viernes, 30 de julio de 2021

NO SE PUEDE SER MÁS TORPE

Aberración, enseña el DRAE, significa grave error del entendimiento. Cierto que las aberraciones lunáticas —no lunares— del ejecutivo y de cuantos viven a su sombra (básicamente los medios audiovisuales), marcan un récord difícil de superar. Sin embargo, y como de pasada, políticos adscritos a la caverna (o no necesariamente) transitan por veredas tan extravagantes y necias como las conjeturadas. Pese a ello, torpezas a nivel personal acaso motiven episodios risibles o carnaza de redes sociales sin más. Consideraría innecesario, pero si refrescante, señalar alguna de tantas barbaridades dichas por personas a priori con basamento cultural, pero de grosero proceder dialéctico. Es injusto centrar las manifestaciones burdas, en una u otras siglas, sesgando incluso gravedad o efectos denigratorios.

Cuando algún miembro de la izquierda radical, totalitaria, ofrece datos que reflejan bondades favorables o carencias del rival, suelen escudarse en latiguillos teóricamente sólidos: “No lo digo yo, lo dice…”. Jugando al paralelismo, puedo afirmar que el PSOE es el partido manipulador por excelencia. No lo digo yo, lo dice la Historia de los siglos XX y XXI. A partir del segundo decenio del primero, dicho partido abandonó su insustancialidad política para desempeñar un papel algo más relevante. Ya, por entonces (aun con menos necesidad que ahora, ayuno de praxis doctrinal) se decía neto defensor del “proletario y feminista”. No obstante, colaboró con la dictadura primorriverista para perseguir a los cenetistas y se opuso al voto femenino por ser hipotéticamente favorable al catolicismo y a la derecha. A poco, su demagogia acabaría en Guerra Civil

Salvo excepciones, los líderes políticos y sindicales codiciaban el poder en exclusiva. Tras la guerra estuvo desaparecido dejando al PCE exiliado organizar las asociaciones vecinales. Fueron invadidas, al principio de la Transición, una vez conseguido el poder tras aquel curioso (puede que patético) Golpe de Estado. Presto al autobombo ético e intelectual, reubica al adversario en laberintos demoníacos, casi patibularios. Mientras, manipula la democracia con alegatos paradójicos, de mal pagador; o sea, “entre dicho y hecho hay largo trecho”. No existe maniobra más ignominiosa que criminalizar a rivales que mantienen intacta una mínima posibilidad de alternancia en el poder. Quien pretenda obstaculizar, impedir, un cambio censor, estable y consistente, arremete contra la convivencia pacífica, el bienestar común y transgrede los principios democráticos.

Sobre definición o concepción política hay diferentes versiones sin que ninguna se ajuste a la actividad habitual. Hablan de arte, voluntad, servicio y otros rasgos que son meros cánticos de sirena para gentes ingenuas o escasas de criterio. “No hay peor ciego que quien no quiere ver” es uno de tantos refranes surgidos de la usanza popular. Su precisión escapa a interpretaciones o comentarios utilitarios; es de una veracidad plena, definitiva. Solo un país previamente amaestrado —con sistema educativo que genera mediocridad— consiente una democracia sucia, apestosa. Tanto, que resulta imposible equipararla a cualquier otra de nuestro entorno, aunque alguna tampoco lidere el trofeo de calidad. Congruentes con el supuesto, políticos enyugados al pueblo (o viceversa) han elegido vías indecorosas desde los primeros pasos. Cada vez hay más hipocresía y repugnancia.

Las prospecciones rigurosas sobre intención de voto dicen que los españoles estamos hartos del gobierno social-comunista, vendedor de humo y agente de miseria. El equipo apéndice demuestra día a día una incompetencia difícil de superar, ya por estupideces (que turban y, al mismo tiempo, conmueven), ya por propuestas quiméricas, irreales. Sánchez, el patrón, diseña diversos planes para eternizarse en La Moncloa soñando una autocracia sui géneris, quizás no ilusoria sino demencial. Esparce semillas con el objetivo de que en dos años den el fruto que ahora mismo parece negársele. Podemos, ERC y PNV —de momento, porque todos ofrecen opinión inestable— son apoyos imprescindibles, pero onerosos dentro y fuera. Asimismo, episodios de PP contra Vox, que la prensa tácita aplaude sin cesar, tienen un claro beneficiario amén de múltiples damnificados.

El PSOE (sanchismo), en el congreso de octubre, estudia presentar una ponencia marco con algunos curiosos presupuestos. Por ejemplo: “democratizar la carrera judicial”; o sea, dejarla huérfana de toda independencia y someterla a sus dogmas. El capítulo Regeneración Democrática, Justicia, Memoria Democrática y España Constitucional lleva como debate sustantivo laicidad y democracia. Cuando el marxismo habla de democracia con tanta insistencia, echémonos a temblar: quieren la dictadura envuelta en papel atractivo. Para no asustar al personal, llama ahora “Estado multinivel” lo que antes era “Estado federal”, ambos asimétricos en Cataluña. Sánchez, insignificante en Europa y EEUU, no necesita aduladores políticos y mediáticos nativos; él mismo cincela su particularidad: “Me defino a mí mismo un político que cumple. Desafortunadamente, la oposición solo grita”. No finjas, ocultas cínicamente el rasgo que te define: desfachatez.

Este gobierno social-comunista que nos lleva al desastre asienta sus logros en la mentira, el escaparate propagandístico y la imagen. ¿Algún éxito particular en gestión sanitaria, pandémica? ¿Y apoyos internacionales tras arrojarnos Marruecos migrantes sin control? ¿Acaso se despacha con visible eficacia el problema económico estructural agigantado por el Covid? ¿Es quizás un acierto la política institucional y de convivencia que el gobierno, afanoso, incansable, viene proponiendo? No, en ningún caso. Eso sí, hace titánicos esfuerzos por cerrar acuerdos con partidos rotundamente constitucionales: PSC, Unidas Podemos, ERC, PNV, Bildu y otros mínimos. Todo lo demás sería pedir peras al olmo. ¿Alguien se extraña que coloque al PSC (Partido de los Socialistas de Cataluña) en el elenco constitucional? Analicen con precisión su trayectoria durante cuarenta años.

Considero innecesaria una exposición, siquiera somera, de manifestaciones y hechos lamentables que Sánchez ha esparcido en tiempo y espacio. La última, comprar al PNV la existencia del lehendakari y obviar la inexistencia del presidente catalán en la Conferencia de Presidentes para reunirse posteriormente de forma bilateral. Antes o después habrá una insurrección general porque el “negarse” al enaltecimiento de Sánchez aporta notables réditos crematísticos. Un epílogo notorio sería: hay que echar con urgencia a Sánchez y cohorte. Tal medida exige, al menos, la confluencia de PP y Vox. Desde la moción de censura, presentada por Vox, el PP no para de hacer cabriolas y decir sandeces contra Vox, a favor del sanchismo; es decir, de que España caiga al barranco. Vinculados a cruzadas similares a las de la izquierda (más con el sanchismo), el PP es cómplice del escenario actual. He leído, y estoy de acuerdo: “Casado no puede ser presidente, no reúne condiciones para ello”. Le pregunto a él y a su círculo asesor con respecto a Vox: “¿Se puede ser más torpe?” Observad a quién cuida y con quién pacta Sánchez, mentecatos; lanzad vuestros complejos fuera y aprended de Ayuso.

jueves, 22 de julio de 2021

FONDO Y TRASFONDO

La resolución del Tribunal Constitucional, sobre si el primer Estado de Alarma se ajustaba o no a Ley, ha levantado un raudal de comentarios casi ninguno subordinado a argumentos jurídicos rigurosos y, probablemente menos, al sentido común. PP y Ciudadanos —ambos a medio camino, como siempre— tras aprobar algunas o todas las prórrogas, ahora airean (con razón que no excusa su complicidad) los tics totalitarios de Sánchez. Vox, preso también en la telaraña sanchista, muestra exultante un éxito contradictorio, impuro. Medios e izquierdistas opresores, tácitos o patentes, ponen el acento en que Vox pidiera antes que nadie el Estado de Alarma para desautorizar, apelando a su escasa autoridad moral, todo asidero al recurso de inconstitucionalidad impulsado por dicha sigla. Quizás sea invalidante, poco ejemplar y paradójico, exclusivamente, que aprobaran la primera prórroga tras quince días de confinamiento total.

He oído exposiciones de expertos juristas y leído artículos, supuestamente escritos por autores solventes, con tesis desiguales y conclusiones opuestas. Es evidente que el Estado de Alarma nunca puede ser inconstitucional; sí su práctica o fondo ulterior. Este último aspecto esconde las discrepancias habidas. Siempre es difícil, por no decir imposible, armonizar juicio y dogma perdiéndose en el litigio privativo gran parte de la plenitud intelectual que termina por adoptar senderos especulativos. Compruebo, sin concesión, que quien se alinea conservador-liberal defiende la inconstitucionalidad, corrobora el desafuero en las medidas tomadas (por tanto, deben anularse) y pide dimitir al gobierno. Por el contrario, quienes beben del marxismo o perciben óbolos espurios consideran ajustada y necesaria la norma porque la otra, más restrictiva, debiera aplicarse solo en casos de desórdenes sociales; presunción libre del texto constitucional.

Resulta complejo adoptar una posición minuciosa, firme, en tema tan intrincado. Sospecho que los textos legales, a propósito, tienen un lenguaje impreciso en el que los hermeneutas concluyen, incluso, con exégesis opuestas. Desde mi punto de vista, hay dos basamentos axiomáticos: los textos tácitos, virtuales (que cobijan derecho natural o consuetudinario), y el sentido común. Cualquier resolución que violente alguno de ellos se ilegitima a sí misma por muchos considerandos que la arropen. Jueces en activo, excedencia y jubilados, medios de comunicación, políticos y analistas —contrarios a la sentencia— inciden en que el Estado de Alarma era patrón ideal, único, para resolver la espinosa y mortal incertidumbre provocada por el Covid. El gobierno, responsable (artículo dieciséis, punto seis de la Constitución) ante los casos de alarma, excepción y sitio, hizo suspender, no restringir, varios derechos constitucionales según los ponentes.

El Tribunal Constitucional, sin aspirarlo, ha conseguido una catarata de críticas rayanas a veces en la injuria corporativa si tenemos en cuenta la opinión de Manuel Aragón Reyes desmenuzada en El País el veinticuatro de diciembre de mil novecientos ochenta y tres. Aconsejaría su lectura para constatar cómo un mismo hecho tiene tratamiento diferente, si no opuesto, a cuenta de la propia ideología. Desde luego poner en evidencia cualquier Institución, por no concordar con su despliegue actitudinal, no empaña la misma sino el sistema democrático. Sorpresa, sintetizaría —inadecuada y falsamente— el cúmulo de emociones que deben arrebatar al ciudadano razonable cuando lee u oye determinadas conclusiones en individuos con crédito, a priori, fundado. Estos personajes demuestran, sin complejos, hasta qué punto el dogma puede trastocar una reputación merecida.

Reconozco la dificultad objetiva que existe en discriminar realidad, apariencia e interpretación. Realidad implica esencia y existencia de algo o alguien. Apariencia es el conjunto de características con que algo se presenta al entendimiento. Jacques Lacan identifica apariencia con realidad cuando afirma que esta es el “conjunto de cosas tal como son percibidas por el ser humano”. Interpretación es el contenido material ya dado traducido a una nueva forma de expresión. La reserva reside en si el intérprete forma parte o no de ella. Dar forma exacta a estos vocablos puede ayudar a aprehender, aunque sea de forma sutil, el guirigay ocasionado por la contrariedad de un gobierno desaforado, furibundo. Constitución y articulado, concretamente el ciento dieciséis, es o debiera ser una realidad tangible.

Inmersos en los terrenos de la apariencia e interpretación, debemos atenernos a umbrales perceptivos obtusos y ausencia analítica como rudimentos que abjuran de precisa actividad intelectiva. Conde Pumpido, miembro del TC, ha señalado que “la sentencia crea un grave problema político”. No, señor Pumpido, la sentencia atribuye al ejecutivo un abuso de poder político; por tanto, restituye derechos constitucionales pisoteados al ciudadano. El “grave problema político” es padecer un gobierno de corte liberticida. Por eso ha recibido la agria censura jurídica ganada a pulso. Mi escepticismo recalcitrante me lleva a viejos recelos sobre cualquier tribunal constituido por cuotas ideológicas. Sin embargo, algunos fallos judiciales de última hora devuelven cierta confianza en la primera barrera que encuentra el ejecutivo para imponer un régimen autoritario.

Igual que los cielos oscuros acompañados de aparato eléctrico anticipan lluvia, sacar a colación temas sin planificar, o faltos de interés social, encubren actos villanos y políticas rastreras. El nocivo proceder del ministerio correspondiente nos enfrentó a Marruecos por “comprender” al pueblo saharaui y cuidar las relaciones gasísticas con Argelia. A cambio creó un dilema nacional y europeo en las fronteras de Ceuta y Melilla. Luego, Sánchez pretende corregir la amistad americana que Zapatero, en dos ocasiones, rompió chulescamente. Hizo el ridículo. Los indultos se compensaron “aplicando” vacunas y quitando mascarillas, trofeo laureado que ayudo a favorecer la quinta ola. Son dos ejemplos sacados del inmenso escaparate, propaganda y patio de Monipodio en que han convertido esta nación cuya penitencia empieza ahora a cumplir. Restan tiempos feos.

La agria polémica originada por una resolución del Tribunal Constitucional, a todas luces, llena de sentido común y beligerancia contra quien pretenda amordazar el poder judicial, sugiere un fondo rotundo: Sánchez no perdona a quien le lleve la contraria. Pudo advertirse en su polémica con Ayuso cuando centraba en ella multitud de ataques utilizando la propia servidumbre o los medios, valga la redundancia. Ahora ocurre lo mismo: no hay comunicador, analista o programa que no “expectore” sobre el TC saltándose líneas y formas democráticas. Existe un deseo infinito de venerar la egolatría del césar, simulacro de chamán oneroso e inútil. Aunque, como reseño, el fondo sea la sumisión sacra, subir al pedestal a este semidiós que nos ha concedido la naturaleza, emerge un trasfondo muy preocupante, sin rebajar la inquietud que produce el fondo. Más allá de cualquier abuso y clamor, se aprecia un ávido apetito de perpetuarse en el poder.

viernes, 16 de julio de 2021

AYUSO, EL BASTIÓN DE LA LIBERTAD

 

Por azar, ley humana o providencia, siempre que surgen situaciones o personas dañinas, perversas, aparecen adalides capaces de enfrentarse a ellas con mente ajena a dudas que socaven su pugna. Nos toca vivir un periodo complejo, ignoro si por el tópico de la inhumana globalización o a causa de iluminados adictos a viejas revoluciones. Puede, incluso, que algunos tengan esperanza de ganar una guerra que propiciaron sus abuelos, perdieron y ahora resucitan los nietos con prurito de revancha. No alego nada a este sentimiento, tal vez resentimiento, romántico, lozano, vivificador de ideales en clara descomposición. Me preocupa el escenario de enfrentamiento, de odio, levantado sin ninguna necesidad social. Se ha concebido como siembra de votos fanatizados en aras de perpetuarse en un poder malintencionado, desvertebrador, … dictatorial.

Sánchez, tiranizado por grupos que atentan contra los intereses de España y audaz embaucador de jerarcas sociales (UGT, CCOO, CEOE, Conferencia Episcopal) y medios, para propia satisfacción, da muestras inequívocas de absoluto abandono del bienestar común. A mayor abundamiento, parece estar inmerso en algún proyecto que causa estupor no exento de zozobra. Pese a ciertas apariencias beligerantes (en el fondo impostura hipócrita), el presidente ha secuestrado al Parlamento, salvo a Vox; el resto es víctima, bien de complejos ancestrales, ya de adverso cálculo estratégico. Nadie vacila del dominio total que ejerce sobre el Ejecutivo, sin que se ose cuestionar su voluntad. Desde hace unos meses quiere avasallar también el Poder Judicial utilizando de “avanzadilla” la fiscal general y algún que otro juez arrebatado por tornadiza incuria.

Conseguido, si lo logra, el acatamiento judicial, todos los poderes del Estado, incluyendo la monarquía, quedarían a expensas de su vena dictatorial. No cuenta —y cada vez menos tras sumar al descrédito natural el logrado por tanta falsedad— con la mayoría social. Las encuestan describen cierto hundimiento de la izquierda, tanto ultra (sanchismo) como extrema (Podemos e independentistas), ambas con evidentes trazas e indicadores totalitarios. Hace meses, en mi línea argumental sobre el hipotético freno europeo al perfilado ultraje que ciudadanos e instituciones padecían respecto a libertades y derechos en nuestro país, vengo analizando el abandono a que somete la Comunidad Europea a sus ciudadanos mancomunados. Creí que una Europa unida, supranacional, constituiría el obstáculo insalvable para cualquier operación ilegítima nacional o internacional. Sin embargo, si tiene diluidas su capacidad militar conjunta, institucional, social (asimismo de dudosa funcionalidad económica y política), constituye un ente obsoleto.

En efecto, al observar la caricatura democrática que ofrece la política española y la aquiescencia más o menos efectiva del organismo plurinacional —mostrando rasgos intercambiables— llegamos a la conclusión desoladora de que la teoría no puede satisfacer, en ningún caso, las expectativas esperadas. La estafa atruena nuestra conciencia pese a que el intelecto aún no percibe cómo hacerle frente. Este horizonte adúltero, miserable, castiga al individuo en su trasfondo vital haciendo de él persona con reacciones imprevistas y fluctuantes. Cierto que un porcentaje alto de la masa votante no quiere ejercer con madurez; igualmente, otra proporción estimable se encuentra ayuna de criterio arraigado, eficiente. Estas y otras sutilezas han motivado la impostura política junto a una sociedad con pocas opciones sensatas, contenidas.

Infiero que el mayor peligro al que se enfrentan los españoles, respecto a sus derechos fundamentales, sobreviene del presunto borrador sobre Ley de Seguridad Nacional. Según se desprende, el texto (propio de un Estado dictatorial) permite al ejecutivo franquear toda ley, razón y justicia de manera arbitraria. Sánchez y su renovada cuadrilla gravitan sobre múltiples carencias de gestión, así como sobre vicios incompatibles con el recto quehacer gubernamental. Probablemente destaque el sectarismo pragmático ya que tengo serias dudas del de sus sustentos ideológicos. Es extraño, verbigracia, que mientras ejercía de tertuliano intrascendente o culiparlante inédito (incluso miembro destacado en la oposición), utilizaba con radiante seguridad epítetos y atributos. Hoy, a una pregunta incómoda referida al problema cubano, manifestaba: “Cuba no es una democracia”. Ahora, aparte de experto propagandista, recurre al eufemismo trans y epata a Montero.

Con premeditación, alevosía y transgrediendo (es su querencia) el solaz sabático, anuncia una reforma implacable del gabinete; eso sí, con la amenazadora advertencia de evitar zarandeos en los ministros de Unidas Podemos. Del resto, prácticamente la mitad acaba sustituida por, dicen, personas de partido que deben revitalizar el ejecutivo y ser bandera en las próximas elecciones autonómicas y municipales; o sea, relevar a los barones contestatarios, jacobinos o no tanto. Tertulianos y medios hablan de “partido”. ¿Qué partido? Hay, sí, adscritos a tal concepción una banda de amiguetes aventureros (presuntos saqueadores, para guardar las fórmulas judiciales) aupados al poder de forma subrepticia, viciada y utilitaria. Aparte estas y otras disquisiciones, se advierte un apetito cesarista —no exento de renovación quirúrgica— más que benefactora enmienda a casi la totalidad del ejecutivo netamente sanchista. 

Estos días, con retraso e inevitable inoperancia (incluso impunidad), el Tribunal Constitucional sentencia ser contrario a norma el primer Estado de Alarma. “A buenas horas, mangas verdes” deja de ser un proverbio conocido para convertirse en velada constatación autoritaria de todo el poder legislativo, luego alterado sin mediar reservas liberales, democráticas, sino como fruto indecoroso y estratégico para conseguir réditos políticos. Sabemos que la izquierda sufre graves, intensas, alteraciones psíquicas en sistemas democráticos, pero hemos detectado que la derecha tampoco hace ascos a restringir derechos individuales. De hecho, nuestra mercadería judicial proviene del pacto PSOE-PP. Ambos “no necesitan comer sardinas para beber vino”, según indica un célebre dicho plástico. Para acallar valoraciones sui géneris, tal vez estridentes, nada tiene que ver la exposición especulativa, hermenéutica, de derechos constitucionales —concebidos en la declaración universal de derechos humanos— con su garantía real.

He oído juicios poco ecuánimes sobre la resolución del TC, “ilegítima” ahora porque la votación ha sido cinco a seis. Sin embargo, recuerdo aquella sobre la expropiación de Rumasa que resolvió el voto de calidad del presidente Manuel García Pelayo sin que nadie pusiera objeción al resultado. El inestable gobierno, ante el varapalo constitucional, dice que el Estado de Alarma salvó cuatrocientas cincuenta mil vidas, ¡ni una más! Echenique, truhan impenitente, lo denomina Tribunal Voxconstitucional. Mejor activar un caritativo silencio. Menos mal que Ayuso (germen, bastión y aliento de libertad, asombro nacional e internacional) lanza mensajes claros, redentores, ilusionantes: “Si Sánchez sigue por este camino, habrá que elegir entre su futuro o el de España”. Valiente, íntegra.

viernes, 9 de julio de 2021

CHIRINGUITOS

 

La RAE define chiringuito: “Quiosco o puesto de bebidas al aire libre”. Mi barrio, la Malvarrosa —característico en el distrito marítimo de Valencia— contiguo a esa fascinante e interminable playa de fina arena (probablemente de las mejores del arco mediterráneo, sin menospreciar otras extraordinarias), será uno de los pocos lugares en donde dicho vocablo se usa de manera fiel, ajustada. Ribereño al mar, su linde está jalonado por puestos repletos de sol, manjares y libaciones. Yo, conquense aquí y valenciano en mi pueblo de nacimiento (¡manda huevos!, que diría aquel), vivo en un paraíso a doscientos metros del agua, aunque me guste más la montaña. No obstante, clima y relieve, para personas longevas y ¿por qué no jóvenes?, traslucen auténtica felicidad. Sí, Valencia es opción muy satisfactoria y el litoral urbano ciertamente loable.

Como digo, la barriada —esotérica para incorregibles, quizás por eso excesiva e injustamente desacreditada— vive en perfecta armonía con los chiringuitos que no hurtan clientela al resto de locales ni promueven alteraciones lingüísticas. Resulta improbable encontrar algún vecino que construya un atajo semántico con el vocablo chiringuito. Recuerdo al alborear los ochenta, como impar retrospección, una costa desértica, ondulada, salvaje, donde las dunas vedaban metros al espacio ciudadano. Escasos, curiosos y poco higiénicos ingenios de madera ayudaban a los reducidos bañistas del momento a refrescarse y soportar (bajo sombras discontinuas de toldos encañados) las altas temperaturas del estío riguroso. Eran los chiringuitos originales, antiguos, hoy transformados en cómodas y acondicionadas construcciones para mitigar la solana, con sabrosa comida mediterránea y fresca bebida, a una muchedumbre cosmopolita, variopinta, que abarrota la colorista zona.

Fuera de esta isla apacible (tal vez no tan consecuente como debiera), se ha desatado una furia fanática, celosa, sobre esa Oficina del Español, creada en la comunidad madrileña, a cuyo frente Ayuso ha puesto a Toni Cantó. “Chiringuito”, en esta ocasión, acumula violenta acritud y exabrupto —expelido con avidez hiriente— más que segunda lectura dicha incluso en tono hostil, delator. La política calienta el entorno y rebaja el lenguaje, en fondo y forma, a extremos insospechados. Mis convecinos, al comparar ambos enfoques, deben sentirse perdidos dentro de un laberinto enigmático, impenetrable. No he podido cuajar un franco (¡vaya por dios!) y explícito comentario sobre el tema, su trascendencia, pero estoy convencido de que ocasionaría cierta desazón en quienes han quemado sus cuerpos entre agua, sal y sol, a partes iguales.

Cierto, esa oficina sugiere, además, un acomodo para Toni Cantó. Que toda la jarca de extrema izquierda —política y mediática, incluyendo el sanchismo— realice, bajo palio, una causa inquisitorial contra Ayuso, denota impunidad extrema (proveniente de falsa hegemonía moral) o desvergüenza desmedida, monstruosa. Hablan y no paran, unos y otros, de un “chiringuito” cuyo costo asciende a setenta y cinco mil euros anuales. Desconozco qué procedencia tiene la novedosa acepción del vocablo, así como cuánto debe invertir el erario público para alcanzar tan curioso desdoble. Preocupa el desigual rasero al informar sobre cualquier deterioro o mácula política. Si procede de la derecha llena portadas semanas enteras, pero si es la izquierda quien rubrica su origen un silencio sepulcral, fraudulento, inunda el escenario convertido en farsa hipócrita, devastadora.

Dudo que, salvo dogmáticos recalcitrantes, se cuestione sobre el abuso político en relación al nepotismo, enchufe, creación de cargos ad hoc y otros “menesteres menos tangibles, pero más onerosos”, en cualquier sigla sin excepción. Ocurre, pese a todo, que como las fuentes informativas conforman una omnipotencia audiovisual, el ciudadano tiene un conocimiento fragmentario, impuesto, del acontecer patrio y foráneo. El poder, Sánchez, decide qué debemos saber y qué ignorar, casi siempre con la complacencia (si no colaboración) de una oposición cándida, acomplejada, cobarde. Esta situación forma parte integrante del concepto “chiringuito”, visto no ya como algo grave desde un punto social sino peligroso desde el ámbito democrático. Sin embargo, los medios demonizan a Vox y lo declaran ilegalizable por “atentar” contra los principios constitucionales.

Independentistas, podemitas y Sánchez, saben que la fuerza opositora real, la que impide sus proyectos, son los cuatro millones que votaron a Vox incorporados al poderío de Ayuso y otros que mantienen un pulso digno contra la totalitaria extrema izquierda. Basten unos cuantos datos. La nueva Ley de Seguridad Nacional pretende someter a ciudadanos y patrimonios al atropello gubernamental en caso de riesgo, catástrofe o calamidad pública; en síntesis, un cajón de sastre. ¿Claman los medios? No, bostezan y reverencian. ¿Y la oposición? Algo, pero vacilando. La llamada Ley Mordaza es una mojigatería comparada con este quebranto constitucional. Me viene a la memoria una frase de Nietzsche en su Genealogía de la Moral: “Antes prefiere querer la nada que no querer”; es decir, a través de la nada, la aniquilación. ¿Ven alguna analogía con Sánchez?

Olvídense de cimentar los chiringuitos solo en las bicocas económico-políticas (que erosionan el erario) y consideren tales, también, piruetas e insólitos procederes. Ciudadanos se niega a romper pactos municipales con PSOE y PSC mientras realizan declaraciones grandilocuentes, belicosas, contra ellos. Casado tiende “puentes” con Garamendi tras apoyar la CEOE los indultos. UP se niega a disminuir el número de ministros ante un presunto recorte gubernamental en la hipotética futura remodelación del ejecutivo. Sánchez adjudica un contrato para desinfectar el palacio de la Mareta donde piensa pasar sus profusas vacaciones que costarán tres Oficinas del Español, sin que tenga eco en ningún medio del régimen. El gobierno catalán crea un fondo público de diez millones de euros para abonar las fianzas a políticos catalanes por desviación de caudales públicos en el proceso independentista. ¿No les parece esto un galimatías contradictorio?

España entera es un enorme chiringuito (a disposición de Sánchez) que levantó el bipartidismo en decenios ante la mirada pusilánime, de un ciudadano envilecido por propaganda siniestra e “irreprochable”. No hay democracia sin libertad —sin soberanía individual— suprema condición para una democracia real, más allá de sucedáneos presentados con ropaje muy atractivo, pero corrompido. La izquierda española, salvo el periplo de Felipe González, fue marxista, no homologable con la socialdemocracia europea. Ni Portugal, gozosamente anglicana, ha bebido las fuentes ideológicas del marxismo antidemocrático. Constatado el fracaso del keynesianismo económico, la izquierda europea (demócrata) se debate, casi aniquilada, entre orientarse hacia el globalizado medio ambiente o zambullirse en un liberalismo con tintes sociales. Siempre sin perder de vista, al igual que los gerifaltes españoles, el chiringuito que convenga. Dejan una sociedad empobrecida, harta; luego culpan del estrago a la “extrema derecha”.

viernes, 2 de julio de 2021

DESPLANTE

 

El hartazgo del pueblo español hacia los políticos patrios —si me apuran, también al grueso internacional, aunque su alcance sea menos sensible— empieza a marcar rasgos que debiera preocuparles. Pese a su tardanza, desconozco si debido a inercia secular o insensatez vital, esa sociedad amalgamada (provista con un hálito de estimable autodefensa) aviva la barbacana que proteja sus derechos frente a las arbitrariedades y tiranía de un poder adulterino. Existen, no obstante, dificultades intrínsecas que impiden ensamblar grupos heterogéneos siempre y hoy discordantes, contaminados, por incentivos legendarios, irreales. La fusión de pasados episodios tremebundos, conocidos mayoritariamente por referencias, y el fraude beligerante vertido sobre ellos, sea causa necesaria, lucrativa, para prohijar enfrentamientos con fanatismo político en exclusiva.   

Paliar esta incongruencia contraproducente solo se consigue, si acaso, con sobriedad y precisión. El orden social, factor intrínseco en colectividades estables, se obtiene a través del asenso individuo-entorno hasta encontrar un punto de referencia para establecerlo. Dichos desvelos, con incierto papel taxativo, suelen encontrar dificultades anejas debido a las propias deficiencias inherentes a los elementos y a su reacia combinatoria. Martin Wolf detectó la contrariedad al puntualizar: “El problema no proviene de las amenazas externas, sino de los conflictos internos de nuestras sociedades”. Precisamente esa repulsión mecánica —que algunos desbancan por otra menos indeleble: la doctrinaria— hace difícil, si no imposible, conseguir una aproximación capaz de rectificar planes conformados contra las aspiraciones de bienestar común.

Si bien física y sociología contienen enfoques encontrados, no creo que pueda deducirse de ello incompatibilidad manifiesta. Ambas interactúan con el mismo espacio bajo aspectos en ocasiones no tan diferentes. Más allá de Augusto Comte (positivista) y Max Weber (antipositivista), Renate Mayntz reconoce, pese a la inicial ponderación pesimista del trasvase metodológico de un ámbito a otro, que han ocurrido influencias efectivas. La Ciencia se desvanecería si hubiera modificaciones sustantivas de “sus leyes”, aunque utilice catalizadores para acelerar procesos químicos, verbigracia. Por el contrario, la Sociología —cuyo fundamento de investigación es el ser humano, siempre itinerante— provoca serios desequilibrios al compás de una ingeniería en continuo acecho. Los medios apuran la acción realizando una grosera labor de resonancia corruptora y fecunda.

No se nos oculta, por tanto, que las ciencias sociales están lejos de regirse por el orden o por el caos; más bien su propia fisionomía engendra una inestabilidad imprevisible (sin sometimiento a canon alguno) de consecuencias sorprendentes, trágicas a veces. La sociología teorética merece indulgencia y gratitud por el esfuerzo en aras al concierto y acomodo ciudadano. Cuando algún ególatra soberbio pretende someterla a los dictados del desafuero antojadizo, siempre termina en abuso y atropello. La propia experiencia indica que distinguir, desenmarañar, dominio y poder es prácticamente imposible, incluso en sistemas democráticos. El dominio, albedrío conforme al derecho natural, suele ser escarnecido por un poder oligárquico, opresivo, que se nutre de la indigencia cultural, sobre todo, unida a cierta actitud insuperadamente fatalista del individuo.

Desplante, según la RAE, significa “dicho o acto lleno de arrogancia, descaro o desabrimiento”, definición ajustada a bastantes políticos, sobre todo líderes y de manera especial al presidente. Cuando el poder se inmiscuye, o lo procura, en la mente y voluntad del ciudadano —intromisión proverbial, afrentosa e injustificable— se llega a un estadio de repulsa civilizada: “Tú me desdeñas, yo te excluyo”. Semejante escenario lleva a la deserción masiva como consecuencia del desafecto originado. Esta derivación implica actitudes nada edificantes en ningún caso. Patraña y hojarasca se han convertido en fundamento incuestionable, disparatado, de nuestra democracia. Su alimento natural lo constituyen mentiras y medias verdades, incluso argumentos barrocos que más parecen simulaciones caliginosas. Confío, sin embargo, que tengan urgente fecha de caducidad.

El desplante sigue una trayectoria biunívoca; es decir, ofrece reciprocidad reparadora en aras a legítimo y justo arbitraje. Empieza siempre por el poder, que algunos llaman casta y aplican dicho vocablo como estrategia sutil e invasiva para alcanzarlo. La Historia ofrece infinitas páginas donde leer, si queremos, incontables desmanes del tirano; ya que tiranía es por naturaleza efecto inmanente de cualquier poder. Se advierte, por propio empirismo, una proporcionalidad inversa entre este y la capacidad intelectiva del depositario. Felipe González, Aznar, Zapatero y Rajoy podrían ofrecer conferencias al respecto si alguno de ellos no fuera consciente de su indigencia cultural. Sin entrar en disquisiciones peliagudas, escabrosas, no está de más consignar con qué rapidez y empuje vuelve el PSOE al gobierno tras aplicarle el ciudadano un disciplinario desplante.

Dentro de los casos mencionados, cabe destacar a Zapatero y a Rajoy. El primero abandonó al país (porque no daba de sí) transfigurándose en vate —la tierra no pertenece a nadie salvo al viento— y “supervisor de nubes en una hamaca”. Regaló a Rajoy la segunda mayoría absoluta más numerosa de la Cámara. Le sirvió de poco, pues “don Tancredo”, resultó ser el primero que no pudo completar dos legislaturas. Ahora tenemos un proceso anómalo. No tiene partido ni ideología, solo una banda que glorifica su egolatría, narcisismo patológico y engreimiento, sirviéndole para mantenerse —caiga quien caiga— en el poder. Cautivo de la extrema izquierda (totalitaria, opresora) y del independentismo nazi, posterga al rey, a la judicatura, a la Constitución y al ciudadano (a España, en definitiva), para gozar dos días La Moncloa. Dispendiosa holganza.

Sánchez inadvierte linderos en su fraude que difumina habilidosa y constantemente con oportunas cortinas de humo, un auténtico experto. Hasta Rufián, paradigma del tribuno meritorio, íntegro (“en dieciocho meses dejaré mi escaño para regresar a la república catalana”, dicho en dos mil quince), se chotea del no presidencial al referéndum: “usted dijo NO a los indultos, denos tiempo”. Recuerda, sin pretenderlo, uno de los DESPLANTES que Sánchez factura envanecido a la democracia, a las leyes y al pueblo. Previo, sobre el mismo tema: los indultos, preguntó: “¿valentía o necesidad?”. Involuntariamente, o no tanto, al mencionar necesidad fue portavoz de millones de españoles. Enseguida veremos qué decide sobre el Tribunal de Cuentas, perseverante auditor de los gastos del gobierno catalán. Su decisión condicionará a buen seguro el rechazo o acogida social. “Tener fe significa no querer saber la verdad”, aseguraba Nietzsche. Madrid, desde el 4-M, debiera ser fosa de la fe y venero fecundo del desplante.