Por azar, ley humana o
providencia, siempre que surgen situaciones o personas dañinas, perversas,
aparecen adalides capaces de enfrentarse a ellas con mente ajena a dudas que socaven
su pugna. Nos toca vivir un periodo complejo, ignoro si por el tópico de la inhumana
globalización o a causa de iluminados adictos a viejas revoluciones. Puede,
incluso, que algunos tengan esperanza de ganar una guerra que propiciaron sus
abuelos, perdieron y ahora resucitan los nietos con prurito de revancha. No
alego nada a este sentimiento, tal vez resentimiento, romántico, lozano,
vivificador de ideales en clara descomposición. Me preocupa el escenario de
enfrentamiento, de odio, levantado sin ninguna necesidad social. Se ha
concebido como siembra de votos fanatizados en aras de perpetuarse en un poder
malintencionado, desvertebrador, … dictatorial.
Sánchez, tiranizado por
grupos que atentan contra los intereses de España y audaz embaucador de
jerarcas sociales (UGT, CCOO, CEOE, Conferencia Episcopal) y medios, para
propia satisfacción, da muestras inequívocas de absoluto abandono del bienestar
común. A mayor abundamiento, parece estar inmerso en algún proyecto que causa
estupor no exento de zozobra. Pese a ciertas apariencias beligerantes (en el
fondo impostura hipócrita), el presidente ha secuestrado al Parlamento, salvo a
Vox; el resto es víctima, bien de complejos ancestrales, ya de adverso cálculo
estratégico. Nadie vacila del dominio total que ejerce sobre el Ejecutivo, sin
que se ose cuestionar su voluntad. Desde hace unos meses quiere avasallar también
el Poder Judicial utilizando de “avanzadilla” la fiscal general y algún que
otro juez arrebatado por tornadiza incuria.
Conseguido, si lo logra, el
acatamiento judicial, todos los poderes del Estado, incluyendo la monarquía,
quedarían a expensas de su vena dictatorial. No cuenta —y cada vez menos tras
sumar al descrédito natural el logrado por tanta falsedad— con la mayoría
social. Las encuestan describen cierto hundimiento de la izquierda, tanto ultra
(sanchismo) como extrema (Podemos e independentistas), ambas con evidentes
trazas e indicadores totalitarios. Hace meses, en mi línea argumental sobre el hipotético
freno europeo al perfilado ultraje que ciudadanos e instituciones padecían
respecto a libertades y derechos en nuestro país, vengo analizando el abandono
a que somete la Comunidad Europea a sus ciudadanos mancomunados. Creí que una Europa
unida, supranacional, constituiría el obstáculo insalvable para cualquier operación
ilegítima nacional o internacional. Sin embargo, si tiene diluidas su capacidad
militar conjunta, institucional, social (asimismo de dudosa funcionalidad
económica y política), constituye un ente obsoleto.
En efecto, al observar la
caricatura democrática que ofrece la política española y la aquiescencia más o
menos efectiva del organismo plurinacional —mostrando rasgos intercambiables—
llegamos a la conclusión desoladora de que la teoría no puede satisfacer, en
ningún caso, las expectativas esperadas. La estafa atruena nuestra conciencia
pese a que el intelecto aún no percibe cómo hacerle frente. Este horizonte
adúltero, miserable, castiga al individuo en su trasfondo vital haciendo de él
persona con reacciones imprevistas y fluctuantes. Cierto que un porcentaje alto
de la masa votante no quiere ejercer con madurez; igualmente, otra proporción
estimable se encuentra ayuna de criterio arraigado, eficiente. Estas y otras
sutilezas han motivado la impostura política junto a una sociedad con pocas
opciones sensatas, contenidas.
Infiero que el mayor
peligro al que se enfrentan los españoles, respecto a sus derechos
fundamentales, sobreviene del presunto borrador sobre Ley de Seguridad
Nacional. Según se desprende, el texto (propio de un Estado dictatorial)
permite al ejecutivo franquear toda ley, razón y justicia de manera arbitraria.
Sánchez y su renovada cuadrilla gravitan sobre múltiples carencias de gestión,
así como sobre vicios incompatibles con el recto quehacer gubernamental.
Probablemente destaque el sectarismo pragmático ya que tengo serias dudas del
de sus sustentos ideológicos. Es extraño, verbigracia, que mientras ejercía de
tertuliano intrascendente o culiparlante inédito (incluso miembro destacado en
la oposición), utilizaba con radiante seguridad epítetos y atributos. Hoy, a
una pregunta incómoda referida al problema cubano, manifestaba: “Cuba no es una
democracia”. Ahora, aparte de experto propagandista, recurre al eufemismo trans
y epata a Montero.
Con premeditación,
alevosía y transgrediendo (es su querencia) el solaz sabático, anuncia una
reforma implacable del gabinete; eso sí, con la amenazadora advertencia de evitar
zarandeos en los ministros de Unidas Podemos. Del resto, prácticamente la mitad
acaba sustituida por, dicen, personas de partido que deben revitalizar el
ejecutivo y ser bandera en las próximas elecciones autonómicas y municipales; o
sea, relevar a los barones contestatarios, jacobinos o no tanto. Tertulianos y
medios hablan de “partido”. ¿Qué partido? Hay, sí, adscritos a tal concepción
una banda de amiguetes aventureros (presuntos saqueadores, para guardar las
fórmulas judiciales) aupados al poder de forma subrepticia, viciada y
utilitaria. Aparte estas y otras disquisiciones, se advierte un apetito cesarista
—no exento de renovación quirúrgica— más que benefactora enmienda a casi la
totalidad del ejecutivo netamente sanchista.
Estos días, con retraso e
inevitable inoperancia (incluso impunidad), el Tribunal Constitucional
sentencia ser contrario a norma el primer Estado de Alarma. “A buenas horas,
mangas verdes” deja de ser un proverbio conocido para convertirse en velada
constatación autoritaria de todo el poder legislativo, luego alterado sin mediar
reservas liberales, democráticas, sino como fruto indecoroso y estratégico para
conseguir réditos políticos. Sabemos que la izquierda sufre graves, intensas,
alteraciones psíquicas en sistemas democráticos, pero hemos detectado que la
derecha tampoco hace ascos a restringir derechos individuales. De hecho, nuestra
mercadería judicial proviene del pacto PSOE-PP. Ambos “no necesitan comer
sardinas para beber vino”, según indica un célebre dicho plástico. Para acallar
valoraciones sui géneris, tal vez estridentes, nada tiene que ver la exposición
especulativa, hermenéutica, de derechos constitucionales —concebidos en la
declaración universal de derechos humanos— con su garantía real.
He oído juicios poco ecuánimes
sobre la resolución del TC, “ilegítima” ahora porque la votación ha sido cinco
a seis. Sin embargo, recuerdo aquella sobre la expropiación de Rumasa que
resolvió el voto de calidad del presidente Manuel García Pelayo sin que nadie
pusiera objeción al resultado. El inestable gobierno, ante el varapalo
constitucional, dice que el Estado de Alarma salvó cuatrocientas cincuenta mil
vidas, ¡ni una más! Echenique, truhan impenitente, lo denomina Tribunal Voxconstitucional.
Mejor activar un caritativo silencio. Menos mal que Ayuso (germen, bastión y aliento
de libertad, asombro nacional e internacional) lanza mensajes claros, redentores,
ilusionantes: “Si Sánchez sigue por este camino, habrá que elegir entre su
futuro o el de España”. Valiente, íntegra.
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