viernes, 27 de noviembre de 2020

UNA LEY ALUCINANTE

 

Alucinar significa ofuscar, seducir o engañar haciendo que se tome una cosa por otra. Según su acepción dos, también expresa sorprender, asombrar, deslumbrar. Si llegamos a la cuatro, padecer alucinaciones. Se ha comentado con harta frecuencia que insignes piezas del rock o del pop han surgido de sus autores tras un intenso contacto con sustancias alucinógenas. No es el caso de la Ley Celaá, ni por la génesis ni por el efecto. Es un escaparate lleno de viejos significantes y de alguna voz nueva, inclusiva, pero sin sustancia. Hay artículos que se completan añadiendo “alumnas” “técnicas” “profesoras”, etcétera, sin más trascendencia.

Quien lea su texto libre de pasiones, avistará un dejá vu desastroso, un clon evolucionado de la LOGSE, que nos arrastra en el informe PISA, año dos mil dieciocho, más allá del puesto setenta y siete en habilidad lectora. Por eso, remedando la Ley General de Villar Palasí, esta acelerada Ley —todavía nonata— recomienda leer en clase, en grupo, ante el presunto fracaso del enigmático plan logsiano de “animación lectora”. Además, reinventa (pasados treinta años) las “escuelas del currículum” inglesas invitando a la comunidad exterior a que aporte ideas aprovechables en el futuro laboral del hábitat. Toda una innovación. Sí, parchea a fondo, y sin miramiento, todas las leyes inmediatas anteriores.

Personalmente, creo que la LOMLOE verifica de lleno las acepciones una, dos y, en parte, cuatro. Me explico. Engaña porque potencia que se tome una cosa por otra, ya que mérito, excelencia y realidad, en este caso, se parecen igual que un huevo a una castaña. Desde luego, leyéndola de cabo a rabo, nadie con sentido común aventuraría que su contenido dé frutos satisfactorios. Tampoco se puede inferir en su articulado, de forma clara y rotunda, efectos favorables o desfavorables a ningún colectivo específico. Es tan difusa y quimérica que puede servir indistintamente para un roto o un descosido. Sorprender… ¡claro que sorprende! Desde el principio. Hay que tener fina inteligencia y sutil creatividad para bautizarla con el acrónimo LOMLOE (Ley Orgánica que Modifica la Ley Orgánica de Educación). Si fuera lego pensaría que están proponiendo un trabalenguas. Muy competentes, porque el fondo es huero reclamo; eso, un escaparate lleno de palabras pomposas.

La cuarta acepción se corresponde con alegatos extemporáneos, apuntando similar carga ideológica con que Celaá fundamenta este engendro. Partidos, instituciones docentes y padres —ignoro si por convencimiento o desconfianza— certifican certidumbres que, en justicia, yo no he percibido con solidez. El PP hace hincapié con la pérdida del “vehículo español en Cataluña” cuando él (junto a PSOE, o viceversa) lleva décadas tolerándolo en diferentes Comunidades bilingües. Tengo vivencias personales sobre este tema. Practiqué mi labor docente en la Comunidad Valenciana, entonces presidida por Joan Lerma, desde mil novecientos ochenta y dos. Luego, mil novecientos noventa y cinco, vino Eduardo Zaplana que, bien por complejo, ya por irresolución, agravó el horizonte lingüístico de alumnos y profesores. Su sucesor, mi paisano conquense José Luis Olivas, ni intentó siquiera corregir el rumbo en dicho aspecto. PP, ¡cuánta pataleta y qué falta de memoria!

Deduzco que esa “amenaza” de dedicar el cinco por ciento del PIB a educación pública, aunque destinen bastante a incrementar su infraestructura, no es razón suficiente para encrespar a la enseñanza concertada. Primero porque no hay ni un euro y luego porque se pretende universalizar el primer ciclo de Educación Infantil. Por tanto, queda lejos (aunque lo pretendan, como siempre) coartar la libertad de elección. Ya se sabe qué dice el refrán: “Quien tiene hambre sueña con rollos”. Además, la política en un marco capitalista —aunque haga nuevos ricos— nace de una clase burguesa y muere en el mismo contexto. Sin embargo, esta ley ha permitido a la derecha competir por la calle en un hito casi histórico. Por este motivo, con cierta socarronería, sería infundado negarle alguna eficacia. No esperemos mucho más.

Sobre Educación Especial, anuncia un “anticipo” para dentro de diez años (¿tanto espera gobernar este ejecutivo social-comunista?), momento en que los Centros contarán con recursos necesarios para asumir “eficazmente la inclusión” de alumnos con discapacidad. Este “avance” fue un fracaso definitivo cuando la LOGSE obligó a que se “integraran” alumnos con discapacidad en los Centros ordinarios. Lo que entonces llamaron integración y esta ley nueva llama inclusión, no son medidas educativas sino procesos pantalla bajo el biombo recurrente de socializar al alumno. Creo, pese a todo, que los padres de esos chicos deben estar sobre aviso, pero nunca moralmente desvencijados.

Profesionalmente, he vivido cinco leyes educativas, aparte las anteriores a mil novecientos setenta: LGE (1970), LODE (1985), LOGSE (1990), LOPEG (1995) y LOCE (2002). Esta última ni se aplicó. Aznar, según vimos, no tenía prisa por corregir las graves deficiencias tangibles en la LOGSE. Celaá ha seguido los pasos de Lampedusa: “Cambiarlo todo para que nada cambie”. La LOMLOE no es buena ni mala, sino todo lo contrario. Como mucho, y siempre en las leyes educativas socialistas, tal vez intente colectivizar las libertades individuales. Por consiguiente (frase fetiche de Felipe González, impulsor de la LOGSE) debemos estar alerta pese a que, por suerte, esto sea Europa. No obstante, el PP —coautor alternativo de leyes educativas— tampoco ha sido en ellas garante riguroso de una educación excelsa, ni supo cobijar los derechos ciudadanos. Acaso tengan PP y PSOE intereses comunes respecto a la “indecorosa educación” que indican los postreros informes PISA.

Desde que se implantó la LOGSE, en mil novecientos noventa, se han aprobado tres leyes educativas: LOCE (sin aplicarse en tiempos de Aznar), LOE (aplicada con Zapatero) y LOMCE (Ley Wert, con Rajoy), en activo hasta que sea sancionada la ley Celaá (LOMLOE, de Sánchez). Con ellas, el informe PISA ha constatado la deficiente situación educativa en España respecto a la OCDE. LOE y LOMCE son “extensiones” LOGSE e igualmente detestables. Cuando ahora distintos colectivos: políticos, profesores, padres y sindicatos, se quejan del olvido a que les ha sometido el gobierno para consensuar la ley, quiero denunciar mi esfuerzo en la elaboración del Libro Blanco —presunto germen de la LOGSE— que Solana tiró a la papelera. Esta ley fue, y es, un desastre educativo puesto de manifiesto por Cronos y, en varios informes, por los investigadores Florentino Felgueroso, María Gutiérrez y Sergi Jiménez.

El problema educativo en nuestro país no es de capitalización, infraestructura o adoctrinamiento, que también; procede de los preceptos epistemológicos basados en el constructivismo y de la escuela comprensiva. Uno, que defiende la adquisición del conocimiento a través de experiencias personales, sin esfuerzo, quiebra corajes y talentos. Otra, que impulsa pasar de curso automáticamente, acrecienta abandonos y perezas. Subsanar estas lacras, según parece, no atrae a nadie. El sistema, con estos mecanismos, invalida el concepto “educar” y extingue cualquier propósito respetable, equitativo, justo. Mientras, avanza enmarañada, ahogando salidas, una mediocridad debilitante y servil.

viernes, 20 de noviembre de 2020

UN PSOE PUTREFACTO

 

Putrefacto es sinónimo de podrido y este significa: “Dicho de una persona o de una institución. Corrompida o dominada por la inmoralidad”. Más allá del contenido semántico (de cuyo fondo pueden extraerse innumerables conclusiones vituperables, perniciosas), lo que está corrompido exhala un hedor insoportable, nauseabundo, repelente. Conforma la emisión física de cualquier sustancia que se encuentre en semejante estadio. Desde el punto de vista ético, debería causar parecido o mayor rechazo social porque su efecto obstaculiza —si no destruye— la convivencia potenciando, a la vez, el resurgir de fuerzas divergentes con objetivos oscuros pero cuajados de paradójica transparencia. La Historia incorpora personajes, momentos e instituciones putrefactos; sin embargo, creo que hoy estamos sufriendo uno de los más álgidos cuyo desenlace produce verdadera zozobra.

Estamos llegando, poco a poco, a una estimación juiciosa, asentada, plena: este PSOE es un partido putrefacto. Constituye el eco político terco, indeleble, asentado, al que ponen sordina temores patentes y cobardes tras un gesto hosco, feudal, del presidente revestido de poder compensatorio, usufructuario, falso. El pacto o acuerdo con Bildu en los Presupuestos, obliga a Vara, Page y Lambán a expresar diversas críticas sobre haber superado ciertas rayas de diferentes tonalidades cromáticas. Eso sí, con la boca pequeña no vaya a ser que el empeño los mande a la poyata (repisa de ladrillo, fría, despectiva, a donde mandaba el maestro —en mi infancia— a quienes no sabían la lección o se portaban mal), aunque empeñados en dejarse ver utilizando una gran caja de resonancia. Son los de siempre, los únicos que representan un papel rebelde, insulso y fugaz. Luego a luego, callan para volver al confortable estado gaseoso.  

La prensa (no toda), las viejas glorias (Guerra, Leguina, Corcuera, Redondo, etc.) y una mayoría social creen a pie juntillas que el PSOE —sanchismo— está podrido. Negociar con Bildu, por los Presupuestos a nivel nacional y en Navarra, eliminar el español en Cataluña como lengua vehicular, múltiples negligencias e ineptitudes respecto a la gestión pandémica y económica, inmigración descontrolada, etc. etc. son razones suficientes para asentar, sin vuelta atrás, el justo epíteto. Sánchez, aquí y ahora, con dichos contestatarios, se anuncia indignamente a sí mismo como invitado de piedra. Parece que El País recobra un encare perdido tras alguna subvención; quizás por temor a que en una economía endeble nada pueda mantenerse erguido. Las televisiones, pública y privadas, también han iniciado movimientos antigenuflexión. La sociedad, por su parte, reniega comulgar con ruedas de molino. Mientras, sus ciudadanos soportan abusos generalizados.

Antes de hablar del PSOE actual, hagamos un poco de historia. Desde mil ochocientos setenta y nueve, fecha de su fundación, el partido ha pasado varias vicisitudes poco egregias. Hasta la Primera Guerra Mundial fue un partido irrelevante para escindirse a su término entre los que siguieron la Segunda Internacional y aquellos que viraron a la Tercera, comunista. Poco después, durante la dictadura primorriverista, colaboraron con el fascismo según Mussolini: “El general Primo de Rivera es el jefe del fascismo español”. Con este arrojo y fuerza moral hoy tachan al rival de fascista. “Le dijo la sartén al cazo…”.

La primera época negra, salvo Besteiro, ocurrió en la década de los años treinta del siglo XX. Mientras duró Franco se escamoteó totalmente dejando la oposición interior al PCE. El primer y único periodo loable fue durante la secretaría general de Felipe González en que, aun con sombras, consiguió de España una nación moderna y europea. Zapatero y Sánchez (sobre todo este último) la han llevado de nuevo al estercolero histórico. No obstante, Lastra desprecia a los socialistas antañones porque denuncian el cisco insólito del gobierno actual. “Ahora nos toca a nosotros”, dice. ¡Cuán atrevida es la ignorancia!

Tenemos al frente del gobierno una caterva de aventureros indocumentados e ineptos. Cuantiosas subvenciones amigas, convertir el país en un escaparate ficticio, manosear el BOE, cooperación corrupta y corruptora de cuantiosos medios, etc., nos llevan irremisiblemente a la penuria, al agotamiento nacional. Reconozco al menos si no una falta absoluta, sí cierta debilidad democrática en cualquier sigla patria. Es incomprensible cómo un partido de gobierno que ha cubierto, no hace tanto, páginas transcendentales en la Transición se deja arrastrar por gentes extremas, independentistas, filoetarras, cuyo objetivo expreso es cargarse la Constitución del setenta y ocho sin que nadie alce la voz con firmeza. ¿Alguien cree que Sánchez, su ambición, su insustancialidad y su cohorte, puede sacar a España del caos? Imposible. Es preciso conformar un socialismo moderado, juicioso, para perfilar políticas de Estado por encima de móviles espurios. ¿No hay nadie dispuesto y capaz? ¿Hemos de esperar a que Europa nos libre de él?

Alfonso Guerra —incisivo e inteligente como siempre, aunque nunca fue santo de mi devoción— dijo: “Sánchez lidera un ejecutivo que no es natural y en el que se toman decisiones muy autoritarias”. Ni Casado hubiera puesto el dedo en la llaga con tanto acierto ni precisión, y de hacerlo le habrían soltado la jauría. El PSOE necesita con urgencia un líder contenido, sensato y que tenga claro políticas definidas, convergentes, de Estado, para vencer esta crisis general. Cuando un gobierno silencia que llegue al estrado parlamentario quien dice: “no soy español ni quiero” antes de soltar su discurso dogmático —por tanto, irracional— entramos en un bucle ignominioso, irreversible.

Hay quien afirma interesadamente que la democracia es un sistema de formas, cuando lo fundamental es la concepción que el ciudadano tiene del mismo. Si pasamos por alto tan tremendo señuelo, ¿son formas las siguientes? El delegado del gobierno en la Comunidad Valenciana ha dado órdenes a la policía de no multar a los extranjeros que infrinjan las medidas para controlar la pandemia. Otra. El gobierno ampara que los alcaldes marginen el español en los territorios bilingües. Otra. Un empresario recibe una paliza cuando quería regular un ERTE. Otra. Quieren sancionar a Perdiguero, líder de un sindicato policial, por llamar a Iglesias “el del moño”. Admitido, aceptemos las formas democráticas como materia sustantiva del sistema, pero sin epítetos, inquisidores ni garantes. Iguales para todos en cumplimiento y correspondencia.

Sí, al igual que en fechas pretéritas, el PSOE ha dejado de ser un partido de corte moderado, moderno, europeo. Si me aprietan, diré que bordea peligrosamente el pacto constitucional, si no lo amenaza. El señor Redondo, Iván, ha decidido que Sánchez, aupado a Iglesias y resto de fervientes “patriotas”, ocupe La Moncloa (al menos una década) caiga quien caiga, si antes no lo impide un pueblo ahogado en la miseria o Europa —harta de tanta farsa— empeñada en asegurar sus créditos cada vez más fallidos. Yo me cuidaría muy mucho de prestar dinero a un derrochador necio, vanidoso e irresponsable. Europa, sospecho, también.

viernes, 13 de noviembre de 2020

LA NEGLIGENCIA AGRIETA EL SISTEMA

 

Aunque es un vocablo sobradamente familiar, negligencia significa descuido, falta de cuidado o de aplicación, fallo común entre los que habitamos esta tierra agreste y, sin embargo, reverenciada. Llevamos siglos juntos, a veces desencantados, con el objetivo de hacer un país libre, sin muros auténticos ni imaginarios. Es más, traspasamos el que levantó la tosquedad para llevar nuestra forma de vida a gentes con atrasos centenarios. Que actuamos negligentemente forma parte de nuestro acervo histórico; no obstante, los hechos épicos —o no tanto— acuñan una media verdad justiciera que desagravia la otra media. Sí, somos negligentes, pero nos admiraron los romanos, expulsamos a los árabes y derrotamos a Napoleón. ¿Qué no hubiéramos hecho si, por el contrario, nuestro carácter hubiera tenido desde la génesis raíces firmemente indomables? 

Toda realidad es sustancia, pero su esencia —aquello que distingue una de otra— viene determinada por una marca paradójica, innata, asimismo intercambiable: cara y cruz, bueno y perverso, vida y muerte. Los españoles, como cualquier humano, hemos tenido luces y sombras a lo largo de nuestra historia. Quizás el pretérito se haya escrito con más luces o, al menos, con mayor resplandor, con más eco. No juzgo posible un desequilibrio a favor de las sombras, aunque hubo épocas de gran oscuridad. En cualquier caso, el pasado aciago conforma un hecho instructivo de gran magnitud porque aprendemos de los errores, casi nunca de los aciertos. La dificultad surge cuando nos confundimos de metodología y esa duda —disputa colectiva e indefectible por exceso de prejuicios— lleva a colisiones que frenan la convivencia y el desarrollo.

El gobierno actual ha batido, sin duda alguna, todos los registros conocidos sobre negligencia; también lidera una ineptitud insólita, ociosa, y, desde luego, ninguno como él ha mostrado acciones tan absolutamente antidemocráticas. No sería razonable que se me atribuyera acritud o exageración porque la realidad es terca e inobjetable. Ocultaciones y medias verdades favorecen importantes cuotas de negligencia. Si no hay dificultades que subsanar, sobra desvelo y vigilancia. ¿Desiderátum? ¿Laxitud? ¿Ambos?

Está ocurriendo con dos cuestiones fundamentales: la pandemia del covid-19 y el aprieto económico resultante. Diversos informes contrastados, por tanto de imposible enmascaramiento, cifran la segunda mitad de febrero —como fecha máxima—en que nuestro gobierno tenía conocimiento de la gravedad del coronavirus. Sin proveer material sanitario se facilitaron multitudinarias manifestaciones feministas, ambas actitudes negligentes que merecieran juzgarse factor causante en millares de defunciones. Obvio, sufrimos ocho meses de mentiras indelebles.

Negligencia e ineptitud se aúnan al examinar el tema económico. Déficit, PIB y Deuda están ocultos o maquillados. Al gasto laboral (ERTEs) y social (IMV) prometido, sobre todo a este último, le han puesto tantas trabas burocráticas que lo percibirá un porcentaje mínimo para que no se dispare el Déficit. El PIB se oculta inyectando dinero público en puestos de trabajo no productivo, reduciendo paro en apariencia, que redundará en aumento sideral de la Deuda. Esta y los Presupuestos, con gasto público expansivo por exigencia de Podemos y rehala, obligará a cancelar la ayuda europea a España y, arruinados como estamos, emergen tres soluciones: Un gobierno del PSOE —tal vez sin Sánchez, y no digamos sin Podemos— con apoyos de PP y Ciudadanos para recuperar lo denegado (probable), elecciones anticipadas (improbable) y autarquía (imposible).

Pese a la gravedad de lo dicho, el gobierno bipresidencial —en un summum inquietante— ha dado pruebas inequívocas de guiños antidemocráticos, totalitarios. Aposentar una exministra, afiliada al PSOE, como fiscal del Estado es un gesto poco democrático al entenderse pieza necesaria para manejar la judicatura. Si a este primer paso añadimos los intentos de avasallar el CGPJ, Tribunal Constitucional y Tribunal Supremo, la postura, el disfraz, se vuelve tentativa, empeño despótico. Completan o colman estas maquinaciones un Estado de Alarma, que durará seis meses, para constreñir el Parlamento y su función supervisora. Con el fin de roer e incluso finiquitar otros derechos fundamentales, se ha creado una comisión, dicen, en beneficio del ciudadano para evitarle noticias falsas. La anormalidad surge cuando es encomienda gubernamental y ella decide qué es cierto y qué falso. En el franquismo se llamaba censura, ahora lo llaman comisión de la verdad. ¡Viva el eufemismo y la farsa!

Aumenta una perceptible sensación de que no tenemos gobierno y, a lo peor, escasean las características del Estado de Derecho: Imperio de la Ley, división de poderes y legalidad de los actos de los poderes públicos, derechos y libertades fundamentales, legalidad de las actuaciones de la Administración y control judicial de las mismas. A este respecto cabe señalar el fundamento clásico de la existencia del Estado: “El Estado es la sociedad política normada judicialmente”. En otras palabras, “el Estado es el todo relacional humano organizado política y judicialmente y del cual el derecho es una parte fundamental”. Sin estos “mimbres” ni existe ni queremos Estado porque falla su cimiento: la defensa del ciudadano como individuo o como integrante social. Se impone, o está a punto, la excentricidad elitista, una extravagancia totalitaria.

Oposición y ciudadanía practican también de forma meticulosa —quizás inocente en el segundo caso— una negligencia menos ponderada pero igualmente perjudicial. Creo que, con distinta gradación, todos somos culpables del caos nacional. El ciudadano tiene un verdadero problema de disciplina racional y hábito crítico para activar operativamente su descontento. Los políticos, en cambio, deberían conformar el Estado de Derecho, básicamente los que conforman el gobierno, y no lo hacen. Insisto, en lógica reciprocidad, si el Estado me abandona mi obligación moral y política es desligarme yo de él. ¿Por qué cayeron tan rápidamente ambos sistemas republicanos en circunstancias y siglos diferentes? Aventurerismo e indignidad —observen, verbigracia, quienes van a aprobar los PGE “generosamente” remunerados— terminan por conjugar el rechazo mayoritario.

Como ejercicio (recordando mis tiempos docentes), si lo tienen a bien, les propongo tres reflexiones. Primera. Artículo 248.1 del Código Penal: “Cometen estafa los que, con ánimo de lucro, utilizaron engaño bastante para producir error en otro, induciéndolo a realizar un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno (últimas elecciones generales). Segunda. Palabras del rey Felipe VI: “La paz exige el valor de actuar”. Tercera. Pensamiento de Martin Niemöller: “Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí”.  

viernes, 6 de noviembre de 2020

SÁNCHEZ SÍ ALARMA

 

He pretendido ser justo y cabal —no siempre irreprochablemente mesurado— en mis juicios sobre los políticos a fin de garantizar cierta ecuanimidad. Pero aumento la exigencia, más si cabe, con quien no es santo de mi devoción, con quien profesa maneras arrogantes, altivas, mientras provoca actitudes dictatoriales y evasión democrática. Mis lectores asiduos, asimismo amables conciudadanos, saben el desaire con que trato a todos ellos afianzando una divisoria por encima de la cual no hago excepción alguna, bien por acción, bien por omisión. Desde mi punto de vista, tal certidumbre no es una generalización ridícula sino un cotejo rutinario, proverbial. Por este motivo, he de hacer verdaderos esfuerzos para que el siguiente destello se aleje de la hipérbole, formato asiduo en él, propio y requerido. Su ego, sombra indistinta e indefinida de uno mismo, impide otra cosa; sin yo pretenderlo, probablemente se desvanezca Sánchez, su mediocre anterioridad, el individuo con fisionomía humana y surja una infausta, fatídica, visión.

Quien analiza los hechos, desde diversas perspectivas temporales, lo hace con conocimiento de ellos o por convicción. Hay quien sostiene que solo el conocimiento puede iluminar elucidaciones rigurosas, ajustadas. Mientras, los yerros rebosan el campo estéril de cualquier convicción compensatoria. Lejos de despertar polémicas tediosas, considero ineludible cuestionar las razones dadas. Por un lado, según Husserl, el conocimiento proviene de uno de los múltiples fenómenos en que se manifiesta el objeto; es, por tanto, competencia explícita de alguna faceta. Por el contrario, la convicción conforma una convergencia abstracta, general, única, entre realidad plena e intelecto. Ambos tienen parecidas probabilidades de legitimar opiniones sobre lo divino y lo humano, siempre que el proceso se asiente sobre mentes desintoxicadas, libres. Mi convicción garantiza que Sánchez es retorcido y maligno para el país.

Carezco de garantías o de informes aclaratorios para asentar consideraciones y reproches que formarán el cuerpo del artículo presente. Noticias de prensa, así como añejas y bien enhebradas convicciones, constituyen su médula inequívoca. Sánchez, por una vez y sin que sirva de precedente, no ha mucho dijo su única verdad: “Soy el único que no disimulo que lo único que importa es el poder”. De estilo literario muy mejorable, expone con claridad meridiana y grueso trazo su entraña política. Todo lo demás no puede extrañar a nadie; a mí, no desde luego. La farsa permanente, el enanismo intelectual de la masa y la pícara mediocridad de quienes lo han rodeado y rodean, permitieron alzarlo a cotas de poder impensables para él, propios y extraños. Dada mi usual rechifla, ahora atestiguo y creo —sin más pruebas ecuménicas— en los milagros.

Rajoy, dueño postizo de una mayoría estéril, fue víctima de la corrupción putativa y magnificada por manos presuntamente encalladas en el saqueo cercano o trémulas por vehementes anhelos futuros. Abrevando en el cangilón del sanchismo (el PSOE, su lustre y tradición, ya había desaparecido), Podemos, ERC, PNV, JxCat, Bildu, junto a siglas sueltas, “limpios todos de tosca corrupción urdida o embrionaria”, censuraron y vencieron a un PP con similares manchas, pero no peores gobernantes. Sánchez, ya por aquel entonces, enseñaba una patita infame, falsa, indecente, cuando pactó con partidos extremistas y antiespañoles; “solo importaba el poder”. Tales prolegómenos rubricaban un presidente sin escrúpulos que batiría todos los récords de decrepitud nacional, fomentando a su vez la arbitrariedad y el enfrentamiento social que inicio Zapatero. 

Conducir la censura mezclándose con una panda de perjuros, renegados e inmorales, asentaba el diligente itinerario presto a seguir contra todo dique ético, moral, ideológico y social. Derechos fundamentales, judicatura y libertades ciudadanas las manda a hacer puñetas, nunca mejor dicho. Todavía busco explicaciones que desentrañen cómo un individuo falaz hasta el tuétano, dilapidador, débil, inseguro (aupado siempre al vaivén), arrogantemente acomplejado, fatuo y vengativo, ha sido capaz de presidir el gobierno, aunque tenga el bochornoso vilipendio de ser el peor mentor en decenios y probablemente siglos. Pudiera pensarse que lo anterior roza el insulto, pero nada más lejos del mismo. Primero, jamás hablaría de Pedro Sánchez Pérez-Castejón porque no me importa su ser ni sus eventualidades personales; expreso mi parecer sobre el presidente, un señor público a quien pago por su gestión y cuyas acciones, por cierto, afectan a mi vida de forma inusitada; en ocasiones, de forma ilegítima. ¡Ya está bien de inclinarse ente el pedestal! 

El romancero español y los refranes populares, pese a lo dicho por mí en algunas ocasiones, muestran una sociedad, si no culta sí penetrante e inteligente. Ocurre, sin embargo, que los gerifaltes la quieren adoquín e incívica. Y lo han conseguido. Luego, cuando la masa se exalta cometiendo tropelías vandálicas, se rasgan las vestiduras, lanzan operativos de seguridad y se lavan unas manos lesivas. Estamos conociendo medidas drásticas, confinamientos individuales, cierres diurnos de locales, etc. en nuestros entornos más cercanos, pero ¿concibe alguien un país que decrete seis meses el estado de alarma? España; en silencio y con la venia de casi toda la oposición. ¿El Parlamento, la soberanía popular? Abierto solo cuando Sánchez quiera pavonearse con la claque al quite.

Alarmar es sinónimo de asustar, sobresaltar, inquietar. El ciudadano está asustado (tal vez sobresaltado o inquieto) porque, en una coyuntura de emergencia nacional a causa del Covid-19, la nación queda sin gobierno —diluido entre diecisiete voluntades— al burdo cobijo de que cada Autonomía tiene competencias sanitarias. En castellano viejo quiere decir que abomina una nueva probabilidad de procedimientos judiciales como ocurrió en la primera ola por su nefasta e interesada gestión. ¿Qué pinta, entonces, un gobierno tan abundante de ministros y asesores? Le embriaga entresacar ocupaciones espinosas, por no decir antidemocráticas, cesaristas o totalitarias, como: romper España (paso previo), dominar el CGPJ y con él la Judicatura, reinstaurar una censura contra los medios y redes sociales que se opongan al discurso oficial, inmiscuir la fiscalía general en procesos molestos al gabinete o a alguno de sus miembros, agigantar hasta límites difícilmente reversibles el problema institucional con Cataluña para aprobar los presupuestos nacionales, etc., etc.

Dejo lo sustantivo para insertar lo estrafalario. La Universidad Complutense regala a la señora de Sánchez dirigir una nueva cátedra. Todo el que sienta curiosidad sabe que, para merecer tan alta dignidad, se ha de ser doctor y conseguir méritos a través de publicaciones técnicas con prestigio internacional. Salvo error u omisión, la señora Gómez carece de cualquier requisito expuesto. ¿Recuerdan ustedes el regalo a Franco del Pazo de Meirás? Pues eso. Sobre nepotismo, y aquí incluyo a todo el ejecutivo, mejor sugiero un silencio generoso, porque si no asistiríamos a una bacanal folklórica. Quedan en el tintero las maletas de la señora Delcy Rodríguez, los premiosos intentos de descabalgar en Andalucía a Susana Díaz y otros espectáculos también muy rocambolescos.

Sánchez nos hunde social, moral económica e institucionalmente porque vive para gozar La Moncloa, pero utilizando un argumento a pari, con respecto a cualquier dictador o émulo, estoy convencido de que, si hay justicia, él y otros múltiples adláteres tendrán complicaciones. No quiero ser más preciso.