viernes, 11 de septiembre de 2015

CATALUÑA EMPRENDE SU CAMINO AL ABISMO


Sí, Cataluña oficializa estos días el camino inexorable hacia el abismo. Da igual el resultado porque la fractura social no tiene marcha atrás, es insoluble. Desvertebrar, destruir, es mucho más fácil que vertebrar, construir. Por este motivo, los políticos (modelo de torpeza e indecencia), se han empleado en demoler para tapar su indigencia y bellaquería, cuando no un ilícito plan de enriquecimiento personal. Indigna que una autonomía, privilegiada por el Consejo de Política Fiscal y Financiera, haga recortes insólitos para potenciar el hecho soberanista. Parece que la sanidad catalana, según diferentes informaciones, roza el caos por claras deficiencias financieras. Sin embargo, televisión pública, embajadas, subvenciones asombrosas, que tengan el objeto de airear o mostrar las virtudes de un independentismo benefactor, abruman con su solvencia económica.

Mis compatriotas catalanes son tan responsables, en su escenario de zozobra, como el resto de españoles respecto a la situación general de España. Unos y otros hemos sido manipulados, escarnecidos, por gobernantes felones e indignos. La animadversión actual -que existe aunque se quiera negar-  es fruto, sin duda, de un adoctrinamiento más o menos soterrado. Saben con qué facilidad se genera una determinada conciencia pulsando sentimientos pedestres, rastreros. No obstante, debemos analizar la realidad sin apasionamiento, con justeza y justicia, repartiendo reproches. Este caso está huérfano de estrellas protagonistas ya que, desde mi punto de vista, hay una corresponsabilidad bastante equitativa entre los diferentes actores.

Los nacionalismos en España no son independentistas por dos razones: porque representan a la burguesía rancia y porque serlo significa certificar su acta de defunción doctrinal; es decir, el suicidio político. Si nos centramos en el nacionalismo catalán, representado por la antigua CiU (ERC y otros tienen ADN soberanista), estaremos de acuerdo que jamás mostraron propensión a asumir ningún reto separatista. Verdad es que enarbolaron esa bandera, siempre lamiendo el límite, para conseguir algún rédito pecuniario o político. Tensaron la cuerda, como he dicho, hasta límites insospechados aprovechando una ley electoral hecha a su medida. También la conducta de líderes menguados de dotes y personalidad de estadistas, a la par que bien pertrechados de miseria moral. Por ello, una vez conseguidas las competencias educativas, dedicaron tres décadas a adoctrinar alumnos inoculándoles el odio a España con excusas más que groseras. Sin reservas ni obstáculos. Se aseguraban nuevas generaciones de radicalidad y, por tanto, un indudable granero de votos.

Mas, de apellido pero menos de talento, se ha visto superado por una sociedad enardecida, dogmatizada. Cualquier error estratégico trae momentos extremos; uno puede consumirse en su propio caldo de cultivo. La Diada de hace dos años le llevó a experimentar una realidad incómoda. Le quedaba poco margen de maniobra. Recular, perder el paso, el gobierno, o ponerse al frente de la manifestación, huir hacia adelante. La primera opción debió rechazarla al momento por sus implicaciones políticas, aun jurídicas, y tuvo que someterse a la segunda. Estoy convencido de que, ahora mismo, su mente, su voluntad, se mueven en un encrespado mar de dudas y de sentimientos contrapuestos. Me recuerda, lejana, aquella ley física de Fuerzas Concurrentes cuya resultante es cero. Mas, ahora, es un individuo cero; constituye el punto final, el cierre definitivo, del pujolismo con alguna luz y tantísimas sombras.

El PSOE, cómplice necesario, aduce un iluso e ilusorio Estado Federal asimétrico como única respuesta. Esta inexplicada e infundada iniciativa es el reconocimiento tácito del fracaso total en su resolución. Saben perfectamente que la fase a la que se ha llegado presenta un inmovilismo firme. La sociedad catalana ha sido convencida de un Jauja inexistente, onírico. Falta ver quien la convence de que todo se reduce a una maniobra política para seguir detentando el poder, adquirido con malas artes, sus privilegios e impunidad. Los partidos han acabado a la zaga de las quiméricas aspiraciones populares. Recuerdo cuando González repartía competencias por aquiescencias o Zapatero, ebrio de republicanismo corrosivo, reputaba cuánto viniera del Parlamento catalán. Asimismo, ambos hicieron la vista gorda ante los continuos incumplimientos de la Ley.

Al PP no lo hace inocente su menor tiempo de gobernanza. Aznar fue también un mantenedor de la discrecionalidad, abuso y exigencia de los políticos catalanes. Incluso se dejó decir, para congratularse con quien -presuntamente- delinquía cubriéndose con una bandera escamoteada, que hablaba catalán en la intimidad. Además, consintió la depuración de Vidal Cuadras aunque no fuera político de mi agrado. Rajoy mantiene una ubicuidad característica. Por cierto, es la mejor manera de encontrarse siempre perdido.

Me aburre el tema catalán por reincidente y por su cantinela monótona. Verdaderamente hemos llegado a un marco de difícil conversión. Creo que se ha franqueado el límite de lo razonable, de lo posible; han empezado a jugar con fuego. Como ciudadano español, me preocupa poco que Cataluña se independice o no. Primero porque, objetivamente, ha perdido potencial económico autóctono y porque las empresas hoy se reubican con facilidad. Segundo porque resulta más oneroso convivir con alguien que no quiere hacerlo, que darle plena libertad de acción. Como persona, lo sentiría por quienes dejarían de ser españoles a la fuerza, violando derechos individuales. Mi voto soberano sería un sí a la independencia, no por mi voluntad sino por la suya. Que lo piensen bien, sobre todo las consecuencias. Quiero vivir tranquilo, sin demandas extravagantes, por esto deben saber que gozan con mi aquiescencia.  

 

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