España es un país
histriónico, en permanente camuflaje, hiperbólico. No hay pensador ni literato
que haya olvidado dibujar, bien a retrato bien a caricatura, ese temperamento
que nos caracteriza. Aun rozando aquellos
límites tácitos impuestos por el celo, la moral y las leyes, el español tiene
mucho de ratero. Es un pícaro digno, capaz de ofenderse si se le achaca cierta
aversión a la solidaridad. Caritativo selecto, lo envuelve una costra de largueza
notable. Eso sí, procura pasar desapercibido no vaya a ser que alguien le
zahiera por altruismo excesivo, por traidor al proceder nacional. Prevalece el
prurito picaresco a la razón serena. Amamos el cobertizo y tememos la aldaba que
abriría paso a una realidad inquietante por si ella objetara nuestra mala reputación.
Odiamos cualquier apariencia de mansedumbre.
Ahora hacen furor
epítetos que sirven igual para un roto que para un descosido. Se lleva la
palma, con toda probabilidad, el vocablo desleal. Puede que esta situación
política compleja, confusa, retadora, potencie su uso a niveles desorbitados e
injustos. Llevamos meses en que los políticos se cubren con una máscara cuya
función es desnaturalizar personas, siglas e ideas. Soy enemigo de la
hipocresía y de cualquier estrategia que lleve a la manipulación en lugar de al
convencimiento. Desapruebo, repudio, que los políticos -sin excepción- muestren
un talante alejado de su propio yo. A veces, opuesto. Este escenario lleva a
generar desconcierto (incluso a analistas y comunicadores) o a otear tácticas
que cada cual articula según aconsejen las prospecciones sociales. El individuo
constituye la materia prima del negocio político.
Se oye por parte de un
gobierno inerme, amén de una oposición indigente, que el señor Mas es desleal a
España y a la Constitución. Desde mi punto de vista, esta afirmación es
aventurada si no falsa. Para que alguien sea desleal se precisa primero que sea
leal, premisa muy dudosa en este caso. Sin embargo, y a mayor abundamiento, creo
que el muy honorable derrocha intriga de boquilla; como suele decirse (y es un
horror) optimiza el “postureo”. Convergencia Democrática -es decir, la
burguesía catalana- jamás hizo fe de independentismo. Ahora tampoco. Es un
paripé, arriesgado por cierto, para acarrear algún beneficio monetario o
competencial. Digo arriesgado porque una parte considerable de la población no
ve el señuelo, se ha fijado al capote, y su frustración puede originar un
conflicto social inquietante. Engañan a la sociedad, espolean a un ejecutivo
que está de vuelta, y esa circunstancia genera furia al ver burladas sus expectativas.
Vano esfuerzo sembrar quimeras para luego cosechar sinsabores.
Estoy convencido de que
Mas pretende únicamente el Concierto Fiscal y la Autonomía Judicial. De esta
forma, Cataluña se convertirá, presuntamente, en la tierra de promisión para transgresores
impunes. Probablemente ERC y el resto de formaciones que componen la
candidatura “Junts pel sí” tengan objetivos diferentes, incluso ese delirio denominado
independencia. Los últimos días traen un eco aciago para Mas. Se comenta que
Junqueras y Romeva, si ganan las elecciones, quieren una presidencia rotativa
para ellos dos. Esta coyuntura sí implica una deslealtad potencial a Mas que
parece actuar como el tonto útil del independentismo. Significaría su segundo y
definitivo fracaso. De rebote, también el de Pujol; aquel señor extraño,
indescifrable, que pretendía hacer patria. Después se ha ido averiguando su íntima
concepción de patria.
Próximos a los falsos
desleales encontramos a los pérfidos leales: González, Aznar, Zapatero y Rajoy.
Ellos debieron ser fieles a los españoles, incluyendo a catalanes, y por sendos
platos de lentejas fueron excitando un engendro dormido que ahora preocupa a
todos. Cataluña, ocurra lo que ocurra, no
tiene salida -carece de solución- porque la fractura social es irreversible. Si
bien se piensa, los mencionados fueron padres putativos del desasosiego que se
cierne sobre todos los españoles. Porque, al final, solo puede haber trato desigual
e insolidaridad. Tiempo al tiempo.
No ha mucho, siguiendo la
inercia del momento, Fernando Trueba dejó oír que él “no se había sentido
español ni cinco minutos en toda su vida”. Interpretaciones o lecturas aparte, su
aserto no era el de un renegado; sí de un falso renegado. Cuando uno se siente
económicamente solvente (gracias, en cierto modo, a las continuas subvenciones
que da el país negado) y goza del respaldo de una tribu de progres -altamente
dogmáticos, a la vez que seducidos por la moda y otras pasiones frívolas- puede
permitirse aparecer necio en lugar de afirmarse renegado. Pese a lo dicho, casi
con seguridad, él prefiera pasar por perjuro entre los de su calaña porque mola
más. Yo lo veo como un pobre oportunista.
Mis ocasionales lectores
estarán de acuerdo en que pocas cosas son lo que aparentan. Nuestro sistema es formalmente
democrático, pero ¿disfrutamos en realidad de una democracia? Se evocan con
frecuencia, asimismo con cierto dividendo, las palabras de Churchill: “La
democracia es el sistema menos malo de todos los conocidos”. No intuía la
democracia pintoresca, cleptocrática, rastrera y onerosa que vivimos en España.
Mientras que transijamos, nos vienen aplicando un sucedáneo; preferible, por
supuesto, al populismo totalitario.