viernes, 25 de septiembre de 2015

DE LOS FALSOS DESLEALES Y RENEGADOS


España es un país histriónico, en permanente camuflaje, hiperbólico. No hay pensador ni literato que haya olvidado dibujar, bien a retrato bien a caricatura, ese temperamento que nos caracteriza.  Aun rozando aquellos límites tácitos impuestos por el celo, la moral y las leyes, el español tiene mucho de ratero. Es un pícaro digno, capaz de ofenderse si se le achaca cierta aversión a la solidaridad. Caritativo selecto, lo envuelve una costra de largueza notable. Eso sí, procura pasar desapercibido no vaya a ser que alguien le zahiera por altruismo excesivo, por traidor al proceder nacional. Prevalece el prurito picaresco a la razón serena. Amamos el cobertizo y tememos la aldaba que abriría paso a una realidad inquietante por si ella objetara nuestra mala reputación. Odiamos cualquier apariencia de mansedumbre.

Ahora hacen furor epítetos que sirven igual para un roto que para un descosido. Se lleva la palma, con toda probabilidad, el vocablo desleal. Puede que esta situación política compleja, confusa, retadora, potencie su uso a niveles desorbitados e injustos. Llevamos meses en que los políticos se cubren con una máscara cuya función es desnaturalizar personas, siglas e ideas. Soy enemigo de la hipocresía y de cualquier estrategia que lleve a la manipulación en lugar de al convencimiento. Desapruebo, repudio, que los políticos -sin excepción- muestren un talante alejado de su propio yo. A veces, opuesto. Este escenario lleva a generar desconcierto (incluso a analistas y comunicadores) o a otear tácticas que cada cual articula según aconsejen las prospecciones sociales. El individuo constituye la materia prima del negocio político.

Se oye por parte de un gobierno inerme, amén de una oposición indigente, que el señor Mas es desleal a España y a la Constitución. Desde mi punto de vista, esta afirmación es aventurada si no falsa. Para que alguien sea desleal se precisa primero que sea leal, premisa muy dudosa en este caso. Sin embargo, y a mayor abundamiento, creo que el muy honorable derrocha intriga de boquilla; como suele decirse (y es un horror) optimiza el “postureo”. Convergencia Democrática -es decir, la burguesía catalana- jamás hizo fe de independentismo. Ahora tampoco. Es un paripé, arriesgado por cierto, para acarrear algún beneficio monetario o competencial. Digo arriesgado porque una parte considerable de la población no ve el señuelo, se ha fijado al capote, y su frustración puede originar un conflicto social inquietante. Engañan a la sociedad, espolean a un ejecutivo que está de vuelta, y esa circunstancia genera furia al ver burladas sus expectativas. Vano esfuerzo sembrar quimeras para luego cosechar sinsabores.

Estoy convencido de que Mas pretende únicamente el Concierto Fiscal y la Autonomía Judicial. De esta forma, Cataluña se convertirá, presuntamente, en la tierra de promisión para transgresores impunes. Probablemente ERC y el resto de formaciones que componen la candidatura “Junts pel sí” tengan objetivos diferentes, incluso ese delirio denominado independencia. Los últimos días traen un eco aciago para Mas. Se comenta que Junqueras y Romeva, si ganan las elecciones, quieren una presidencia rotativa para ellos dos. Esta coyuntura sí implica una deslealtad potencial a Mas que parece actuar como el tonto útil del independentismo. Significaría su segundo y definitivo fracaso. De rebote, también el de Pujol; aquel señor extraño, indescifrable, que pretendía hacer patria. Después se ha ido averiguando su íntima concepción de patria.

Próximos a los falsos desleales encontramos a los pérfidos leales: González, Aznar, Zapatero y Rajoy. Ellos debieron ser fieles a los españoles, incluyendo a catalanes, y por sendos platos de lentejas fueron excitando un engendro dormido que ahora preocupa a todos. Cataluña, ocurra lo que ocurra,  no tiene salida -carece de solución- porque la fractura social es irreversible. Si bien se piensa, los mencionados fueron padres putativos del desasosiego que se cierne sobre todos los españoles. Porque, al final, solo puede haber trato desigual e insolidaridad. Tiempo al tiempo.

No ha mucho, siguiendo la inercia del momento, Fernando Trueba dejó oír que él “no se había sentido español ni cinco minutos en toda su vida”. Interpretaciones o lecturas aparte, su aserto no era el de un renegado; sí de un falso renegado. Cuando uno se siente económicamente solvente (gracias, en cierto modo, a las continuas subvenciones que da el país negado) y goza del respaldo de una tribu de progres -altamente dogmáticos, a la vez que seducidos por la moda y otras pasiones frívolas- puede permitirse aparecer necio en lugar de afirmarse renegado. Pese a lo dicho, casi con seguridad, él prefiera pasar por perjuro entre los de su calaña porque mola más. Yo lo veo como un pobre oportunista.

Mis ocasionales lectores estarán de acuerdo en que pocas cosas son lo que aparentan. Nuestro sistema es formalmente democrático, pero ¿disfrutamos en realidad de una democracia? Se evocan con frecuencia, asimismo con cierto dividendo, las palabras de Churchill: “La democracia es el sistema menos malo de todos los conocidos”. No intuía la democracia pintoresca, cleptocrática, rastrera y onerosa que vivimos en España. Mientras que transijamos, nos vienen aplicando un sucedáneo; preferible, por supuesto, al populismo totalitario.

 

 

viernes, 18 de septiembre de 2015

DANDO LA NOTA


Dar la nota es una expresión popular utilizada a menudo. Significa tener un comportamiento extemporáneo o no acorde con lo esperado. El tópico indica que España es diferente. Ignoro si esta insinuación se refiere al hecho indicado o, aun siendo así, se complementa además con otros aspectos de mayor o menor encomio. La diversidad no tiene porqué centrarse solo en perspectivas censurables. Somos un país capaz de acciones rastreras, pero también de conseguir logros, proezas, insólitos. Tenemos gran capacidad para levantar pasiones variadas y variopintas. Al final, nos odian y envidian a partes iguales. Esta circunstancia, tan paradójica como real, permite que nuestro entorno haya comprendido -quizás empiece a hacerlo- tan especial idiosincrasia.

Pese a lo dicho, la sociedad española basa su diferencia, respecto a aquella que conforma la media europea, en su naturaleza indolente, casi fatalista. Llegamos tarde al humanismo. Como consecuencia padecimos orfandad de clases burguesas y de democracias liberales. Semejante marco, origen de todos los males posteriores, ocasionó un retraso social de dos siglos en relación a los países más avanzados de Europa. Su consecuencia lógica fue el surgimiento de un pueblo sumiso y con abundantes déficits democráticos. Es verdad que nuestros políticos dan la nota a diario. También, y es mucho más grave, que esquilman al individuo aprovechando la falta de juicio crítico. Cualquier sociedad inculta es caldo de cultivo para sembrar una conciencia dogmática y sectaria. A lo largo de los siglos, nuestros gobernantes han potenciado la desunión, el enfrentamiento, como medio para conservar inalterable su status quo.

Hoy, seguimos de forma similar a tiempos pretéritos. En ocasiones he recordado que si Ortega viviera no cambiaría una coma a sus lamentos de hace un siglo. Larra escribiría los mismos artículos que realizó doscientos años atrás. España cambia algo, poco, pero sus prebostes nada. Se consideran dueños de esta bendita tierra convertida en aprisco con nocturnidad y alevosía. La masa, desvertebrada, rota, ha servido y sirve de carnaza cuando se quiere solventar las diferentes contiendas propiciadas por un poder insaciable. El horizonte próximo no ofrece ninguna salida. Sentir cierta esperanza de rectificación constituye un anhelo sin fundamento. Menos ver enseguida la luz al final del túnel. Hemos llegado al punto de no retorno. Lo que pueda ocurrir en adelante escapa a cualquier predicción hecha con el mayor sentido común. Ahora manda el azar, la ruleta rusa.

Veamos algunos casos donde líderes, o actores secundarios, llevan tiempo dando la nota. Empiezo por Podemos, partido que ajusta un discurso deshilachado, inconcreto, visceral, al capricho del voto. Puede ser de izquierdas, socialdemócrata, de centro, independentista, nacional, según venga el aire. Importa el poder, nada más. Definiéndose continuamente de democrático, suele inhibirse cada vez que surge un rechazo público e institucional a ciertas dictaduras. Miembros vip de esta formación, dan el cante -fiscal y dialéctico- con frecuencia a mayor gloria. Estos buscadores de oro serían comidilla en mi pueblo a través de la siguiente referencia: “Hay que ver lo que hay que trabajar para vivir sin trabajar”.

Perdónenme, pero Ciudadanos no da la nota. Si acaso, desafina medio tono; nada importante si escrutamos el conjunto. Soy abstencionista confeso, por tanto no interpreten intención ni subjetivismo. Por la misma razón, tampoco deben hacerlo de las palabras que expongo a continuación sobre el PSOE. Este partido, desde Zapatero, protagoniza la exclusiva. Nadie como él ejecuta las salidas de tono con tanta intensidad. Puede que sus perspectivas de gobierno le hagan perder el oremus. Desde esa boutade de Pedro Sánchez anunciando, urbi et orbi, la negativa a pactar con el PP, dar la nota para aquel partido no es una casualidad, es una vocación. ¿Cómo va a liderar el cambio quien desconoce qué se debe cambiar? ¿Qué significa instaurar una España Federal para que Cataluña se sienta gustosa en su seno? ¿Simétrica o asimétrica? Otro mago embaucador no, por favor.

El PP le va a la zaga y acortando distancias. Los ministros, salvo honrosas excepciones, aman el cante por encima de cualquier otra consideración. Ahora que Rajoy ha dispuesto que pisen el albero, esto se ha convertido en un jolgorio, el club de la comedia. Nadie puede decir, igualando los tiempos, tantas sandeces. Es imposible. Lo malo es que ellos piensan que son sandeces y las sueltan creyendo bobo de precisión al contribuyente español. Pronto sabremos si aciertan. El broche de oro lo pone una salida de tono que da el cante: quieren que el Tribunal Constitucional acometa la dualidad de ser, asimismo, un órgano ejecutivo.

Donde la romana se ajusta por arrobas (locución de la manchuela castellano- manchega) es en los independentistas y en estos municipios de cien días. Los independentistas que son fluidos -pero no miscibles- no dan el tono, lo bordan. Madrid, Barcelona y otros ayuntamientos, quebrados o no, destacaron estas fechas de análisis y satisfacciones en dar el cante colectivo, de grupo selecto. Calientes aún los comunes afanes nepotistas, cada cual dio su nota particular. Carmena, verbigracia, apuntó la frialdad mediática como excusa a la nada municipal. Pero para nota, nota, la de verdad, la literal, aquel ocho notabilísimo que se autoadjudicó la señorita Maestre, hija de su padre. Es el talante falaz e hipócrita de “Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”. 

 

viernes, 11 de septiembre de 2015

CATALUÑA EMPRENDE SU CAMINO AL ABISMO


Sí, Cataluña oficializa estos días el camino inexorable hacia el abismo. Da igual el resultado porque la fractura social no tiene marcha atrás, es insoluble. Desvertebrar, destruir, es mucho más fácil que vertebrar, construir. Por este motivo, los políticos (modelo de torpeza e indecencia), se han empleado en demoler para tapar su indigencia y bellaquería, cuando no un ilícito plan de enriquecimiento personal. Indigna que una autonomía, privilegiada por el Consejo de Política Fiscal y Financiera, haga recortes insólitos para potenciar el hecho soberanista. Parece que la sanidad catalana, según diferentes informaciones, roza el caos por claras deficiencias financieras. Sin embargo, televisión pública, embajadas, subvenciones asombrosas, que tengan el objeto de airear o mostrar las virtudes de un independentismo benefactor, abruman con su solvencia económica.

Mis compatriotas catalanes son tan responsables, en su escenario de zozobra, como el resto de españoles respecto a la situación general de España. Unos y otros hemos sido manipulados, escarnecidos, por gobernantes felones e indignos. La animadversión actual -que existe aunque se quiera negar-  es fruto, sin duda, de un adoctrinamiento más o menos soterrado. Saben con qué facilidad se genera una determinada conciencia pulsando sentimientos pedestres, rastreros. No obstante, debemos analizar la realidad sin apasionamiento, con justeza y justicia, repartiendo reproches. Este caso está huérfano de estrellas protagonistas ya que, desde mi punto de vista, hay una corresponsabilidad bastante equitativa entre los diferentes actores.

Los nacionalismos en España no son independentistas por dos razones: porque representan a la burguesía rancia y porque serlo significa certificar su acta de defunción doctrinal; es decir, el suicidio político. Si nos centramos en el nacionalismo catalán, representado por la antigua CiU (ERC y otros tienen ADN soberanista), estaremos de acuerdo que jamás mostraron propensión a asumir ningún reto separatista. Verdad es que enarbolaron esa bandera, siempre lamiendo el límite, para conseguir algún rédito pecuniario o político. Tensaron la cuerda, como he dicho, hasta límites insospechados aprovechando una ley electoral hecha a su medida. También la conducta de líderes menguados de dotes y personalidad de estadistas, a la par que bien pertrechados de miseria moral. Por ello, una vez conseguidas las competencias educativas, dedicaron tres décadas a adoctrinar alumnos inoculándoles el odio a España con excusas más que groseras. Sin reservas ni obstáculos. Se aseguraban nuevas generaciones de radicalidad y, por tanto, un indudable granero de votos.

Mas, de apellido pero menos de talento, se ha visto superado por una sociedad enardecida, dogmatizada. Cualquier error estratégico trae momentos extremos; uno puede consumirse en su propio caldo de cultivo. La Diada de hace dos años le llevó a experimentar una realidad incómoda. Le quedaba poco margen de maniobra. Recular, perder el paso, el gobierno, o ponerse al frente de la manifestación, huir hacia adelante. La primera opción debió rechazarla al momento por sus implicaciones políticas, aun jurídicas, y tuvo que someterse a la segunda. Estoy convencido de que, ahora mismo, su mente, su voluntad, se mueven en un encrespado mar de dudas y de sentimientos contrapuestos. Me recuerda, lejana, aquella ley física de Fuerzas Concurrentes cuya resultante es cero. Mas, ahora, es un individuo cero; constituye el punto final, el cierre definitivo, del pujolismo con alguna luz y tantísimas sombras.

El PSOE, cómplice necesario, aduce un iluso e ilusorio Estado Federal asimétrico como única respuesta. Esta inexplicada e infundada iniciativa es el reconocimiento tácito del fracaso total en su resolución. Saben perfectamente que la fase a la que se ha llegado presenta un inmovilismo firme. La sociedad catalana ha sido convencida de un Jauja inexistente, onírico. Falta ver quien la convence de que todo se reduce a una maniobra política para seguir detentando el poder, adquirido con malas artes, sus privilegios e impunidad. Los partidos han acabado a la zaga de las quiméricas aspiraciones populares. Recuerdo cuando González repartía competencias por aquiescencias o Zapatero, ebrio de republicanismo corrosivo, reputaba cuánto viniera del Parlamento catalán. Asimismo, ambos hicieron la vista gorda ante los continuos incumplimientos de la Ley.

Al PP no lo hace inocente su menor tiempo de gobernanza. Aznar fue también un mantenedor de la discrecionalidad, abuso y exigencia de los políticos catalanes. Incluso se dejó decir, para congratularse con quien -presuntamente- delinquía cubriéndose con una bandera escamoteada, que hablaba catalán en la intimidad. Además, consintió la depuración de Vidal Cuadras aunque no fuera político de mi agrado. Rajoy mantiene una ubicuidad característica. Por cierto, es la mejor manera de encontrarse siempre perdido.

Me aburre el tema catalán por reincidente y por su cantinela monótona. Verdaderamente hemos llegado a un marco de difícil conversión. Creo que se ha franqueado el límite de lo razonable, de lo posible; han empezado a jugar con fuego. Como ciudadano español, me preocupa poco que Cataluña se independice o no. Primero porque, objetivamente, ha perdido potencial económico autóctono y porque las empresas hoy se reubican con facilidad. Segundo porque resulta más oneroso convivir con alguien que no quiere hacerlo, que darle plena libertad de acción. Como persona, lo sentiría por quienes dejarían de ser españoles a la fuerza, violando derechos individuales. Mi voto soberano sería un sí a la independencia, no por mi voluntad sino por la suya. Que lo piensen bien, sobre todo las consecuencias. Quiero vivir tranquilo, sin demandas extravagantes, por esto deben saber que gozan con mi aquiescencia.  

 

viernes, 4 de septiembre de 2015

ÁNGELES, ARCÁNGELES, SERAFINES Y QUERUBINES


Según la angelología, los ángeles son criaturas de gran pureza que protegen a los seres humanos. Aquellos que ostentan mando, jerarquía, se les llama arcángeles. Quienes conforman el coro celestial, en segundo plano, se denominan querubines, tras los serafines que llevan la voz cantante. No pretendo, ni mucho menos, plasmar hondas o superficiales lucubraciones sobre el conjunto de espíritus que acompañan a los dioses de las tres religiones monoteístas: cristianismo, judaísmo y mahometismo. Por el contrario, quiero realizar una analogía entre el ámbito celestial, que trasciende la razón, y el poder terrenal, que es esquivo ante la piedad, la justicia, el sentido común.

El artículo surge de la crisis migratoria generada, principalmente, por la guerra de Siria. Llevamos días en que las cámaras reflejan miseria y muerte. Millares de refugiados caminan exhaustos por tierras húngaras sin que nada ni nadie pueda detener su huida de esa violencia que insiste en atraparlos. Aylan, el pequeño sirio a quien la muerte dejó mecer por las suaves olas de una playa turca, sacudió la entumecida conciencia europea. El eco de los bombardeos repletos de cadáveres no fue suficiente para franquear el umbral de las emociones, de los sentimientos. Lo que no percibimos carece de vida; no existe. Ahora, un poco tarde, los gerifaltes de Europa comprenden por fin el horrible infierno por el que pasan niños, jóvenes y adultos. Debido a esto piensan aumentar la cantidad de refugiados en sus planes de acogida.

Sin embargo, hemos visto como los ángeles: voluntarios, Cruz Roja, personas anónimas, organismos diversos y fuerzas del orden, han coadyuvado sin desmayo a hacer algo más llevadero el suplicio originado por la guerra, el egoísmo y la ofuscación. Son auténticos ángeles de carne y hueso dispuestos al mayor sacrificio para auxiliar a un semejante. Ejemplar, loable, su esfuerzo gratuito; alejado de reconocimientos o distinciones. Se mueven por humanidad, esa pulsión exclusiva de individuos nobles, generosos, indispensables en este mundo cruel donde pueda encontrarse todavía algún hálito de esperanza, donde reine la solidaridad. Soberbia su labor y entrega.

Con mayor potestad, menos eficacia y conciencia social, los arcángeles quedan paralizados por un poder complejo, mezquino, sumergido en la parsimonia e injusticia. Falta de acuerdo, insensibilidad ante el drama, pereza, impiden a la UE adoptar medidas urgentes. Países irresolutos, insolidarios, se oponen frontalmente a acoger un número definitivo de gentes que viven perseguidas por el infortunio. Gobiernos premiosos dilapidan tiempo, no en compromisos sino en acordar fechas de las próximas reuniones al efecto de reseñar cuotas de reparto. Mientras, alcaldes de Podemos (sus marcas blancas), se reúnen en Barcelona -sin contar con la FEMP- bajo el espectro de un aquelarre sectario; selecto pero impreciso. Reclamo y brindis al sol, junto a bancarrotas tácitas o expresas, conforman el análisis de cien días reducidos a muecas y a la nada pomposa. Ellos sí van a acoger a refugiados. Falta saber, fuera de ofrecimientos particulares, el cómo y el cuándo. Un mohín más. Los arcángeles terrenales dejan mucho que desear.

Medios audiovisuales, prensa, tertulias, debates, periodistas célebres -acreditados- forman el primer coro celestial, la primera orquesta del poder, la mejor afinada. Son los serafines. Desempeñan una tarea atractiva, confortable, bien remunerada. Sus lisonjas al poder calan lentamente en el individuo formando una conciencia social aparente, inasequible, dogmática. Establecen una simbiosis perfecta con el dios dominio; ya sea político, social, financiero o religioso. Ambos se necesitan y son tan similares que pueden llegar a confundirse. Uno se nutre de otro y viceversa. Ignoro quien hace de hábitat natural y quien de camaleón, aunque me temo que pueden alternarse indistintamente sin realizar un esfuerzo extra. Viven de la argucia, del enredo y de la mentira. Decía Kapuscinski: “Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”. Amén.

Quedan, para el final, los querubines. Constituyen el segundo coro celestial, la plebe. Son la verdadera base del poder, su sustento firme, genuino, cautivo. Pese a la carga afectiva del vocablo, a la belleza estética y a la melodiosa fonética, querubín entraña una muchedumbre variopinta, con preocupantes trazas de indigencia cívica e intelectual. Sí, el pueblo somos los querubines del poder; su bien amado y al tiempo maldito. Cedemos nuestra fuerza, que es ordinaria, para fines que debieran ser dignos, extraordinarios. Esta eventualidad, que es un error clamoroso, la pagamos a un precio excesivo. Como suele decirse, nuestra necedad nos hace perder el pan y el perro. Gregorio Marañón aseveraba: “La multitud ha sido en todas las épocas de su historia arrastrada por gestos más que por ideas. La muchedumbre no razona jamás”. Y él sabía mucho del comportamiento humano a nivel individual, pero también colectivo. Intentemos, tras un extraordinario acto de inteligencia, probar cuán equivocado estaba. Demostrémoslo en unos meses. A lo peor, resulta imposible porque sus razones eran incuestionables.