viernes, 26 de enero de 2018

DOS MARISABIDILLAS, UN ESTALINISTA Y UN PÍCARO


Más allá del epígrafe, he de colocar en adelante ese formulismo que libera a quienes no participamos del gremio político: presuntos. El ciudadano de a pie tiene encorsetada, sin atajos posibles, su libertad de expresión. Los probos representantes públicos hacen uso de infinitos e insólitos recovecos exculpatorios. Yo aprecio diferencia entre comentario crítico y atribución, pero es ilusorio cerciorarme de que un determinado juez comulgue con mi criterio. He aquí la clave de curarme en salud para evitar procesos irritantes o severos acosos reprensibles. No nos engañemos, ese eslogan de que todos somos iguales ante la ley supone un abalorio estético.

Miles de aforados conforman la muestra definitiva, esa que el tópico suele enmarcarla castizamente como prueba del algodón. Va siendo hora de discriminar censura a un político, cuya credencial debe al ciudadano, e improperio. Jamás se me ocurriría tildar a nadie de pícaro (incluso estalinista u otros epítetos perversos) si no fuera preboste, pues la crítica política -con mayor o menor clemencia- más que un derecho constituye una obligación. Al fin y a la postre somos sus acreedores, aunque piensen lo contrario.

Nuestro país, hoy, atraviesa momentos especialmente enrevesados. Todavía sufrimos los coletazos terribles de la larga crisis que ha dejado exhausta una clase media convertida en sobrio motor democrático. Quizás semejante indigencia moral y material sea nutriente básico para preservar el sistema cleptocrático que sufrimos. Cataluña viene a acrecentar aún más el ruinoso escenario. Pocas veces en la Historia se han conjurado tantos elementos corruptores, contraproducentes.

Para aumentar las desazones se sitúan en puestos clave cuatro personajes sin atractivo. Abandonada la estética, acumulan además vicios o defectos que mueven a desesperanza, desasosiego. Son protagonistas del momento convulso en que nos encontramos. Como dirían por mi tierra conquense, “se junta el hambre con las ganas de comer”. Ignoro qué habremos hecho para tener enfrente a los hados. Pareciera que ellos, al igual que las leyes, protegen solo a los miserables. ¿Podremos salir indemnes del abandono? No sin cambios inteligentes, sensatos, precisos.

Lo digo sin tapujos. Cuando cualquier Estado emprende un camino complejo debido a génesis externas o internas, el individuo duerme tranquilo si a su frente se encuentran personas ilustres y de ética probada. Caso contrario, queda fustigado por una vigilia contumaz, latosa. Los españoles, ahora mismo, pasamos sueño y vivimos amodorrados. Deambulamos de forma autómata, sin pies ni cabeza. Coyuntura perfecta para aquellos políticos enemigos de análisis, de exponer sus actos a examen ciudadano.

Siempre que veo algunos de estos personajes en televisión soy víctima de instintos raros, adversos. Empezaré por la vicepresidenta, Sáenz de Santamaría. Me recuerda a aquellas alumnas vivarachas, algo artificiosas, redichas. Sin ser insolentes, ofrecían remolinos de burbujas. Lejos de realidades, sus esencias tomaban cuerpo en el empaque, en la pose de marisabidillas. Las conozco (tiempo atrás conocía) muy bien. Despertaban desagrado, quizás repugnancia, y sus entrañas palpitaban entre complejos.

Prepotencia e imprevisión fingida era norma general. A lo obvio añaden expresiones aventuradas que caen sobre sí mismas como losas. La señora Santamaría, con el natural dominio, se dejó decir que en España la democracia está muy viva. ¿Era necesario airearlo? Acaso siembre dudas la afirmación un tanto impostada. Su broche de oro, pese a todo, fue: “Rajoy ha conseguido que JxCat y ERC no tengan líderes porque están descabezados”. Imposible encontrar mejor argumento para quienes sostienen que en España hay presos políticos.

Margarita Robles, otra marisabidilla, ostenta un significativo papel opositor a la hora de construir (levantar más bien) el edificio nacional. Con talante indómito, de marcado carácter estricto, martillo de herejes, deja sus palabras con arrogante eco de sabiduría. Termina dibujando un tácito “he dicho” consistente, antológico. Su necedad política no luce ropaje de excepción. Lo último “Sánchez siempre ha estado en su sitio” respondiendo a Javier Fernández -expresidente de la Gestora socialista- al comentar acuerdo del PSOE y PP sobre financiación autónoma. No, señora Robles, Sánchez ha cambiado de opinión o de estrategia en varias ocasiones. Sin embargo, sigue sin ofrecer proyecto claro para España.

Iglesias -presunto estalinista- que evoca a la democracia no menos de diez veces en cada entrevista amiga, es modelo del popular: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Para él, gente y libertad conforman el cántico que debe llevar a Ulises (España) y a sus gentes al naufragio náutico-democrático. Menos mal que los ciudadanos hacen oídos sordos, poco predispuestos a melodías seductoras que ocasionaron demasiadas muertes, y aguantan impávidos su atracción. Tan difunto como Perténope, sirena que pagó con su vida el fracaso, pretende un minuto de vida invitando al PSOE, algo tardíamente, a sacar a Rajoy del gobierno. Debiera purgar el falso dolor de corazón por votar contra la investidura de Sánchez.

Poco podemos añadir del pícaro. Puigdemont atesora una bajeza pueril, ignominiosa, irrisoria. Dogmático, tirano, paranoico, es un personaje cuya encarnadura enmarca el relato literario. Desde Cervantes o Lope hasta Valle Inclán subsiste el individuo cuyo retrato múltiple, acaso grosera caricatura, ocupa las mejores páginas. Desconozco si lo rocambolesco es añadidura necesaria al gesto pícaro o, peor aún, a una sobrecarga esperpéntica. Y todavía el independentismo quiere hacerlo presidente. ¿Cabe mayor afrenta para Cataluña? Qué más da.

No hablo de siglas ni de ideologías; me refiero a responsables de primera fila. Ni España ni Cataluña pueden encontrar salida airosa con estos personajes. Necesitan ambas que se realicen cambios importantes, decisivos. Rajoy, Sánchez, Iglesias, Puigdemont y sus más cercanos colaboradores, queden inhabilitados para sacarnos de la crisis económica, moral e institucional que afronta el país.

Como epílogo, adjunto el epitafio de una marisabidilla. Pertenece a las epigramatarias de Rafael José de Crespo: “Clori, muchacha locuaz, / Aquí descansa muy bien; / Y si ella reposa en paz, / Nuestras orejas también”.


viernes, 19 de enero de 2018

ACCIÓN VERSUS REACCIÓN


Días atrás leí un artículo de Juan Luis Cebrián en el que planteaba varias tesis. Destacaban dos: “Nuestro modelo de convivencia se ve amenazado por un nuevo centralismo” y “Es preciso robustecer el Estado Autonómico reconociéndole un carácter federal”. Cortejando cierto abuso, identificaba democracia y progreso nacionales con el sistema autonómico. Mi análisis difiere punto por punto del suyo, salvo en el hecho de que España haya tomado una deriva alarmante.

Propone, como ingrediente necesario, robustecer el Estado de las autonomías reconociéndole naturaleza federal para “conseguir solidaridad y eficacia en la acción”. Atribuye categoría de postulado a lo que solo resulta ser producto de una fe no innata sino adquirida. Acaso vea un maná donde únicamente existe voluntarismo jaleado por la moda. No se debiera añadir incertidumbre a la incertidumbre misma. ¿Por qué no se reclama desde los medios un referéndum para que el pueblo arbitre sobre dicha materia? Por el contrario, desde hace tiempo se oye un clamor sobre la inviabilidad material, el dispendio, del sistema autonómico.

Me interesan solo las leyes naturales porque son inexorables. Existe una, la tercera de Newton, llamada de acción y reacción. Asegura que cuando en un cuerpo se ejerce una fuerza, este opone otra de igual magnitud y opuesto sentido. Es evidente pues que el presunto centralismo social, no político, responde a una respuesta-alegato compensatoria y ponderada a la primigenia convivencia que algunos quieren quebrar. Toda acción desequilibrante del statu quo merece una réplica para no encallar -quizás encanallar- situaciones de desigualdad. En esas estamos.

Nuestro presidente del Consejo de Estado, señor Romay Beccaría, defiende que una reforma territorial “no puede desapoderar más al Estado”. Quizás esta reflexión se ajuste mejor que la del señor Cebrián al sentir general. Parece que el auténtico problema de España surge del sistema autonómico. A lo largo de cuarenta años, PSOE y PP han ido enajenando competencias hasta dejar un Estado enclenque, vacío, sin medios para acometer sus objetivos originarios. Añadamos el uso espurio, delictivo, que se viene practicando de los recursos públicos. Invertir la senda recorrida hasta ahora puede reportar soluciones tangibles.

Querría saber con seguridad si el nacionalismo burgués -independentista de última hora- intenta, con esta sacudida revolucionaria, camuflar la corrupción cuyos signos externos, visibles, son la punta del iceberg. Tal vez hayan notado su nula influencia a nivel nacional con la aparición de Ciudadanos y Podemos. Puede que, innecesarios, entren en conflicto, abandonen el buen juicio (o simplemente el juicio) y se deslicen hacia el abismo encaramados a un globo próximo a estallar. Si me limito con rigor a los acontecimientos, les debe importar poco Cataluña; menos los individuos que en ella viven. Son víctimas de una delirante utopía arteramente propagada.

Las primeras reacciones no se han hecho esperar. El artículo ciento cincuenta y cinco constituye -por mucho que se exagere- una mansa recriminación política, un histrionismo escénico. Con mayor hastío y coraje reaccionaron la sociedad (Tabarnia), el mundo empresarial, resto del país e incluso Europa. Nota aparte merece la implicación del ámbito judicial que, contrariando oscuros intereses, aplicó la ley obviada por un independentismo supremacista y con vocación de impunidad. El futuro conforma un cosmos previsible, pero desconocido. No obstante, ese amasijo fanático ya empieza a sentir miedo y respeto.

El flamante parlamento catalán parece alentar óptimas actitudes, pese a la obcecada cantinela de considerar a Puigdemont restituido presidente. Siguen cabalgando corceles enloquecidos, fantasiosos, delictivos. Han trocado aspiración por una pesadilla necia y frustrante. Su mente colectiva sufre el efecto nebuloso, sombrío, de fatuos mensajes insustanciales además de falsos. Los aspectos negativos se les amontonan por doquier. Algunos de índole interna, siendo notables, ocultan la terrible maldad de aquellos otros con encarnadura exterior. Tal vez lo peor sea su falta de inteligencia, de juicio, y mantener una estrategia deplorable.

Primero, desde hace tiempo, rompieron el marco legal -poco exigente- cuando CiU tapaba sus tejemanejes efectuando “una política de Estado”. Luego, sembraron odio visceral contra quien no comulgaba con sus ruedas de molino. Ahora, se hace visible la fractura social en Cataluña y contra el resto de España. Empresarios y financieros vieron mermadas las posibilidades, presentes y futuras, dentro de la aldea. Para aminorar secuelas, ubican fuera domicilios sociales, fiscales y, en algunos casos, instalaciones. Semejante deterioro económico-laboral dejará profundas huellas en el bienestar social.

Constato que el escenario internacional tiene todavía mayor calado que el interno. La dinámica globalizadora choca con las ansias disolventes de la quimérica República Catalana. Curiosamente, las dos Coreas -donde el odio a muerte sigue siendo moneda de cambio- han decidido competir en la próxima olimpiada bajo una misma bandera. Pese a lo dicho, estos señores independentistas rizan el rizo enfrentándose a una Unión Europea que, dicho sea de paso, representa el progreso y fuera de ella la miseria. Varias naciones tienen territorios con lejanas reivindicaciones centrífugas. Europa no lo va a permitir porque se juega su estabilidad y persistencia. Esta es la verdad. Cualquier otro argumento (además de falso, tramposo) lleva a Cataluña al desastre, a la insolvencia.

Un definitivo apunte para la reflexión, si aún le queda cordura al independentismo. La ley de atracción-repulsión es directamente proporcional a las masas. Ténganlo presente.




viernes, 12 de enero de 2018

LA GRAN TORMENTA


Creo advertir un nuevo renacer de sentimientos solidarios -escasos con esta vorágine- que brotan vigorosos alentados por la lectura del epígrafe. Espíritus cuya elongación se inicia en candidez y termina avizorando simpleza, trasladan su retentiva al inclemente episodio de la AP-6. Algunos, muchos años atrás, soportábamos rigores naturales hoy bastante aminorados. Hace días, miles de personas se toparon con la imprevisión y holganza de un gobierno jactancioso e inepto.

El director general de tráfico hizo jaque mate cuando, con saña y cinismo, culpabilizó al ciudadano, amén de justificar puerilmente su estancia en Sevilla. Cualquier sigla hubiera respondido con similar escarnio. El personal, triste protagonista o emotivamente cercano, al ver las terribles escenas y las no menos estúpidas especulaciones, quedó estupefacto. Ciertos relatos (palabra muy apropiada por su sinonimia con cuentos, esos de Calleja), aumentaron pasiones y deseos nada caritativos hacia prebostes afectos de arrogante inutilidad.

Durante los tiempos del franquismo, ya olvidados si no desconocidos, soportábamos temporales que proclamaban con largueza su nombre. Estos actuales encarnan un piadoso reverso. Sin adelantos técnicos, tocaba luchar contra ellos equipados de imaginación, esfuerzo y paciencia. Podríamos asegurar que Europa, excluyendo incidencias concretas, se encuentra exenta de fenómenos atmosféricos espeluznantes.

Cierto es que exhibimos excesivas deficiencias con escasa voluntad de mejora. Frecuentemente, las diversas imágenes que proporciona este país -bastante vergonzosas- deberían impulsar medidas reparadoras, serias, inflexibles. Sin embargo, solo sirven para que la oposición, alternativamente, refiera (contra viento y marea) fallos de un ejecutivo romo, sin proyectos para salvaguardar los intereses ciudadanos.

A veces, el bochorno deja de ser consecuencia para convertirse en parapeto. Si no resultaran elocuentes las declaraciones inhóspitas y los tuits impúdicos del señor Serrano, tendría éxito su amigo ministro al enfatizar una inédita faceta de gran trabajador. Habla como si tal aspecto fuere sustantivo con su quehacer, manteniéndolo en el cargo. Entre tanto, Rajoy persevera un silencio cómplice, discreto para devotos convencionales -quizás calculadores- del presidente. Nuestros políticos (enfoquemos a quienes ostentan poder) distan mucho de acopiar el prestigio y talante que debiera exigírseles. Al menos, tendrían que aprender de los errores para no frustrar esperanzas capaces de impulsar viejas ilusiones con apenas arraigo.

Llevo años analizando el devenir político-social de esta tierra, no más compleja ni contradictoria que cualquier otra de nuestro entorno. Nos separa de él algún matiz que localiza su origen en la profundidad de los tiempos. Constituimos una sociedad poco dada a la reflexión. Solemos movernos a empellones propiciados por pasiones típicas de una idiosincrasia particularmente horneada con fatalismos, desequilibrios quijotescos, generosidad y afecto hacia el menesteroso. Semejante mezcolanza motivó las mayorías absolutas de González y Rajoy. Ninguno desplegó virtudes para conseguirlas; fueron fruto del despecho que aquel supo suministrar y este sustituir por uno propio, aprensivo, efímero.

Observo síntomas claros, significativos, del hartazgo que ocasiona la displicencia social de PP y PSOE. Ambos priorizan artificios, promociones, calumnias recíprocas, olvidando políticas de Estado que compensen al sufrido contribuyente. Podemos supone un inciso vano, anodino, en el ruedo nacional. Resta una abstención rencorosa o Ciudadanos como último refugio. Yo, más asqueado que nunca por la requisa del Banco Popular (veremos qué oportunidad se me da para recuperar toda o parte de mi inversión), seguiré practicando mi tradicional abstención en legítima defensa.

Aforamientos, sueldos inmotivados, indulgencia fiscal, junto a sabrosos privilegios, marcan distancias enormes entre ciudadanos y políticos. Mientras unos abonan el cuarenta por ciento de su trabajo para apuntalar esta cleptocracia, otros derrochan todo menos talento. En épocas exuberantes, tal realidad clama al cielo; cuando llega la crisis, acaba siendo delito de lesa patria. Han convertido esta ansiada democracia en un estercolero. Incluso quienes denuncian excesos de ciertas doctrinas -aplicando diferentes extremos y maneras- cultivan una particular impostura política. Urge accionar respuestas que pongan fin al montaje ignominioso.

Cataluña, con una situación alarmante en sí misma, día a día pone de manifiesto la tormenta que se cierne sobre esta piel de toro. Las elecciones de diciembre dejaron un escenario más que preocupante. Casi media población desea saltarse el marco legal, incluso sortear una situación ruinosa, para conseguir la ilusoria república independiente. Al mismo tiempo, aparece un PP desarbolado, testimonial. Por su parte, ningún partido (constitucionalista o no tanto) salvo Ciudadanos recoge los restos del naufragio pepero. Cataluña anticipa la gran tormenta política que aparece sobre un horizonte de tibieza, engaños, negligencias y corrupciones. Enfrente, vislumbramos al PSOE desorientado, acéfalo, y a Podemos pachucho, mustio, con respiración asistida.

Colectivos catalanes responden con sagacidad a la tormenta independentista. Algo tardíamente, el resto de España -pastueña por vocación- empieza a mostrarse activo porque confirma lo inútil que resulta esperar soluciones fuera de sus propios esfuerzos. Empieza percibiendo el farragoso atasco político ocasionado por la fusión de ineptitud y codicia excesiva. El despertar catalán, infecundo en primera instancia, sirve de cuita al soberanismo y de potente reclamo al resto del pueblo español. No vale quedarse quieto, rumiando la impotencia proverbial. Esta sociedad indolente, confiada, empieza a desperezarse lentamente; puede y debe cambiar su futuro.

Precisamos cautela, voluntad y ánimos, para arrojar lastres seculares. Nadie es totalmente bueno ni malo; sirve quien demuestre decencia. Desconfiemos solo de los populismos tiránicos, pero hay que desenmascararlos porque, sibilinos, captan y dibujan a capricho cualquier entorno. Asimismo, siempre tienen a mano, como aconseja neciamente don Gregorio, un kit de salvación social. Estoy convencido de que el futuro inmediato ofrecerá la oportunidad definitiva. Si acaso sufriéramos el efecto malsano de esa gran tormenta, al menos habremos tomado conciencia de ella.

viernes, 5 de enero de 2018

CÓCTEL PELIAGUDO




Peliagudo es un vocablo de uso coloquial utilizado cuando deseamos destacar las dificultades de resolución o entendimiento. El aspecto coloquial viene definido por esta llaneza con que se comenta la incógnita catalana. Los medios, por encima de otra coyuntura, han hecho hincapié para que fuera tema de tertulia en todo el país. De aquí su carácter cercano, casi familiar. Ignoro qué razones proveen esta importancia tan generalizada. Seguramente alguien me rectificará invocando la soberanía nacional, cuando (en el fondo) resulta un dogal al presumible desmadre autonómico. Si no existiera el Estado Autonómico no precisaríamos esa soberanía restauradora de aquella unidad puesta en entredicho por él.

“Dignos” padres de la patria, gestores de nuestra conflictiva Constitución, sembraron el germen divergente. A poco, se consolidó la quiebra educativa manteniendo común un débil Diseño Curricular Nacional de “obligado incumplimiento”. Con estos polvos, el adoctrinamiento constituyó alimento imprescindible para nacionalismos ultramontanos. Ley electoral e inobservancia continuada al Tribunal Constitucional han traído los ingredientes que ahora se mueven convulsos en la coctelera española. Si a tanto desafuero añadimos el brebaje de la sanidad pública, hospitalaria y farmacéutica, obtendremos el absurdo institucionalizado. Todos, políticos y ciudadanía, conocemos al gato; pero… ¿Quién ha de ponerle el cascabel? Aquel felino enano es ahora una pantera.   

Llevamos años soportando engorrosas licencias provenientes de ámbitos distintos y distantes. Gobierno, con adhesión de palmeros, fechan los inicios cinco años atrás. El relato que propagan es falaz aparte de indigno. Pura invención. PSOE y PP dieron cobertura oficial, al menos, a un adoctrinamiento que emergió hace décadas. Todavía nadie ha interpretado aquella famosa frase de Pujol: “Si cae el árbol también caerán las ramas”. El fondo tiene poco de acertijo y mucho de amenaza. Los respectivos silencios auguran presuntas complicidades, no siempre honorables ni patrióticas. Aquellas extravagancias tipo: “Cataluña contribuye al gobierno de España” ocultaban sutilezas que lavaban usos y abusos cuya frontera rozaba el delito, tal vez lo superaba. Luego una tenue luz ha dejado ver la gigantesca estafa efectuada bajo capa de un catalanismo rutilante, modélico, adictivo.

Sucesivos rituales, escondidos en momentos de convergencia aparente, coadyuvaron a elaborar el cóctel actual. 1-O, fecha del referéndum ilegal; 27-O, día de la DUI y aprobación por el Senado de la aplicación del artículo ciento cincuenta y cinco, certificaron el callejón sin salida a que llevaron las elecciones del 21-D. Tras lo expuesto, estamos en el punto de partida. Peor. Antes faltaban datos sustanciales: efectos económicos de una independencia latente, minoritaria y transgresora, alcances legales, respuesta internacional; asimismo, quiebra social. En el momento electoral se disponía de toda reseña y el resultado ha sido similar. El independentismo sigue ostentando mayoría absoluta en escaños.

Ahora nadie debe disculparse en el error. Los constitucionalistas, incluyendo al dudoso Comú, han obtenido cincuenta y dos coma cinco por ciento de votos, pero el independentismo suma setenta diputados (mayoría absoluta). ¿Qué podemos desentrañar analizando estos resultados? Ante todo, total convicción de haberse realizado una votación visceral. Eso sí, tan democrática como si hubiese sido reflexiva, prudente. Resulta insólito, no obstante, que quienes pueden presidir el gobierno catalán están prófugos o en prisión. Dicho escenario plantea un peliagudo rompecabezas político-judicial.

¿Qué ha de prevalecer, representatividad democrática o ley? Desde mi punto de vista, siempre ley al poseer ventaja numérica en la equidad. Veamos. Cualquier merma en alguno de los tres poderes conlleva un deterioro democrático. Toda la sociedad no participa, en puridad, del poder legislativo ni ejecutivo, pero sí en el judicial donde se universaliza la igualdad. Aquí reside la supremacía del poder judicial cuando entra en conflicto con cualquiera de los otros. El sentido común avala su fuerza argumental; por supuesto, discutible.

Lo antedicho plantea un importante dilema. ¿Qué ocurrirá previo o posterior a la conformación de un nuevo gobierno en Cataluña? Sin sentencia firme quedan intactos los derechos del individuo. Por consiguiente, tanto Puigdemont como Junqueras (junto a otros procesados o en vías de ello), pueden encumbrarse al govern. Diferente sería si se diesen resoluciones judiciales antes de terminarse la legislatura. Incluso podría inhabilitarse medio gobierno o parlamento catalanes. No hablemos ya de prisión, muy probable. Uno, cuando incumple la ley, sabe a qué consecuencia se expone. Desde luego, no puede guarecerse en desconocimiento o presunto mandato ciudadano. Las reivindicaciones se ultiman dentro del marco legal. Tal sugerencia sirve para cualquier individuo.

Ese dos y medio por ciento acaso justifique el nacimiento de Tabarnia que utiliza las mismas sutilezas -quizás menos farisaicas- que articulan los independentistas para segregarse. Son análogas en calificación y peso. Con parecidos argumentos podemos considerarlas igualmente válidas o no, ajustadas o infantiles. Las disonancias son interesadas, objetivamente insostenibles. Los dos desarrollos parecen una broma, sin que la edad de ambos añada o reste juicios extemporáneos o caricaturescos. Sin embargo, y más allá de apreciaciones mías -aun foráneas- al gobierno central le crea un cóctel peliagudo. Estoy convencido de que navegará entre el desprestigio u otra concesión a la galería. ¡Cuidado!, Ciudadanos viene dando caña.