viernes, 25 de diciembre de 2020

EL ALGODÓN NO ENGAÑA

 

Sería absurdo rebatir que comunicar —en términos generales— es pasar información de un ser a otro mientras se alternan las funciones específicas del proceso: emisor y receptor. Cualquier especie puede recurrir a lo que llamamos comunicación no verbal: ni hablada, ni escrita; únicamente el hombre posee capacidad para hacerlo de forma verbal. Por este motivo, palabras y grafismos conservan valor especial, supremo, cuando el mensaje cumple ciertas condiciones orgánicas. Exponer una realidad incuestionable o rubricar un compromiso ético legitima esa hegemonía que ha brindado la naturaleza al hombre. Quien corona su discurso con retórica fingida e hipócrita debilita el orden u organigrama caótico del cosmos y acredita ser moralmente (aunque parezca excesivo dentro de una lógica minuciosa) un apéndice sobrante, innecesario, estéril. 

Llevamos años en que palabras y mensajes articulan prácticas postizas, putrefactas. Cuando algo pierde su esencia, se convierte en sustancia desagradable, que ocasiona rechazo e incluso repugnancia. El lenguaje político —extiendo su alcance a gran parte de la sociedad— se ha degrado tanto que resulta ininteligible, incluso para experimentados exégetas. Prejuzgo el esfuerzo realizado por la clase gobernante, antes casta, a la hora de conseguir tanta pericia. Cito como ejemplo aclaratorio el insistente incentivo del vicepresidente respecto a la ocupación para luego denunciar el incauto intento de hacerlo en una de sus propiedades. Al menos, eso se cuenta a lo largo y ancho del país. Dicha ocupación (aunque sea en grado de candidez o tentativa) amén de preocupar a una muchedumbre mansa, dejándola espantada, origina dilemas política y jurídicamente insuperables. Así lo constata el proceder rutinario.

Los sociólogos, damnificados por este devaneo, despliegan posturas enfrentadas. Uno de ellos afirma: “Ninguna sociedad puede subsistir sobre la base de la mentira y el engaño; es decir, sobre la devaluación de la palabra”. Parecen reflexiones sensatas. Pues bien, otros al alimón sentencian: “La mentira limita conceptualmente con la gestión social del secreto, la ocultación, el silencio y sus respectivas dialécticas constitutivas”. Advierto, aparte cierto cinismo irónico o ironía cínica, un intento hábil de justificar el necesario cometido del subterfugio para minimizar campos a priori más arriesgados. Admitiría semejantes alegatos en casos precisos, cuando la verdad desnuda pudiera ocasionar graves alteraciones al statu quo nacional o internacional. El resto de lances, acasos y pretextos, divergirían del purismo democrático convirtiéndolo a medio plazo en contrapeso funesto.

Nuestros políticos no mienten por tosquedad; menos, resguardados tras el biombo de la necesidad ocasional, empírica, a que les debieran obligar secretas providencias o destinos excelsos. No llegan a tanto porque son políticos de barriada, según etiquetaba un convecino a los malos jugadores de dominó. Algunos van más lejos y merodean el arrabal. Nunca conviene alardear de conocer al prócer por muy cercano, accesible o sobrio que parezca, pues manejan la farsa, el transformismo, como nadie. Ocurre, sin embargo, que el personal prorroga su ceguera de forma voluntaria, fanática, visceral. Así llegamos a entender que encuestas fiables otorguen al PSOE ciento veinte diputados surgidos de la nada. Constituye un hecho incontestable: mentir a mansalva aquí nunca ha pagado peaje, pero poco a poco va minando ese plus de credibilidad social. Veremos.

¿Es Vox la extrema derecha terrible, acicalada con todos los instintos malignos que le atribuye la izquierda? ¿Acaso Podemos es un partido de izquierdas, sin marca extrema ni populista, y claramente democrático, según su frívolo e insistente auto apelativo? ¿Tiene fuerza política con treinta y cinco diputados para creerse sigla sustantiva? ¿PP está fuera de la Constitución como afirma algún diputado fanático de la bancada gubernamental? ¿ERC y Bildu han de seguir dando lecciones éticas y jurídico-políticas? ¿PNV y JxCat conforman partidos que cobijan a las altas burguesías vasca y catalana o son la nueva izquierda progre? ¿El sanchismo, que no PSOE, exhibe carácter, naturaleza, de partido gobernante o constituye un sosia revolucionario? ¿Cómo puede denominarse gobierno de España a quien depende para gobernar de partidos antiespañoles, calificativo que ellos mismos proclaman?

¿Alguien quiere aclararme por qué somos el único país de UE en que la pandemia queda a expensas de las Comunidades en lugar del gobierno nacional?  ¿Puede explicarse que pese a ERTEs, IMV, “multimillonarias ayudas” recientemente anunciadas a hosteleros y otras protecciones sociales, cada vez haya más colas del hambre? ¿En qué se basa Sánchez para afirmar, entre otros mensajes muy aventurados, que a principios de otoño de dos mil veintiuno toda la población española estará vacunada? ¿Qué interés muestra el gobierno en nacionalizar las empresas del Ibex? ¿Es creíble que lo hagan para evitar opas extranjeras, argumento utilizado como causa? ¿Declaramos capaz al gobierno para convencer a Europa a fin de que nos doten los ciento cincuenta mil millones prometidos? ¿A qué fondo perdido —quizás paraíso fiscal— irán a parar los setenta y cinco mil millones prometidos?

Quedan infinidad de preguntas por proponer, pero prefiero que cada cual agudice su retentiva y termine, si lo consigue, la relación. Me propongo puntualizar algunos hechos razonables, quizás surgidos de recovecos sombríos. Ignoro, es un decir, qué interés muestra Sánchez y acólitos por reformar el CGPJ cambiando la ley en vigor. También configura un misterio insondable el hecho de que Iglesias parezca presidente ante los silencios, incluyendo abandono escénico, del auténtico. Deduzco que La Moncloa es plato apetitoso, pero la lucha antagónica viene deparando desequilibrios poco dignos y nada proporcionados. Iván el Terrible II, así lo llama mi amigo Ángel, sabrá cómo tratar la altiva arrogancia, no exenta de liderato tiránico, con que se muestra Iglesias y que le ocasiona mermas importantes en sus expectativas electorales.

Si nos cargamos de fe, inocencia, mansedumbre y letargo, España va como un cohete en todas las facetas. La estabilidad política será real cuando se aprueben los presupuestos que incluyen subida fiscal “a los ricos”. El PIB mejorará a final del año. Bajaremos a lo largo de dos mil veintiuno déficit y deuda creciendo nuestra economía escalonadamente por encima de la media europea. Pandemia y sufrimiento adjunto terminarán como muy tarde al inicio del tercer trimestre. No tenemos que preocuparnos por nada, todo está bajo control. Hasta estrenaremos ley de educación, tan innecesaria como otras aprobadas para desviar la atención ciudadana porque no satisfacen demandas previas. El gobierno presenta una azulejería inmaculada, lustrosa. No obstante, pasamos el algodón para constatar la pulcritud exquisita con que nos quieren seducir. Al punto, el tejido queda mugriento, negro, asqueroso. En fin; de limpieza, nada. El algodón no engaña.  

viernes, 18 de diciembre de 2020

LA COTIZACIÓN DE LOS BANDOS

 

Días atrás pude sumergirme en el diálogo sostenido por un espía inglés que pretendía captar a otro ruso para salvar su vida. Era una escena de la película “El topo” cuyo guionista, John le Carré, falleció hace pocas fechas. El espía ruso prefirió una hipotética muerte antes que pasarse al bando enemigo. Para convencerlo, el espía inglés empleaba este argumento: “No somos tan diferentes, ambos nos dedicamos a buscar el punto débil de los sistemas de los demás”. La esencia del mensaje no se encuentra en esa determinación (heroica o estúpida) de dejarse ejecutar por un prurito ideológico, tal vez ético, sino en esa equiparación mundial de las herramientas heterodoxas, crueles, que utiliza cualquier sistema de poder para imponerse a otro. Luego, el espía inglés pensaba que morir o ceder antes que desertar era propio del fanatismo, fácil de vencer porque el fanático padece alguna duda insondable; reflexión, esta última, bastante precipitada. 

Pudiera ser interesante, avistado el primer párrafo, analizar la guerra fría y los intentos por conseguir un poder hegemónico. Sin embargo, aunque las teorías conspiranoicas reavivan hoy ambos escenarios, creo que su análisis excedería con creces mi información, competencia e interés general. Por este motivo, considero más provechoso quedarnos en la realidad cercana, española, que también tiene su intriga. Es evidente que el poder a nivel nacional, cualquier poder nativo, es ínfimo —a veces— ridículo, grotesco. Me refiero no solo al poder político, también al social y financiero. Aunque dicha aseveración esquiva polémicas desmañadas, algunos líderes patrios creen que el mundo gira en torno a su ombligo, redondo según teoría pública y publicada de Álvaro de la Iglesia cuando editó: ”Todos los ombligos son redondos”, donde realidad y absurdo se dan la mano.

Aquella observación realizada por el espía inglés sobre las misiones paralelas de los distintos tentáculos del poder, se cumple tanto en el macrocosmos como en el microcosmos político. La libertad debe su existencia, aunque parcial, a que el poder absoluto, macrocósmico, se aprecia estrictamente en disquisiciones intrincadas, casi inaccesibles, de sociólogos con pretensión esotérica. Ese reparto coyuntural, inestable, permite un análisis simple ya que podemos diseccionarlo sin previa necesidad de someterlo a ninguna práctica forense; aunque, por otra parte, la magnanimidad solo puede apreciarse viéndolo de cuerpo presente. Cada cual debe vivir (incluso penar) sojuzgado al poder, sea democrático —siempre menesteroso, perfectible— o tiránico, hasta que la sociedad aprenda, se atreva sin perderse en discusiones fratricidas e ineficaces, a exigir en él vigorosa y sosegadamente equidad, templanza, mientras condena su fraude.

Poder es un vocablo cuyo concepto presenta tal amplitud que permite paradojas incoherentes, enfrentadas, cuanto a su teorización y praxis. Desde las viejas concepciones: auctoritas, potestas e imperium —hoy ignoradas las dos primeras debido a aberraciones toleradas e ilícitas— hemos pasado al poder público que exige la convivencia apacible en un único Estado. Llamado también poder social, lo define Keith Dowding (actual politólogo australiano) como el poder legítimo que “tiene la capacidad de un actor para cambiar las estructuras de incentivos de otros actores con el fin de lograr resultados”. Este poder deseable, afín a la quimera, luce escasa pureza por darle esperanza a una existencia azarosa, arbitraria y grisácea. Gene Sharp, convencido filósofo pacifista estadounidense, aseguraba que el poder depende de los ciudadanos. Desde el punto de vista teórico, ambas concepciones esparcen ilusión que no es poco.

Es evidente que nosotros vivimos en un área de poder casi insignificante dentro del entorno internacional, pero —de un tiempo acá— con especificidades cuyas notas lo hacen turbador, demasiado parecido a la concepción violenta recogida por Elías Canetti. Imperceptiblemente nos canjean el progreso liberal, europeo, por fórmulas seductoras en su envoltura y sustancia totalitaria, mísera, opresiva. Siempre sentí cierta contestación, tal vez rechazo no exento de desprecio, por aquellos políticos que arraigan, faltos de escrúpulos, deseos asilvestrados de corromper o enajenar principios morales y especulativos del individuo. Nuestro país no tendría por qué ser diferente, pero lo es; en este apartado, desde hace siglos con grave perjuicio, al menos, en la esfera continental.

Probablemente Dowding y Sharp, entre decenas de estudiosos, hayan alcanzado una visión certera de lo que debe ser un poder legítimo, consentido, reparador. Asimismo, ilustran el método, la política, para conseguirlo con la acción unitaria del pueblo que resistiría a ser dócil, complaciente, si surgiera un lance destructivo. España, no obstante, rehúye por tradición consuetudinaria el marco idílico descrito. Nosotros fomentamos una sociedad inconexa, formada por bandos —cuando no banderías— que obstaculizan la idealización de un poder aglutinador, lícito, virtuoso. Prevalece técnicamente una democracia esperanzadora en origen, pero sin cotejo europeo, que las dos siglas principales, PP y PSOE, la han trocado cuanto menos hedionda, vacía; un ritual bufón, enfermizo, corrupto. En definitiva, pauta engañosa, rígida, cadavérica.

Estamos, digo, atrincherados en camarillas desideologizadas (al igual que las siglas respectivas) cuyo nexo asociativo es —curiosa incongruencia— fe, dogma montaraz e insociable y sectarismo acerbo. La otra trinchera queda marcada por diversos complejos y miedos que le desanima a realizar acciones contundentes. Aunque dichos atributos especifiquen con total claridad cada bando, diría que se advierten injerencias recíprocas debido al sentido transversal que domina el marco en boga de las conmociones sociales. Sin embargo, cada agrupación cotiza de forma diferente, al parecer, ajustando peajes y objetivos. Aquellos, adscritos a no sé qué ley retroactiva o túnel del tiempo, quieren borrar casi nueve décadas de Historia desdeñando cualquier actividad que les separe de su objetivo único. Topan con dos hándicaps arduos: Cronos que jamás retorna y Europa.

Estos, exquisitos y pusilánimes, actúan guiados por la misma irracionalidad demostrando que las diferencias son tan accidentales como imprecisas salvando, eso sí, matices de estilo. A la postre, cuenta si el poder siente preocupación o no por quien conforma su cimiento: la sociedad. El gobierno social-comunista —empeorando todos los precedentes, algunos deplorables, calamitosos— salta a la pídola (juego infantil algo infamante) sobre una sociedad encorvada, casi tullida. Desvergonzadamente, persigue un poder ilimitado y, a poco, revela atracción irrefrenable por el avasallamiento tiránico. La democracia, a la chita callando, necesita con urgencia una acción correctora que no se advierte ni siquiera en el partido mayoritario que lo sostiene. Preciso señalar que la alta cotización deberán pagarla los bandos infractores, causantes. 

Digna y vigorosa decisión del CGPJ por anular tanta vileza. Aliento su poder autónomo.

viernes, 11 de diciembre de 2020

POQUITOS CHISTES Y MENOS BROMAS

 

Fue la frase literal que expelió el ministro de sanidad, señor Illa, respecto a la tan traída y llevada vacuna. Tras nueve meses —chapuceros, bochornosos— de pandemia, su reproche me parece provocativo e intolerable. Enseguida se me hizo presente el dicho popular “los pájaros (no vean mala intención) tiran a las escopetas”. Cierto que el personal arrostra muchas dudas sobre su eficacia y, sobre todo, seguridad. Tanta prisa, asimismo confusión, con que se tramitan las vacunas, aun periferias, empuja a imaginarse uno víctima de cualquier alteración física o psíquica. No es para menos tras oír a expertos que la vacuna, contraria a modelos clásicos de introducir agentes poco activos para obtener una inmunidad natural, se fundamenta en alterar el ADN humano —cuya estructura es parecida a la del SARS-CoV-2, virus responsable de la pandemia— para lograr una inmunidad imprecisa; victoria extraña y poco inteligible.

Afirmo rotundamente que es la sociedad quien debe manifestar al gobierno, o sea, a Pedro Sánchez —tal vez a Iglesias— el epígrafe que corona estos párrafos. Además, sin proponérselo, el ministro de sanidad interpreta en su exhortación lo que ha de hacer (y todavía no ha hecho) este gobierno con nulo apego democrático. Dice el presidente, garabateando un etéreo y petulante “¿quién da más?”, que desde enero a marzo habrá veinte millones de españoles vacunados, completando el total cuando termine la canícula. Pese a ser experto lenguaraz, de ofrecer una pirueta innoble y torpe farsa, acumula un desvarío más tras ese escaparate ya navideño, pero sin adornos ni villancicos. A pelo, como aquella bella joven que montaba a caballo en el viejo spot de coñac.

Iglesias —vicepresidente segundo, al menos— parece hacer tentativas en el “Club de la Comedia” cuando expresa impasible el ademán: “La derecha está fuera del Estado por ser incapaz de pactar con el separatismo”. ¿Es o no un chiste buenísimo expulsar del Estado a tres partidos que representan a diez millones de españoles e inducir a que entren tres o cuatro partidos independentistas cuyos representados son dos millones escasos? Añade, con estilo parecido, que “se le está agotando la paciencia” con el CGPJ. Que diga esto el líder de una piñata con tres millones de votantes, no es chiste pequeñín, constituye un sarcasmo irrisorio. Deduzco su nulo desasosiego si advertimos la insolencia que exhibe desde las primeras castañas. Ahora, en otro rapto de soberbia quiere encarcelar al individuo, epígono del “jarabe democrático”, que le llamó “garrapata”; fisiológicamente chupador de sangre y, por tanto, afable e ingenua metáfora política.

Por necesidades del guion, Salvador Illa —ministro de sanidad y filósofo— lleva meses subido al candelero con semblante sereno, estoico, salvo una ocasión en que descompuso continente y contenido. Nueve por ahora, cual parto humano, sin que todavía haya parido algo eficaz, preciso. Camina a saltos yenkeros (adelante y atrás, como imponía La yenka de mis años mozos) sin despeinarse y sin decir verdad alguna. Si Habermas lo hubiera conocido habría sido su modelo icónico cuando dijo: ”Los filósofos no siempre sirven para algo; a veces son útiles, y a veces no lo son”. Sin embargo, pecaríamos de injustos si se le ignorara la cobertura, junto a Simón de parecido rendimiento, suministrada a Sánchez, irresponsable, nulo e inepto total. Dolores Delgado, fiscal general del Estado, otro blindaje, tiene bloqueadas, presuntamente, decenas de querellas por supuesta negligencia con las muertes ocurridas durante la pandemia.

Me sorprende, y a millones de españoles, que la minoría opositora en pleno no denuncie con firme insistencia esa permanente actitud insidiosa del gobierno. Cuando se inició la pandemia, contra los consejos de la OMS (que tampoco es moco de pavo cuanto a solvencia y credibilidad se refiere), Simón, Illa y Sánchez conformaron el pensamiento tríadico con estructura típica: inferior-medio-superior para decir y hacer lo que está presente en la memoria común, especialmente en aquella de quienes perdieron algún ser querido. Fijaron una triada de movilización política, casi revolucionaria: serenidad, confinamiento salvaje y éxito explosivo de Sánchez. “Hemos vencido al virus”, dijo ignoro si utilizando el plural lingüístico o mayestático. Luego, los registros lo tornaron a la realidad, revelaron su mentira escandalosa y se recluyó en suntuosos lugares palatinos.

Escapa al sentido común que España se deje comer el terreno por un escaso dieciséis por ciento, si sumamos a Podemos, ERC, Bildu, PNV JxCat, Más País y grupúsculos sin entidad; bien es verdad que bajo el infausto y culpable apoyo del PSOE. La falta de discurso vigoroso, incisivo, atribuible a PP y Ciudadanos, queda relevado sobradamente por uno bastado e insólito de Podemos, ERC y Bildu que proyecta marcar las reglas de juego en el ámbito nacional. Me gustaría conocer la opinión del ministro de sanidad sobre este marco inobjetable, ¿chiste o broma? ¡Vaya, vaya, con el filósofo de semblanza cínica! Desconozco —pues tengo el oráculo en ERTE— qué hará Sánchez cuando sean aprobados los Presupuestos. Sospecho, dada su naturaleza artera, que desmentirá a aquellos ministros cuya misión publicitaria les hace asegurar que “meterá en cintura” a los rebeldes. ¡Loor a La Moncloa!

Nadie cuestiona ya, ni dentro ni fuera, que este gobierno va a la deriva desde sus primeros pasos. Institucional, sanitaria, social y económicamente da bandazos dañinos reivindicando con descaro reprobable un carácter de normalidad. ¿Es normal, entre otras extravagancias inadmisibles en países de nuestro entorno, que Izquierda Unida exija a España y a la UE que reconozcan los resultados electorales en Venezuela con el prodigioso argumento de que se han cumplido todas las leyes y estándares democráticos? No en balde, Zapatero fue el político más genuino de los observadores internacionales. Señalo, al efecto, una anécdota particular como paradigma de respuesta social. Un año, en las fiestas de mi pueblo, quedamos campeones de dominó Julián (tristemente fallecido por coronavirus) bastante mal jugador y yo, relativamente bueno. Todo el mundo, sin excepción, dijo: “Si han ganado ellos, ¿cómo serán los subcampeones?”. Piensen.

Finiquita el año sometidos a un gobierno que ha hecho de la mentira regla y principio. Maldecimos el año dos mil veinte porque ha venido huérfano pleno. Sin embargo, el venidero llega cargado de incógnitas económicas, políticas y sanitarias. ¿Tragará Europa, al final, unos presupuestos delirantes e iniciará las ayudas salvadoras, sobre todo del gobierno? ¿Será Sánchez capaz de responder adecuadamente a los requerimientos que le exigirán Podemos, ERC y Bildu? ¿Qué joven va a vacunarse cuando se entere de que las vacunas conocidas en ciernes son manipulaciones inciertas sobre el ARN emisor que afecta al ADN replicador? Entre por qué no medicamentos y sí vacunas hay demasiadas preguntas. Es el ciudadano quien debiera decir a Illa, y resto de incompetentes: “Poquitos chistes y menos bromas”.

 

viernes, 4 de diciembre de 2020

LA ESPAÑA DEL CHIRIBITIL Y DE LOS MITOS

 

El epígrafe rebosa musicalidad, sugestiva estética, mientras auspicia, como paradoja, emociones que prefieren la fantasía para desterrar, sin mostrar encono, una realidad con notables probabilidades de ser siniestra. En efecto, chiribitil significa, desván, rincón o escondrijo bajo y estrecho. Es sinónimo de trastero (esa pieza que se vende acicalada con nombre propio en los garajes) cuyo destino es amontonar objetos inútiles, inservibles. Solo algún romántico, especie desaparecida, se atrevió a ver en algún rincón oscuro, abandonada y cubierta de polvo, un harpa. ¿Seremos capaces, también nosotros, sin alicientes románticos, idealistas, remover el rincón oscuro de nuestra historia reciente, inmediata, para vislumbrar un mañana más grato, menos yermo —cachivache de trastero— para sustituirlo por algo sugeridor e ilusionante? Difícil lo veo.

Que el mundo es un discurrir permanente e incierto, queda constatado por la firma y rúbrica del escepticismo más rebelde. Sin embargo, el acontecer individual —muro que los existencialistas fueron incapaces de franquear— se sustenta con ingredientes espirituales, aun materiales, vinculados a los tiempos. Mitos y ficciones son inmanentes, refugios humanos para vencer inseguridades camufladas entre sombras. Dicho marco, obligó a instaurar mitos sacros o épicos que protegieran vida y propiedades. Era su yo íntimo, medroso, convulso, trasmutado en dioses, titanes invencibles y oráculos. El individuo erigía mitos contra la desesperanza. Luego, se imponía la realidad recreando desasosiegos y frustraciones. Los mitos, en el fondo, solo reprimen la verdad.

Política y religión han sido doctrinas paralelas en cualquier aspecto vital, incluyendo dogma y violencia. Séneca decía: “La religión es algo verdadero para pobres, falso para sabios y útil para dirigentes”. Si sustituimos religión por “política” tendríamos una frase inteligente, ajustada, incuestionable. Hoy los mitos tienen un germen externo, de arrabal, llevando al sujeto temores e inquietudes sin par. Antes eran protectores de convicción, ahora —ni fu, ni fa— son entibiados (héroes legendarios, futbolistas, toreros, artistas) o aciagos (políticos). Clásicos y entibiados conforman una mitología inmortal, sobrehumana. Zeus y Artemisa, verbigracia, cohabitan con Agustina de Aragón y Manolete, aunque tengan desigual relevancia.

Al decir de Séneca, la España espiritualmente pobre hace mitos a los políticos menos solventes, asimismo más demagogos, populistas. Perdona aventurerismo, hojarasca, felonía; quizás falta de escrúpulos, de honradez. Al tiempo, consiente determinadas ruedas de molino. Se saben mitos, conocen nuestras debilidades y excretan sobre la buena fe o, peor aún, sobre la estupidez pertinaz. Colocar a los políticos en hornacinas éticas es el mayor error que pueden cometer las sociedades actuales, más si nos referimos a un país —España, sin citar ningún otro— que viene perfilando rápida y holgadamente ortodoxias totalitarias. Es evidente que mi reseña se ciñe a Europa Comunitaria. El resto, pese al espíritu globalizador, no sirve de guía dada su escasa contribución empírica.

Claude Lévi-Strauss perfecciona a Séneca cuando afirma decisivo: “Nada se parece al pensamiento mítico que la ideología política”. Ignoro por qué muchos ciudadanos señalan, en ocasiones de forma visceral, diferencias abismales entre distintas siglas, cuando —desde un cierto nivel de jerarquía, por acción u omisión— solo difieren en la mayor o menor habilidad para burlar la justicia. Pareciera hipérbole si mantengo que no hay políticos más o menos honrados, tal vez sinvergüenzas absolutos, porque todos están hechos con idéntico material. Al efecto Albert Camus expresaba: “La política y la suerte de los hombres están hechas por hombres sin ideal y sin grandeza. Los que tienen alguna grandeza dentro no hacen política”. Amén.

Desde luego, los políticos patrios carecen de grandeza (además de otras cualidades exigibles) como lo demuestra su quehacer cotidiano. Existen en ellos tres vicios que debieran castigarse con rigor y ejemplaridad. Obviando el orden de trascendencia, uno trae cola: su ambición inmoderada les apremia a estar por encima de España y de los españoles. Patraña, oquedad e ignominia —entre otras taras silenciadas— escoltan a los prebostes con ecos de oscurantismo cuasi autocrático. Completa su encarnadura una gestión manirrota, abusiva, de los bienes públicos agravada por nepotismo evidente y presunto latrocinio generalizado. La falta de sentido común y desubicación los castiga con actuaciones búmeran. Obran y hablan como si fuéramos lerdos de calle, para finalmente tener que asumir, sin reconocimiento previo, lo mismo que aquel célebre personaje de la Televisión “y el tonto soy yo”.

Aparte minucias que dejan al descubierto lamentables indigencias en la casta política, hay ejemplos de mentecatez táctica y estratégica. El mismo día en que se aprueban unos Presupuestos insolidarios y ruinosos, Vox apuñala a PP; es decir, conforman trincheras enfrentadas. Menos mal que Iglesias, Bildu y ERC, preparan el hundimiento estratégico de PNV y JxCat; o sea, quieren arrojar a la derecha burguesa, soberanista, vasca y catalana para conseguir un gobierno Frankenstein “progresista puro”. Absorber y soplar al mismo tiempo es imposible. El trío muestra una inteligencia muy deficiente: necesita mejorar. Preveo tiempos neuróticos, furtivos, inestables; tiempos de desasosiego, de alarma; por qué no, de pavor.

Repartir papeles, protagonismo, o enfatizar personajes no pule el artículo ni añade ningún aderezo indispensable. Extraigo, pese a lo dicho, una colección de “chorradas” dichas con el tono y autoridad con que cualquier Papa, imagino, hablaría ex cátedra. Así, Iglesias pomposo, como si tuviera trescientos cincuenta diputados bajo su tiranía, se atrevió a decir: “España será una república antes o después”. Claro, nada es eterno ni irreversible. ¡Qué mente tan prodigiosa! Tiempo atrás ya afirmé (y no es inevitable) que, aunque dicho personaje fuera condenado por algún delito —hoy presunto— no dimitiría de vicepresidente, ni de líder podemita. Su inventiva le llevaría a excusas surtidas, indigestas, incluyendo buscar culpables pintorescos dentro y fuera del propio escenario.

Pero si hay algo extemporáneo, farisaico e insólito, es la admonición hecha por Sánchez a Iglesias: “En el gobierno hay que trabajar con humildad”. Le hubiera faltado añadir “toma nota de mí”. Pone su particular broche (no menciono el metal porque también pudiera ser falso) con la frase final, una vez aprobados los Presupuestos: “España avanza a un futuro de progreso”. Con Podemos, Bildu, ERC y siglas mínimas (elegidas por la ley electoral) de comparsas, con individuos mitómanos y contra media España, como mínimo, vamos abocados al chiribitil económico e histórico. Más allá de embelecos, hazmerreir internacional y fraudes, ese es el auténtico porvenir que nos espera..