En mi último artículo
mantenía la tesis de que cuando los pueblos están inmersos en crisis sociales
y/o económicas siempre se dejan seducir por los populismos. A su sombra suele
agigantarse la demagogia. Ambos alimentan espíritus negligentes y poco amigos
del racionalismo; por consiguiente, dogmáticos. Sin embargo, pese al porte,
acompañan necesariamente a regímenes totalitarios, bien vinculados a la esfera
comunista ya inscritos en el solar nazi. Maximiliano Korstanje aseguraba que
“el populismo permite una mayor participación política a costa de un proceso de
desinversión. Como consecuencia aparece la dictadura como mecanismo político
empleado para que las élites mantengan su legitimidad”. Amén.
Los populismos, digo, se
acompañan de actitudes demagógicas. Son siameses. Unos dicen aportar respuestas
a los sistemas representativos cuando entran en putrefacción. Las otras visten
ropajes de moralina para ocupar un poder que únicamente con señuelo consiguen
legitimar. Si utilizamos el sentido común deja de ser improbable descubrir la
tramoya demagógica. Veamos algunos puntos en que hemos de concentrar nuestra
atención. El demagogo ofrece como evidente la premisa que debe probar.
Verbigracia, se atribuyen el atributo demócrata cuando son la antítesis del
mismo. Ofrecen argumentos que afirman o niegan por boca de alguien con crédito
o, por el contrario, gente común, indigente. Utilizan la omisión o
informaciones incompletas, así como estadísticas fuera de contexto o
demoniciones del adversario. Además de estas típicas, utilizan otras herramientas
igualmente confusas y fraudulentas.
Muchedumbre (masa
amorfa) y sociedad española son términos antagónicos. La muchedumbre carece de
objetivos, presenta rasgos confusos, inconexos y el temor alumbra su primera particularidad
genética. Conforma el alimento regular del populismo. Nuestra sociedad es la
suma fraguada de individualidades fuertes, sometidas al crisol de pueblos y
culturas. El español se ha vigorizado a través de siglos, de invasiones y de
luchas desiguales. Se crece ante el quebranto porque ha sido horneado en él a
lo largo de milenios. Si nos atenemos a las tesis de Corey Robin sobre miedos y
adoctrinamiento, cualquier idea o estrategia que utilicen el populismo y la
demagogia para escalar el poder, aquí es improductiva. Supera la línea roja que
el hispano se impone en su indolencia.
Paul Krugman
proclamaba: “es necesario un contragolpe populista para reinvertir el aumento
de la desigualdad social”. Esta frase -que le da protagonismo al trabajo en la
plusvalía- anula toda estridencia del populismo cuya meta es el poder
totalitario y tiránico. Krugman interacciona política y economía pero prioriza
esta última. Aquí surge la divergencia vital entre populismo económico y otro
con connotaciones políticas, incluyendo el peronismo. Este, era y es un
movimiento tan atípico que Roger Cohen lo califica de: “filosofía política
propia, mezcla de nacionalismo, romanticismo, fascismo, socialismo, pasado,
futuro, militarismo, erotismo, fantasía, lloriqueo, irresponsabilidad y
represión”. Una extensa variedad de emociones incapaces de practicar la verdadera
justicia social.
Los demagogos también
exhiben un pelaje fácilmente reconocible. El simple análisis con los ojos del sentido
común descubre su debilidad argumental. Apelan a prejuicios emocionales, miedos
y esperanzas del pueblo para ganar apoyos a través de la retórica y el reclamo.
Ya Aristóteles definió demagogia como forma corrupta de la República “que lleva
a la institución de un gobierno tiránico de las clases inferiores; de muchos o
unos que gobiernan en nombre de la
colectividad”. En otras palabras, los demagogos se arrogan el derecho de
interpretar los intereses de la masa como intereses de toda la nación.
Confiscan todo el poder y la representación del pueblo e instauran una
dictadura personal. Más claro, agua. Luego, que nadie se llame a engaño. Su
alimento natural son los medios de comunicación -hoy internet- falta de
educación y la mercadotecnia. Por este motivo resulta fundamental desenmascarar
a los oportunistas.
Lo antedicho constituye
la columna argumental que me lleva a negar la probabilidad de que Podemos
alcance el poder. Naturalmente es una hipótesis teórica que toma, asimismo,
consistencia con el statu quo europeo y mundial. A mí me parece que como
experimento académico resulta interesante aunque de logros dudosos. Como
intento de generar una democracia popular (totalitarismo) supranacional, lo
considero una quimera que roza el desvarío. Aconsejo, no obstante, a mis
conciudadanos no bajar la guardia e informarse de analogías o diferencias atribuibles
a los sóviets rusos y a los círculos de Podemos; ambos supuestamente libres y
asamblearios. La metodología, y algo entiendo de esto, es parecida entrambos.
Para terminar, al
anhelo de “mano dura” metódica de su líder quiero oponer una auténtica “mano
dura” democrática contra Podemos y el resto de la casta política que está consumando
este injusto, oneroso y terrible calvario: abstención. Es el procedimiento más
eficaz y menos traumático.
No hay comentarios:
Publicar un comentario