viernes, 29 de agosto de 2014

PERSONAJES Y PERSONAJILLOS


Al ocaso del siglo XV, Leonardo da Vinci -con su hombre de Vitruvio- dejó claro que el individuo es un ser simétrico. Se dice, asimismo, que una figura tiene simetría cuando, al rotarla sobre  un eje, mantiene su forma o es congruente con la figura inicial. Observe el lector que aparece congruente, vocablo imbricado a la simetría que no deja de ser cuestión decisiva como veremos más adelante.

Por otro lado, morfología y sentimientos tienen algún punto en común. Siempre se ha referido que el diminutivo presentaba una especial carga afectuosa, familiar, fraterna. Hay casos, sin embargo, donde el diminutivo viene atravesado, dibuja o deja entrever un poso de desprecio; pone al descubierto un guiño esquivo, peyorativo. El epígrafe que da título al escrito presente, constituye la mejor evidencia del apunte. Personaje, voz ordinaria, implica exaltación de un individuo libre de raquitismos semánticos. Quienes acreditan el apelativo disminuido, en este caso, pertenecen a la mayoría repudiada.

Se considera personaje al ser juicioso, simétrico, con virtudes y defectos. Un afán de excelsitud, de altura moral, le dispone a rotar para -enfrentados vicios y probidades- corregir aquellos bajo el imperio generoso, consecuente, de las últimas. El anonimato les hace aparecer magnitud menguada, casi ridícula. La realidad constata lo discreto de un colectivo del que, a grandes rasgos, escasea solo la excelencia. El personajillo ve transformado en frontera lo que debiera ser eje de bilateralidad. Es un hombre recortado, medio, cacho. Presenta y tiene un único lado; generalmente corrupto, pecaminoso. Alejados de la dialéctica y del eclecticismo, son diestros o siniestros, dogmáticos, sectarios, ineptos e inútiles.  Les atrae la tiranía y los regímenes totalitarios.

Estos individuos hemilaterales, personajillos, detentan hoy el poder; toda expresión de poder. Lastrados por la inexistencia del contrapunto moral o intelectual, sin frenos, sin congruencia posible, se dejan arrastrar encantados por todo aquello que pueda sintetizarse en dos conceptos: degradación y atropello. Huérfanos de principios personales y sociales, negocian su desvergüenza al mejor postor, sin importar doctrina ni arraigo. Viven la invalidez alegórica sin complejos porque, aparte su laxitud operante, se miran en el falso espejo de una sociedad que los mima cuando no actúa como venero necesario y  necio.

Como dije, ocuparnos en seleccionar algún personaje es misión imposible. El anonimato viene a considerarse su mejor y más aclamado valor. En realidad, aquello que ignoramos no existe. Hay, no obstante, legión de personajillos que pueblan con testarudez los medios audiovisuales. Y cuanto mayor sea su indigencia, más reiterativa es la aparición. Desconozco si generan ya escarnio u ojeriza. Incluso morbo por explorar quien se deja decir la mayor estupidez; porque han llegado a convertirse en poderosos, ricos, estúpidos. Eso de exhibir medio lado, ser casi filiformes, estilizados, atesora cuantiosos dividendos. Qué pena.

Pese a su naturaleza poco objetivable, conforman una fauna cuantiosa, insólita. En mi pueblo de la Manchuela conquense se utiliza una expresión muy plástica cuando se quiere magnificar determinada existencia: “das una patada a un gasón y aparecen cincuenta mil”. La cantidad puede ajustarse en razón del talante exagerado que muestre quien habla. Superando el inciso, cuesta nada entresacar un nutrido grupo de personas (aprecien mi carácter bondadoso a la hora del sustantivo) cuyo perfil se acomoda perfectamente a la caterva de personajillos que nos ocupa. Haberlos, haylos entre políticos, sindicalistas, comunicadores, financieros, empresarios, jueces, artistas o cómicos. También, pero menos dañinos, entre el común de a pie.

Los últimos tiempos me traen a la mente uno que, arrimado a la izquierda, presenta matices extraños con salidas un tanto folklóricas. A mí, al menos, me lo parece. Pertrechado -salvo error- exclusivamente de vivencias (base del construccionismo epistemológico) individuales en la esfera del cine y del teatro, imparte una doctrina cuyo púlpito es un irracional e inaceptable maniqueísmo. Pudiera ser el paradigma del hombre asimétrico, unilateral. No juzgo su profesión, ni siquiera su ideología. Afirmo con rotundidad que nada ni  nadie le concede autoridad cuasi sagrada, irrecusable, dogmática,  para descargar, ayer con exiguas excepciones, filias o fobias indiscriminadas. Se apellida Toledo y, pese a propias declaraciones, su cuna y trayectoria son bastante comunes. Nada que le permita sentir orgullo de estirpe, contradictorio por los hechos y por su conciencia de clase. ¿O es puro histrionismo?

¿Por qué encarno en él la jungla de personajillos que se enseñorea y mantenemos en el solar patrio? Quizás me haya dejado arrastrar por una prensa insípida, burda, basta; poco exigente. Uno -que se encasilla, se sitúa, cercano al eje sin discriminar lateral- comete en ocasiones parecidas simplezas de quienes se ubican del lado que ambiciona luces y cámaras. Puede que todos pequemos algo de personajes y mucho de personajillos.

Disculpe el señor Toledo porque él no compendia lo peor, ni mucho menos. Disculpen ustedes que no me exigiera mayor desarrollo en la enumeración de la especie, pero soy consciente de que les resultará fácil suplirme con éxito en este menester. Probablemente en otros muchos.

 

viernes, 22 de agosto de 2014

LUCUBRACIONES POLÍTICO-SOCIALES II


En mi último artículo mantenía la tesis de que cuando los pueblos están inmersos en crisis sociales y/o económicas siempre se dejan seducir por los populismos. A su sombra suele agigantarse la demagogia. Ambos alimentan espíritus negligentes y poco amigos del racionalismo; por consiguiente, dogmáticos. Sin embargo, pese al porte, acompañan necesariamente a regímenes totalitarios, bien vinculados a la esfera comunista ya inscritos en el solar nazi. Maximiliano Korstanje aseguraba que “el populismo permite una mayor participación política a costa de un proceso de desinversión. Como consecuencia aparece la dictadura como mecanismo político empleado para que las élites mantengan su legitimidad”. Amén.
Los populismos, digo, se acompañan de actitudes demagógicas. Son siameses. Unos dicen aportar respuestas a los sistemas representativos cuando entran en putrefacción. Las otras visten ropajes de moralina para ocupar un poder que únicamente con señuelo consiguen legitimar. Si utilizamos el sentido común deja de ser improbable descubrir la tramoya demagógica. Veamos algunos puntos en que hemos de concentrar nuestra atención. El demagogo ofrece como evidente la premisa que debe probar. Verbigracia, se atribuyen el atributo demócrata cuando son la antítesis del mismo. Ofrecen argumentos que afirman o niegan por boca de alguien con crédito o, por el contrario, gente común, indigente. Utilizan la omisión o informaciones incompletas, así como estadísticas fuera de contexto o demoniciones del adversario. Además de estas típicas, utilizan otras herramientas igualmente confusas y fraudulentas.
Muchedumbre (masa amorfa) y sociedad española son términos antagónicos. La muchedumbre carece de objetivos, presenta rasgos confusos, inconexos y el temor alumbra su primera particularidad genética. Conforma el alimento regular del populismo. Nuestra sociedad es la suma fraguada de individualidades fuertes, sometidas al crisol de pueblos y culturas. El español se ha vigorizado a través de siglos, de invasiones y de luchas desiguales. Se crece ante el quebranto porque ha sido horneado en él a lo largo de milenios. Si nos atenemos a las tesis de Corey Robin sobre miedos y adoctrinamiento, cualquier idea o estrategia que utilicen el populismo y la demagogia para escalar el poder, aquí es improductiva. Supera la línea roja que el hispano se impone en su indolencia.
Paul Krugman proclamaba: “es necesario un contragolpe populista para reinvertir el aumento de la desigualdad social”. Esta frase -que le da protagonismo al trabajo en la plusvalía- anula toda estridencia del populismo cuya meta es el poder totalitario y tiránico. Krugman interacciona política y economía pero prioriza esta última. Aquí surge la divergencia vital entre populismo económico y otro con connotaciones políticas, incluyendo el peronismo. Este, era y es un movimiento tan atípico que Roger Cohen lo califica de: “filosofía política propia, mezcla de nacionalismo, romanticismo, fascismo, socialismo, pasado, futuro, militarismo, erotismo, fantasía, lloriqueo, irresponsabilidad y represión”. Una extensa variedad de emociones incapaces de practicar la verdadera justicia social.
Los demagogos también exhiben un pelaje fácilmente reconocible. El simple análisis con los ojos del sentido común descubre su debilidad argumental. Apelan a prejuicios emocionales, miedos y esperanzas del pueblo para ganar apoyos a través de la retórica y el reclamo. Ya Aristóteles definió demagogia como forma corrupta de la República “que lleva a la institución de un gobierno tiránico de las clases inferiores; de muchos o unos que gobiernan en  nombre de la colectividad”. En otras palabras, los demagogos se arrogan el derecho de interpretar los intereses de la masa como intereses de toda la nación. Confiscan todo el poder y la representación del pueblo e instauran una dictadura personal. Más claro, agua. Luego, que nadie se llame a engaño. Su alimento natural son los medios de comunicación -hoy internet- falta de educación y la mercadotecnia. Por este motivo resulta fundamental desenmascarar a los oportunistas.
Lo antedicho constituye la columna argumental que me lleva a negar la probabilidad de que Podemos alcance el poder. Naturalmente es una hipótesis teórica que toma, asimismo, consistencia con el statu quo europeo y mundial. A mí me parece que como experimento académico resulta interesante aunque de logros dudosos. Como intento de generar una democracia popular (totalitarismo) supranacional, lo considero una quimera que roza el desvarío. Aconsejo, no obstante, a mis conciudadanos no bajar la guardia e informarse de analogías o diferencias atribuibles a los sóviets rusos y a los círculos de Podemos; ambos supuestamente libres y asamblearios. La metodología, y algo entiendo de esto, es parecida entrambos.
Para terminar, al anhelo de “mano dura” metódica de su líder quiero oponer una auténtica “mano dura” democrática contra Podemos y el resto de la casta política que está consumando este injusto, oneroso y terrible calvario: abstención. Es el procedimiento más eficaz y menos traumático.

viernes, 15 de agosto de 2014

LUCUBRACIONES POLÍTICO-SOCIALES



Las modas actúan cual torrenteras salvajes y arrastran a los medios que se ceban en sus torbellinos noticiables. EREs, ébola y Pujol se alternan con cierta fascinación, tanta que  incluso produce tedio. Siguiendo estas pautas, iba a escribir sobre el expresidente catalán; sobre la pregonada denuncia contra el banco donde trabaja “garganta profunda”, tópico diseñado en el caso Watergate. Sin embargo, esa historia debe desenredarse a través de un sumario judicial, no periodístico.

En este país se otea un futuro tan inquietante que el pretérito, aunque esté anegado de corrupción, debe importarnos lo justo. Sin despreciar cualquier medida quirúrgica que cauterice los desmanes atesorados en cuatro décadas, hemos de dirigir nuestro interés y esfuerzo hacia aquello que nos espera. Por tal motivo, viene a colación aquella pregunta prerrevolucionaria que se hizo Lenin a principio del siglo XX: ¿Qué hacer? Aventurar una respuesta satisfactoria y probable resulta bastante complejo, no solo por el objeto sino, y sobre todo, por quien debe llevarlo a buen término: el pueblo.

La plebe rusa por aquellas fechas padecía, esencialmente, una crisis social. El sistema zarista -anclado en épocas remotas- abrió abismos irreconciliables en la estructura nacional. Mientras una élite aristocrática vivía rodeada de lujos, la gran mayoría penaba una miseria atroz. Lenin apeló al populismo cuyos primeros balbuceos había formulado Marx y que años después proporcionarían cuerpo doctrinal Habermas y otros sociólogos contemporáneos.

Bajo el auspicio de un modelo teórico, Lenin supo inculcar al individuo la absoluta necesidad de practicar un centralismo democrático. Combinando centralismo y democracia se potencia la disciplina consciente, se admite el sacrificio de la libertad para conseguir la máxima eficacia. Sus rasgos vertebrales son: libertad de crítica y autocrítica dentro del partido; subordinación de las minorías a la mayoría y las decisiones de los órganos superiores son vinculantes a los inferiores. La realidad termina por imponer un totalitarismo tiránico. Ya ocurrió con el leninismo, peronismo, castrismo y chavismo, entre otros.

Habermas, no obstante, basándose en la “razón instrumental” de Adorno -como contrapunto a los abusos de la “razón dominadora”- dedujo la “acción comunicativa” del hombre. Esta senda de intercambio le llevó a enunciar su “democracia deliberativa”, convertida en un instrumento complementario de nuestra democracia representativa. Aquella adopta un proceso colectivo para tomar decisiones políticas. Esta utiliza una razón economicista; es decir, un empeño de bienestar personal. Por diversas razones, Habermas prefiere una concepción republicana en lugar de un proyecto liberal. ¿En qué instante de ellas se inicia la divergencia? ¿Dónde la convergencia?

España, esa seca y malquerida piel de toro, se encuentra en un momento crucial. Sometida a una profunda crisis general, necesita con urgencia un tratamiento de choque. La putrefacción del sistema agrava en mayor medida la enfermedad multiorgánica e institucional. Al escollo de los síntomas, se añade el proceder insolidario, dogmático, lamentable, del ciudadano español. Analfabetismo político, dejadez e intolerancia constituyen un eje en torno al cual gira todo impedimento. Fundamentamos culpas en políticos y medios, pero pretendemos ignorar a quienes conformamos la porción de corresponsables por apatía e inoperancia.

Entre los defectos que arrastramos, destaca el individualismo, la falta de conciencia social. Alejamiento y beligerancia eternizan la división insensata e insuperable de amplios, a la vez que representativos, sectores sociales. Tal constancia dificulta, si no reprime, restaurar la auténtica soberanía popular. Nos dejamos arrastrar por filias o fobias generalmente irreflexivas. Observamos con desagrado, asimismo, que al español de a pie le mueven las palabras en perjuicio de los hechos. Pocos países de nuestro entorno incurren en el mismo error, producto del dogmatismo e incultura. Toleramos sin ninguna objeción los desafueros achacables a nuestros elegidos pero castigamos con rigor aquellos fallos que perpetra el adversario.

Tamaño absurdo lleva al individuo a decidir su voto por despecho. Poco o nada importan programas, compromisos ni ofrecimientos. Al fin, caben únicamente sentimientos preconcebidos sin que se dedique un segundo al análisis y subsiguiente coherencia. Pese a las prospecciones electorales y efectos que ofrecen sucesivas encuestas del CIS, no oteo ninguna fractura en el bipartidismo. El suelo electoral del PP y PSOE se muestra propicio para lograr un bipartidismo alternante, con matices. Se revitalizaría el sistema de alternancia pacífica que concluyó infaustamente en la Segunda República.

No nos gustan las viejas fórmulas políticas. Nos consume la corrupción, el desenfreno y la injusticia. Nos harta la impunidad prepotente, casi lasciva. No obstante, nos inquieta lo nuevo, lo desconocido, que provoca inseguridad a nuestro débil individualismo. Dudo que Podemos sea alternativa real. Por lo dicho y por otros motivos que iré desmenuzando la próxima semana.       
       

viernes, 8 de agosto de 2014

LA CAÍDA DEL MITO


La mitología constituyó una parte nuclear de la narrativa griega, romana, escandinava… Dioses, titanes, héroes, reyes -junto a otros personajes de ficción- sentaron las bases religiosas y políticas del mundo occidental. Instituyó también la figura del oráculo, especie de dignatario heurístico cuyo concurso era imprescindible. Cubría un papel semejante al que ejercen hoy significados comunicadores. Al fin y al cabo, aquellos y estos (con mayor o menor acierto) anunciaban bienandanzas o infortunios según dispusiera el antojo del mito correspondiente. Política y religión fueron conformándose a golpe de sutileza, de apostillas gestadas en el Olimpo.

España pertenece a las naciones que contraen extrañas prácticas ante el mito. Los mima y renueva de continuo, pues componen una parte trascendental de su idiosincrasia. Toros y piras, cual marchamo característico, etiquetan a sangre y fuego -de manera indeleble- nuestra genética; forman parte de la esencia nacional. Ronroneamos asimismo, como felinos satisfechos, al individuo público siempre que se coloca a nuestro alcance. No se les exige demasiados méritos profesionales. Ni siquiera abundancia de valores humanos, reducidos al recuerdo a consecuencia del relativismo imperante. Conocemos a algunos cuya única aportación al sumario general consiste en haber aventado vicisitudes íntimas y personales. Incluso, a manera de inventario, sincerando -es un decir- los encuentros sexuales por tacada. Es de suponer que estos formarían parte de los Titanes y “Titanas” (para la señorita Aído) por el colosal esfuerzo empleado en llevar a cabo tan gratos ardores. Otro mito, antes jugoso, pero decadente. Seamos serios.

Los mitos o supersticiones carecen de identidad propia. Surgen cuando el hombre desentraña, o lo pretende, misterios de la vida. Actualmente, también de forma misteriosa, suele encarnarlos en personajes -quizás personajillos- plenos de indigencia, ayunos de justificantes. Es lo que viene aconteciendo al pasar de la quimera al mundo real. Mientras, el ciudadano común necesita, sigue necesitando, guarecer sus limitaciones bajo la protección consuetudinaria de aquellos mitos clásicos; hoy convertidos en protagonistas de noticiario. Es la consecuencia irremediable que acompaña a los tiempos presentes, las modernas razones y los avances técnicos. Sin embargo, y al fin, no cabe el hombre nuevo.

Cuarenta años de democracia, de permanente e inquieto espejismo, permitieron un fluir inacabable de ídolos. Antesala del mito al uso, presentan una flojedad estructural genética. Son deidades de barro. Nacen lastradas. Conviven entre humanos porque, en el fondo, son humanos. Esta  esencia palpable los hace temporales, caducos si no rancios. Aquellos, quienes habitaban el Olimpo, jamás poseyeron aspecto corpóreo aunque tuvieran, incluso se les diera, representación antropomórfica o afín. Tal alejamiento de la materia permitió que fueran invulnerables a los efectos gravosos, destructivos, del vicio y sus letales consecuencias. Agamenón, Aquiles y Odiseo, verbigracia, sucumbieron a su perfil humano.

Imparable la irrupción actual de ídolos inconsistentes, animan para nuestra desdicha el escenario gubernativo y mediático. Desde comunicadores izados de forma espuria a los cenáculos sagrados hasta espíritus fatuos entronados por el monolitismo político, estos tiempos vienen cargados de mitos sospechosos. Forman legión los prohombres que la costumbre, el afán de confundirse con el entorno y la falta de crítica social -junto al dogma ciego- les ha permitido mantenerse, sin caer con inmediatez, en  un pedestal fraudulento. Luego aparecen las sorpresas y los episodios de contrición algo tardíos. No obstante, lo peor no es omitir el hecho sino indultar, de una forma u otra, al ídolo caído. 

Conforman un número indigno la pléyade de políticos, sin excluir siglas, que obtuvieron del ciudadano el asentimiento inmerecido, la confianza defraudada. Jueces, sindicalistas, jerarcas de la comunicación y financieros gozan de loas reverenciales, de idolatría inútil. Se haría agotador concluir el artículo si enumerásemos una pequeña parte de aquellos que por méritos propios forman el cuerpo de estafadores y desaprensivos. Consiguieron -y aún lo hacen, pese a su talante- sustraer una confianza sin asentamiento, un anhelo quimérico, mítico. Quiero pensar que tales perspectivas y situaciones creadas van a concluir, a poco, con la vela imperturbable de un redivivo individuo circunspecto.

Jordi Pujol, según personal manifestación, estuvo embaucando al pueblo catalán y español durante treinta y cuatro años. Quien monopolizó tres décadas de seducción institucional, quien fue considerado un político intachable -paradigmático- resultó ser, como mínimo, un defraudador impenitente. El ídolo de Convergencia, el político que vistió de realidad un imaginario cuerpo nacionalista, trituró las esperanzas que los catalanes habían depositado en el prohombre elevado al rango de mito. Ahora, en evidente contradicción con el dios Cronos que tragaba a sus hijos para mantener el poder, Pujol (hediondo de ignominia) se auto inculpó para blindar una prole, desenfrenada y desinformada, que debe ubicarse en los arrabales del Olimpo; cerca de su padre proscrito.

 

 

 

viernes, 1 de agosto de 2014

UN VIAJE ASOMBROSO


Por una vez, y sin que sirva de precedente, abandono la temática habitual. Como bien saben mis amables lectores, suelo escudriñar con cierto rigor, no exento de mesura, el quehacer de la fauna política. Quizás la reseña tome un sabor más ácido cuando evalúo al gobierno. Ignoro las razones, pero el poder -sin atender entrañas ni tiempos- me “enerva” (vocablo fetiche de mi cuñada Ana). Seguramente sea la ventura que arrastro por un inevitable carácter anarquista. Soy consciente de su linaje utópico, pero no mayor que el del comunismo científico o el de la democracia liberal. Consecuente con esta actitud, enfatizo la libertad como elemento constitutivo, esencial, del hombre.

Hace escasas jornadas regresé de un periplo por el pirineo leridano. Cincuenta años atrás realizaba parecido itinerario por aquellos lugares verticales, flotantes, inagotables, que dejan siempre un grado de insatisfacción. Ahora quise enseñar a mi esposa, además de a un matrimonio amigo, la abrupta belleza que ensoberbece al paisaje. Superados los feraces campos de Tárrega y sur de la provincia, fuimos acercándonos -entre pantanos, riscos e incursiones por tierras oscenses- a El Pont de Suert. Montamos el cuartel general al cobijo de la delgada, simpatiquísima y cercana señora Nati. Dueña del hostal, conservaba aún evidentes signos de un pasado hermoso. Nos impactó a todos.

A lo largo de dos días recorrimos Bohí, alrededores y valles. Practicamos un primer acercamiento, un saludo afable, la tarde en que llegamos. Recibimos completa información de cualquier pormenor, tanto referente a taxis todoterreno cuanto al conjunto arquitectónico de la zona. El nuevo día, diligente, fresco, húmedo, lo principió un taxi con cuatro parejas que nos condujo a un punto elevado del valle. Luego, caminata de hora y media -entre gozosa y dolorosa- hasta el refugio.

Casi un kilómetro de camino pétreo, penitente, nos llevó al lago Llong; una belleza a dos mil metros. El área -majestuosa, soberbia, relajante- bien valió la fatiga del ascenso, el calabobos intermitente y las cuatro horas del trayecto. Ida y vuelta. La tarde nos compensó con las visitas a Tahull, Caldas de Bohí y Erill la Vall. Iglesias románicas, casas de alta montaña (piedra y pizarra en descenso increíble) se turnaban con las aguas termales de Caldas, nombre estricto, justo y sustantivo.

El día siguiente nos condujo a Viella. Sometida a la hondonada, se levanta bizarra hacia Francia o el Puerto de la Bonaigua. Este, interminable, desnudo, vigila orgulloso los remontes que en el tórrido verano exhiben su inmóvil esqueleto al sol. Pero volvamos a Viella. Sin perder su fisonomía lugareña, cautiva a los espíritus sosegados y, a la vez, mundanos. Limpia, entrañable, incondicional, viene a ser parada obligatoria para viajeros que convergen en esta encrucijada de caminos. Olvidada -orográficamente rota- su fortuna ha sido crear esta entidad apasionante. Por puro azar conocimos a una cántabra deportista, extrovertida, campechana. Espléndida. Era la mujer del alcalde y diputado convergente. Cierro el párrafo con elogios a Arties y Salardú, dos magníficos pueblos gemelos con vitola de alta montaña. 

Bajamos serpenteando Bonaigua al tiempo que un grupo muy diseminado de ciclistas, algunas chicas poderosas entre ellos, subían purgando aquellos erizados repechos. Los esforzados, según supe después, iban de Tossa de Mar a San Sebastián. Acomodaban, asimismo, dos jornadas al Tour. Kilómetros más abajo, superamos Esterri D’Aneu y, a la altura del Pantano de la Torrassa, iniciamos la subida a Espot. Nos hospedó un hotel cuyos propietarios, Josep y Ana exudaban afabilidad. Una química especial entre ellos y nosotros se estableció al punto. Años atrás, los actuales reyes habían utilizado aquellas instalaciones. Sobre la repisa de recepción destacaba un testimonio gráfico que daba cuenta explícita del acontecimiento.

Entrada la mañana siguiente, con las manos expertas de Ricard coronamos, en Land Rover, el lago Grand d’Amitges (casi tres mil metros). Muy ufano, nos comentó que la bajada hasta el lago San Mauricio -quinientos metros de desnivel- era coser y cantar. Una vez reinstalado cada órgano en su sitio -la subida pedregosa fue una auténtica batidora- emprendimos la bajada por un sendero, medio metro de anchura, que recorrimos casi despeñados. El paisaje era espectacular. Nuestros ojos iban de arriba abajo. Franqueamos miradores, cascadas y variada orografía -siempre uno tras otro- hasta llegar al lago San Mauricio. Todo un remanso de paz. Extraordinaria experiencia. Desde allí a Espot nos bajó María, una valiente conductora.

De regreso a Valencia, pasamos Sort, Artesa de Segre, Tremp, Cervera, Igualada (aquí hicimos noche) y Montserrat, cuna del nacionalismo. Comimos en Monistrol, base del aéreo, y con las primeras sombras del quinto día pusimos final a nuestro peregrinaje que supuso una vivencia inolvidable.

Durante el viaje nos enteramos de los acontecimientos que afectan a la familia Pujol; un padrinazgo de película. No me causó ningún asombro porque, conociendo un poco la Historia de España, de sus gobiernos y de sus gentes, puedo esperar cualquier cosa de unos políticos que han conformado en cuarenta años un monumento a la rapiña y a la corrupción sin límites. Pareciera que les faltara tiempo para generar su particular agosto, para atesorar un futuro bochornoso. Todo con el plácet, si no complicidad, de un pueblo indulgente que excusa la devolución de lo robado y alivia la cárcel para sus autores. Esto se desprende, al menos, de las reacciones ciudadanas.

Sí, a lo largo del periplo me he asombrado. Me han asombrado los paisajes soberbios, inigualables. Me han asombrado, sobre todo, las gentes que hemos conocido. Amables hasta extremos insospechados. Fácil la sonrisa. Siempre de oreja a oreja. He visto esteladas, sí. Pocas, pero algunas. Sin embargo no me encontrado con nadie que hiciera del nacionalismo, incluso moderado, bandera y menos bandidaje. Sin duda, pese a Pujol y no por él, ha sido un viaje asombroso.