Cierto que mi
racionalismo escéptico o escepticismo racional, me impide tener fe en oráculos,
numerología, cabalística y en todo lo que ha significado basamento mitológico
de las culturas griega, romana y judaica. Es decir, de nuestra propia cultura
occidental judeo-cristiana. Reconozco, no obstante, una inmensa labor
exploratoria -lejos de la pura teorética- realizada por filósofos y sociólogos
basándose en compendios psicológicos completados con algo de cábala numérica. Hace
muchos años, llegó a mis manos un libro sobre Charles Fourier, filósofo que
fundamentó sus famosos “falansterios” (cooperativas auto gestionadas) otorgando
los diferentes trabajos de aquella comunidad, afirmada sobre el caos del hado numérico,
a quienes mostraban cierta idoneidad para ellos, según sus perfiles
psicológicos.
Pese a las
contradicciones descritas, renuncio a la simbología y magia de los números, así
como a introducir ciertos apuntes denotativos de algunos que conllevan carga
mística o histórica. Aplicaré las cantidades al reproche político entintado con
dosis de hiriente mordacidad, mientras intento contener epítetos no por gruesos
inmerecidos. Puntualizo a priori el valleinclanesco “no es insulto sino
definición”, no sea que me contagie del sentir general y se me escape algún
exabrupto apropiado, exacto, pero inconveniente.
Los números no son ni más
ni menos que la concreción de magnitudes históricas, ficticias, populistas,
delictivas. Resulta labor difícil, ímproba, ahondar sobre estas cuestiones
fuera de un marco cercano, inmediato. Ciñéndonos a la época presente, ¿democrática?,
recordaría que Suárez mencionó insistentemente el propósito de encabezar un
gobierno extra-temporal (tal vez, “cien” años) provocando inquietud en Felipe
González y el PSOE, cuyas prisas por sustituirlo eran evidentes.
Parece que notación y
política marcan la pobre esencia del periodo actual. Si los recuerdos me son
exactos, González prometió crear “ochocientos mil” puestos de trabajo en su
primera legislatura; luego dejó un “millón” más de parados. Rumasa, meses
después, costó al erario un “billón” de las antiguas pesetas; es decir, una
bagatela si se compara con los “mil doscientos” millones del caso Filesa. ¿Por
qué recodaré ahora el cuento de Alí Babá y los “cuarenta” ladrones? No reseño,
por embrollo contable, el derroche ingente motivado por la Exposición sevillana
y las Olimpiadas de Barcelona.
Aznar -relevo de
González- realizó un gobierno, desde el punto de vista económico,
satisfactorio, pero éticamente mejorable, casos Púnica y Gürtel. Terminó su
mandato dejando el poder tras los “ocho” años prometidos (caso único de
coherencia), con un crecimiento del “dos, punto seis” por ciento, un déficit
del “cero, punto tres” por ciento y “dos millones doscientos mil” parados. Es
verdad que la coyuntura le fue propicia para auparse a dos burbujas:
inmobiliaria y financiera, cuyo estallido causaría, años después, una situación
gravosa para gente que se había endeudado de forma irresponsable, incluso con
apalancamiento previo.
Zapatero recogió la mejor
herencia dejada por gobiernos precedentes. Sin embargo, inutilidad y gilipollez
lírica (“la tierra no pertenece a nadie, salvo al viento”) dejaron el país
deshecho, roto, o a las puertas de un psiquiátrico. Tras cuartear la
conciliación del “setenta y ocho”, abrir el guerracivilismo y masacrar la
igualdad legislativa de sexos, terminaría sus dos legislaturas -recuerden a
España en la champions league- dejando “cuatro millones novecientos mil”
parados y un “nueve” por ciento de déficit. Él patentó convertir la mentira en
bella realidad. Ahora, asesora a Maduro. Hay evidencias de que lo hace también con
el PP. ¿No, Egea? ¡Cuánta prosperidad!
Rajoy llegó alterado.
Después de gobernar media España autonómica y de realizar un traspaso de gobierno
impoluto, según declaración incorporada a la alternancia, resulta engañado en
el déficit por Zapatero. Una pena, porque de su prometida (y cacareada) bajada
de impuestos le obligaron, pobre, a aumentarlos. En sus dos primeros años sube
el IRPF una media de “uno, punto cinco” por ciento y el IVA un “cuatro” por
ciento. Añadamos la subida de deuda cercana a casi “quinientos mil” millones de
euros. Resumiendo, Rajoy terminó en cuatro años con la esperanza de “once”
millones de votantes que abandonaron a Zapatero y recurrieron a Rajoy:
villapeor y villamala.
Estaba convencido (y
conmigo millones de españoles más) que Zapatero había supuesto ese apéndice
inútil que olvidaríamos tras su extirpación. Creía que el listón, colocado a
una altura insólita, era insuperable y que al instante dormiríamos a pierna
suelta. Craso error. Sánchez bate, día a día, todos los récords observados en
cualquier actividad. De momento, para hacer boca, exhibe un natural mentiroso,
petulante y necio. Perdedor nato con “ciento veinte” diputados, aparenta
disponer de “dos tercios” de la Cámara cuando quien realmente gobierna es Iglesias,
segunda pata del soporte, que reúne “treinta y cinco” diputados. ¡Qué caro se
paga el alquiler de La Moncloa!
Sánchez, si analizamos su
gestión con objetividad, constituye la incompetencia e inoperancia totales.
Cuando un gobernante cambia de opinión cada minuto, proclama a grito pelado su
torpeza, su ausencia de proyecto; solo sabe gestionar tiempos muertos. El rumbo
tardío, lento y ebrio, evidenciado en la pandemia, presuntamente ha ocasionado
miles de muertos superfluos. Actúan numerosos medios adláteres, mantenidos, que
disculpan al gobierno sin encomendarse a dios ni al diablo; es decir, con
argumentos peregrinos, manipuladores. Porque, como dice un buen amigo jugador
de dominó, para una mala jugada siempre hay “mil” buenas justificaciones.
Considero impropio de
gobiernos liberales todo oscurantismo referente a la pandemia, pero ocultar
datos y “miles” de muertos para minimizar su trámite desastroso me parece un
grave delito político. Pese a ello, este engañabobos (pobre PP caído en sus
garras al aprobar el Decreto de Nueva Normalidad) enfundándose en altivo desdén
-a la postre atrevimiento propio del ignorante- avienta que el gobierno, en su
actuación, ha salvado a “cuatrocientas cincuenta mil” personas de morir por
coronavirus. Creo que la estupidez es un virus mucho más peligroso y nocivo que
el Covid-19, aunque sea poco mediática y sus efectos se estimen menos notables,
a priori.
Por cierto, vallar una
vía pública (privatizarla) supera al Estado, a sus poderes, en cualquier país
democrático; a lo sumo sería competencia jurídica. Aquí, basta con que el
vicepresidente, dominado por un tic totalitario, dictador, tenga un antojo para
que la calle, con la venia de Marlasca, pase a ser de su propiedad. Los que machacaban
a la casta no se conforman con figurar ahora en ella; no, persiguen un sistema
medieval con señores feudales y siervos ante el favor del PSOE, la intriga judicial
y el abandono ciudadano. Parodiando a Eduardo Marquina, “España y nosotros somos
así, señora”.