El genial Eugenio, tiempo ha, contaba las tribulaciones de un
individuo precipitándose al abismo y agarrado a un pino enano cuyas raíces
insertaba en la verticalidad de la roca. Aterrado, pedía auxilio sin ahorrar reclamos
a potenciales asistencias más por inercia que por esperanza de tenerlas. Perdido
todo esfuerzo y consuelo, esperando un final rápido, clemente, oyó una voz
tenue que aconsejaba: “Hijo mío, déjate caer sin temor que una legión de
serafines y querubines te acogerá en su seno para posar tu cuerpo suavemente en
tierra”. Inmóvil, cautivo de la expectativa ofrecida, al fin pudo articular una
respuesta desvaída, rota toda ficción (esa era la reminiscencia anímica al
colgar del árbol sin visos de escape): “Sí, bien, pero… ¿hay alguien más?”.
Constituye una falta severa de fe cuyo origen puede encontrarse en la paradoja
viviente de que realidad y panorama moral, aun concreto, son efectos en franca
divergencia excesivas veces.
Nosotros -ciudadanos de a pie- solemos encontrarnos indefensos,
al borde del abismo, de los precipicios (aun de ficticios principios) ideológicos,
económicos, sociales e institucionales, sin que podamos sondear remedio alguno rendidos
al vacío. Nosotros estamos inmersos en la nada porque los políticos, todos, se
ubican al otro lado. Nuestras demandas hace siglos perdieron fuerza y, como
espermatozoides vagos, son incapaces de atravesar la membrana adecuada para
fecundar de verdad, sin algazaras, una democracia psicológicamente embarazada.
Íñigo Urkullu, lendakari del gobierno vasco, se dejó decir días atrás: “Otegi
apostó por las vías claramente democráticas”. En boca del líder peneuvista, tan
humillante mensaje aparece cuanto menos aventurado, hiperbólico e inoportuno.
Me extrañaría que hubiera cualquier prócer para hacer improcedente ese ¿hay
alguien? Ni tan siquiera el PP, única sigla hasta ahora, que apoya a las
víctimas cuando está en la oposición, jamás en el poder. Es decir, ninguna
probabilidad de enmienda o reproche a la indignidad de Urkullu.
¿”Hay alguien”, en prensa y medios audiovisuales, capaz de
servir al ciudadano? ¿Dónde queda aquel cuarto poder, contrapeso del Estado?
¿Dónde esa vocación cuasi misionera y deontológica? En esta coyuntura compleja,
claramente decisiva, los medios eligen un acomodo espurio, pasan de puntillas
(casi haciendo mutis) o se desentienden total y cobardemente no sea que el tsunami
cercano los pille sin protección. Dos meses atrás, una inmensa ola inercial,
nacida de divergencias políticas, inundaba diarios notables con titulares
ardientes a favor o en contra de PSOE y Podemos. Describían maldades y bondades
exhumando (vocablo casual) aquellas viejas “Historias para no dormir” de
Chicho. Hoy parece reinar la paz, el acuerdo heterogéneo, multipartido,
gregario, pero pragmático. Sin embargo, es ahora, al comprobar que las
cabeceras se ponen de acuerdo para aproximar a España un poco más al abismo, cuando
ese ¿hay alguien? tiene como respuesta alguna estéril voz de patriotas sin eco.
Es la hora de los infames.
La bomba de los ERE ha explotado a destiempo porque, quien
haya votado, no puede rectificar debido al latrocinio ya oficial pero
conjeturado años atrás. Seiscientos ochenta millones han sido insuficientes
para exigir, a medios (amén de a políticos) que -durante un tiempo, aunque
sirva de precedente- enyuguen a PP y PSOE “refrescando con cierta reiteración”
la conciencia social. De momento, ni la Sexta (juez implacable de la corrupción
diestra) ni ningún alto responsable socialista han entonado el mea culpa
incorporado a un inquebrantable y público propósito de enmienda. Declaraciones
ensalzando no sé qué, sobran por doquier. Desde el silencio letal -que en
absoluto exculpatorio- de Sánchez hasta el apoyo intragubernamental de Podemos,
tenemos reticencias para escoger. Por si acaso, Ábalos siempre al quite (de
casta le viene al galgo) cortocircuita toda especulación al expresar rotundo:
“Los ERE no afectan al gobierno actual ni a la actual dirección del PSOE”.
Tanta contundencia, cuando la sospecha se cierne con base consolidada, pudiera interpretarse
delación encubierta. De camino, el staff de Ferraz añade “indulgente”: “Susana
Díaz tiene que caer”. A eso se le llama desde siempre, sin doble sentido, matar
dos pájaros de un tiro.
Pese a que Pablo Molina cuantifica demoledoramente la
corrupción siniestra al afirmar que el socialismo andaluz ha robado diecisiete
veces más que el extesorero del PP, las últimas horas vienen enraizando un
inquietante pacto de investidura y posterior gobierno de coalición.
Preguntarnos si ¿hay alguien? conformaría un vano ejercicio de inocencia con
tintes de necedad, si no estupidez. El horizonte aparece lleno de negros
nubarrones económicos, pero fundamentalmente institucionales, sin que
advirtamos (quizás sea demasiado prematuro) ninguna convulsión social. Tanto
retorcimiento semántico origina desatención ciudadana porque, al igual que
sucede con la rana cocida en agua hirviendo, se nos viene aplicando dosis
suficientes para entumecer conciencias, de por sí bastante laxas. Desdeñamos,
por tanto, el escollo nacional y europeo que supone la aventura catalana, más
si cabe con el imprudente rumbo con que actúa Sánchez.
Este statu quo actual, consolidado en cuarenta años, lleva
camino de quiebra inmediata si unos u otros no ponen remedio a la mayor
brevedad posible. Apetito ávido de Sánchez, dejadez de una ejecutiva socialista
ad hoc, sumisa, amén de un régimen autonómico avaro, insolidario, restringe cualquier
salida satisfactoria para todos. ¿Hay alguien? Sí, constituyen multitud, pero
sus esfuerzos poco rectos y afines se realizan a sentido opuesto, disgregador. Podemos
abre un debate beligerante, revelando quizás una patita totalitaria tras biombo
ejemplar, casi virtuoso. Intenta ilegalizar a Vox porque “son un peligro para
España, no los catalanes”. Implicita en tan insólito -a la vez que estrambótico-
deseo un consentimiento expreso a la independencia catalana. ¿Por qué razón
padecemos propuestas de individuos botarates subidos a un pedestal inmerecido,
arrebatado con malas artes democráticas?
¿Quedan exentos los órganos judiciales ante el decorado que
domina la escena? Mi respuesta es no. Voluntariamente o debido a deficiencias
estructurales, las resoluciones llegan tarde y, en múltiples ocasiones, suelen
tomarse a broma sin que haya respuesta, no ya rigurosa sino tibia. Exhortar
aquí una presencia garante tampoco asegura defensa a ultranza de derechos e
intereses, llevando al Estado a la práctica desaparición según recogen los
compendios filosóficos que legitiman su existencia.
Santiago González asegura: “Los chorizos progresistas usan el
producto de sus latrocinios para bien del pueblo”. Hace poco una escolta
denunció a Irene Montero por abuso laboral. ¿Hay alguien? ¡Vaya pregunta!
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