trayectoria del recién estrenado Mercado Común Europeo. Le auspiciaba un colapso inmediato. La codicia de ciertos estados continentales y las inveteradas suspicacias inglesas, acuñaban una vida incierta, breve. Era la naturaleza de los argumentos desplegados. Hoy, confieso mi extrañeza -no exenta de recelo- porque, contra viento y marea, haya llegado a la mayoría de edad. Si bien iba cumpliendo etapas, años, su existencia se ha visto empañada por la peor afección: el descrédito. Le ha tocado en desgracia desplegar más divergencias que acuerdos en cualquier escenario o controversia.

El problema de la vieja Yugoslavia no sólo fue germen de una guerra larga y cruenta (indirectamente sentó las bases para otra nueva, fecunda en bajas) sino venero de la melindrosa exhibición de una UE aparente, desvertebrada y cobarde. Se presentó una ocasión redonda para enarbolar genio, figura, autoridad. Sin embargo, titubeos -más bien deserciones- llenaron los despachos diplomáticos. Otros dieron el primer paso, dejando al descubierto un vergonzoso grado de incuria o, peor aún, de insolvencia. Luego, en  un gesto para salvar pruritos ancestrales, la OTAN vino a resarcir actitudes timoratas. Europa perdió así una ocasión única para apuntalar la preeminencia que le debiera corresponder en el concierto internacional.

La crisis económica, angustiosa en Irlanda y países mediterráneos, nos permite constatar -con escasas probabilidades de error- la inutilidad de una institución cuyo exclusivo objetivo pasaba por acabar con los stocks de producción en naciones muy industrializadas. Dichos sobrantes podrían consumirse en un mercado subvencionado y europeo. Por esto, algunos gobernantes (básicamente franceses y alemanes o viceversa) recibieron el inmerecido crédito de estadistas pre(ocupados) por una falsa federación europea. Todos buscaban beneficiar a sus respectivos países por encima de cualquier interés general. Adenauer, Schumann, Monnet y De Gasperi, son considerados padres de una UE en ciernes. Adenauer -con evidentes tics autocráticos- y Schumann eligieron el Sarre como centro neurálgico del futuro organigrama europeo. Un botón de muestra que resultó fallido gracias a la negativa de sus habitantes.

Estos días, por avenencias electorales -lógicas pero inmorales desde un punto de vista social- la señora Merkel habla del admisible abandono del euro. Pesa en su ánimo la participación alemana en los diferentes rescates de naciones con escaso aval. Le vino mejor la ayuda económica que recibió para conseguir la unificación. También el hecho de convertirse en acreedor único de la Unión Europea; un colonialismo impuesto por la fuerza monetaria, más eficaz que la militar. Todo tiene su costo. Utilizando una sabia terminología castiza “no se puede hacer tortillas sin romper huevos”. El empobrecimiento europeo conlleva necesariamente la penuria alemana.

Gran Bretaña jamás sintió entusiasmo e inclinación por ninguna empresa que vinera del continente. La Historia le recuerda que Europa continental trae problemas, sinsabores e inseguridad. Sus filias se encuentran allende los océanos. Conforma, respecto a UE, un fiel confidente de EEUU, un Caballo de Troya informativo, sin carga belicosa. Para Cameron, para los ingleses, someterse a la normativa europea le supone un esfuerzo parejo al de frau Merkel, aunque por distintas razones. A una le guía un supuesto bienestar económico; al otro pudiera asemejarle traición cierto presunto alejamiento, por fuerza mayor, del paraguas americano. Cada cual busca preservar la sombra que mejor gusta.

¿Y el resto? Francia, dañada su economía por corrupción o avatares diversos, cuenta poco en este monólogo alemán. Hollande, de padre ultraderechista y con su popularidad en caída libre, carece de toda fuerza moral y política para liderar un movimiento que pudiera frenar toda manifestación antieuropea. Italia, sentenciado Berlusconi a pena de cárcel, y España, a caballo entre corrupciones y financiaciones ilegales, ocupan sus desvelos en narcotizar a los respectivos ciudadanos. Ignoro si lo logran, pero centran esfuerzos necesariamente en cuestiones domésticas. Más allá, queda un escenario de lastre; como poco, de perezosa indolencia. Bastante onerosa, por cierto. Cálculos y expectativas se han consumido víctimas de la realidad.

Una voluntad artificiosa nunca puede ser benigna ni eficaz. No hace tanto, media Europa peleaba contra la otra mitad ambicionando imponer condiciones, cuando no exigencias compensatorias. Ahora, los famosos rescates se convierten en auténticas invasiones. La sociedad -cualquiera de ellas, rescatadoras o rescatadas- sienten vértigo. Además, el costo burocrático agrava la pérdida de soberanía nacional. UK Independence Party –inglés- y Alternativa Para Alemania (AfD) -alemán- apuestan con encendidos, asimismo cuantiosos simpatizantes, por la disolución ordenada de la zona euro. Bien, si todo va sobre ruedas, pero aceptamos el desbarajuste, y con desgana, sólo de los nuestros. Adiós Europa.

 

 

viernes, 9 de agosto de 2013

POLÍTICOS, UNA CASTA SUPERVIVIENTE


Mientras mis nietos, matamoscas en ristre, pretenden aniquilar los insoportables insectos (misión ilusoria), yo busco respuestas. No inquiero, ni mucho menos, por qué los veranos -más si son tórridos- se definen por sufrir tan agotadora compañía. Poco importa el calor, la somnolencia plomiza o las corrientes refrescantes pero dañinas. Sólo una reseña se repite invariable en la diversidad estival: las moscas. Constituyen, a nuestro pesar, la esencia del verano. Lejanos recuerdos de estos meses, concluyen por revivir pesadamente aquellos tiempos de miseria, de jóvenes tumbados -al sesteo, con extraños pantalones de pana, pena y remiendos- bajo, o al amparo de, sombras escasas, mínimas, que formaba las baja fachada unifamiliar. Y moscas, muchas moscas.

Los hábitats sufren la acción dinámica del tiempo. Cambian el aspecto físico; también el biológico. Lo que hoy existe, mañana evoluciona incluso desaparece. Tábanos (sin segundas lecturas) que hacían su agosto, nunca mejor dicho, martirizando asnos y mulos, ahora casi se han desvanecido. La maquinaria agrícola les ha llevado,  por poco, a su extinción, al menos en este ecosistema. Sin embargo hay seres y especies inmunes a los cambios, sean estos tranquilos o enquistados en transformaciones sensacionales. Ligado a mis raíces, la configuración del pueblo -pasados setenta años- dio un cambio excepcional. De igual manera, el arado romano trocase en maquinaria de último grito. La agricultura convencional y casi de subsistencia pasó a ser productiva, orgánica, técnica y sostenible.

España ha experimentado una transformación espectacular. Según cuenta la historia, un siglo ha sido suficiente para evolucionar desde aquella sociedad antañona, sometida e injusta, a otra, moderna, cultivada e independiente. La injusticia, la falta de equidad, potenciaba la sangría del proletariado, asimismo la incipiente clase media, sobre todo en la guerra contra Marruecos. Hoy, un ejército profesional salvaguarda la integridad física del pueblo. Del aislamiento y demérito internacional, hemos pasado a formar parte constitutiva de todos los organismos; si bien -en ocasiones- con menor peso específico del que nos correspondiera por magnitud y calidad, aun democrática.

Hay, sin embargo, una especie, una casta superviviente de cualquier tiempo y metamorfosis. Son los políticos, únicos seres que han sabido adaptarse a todos los procesos más por instinto que por valía adicional. Semejante mérito o demérito no puede atribuirse, en especial, a consistencia cínica ni a dones mágicos. El individuo (actual contribuyente) ha conquistado cotas de ventura física, económica; aun cultural. Sigue, en cierto modo, amaestrado. Adolece de defectos, de deficiencias democráticas, que le impiden enfrentarse al poder. Se muestra agarrotado por complejos ancestrales. Le sucede como a las viejas hetairas que, una vez perdido el vigor juvenil, dejan de ser putas para convertirse en madamas de lujo. Que cada cual asuma su alícuota parte de culpabilidad y de vergüenza, si le queda.

Lo expuesto hasta aquí, deja de ser fruto ocurrente de un analista ad hoc; quimeras calenturientas acomodadas a la estación. Como suele admitirse, una serpiente de verano. Ortega y Gasset, al final de la primera década del siglo XX, escribía: “El problema no consiste en que estas o aquellas gentes se hayan revuelto contra la autoridad del Poder Público, sino en que, con tal motivo, hemos descubierto los españoles que el Estado carece de autoridad positiva para hacer frente a las fuerzas disgregadoras”. ¿Escribiría lo mismo, si viviera, tras los desórdenes efectuados por ciudadanos furiosos, independentistas o antisistema en general? Sin sobra ni falta de una coma.

Llamaba “señoritos de la Regencia” a los políticos que surgieron tras la restauración monárquica y que fraguaron el corrupto sistema de la alternancia pacífica del poder. “Piensen los españoles dotados de serenidad y reflexión si no es un crimen dejar en vano deslizarse los minutos, si no es un deber de suprema conciencia social estar prevenidos y juntos -lejos de toda carroña oficial- a fin de encauzar noblemente, humanamente, las iracundias de un pueblo desesperado”. ¿Les suena? Pareciera un loable ejercicio vaticinador exacto e inservible. Tras medio millón de muertos y más de treinta años de dictadura, los señoritos de la Transición (al igual que los de Regencia) han alterado todo para que nada cambie. Cien años de estúpida expectativa. No creo que la estimación de Ortega por los políticos, hoy, fuera distinta a la de mil novecientos diecinueve. Tampoco es que sus inexistentes ideas anarquistas le llevaran a provocar juicios tan severos. Antes bien, su carácter armonizador y sus fundamentos filosóficos le hicieran manifestarse con mesura e indulgencia.

“La corona no puede vivir segura mientras las instituciones políticas no vuelvan a gozar de normal prestigio”. Actualmente, habría que añadir o interrogarse por el ascendiente de la propia institución real; desacreditada a causa de pretéritas gestas poco edificantes. “No hay en la política española ni organismos ni fórmulas que puedan inspirar a las gentes respeto, ni sean capaces de rodearse del prestigio necesario”. Podemos entender estas palabras como un reproche a la corrupción, a la paranoia oficial y a la falta de legitimidad política. Ante un marco parecido hoy, y después de lo escrito por Ortega, yo sólo puedo decir: amén.

 

viernes, 2 de agosto de 2013

INCONSISTENCIA, MENTIRA Y FE


La aparición de Rajoy en el Senado, aparte de estrenar un agosto constreñido y festivo (hoy celebramos el día mayor en las fiestas de mi pueblo), resultó ser un panegírico al oscurantismo, asimismo al regate. El fiasco, alcanzó -pese a distinguidos hermeneutas- cotas insólitas. Lo tenía difícil, imposible. Indicios y evidencias (contundentes para la masa social) levantaron un muro infranqueable, iconoclasta. Configuró un lastre oneroso, lacerante, mortal. La faena de aliño lo puso a los pies de los caballos. En este momento, resulta ofensivo tanta grandilocuencia, autoenvolverse en España para acabar con esa identificación falaz: partido, persona y país. Erigirse en garante del estado no puede estimarse patrimonio de nadie. Como la corrupción o el extravío, es flaqueza que afecta al conjunto de siglas y personajes. Diógenes tampoco encontró al hombre sin tacha. No creí al presidente. La tan cacareada ocasión se trocó en otro brindis al sol. Rajoy no supo, o no pudo, deslindar su ética -puesta en tela de juicio- de aquella que Bárcenas exhibe con desahogo. Lo vi inconsistente. 

Rubalcaba, preso de un partido partido (aquí la redundancia desempeña el papel de  atributo necesario), curiosamente en “franca” vorágine aniquiladora, aprovechó una oportunidad de oro para “partirse el pecho”. Aunque muestra cierta endeblez física y política, el mentiroso más sincero -Cendoya dixit- vertebró su intervención en las mentiras de Rajoy, un déjà vu. Don Alfredo, experto maquinador, distribuye (a veces arroja) credenciales ominosas para enmascarar sus propias lacras. Un trágico trece de marzo, con ciento noventa y dos muertos que todavía vagan en una reseña plagada  de interrogantes, traspasó la cancela que llenó de iniquidad toda acotación pública. Esa fecha supuso el pistoletazo de salida para que maniobras -falsas pero eficaces- asolaran el ruedo nacional. El PP miente se convirtió en fructífero eslogan que, inundando la mente colectiva, llevó al PSOE a un poder azaroso e inicuo y a España al abismo.

Rubalcaba, digo, desmenuzó -por el infrecuente habitáculo del Senado- una batería de datos, a decir verdad, bastante bien estructurados. Rebatir su naturaleza y carga testimonial resultará misión imposible. Desconozco la respuesta de Rajoy porque entretanto doy vida a estas líneas. Presumo mejor opción correr un tupido velo, si el presidente no quiere seguir cavando su tumba crediticia. Pe punto, como otrora deleitara al jefe opositor, había alimentado un discurso concluyente, obvio, perentorio. Cualquier incursión a la contra corre el riesgo de quedarse desnudo, sin argumentos rigurosos y de patinazo palmario por complejas arenas movedizas capaces de tragarse, incluso, un gobierno entero. Mejor evadir la provocación que protagonizar un suicidio personal, quién sabe si colectivo. Salvo impenetrable necedad, vaticino una respuesta entre olvidadiza y cándida. No obstante, Rubalcaba es el prototipo casi obsceno de la mentira, pero pasa aviesamente el sambenito a los demás. Personifica a la perfección aquel proverbio: “Dijo la sartén al cazo…”

A posteriori supe que Rajoy vertebró su réplica implorando un acto de afirmación asentado en una supuesta solidez ética, a favor del presidente, en comparación con la de Bárcenas, investido de chorizo. Cometió un yerro de antagonismo. Para lo sociedad española, chorizo y político son vocablos sinónimos. Luego recurrió al tópico del tú más. Asumió la prioridad jurídica sobre la política. El mismo traspié le supuso al PSOE peregrinar por un camino penitencial a cuyo término se encuentra el abismo. En ocasiones, el bosque impide focalizar la esencia del análisis en un árbol. He aquí el caso. “Me equivoqué con Bárcenas”, reconoció. Ignoro si como virtud, tal vez excusa, dijo que él siempre ayudaba a sus colaboradores, salvo inculpación reglamentaria. Mentira flagrante. Camps, a quien debe la presidencia del partido y del Gobierno, fue exculpado y abandonado al ostracismo. Curiosa forma de ayuda y agradecimiento al acreedor.

La participación de Durán obtuvo nota cum laude de previsión y empaque. La Comisión de Política Fiscal y Financiera, reunida curiosamente el día treinta y uno, aprobó un quebranto asimétrico a beneficio de Autonomías concretas (Cataluña, una). Montoro, al iniciarse la jornada, pregonaba un déficit único del uno coma tres por ciento, para deponer coraje y coherencia a la hora vespertina. El portavoz de CiU, agradecido, blandió un “vivo sin vivir en mí” regateándole al ejecutivo responsabilidades y premuras. Sin embargo, ellos facilitaban carta de orfandad allá donde su competencia permitía el cumplimiento. Al compás de Rubalcaba, amordazaron su parte alícuota de indigencia moral que debiera frenar repudios y demandas. Fue, sin contemplaciones, una expresión de fe enraizada en el óbolo; por tanto, algo inmunda.

Agosto, vacacional amén de tórrido, inauguró una comparecencia forzosa, remisa y desafortunada. Ahora, tras el paso del huracán político, el contribuyente anda a medio camino entre la suspicacia y el hastío. No sabe a quién creer, pero la amarga experiencia le lleva a maliciarse. Políticos y sociedad divergen. En esta tesitura, más que la verdad, cabe aportar el crédito. Cumplir tal objetivo presenta dificultades notables porque aquí, en España, el político siempre pretende enmendar al ciudadano la plana. Rajoy, Rubalcaba y Durán -artífices por hoy del país- jugaron sus cartas, todas ellas marcadas. Futuro y pueblo decidirán quién se lleva la baza.