viernes, 28 de septiembre de 2018

UNO DE TRILEROS


La antigua televisión valenciana amenizaba -o potenciaba el sopor- las tardes de lunes a viernes con una película del oeste (Una de l´oest). No pretendo paralelismo ni entretenimiento alguno, pero sí generar puntos de reflexión; deseo hilvanar un artículo que resucite algo perfectamente conocido: estamos sometidos a los caprichos, a las arteras actividades, de una caterva de trileros. Trilero, enseña el DRAE, es un estafador que ayudándose de ciertos objetos y con la complicidad de “ganchos” aligera el dinero de cuanto temerario se pone a tiro. Tres elementos concurrentes: demagogia, medios y pueblo a la medida dan respuesta cumplida a objeto, “ganchos” e incautos. Imagino que todos sabemos de qué se habla y del esfuerzo que debe realizar la sociedad para volver las aguas a su justo cauce democrático, lejos del que venden algunos con “patitas” totalitarias (evoquen el relato de los tres cerditos).

Este timador, tan viejo como la humanidad, solo puede nutrirse de gente que se deja engatusar. Constituye una especie desaparecida en países donde la cultura rompe barreras sociales recreando un clima de rebeldía razonada. Espaciadamente, también ellos precisan recargar el espíritu censor - germen de movilizaciones vigorosas- para liberarse de zánganos y vividores. Ocurre, con actual incremento, en naciones de Europa central y septentrional. Cuando políticos de tierras ingenuas e incultas (las nuestras) ven peligrar su “modus vivendi”, desprestigian estos bandazos con calificativos gruesos, intimidatorios, porque así los entiende esta sociedad corrompida. Cargan las tintas en lugar de analizar qué parte de culpa tienen ellos, los políticos, en semejante transformación. Las sacudidas se producen por los errores de quienes ostentan el poder; un poder que les viene grande o pretenden convertirlo en tiránico.

Sabemos que España es pueblo de pícaros, villanos y ladrones; actualmente, mesa de trileros. Hay que admitir, lo contrario sería injusto, la abundancia de valores poco o nada prosaicos: hidalguía, heroísmo, flema, carácter, … no siempre patentes ni bien tasados. Quizás vivamos una época adversa, pero hoy fraude -en su amplia concepción- y timo forman la esencia de nuestra sociedad. Desconozco qué razones fomentan en esta época ofuscarnos con el trilero de feria, ese que aprovecha la ocasión emocional para desvalijar al individuo bobo. Políticos de uno y otro signo han sacado tres cubiletes y bajo uno han colocado la bolita que lleva inscrito un máster o tesis. El ciudadano contribuyente se desoja para encontrar el dueño del título que debe aparecer bajo el cubilete señalado. Oh, dioses, no ha acertado. No hay nada, todo está vacío, evaporado. Es humo que ciega tus ojos.

Entre tanto, una comitiva de personajes variopintos (tal vez fuera más acertado argüir “variopintas”) ocupa el ruedo ibérico. Con frecuencia nos llevan al huerto que desean sin excesivos costes ni escrúpulos. La Universidad Rey Juan Carlos (URJC) soporta desde hace meses ataques tóxicos e indiscriminados de una izquierda que, sin faltarle razón, hiciera bien en azuzar algo de prudencia. Se comenta malintencionadamente que dicha universidad es un apéndice del PP pues se fundó en mil novecientos noventa y seis, siendo presidente Ruiz Gallardón. De aquí las críticas feroces a Cifuentes y Casado. Me gustaría saber -aparte los pormenores con que la Universidad Camilo José Cela calificó la tesis de Sánchez- si la Complutense pasaría de forma inmaculada el cedazo ético, que dicha izquierda exige a la URJC, tras algún rector con presuntas anomalías contables sin numerar asimismo “predilecciones” (también presuntas) a alumnos y profesores con renombre, pero discutible prestigio.

La farsa mayor del trile viene de las innumerables evidencias de pacto PSOE-Podemos tan divergente en objetivos como imprescindible para un gobierno ridículo. Además, necesita el complemento nocivo de independentistas y otros grupos detestables para el común. Cualquier estafado, con tiempo, descubre la fullería y abandona el entorno echando pestes. Enseñar el rostro revela la inutilidad de la capa; asimismo, el embozo eclipsa al sujeto. No se puede ser constitucionalista e independentista al mismo tiempo. Lo dice el refrán: “Quien da pan a perro ajeno, pierde pan y pierde perro”. Acercamiento de políticos presos a Cataluña, permitir embajadas, “regalar” casi mil cuatrocientos millones de euros al gobierno catalán, etc. forman parte del importe suscrito por Sánchez con los soberanistas. Cierto que antes lo hicieron otros, y se abunda en ello por periodistas concretos, pero entonces no se proclamaban independentistas.  

Populismo, demagogia, falacias, forman los principios rectores del trilero. Rajoy judicializó la política en Cataluña y ahora Emilio Fernández, presidente de la Unión Progresista de Fiscales (UPF), politiza la judicatura. Mal, muy mal cualquier tejemaneje. A Monedero siempre que sale en TV le preguntaría ¿qué hace un chico como tú en un lugar como este? Podríamos citar innumerables ejemplos de personajes adscritos al trile. Mencionaré algunos casos curiosos, paradójicos. Echenique, apóstol de la estética sobria, alquila un piso en el barrio de Salamanca. Celaá, ministra portavoz, asegura que las bombas vendidas a Arabia Saudí son “inteligentes” y no van a matar yemeníes. Razonamiento engañoso, eficaz; salvoconducto para los trabajadores de Navantia. Sánchez, por arte de birlibirloque, se atreve a decir: “Hemos venido a limpiar la corrupción venga de donde venga”. Para descongojarse. El colmo de la desfachatez y de los tics antidemocráticos viene de la mano de Carmen Calvo: “La libertad de expresión no lo resiste todo”, mensaje-consigna para impedir que la prensa airee los infinitos desmanes socialistas o adjuntos. Censura pura y dura.

Viene al pelo citar, una vez más, el robo perpetrado por PP, Banco de España, CNMV y MUR (Mecanismo Único de Resolución, adscrito al Banco Central Europeo) a los accionistas y bonistas del Banco Popular. El resto de partidos, PSOE, Podemos y Ciudadanos, no han movido un dedo para redimir la injusticia cometida. España se encuentra en una coyuntura terrible, de difícil salida sin intervención férrea, rigurosa. Como lo que verdaderamente separa a los partidos son exiguas diferencias de matiz, consigamos que gobierno y oposición se conformen con una abstención ciudadana del noventa y cinco por ciento. Da igual, que da lo mismo, quien gobierne. Europa sería el talismán que nos guardara de probables aventuras totalitarias.

viernes, 21 de septiembre de 2018

ESPAÑA Y LA TORRE DE BABEL


Según indica el Génesis y algunas narraciones mitológicas, la torre de Babel pretendía llegar al cielo en un acto de soberbia humana. Dios quiso castigar este pecado capital (que con los seis restantes conciertan vicios sociales varios) multiplicando las lenguas de quienes osaban tal monstruosidad. Así no podrían entenderse y su objetivo nunca se vería concluido. Desde luego, fuera de todo análisis sobre la altura alcanzada, este país ha excedido cotas increíbles de estupidez, defecto sin clasificar aunque protagoniza gran parte de la situación actual. Efectivamente, individuos adscritos a cualquier grupo u oficio viven rendidos al naufragio cultural, introspectivo y cívico. Echemos una mirada tolerante -para evitar frustraciones nocivas- a los medios audiovisuales. Ellos nos colocan ante personajes tan dispares, al mismo tiempo tan insólitos, como Rufián o Belén Estaban. Desde todos los puntos de vista, yo prefiero a Belén Esteban; es más natural e inteligente.

Bien pudiera apreciarse cierto paralelismo entre la soberbia que hace cinco milenios llevó al hombre a pretender acercarse a Dios y el boato hodierno. En ambos casos surge una sentencia clara: castigados a soportar nuestra pequeñez junto a la confusión comunicativa, asimismo desdoro, entre iguales. El postrero suplicio incrementa la anatomía en este país donde cada cual desarrolla un discurso unidireccional, sordo, atiborrado de rigidez. Aquí, se abre la mano, despilfarramos el dinero público, pero nadie da su brazo a torcer. No hay nada tan penoso como el diario diálogo de sordos que advertimos en platós televisivos o, peor aún, en un Parlamento áspero -a veces grosero- e indocumentado. Las formas, siempre rozando lo inaudible, se dejan excesivos pelos en la gatera por mor de una escenografía quizás mal entendida. Quien más, quien menos, representa un papel inmundo porque se aparta definitivamente de esa vocación de servicio que debiera centrar el rol político.

Ahora tenemos un gobierno que “eleva el listón de la exigencia democrática” al decir de Cristina Narbona. Salvo hermeneutas o imbéciles, nadie es capaz de interpretar en sus justos términos dicha secreción retórica. La señora Narbona no habla, porque su finalidad está muy lejos de conseguir una comunicación fluida; pervierte el lenguaje y lo torna herramienta vacía como tal. Eso sí, su intención es clara: manipular mentes poco o nada dadas a la lucubración serena, lógica, discriminatoria. Se arma, de forma consciente, ese guirigay propio de quienes esperan eternizarse en el machito. Es la tormenta perfecta: unos conviven con el esoterismo y la opacidad mientras otros muestran ciegos afanes de seguir a pies juntillas cualquier consigna. Los medios colaboran para agigantar las dificultades emisor-receptor, por encontrarse en diferente onda, amén de otras insalvables relativas a pensamiento y palabra.

Sería lógico, normal, que hubiera hondas discrepancias, disentimientos, diferentes lecturas, con personas ajenas a nuestro credo; con aquellas a quienes el arrebato babélico les hace efectuar extraños giros lingüísticos, incluso en la misma lengua. Sin embargo, no ocurre eso ni mucho menos. En personas de igual o parecida doctrina, gana de calle la improvisación, se habla diferente idioma. Incluso el presidente titubea cuando interpreta sus propias palabras. Si él no se entiende, porque cambia de discurso a poco, menos su ministra portavoz con las famosas “bombas inteligentes” que matan tras una exquisita selección previa. ¡Lo que hay que oír! Supera esa falta de entendimiento el señor Tarno (PP) cuando asegura que la ministra Robles no se parece a dicho tipo de bombas, sembrando de rebote recelos sobre su inteligencia.

Sánchez y su tesis han batido todos los récords del disloque semántico. A estas alturas dudo mucho que alguien tenga claro qué y cuándo es plagio. Políticos cercanos, quiero decir asidos a un poder en comandita, de tapadillo cubren las vergüenzas (puede que desvergüenzas) para evitar ayunos e intemperies precipitados. Algunos -hábiles, con más astucia que decencia- empiezan a agitar el acomodo porque temen perder comparsa si se diluyen demasiado en un gobierno débil, desahuciado. ¡Ah, las elecciones! Como las moscas, quieren saborear la miel pero temen morir de gula. También preocupa al ejecutivo (ese sí, pero no) que ha de emplear un lenguaje impostado para parecer lo que no es o para ser lo que no aparenta. He aquí por qué no se entienden entre ellos y menos aún con los ciudadanos Exceso de protagonismo, junto al error de creerse imprescindibles, únicos, sagrados, los ha conducido al monólogo cerrado, insolidario.

Nadie, yo al menos no, puede concebir que el Parlamento asista a individuos ligeros de señorío. Considero fuente de indigencia democrática el hecho de que alguien, ayuno de formas, pueda representar la soberanía popular. Primero porque simboliza, o debe, el honor del pueblo y segundo porque en la Cámara Nacional no caben quienes se manifiestan claramente antiespañoles. Tampoco concibo que se califique método o estrategia provocativos aquello que llanamente es incultura, ordinariez y comportamiento bochornoso; todo ello amparado por un privilegio “suprimido” y renovado en multitud de ocasiones. ¿Tiene usted vergüenza? preguntó Rufián, con premisas capciosas y sin venir a cuento, en la comparecencia de Aznar sobre la financiación ilegal del PP. ¿Es esto parlamentarismo? Cada cual quiso adornar su papel en un escenario histriónico, necio, ininteligible y nada rentable para la sociedad. Babel quedó pequeña.  

Llevamos un tiempo -desde la aparición de los populismos, sobre todo- en el que muchas palabras actúan como dioses totémicos. Pese al fondo oscuro, artero y antesala de confusiones continuas, el individuo deja guiar su vida por esta falsa llama intangible. Hoy, la televisión se ha convertido en púlpito sacrosanto al socaire de réditos nada deontológicos. Etiquetas y tics mezquinos, adobados ex cátedra, conforman su alimento característico, reiterado. Cada interviniente suelta su consideración, casi siempre funesta para una sociedad ansiosa de aprender. ¿Acaso PP o Ciudadanos representan la ultra derecha española? Así lo aseguró Monedero no hace mucho en una televisión nacional. Babel queda muy por encima respecto de España. ¿Dónde está la ultra derecha patria? ¿Existe? Hemos conseguido un idioma retorcido, diverso; herramienta prototípica de desinformación, baluarte y desenfreno.


viernes, 14 de septiembre de 2018

BROMAS APARTE


Bien pudiera ser el título de una sección periodística o el blog siamés de un observador riguroso que gusta de la chanza. Este monstruo adherido por alguna parte de su anatomía al hermano, presenta un cuerpo u otro según convenga al interés general. No resto un ápice de comedida sorpresa, el que alguien pudiera exponer cualquier argumento bicéfalo en esa doble vertiente. Imagínense qué atractivo desprendería tratar el tema catalán, verbigracia, revistiéndolo de narración guiñolesca, restándole todo viso trascendente, a fin de darle una vis cómica integral. Igual sucediera con temas deportivos, religiosos, simplemente de corazón, menos dados -por su carácter liviano- al envoltorio cáustico. Constituye una paradoja natural afrontar lo sustantivo con talante satírico, intrascendente, para sacar a la luz el fingimiento de su causa.

Bromas aparte es la forma sutil u odiosa de hacer un alto en el rosario de epítetos, generalmente malintencionados, que se realiza a alguien para -tras un respiro del verdugo parapetado tras esa insidiosa frase- seguir aplicando la tortura cruel al maltrecho interlocutor. Suele completarse el tormento en un hábitat próximo, acariciando amor y encono extemporáneos entre reo y sádico. Nuestros políticos capitalizan tan terrible realidad social cuando invierten sobre seguro al recibir información privilegiada y su fracaso, improbable, queda subsumido por la más alevosa impunidad. Nunca cejan de agredir al ciudadano y cuando se demoran es para tomar impulso. Aquí, el estigma toma cuerpo de proyectos que se enuncian y de inepcia o idiocia que impiden su realización. Ambos estadios están aislados por esa proposición, mampara exótica, que los separa sin apenas discreción.

Decía Joseph Conrad: “Una caricatura es poner la cara de una broma en el cuerpo de una verdad”. Deducimos, pues, que la política es una caricatura de la realidad social. Expongamos hechos que lo constatan. Rajoy, jugándose la barba, fue el político del PP que mayor apoyo electoral consiguió: ciento ochenta y seis diputados; tres más que Aznar. La conclusión es clara: este último gozó de menos tirón que don Mariano que se llevó por poco “el gato al agua”. No obstante, ambos atesoraron escasa vehemencia ciudadana. Bromas aparte, quienes reventaron las encuestas fueron Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero con sus atroces resultados gubernativos. Uno y otro, pusieron a España al borde de la bancarrota. Aznar menos, pero Rajoy se sentó a la puerta para ver pasar el cadáver de su enemigo. Después se levantó cansino, apático, desabrido, sin saber darle la vuelta al calcetín. ¡Menudo lince!

Pablo Casado, su sustituto al frente del partido, lleva meses sufriendo los vaivenes de la cuna que mecen PSOE y Podemos a dúo. Quizás les falte algo de vigor o de ingenio porque el líder popular se va escabullendo fácilmente, si no atacando con bastante acierto. Es verdad que Casado no despega; está dilapidando el crédito apriorístico que afiliados y medios le suponían al compás de aquel valor supuesto, fabuloso, sacrosanto, testado al recibir la cartilla militar. Como hace siempre el pueblo, este pueblo lánguido, su etiqueta de calidad la recibió contra Soraya Sáenz de Santamaría, no a su favor. Ahora, si lo ha dejado alguna vez, ocupa el tiempo buscando -de forma ciertamente inútil- el trabajo de un máster que aparece y desaparece cual Guadiana travieso. Asimismo, una defensa política intangible. Desde el punto de vista jurídico, se abre un trance poco lesivo, digerible. Bromas aparte, conjeturo una dimisión forzada para evitar convertirlo en carroña electoral. Considero que el PP queda desvencijado, pero no es tarde para que tome las riendas Teodoro García, un oasis nobel, de última ola, en el desierto popular.

Pedro Sánchez, al que unos le llaman el Nono y otros el Inquilino, demuestra ser un bluf. Es difícil contrastar su quehacer gubernamental con otros presidentes, incluso del PP. Creo a pie juntillas que es el peor, con diferencia, pese al ejército de panegiristas que loan con insistencia tonta estos cien días recién cumplidos. Jamás pude imaginar que la vida política pudiera ser un tanteo, una enorme humareda de diferentes colores para potenciar huidas, ignoro si defensivas, liberadoras o humillantes. Miente, quizás exagere, quien ose airear que ha propuesto, siquiera, algún programa socio-económico que tenga visos de objetivo tangible y realizable. Gesto tras gesto, consigue aumentar el cisma social, emprendido por Zapatero, para maniobrar contra media España; la mala, franquista y facha. Ahora se ha de desnudar, intelectualmente, para ¿evitar? una dimisión que se otea en el horizonte. Bromas aparte, descubre, al menos, que aquel “cum laude” esconde una mediocridad acreditada, aglutinante. No dimitirá para no echar a perder esfuerzo, apetito e ignominia, pero quedará tocado más allá de los fervores mediáticos.

Me aborrece y subleva que un comunista hable de democracia tomando la Historia a su antojo. Son muchos los que defienden la exhumación de Franco, como si ello significara una aplazada derrota del vencedor. Algunos, rozando lo esquizofrénico, afirman que constituiría el triunfo de la democracia. Imagino que al noventa por ciento de ciudadanos les causa indiferencia lo que se haga. Solo un cinco por ciento exige sacarlo y otro cinco retenerlo. Pero esa proporción exigua lleva metiendo ruido meses; digo meses, años. Adulterar el pasado con mentiras o medias verdades, impide a las nuevas generaciones establecer una convivencia asentada sobre errores múltiples de todos. No solo errores, también vandalismo sádico, torturas y crímenes absurdos, cometidos alternativamente en nombre de una legitimidad (democrática o no tanto) más que sospechosa. Bromas aparte, ese diez por ciento -lleno de dogmatismo y manipulación- difumina, consciente o inconscientemente, el grave escenario que ofrece el país en estos momentos. Dejemos la cohetería hipócrita para atacar con eficacia el parasitismo operante.

Parece que nuestros políticos han copiado de Cicerón aquella sentencia: “Si quieres ser viejo mucho tiempo, hazte viejo pronto”. Los prohombres patrios reciben su bautismo de fuego público alrededor de los diecisiete años. Así, nadie puede obtener licenciaturas, másteres, doctorados, de manera natural. Necesitan ayudas externas para presentar a la sociedad credenciales magníficas, seductoras. Falsedad, junto a desvergüenza, se acosta a currículo y eminencia. Bromas aparte, aunque el sustrato sea algo huero, nimio, importa el simbolismo, la actitud. Inopinadamente, tras múltiples abusos impunes, el prócer se enfrenta a un arma simple, torpe, de juguete, pero políticamente letal.

viernes, 7 de septiembre de 2018

CASTA NO, CASTUZA


En mi pueblo, como en cualquiera donde la franqueza genera formas ásperas, se utiliza profusamente el morfema despectivo. Si además pretenden poner en su sitio al cínico, la costumbre inveterada pasa a ser objetivo agrio, descomedido. Alejados de la venganza, es imposible apreciar un gramo de infamia; sienten, conjeturo, cierto impulso reparador, justiciero. Hay que conocer a la gente de los pueblos de forma profunda y concluirá su estudio admitiendo una orfandad absoluta de maquiavelismo, incluso elemental.

Paradójicamente, y con sentido compensador, saben aplicar el aumentativo humillante si la ocasión lo precisa o el sujeto paciente resulta indigesto. Cuando se trata de políticos, sube la intemperancia a niveles de difícil superación. Ignoro si es debido al lastre atesorado durante largos periodos o a resultas de actitudes inmediatas. Lo constatable es el grosor de epítetos con los que orlan a todos; quizás solo a quienes figuran extraños a la propia cuerda.

Casta es un nombre con pretensiones y desparpajo atributivos; al menos con esa intención se aplica. Algunos, inclusive, añaden altas dosis de perfidia subyugados por una demagogia populista y rentable. No precisan, mis amables lectores, concreción ni recuerdo de quienes han abusado de ella porque están al cabo de la calle. Ha sido tan notable el espectáculo esperpéntico que sobra cualquier pista para llegar a los actores. Al mismo tiempo, se descubre la ruindad de individuos que se jactan de poseer una ética ejemplar. Semejante reseña suele ocurrir en personas cuya hipocresía les capacita para mostrarse cual camaleones desatados. Constituye la parte inmoral propia de gentes con personalidad espinosa si no mínimamente bipolar.

Castuza, desde mi rural punto de vista, aumenta la cualidad del lexema dándole un matiz repulsivo, sucio. Personalmente lo aplico a quienes, olvidando mordacidades pretéritas, se integran con avidez a dicho modo de vida tras aventar machaconamente, tiempo atrás, pruritos odiosos y odiados. Sube a lo más alto del cajón el ínclito Pablo Iglesias, aunque me hastíe colocarlo en el pedestal mediático; un abuso perpetrado por bastantes entornos audiovisuales.  

Me resultó nauseabundo el comentario personal, inmodesto, estúpido, de que el rey había preguntado por sus hijos, como si fuera noticia socialmente jugosa. A la mamarrachada, propia de un mamarracho, se le adiciona el hecho grave de proceder de un tipo que ha llenado de escarnio el anterior bipartidismo y de repulsa instituciones que luego, de facto, aclama. A poco, se va mostrando sin aquella máscara originaria que lo transportó del opaco núcleo universitario -aunque elitista- a esta parasitaria panda política. Todo y ello pese a esa mochila ética, democrática, pero farisea, con que suele acompañarse.

Existe otro político -también de izquierdas- que, sucumbiendo al compromiso contraído con las bases de su partido, opta por la frivolidad y el lujo. Todavía recuerdo aquel Sánchez humillado, herido, al borde del viacrucis, cuando lo aprecio ahora altivo, arrogante, casi desdeñoso, en su pavoneo andante. Uno puede cambiar al compás de sus circunstancias, pero es necio trocar la circunstancia en esencia vital. Constituye la prueba inequívoca, concluyente, del alcance intelectual y moral a que llega el referente. Dicho talante poco ejemplar, le hizo coger el Falcon para “cumplir su agenda cultural” -según Carmen Calvo- y el Puma para acudir a un encuentro informal con los ministros en la finca Quintos de Mora. En definitiva, fueron dos formalidades muy informales; quiero decir, fuera de obligaciones públicas o de urgencias admisibles.

Más allá, difuminados, impera una pléyade de próceres que se apartan estrictamente, pese a Iglesias, de estos epítetos tan poco fraternos. No es que la piedad -estímulo sacro- precise un rincón a salvo de aras sacrificiales o tentaciones instigadoras. No, nos han llegado a moldear el lenguaje a su capricho y satisfacción provocando caos, ofuscamiento. Ya no sirven normas (aquí tampoco); se quiere remedar el concepto para que pueda aplicarse, más o menos trabajado, a coyunturas diferentes, tal vez opuestas.

Retuercen la semántica y aparecen chaladuras que encajan sin dificultad en el cedazo ideológico. Nuevas estrategias marcan las pautas para convencer a electores negados, abstencionistas por años de hartazgo, a confiar otra vez en una democracia que los esquilma y abandona. Modernos flautistas de Hamelín conducen al ciudadano a un despeñadero o a vivificar la cueva oscurantista de pasados siglos.

Nosotros -al eco de la India- somos los intocables, parias; esa casta última, humillada por el sistema que nos da un poder virtual, inexistente. Conforma la liebre de una competición que siempre pierde; los ingredientes nutricios de aquellos que permiten, a algunos de los suyos, superar todas las líneas rojas sin cabida en un sistema auténtico, efectivo, de libertades. Porque aquella castuza, de la que hablábamos atrás, es incompatible con la verdadera organización democrática.

Y, sin embargo, resuenan clarines y timbales mediáticos, advenedizos, como si el fragor legitimara su herencia sin derecho a duda, tal vez, rotunda negación. De verdad, ¿alguien con dos dedos de frente puede sentirse representado, en su extracción humilde, pragmática, realista, por políticos de la calaña de Iglesias o Sánchez? Hay poco donde elegir, pero… ¿estos? ¿Acaso no dispone el PSOE de recambio? (Los extremos no me interesan; incluyen un análisis simple, evidente, newtoniano). Mal andamos.

Casta, castuza, exudan intensamente los políticos independentistas catalanes. Más diría, se enorgullecen cuando presentan una epidermis ruda, tratada con densa capa de necedad, para que los sucesivos roces con la ley les permita salir indemnes, de momento. Espero que otra necedad interesada, que asimismo lubrica la piel seca, insensible, de un gobierno canijo, abandone el equilibrio normativo para cumplir promesas hechas al Estado; es decir, a los españoles. Los perjuros debieran ser ilegitimados si ambicionan representar al ciudadano, también a las instituciones. Conviniera ser principio rector, absolutamente ineludible, para quienes, desde un otero cómodo, escrutan -eso dicen- el bienestar social.

Casta deja de ser incluso sustantivo para convertirse en peligrosa herramienta de maniobra, de populismo usurpador. Mejor olvidar su usanza, su evocación, por decoro estético y en legítima defensa.