Aunque el español tiene una memoria efímera, cambiante y
selectiva, espero que tengamos presentes (incluidos socialistas recalcitrantes)
los extremos que Sánchez aireó de Podemos e independentistas, sin ninguna concesión,
antes del 10-N. Podemos, además, le quitaba el sueño. Pero hete aquí que el
resultado electoral fue un desastre. No disminuyó tres diputados, malogró
treinta pues esperaba obtener ciento cincuenta. Al gurú Redondo, en esta
ocasión, le abandonaron los estros y el talegazo ha sido de récord. Pero Iván
-eficaz y previsor, quizás algo diabólico- voluntaria o instintivamente tenía
un plan B. Bastaron horas para instigar otro fraude: el abrazo Sánchez-Iglesias,
que evitaría a ambos caer fulminados, para aguantarse firmes. Pedro, dispone de
un rearme corpóreo que le permite mantenerse en La Moncloa. Pablo, puede seguir
impostando un talante democrático imposible si hubiera traspasado a Irene un
liderazgo injustificado, arbitrario. La plebe, aquellos “lumpen” desprovistos
de conciencia de clase que dijo Iglesias en sus tiempos dorados, le descubriría
donde esconde la bola del trile. El abrazo, digo, rubricó un benefactor
comensalismo, jamás el afán de servir a los españoles.
Mentir no solo es decir lo contrario de lo que se piensa; constituye
además un proceder, una evasiva personal, que supera el concepto estricto. Sin
embargo, pese al hecho y a decires inexactos, la mentira tiene las patas muy
largas; tanto, que carece de fisionomía concreta o conocida. Debido a tan
compleja deconstrucción y escapatoria, advertir a un mentiroso cuesta lucubraciones
y sorpresas sin fin. Yo, escéptico redomado, ducho en el comportamiento pícaro
de cualquier político sin restricciones, he sufrido el aguijón moral,
antiestético, de la mentira excusada tras biombo grato, fiable. A mí, a muchos
conciudadanos capaces de deslindar virtud y ceguera, se nos engatusa una vez;
lo que preocupa es la ingenuidad manifiesta del conjunto. Creo de dominio
público el natural farsante de Pedro Sánchez, quien domina como nadie el arte
del enredo. Pues bien, ha engañado a militantes del PSOE, en aquel vodevil que
supuso su vuelta a la secretaría general, al propio partido, a Iglesias y a
España entera. Todavía sigue haciéndolo.
Responsable único del 10-N, pierde seiscientos mil votos, las
elecciones, y ahora aspira, con sumisos que achican agua, seguir hundiéndonos
en el lodazal. Se coaliga con la extrema izquierda, el independentismo avieso e
insolidario para terminar en los brazos cómodos del retazo terrorista, todos
ellos desdeñados anteayer. Al tiempo, él, un coro adjunto y la ronda que le
acompaña por intereses concretos, pergeñan un gobierno “progresista” cuyo contexto
escapa al común. Probablemente porque sean ellos los únicos que progresan; por
tanto, el concepto sea patrimonio de una élite preclara, patricia, afín a la
casta gobernante, tal vez mediática. Una especie, ya viva, viene colonizando,
usurpando, por completo el hábitat social favoreciendo su contaminación:
periodistas y medios que venden su decencia (decoro) profesional por un plato
de lentejas. Son los auténticos responsables de la corrupción semántica y por
ende del desconcierto ciudadano, pasto de traficantes ideológicos.
Se han puesto de moda los cordones sanitaros ahora llamados (tras
el eufemismo insultante, canallesco) democráticos. No parecen muy demócratas los
intentos de dejar a Vox sin representación en la mesa del Parlamento mientras
se quiere dar voz a partidos minúsculos, aun con esta Ley Electoral que los cobija.
Se le acusa de extrema derecha cuando no se ha definido rigurosamente el
término “extrema” en relación al apelativo derecha e izquierda. ¿Dónde está la
divisoria? ¿Quién la marca? ¿Por qué Podemos llega como izquierda sin más y a Vox
lo consideran extrema derecha? Se ha llegado a tal grado de desfachatez que
Andoni Ortuzar, presidente del PNV, ha dicho sin inmutarse: “Lo que no podemos
hacer es echar al PSOE en brazos de la derecha”. ¿Acaso dicho nacionalismo cabalga
hacia el centro o la izquierda? Precisaríamos recordar los principios ideológicos
divulgados por su fundador, Sabino Arana, llenos de racismo y xenofobia. Comporta
un apunte ridículo de la manipulación con que políticos y medios tratan el
lenguaje.
En la campaña oficial, esa que duró ocho días, Sánchez juró y
perjuró que jamás haría pactos con Podemos e independentistas. El fracaso
electoral le debió llevar a la dimisión, pero hizo lo contrario: pactar una
legislatura con otro perdedor. Decía necesitar un “vicepresidente” que defendiera
la democracia, que reconociera a España como Estado de Derecho y que no se
perseguía a nadie por sus ideas. Sin embargo, la rama catalana de Podemos (Colau)
sigue hablando de presos políticos. Aquella declaración constituyó una exclusiva
apriorística e inconsciente de intenciones pues, en aquel momento, adornaban su
gobierno dos vicepresidentas. Adelantándose a los acontecimientos, daba a
Iglesias la vicepresidencia ejecutora porque Calvo y Calviño carecen de entidad
operativa. Su ambición supera no solo la vela personal sino el insomnio de
cuarenta y cuatro millones doscientos setenta mil españoles, según su certero cálculo
en campaña electoral. ¿Puede aprovechar alguien semejante escenario? Sí, la
industria farmacéutica.
A veces, el lenguaje habitual es sustituido por otro,
denominado lenguaje de signos, mucho más consistente. Un lazo amarillo o chapa
al estilo Rufián (valga la expresión), comporta la declaración taxativa de
presos políticos dentro de un país antidemocrático. Al mismo tiempo,
incoherencia de ERC, “partido garante de las libertadas ciudadanas”, que se deja
comprometer, convenir castamente, por un gobierno liberticida. Pero este
insulto a la inteligencia del español, incluso catalán, viene eclipsado por el sarcasmo
de barones y peones de brega socialistas cuando claman: “Con independentistas
no” al tiempo que, bajo cuerda, “con máxima discreción”, enseñan -impúdicos- unos
gayumbos inmundos. El proceder político no ha cambiado nada pese a opiniones
teóricamente fundamentadas. Angélica Rubio, directora de comunicación con Zapatero,
dice: “Han cambiado los tiempos políticos. Ahora hay una política de
enfrentamiento, de violencia, llevada a cabo por políticos jóvenes”. Eso, más o
menos, ya lo dijo Ortega hace un siglo porque los tiempos cambian, pero los
políticos no.
Termino con algunos interrogantes que me importunan. ¿Por qué
se aprueba el decreto contra “la república digital” si acoge una nueva “ley
mordaza” para controlar internet? ¿Por qué se abstuvo Podemos si tanto defiende
los derechos ciudadanos? ¿No estará enseñando una “patita” ahora que,
presuntamente, formará parte del gobierno? ¿Por qué Iceta exige a Sánchez que
el catalán se enseñe en toda España? ¿Por qué el partido de Colau se abstiene
siempre cuando quiere decir sí? Respóndanse ustedes.