viernes, 30 de octubre de 2020

HOMO HOMINI LUPUS

 

La frase inicial y completa, debida a Plauto, expresaba: “Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit” (Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro). Veinte siglos después, Thomas Hobbes —padre del Estado moderno— en su obra Leviatán vuelve a la carga con: “Homo homini lupus” (El hombre es un lobo para el hombre). Con esta reflexión, Hobbes denuncia que el hombre es violento, agresivo, y la vida un eterno combate de todos contra todos. Una comunidad pacífica, desde su visión socio-filosófica, solo puede cuajar a través de un soberano autoritario para someter lo que él llama “condición natural de la humanidad”. Con aparente contradicción, defiende asimismo derechos individuales (liberalismo) e igualdad plena de las personas. También el carácter convencional del Estado.

A lo largo del siglo XVIII y posteriores, inducidos por ese movimiento intelectual denominado Ilustración, surgieron figuras que completaron los conceptos de Hobbes. John Locke y su segundo “Tratado sobre el Gobierno Civil” introduce la idea de que la sociedad política o civil debe basarse en los derechos naturales y el contrato social. Años después, Jean Jacques Rousseau expuso la concreción de dicho contrato. Darwin contribuyó científicamente a las tesis hobbianas sobre la naturaleza humana formulando la teoría de la Selección Natural. Montesquieu, en su “El Espíritu de las Leyes”, cimienta el Estado democrático con la división e independencia de los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. Únicamente a través de él puede llegarse a una sociedad capaz de convivir armónicamente anulando el carácter agresivo del individuo.

Me sorprende aquella referencia a la monarquía absolutista, tiránica, citada por Hobbes para “doblegar” el instinto lobuno del hombre. Y lo hago por dos razones. Porque él mismo define libertad como esencia de la especie y sostiene, sin dudarlo, que todas las personas son iguales. Todavía me extrañan más algunas especulaciones vertidas por Ortega en su “España invertebrada” donde persevera que para evitar la descomposición nacional se requiere una fuerza elitista, aristocrática. Al igual que el primero, Ortega no solo rechaza las tiranías, sino que su asiento político se sitúa en la defensa del ciudadano y de sus derechos fundamentales. Estas tesis, aparentemente antidemocráticas, y otras con cierta carga antisocial, (recuérdese el efecto nocivo de la sociedad sobre el individuo, según Rousseau), caben como lenguaje metafórico o encriptado.

¿Habrá alguien que niegue la sana energía de un pueblo que huya de enfrentamientos estériles y estúpidos? Las gestas nacionales se han conseguido con paz y unidad. Creo que los principios promotores del Estado Moderno, surgidos en los siglos XVII y XVIII, deben tomarse hoy con exquisita prudencia. ¿Por qué no la monarquía absolutista sugerida por Hobbes, y objetada por Montesquieu en “El espíritu de las leyes”, no puede concretarse en un sistema de monarquía parlamentaria legitimadora de los tres poderes clásicos? Veamos, el rey constitucional refrenda disposiciones y leyes del poder ejecutivo y legislativo elegidos por sufragio universal. Sin embargo, el poder judicial (cuya misión es, o debiera ser, someter las discordias de unos y otros) es técnico, autónomo, y sus propias resoluciones las realizan en nombre del rey; es decir, este queda en segundo plano. He aquí el remozado absolutismo monárquico.

Demócratas opacos —pero luchadores ejercitados en la conquista del poder—intentan apoderarse de la educación y de los medios. Constituye una táctica espuria, pero admitida, cotidiana. Conformada lo que denomino conciencia social a través de estas técnicas farisaicas, fraudulentas, se aseguran casi ilimitadamente gobierno, privilegios y satisfacciones. Todos sin excepción, pero con pequeños matices entre derecha e izquierda, pretenden estafar al ciudadano cada vez más inculto, más indefenso. A esas maquinaciones hay que añadir el papel insólito de un periodismo que se vincula al alquiler perdiendo aquella dignidad, otorgada hace siglos, de personificar el cuarto poder. En el fondo, ahora mismo, y no sé hasta cuando, existe un poder justo, ecuánime, inviolable: el poder judicial que deslinda lobo y hombre.

El marco actual nos lleva a acomodar la reflexión de Hobbes para asentar un término cuya notoriedad se hace obvia día a día: “politicus homini lupus” (el político es un lobo para el hombre). Aquella “condición natural” se redujo a través del Estado Moderno, instrumento que permitió destapar la “condición natural del político”. Este inicia una lucha perenne, desnivelada en medios, con el ciudadano, hoy contribuyente y cautivo. Max Weber definía poder: “Probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera sea el fundamento de esa probabilidad”. Evidentemente se refiere al poder tiránico, sin contrapesos, comparable al democrático atiborrado de lacras. Ahora mismo, el gobierno social-comunista —si Europa no lo impide— persigue, con elementos que traslucen gestos totalitarios, someter al poder judicial convirtiendo la democracia española en una farsa totalitaria.

Tan apresurada moción de censura ha dado alas a nuestros “demócratas” con afanes despóticos. La vaguedad —o carencia— opositora se traduce en el ciego empeño de proclamar un estado de alarma que dure seis meses contra todo formalismo y exigencia democráticos. Cabe asegurar que el argumento que consolida tal barbaridad sea la frase tramposa, penetrante, legitimadora, de Sánchez: “Antes es la vida que los derechos y la libertad”. No contentos con tal paso insólito, impensable en cualquier país de nuestro entorno, el gobierno se propone perseguir “discursos de odio” en las redes. Resucitan la censura franquista para acallar voces murmuradoras, críticas. Se intenta normalizar lo extravagante como el extravío del acta sancionadora al bar donde estaba Armengol, presidenta de Baleares, hasta altas horas nocturnas contraviniendo su propia orden.

Comedido en mis apreciaciones políticas, y sin embargo muy escéptico con las “renuncias” de quienes dicen servir al ciudadano, vislumbro demasiados guiños dictatoriales y excesivo afán de riqueza personal. Solo con esas premisas se conciben aseos retóricos y ceremonias inmorales. Los medios, auténticos santones que ocultan la perversidad del oferente u ofertante, anuncian que el pacto PSOE-Ciudadanos retira el aumento impositivo al gasoil cuando fue el PNV que protestó por incumplimiento del PSOE en el pacto previo y ponía en peligro la aprobación de los Presupuestos Generales. Sánchez falsea su atracción por Ciudadanos para, a través de un teñido discreto, enjuagar el extremismo de sus aliados preferentes. A la vez, abre una brecha incómoda, manifiesta, casi insuperable, que pretende impedir cualquier alternancia gubernamental.

Termino con un breve recuerdo de aquellas palabras dirigidas por Maragall a CIU: “El problema de ustedes se llama tres por ciento”. Visto lo visto en la ética política, ¿cuánto dinero irá presuntamente a ciertos bolsillos, aplicando dicho porcentaje a los miles de millones que conforma nuestro presupuesto nacional? ¿Cuántos paraísos fiscales piensan frotarse las manos? Inevitablemente, con variantes, también hoy: “homo homini lupus”.

                 

viernes, 23 de octubre de 2020

CASADO, HOY, SE HA DIVORCIADO DE LA PRESIDENCIA

 

Hoy —segunda sesión de la moción de censura presentada por Vox— deja al descubierto una situación perceptible desde hace tiempo: Casado se ha divorciado de la presidencia del gobierno, nunca será presidente de España. Divorcio, según la acepción dos, significa “separar, apartar personas que vivían en estrecha relación, o cosas que estaban o debían estar juntas” y el líder del PP se ha separado estruendosa y belicosamente del consenso futuro, renunciando por temor o complejo a una táctica templada, provisional. Su discurso (obra maestra de estilo, muy por encima de lo oído en el Parlamento moderno, soberbio; con formas mejorables, menos agresivas, y un mensaje errado) hubiera sido productivo, cautivador, en otra situación, en Dinamarca o Países Escandinavos, donde la idiosincrasia y cultura superan de manera extraordinaria al disenso e incultura que, de forma proverbial, cortejan a los españoles.

Sin embargo, su falta de visión lo convierten en líder postizo, romo; “el yerno (rival) que toda sigla quisiera tener”. Si no se entera de qué audiencia le escucha, traspasado el horizonte parlamentario, su magnífico discurso constituye un brindis al sol. Casado ha sucumbido a las etiquetas; tanto, que ha recibido comprometidas loas de Iglesias y toscos parabienes de Lastra. El escenario no puede ser más desalentador: “si el incondicional calla, malo; si el adversario aplaude, peor”. Esa ensordecedora caja de resonancia formada por medios próximos (¡fuera las correcciones políticas!, comprados) llevaba días martilleando que un SÍ del PP implicaría abandono del comportamiento juicioso en “la derecha extrema” arrastrada por el radicalismo de “la extrema derecha”. Lo he referido alguna vez, dichos modales implica una corrupción social mucho más grave que cualquier otra porque, semejante manipulación propagandística, degrada la democracia.

Suele comentarse la indigencia cultural existente en nuestros próceres, pero el patrimonio intelectual constatado tampoco ocasiona grandes regocijos. Hago un inciso. Son las dos y media del día veintidós de octubre de dos mil veinte. No hace quince minutos que ha terminado la votación en la Cámara y ya se ha lanzado el eslogan: “Sánchez ha ganado la moción de censura con una mayoría irrepetible: ciento noventa y ocho votos contra Abascal”. Conjeturo que Casado se dará cuenta ahora —escuchando cómo manipulan la cuantía récord que él ha propiciado, junto a otros— del tremendo error cometido en beneficio del impresentable monclovita. O no. Continúo. Es la evidencia tangible de que en agudeza política no consume el mínimo exigible para gobernar el país. Ni este siquiera, cuyos representados suelen ser parcos a la hora de exigir una gobernanza superior.

Cuando Casado ocupaba la tribuna de oradores sabía que PSOE había firmado un manifiesto (“cordón sanitario”) nada democrático. Curiosamente se proclamaba “en favor de la democracia, los derechos humanos” y contra Vox. ¿En favor de qué… con la firma de Podemos, Bildu y CUP? Cinismo y jeta insolente de todos los firmantes no tienen parangón; ingenua insensatez del PP tampoco. Mis esperanzas puestas en Casado se han desvanecido cual castillo de naipes. Poco importo yo porque soy abstencionista, pero sí miles de seguidores, votantes, que condenarán su NO a Abascal (de rebote SÍ a Sánchez) y, sobre todo, la forma displicente, ofensiva, innecesaria, con que ha deslucido su intervención. Desconozco qué razones han llevado al PP a desmarcarse tajantemente de Vox, un partido constitucional, democrático y defensor de las libertades ciudadanas, aunque sus exposiciones, algo abruptas a veces, potencien la caricatura y el rechazo injusto.

He visto cómo Casado expandía culpas a Abascal; entre ellas, colaborar con el PSOE para que Sánchez e Iglesias se eternizaran trayendo miseria y esclavitud a España. Nadie, en ese momento, habrá olvidado que la situación institucional, política e incluso económica, tiene dos culpables al cincuenta por ciento: PP y PSOE. Durante cuarenta años, ambos (al alimón) han proporcionado competencias a Cataluña y País Vasco, permitiendo un adoctrinamiento educativo que ha desembocado en aumento astronómico del clan independentista. Es decir, han alimentado el problema vertebral a lomos de una insolidaridad provocadora e irritante. PP y PSOE, con pobres rudimentos democráticos, manchados a su vez de corrupción, conforman la fuente de Podemos y Vox. Por ello me parece artificial, improcedente, el comentario desdeñoso, sucio, de Casado a Vox.

Sánchez e Iglesias son como dos hermanos siameses: si se separan mueren ambos. Ellos lo saben y al efecto hay un gobierno bipresidencial, no de coalición. Absténganse de preguntarme, pero juraría que Iglesias, aunque el Supremo lo condenara, no iba a dimitir. Recurriría a cualquier argumento peregrino, infantil. Sánchez tampoco se lo iba a exigir. Seguro. Es curioso que, dando leña al poderoso, uno viva con decenas de sirvientes, personal de seguridad, avión, helicóptero, tres palacios, etc., etc. y otro lo haga en una mansión rodeada de vigilancia permanente. Dicen que es de linces aprovecharse de los tontos. Es probable, pero también de sinvergüenzas. Objetivamente, y por separado, ninguno parece cuajar un peligro digno de consideración, pero al unir maldad y astucia, sin escrúpulos, son capaces de saltarse líneas rojas, barreras legales y contratiempos que constriñan sus codicias.

A lo que se aprecia, el gobierno bipresidencial y sus heterogéneos apoyos no conforman esa comunidad aparente de ideales o doctrinas afines, pues algunos son opuestos. Constituyen una empresa lucrativa cuyos dividendos se reparten proporcionalmente a la capitalización política de los socios. Por eso, quieren manejar el Consejo General del Poder Judicial y, de rebote, imponer el Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo. La nueva izquierda marxista corrompe los sistemas libres transformando las democracias en dictaduras democráticas al igual que hizo Hitler, con los matices correspondientes. ¿Por qué Podemos, presuntamente, se financia de países ultraeuropeos? Porque en Europa no existe la extrema izquierda. Iglesias (y Sánchez aprueba) quiere convertir España en una dictadura democrática donde todos los resortes del poder estén controlados por el gobierno social-comunista. Así será imposible la alternancia.

Casado no midió bien las palabras de Iglesias: “Ustedes no van a volver al gobierno por la vía democrática”. De sus palabras puede deducirse que ellos iban a impedir dicha vía. En un contexto normal —suponiendo que el socialismo ahora fuera partido moderado, centrista y constitucional, no un sanchismo sin freno, abusivo, tiránico— Casado hubiera efectuado un discurso de estadista. Con todo, cuando (desde Zapatero) el PSOE rompe la convivencia, hace del odio escenario electoral y levanta trincheras estratégicas, el discurso de Casado lleva al PP a la inoperancia política, porque contra una trinchera solo cabe otra. Ha dicho NO a presidir el gobierno, se ha divorciado de él. Concedo el error, aunque lo creo difícil, porque la visión desde mi otero de analista puede diferir de aquella que observa la calle.  

viernes, 16 de octubre de 2020

LÓGICA, SENTIDO COMÚN, INDECENCIA E ILEGALIDAD

 

Sobre lógica, la acepción sexta del DRAE dice: “Ciencia que expone las leyes, modos y formas de las proposiciones en relación con su verdad o falsedad”. No se precisa ser un lumbreras para interpretar correctamente el concepto como armonía de los esquemas mentales respecto a una realidad objetiva que se muestra sin alternativa, inobjetable. Solo podría mercadearse mediante un estraperlo semántico, furtivo y mezquino, que llevaría al aturdimiento social, causaría corrupción en conciencias laxas y acarrearía la ruina moral y material de una nación. Claramente, el buen juicio rechaza toda inferencia, por sibilina e histriónica que se presente la farsa, cuyo objetivo fuera confinar (vocablo muy repetido desde hace meses), proscribir, derechos democráticos. No lo es tanto que, tras décadas deseducando, nuestros congéneres sean capaces de luchar por su salvaguardia.

Cuando el escenario, nacional e internacional, rebosa de contratiempos, de escollos que generan desasosiego, lo lógico sería conformar una comisión desideologizada, experta e interdisciplinar, para enfrentarse a ellos con eficiencia. No obstante, estos “próceres” pomposos muestran tal escasez de raciocinio y tan poca empatía que hacen imposible conjuntar objetivos e inversiones en una empresa común. Todos hablan de diálogo y consenso, pero blanden la escaramuza, el parapeto, no para mostrar sus diferencias sino como humillante arma electoral. Consideran (lo mismo aciertan) que el individuo vota con las entrañas y alimentan esa característica —hija de vicios mentales— para enlodar la democracia mientras esperan ostentar el poder eternamente. A resultas, los políticos se adueñan impunemente del sistema que vociferan servir.

El diccionario citado, sobre sentido común, afirma: “Capacidad de entender o juzgar de forma razonable”. Aunque podamos estimarlo dúplica del primer vocablo, hay claros matices divergentes entrambos. Lógica tiene una arquitectura dinámica, formal, abstracta, sometida a leyes especulativas severas. En definitiva, existe solo en el plano teórico tanto desde un punto de vista afirmativo cuanto negativo. Sentido común constituye esa vestimenta sensible, corpórea, que presenta la lógica positiva. Pura acción. Viene recomendado para realizar actos pragmáticos, solventes, fructíferos. En ocasiones brilla por su ausencia recogiendo decepciones, reveses. Se dice, y la experiencia lo constata, que “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Ignoro (para ser considerado) si el proverbio abriga asignación general o si, en contraste, esconde cierta debilidad por la clase política, al menos en nuestro país.

Creo, aparte otros desperfectos derivados, que el gobierno actual despliega graves déficits en lógica y en sentido común. Tal vez la mayor falta sea confundir tiempo y espacio en que se adscribe, amén de autoconsiderarse —presi y vice— estadistas únicos, personajes irrepetibles. El delirio, recíprocamente alimentado, termina chocando de forma irremisible, traumática, con la realidad. Además, sus pretensiones son tan opuestas que no caben en un mismo receptáculo. Sánchez gustaría, a falta de cuna, presidir la república, ser mandamás. Iglesias pretende presuntamente liderar el espacio comunista en España, transformarse en dictador totalitario (nazi), jefe supremo. Si bien acariciar ilusiones conforma un motor vital, consumir quimeras atrae desesperanzas incluso dejando bien cubierto el aspecto financiero. Solo Europa aterra al par y confiere fe a muchos españoles.

Acierta quien piense que obrar sin sentido común es de ser mentecatos o indecentes. Otra probabilidad es remota si no inverosímil. Indecencia, acogiéndonos siempre al DRAE, significa: “Dicho o hecho vituperable o vergonzoso”. Algunos practican —quizás practicamos— una deshonestidad paradójica, liliputiense, folklórica, amable, propia de gentes que asientan su vida sobre flashes intrascendentes.  La indecencia profunda, aquella que consideramos inseparable de mezquindades e infortunios sociales, viene protagonizada por políticos o comunicadores cortos de empatía y nobleza. Desde mi punto de vista, esta mancha se sustenta en codicias irrefrenables o pruritos extemporáneos. Si las primeras pueden comprenderse, aunque sean injustificables, los segundos constituyen una auténtica vileza.

Abundantes dichos indecentes compiten con lo aberrante. ¿Qué calificativo merece alguien cuya obsesión le pide exterminar a todo votante de PP, Vox y Ciudadanos? Otros lo hacen con el esperpento. Que sepamos, Zapatero proyectó la Ley de Memoria Histórica como factor de enfrentamiento social que Sánchez potencia al falsear su título original trocando Histórica por Democrática. Pese a ello, nuestro ejecutivo tiene la grotesca desfachatez de preocuparse por el lenguaje “guerracivilista” de Vox bajo la “mirada consentidora” del PP. Tal manipulación conforma una indecencia propagandística, corruptora, casi antidemocrática. El descaro promocional viene, como no, del periodismo ignaro o indecente, a elegir. Antonio Maestre despotricaba contra quien había dado orden de quitar en Madrid la placa de Largo Caballero (“un digno mandatario demócrata”) olvidando que había formado parte —entre otras cosas— del Consejo de Estado en la dictadura primorriverista para perseguir a militantes de CNT.

Ilegalidad indica “acción contraria a la Ley”. En este sentido, el escenario se vuelve ilimitadamente enrevesado porque la interpretación de los textos legales —es decir, el enmarañamiento de los mismos— lleva e extremos hilarantes si no tuvieran amargas repercusiones. Es deplorable que un mismo presunto delito lleve aparejado absolución o pérdida de libertad, según el juez o Tribunal. Si a esto añadimos la ocupación de la judicatura, o su intento, por el poder ejecutivo, tendremos una pequeña idea del “rigor” que encierra la palabra ilegalidad. Es evidente que quien conforma el cuerpo legal (poder legislativo) es una élite del Parlamento cuyas propuestas son avaladas, cuando lo son, por toda la Cámara. Podríamos decir, desde este punto de vista, que el legislativo formaliza un poder de “botón”.

La Historia muestra demasiados capítulos que recopilan el proceder ilegal del ciudadano español, su rebeldía. Tal vez sea una forma espontánea de liberación teniendo en cuenta el afán tiránico del poder. Sin embargo, dicha conducta puede considerarse nada ofensiva al Estado de Derecho ni perniciosa para la sociedad. Resulta una conmovedora licencia que se corresponde con el pataleo impulsivo. Diferente trascendencia y alcance tiene la actitud de los partidos hoy en el poder y quienes componen la oposición. Las leyes ajenas a la lógica o al sentido común —más allá del texto jurídico— son, aparte de un sinsentido, ilícitas e ilegítimas. Por ejemplo, el Estado de Alarma contraviene derechos fundamentales, entre ellos el de movilidad. Otra cosa es que gobierno (por comodidad) y oposición (por oportunismo futuro) lo prefieran al Estado de Excepción, legitimado por el régimen constitucional para prohibir toda actividad. Con matices diferenciadores, la proposición de ley para cambiar el CGPJ lleva parecido derrotero. 

viernes, 9 de octubre de 2020

¿POR QUÉ NO UN REFERÉNDUM SOBRE AUTONOMÍAS?

 

Pareciera que algunos políticos —adjudicándose una facultad prodigiosa entre soberbia y delirio— se sienten llamados, con vanidad impertinente, a cambiar el curso de los acontecimientos. El denuedo, agregado a la estupidez, forja al individuo fanático e inflexible, incapaz de ver lo pretencioso, a veces lo absurdo, de su empeño. No atino a deducir qué razón, desde luego nunca de amejoramiento, les lleva a entorpecer sus capacidades (si las tuvieren), tal vez a achicharrar su pobre brillo. Verdad es que mi opinión sobre los políticos, en cualquier ámbito, carece de lecturas arrebatadoras. Al mismo tiempo, creo ser moderado en cuanto a mis consideraciones. Infiero sus muchas lagunas y carencias, a cuyo efecto hago un ejercicio de contención en el examen que realizo con especial, quizás inmerecida, compostura.

Paradójicamente, vislumbro —diría estoy convencido— qué proyectan hacer con nuestro país, pero cuando intentan explicarlo me pierdo en un laberinto muy probablemente impulsado desde antros oficiales. Observo la comunión entre Unidas Podemos y los independentistas catalanes con el hermético plácet del gobierno que, como mucho, opone un tenue eco constitucionalista. Este rastro, y no otro, marca la dirección inequívoca emprendida por el PSOE que Sánchez arrastra a la ciénaga. Luego, surgen mezquinos agentes socialistas, y medios próximos (subvencionados con largueza), echando culpas a un PP “bloqueante”, subyugado por esa “extrema derecha que anticipa todos los males futuros de España”. Advierto, y me intranquiliza, que el subterfugio adquiera pátina de dogma incuestionable mientras la razón queda arrojada al vertedero social. Constituye un rasgo destacado en la coyuntura actual.

Nuestra democracia adolece de una genética débil y su componente educacional (parte complementaria del carácter) conforma diversas perversiones que la recrean maligna. Desde hace años vengo oteando gran actividad en ingeniería social. Cada vez estoy más persuadido de que la LOGSE, aquella ley educativa iniciada en mil novecientos noventa por Felipe González, inició la desnaturalización del sistema. Su consecuencia inmediata fue el aumento de individuos semianalfabetos, faltos de espíritu crítico, pasotas. Los medios, siempre volcados —sin eufemismo, vendidos— con la izquierda progre, han representado también un papel estelar en el deterioro notable. Al efecto, hoy los achaques que padece nuestra organización política son de tal envergadura que cualquier sigla promueve un ritual exclusivo como puntal y esencia democrática: introducir, cuando toca, papeletas en la urna. Ni más, ni menos; o sea, un fiasco, una decepción.

Decía James Madison, cuarto presidente de Estados Unidos: “¿Qué es el mismísimo gobierno sino la mayor de todas las reflexiones sobre la naturaleza humana?” Cierto, el ejecutivo condensa su propio desprendimiento o voracidad espuria, cleptómana, según indique esa reflexión apriorística sobre la naturaleza de los ciudadanos a quienes representa. Visto lo visto, nosotros hemos sido abducidos por decenios de farsa y manipulación sistemáticas (de)generando la sociedad abigarrada, rota, maldita, que aguanta estoica los abusos presentes y, peor todavía, aquellos que deslinda un horizonte infractor. Sí; el abandono acomodaticio —en ocasiones complaciente y cobarde— falto de respuesta firme, legitima las arbitrariedades que todo poder agiganta, paso a paso, sin escrúpulos ni peajes. Aunque no lo veamos así, somos instigadores más que agredidos.

Mucho se habla de cambiar el statu quo —logrado en la Transición— por parte del gobierno social-comunista. Desconozco si el enredo constituye una coartada para acreditar inocencia necia o encubrir ineptitudes. Es probable que su objetivo se alargue a ocupar el poder al máximo utilizando estrategias indecorosas. Hasta avisto posible un episodio de paranoia transversal modulada alternativamente por unos y otros. Al final, como táctica marxista, forzarán una sociedad subsidiada para monopolizar el poder de manera indefinida. Tienen ejemplos clarividentes en Andalucía, Extremadura y Castilla la Mancha, autonomías que el PSOE gobernó largo tiempo sin apenas alternancia política y que lideran de largo la penuria nacional. Aminoran todavía su aportación liberal por anquilosamiento pues atesoran engorrosas insuficiencias democráticas.

Más allá de palabras y gestos adscritos al escaparate político del que Sánchez es un gran especialista, los hechos oscurecen bastante su gestión política. No ya por animar desde la zona muerta, escondido, de tapadillo, a pisotear cualquier discrepancia o aglutinante constitucional (incluyendo el diálogo fructífero, sereno), sino por agredir —dopado con apoyos poco recomendables para un presunto partido de Estado— instituciones básicas como Judicatura o Monarquía. Censura sin pestañear todo lo que pueda suponer obstáculo para aferrarse a La Moncloa. Almacena venganza terrorífica contra quien ose retarlo real o imaginariamente. Vean, si no, con qué porfía ultraja a los madrileños para aleccionar a su presidenta. Deduzco que la resolución del TSJM, ilegalizando la orden ministerial sobre Madrid y otras nueve ciudades, ha encrespado al presidente. La respuesta enrabietada con el Estado de Alarma ad hoc, traerá consecuencias electorales y jurídicas.

A consecuencia de que el independentismo tiene agarrado a Sánchez por “La Moncloa”, léase o entiéndase dídimos, España deviene en país de los referéndums. Uno para satisfacer a ERC, al menos, y otro decisivo que pretende retribuir a sus coaligados para cambiar la Constitución. Unidas Podemos, quiere un sistema republicano, plurinacional (federado o confederado asimétrico, incluso disgregante), que le permita “asaltar el cielo”. No contento con estas “bodas de Camacho”, políticas y opulentas, UP asalta al rey y al CGPJ con la venia de expertos jueces eméritos que embarran el TSJM por considerar que dicho tribunal está contagiado ideológicamente. Su teoría descansa en que todo confinamiento precisa Estado de Alarma mientras el cierre perimetral no porque este último no restringe derechos fundamentales. ¿Contagio ideológico? Solo cuando rechace mi tesis. ¿La movilidad no es un derecho fundamental? ¡Ah! sí, claro

Constato, con alguna variante, las palabras de Ramón Sampedro: “Solo el tiempo y la evolución de las conciencias decidirán si mi “predicción” era razonable o no”. Ni soy inteligente ni tengo opción de consultar al Oráculo de Delfos; por tanto, me es imposible saber qué decisión tomará el Tribunal Supremo sobre Iglesias por el caso Dina. Tengo, sin embargo, la certeza absoluta de que querellas y farsas se resuelven por los tribunales ordinarios —cuyas resoluciones son recurribles— y por Cronos, cuyos fallos adquieren el atributo de inapelables. Este tribunal absoluto, terco, preciso, ha dado el veredicto de qué y quién es Pablo Manuel Iglesias Turrión.

Por cierto, aprovechando las ansias insólitas que algunos exhiben para cambiar la Constitución, ¿podrían los políticos completar el referéndum pertinente con la pregunta de si los españoles queremos o no Estado Autonómico?


viernes, 2 de octubre de 2020

A TODAS LUCES, REY

 

Pretenden abatir la cabeza constitucional y, por efecto, desvertebrar una nación hegemónica pese al alcance repelente del rencor europeo en el siglo XVII con su “Leyenda Negra”. Verdad es que Franco gestó la restauración monárquica y las Cortes Constitucionales, conformadas a su muerte, incrustaron —furtivamente— en el contenido legal la conformación del Estado. Cierto que rabiosas ansias de conquistar libertades oficiales, perdidas años atrás, impidieron reflexiones agudas, rigurosas, sobre el texto ofrecido a referéndum. Sin duda, Juan Carlos I tuvo luces y sombras en su reinado, pero eso no justifica ningún sectarismo maniqueo contra este sistema (o cualquier otro) porque nada es absolutamente bueno ni malo. Solo un rencor infundado, caprichoso, cínico, puede llevarnos a utilizar argumentos no solo gratuitos sino absurdos.

Cuando se plantea una disyuntiva importante, vital, debemos valorar pros y contras sin dejarnos arrastrar por prejuicios o referencias de dudosa imparcialidad. La Historia desenreda tergiversaciones, etiquetas y conceptos aparentemente serios, rigurosos. Si complementamos informaciones pasadas con cuidadosas vivencias propias es probable que logremos cimentar el escenario listo para un examen pragmático, útil. Sin embargo, incultura ancestral y apatía condimentadas con ciertas dosis de agresivos desajustes, amén del individualismo insano, han conseguido nutrir esa premonición de Machado: “…una España que muere y otra España que bosteza…una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Constituye —ni más ni menos— la lucha eterna, terca, entre los sueños y el fatalismo. Al final, siempre nos despertamos inquietos, horrorizados.

Ahora políticos indigentes, nimios, de tercera fila —diría aventureros sin oficio ni beneficio— tras cuarenta años gozando una paz insólita, importunan el régimen monárquico con intenciones disgregadoras. Se dicen republicanos como podrían proclamarse, verbigracia, sexadores de pollos, pues jamás ha existido un comunista republicano (ignoro si los hay sexadores de aves domésticas). Sé seguro que monarquía o república son sistemas democráticos y el marxismo huye de ellos como Drácula de los ajos. Siempre hay cretinos que gustan acompañar a sujetos, de la misma especie o parecida, envueltos en competiciones histriónicas. Ha ocurrido con Pablo Iglesias, Alberto Garzón y, en última estancia, el estridente Rufián. Las opiniones de los dos primeros tienen un recorrido especialmente turbulento por ser miembros del gobierno y sabemos cuánto pesan en la sociedad. ¡Hasta este punto somos candorosos!

De forma fraudulenta quiere identificarse democracia, soberanía popular, con república; mientras, monarquía —según ellos— merodea opacas rutas autocráticas. Estos “progres” son tan intelectualmente escasos que, con argumentos exclusivos de soberanía popular, legitiman a Hitler (incluso a Lenin) a la vez que demonizan países como Gran Bretaña u Holanda de similar andadura monárquica a la nuestra. Sin pisar suelo extraño, tenemos pistas empíricas o alusivas respecto a Monarquía, República y Autocracia. Antes sería bueno diferenciar los antiguos regímenes monárquicos tradicionales con Monarquía Parlamentaria donde el rey carece de poder efectivo. Los desenlaces de nuestras experiencias republicanas no pueden ser más calamitosos y, en la Segunda, trágicos.

Conviene analizar y admitir dos providencias al respecto. La Primera República duró veintitrés meses incluyendo el periodo dictatorial del general Serrano. El lapso democrático propiamente dicho (once meses) tuvo cuatro presidentes: Figueras —aquel que dijo, “estoy hasta los cojones de todos nosotros” (¿cómo estaría el patio?) y se largó a Francia— Pi y Margall, Salmerón y Castelar. La Segunda alcanzó los ocho años, tuvo dos presidentes, Alcalá Zamora y Azaña. A este lo sustituyó provisionalmente, y durante dos meses, Martínez Barrio. Casi tres años de guerra civil ocasionó centenares de miles de muertos iniciando un largo periodo autocrático cuya apreciación dista en mucho según quien la realice. Juzgar un tiempo cercano es complejo porque quedan heridas sin cerrar, por unas u otras razones, y los rencores entorpecen la convivencia.

Monarquía Parlamentaria y República apuntan características análogas referidas a sus arranques democráticos pues ambas legitiman el poder efectivo mediante la soberanía popular. No obstante, idiosincrasia social y coyunturas históricas distribuyen dichos regímenes entre las diferentes naciones europeas. Desde mi punto de vista, en base al peculiar talante del español y a nuestra experiencia pretérita, la República alienta con demasiada frecuencia enfrentamientos esquinados, tribales, aun fraternos. En ella, la lucha partidaria hace delirar toda posibilidad de concordia. Por otro lado, el jefe del Estado republicano ha de ostentar algún poder tangible, mientras el rey constitucional tiene como única competencia representar al país. A cambio, la Institución es imperecedera, hereditaria, exenta de vaivenes electivos garantizando estabilidad.

Como dije, hoy vigorizan el acorralamiento de la monarquía para lograr su desaparición utilizando mañas sucias e infames. Estos ases, campeones, de los “principios éticos” que debieran llevar a sociedades virtuosas, justas, abrazan un cinismo hipócrita. Mindundis de tomo y lomo, zánganos asociales, se permiten fustigar, sin ninguna autoridad moral, a personas que han transformado el país armados de perseverancia si bien envueltos en luces y sombras. No solo rechazan a conmilitones, porque elogios de antaño se han trocado en reproches hogaño, sino que hostigan demagógicamente a la Monarquía que ha traído, al menos, el mayor periodo histórico de paz. Unidas Podemos, por boca de su líder, centra sus esfuerzos —pobres objetivos— en evitar que Leonor llegue a ser reina. De momento plantea una norma que prohíba al rey hacer discursos sin el plácet gubernamental. IU, menos extremo, insta al rey a que se presente a elecciones. ¡Pobres!

Nadie piense que Sánchez desdeñe al rey mientras no le obstaculice su permanencia en La Moncloa; es decir, siempre que sus discursos sean insensibles a la unidad nacional y satisfagan a sus apoyos. El presidente defiende las Instituciones si se someten a sus aspiraciones y antojos. Caso contrario inicia sobre ellas una persecución implacable. Tiene enfilada la monarquía y a punto de acometer contra el poder judicial que no acaba de controlar. El resto, salvo las fuerzas armadas, están comiendo en sus manos. Al parecer, Sánchez obligó a Zarzuela a decir que la llamada a Lesmes en la entrega de despachos a los nuevos jueces fue de cortesía. Una manera sibilina de proclamar su autoridad sobre el rey. Creo que estos desaires, junto a ataques salvajes de Unidas Podemos y su coro independentista, forman parte de un plan sigiloso, oscuro, alarmante.

Monarquía y Judicatura son, hoy por hoy, las únicas Instituciones nacionales —aparte las europeas— que ponen coto a los objetivos ocultos, cada vez menos, del gobierno social-comunista. Por todo ello voto (sin ser particularmente monárquico) a todas luces, rey.