viernes, 26 de junio de 2020

CUATROCIENTOS CINCUENTA MIL, POR EJEMPLO


Cierto que mi racionalismo escéptico o escepticismo racional, me impide tener fe en oráculos, numerología, cabalística y en todo lo que ha significado basamento mitológico de las culturas griega, romana y judaica. Es decir, de nuestra propia cultura occidental judeo-cristiana. Reconozco, no obstante, una inmensa labor exploratoria -lejos de la pura teorética- realizada por filósofos y sociólogos basándose en compendios psicológicos completados con algo de cábala numérica. Hace muchos años, llegó a mis manos un libro sobre Charles Fourier, filósofo que fundamentó sus famosos “falansterios” (cooperativas auto gestionadas) otorgando los diferentes trabajos de aquella comunidad, afirmada sobre el caos del hado numérico, a quienes mostraban cierta idoneidad para ellos, según sus perfiles psicológicos. 


Pese a las contradicciones descritas, renuncio a la simbología y magia de los números, así como a introducir ciertos apuntes denotativos de algunos que conllevan carga mística o histórica. Aplicaré las cantidades al reproche político entintado con dosis de hiriente mordacidad, mientras intento contener epítetos no por gruesos inmerecidos. Puntualizo a priori el valleinclanesco “no es insulto sino definición”, no sea que me contagie del sentir general y se me escape algún exabrupto apropiado, exacto, pero inconveniente. 


Los números no son ni más ni menos que la concreción de magnitudes históricas, ficticias, populistas, delictivas. Resulta labor difícil, ímproba, ahondar sobre estas cuestiones fuera de un marco cercano, inmediato. Ciñéndonos a la época presente, ¿democrática?, recordaría que Suárez mencionó insistentemente el propósito de encabezar un gobierno extra-temporal (tal vez, “cien” años) provocando inquietud en Felipe González y el PSOE, cuyas prisas por sustituirlo eran evidentes.


Parece que notación y política marcan la pobre esencia del periodo actual. Si los recuerdos me son exactos, González prometió crear “ochocientos mil” puestos de trabajo en su primera legislatura; luego dejó un “millón” más de parados. Rumasa, meses después, costó al erario un “billón” de las antiguas pesetas; es decir, una bagatela si se compara con los “mil doscientos” millones del caso Filesa. ¿Por qué recodaré ahora el cuento de Alí Babá y los “cuarenta” ladrones? No reseño, por embrollo contable, el derroche ingente motivado por la Exposición sevillana y las Olimpiadas de Barcelona.


Aznar -relevo de González- realizó un gobierno, desde el punto de vista económico, satisfactorio, pero éticamente mejorable, casos Púnica y Gürtel. Terminó su mandato dejando el poder tras los “ocho” años prometidos (caso único de coherencia), con un crecimiento del “dos, punto seis” por ciento, un déficit del “cero, punto tres” por ciento y “dos millones doscientos mil” parados. Es verdad que la coyuntura le fue propicia para auparse a dos burbujas: inmobiliaria y financiera, cuyo estallido causaría, años después, una situación gravosa para gente que se había endeudado de forma irresponsable, incluso con apalancamiento previo.


Zapatero recogió la mejor herencia dejada por gobiernos precedentes. Sin embargo, inutilidad y gilipollez lírica (“la tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”) dejaron el país deshecho, roto, o a las puertas de un psiquiátrico. Tras cuartear la conciliación del “setenta y ocho”, abrir el guerracivilismo y masacrar la igualdad legislativa de sexos, terminaría sus dos legislaturas -recuerden a España en la champions league- dejando “cuatro millones novecientos mil” parados y un “nueve” por ciento de déficit. Él patentó convertir la mentira en bella realidad. Ahora, asesora a Maduro. Hay evidencias de que lo hace también con el PP. ¿No, Egea? ¡Cuánta prosperidad!


Rajoy llegó alterado. Después de gobernar media España autonómica y de realizar un traspaso de gobierno impoluto, según declaración incorporada a la alternancia, resulta engañado en el déficit por Zapatero. Una pena, porque de su prometida (y cacareada) bajada de impuestos le obligaron, pobre, a aumentarlos. En sus dos primeros años sube el IRPF una media de “uno, punto cinco” por ciento y el IVA un “cuatro” por ciento. Añadamos la subida de deuda cercana a casi “quinientos mil” millones de euros. Resumiendo, Rajoy terminó en cuatro años con la esperanza de “once” millones de votantes que abandonaron a Zapatero y recurrieron a Rajoy: villapeor y villamala.


Estaba convencido (y conmigo millones de españoles más) que Zapatero había supuesto ese apéndice inútil que olvidaríamos tras su extirpación. Creía que el listón, colocado a una altura insólita, era insuperable y que al instante dormiríamos a pierna suelta. Craso error. Sánchez bate, día a día, todos los récords observados en cualquier actividad. De momento, para hacer boca, exhibe un natural mentiroso, petulante y necio. Perdedor nato con “ciento veinte” diputados, aparenta disponer de “dos tercios” de la Cámara cuando quien realmente gobierna es Iglesias, segunda pata del soporte, que reúne “treinta y cinco” diputados. ¡Qué caro se paga el alquiler de La Moncloa!


Sánchez, si analizamos su gestión con objetividad, constituye la incompetencia e inoperancia totales. Cuando un gobernante cambia de opinión cada minuto, proclama a grito pelado su torpeza, su ausencia de proyecto; solo sabe gestionar tiempos muertos. El rumbo tardío, lento y ebrio, evidenciado en la pandemia, presuntamente ha ocasionado miles de muertos superfluos. Actúan numerosos medios adláteres, mantenidos, que disculpan al gobierno sin encomendarse a dios ni al diablo; es decir, con argumentos peregrinos, manipuladores. Porque, como dice un buen amigo jugador de dominó, para una mala jugada siempre hay “mil” buenas justificaciones.  


Considero impropio de gobiernos liberales todo oscurantismo referente a la pandemia, pero ocultar datos y “miles” de muertos para minimizar su trámite desastroso me parece un grave delito político. Pese a ello, este engañabobos (pobre PP caído en sus garras al aprobar el Decreto de Nueva Normalidad) enfundándose en altivo desdén -a la postre atrevimiento propio del ignorante- avienta que el gobierno, en su actuación, ha salvado a “cuatrocientas cincuenta mil” personas de morir por coronavirus. Creo que la estupidez es un virus mucho más peligroso y nocivo que el Covid-19, aunque sea poco mediática y sus efectos se estimen menos notables, a priori.  


Por cierto, vallar una vía pública (privatizarla) supera al Estado, a sus poderes, en cualquier país democrático; a lo sumo sería competencia jurídica. Aquí, basta con que el vicepresidente, dominado por un tic totalitario, dictador, tenga un antojo para que la calle, con la venia de Marlasca, pase a ser de su propiedad. Los que machacaban a la casta no se conforman con figurar ahora en ella; no, persiguen un sistema medieval con señores feudales y siervos ante el favor del PSOE, la intriga judicial y el abandono ciudadano. Parodiando a Eduardo Marquina, “España y nosotros somos así, señora”.

viernes, 19 de junio de 2020

DOCTRINA Y DOCTRINARIOS


Ignoro si las pugnas entre concepto, acción y cátedra (más o menos intachable), han disparado hasta el clímax divergencias sempiternas. Pertrechado de curiosidad e interés, temo que sea así. Dejando aparte las acciones, ubicadas en zonas inteligibles, empíricas, concepto y cátedra deambulan intangibles tolerando licencias expansivas acordes a su multiplicidad. Tal marco suele aprovecharse por individuos parcos en escrúpulos para conseguir dividendos fortuitos e inmerecidos. Bien solos o con ayudas generosamente retribuidas, logran una solvencia inusual, injustificable. Verdad es que, de forma lenta, los censuran incluso acompañantes leales desencantados con tanto atropello y grotesca supremacía. Cuando alguien tiene sueltas las costuras ideológicas, resulta enrevesado que los demás comulguen, no ya con piedras de molino sino con el clásico pan ácimo.


Doctrina indica “enseñanza que se da para instrucción de alguien”. El concepto queda inscrito en la epistemología del conocimiento y, por tanto, requiere un método atractivo, motivador. Surgen, al menos, dos dilemas hoy por hoy irresolubles: Falta de avidez ideológica y profesores capaces de mitigar o compensar tan importante ausencia. El primer problema se intenta resolver desviando los cuerpos dogmáticos hacia arrabales vaporosos, tal vez extravagantes, estúpidos. Para resolver el segundo sería necesario descubrir políticos capaces de garantizar un único testimonio (solo uno) que muestre el mínimo sentido común. Quien puede, no quiere y deja libre el campo a aventureros infames. Así hemos llegado a este erial que amenaza con dejar una España desequilibrada, atrasada, respecto al resto de países europeos punteros.  


Nos movemos todavía con mayor iniquidad en la cátedra doctrinaria. Doctrinario monopoliza una concepción repugnante, corruptora en sí misma. Aclara: “persona que sigue de forma dogmática doctrinas o ideologías”; es decir, que somete la praxis a ambas, que antepone retórica a servicio. El doctrinario prodiga -dilapida, incluso- ingentes esfuerzos en propaganda hueca, aunque sugerente. Sirve a la entidad política o religiosa como experto mercadotécnico, pero envilece, al mismo tiempo, en el primer caso su propia ascendencia social. Sé, y acepto sin alegatos, que libertad y fe legitiman voluntad o juicio para ilustrar el camino que conlleve al individuo a metas satisfactorias. Los probables errores cometidos en cualquier aspecto pueden subsanarse con sentido crítico si es que se tiene. Analizando el marco actual, esta hipótesis resulta remota.  


Inercia e imputación son aliadas para atribuir vicios, salidas de tono y mezquindades solo a políticos cuando existen otros actores que avientan, con rutinaria e impúdica insistencia, dicha plaga. El personal, por pitos o flautas, rechaza la monotonía de las sesiones parlamentarias cualesquiera que sean sus discursos, notorios fuegos dialécticos llenos de cinismo cuando no de agresividad. Luego, agitados, sectarios, eligen los púlpitos mediáticos preferidos cuya misión consiste en reforzar ese papel doctrinal perfilado tácitamente en programas extraños, oscuros. No hay excepción, todos practican el arte del camelo utilizando cruzadas falsas contra el rival al objeto de desprestigiarlo aun fortaleciendo la inobservancia del deterioro democrático. Resulta bastante curioso que medios audiovisuales, tertulianos y prensa de papel, utilicen un único lema como argumentario grupal. Significa la consigna convenida para destruir al disidente.


Los medios (firmes doctrinarios) fundamentan percepciones teledirigidas, deslucen disidencias atentatorias contra las “verdades” oficiales convertidas en axiomas irrefutables. Son, definitivamente, creadores de opinión y, en mayor medida, sunamis electorales. He aquí la razón que impulsa a lograr su control, quizás exigirlo a golpe de talón. No obstante, algunos -tal vez los menos- prefieren mantener puentes con todas las fuerzas políticas porque el poder se muestra bastante arbitrario, veleta y exclusivo. 


Definirse resulta desastroso a medio plazo, aunque al poder, como explorador de un mercado concreto, le interesan medios con gran audiencia. El buen doctrinario, en sentido peyorativo, detesta la libertad de expresión ajena. Este afán dominante, exclusivista, antidemocrático, tiene un reflejo inmediato tras las declaraciones de Felipe González sobre el gobierno y la respuesta de este, removiendo un GAL vetusto a tropel, por boca de distintas siglas que se suman a Sánchez en momentos críticos; mientras, si saboreamos tiempos bonancibles, guardan alguna distancia artera, histriónica, de boquilla.


El Parlamento, ahora, diluye desavenencias entre doctrina y doctrinarios. Oyendo a distintos líderes, uno es incapaz de discriminar cuándo el interviniente sustenta doctrina o se reviste de doctrinario. Probablemente mezcle ambos escenarios para aprovechar las contadas ocasiones, si es oposición, en que pueda “agenciarse” algún titular. A veces, con demasiada frecuencia, la Cámara sirve de trinchera para lanzarse desde ella chungas displicentes y vituperios nada fraternales como sostiene un distintivo que conforma el lema oficial de la República Francesa: libertad, igualdad, fraternidad, y que tan buena acogida ha tenido por la izquierda moderada europea. Atiborrado de precedentes, quien provoca se siente provocado; el susodicho, es víctima lesa e injusta; el golpista, pasa por actor pasivo; en fin, quien se extrema intenta transvasar a un segundo su marca innata.


Tezanos -siempre difuso, cuando no contrahecho- sumiso doctrinario enturbia la paz del PP al inquirir, en su última encuesta, si prefieren a Casado, Feijóo o Almeida candidatos a la presidencia del gobierno, suponiendo un hipotético adelanto electoral. Tal movimiento me resulta sorprendente, curioso. Puede que el PSOE esté sopesando adelantar elecciones ante una coalición indigerible para el BCE o dañina si Podemos regurgita las condiciones europeas. Considerando muy probable esta opción, interesaría descabezar en vísperas al PP, único partido que despliega el papel de alternativa. Ahí podríamos encontrar también la agudeza (no cabe en el vocablo mayor contrasentido) de conjuntar a Vox y PP con el latiguillo de extrema derecha. ¿Acaso Podemos puede considerarse árbitro de moderación? Sobra desfachatez y suciedad. ¡Ojo! El cretinismo, como ayer el miedo, empieza a cambiar de bando. 


No parece que la pretenciosa “nueva realidad” haya conseguido ningún cambio sustantivo, pues sigue ofreciendo a todos los niveles viejas ruindades y desenfrenos. Habría nueva normalidad si cambiaran dialécticas y rituales políticos, pero -a lo que se ve- aumenta el encallamiento, asimismo encanallamiento, en las relaciones generales y privativas. Crece no solo el grosor del lenguaje sino los rictus coléricos, utilizando tácticas guerracivilistas que consiguen (igual que un imán y de forma irresponsable) ordenar las “cargas” emocionales. Así consiguen formar grupos compactos, discordantes, que impiden cimentar políticas de prosperidad ciudadana. Sánchez no tiene doctrina ni plan. Buñuelo de viento, le embriaga ser doctrinario fementido e hiperbólico. Veremos qué medidas adopta cuando acusemos la crisis galopante que se cierne sobre España.

viernes, 12 de junio de 2020

LA ESPAÑA INCREÍBLE


Increíble significa “que parece mentira o es imposible o muy difícil de creer”. El concepto empieza aparejándolo, a través de un engranaje empírico previo, con la improbabilidad lógica. Sin embargo, no excluye definitivamente la realidad por sacrificio que suponga materializar algo a priori proclive al disparate. Es verdad que cuesta transferir cualquier precognición a informaciones subsiguientes capaces de alterar dominios, estructuras, que se consideran inmutables. Tal circunstancia procura dos consecuencias de gran calado en el comportamiento social respecto a decisiones que afectan de manera clara a la interacción política, a una presunta y contundente conculcación gubernamental de los derechos ciudadanos. Por un lado, despeja todo horizonte divergente a lo que podría entenderse absurdo porque la alarma indiciaria es insensible al tosco umbral perceptivo. De otro, consecuentemente, el ulterior abandono del individuo a su propia eventualidad.


A efectos de ejemplo clarificador, preciso, resumo la historia ocurrida el pasado siglo que reviví cuando, días atrás, un meteorólogo televisivo hablaba de granizadas y pedriscos. Exponía diversas esferas, simulando granizo, desde el centímetro de diámetro hasta los diez. Comentaba que hasta cinco centímetros era un tamaño asequible, pero poco probable. Si aumentábamos la magnitud, se convertía en algo prodigioso, quimérico. Interesa comprender cómo existen contingencias increíbles, porque escapan a lo normal, pero no por ello hay que arrojarlas al rincón de nuestra mente o voluntad. 


Pues bien, ocurrió el verano de mil novecientos sesenta y tres sobre las cinco de la tarde. Estábamos en el horno (mi padre era panadero) Mariano -un amigo estudiante de cuarto de bachiller a quien enseñaba física y química- mi hermano y yo. De pronto, el cielo se puso plomizo y, tras terrible chasquido, empezaron a caer piedras muy espaciadas -tal vez varios metros- irregulares y de un tamaño que sobrepasaba los diez centímetros en cualquier dirección. Lo que avistábamos no era verosímil. Al día siguiente, Víctor (alcalde a la sazón) pesó una de ellas, sin fragmentar, llegando al kilogramo. No hubo desgracias personales, solo perecieron animales amén de destrozos incalculables en tejados e infraestructuras múltiples. Fue increíble, paralizador, angustioso y real. Nadie en su sano juicio habría podido imaginar que tal hecho fuera posible, pero acaeció.


El ejemplo no lo he referido a humo de pajas. Desconozco mejor método para percibir un mensaje embarazoso que desmenuzarlo adecuándolo a usos y costumbres cotidianos, familiares. Lo expuesto, deduzco, lleva al común la idea paradójica de que lo increíble no excluye la realidad. El abandono, esa desidia producida por inacción, por sospechar que es imposible llegar al súmmum del desajuste, de lo delirante, marca el comienzo del auténtico desastre al alimentar en los poderosos pasiones desatadas, sin censura. Es decir, ante vicisitudes extrañas, desazones, pesadillas de un mal sueño, debemos advertir la existencia de situaciones impensables y ponernos en guardia antes de que sea demasiado tarde. Por ejemplo, se dice últimamente que este gobierno social-comunista quiere llevarnos a un sistema tiránico tras apropiarse de todos los poderes del Estado. Parece poco factible, pero… Aportemos nuestra parte y rehuyamos dejar sola a Europa.


A mis años, casi setenta y siete, me siento más perplejo que cuando avistaba aquel meteoro soberbio, gigantesco, anormal. Era comprensible que, con diecinueve años, mis emociones transitaran del análisis silencioso e interrogativo al terror. Puede que, a Mariano (algo más joven) y a mi hermano -menos reflexivo- les atenazara solo un sentimiento de inseguridad. Ahora acontecen hechos diarios que me transportan a aquella vivencia inexplicable. Mejor preparado, con buen bagaje, ahuyento cualquier atisbo de aquella sensación paralizante. Contra el consejo de Augusto Cury: “Recuerda la sabiduría del agua, ella nunca discute con un obstáculo, simplemente lo elude” hoy, ni eludo, ni me acongojo (léase el vocablo exacto, aunque grosero), sino que me rebelo ante este lamentable escenario que venimos vislumbrando desde hace algún tiempo.


Considero que, muerto Franco, el devenir de los acontecimientos se orientaban raudos a sueños ilusionantes, deseados. Sin embargo, pronto empezó a cubrirse un cielo que no interesaba tan límpido. Aparecieron personajes y siglas dispuestos a torcer los instintos de una sociedad empeñada en disfrutar la calma esperada largos años. Recuerdo aquel engañoso golpe de Estado (allá por febrero de mil novecientos ochenta y uno) que maceró, mortificó, el cuerpo electoral. Constituyó la primera tormenta antidemocrática que inauguraba una trayectoria espuria, rutinaria en épocas pretéritas. Quedaba por revestir el amaño con inmaculado ropaje democrático. Aun advirtiendo los presuntos protagonistas, pagaron el pato algunos cabezas de turco, tal vez tontos útiles. Por inexplicable que parezca, aquella fecha marcó la degradación de una democracia recién nacida, pero sana a primera vista.


Felipe González y Aznar, desde mi punto de vista, siguieron la inercia marcada e incluso deterioraron el itinerario político concediendo competencias indebidas y consintiendo abusos (quizás atropellos) en Cataluña y País Vasco, autonomías útiles para ambos. Llegó Zapatero para complicar, corromper, de forma casi definitiva la democracia que hasta ese momento había protegido, al menos, una convivencia serena. Rajoy se abstuvo de corregir nada, aunque se depositara en él la última esperanza. Aparto cualquier especulación sobre usos legítimos, o no tanto, de dinero público. Cabe destacar otra cuestión especialmente curiosa, ilógica: el PSOE no ha aguantado más de ocho años fuera del gobierno. Produce cierta desazón, pero la izquierda ha subido al poder después de tres hechos confusos: el golpe de Estado (1981), el acto terrorista en Madrid (2004) y la moción de censura (2018) realizada por partidos con claro pedigrí antidemocrático (Podemos), hoy -puede que siempre- antiespañoles (ERC, JxCat, PNV) y con historial terrorista (Bildu). 


Ahora, el gobierno social-comunista exhibe sobradas prerrogativas, tics, que superan los límites de una democracia convencional. Birlar al Parlamento un Estado de Excepción, “crisis constituyente”, previsión de nacionalizaciones, controlar la justicia (de momento se queda solo en conato), cesar y perseguir a “apóstatas”, culpar al lucero del alba (si quieren a Viriato) de su incompetencia, transferir millones a los medios amigos, etc. etc., lleva a evidencias que sugieren el intento de instaurar un Estado Totalitario. Seguramente, un mundo globalizado, formar parte de la UE, el bienestar social, una cultura determinada, asimismo vivir al abrigo del siglo XXI, hagan pensar que llegar a esa situación tiene una verosimilitud parecida a la que durante un pedrisco caigan piedras de más de diez centímetros. Sí, sí, pero ese marco increíble, desatado, ya lo padecí.


Por cierto, ¿qué le aporta a Núñez Feijóo pedir el final del Estado de Alarma en su Comunidad? Nada, salvo pequeña y superflua renta electoral. A cambio, enaltece a Sánchez brindándole una falsa imparcialidad mientras debilita a Pablo Casado, único que puede desbancar a este gobierno sangrante. Lo dicho: Una España increíble.

viernes, 5 de junio de 2020

UNA DEMOCRACIA A FONDO PERDIDO


Si hacemos caso a “expertos, eruditos o exégetas”, democracia consiste en fingir que se otorga soberanía a la sociedad, para luego “cederla” a los políticos. Conviene recordar que se asienta sobre tres poderes clásicos: Legislativo, ejecutivo y judicial, cuya división, autonomía e imparcialidad debiera ser elemento sustantivo del Estado Democrático. Quienes tienen algún proyecto putrefacto, totalitario, entremeten “formas” artificiales a su esencia. Es habitual oírles: “Las formas constituyen un elemento característico, importante, del sentir democrático”. El objetivo, no obstante, consiste en equiparar lo principal a lo accesorio, primando este sobre aquel y consiguiendo, al final, ser aceptado como eje dominante. Abren una puerta ilegítima a la manipulación para obtener frutos sabrosos, pero que invaden espacios antidemocráticos. Estos políticos falaces, caros, ajustan las formas - convertidas ya en basamento democrático- a sus talantes y apetencias.


Días atrás leí que el gobierno destina catorce mil millones de euros a fondo perdido. Me recordaba a mí mismo cuando -en la rebeldía quijotesca propia de los años jóvenes, hace ya mucho de ello- ante le proliferación de carteles: “Propiedad privada, prohibido el paso”, solía añadir el latiguillo: “Ni tanta ni tan privada”. Era, sobre todo, la condena vana a aquellas prohibiciones. Ahora, cubierto de años, tampoco me gustan las barreras porque pretenden amarrarnos utilizando nuestras propias cadenas mentales. Con parecido talante, recurro al “ni tanto fondo ni tan perdido” en relación a la noticia que abre el párrafo. Catorce mil millones suman una cantidad excesiva para subvenciones de toda índole y linaje, más si acaban engullidas por “un fondo perdido” o la nulidad caótica (recuérdese a Zapatero y los famosos planes E). Este es el enunciado de algo sombrío, oscuro, licencioso, revestido con prendas que le aportan cierta pátina solidaria, necesariamente persuasiva, admirable. Luego, realidad y principios rectores suelen acabar reñidos. 


Esos catorce mil millones representan uno coma ciento veinticinco por ciento del PIB español. Todos imaginamos (por utilizar un vocablo amistoso) que esa pila de millones financia fundaciones, asociaciones culturales, oenegés, residencias de ancianos, centros del jubilado y chiringuitos diversos. Generalmente, sus promotores se definen progres como si el apelativo fuese llave maestra capaz de abrir cualquier puerta. Este gobierno social-comunista les ofrece un campo lleno de puertas (giratorias o no) y ocasiones. Conforma, en frase tópica, “el chocolate del loro”. Hay, sin embargo, dos cuestiones que me tienen inquisitivo, perplejo. ¿Es posible que abunde por estas latitudes tantísimo loro? Mientras existan empleos precarios, miserables, capaces de acrecentar la pobreza, ¿es lógico mantener un país manirroto, subsidiado, sin estima individual ni colectiva? Por lo visto, a ello nos encaminamos padeciendo unos impuestos más que confiscatorios a la vez que acumulamos una deuda impagable. Europa lo sabe, pese a las mentiras de Sánchez.


Nadie niega ya el efecto sombrío que ha producido la pandemia en la economía mundial. Europa no queda excluida de esta coyuntura lamentable que se ha cebado con Italia, España y Francia, principalmente. A consecuencia de tan fatídica resultante, el Banco Central Europeo se encuentra en difícil equilibrio. Las naciones citadas, junto a otras de menor influencia, piden financiación para iniciar la remontada. Alemania, Holanda y otros países -sin graves secuelas- exigen avales para conceder los préstamos precisos. 


Tras múltiples conversaciones, y si no hay cambios de última hora, España recibirá ciento cincuenta mil millones, de los cuales la mitad se recibirán a fondo perdido; es decir, setenta y cinco mil millones. Si el fondo perdido español me dejaba perplejo, este europeo me produce inquietud. Recuerdo aquel lejano mensaje “el dinero público no es de nadie” y su asunción exige especulaciones nada clementes. Quisiera pensar que tal inyección económica sirva únicamente para asentar el bienestar ciudadano, pero no puedo; la deriva política conocida me lleva a sospechar apropiaciones, ilustres y abundantes, guardadas en paraísos (nunca mejor dicho) fiscales. Cronos será juez inflexible, riguroso.


Hay cosas ininteligibles, inexplicables, por mucho que intentemos encontrar una lógica mínima. Si nos preguntáramos cómo es posible que un individuo -normal tirando a menos- pueda dirigir un partido y un país a su antojo, sin obstáculo alguno, con sumisión exasperante, no encontraríamos respuesta racional. Menos si añadimos que el individuo garantiza cada día mentiras y tretas indigestas. Hanlon enunció un principio o navaja: “Nunca atribuyas a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez”; o sea, es más peligroso un estúpido que un malvado. Sin duda, pero necesita el concurso pleno de gente que no le va a la zaga, incluida una masa desvertebrada. Purgar al coronel Pérez de los Cobos para desmantelar la supuesta “policía patriótica” en ciernes, según dijo en el Parlamento, fue un argumento delirante. Da igual, este rebaño lo aguanta todo.


Nuestra democracia lleva camino de deslizarse irremisiblemente al despeñadero, al abismo, sin préstamo ni reversión, a fondo perdido. Ignoro si inquieta más Iván Redondo o Pablo Iglesias; uno por agresiva audacia que le predispone a huir hacia adelante, otro por practicar un comunismo extremo y exógeno mientras profesa una placentera praxis capitalista endógena. Sánchez ha montado un gobierno de la paradoja, del ardid. Perseguir el poder absoluto -libre de contrapesos- a través del Estado de Alarma, sobornar a los medios, construir ficciones inconcebibles para desprestigio de investigadores judiciales (aun de la propia judicatura), verter ignominiosas calumnias contra la oposición, etc. etc., viejas tácticas bolcheviques, presuponen acciones que implican, supuestamente, un golpe de Estado. Pues bien, ahora resulta que quienes proyectan darlo son PP y Vox. Fabrican torpes, fantásticos, relatos cuyos efectos cada vez deforman menos la conciencia social. Sibilinamente suman más poder, pero menos credibilidad y ascendiente.


 Los medios, en general, se ubican al abrigo del gobierno alejándose, por tanto, del pueblo que día a día advierte dicha trayectoria. Aparecen en ellos tertulianos atiborrados de dogma, adscritos a la irracionalidad que propicia argumentos peregrinos al defender un aspecto y su contrario parodiando el silogismo. Mientras, un aura de desatino envuelve la jurisdicción. ¿Son también presuntos golpistas? No me atrevería a refrendar semejante juicio, pero abrigo plena certidumbre en que asemejan tics, mensajes y métodos. Alguien reconocía que “quien no está con nosotros, está contra nosotros”. Desconozco si la proposición forma parte vertebral del apetito dictador o constituye un simple aviso a navegantes. Dicho escenario potencia mi escepticismo natural obligándome al análisis profundo. La conclusión no me lleva a ningún pronunciamiento claro, preciso, pero me siento desanimado, intranquilo. 


Por cierto, nepotismo y meritocracia no tienen por qué negarse; el primero carece de circunstancia atenuante y excluye componendas, su concepto no se puede difuminar.