Lo
he proclamado en varios artículos. Soy escéptico por naturaleza, particularidad
que llega al apogeo cuando se trata de doctrina política o religiosa. Si
repasamos el devenir del hombre, estaremos de acuerdo en que las mayores
aberraciones fueron cometidas por gentes escudadas tras bellos conceptos:
libertad, igualdad, fraternidad, amor, religión, etc. Últimamente democracia.
¿Cuántos han sufrido persecución y muerte aferrados al dogma, a cualquier
dogma? ¿Cuántos quedan por experimentar métodos y conductas tiránicas adscritas
a lobos con piel de cordero? Vivimos una encrucijada excepcional. Los escollos
capitalistas constituyen el reclamo apropiado para la aparición de personajes
siniestros. Recordemos a Lenin, Stalin, Mussolini o Hitler. Todos ellos
surgieron a la sombra de momentos penosos que no supieron suavizar tras
millones de muertos.
Uno
sale de la indigencia antes o después y lo hace sin zarpazos físicos. Puede que
le acompañe algún abatimiento moral; nada definitivo. No obstante, se ignora
cuál sería el infortunio que nos deparara un sistema opresor, sea nazi o
totalitario. Ambos se aluden como regímenes de exterminio y de penuria moral.
Asimismo, viejas y nuevas referencias originan dudas sobre supuestos éxitos
económicos, pese al control absoluto de los factores que intervienen en el
proceso. Es decir, semejantes sistemas garantizan falta de libertad, pobreza y
muerte.
Esta
cosecha es común a los pueblos sometidos, sean cubanos, venezolanos, coreanos,
chinos o camboyanos. Un ejemplo de seducción social viene determinado por la
frase entresacada de “Monarquía o Democracia”, obra de Pol Pot: “La monarquía
es un vil postulado que vive de la sangre y el sudor de los campesinos. Solo la
Asamblea Nacional y los derechos democráticos darán a los camboyanos un espacio
de respiro… La democracia que reemplazará a la monarquía es una institución sin
igual, pura como el diamante”. Su rúbrica la sellaron dos millones de muertos.
El tirano pudo estudiar, y empaparse de
leninismo, en Paris gracias a una beca real. Aquellos años le sirvieron para cristalizar
su sanguinaria revolución.
PSOE
y PP, junto a un extravío que lo envuelve todo, son los promotores -al menos-
de las horribles consecuencias generadas por una crisis extraordinaria.
Zapatero no la quiso ver y Rajoy se empeña vanamente en protagonizar su remate.
El dúo constata cierta vocación trolera, manipuladora y antiestética. Seis
millones de parados, declive de la clase media, salarios de pobreza, justicia
discrecional, indultos extravagantes y una juventud sin futuro hacen de este
país un sabroso bocado para el populismo liberticida. La advertencia que
transmitió el votante en las europeas a los partidos mayoritarios, ha caído en
saco roto. Aquel “aprender la lección” no pasó de un voluntarismo fatuo o malicioso.
Miran el dedo en lugar del objeto. Son muy cenutrios o nos entretienen con
aquella disputa tópica, picaresca, y que le puso cuerpo Enrique Arbizu en el
filme “Todo por la pasta”.
No
me extraña que el CIS atribuya a Podemos una intención de voto sorprendente. He
oído a su líder en bastantes ocasiones. El análisis que efectúa es
irreprochable. Nadie puede oponer razonamientos sólidos, rigurosos, para argüir
lo erróneo de su diagnóstico. Le noto, sin embargo, divergencias notables entre
palabras, arrebatos y obras. Aventaja en la brega a muchos de quienes se
encuentran lejos de su órbita. Apunta una gran capacidad de adaptación, de
confundirse con el terreno. A veces, un buen observador advierte ciertos tics
que intranquilizan. Ocurre cuando no domina el pensamiento. Lo materializa
-incapaz de someterlo al ámbito psíquico, pese a sus esfuerzos- en palabras
cargadas de arrogancia, dogma ridículo, desafío y radicalismo antidemocrático.
¿Conjetura? ¿Realidad? Como siempre, el juez Cronos determinará si es un
político idealista, un aprendiz de tirano o un jeta muy preparado y ambicioso. Sea
cual el sesgo, pudiera resultar molesto para una sociedad ahíta de hostilidad.
Yo
tampoco estoy de acuerdo con el horizonte inmediato. Es evidente que ni puedo
ni quiero cargar sobre mis anchas
espaldas la misión salvadora de una sociedad bastante enferma. Además, no creo
que alguien esté dispuesto a ello “gratis et amore” por muy humano y virtuoso
que se presente. Prefiero facilitar puntos para una reflexión serena e íntegra.
Luego, cada cual debe luchar a fin de conseguir un mundo mejor y más justo.
Siempre que este desvelo sea sincero, cualquier providencia me parecerá
ajustada a las expectativas sociales. Desde mi punto de vista, se hace
necesario terminar con la podredumbre que paraliza el sistema. No sustituyendo
unos partidos conocidos por otros sospechosos, sino ilegitimando a estos
políticos culpables con la abstención total. Que se voten ellos, su familia y
acomodados. Partidos democráticos sí, pero con otros fundamentos.
Si
se me permite, aconsejo a mis conciudadanos que permanezcan alerta, que piensen
los pros y contras de su decisión, que no se dejen engatusar por cánticos de
sirena. Hay que exigir más democracia, más gobierno para los individuos y menos
para esa élite política, sindical, financiera y judicial que prefiere detentar
un poder contra el pueblo en lugar de ostentar un poder justo y equitativo;
democrático. Al final -falto de estímulos pero con arrojo- pienso como millones
de españoles hartos de tanta indignidad. Lo concreta y describe de forma
plástica una frase poco caritativa: “o fornicamos todos o la puta al río”. La
puta es España. Pese a esta disyuntiva y a un escenario favorable para el descalabro,
espero que se imponga la cordura.