Días atrás cumplimos con ostentación
el cuadragésimo aniversario de las primeras elecciones democráticas. Nuestro Parlamento
vistió de gala, también de estrecheces, para la ocasión. Faltaron dos
personajes nucleares: Adolfo Suárez y Santiago Carrillo (cara y cruz) ambos
desaparecidos. Protagonizaron -probablemente sin quererlo- la paz, el punto final
de una Guerra Civil implacable. Tampoco estaba el rey Juan Carlos, guía de la
Transición, por cuestiones prosaicas; tal vez debido a sus frecuentes veleidades.
Inauguramos, hace poco, otra etapa y alguien dedujo que su presencia pudiera evaluarse
de inoportuna. Pero, ¿quién no practicó coqueteos en aquellos tiempos tan
vertiginosos? Felipe González -alejado de un Guerra átono, romo- cobijaba, bajo
su palio social indiscutido, al resto de actores que conformaron una reforma
ejemplar, insólita, casi milagrosa. Luego, el acontecer dibujó bastantes
sombras en su cometido donde dominaron las luces. Puede que aquel marco generara
el vocablo mentira cuyo concepto y peso específico le haga ser prioritario a
los tres del epígrafe. Asimismo, alimente una ejecutoria malsana en la
conciencia social, en manifestaciones posteriores.
Cuarenta años han servido
-entre avatares buenos, regulares y peores- para abusar de ciertos vocablos.
Procuran que el común tarde en digerirlos, cuando no los hagan indigestos por
adobo o condimentación a medio camino entre hechizo y horneo atrabiliario. Tal
vez mentira, como indiqué, sea el vocablo que despliega mayor vileza social.
Sin embargo, a él se adosan permanentemente otros que, huérfanos de hipoteca
lesiva a priori, desorientan al individuo. Su fondo destructor pasa
desapercibido porque se ubica allende el signo o fonema; es decir, incorpora
una apreciación metafísica. Como casi todo lo relacionado con el ámbito
político, ha de mirarse (más bien escrutarse) de forma profunda, reflexiva, sin
prejuicios ni ataduras. Conviene situarnos a la altura de los prebostes, en idéntico
otero para equilibrar recinto y perspectiva del juego.
Según el diccionario de
la Real Academia, mentira es una afirmación que se hace consciente de que no es
verdad; o sea, prevalecen divergencias insuperables entre lo dicho y lo
pensado. Imagino que todos ustedes, mis amables lectores, podrían ofrecer
cientos de diversos ejemplos vivientes referidos a políticos patrios adscritos
a la “casta”. De los “virtuosos” los hay a miles; el disimulo constituye su
esencia e impulso. Pedir consiste en expresar a alguien la necesidad o deseo de
algo para que lo satisfaga. Rogar tiene visos de pedir algo como gracia o
favor. Exigir implica pedir de forma imperiosa algo a lo que se tiene derecho.
Observamos que los tres últimos son sinónimos pues guardan en común su espina
dorsal: pedir. Todos presentan un uso extendido y se neutralizan con el mismo
adagio: “Contra el vicio de pedir, la virtud de no dar”. Parece bastante
insolidario, inhumano. Quizás surgiera en momentos poco propicios o la gente (evocación
totémica de cualquier populismo), por aquellos tiempos, dejara de comulgar con
ruedas de molino. Hoy, martirizados con impuestos confiscatorios, ansiamos someternos
al viejo tópico castellano: ”Perdone usted por Dios hermano”, dicho que sanciona,
y cristianamente oficializa, la denegación de auxilio.
Sin duda, pedir es propio
de personas humildes, afables. Puede considerarse el vocablo que usa el
ciudadano y el político aseado, modoso. Quien se nutre de fe, quien vive la ortodoxia,
está acostumbrado a rogar con gesto sumiso. Aquellos que se sienten superiores,
sin tacha ni ganga, exigen atiborrados de inclemencia. Exhiben un DNI orlado de
probidades, de santidad, de moralidad cívica. Asemejan espejos donde se
reflejan las caricaturas deformes del resto carcomido por defectos humanos.
Porque ellos levitan al tiempo que anhelan destruir a quien pregone sus pies de
barro. ¡Fantasmas! Se muestran belicosos, sectarios, hostiles, con quienes osan
interponerse y dejar al descubierto su miserable encarnadura.
Todos pecan de cinismo
salvo aquellos que habitan el Olimpo. Empecemos por el PP con responsabilidades
de gobierno. Ofrece duras quejas, probablemente con razón, por lo que llama
Causa General contra el partido. Entre otras, ha pedido (digo pedido) la
dimisión de Cantó, del alcalde de Cartagena y del consejero valenciano de
educación por su discriminación positiva del idioma. Esta última tiene
enjundia, para ser suave y educado. Si no recuerdo mal, fue el PP valenciano
quien exigió el requisito lingüístico previo al examen para acceder -vislumbro
que no solo- a funcionario docente. ¿Cinismo o memoria huidiza? A lo peor,
cobardía. Se emperifolla de sayal y luego rasga las vestiduras.
PSOE, Ciudadanos, PNV y
PDeCat piden (insisto en la voz) la dimisión de Montoro, de Rajoy y de otros
personajes inmersos en diferentes procesos por corrupción. Ninguno atesora
fuerza moral para hacerlo, menos PSOE y PDeCat. Los asiste el derecho, mas no
la oportunidad. En el colmo del desbarajuste hay que mencionar a Adriana Lastra
por pedir la dimisión de su compañero Miguel Ángel Heredia como secretario
general del grupo parlamentario. Aunque lo hiciera antes de las primarias, utiliza
curiosos potingues para cerrar heridas.
Termino (es un decir) con
Podemos. Estos no se andan por las ramas. Exigen cargados de razones, de
divinidad. Lo hacen en todos los frentes; con políticos en activo y retirados,
con altos cargos de la judicatura y con medios o periodistas -Victoria Prego,
un símbolo- que rechazan veneraciones y sometimientos. Al borde de la patología
psicótica, exigieron la dimisión de Imbroda, presidente-alcalde de Melilla por
permitir que se enterrara allí al general Sanjurjo, muerto en accidente de
aviación el veinte de julio de mil novecientos treinta y seis. Lo peor, con
todo, no viene a través de las formas sino de las gibas históricas que presenta
el comunismo totalitario, valga la redundancia. Constituye una ideología antidemocrática,
falaz, corrupta, liberticida, sangrienta. Ningún comunismo respeta los derechos
humanos como atestiguan de forma fiel, inmutable, veraz, la Historia y los
acontecimientos actuales en los países donde ejerce su dominio tiránico.