Al ocaso del siglo XV,
Leonardo da Vinci -con su hombre de Vitruvio- dejó claro que el individuo es un
ser simétrico. Se dice, asimismo, que una figura tiene simetría cuando, al
rotarla sobre un eje, mantiene su forma
o es congruente con la figura inicial. Observe el lector que aparece
congruente, vocablo imbricado a la simetría que no deja de ser cuestión decisiva
como veremos más adelante.
Por otro lado,
morfología y sentimientos tienen algún punto en común. Siempre se ha referido
que el diminutivo presentaba una especial carga afectuosa, familiar, fraterna.
Hay casos, sin embargo, donde el diminutivo viene atravesado, dibuja o deja
entrever un poso de desprecio; pone al descubierto un guiño esquivo,
peyorativo. El epígrafe que da título al escrito presente, constituye la mejor
evidencia del apunte. Personaje, voz ordinaria, implica exaltación de un
individuo libre de raquitismos semánticos. Quienes acreditan el apelativo
disminuido, en este caso, pertenecen a la mayoría repudiada.
Se considera personaje
al ser juicioso, simétrico, con virtudes y defectos. Un afán de excelsitud, de
altura moral, le dispone a rotar para -enfrentados vicios y probidades-
corregir aquellos bajo el imperio generoso, consecuente, de las últimas. El
anonimato les hace aparecer magnitud menguada, casi ridícula. La realidad
constata lo discreto de un colectivo del que, a grandes rasgos, escasea solo la
excelencia. El personajillo ve transformado en frontera lo que debiera ser eje
de bilateralidad. Es un hombre recortado, medio, cacho. Presenta y tiene un
único lado; generalmente corrupto, pecaminoso. Alejados de la dialéctica y del
eclecticismo, son diestros o siniestros, dogmáticos, sectarios, ineptos e
inútiles. Les atrae la tiranía y los
regímenes totalitarios.
Estos individuos
hemilaterales, personajillos, detentan hoy el poder; toda expresión de poder.
Lastrados por la inexistencia del contrapunto moral o intelectual, sin frenos,
sin congruencia posible, se dejan arrastrar encantados por todo aquello que
pueda sintetizarse en dos conceptos: degradación y atropello. Huérfanos de
principios personales y sociales, negocian su desvergüenza al mejor postor, sin
importar doctrina ni arraigo. Viven la invalidez alegórica sin complejos
porque, aparte su laxitud operante, se miran en el falso espejo de una sociedad
que los mima cuando no actúa como venero necesario y necio.
Como dije, ocuparnos en
seleccionar algún personaje es misión imposible. El anonimato viene a
considerarse su mejor y más aclamado valor. En realidad, aquello que ignoramos
no existe. Hay, no obstante, legión de personajillos que pueblan con testarudez
los medios audiovisuales. Y cuanto mayor sea su indigencia, más reiterativa es
la aparición. Desconozco si generan ya escarnio u ojeriza. Incluso morbo por explorar
quien se deja decir la mayor estupidez; porque han llegado a convertirse en
poderosos, ricos, estúpidos. Eso de exhibir medio lado, ser casi filiformes,
estilizados, atesora cuantiosos dividendos. Qué pena.
Pese a su naturaleza poco
objetivable, conforman una fauna cuantiosa, insólita. En mi pueblo de la Manchuela
conquense se utiliza una expresión muy plástica cuando se quiere magnificar
determinada existencia: “das una patada a un gasón y aparecen cincuenta mil”. La
cantidad puede ajustarse en razón del talante exagerado que muestre quien habla.
Superando el inciso, cuesta nada entresacar un nutrido grupo de personas
(aprecien mi carácter bondadoso a la hora del sustantivo) cuyo perfil se acomoda
perfectamente a la caterva de personajillos que nos ocupa. Haberlos, haylos entre
políticos, sindicalistas, comunicadores, financieros, empresarios, jueces,
artistas o cómicos. También, pero menos dañinos, entre el común de a pie.
Los últimos tiempos me
traen a la mente uno que, arrimado a la izquierda, presenta matices extraños
con salidas un tanto folklóricas. A mí, al menos, me lo parece. Pertrechado -salvo
error- exclusivamente de vivencias (base del construccionismo epistemológico)
individuales en la esfera del cine y del teatro, imparte una doctrina cuyo
púlpito es un irracional e inaceptable maniqueísmo. Pudiera ser el paradigma
del hombre asimétrico, unilateral. No juzgo su profesión, ni siquiera su
ideología. Afirmo con rotundidad que nada ni
nadie le concede autoridad cuasi sagrada, irrecusable, dogmática, para descargar, ayer con exiguas excepciones, filias
o fobias indiscriminadas. Se apellida Toledo y, pese a propias declaraciones,
su cuna y trayectoria son bastante comunes. Nada que le permita sentir orgullo de
estirpe, contradictorio por los hechos y por su conciencia de clase. ¿O es puro
histrionismo?
¿Por qué encarno en él
la jungla de personajillos que se enseñorea y mantenemos en el solar patrio?
Quizás me haya dejado arrastrar por una prensa insípida, burda, basta; poco
exigente. Uno -que se encasilla, se sitúa, cercano al eje sin discriminar lateral-
comete en ocasiones parecidas simplezas de quienes se ubican del lado que
ambiciona luces y cámaras. Puede que todos pequemos algo de personajes y mucho
de personajillos.
Disculpe el señor Toledo
porque él no compendia lo peor, ni mucho menos. Disculpen ustedes que no me
exigiera mayor desarrollo en la enumeración de la especie, pero soy consciente
de que les resultará fácil suplirme con éxito en este menester. Probablemente en
otros muchos.