viernes, 29 de noviembre de 2019

CORDONES DEMOCRÁTICOS Y LAZOS AMARILLOS


Aunque el español tiene una memoria efímera, cambiante y selectiva, espero que tengamos presentes (incluidos socialistas recalcitrantes) los extremos que Sánchez aireó de Podemos e independentistas, sin ninguna concesión, antes del 10-N. Podemos, además, le quitaba el sueño. Pero hete aquí que el resultado electoral fue un desastre. No disminuyó tres diputados, malogró treinta pues esperaba obtener ciento cincuenta. Al gurú Redondo, en esta ocasión, le abandonaron los estros y el talegazo ha sido de récord. Pero Iván -eficaz y previsor, quizás algo diabólico- voluntaria o instintivamente tenía un plan B. Bastaron horas para instigar otro fraude: el abrazo Sánchez-Iglesias, que evitaría a ambos caer fulminados, para aguantarse firmes. Pedro, dispone de un rearme corpóreo que le permite mantenerse en La Moncloa. Pablo, puede seguir impostando un talante democrático imposible si hubiera traspasado a Irene un liderazgo injustificado, arbitrario. La plebe, aquellos “lumpen” desprovistos de conciencia de clase que dijo Iglesias en sus tiempos dorados, le descubriría donde esconde la bola del trile. El abrazo, digo, rubricó un benefactor comensalismo, jamás el afán de servir a los españoles. 


Mentir no solo es decir lo contrario de lo que se piensa; constituye además un proceder, una evasiva personal, que supera el concepto estricto. Sin embargo, pese al hecho y a decires inexactos, la mentira tiene las patas muy largas; tanto, que carece de fisionomía concreta o conocida. Debido a tan compleja deconstrucción y escapatoria, advertir a un mentiroso cuesta lucubraciones y sorpresas sin fin. Yo, escéptico redomado, ducho en el comportamiento pícaro de cualquier político sin restricciones, he sufrido el aguijón moral, antiestético, de la mentira excusada tras biombo grato, fiable. A mí, a muchos conciudadanos capaces de deslindar virtud y ceguera, se nos engatusa una vez; lo que preocupa es la ingenuidad manifiesta del conjunto. Creo de dominio público el natural farsante de Pedro Sánchez, quien domina como nadie el arte del enredo. Pues bien, ha engañado a militantes del PSOE, en aquel vodevil que supuso su vuelta a la secretaría general, al propio partido, a Iglesias y a España entera. Todavía sigue haciéndolo.


Responsable único del 10-N, pierde seiscientos mil votos, las elecciones, y ahora aspira, con sumisos que achican agua, seguir hundiéndonos en el lodazal. Se coaliga con la extrema izquierda, el independentismo avieso e insolidario para terminar en los brazos cómodos del retazo terrorista, todos ellos desdeñados anteayer. Al tiempo, él, un coro adjunto y la ronda que le acompaña por intereses concretos, pergeñan un gobierno “progresista” cuyo contexto escapa al común. Probablemente porque sean ellos los únicos que progresan; por tanto, el concepto sea patrimonio de una élite preclara, patricia, afín a la casta gobernante, tal vez mediática. Una especie, ya viva, viene colonizando, usurpando, por completo el hábitat social favoreciendo su contaminación: periodistas y medios que venden su decencia (decoro) profesional por un plato de lentejas. Son los auténticos responsables de la corrupción semántica y por ende del desconcierto ciudadano, pasto de traficantes ideológicos.


Se han puesto de moda los cordones sanitaros ahora llamados (tras el eufemismo insultante, canallesco) democráticos. No parecen muy demócratas los intentos de dejar a Vox sin representación en la mesa del Parlamento mientras se quiere dar voz a partidos minúsculos, aun con esta Ley Electoral que los cobija. Se le acusa de extrema derecha cuando no se ha definido rigurosamente el término “extrema” en relación al apelativo derecha e izquierda. ¿Dónde está la divisoria? ¿Quién la marca? ¿Por qué Podemos llega como izquierda sin más y a Vox lo consideran extrema derecha? Se ha llegado a tal grado de desfachatez que Andoni Ortuzar, presidente del PNV, ha dicho sin inmutarse: “Lo que no podemos hacer es echar al PSOE en brazos de la derecha”. ¿Acaso dicho nacionalismo cabalga hacia el centro o la izquierda? Precisaríamos recordar los principios ideológicos divulgados por su fundador, Sabino Arana, llenos de racismo y xenofobia. Comporta un apunte ridículo de la manipulación con que políticos y medios tratan el lenguaje.


En la campaña oficial, esa que duró ocho días, Sánchez juró y perjuró que jamás haría pactos con Podemos e independentistas. El fracaso electoral le debió llevar a la dimisión, pero hizo lo contrario: pactar una legislatura con otro perdedor. Decía necesitar un “vicepresidente” que defendiera la democracia, que reconociera a España como Estado de Derecho y que no se perseguía a nadie por sus ideas. Sin embargo, la rama catalana de Podemos (Colau) sigue hablando de presos políticos. Aquella declaración constituyó una exclusiva apriorística e inconsciente de intenciones pues, en aquel momento, adornaban su gobierno dos vicepresidentas. Adelantándose a los acontecimientos, daba a Iglesias la vicepresidencia ejecutora porque Calvo y Calviño carecen de entidad operativa. Su ambición supera no solo la vela personal sino el insomnio de cuarenta y cuatro millones doscientos setenta mil españoles, según su certero cálculo en campaña electoral. ¿Puede aprovechar alguien semejante escenario? Sí, la industria farmacéutica.


A veces, el lenguaje habitual es sustituido por otro, denominado lenguaje de signos, mucho más consistente. Un lazo amarillo o chapa al estilo Rufián (valga la expresión), comporta la declaración taxativa de presos políticos dentro de un país antidemocrático. Al mismo tiempo, incoherencia de ERC, “partido garante de las libertadas ciudadanas”, que se deja comprometer, convenir castamente, por un gobierno liberticida. Pero este insulto a la inteligencia del español, incluso catalán, viene eclipsado por el sarcasmo de barones y peones de brega socialistas cuando claman: “Con independentistas no” al tiempo que, bajo cuerda, “con máxima discreción”, enseñan -impúdicos- unos gayumbos inmundos. El proceder político no ha cambiado nada pese a opiniones teóricamente fundamentadas. Angélica Rubio, directora de comunicación con Zapatero, dice: “Han cambiado los tiempos políticos. Ahora hay una política de enfrentamiento, de violencia, llevada a cabo por políticos jóvenes”. Eso, más o menos, ya lo dijo Ortega hace un siglo porque los tiempos cambian, pero los políticos no.


Termino con algunos interrogantes que me importunan. ¿Por qué se aprueba el decreto contra “la república digital” si acoge una nueva “ley mordaza” para controlar internet? ¿Por qué se abstuvo Podemos si tanto defiende los derechos ciudadanos? ¿No estará enseñando una “patita” ahora que, presuntamente, formará parte del gobierno? ¿Por qué Iceta exige a Sánchez que el catalán se enseñe en toda España? ¿Por qué el partido de Colau se abstiene siempre cuando quiere decir sí? Respóndanse ustedes.

viernes, 22 de noviembre de 2019

¿HAY ALGUIEN?


El genial Eugenio, tiempo ha, contaba las tribulaciones de un individuo precipitándose al abismo y agarrado a un pino enano cuyas raíces insertaba en la verticalidad de la roca. Aterrado, pedía auxilio sin ahorrar reclamos a potenciales asistencias más por inercia que por esperanza de tenerlas. Perdido todo esfuerzo y consuelo, esperando un final rápido, clemente, oyó una voz tenue que aconsejaba: “Hijo mío, déjate caer sin temor que una legión de serafines y querubines te acogerá en su seno para posar tu cuerpo suavemente en tierra”. Inmóvil, cautivo de la expectativa ofrecida, al fin pudo articular una respuesta desvaída, rota toda ficción (esa era la reminiscencia anímica al colgar del árbol sin visos de escape): “Sí, bien, pero… ¿hay alguien más?”. Constituye una falta severa de fe cuyo origen puede encontrarse en la paradoja viviente de que realidad y panorama moral, aun concreto, son efectos en franca divergencia excesivas veces.

Nosotros -ciudadanos de a pie- solemos encontrarnos indefensos, al borde del abismo, de los precipicios (aun de ficticios principios) ideológicos, económicos, sociales e institucionales, sin que podamos sondear remedio alguno rendidos al vacío. Nosotros estamos inmersos en la nada porque los políticos, todos, se ubican al otro lado. Nuestras demandas hace siglos perdieron fuerza y, como espermatozoides vagos, son incapaces de atravesar la membrana adecuada para fecundar de verdad, sin algazaras, una democracia psicológicamente embarazada. Íñigo Urkullu, lendakari del gobierno vasco, se dejó decir días atrás: “Otegi apostó por las vías claramente democráticas”. En boca del líder peneuvista, tan humillante mensaje aparece cuanto menos aventurado, hiperbólico e inoportuno. Me extrañaría que hubiera cualquier prócer para hacer improcedente ese ¿hay alguien? Ni tan siquiera el PP, única sigla hasta ahora, que apoya a las víctimas cuando está en la oposición, jamás en el poder. Es decir, ninguna probabilidad de enmienda o reproche a la indignidad de Urkullu.

¿”Hay alguien”, en prensa y medios audiovisuales, capaz de servir al ciudadano? ¿Dónde queda aquel cuarto poder, contrapeso del Estado? ¿Dónde esa vocación cuasi misionera y deontológica? En esta coyuntura compleja, claramente decisiva, los medios eligen un acomodo espurio, pasan de puntillas (casi haciendo mutis) o se desentienden total y cobardemente no sea que el tsunami cercano los pille sin protección. Dos meses atrás, una inmensa ola inercial, nacida de divergencias políticas, inundaba diarios notables con titulares ardientes a favor o en contra de PSOE y Podemos. Describían maldades y bondades exhumando (vocablo casual) aquellas viejas “Historias para no dormir” de Chicho. Hoy parece reinar la paz, el acuerdo heterogéneo, multipartido, gregario, pero pragmático. Sin embargo, es ahora, al comprobar que las cabeceras se ponen de acuerdo para aproximar a España un poco más al abismo, cuando ese ¿hay alguien? tiene como respuesta alguna estéril voz de patriotas sin eco. Es la hora de los infames.

La bomba de los ERE ha explotado a destiempo porque, quien haya votado, no puede rectificar debido al latrocinio ya oficial pero conjeturado años atrás. Seiscientos ochenta millones han sido insuficientes para exigir, a medios (amén de a políticos) que -durante un tiempo, aunque sirva de precedente- enyuguen a PP y PSOE “refrescando con cierta reiteración” la conciencia social. De momento, ni la Sexta (juez implacable de la corrupción diestra) ni ningún alto responsable socialista han entonado el mea culpa incorporado a un inquebrantable y público propósito de enmienda. Declaraciones ensalzando no sé qué, sobran por doquier. Desde el silencio letal -que en absoluto exculpatorio- de Sánchez hasta el apoyo intragubernamental de Podemos, tenemos reticencias para escoger. Por si acaso, Ábalos siempre al quite (de casta le viene al galgo) cortocircuita toda especulación al expresar rotundo: “Los ERE no afectan al gobierno actual ni a la actual dirección del PSOE”. Tanta contundencia, cuando la sospecha se cierne con base consolidada, pudiera interpretarse delación encubierta. De camino, el staff de Ferraz añade “indulgente”: “Susana Díaz tiene que caer”. A eso se le llama desde siempre, sin doble sentido, matar dos pájaros de un tiro.

Pese a que Pablo Molina cuantifica demoledoramente la corrupción siniestra al afirmar que el socialismo andaluz ha robado diecisiete veces más que el extesorero del PP, las últimas horas vienen enraizando un inquietante pacto de investidura y posterior gobierno de coalición. Preguntarnos si ¿hay alguien? conformaría un vano ejercicio de inocencia con tintes de necedad, si no estupidez. El horizonte aparece lleno de negros nubarrones económicos, pero fundamentalmente institucionales, sin que advirtamos (quizás sea demasiado prematuro) ninguna convulsión social. Tanto retorcimiento semántico origina desatención ciudadana porque, al igual que sucede con la rana cocida en agua hirviendo, se nos viene aplicando dosis suficientes para entumecer conciencias, de por sí bastante laxas. Desdeñamos, por tanto, el escollo nacional y europeo que supone la aventura catalana, más si cabe con el imprudente rumbo con que actúa Sánchez.

Este statu quo actual, consolidado en cuarenta años, lleva camino de quiebra inmediata si unos u otros no ponen remedio a la mayor brevedad posible. Apetito ávido de Sánchez, dejadez de una ejecutiva socialista ad hoc, sumisa, amén de un régimen autonómico avaro, insolidario, restringe cualquier salida satisfactoria para todos. ¿Hay alguien? Sí, constituyen multitud, pero sus esfuerzos poco rectos y afines se realizan a sentido opuesto, disgregador. Podemos abre un debate beligerante, revelando quizás una patita totalitaria tras biombo ejemplar, casi virtuoso. Intenta ilegalizar a Vox porque “son un peligro para España, no los catalanes”. Implicita en tan insólito -a la vez que estrambótico- deseo un consentimiento expreso a la independencia catalana. ¿Por qué razón padecemos propuestas de individuos botarates subidos a un pedestal inmerecido, arrebatado con malas artes democráticas?

¿Quedan exentos los órganos judiciales ante el decorado que domina la escena? Mi respuesta es no. Voluntariamente o debido a deficiencias estructurales, las resoluciones llegan tarde y, en múltiples ocasiones, suelen tomarse a broma sin que haya respuesta, no ya rigurosa sino tibia. Exhortar aquí una presencia garante tampoco asegura defensa a ultranza de derechos e intereses, llevando al Estado a la práctica desaparición según recogen los compendios filosóficos que legitiman su existencia.

Santiago González asegura: “Los chorizos progresistas usan el producto de sus latrocinios para bien del pueblo”. Hace poco una escolta denunció a Irene Montero por abuso laboral. ¿Hay alguien? ¡Vaya pregunta!

viernes, 15 de noviembre de 2019

SÁNCHEZ ARRASA ESPAÑA Y DESTRUYE AL PSOE


Definitivamente, hemos llegado al rediseño del Frente Popular. Antes, un PSOE marxista llevó a España (contra la opinión de destacados líderes, Julián Besteiro entre ellos) a una guerra civil cuyo epílogo acarreó centenares de miles de muertos y casi cuatro decenios de dictadura cuya verdadera maldad desconocemos por su imposible cotejo con aquella otra del sistema marxista alternativo, hipotético, verosímil. Bueno y malo, pese al maniqueísmo imperante, ofrecen gradaciones dispares de forma aislada, sin contraste. Cualquier juicio, en uno u otro sentido, conformaría un monumento a la exageración, al reclamo o, simplemente, a la estupidez. Ahora, el conciliábulo político perfilado puede llevarnos, si le dejan la cordura española (incluso socialista) y el acervo europeo, a la más absoluta de las miserias y pérdida sustancial de libertades individuales que tanto ha costado conquistar. El PSOE hoy constituye un partido extraño. A mis años, el miedo suena a algo proscrito, esperpéntico, pero me inquieta el tic despótico del comunismo.  


Se especula -tal vez de forma interesada- por analistas zoquetes, antojadizos, (medios y periodistas, alguno en concreto, colindan también con la extrema izquierda o adheridos a su amo) que Ciudadanos ha sufrido una derrota electoral sin paliativos por su itinerario inestable, liderazgo personalista y sobre todo por bloquear al PSOE. Nada más lejos de la realidad. Ciudadanos se ha estrellado por ser fiel a sus principios, leal al centro sociológico y repudiar el juego peligroso, vehemente (quizás agresivo) e insolidario de bloques. En otro país hubiera sacado mayoría absoluta, pero nosotros desmedimos el lastre visceral generando ira; tanta, que se vota por rencor, no por convicción. Ciudadanos hubiera sido un partido inestimable durante la transición y a futuro (sujeto, constreñido, el nacionalismo catalán y vasco, hoy no habría tanto separatista generado por deslealtad y pusilanimidad a partes iguales), pero Zapatero encendió la mecha cismática abriendo una fisura nacional todavía hoy en plena efervescencia.


Albert Rivera, escrupuloso y dúctil, se dejó llevar por principios privativos y sugerencias ajenas. En este país, donde las etiquetas indican observaciones ruines de una ética presuntamente hegemónica en la izquierda, propaganda y medios corrompen lo que yo denomino “conciencia social”. Sin embargo, el sambenito de blanquear a Vox no tuvo repercusión porque mucho antes Podemos -auténtica extrema izquierda, no de bagatela- lo había sido por un PSOE suicida que salió ileso del embate electoral y parasitario. A Ciudadanos no lo ha fulminado Sánchez, al decir de conmilitones políticos y periodistas, sino la destemplanza infantil hacia Vox de un Rivera falto de cintura y recursos sagaces, sutiles. La prueba incontestable es que Sánchez no obtuvo ni un voto del partido naranja cuyo declive (cuarenta y siete diputados) lo absorbieron Vox (veintiocho) y el PP (veintidós). Asimismo, “encontraron” los tres que perdió Sánchez; de ahí su precipitación en instaurar un bloque disonante, combativo e infausto.


Ignoro qué prioridades configuran la encarnadura del presidente en funciones. Creo que egolatría y engreimiento superan a codicia y rapacidad. Si esta presunción es certera, Iglesias ha ganado las elecciones y Sánchez las ha perdido destruyendo al mismo tiempo el PSOE. Curiosamente, da la falsa impresión de haberlas ganado Vox y PP resultando perdedores Ciudadanos, Unidas Podemos y PSOE. Error; hay un ganador espectacular (Unidas Podemos), rodeado de “enanitos” dueños del bosque, y un perdedor enfático, estricto, susceptible: Sánchez. Ocurre, empero, que, ante espíritus toscos, mediocres, aquella exigencia suscitada por Descartes: “pienso, luego existo” se considera chuchería filosófica digna de ser enterrada en el mausoleo de la suficiencia. Lo asegura un viejo axioma castellano: “La ignorancia es muy atrevida”. Así nos va, ligados a nuestras raíces o comparándonos con naciones del entorno cercano.


A Sánchez no solo se le ha derretido su yo vanidoso abrasado por el otro yo, siempre en competencia, del Iglesias triunfante. Como consecuencia, su instinto sufre un desvarío al ser humillado: desamparo o hecatombe. El favorito gobierno de coalición social-comunista (es decir, la hecatombe), da pruebas notables -ante las previsiones económicas e institucionales en el horizonte inmediato- de que los españoles le importan una mierda. Iglesias aún siente menos interés por ellos, pues pretende potenciar la miseria desarbolando este país para hacerlo más proclive a medidas extremas. La Historia enseña a quien quiera verlo que el comunismo totalitario no defiende al trabajador; utiliza el populismo, la “gente”, ese fanatizado poder popular, con la intención de traspasar el capital privado al Pulitburó, a la casta elitista del marxismo vetusto, deparando el aumento de miseria si cabe. No son anticapitalistas, ansían ser capitalistas ellos. El argumento más sólido, indiscutible, es observar talantes y riquezas acumuladas por líderes comunistas en cualquier parte del mundo.


Metodología y su vertebración, el método, indican qué acciones deben realizarse -ante coyunturas específicas- para demoler los probables efectos nocivos. Rebatir insidias con estoicismo o condescendencia implica asirse a vana reputación. “El 28-A había una oportunidad histórica para formar un gobierno de coalición, ahora es una necesidad histórica porque se trataría de la única manera para frenar a la extrema derecha en nuestro país”. Son palabras frescas de Pablo Iglesias, líder omnipresente y omnipotente de una extrema izquierda sin parangón mundial; menos, aditada a ese fraudulento, lema de la “extrema derecha” cuya sangrienta ejecutoria, al contrario del nazi-comunismo, nadie conoce ni recoge crónica histórica alguna. A mayor abundancia, José Luis Ávalos anuncia: “El PP está solo en compañía de la extrema derecha”. Ambas reflexiones, y otras parejas de ERC, PNV, JxCat … que alimentan bloques incompatibles, belicosos, imposibilitan consenso alguno ni entendimiento. Queda, por tanto, (siguiendo la normativa metodológica) responder contundentemente moderados. No son tiempos de “poner paños calientes”. Al final, Vox recogerá la cosecha.


Apuesto a que este gobierno heterogéneo y esquizofrénico, si fructifica, no durará más allá de unos meses. Perdido el crédito del PSOE y con un PP adscrito a esta información del Confidencial: “El PP, contra la opinión del Consejo Europeo, pactará con PSOE, Unidas Podemos y PNV la renovación del CGPJ dejando a Vox fuera” no sería extraño que este último en las próximas elecciones sacase mayoría absoluta. Casado ha perdido el “método”. Un inciso. Iglesias, observa que no me convences nada, pero ten cuidado con Sánchez porque antes o después saldará cuentas contigo por dejarlo en evidencia. Su ego busca revancha: la venganza se sirve fría.

viernes, 8 de noviembre de 2019

TUMBAR GOBIERNOS


Según la filosofía aristotélica, un ser puede presentarse en acto y en potencia. Desde ese punto de vista, cuando hablamos de tumbar gobiernos nos referimos tanto a un estadio de los mismos como al otro. Ciñéndonos a cualquiera de ellos, llevamos una racha que no me atrevo a adjetivar adecuadamente. Cuatro años atrás, se tramitó un gobierno en potencia con tanta dificultad que para no tumbarlo hubo que abatir al secretario general del PSOE, señor Sánchez. Poco después, redivivo este e impregnado de la argamasa que Iglesias esparció además por independentistas y Bildu, tumbaron el gobierno (ya acto, activo) de Rajoy. La corrupción, ese falso lema “el partido más corrupto de Europa” -cuya resolución jurídica culpabiliza a título lucrativo- fue pantalla providencial incluso para el PNV que dos días antes le había aprobado los presupuestos. Traición, debilidad frente al independentismo del nuevo gabinete y codicia desaforada, fueron las razones reales que tumbaron a Rajoy; por otro lado, desarmado, inepto y pusilánime.


Pedro, ese mendaz que el mentís oficial y domesticado transfigura en mandatario impoluto, ligó su palabra -vano empeño- a convocar elecciones de forma inmediata. Hostigado por alguna deserción cuando pretendía aprobar unos presupuestos sui géneris, tuvo que resignarse y adelantar elecciones contra su voluntad. La posterior investidura, gobierno en potencia, dejó al descubierto duros enfrentamientos entre voracidad y ambición. Sánchez, germen voraz del nuevo ejecutivo, se tumbó a sí mismo. Cierto que nacionalistas vascos y catalanes le aflojaron la cincha, pero él mismo (des)amparado por oráculos aciagos se pegó el tortazo. Resulta curioso, tal vez no tanto, que sociólogos de cabecera, Tezanos verbigracia, le hayan empujado (hipérbole tras hipérbole en los sondeos) a estas elecciones que terminen por hacer real aquel viejo augurio de Iglesias: “Si usted rechaza el gobierno de coalición, no será presidente nunca”. ¿Maldad o refinada y definitiva lapidación a manos de la vieja guardia ante el contexto que se avecina? Yo me aventuraría por lo segundo. 


Hace pocos días, leí que el PNV ha investido y tumbado gobiernos con apenas cuatrocientos mil votos cosa que no han logrado Albert Rivera o Pablo Iglesias con cuatro millones. Cierto, pero ese arbitraje vigoroso no le vino por propia sustancia o atributos consignados a la Historia ni al denuedo contemporáneo. PSOE y PP, al alimón, junto a una Ley Electoral que jamás quisieron enmendar, han acarreado la situación ominosa, turbadora, en que nos encontramos y cuya escapatoria se advierte enrevesada. Ahora no preocupa el instrumento, aquella tiranía política que los nacionalismos practicaron a lo largo de tres décadas y que el pluripartidismo, sumado a la evolución independentista, impopular, censurada en el resto del país, ha terminado por relegar al ostracismo definitivamente. Hoy produce insomnio, desasosiego, la quiebra institucional y social a que se ha llegado a causa de enfermiza transigencia, si no dejación de funciones.


El marco político español viene sufriendo una transformación sustantiva, más allá de las reservas europeas. Ahora mismo encontramos seis partidos con cobertura nacional y que, antes o después por interés propio, praxis y exigencia ciudadana, aplicarán un tres por ciento, a nivel nacional, para obtener representación parlamentaria. Mientras, al Senado se entrará con el mismo porcentaje, pero autonómico. Dicha solución, ficticia con el bipartidismo y nacionalistas moderados, aunque pedigüeños e insaciables, se ve ahora urgente, imprescindible. Verdad es que el radicalismo independentista, aireado abundantemente por televisión, suscita tal reacción en el resto que cualquier atisbo de aparejamiento con él de un determinado partido, afectaría de forma severa a sus rentas electorales y futuras. Esta terca conclusión hace irrelevante -cara al pacto- a toda sigla independentista, catalana o vasca. Asimismo, este escenario evidencia la quimera de formar un gobierno consistente, duradero, recurriendo a los actuales mimbres. 


La última semana de sondeos publicados, indica que solo un acuerdo o coalición inverosímil PSOE-PP consigue mayoría absoluta para formar gobierno. Queda confiar en el bloque de las tres derechas como solución menos enojosa. Caso contrario, el PSOE (presunto ganador) tendrá imposible confeccionar un gobierno que cuente con la venia de los españoles, por el tema autonómico, y de Europa, por la cuestión económica a propósito de esa cercana crisis galopante. Sánchez no quiere formar gobierno con Unidas Podemos y no debe intentarlo, salvo arrebato letal, con el independentismo obvio (JxCat, CUP y ERC), PNV -corifeo de Bildu e independentista a días alternos- y Bildu. La sociedad está harta de que durante siglos Cataluña y el País Vasco haya gozado de concesiones económicas, aun políticas, para conseguir un nivel de vida muy superior al desaliño castellano, extremeño, andaluz, etcétera, etcétera, a la vez que desempeñan (desempeñaban, porque así se dispuso de rebote, sibilinamente, en la Constitución) un papel preponderante en el gobierno de España.


El debate a cinco ocasionó grandes expectativas que los intervinientes se encargaron de frustrar al momento. A Casado, sin estar catastrófico, le faltó riqueza expositiva y concreción. Sánchez resultó un falaz papagayo lector y cabizbajo, claro. Abascal estuvo contundente y sincero, pero -en desigual pleito- lucha contra las etiquetas. Iglesias estuvo petitorio incansable, casi suplicante (a mí me causó pena pese a la divergencia). Rivera quiso emerger adoquín y terminar enrollado al estilo Koji Suzuki, autor japonés que escribió una novela en un rollo de papel higiénico. Pudiera parecer milagro alguna enmienda demoscópica atribuible a aquellas tres horas sin apenas chicha, restadas al ocio o al sueño. Acaso se salvara la paciencia jobniana del martirizado espectador. Las damas, anoche, tampoco resultaron resolutivas.


Vislumbro, aunque a priori sería lógico juzgarlo de absurdo, nuevas elecciones en breve. Depende del resultado dominguero y vespertino. Si PP, Ciudadanos y Vox consiguieran la mitad de diputados más uno, enseguida formarían un gobierno sólido con matices. Otro resultado llevaría irremediablemente a nueva convocatoria electoral en semanas o al desahucio político del PSOE, la izquierda en general, como ocurre en países de nuestro entorno y tenor. Queda como solución permanente cambiar la Ley Electoral tras un amplio acuerdo de las siglas mayoritarias. Esto o el quebranto nacional a cuyo logro se empeñan antisistemas e independentistas, cuanto menos.

viernes, 1 de noviembre de 2019

ESPAÑA ENTRE EL MOJE Y LA ALERTA


Que España se encuentra en una coyuntura tenebrosa no debe ser secreto para nadie. Más allá del problema económico emergiendo por el horizonte, nos asfixia el conflicto territorial ante la indiferencia tangible de unos bloques ideológicos que refuerzan su artillería dialéctica. Luego perviven magulladuras de siglos, necrosis malignas, sin aparente toma de conciencia ciudadana. Lejos, pero cronológicamente cercanas, divisamos divergencias pertinaces provenientes del dogmatismo maniqueo. Al final, este escenario nos lleva -obviando cualquier esfuerzo- al despeñadero. Ignoro, ya que hay movimientos sociales antagónicos, si el individuo es consciente o mira medio chispo, aturdido, a cuanto acontece a su alrededor. Las encuestas constatan ese caminar errático, propio de quien abandona toda esperanza por encontrar la salida del laberinto en que nos encontramos. No es para menos con los guías que hemos puesto al frente. 


Sobre el verbo “mojar” y el sustantivo “moje” hay variados conceptos literales y otros figurados, destacando entre el primero un sinónimo de uso frecuente: “untar”; es decir, introducirse en una dependencia o negocio de forma sutil, ladina. El segundo alienta menos la corrupción indefinida que provocan ambos vocablos entrecomillados. Aunque moje es una comida típica y exquisita de La Mancha (que yo suelo saborear con harta frecuencia y deleite) cuya base es tomate de bote, atún y aceitunas -negras preferentemente- existe propensión a equipararlo con tejemanejes oscuros, ruines, punibles. Llevamos años rumiando la convicción de que, en mayor o menor medida, toda sigla participa de estas Bodas de Camacho en que han convertido una democracia ansiada, cabal, cuando se gestó. Así es. El festín, repugnante por gula desordenada con ribetes sicalípticos, mitiga un fondo de atropello sin límite ni propósito de enmienda.


Vemos con asombro, tal vez con indisimulado encono, cómo partidos que surgieron para restringir (incluso desterrar) viejos y nuevos desenfrenos acumulados por PSOE y PP en decenios, reproducen parecidas componendas aun sin haber tocado poder pleno. Cuando la sociedad, siempre constreñida por un talante lacayo y adulador, manifiesta espinosas imputaciones contra cualquier sigla patria, a priori hemos de poner en reserva todo aserto porque -sin menoscabar la presunción de inocencia- antes o después podrá constatarse su certidumbre. Conocemos de sobra la culpabilidad a pachas del bipartidismo que durante años y años ha manejado el país a su antojo y beneficio. Hoy sufrimos la vigencia innoble e insolidaria de presuntos derechos forales propios de regímenes antidemocráticos. A la vez, soportamos la mancha del independentismo catalán que se va extendiendo generosa y groseramente por otras autonomías hacia un falso feudo que les puede aportar pingües ventajas cuando reparte recursos el FLA.


Cierto, salsa y componenda aúnan sus tipologías para enfangar día a día una democracia ya subvertida, irreconocible. Me es penoso soportar frecuentes evocaciones a ella por fariseos del púlpito; menos aun si militan en la extrema izquierda por su doble impostura. Comparan (abriendo fosos de concordia) etapas históricas inmediatas con la actual, pero callan las enormes diferencias que nos desconectan con naciones de nuestro entorno. Comparemos cantidad y calidad de cargos, asesores, coches oficiales, empresas públicas auténticos nidos de nepotismo, vinculación de poderes que debieran ser independientes, talante democrático, etcétera, etcétera. Solo así comprenderemos hasta qué punto han corrompido -y no es la primera vez- sistema tan esperado por el individuo a través de los tiempos. Acreditan sin ambages el viejo refrán: “Entre dicho y hecho hay mucho trecho”. Y este pueblo torturado desde hace siglos, a verlas venir.


Hace años, un PSOE exangüe y un candidato indigente conquistaron el poder con eslogan artero, pero eficaz: “España no merece un gobierno que mienta”. Su candidato ahora, presidente en funciones, además de estafador no dice una verdad ni cuando rectifica. Asimismo, traiciona, olvida, a quienes le ubicaron en La Moncloa; básicamente a Iglesias. Sus excesos, su megalomanía, nutren una actuación itinerante, llena de avances y retrocesos cual Penélope dando largas a la indecisión. Es el personaje del “ni sí, ni no, sino todo lo contrario”. Su hazaña penúltima -la última probablemente esté ya cociéndose- ha sido proponer en su programa electoral, bajo presión del independentismo, la naturaleza plurinacional de España. Prepara el terreno, si consigue ser presidente efectivo, para reconocer las aspiraciones nacionales catalanas previo apoyo de ERC y, aunque ahora hace ascos, de JxCat si lo necesitara.


Arropado por una bandera nacional, que en Cataluña desprecia, si este oportunista pactara, tras conocer los resultados electorales, con UP, ERC, PNV y otros, logrando un gobierno que ellos llaman “progresista”, el caos económico tardaría meses en dar la cara. Veríamos entonces si pica, o no, sarna con gusto, aunque fuera demasiado tarde. Prevención y enfermedad siguen este orden; por tanto, se precisa cautela previa para no cometer errores complejos de remediar a futuro. Franco, junto a una retórica consistente sobre el independentismo que los hechos burlan, son los únicos capitales políticos que puede ofrecer a los españoles más allá de imperecederos fuegos artificiales.


Casado desea primero liderar el centro-derecha español, asentar su autoridad al frente del PP y liquidar los reinos de Taifas levantados en Autonomías poco adictas, cuando no rebeldes. Bajada de impuestos y resolver los enigmas económicos que se aprecian en el horizonte, no pasa de un voluntarismo seductor, imperativo, pero postizo. Creo que prefiere recoger la inmensa cosecha que le pondrá pronto el PSOE en bandeja. Un político hábil, y él lo es, tiene las ideas claras: primero, catarsis; luego, gobierno. Ciudadanos ha defraudado mucho en las negociaciones posteriores al 26-M. Pretendió abarcar mucho, olvidando su papel bisagra, y semejante debilidad le puede pasar una factura penosa. Esperemos un cambio radical en la estrategia, o en el liderazgo, porque es un partido absolutamente necesario. 


Unidas Podemos, tiene un papel comparsa difícil de encajar pese a esas declaraciones fatuas, absurdas, casi estúpidas, de Iglesias: “Sería bonito ver a Irene presidenta de España” al tiempo, pone meta a su quehacer político: “Una vez que haya conseguido gobernar”. Nunca. Te jubilarás en UP si antes no te mandan al gallinero. Vox, constituye una incógnita molesta para todos. Más España, evidencia una erupción infantil, de momento. No obstante lo dicho, mantengámonos alerta, pongamos remedio antes.