viernes, 30 de junio de 2017

PEDIR. ROGAR Y EXIGIR


Días atrás cumplimos con ostentación el cuadragésimo aniversario de las primeras elecciones democráticas. Nuestro Parlamento vistió de gala, también de estrecheces, para la ocasión. Faltaron dos personajes nucleares: Adolfo Suárez y Santiago Carrillo (cara y cruz) ambos desaparecidos. Protagonizaron -probablemente sin quererlo- la paz, el punto final de una Guerra Civil implacable. Tampoco estaba el rey Juan Carlos, guía de la Transición, por cuestiones prosaicas; tal vez debido a sus frecuentes veleidades. Inauguramos, hace poco, otra etapa y alguien dedujo que su presencia pudiera evaluarse de inoportuna. Pero, ¿quién no practicó coqueteos en aquellos tiempos tan vertiginosos? Felipe González -alejado de un Guerra átono, romo- cobijaba, bajo su palio social indiscutido, al resto de actores que conformaron una reforma ejemplar, insólita, casi milagrosa. Luego, el acontecer dibujó bastantes sombras en su cometido donde dominaron las luces. Puede que aquel marco generara el vocablo mentira cuyo concepto y peso específico le haga ser prioritario a los tres del epígrafe. Asimismo, alimente una ejecutoria malsana en la conciencia social, en manifestaciones posteriores.

Cuarenta años han servido -entre avatares buenos, regulares y peores- para abusar de ciertos vocablos. Procuran que el común tarde en digerirlos, cuando no los hagan indigestos por adobo o condimentación a medio camino entre hechizo y horneo atrabiliario. Tal vez mentira, como indiqué, sea el vocablo que despliega mayor vileza social. Sin embargo, a él se adosan permanentemente otros que, huérfanos de hipoteca lesiva a priori, desorientan al individuo. Su fondo destructor pasa desapercibido porque se ubica allende el signo o fonema; es decir, incorpora una apreciación metafísica. Como casi todo lo relacionado con el ámbito político, ha de mirarse (más bien escrutarse) de forma profunda, reflexiva, sin prejuicios ni ataduras. Conviene situarnos a la altura de los prebostes, en idéntico otero para equilibrar recinto y perspectiva del juego.

Según el diccionario de la Real Academia, mentira es una afirmación que se hace consciente de que no es verdad; o sea, prevalecen divergencias insuperables entre lo dicho y lo pensado. Imagino que todos ustedes, mis amables lectores, podrían ofrecer cientos de diversos ejemplos vivientes referidos a políticos patrios adscritos a la “casta”. De los “virtuosos” los hay a miles; el disimulo constituye su esencia e impulso. Pedir consiste en expresar a alguien la necesidad o deseo de algo para que lo satisfaga. Rogar tiene visos de pedir algo como gracia o favor. Exigir implica pedir de forma imperiosa algo a lo que se tiene derecho. Observamos que los tres últimos son sinónimos pues guardan en común su espina dorsal: pedir. Todos presentan un uso extendido y se neutralizan con el mismo adagio: “Contra el vicio de pedir, la virtud de no dar”. Parece bastante insolidario, inhumano. Quizás surgiera en momentos poco propicios o la gente (evocación totémica de cualquier populismo), por aquellos tiempos, dejara de comulgar con ruedas de molino. Hoy, martirizados con impuestos confiscatorios, ansiamos someternos al viejo tópico castellano: ”Perdone usted por Dios hermano”, dicho que sanciona, y cristianamente oficializa, la denegación de auxilio.  

Sin duda, pedir es propio de personas humildes, afables. Puede considerarse el vocablo que usa el ciudadano y el político aseado, modoso. Quien se nutre de fe, quien vive la ortodoxia, está acostumbrado a rogar con gesto sumiso. Aquellos que se sienten superiores, sin tacha ni ganga, exigen atiborrados de inclemencia. Exhiben un DNI orlado de probidades, de santidad, de moralidad cívica. Asemejan espejos donde se reflejan las caricaturas deformes del resto carcomido por defectos humanos. Porque ellos levitan al tiempo que anhelan destruir a quien pregone sus pies de barro. ¡Fantasmas! Se muestran belicosos, sectarios, hostiles, con quienes osan interponerse y dejar al descubierto su miserable encarnadura.

Todos pecan de cinismo salvo aquellos que habitan el Olimpo. Empecemos por el PP con responsabilidades de gobierno. Ofrece duras quejas, probablemente con razón, por lo que llama Causa General contra el partido. Entre otras, ha pedido (digo pedido) la dimisión de Cantó, del alcalde de Cartagena y del consejero valenciano de educación por su discriminación positiva del idioma. Esta última tiene enjundia, para ser suave y educado. Si no recuerdo mal, fue el PP valenciano quien exigió el requisito lingüístico previo al examen para acceder -vislumbro que no solo- a funcionario docente. ¿Cinismo o memoria huidiza? A lo peor, cobardía. Se emperifolla de sayal y luego rasga las vestiduras.

PSOE, Ciudadanos, PNV y PDeCat piden (insisto en la voz) la dimisión de Montoro, de Rajoy y de otros personajes inmersos en diferentes procesos por corrupción. Ninguno atesora fuerza moral para hacerlo, menos PSOE y PDeCat. Los asiste el derecho, mas no la oportunidad. En el colmo del desbarajuste hay que mencionar a Adriana Lastra por pedir la dimisión de su compañero Miguel Ángel Heredia como secretario general del grupo parlamentario. Aunque lo hiciera antes de las primarias, utiliza curiosos potingues para cerrar heridas.

Termino (es un decir) con Podemos. Estos no se andan por las ramas. Exigen cargados de razones, de divinidad. Lo hacen en todos los frentes; con políticos en activo y retirados, con altos cargos de la judicatura y con medios o periodistas -Victoria Prego, un símbolo- que rechazan veneraciones y sometimientos. Al borde de la patología psicótica, exigieron la dimisión de Imbroda, presidente-alcalde de Melilla por permitir que se enterrara allí al general Sanjurjo, muerto en accidente de aviación el veinte de julio de mil novecientos treinta y seis. Lo peor, con todo, no viene a través de las formas sino de las gibas históricas que presenta el comunismo totalitario, valga la redundancia. Constituye una ideología antidemocrática, falaz, corrupta, liberticida, sangrienta. Ningún comunismo respeta los derechos humanos como atestiguan de forma fiel, inmutable, veraz, la Historia y los acontecimientos actuales en los países donde ejerce su dominio tiránico.

 

 

viernes, 23 de junio de 2017

EL SEÑUELO DE LA NUEVA POLÍTICA


Pedro Sánchez, el renovado secretario general del PSOE, se destapó como gran maquinador a la hora de conseguir sus objetivos. No es nada fácil superar, vencer, los esfuerzos realizados por el aparato de unos partidos monolíticos, roqueños. Él fue capaz de embaucar a militantes, previamente adiestrados (o por mejor decir “siniestrados”), oponiendo la mentira al establishment, el órdago a la fortaleza. Supo pulsar dormidas pasiones, fortalecer de justicia popular una víctima inventada, irreal. Comprobamos con estupor cómo puede reemplazarse fe y confianza por piedad incitante que cierra el círculo sin apenas lucubración. Aquellas dejan de ser causa, venero, para convertirse en mero abalorio. Estoy convencido de que un alto porcentaje de participantes votaron sin cotejo, sin perseguir sus intereses mediatos, menos los del PSOE y los de España. Pudo más esa pulsión -gestada durante ocho meses- que inició su andadura tras la memorable Comisión Federal cubierta, ella sí, de obscurantismo y posterior lucro sin réplica clarificadora.

El señor Sánchez (ebrio de éxito, cegado por una aureola exigua, fortuita, inoportuna) airea como algo insólito un nuevo proyecto político, el abandono de hábitos cortesanos porque ahora el “PSOE es la izquierda”. Apaga y vámonos; tardíos pero hábiles en llegar a tal conclusión. Empieza difuminando algunos vocablos sempiternos: humildad, conciliación, esfuerzo, prudencia, generosidad… Pregona, por el contrario, cesarismo, engreimiento, venganza… aderezados con elevadas dosis de mesianismo desdeñoso cuando no totalmente sectario u ofensivo. El protagonismo que dice conceder por derecho a la militancia lo refuta cuando elige portavoz del grupo parlamentario a una diputada no socialista. Cronos, ese Titán de razón imperecedera, inexorable, mostrará que el novel secretario general sembró cizaña y mentira en campos fértiles gracias al sustrato necio, simple, tal vez dogmático. A su vez, dicho mito le descubrirá la propia resta de libertad que ha levantado con semejantes argucias. 

Decía que esas innovadoras llamadas al concierto, ese accionar con sobreactuado ardor juvenil un renacido aldabón político, esas alusiones a la avenencia, se han visto rotos en los primeros compases. Ni siquiera el Comité Federal recoge la proporción obtenida en las primarias. Aquí anidó la primera mentira de Sánchez respecto al cometido que deben desempeñar los afiliados. Al igual que todo farsante, aprovecha sus apoyos -de forma selectiva- cuando le producen algún rédito, arrojándolos a la papelera una vez usados. Asoman asimismo dos evidencias: un revanchismo que le atraerá sinsabores y una preocupante falta de agudeza en quien pudiera ser alternativa de gobierno. No creo que este señor escriba recto si inicia el texto con renglones torcidos. Porque él no es Dios, ¿verdad? O sí. Probablemente se sienta a ratos.

En cualquier caso, la quiebra que trasluce el nuevo PSOE pasará factura. Olvidada ya toda referencia a tomar dedal, aguja e hilo, ha devenido una purga oculta bajo retóricas poco convincentes, casi caricaturescas, mordaces. La conjetura lógica dictamina que si hubiera ocurrido lo contrario se habría llegado a similar desenlace. Constituye el débil baluarte de todo poder por mucho que se diluya en esa “soberanía popular”. Semejante divergencia sobrepasa la simple coyuntura para convertirse en sustancia política tanto en distintivo cuanto en procedimiento. Quien pretenda ver o entender escenarios diferentes se equivoca de principio a fin; desgracia de la que debemos asumir una alícuota parte de responsabilidad.

El césar Pedro Sánchez, cada vez más próximo al mesianismo herético, da pasos de ciego o, peor aún, de beodo. Ayer aprueba el Tratado de Libre Comercio entre la Unión Europea y Canadá (CETA). Hoy, con los primeros rayos de sol, deserta y desayuna arrebatado por su adverbio preferido: no. Al atardecer masculla un laberíntico “ni sí ni no sino todo lo contrario” y se decide -poco satisfecho- por la abstención. Su idoneidad está inadvertida; aunque, utilizando el lejano e irritante paralelismo castrense referente al valor, se le supone. Reciedumbre y coherencia, las justas; por mejor decir, inicuas. Su proceder queda supeditado a ser más papista que el Papa. Este PSOE nuevo, renovado (sinónimo de amorfo), se nutre solo de ideología vetusta, radical, surgida al ocaso del siglo XIX. La “España plurinacional” o “Nación de naciones” -primicias de atajo- asientan las bases de un rancio esoterismo muy en boga dentro de la moderna praxis política que no hace ascos a oscurecer con humo el escenario. 

Hay prisas por arrebatar el gobierno al PP. Prejuzgan, sometidos a distintas veleidades fatuas, la necesidad imperiosa e hipotética de resolver el desaguisado atribuido a un gobierno nefando. Sin estar en desacuerdo con ellos, dudo que la alternativa no produjera más miseria y división entre los españoles. Objetivamente estimo que Sánchez no tiene ninguna oportunidad de ser presidente salvo ganando unas elecciones generales, marco poco probable a medio plazo. De ahí sus prisas por articular una moción triunfadora e imposible en el actual marco parlamentario. Mal si se estabiliza, peor si emprende un camino maquiavélico. Los indicios llevan a esta segunda opción. Están en juego el futuro político de Sánchez y la propia subsistencia del partido.

Parece arrojarse, y a las pruebas me remito, en manos de Podemos; ese partido que aclama a Mayer y Sánchez Mato por someter la ley a un infundado bien superior. El precedente es muy peligroso porque la esencia de una democracia consiste en acatar la ley. Tal argumentación daría pie a comportamientos discrecionales bajo el pretexto, inventado por el partido o gerifalte de turno, de salvaguardar un bien social. Constituye la excusa, el discurso lapidario de todo populismo; laboratorio de dictadores potenciales o reales. Malas compañías retratan nuestros compromisos mejor que las palabras: “Dime con quién andas y te diré quién eres”. Acepto cualquier controversia, pero como diría Toffler: “Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender”. No existen nuevas políticas; solo políticas teñidas, farsantes, adscritas a un diseño seductor pero que al final causan mayor desesperanza y frustración. Lo sensato es hacerles un vacío digno, deliberado, definitivo. Viene de lejos: “vale más malo conocido que bueno por conocer”. ¿Somos lerdos? ¿Sí? No hay nada que hacer. ¿No? Cavilemos.

 

viernes, 16 de junio de 2017

ACEPTAMOS MONARQUÍA O REPÚBLICA


Seguramente al lector le extrañe que no enfoque este artículo con la premisa del momento: moción de censura. Desde mi punto de vista, salvo anécdotas donosas, ofrece poca (más bien ninguna) sustancia digna de análisis. Convendrán conmigo si califico estas sesiones vividas como el mejor número circense jamás realizado bajo esa carpa nacional denominada parlamento. Hemos sido testigos, y se ha repetido hasta aburrir, de una tercera moción desde que se restableciera la democracia. Todas tuvieron raíces espurias, muy alejadas del objetivo propio; es decir, derribar, deponer, un gobierno incompetente por otro -mediante la suma matemática- que ofrezca a priori buenas vibraciones. Semejante oportunidad constituye la esencia en las democracias parlamentarias. Nada que alegar si de verdad prevalecieran los intereses del ciudadano sobre el partido, incluso sobre sus líderes. Pura quimera.

Asombrará también que evite repudios, litigios, así como opiniones propias sobre dardos, gestos antiestéticos y falacias vertidos por los principales protagonistas. Mis ocasionales lectores conocen esa querencia inevitable (porque no quiero evitarla) a examinar al gerifalte que acopia réditos, casi siempre injustificados, o exterioriza una apariencia seductora pretendiendo ocultar delirios siniestros. Nuestros políticos forman un linaje digno de estudio. No los actuales individuos, que también, sino desde su aparición allá por el paleolítico. Sometido a intereses pedagógicos, hablaría del candidato señor Iglesias. Callo, no obstante, después de intervenir la diputada canaria, señora Oramas, tanto en el turno cuanto en la réplica. Solo me queda acuñar tan acertada actuación con un sentido y aprobatorio amén. 

Me resulta muy complicado, imposible, comprender algunas identificaciones, todas ellas artificiales, que se hacen en esta piel de toro tórrida los últimos días. ¿Por qué bandera e himno se atribuyen al franquismo? ¿Por qué se identifica a la derecha actual con el alzamiento, presente todavía por oscuros intereses electorales? ¿Por qué la derecha ha de ser monárquica y la izquierda republicana? ¿Por qué se confunde tan fácil monarquía con monarquía parlamentaria? ¿Se es más español o más progre si prendes en tu balcón una enseña republicana? Conozco a un vecino desde hace tres décadas y nunca, excepto hoy, había visto una bandera republicana colgada de su balcón. Admito solo dos posibilidades: le van patinando las neuronas (el tiempo no perdona) o su fe republicana tiene menos consistencia que la flecha de una veleta.

Que se saque a relucir ahora la disyuntiva monarquía-república con la anuencia y silencio del resto, indica a las claras el grado de desorientación e ineptitud que muestran los partidos en este país. Según el barómetro del CIS correspondiente al mes de mayo, los principales asuntos que (pre)ocupan a los españoles son: el paro, la corrupción, los problemas económicos y ustedes, los políticos. Es decir, aunque sea de forma tangencial, los políticos aparecen como integrante común. Sin embargo, ellos hacen florecer un conflicto inexistente: monarquía o república. Reciben, como siempre, la asistencia cómplice, felona, de medios concretos que rematan operaciones medulares en este contubernio estafador.

Si el personal espera argumentos indiscutibles para cobijar o acogerse a una u otra forma de Estado, lamento no poder ofrecerle más que una opinión personal basada en la Historia y el sentido común. Carezco de filias o fobias a cualquiera de ellas porque, desde mi punto de vista, solo concurren matices aunque haya quien vea espacios insalvables. La Historia nos enseña que la Primera República (febrero de 1873 a diciembre de 1874) tuvo cuatro presidentes antes de la restauración monárquica con el pronunciamiento del general Martínez Campos. La Segunda República (abril de 1931 a abril de 1939) concluyó con la vida de quinientos mil compatriotas. En medio, octubre de mil novecientos treinta y cuatro, Companys -presidente de la Generalitat, perteneciente a ERC- proclamó El Estado Catalán. Corroboraba, ni más ni menos, que la independencia de Cataluña. Espero que signifique algo para quienes niegan (Iglesias) el independentismo de ERC antes de Rajoy.

El sentido común, por otro lado, me indica que monarquía y república adolecen de parecidas virtudes e idénticos defectos. Proudhon afirmaba: “Si monarquía es el martillo que aplasta al pueblo, la democracia es el hacha que lo divide; ambas matan igualmente la libertad”. Una monarquía parlamentaria soporta cualquier soberano porque carece de poder real. Un presidente de república debe tener alguna capacidad, competencia, de gobierno pues, en caso contrario, ¿qué sentido tendría? Igual que un rey elegido. República implica desequilibrios y campañas electorales con todos sus inconvenientes. Hay ejemplos de monarquías y de repúblicas en nuestro entorno que funcionan bien, o no tanto. Vistos pros y contras, estimando la información histórica, asimismo valorando la especial idiosincrasia del español, yo me decanto -sin tener ningún arraigo- por la monarquía. Solo progres de salón, de boquilla, junto a comunicadores circunscritos a torrentes de incompetencia, debilidad o crédito escaso cuando no nulo, se sienten aparejados con ese yugo tricolor efímero y trágico. 

Permítaseme un inciso a modo de epílogo. Estoy absolutamente de acuerdo y reafirmo la predicción de Rafael Hernando cuando manifiesta rotundo que Iglesias nunca será presidente del gobierno. También (méritos aparte) de que doña Irene debe la portavocía a su coyuntura sentimental. Quien piense lo contrario que observe, analice, el espejo Errejón, desechando gestos, tics y máscaras. Es penoso, injusto, inmundo, condenar a quien manifiesta una opinión, no a quien la genera. ¿Sumisión, cobardía? Rémora de aquella España medieval.

 

viernes, 9 de junio de 2017

LA ESPAÑA DEL PRECIPICIO

Desconozco qué agüero o portento maligno guía este país para que hayamos llegado a horizonte tan terrible. Están ocurriendo sucesos inverosímiles, sombríos, horrendos. La gota que colma el vaso, desparramando parte de su contenido, es el anuncio de que trescientos mil pequeños accionistas del Banco Popular se quedan sin un céntimo. En román paladino, sus acciones valen lo mismo que un duro de Negrín tras la Guerra Civil, pero sin guerra. Yo, un afectado, me pregunto: ¿Se puede afanar con más descaro? Porque vamos a ver, ¿qué cometido se reserva a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV)? ¿Cuál es el papel del Banco de España? Supongo que ambos, de forma complementaria o alterna, deben inspeccionar el arqueo contable de las entidades financieras y, en su caso, la certidumbre de los informes ofrecidos a la CNMV por las corporaciones empresariales para corregir -tal vez regular, aun repeler si fuese necesario- irrupciones y maniobras bursátiles turbias.
Cierto es que, desde hace tiempo, se venía escuchando un runrún nada tranquilizador sobre la viabilidad del Banco, antaño modélico. Ningún responsable financiero, ni institucional, advirtió de forma rotunda alguna alarma. Popular y fraude parecen ahora imbricados sin que hasta el miércoles “nadie” fuera consciente. Noticia y estupor ingrato, estafador, surgieron a la par; sin dar tiempo a digerirlos con calma, con resignación, sin hostilidad. Por este motivo, porque además llueve sobre mojado, pido comprensión para las formas, que en absoluto reitero para el contenido fruto de una reflexión tranquila, fría, e incluso gestada antes de tan intolerable noticia. Si la información es correcta, durante la última década se produjeron más de cuarenta ampliaciones de capital por valor de varios miles de millones de euros, pongamos no menos de diez. Si los activos suman tres mil y la deuda ocho mil millones, ¿dónde se encuentra esa calderilla de los cinco mil restantes? ¿Magia? No, torpeza, mala gestión (ahora se denomina así el presunto “descuido”). Acogiéndonos al aforismo infausto: “Entre todos la mataron y ella sola se murió”.
Es innecesario ser economista para argumentar con solidez el robo implícito en esa venta. Curiosamente, todas las partes han aireado que la operación no costará un euro a los contribuyentes como si accionistas, poseedores de bonos convertibles y de deuda subordinada (tres mil millones de euros junto a trescientos mil codueños desahuciados por una autoridad bursátil incompetente e inmoral) fuéramos fiscalmente dispensados. Al decir de algún medio, empobrecer a los aludidos podría considerarse expropiación. Nada más lejos. Tal proceso corresponde realizarlo -sometido al bien común- a entes públicos compensándola con un justiprecio, circunstancia que no se ha dado. Yo, sin más, reitero mi calificativo de robo manifiesto. Se ha cometido (presuntamente) un delito porque han desparecido muchos miles de millones con el beneplácito de instituciones, abandonados por un Estado cuyo germen, o principio generatriz, ordena salvaguardar los derechos individuales y colectivos. De momento, y hasta nuevas informaciones, ninguna sigla ha levantado la voz denunciando maniobra tan abusiva e inicua. En adelante ampliaré el mensaje, dentro de mis posibilidades, a la hora de desenmascarar tanta podredumbre.
España se ha convertido en el paraíso de la delincuencia patria y foránea. Existen leyes, las precisas, pero solo significan un freno para el ciudadano de a pie. Los demás, políticos, financieros, comunicadores, instituciones, quedan libres de cumplirlas. Tenemos un país de largos tentáculos e inseguridad jurídica. Semejante escenario nos lleva a dos salidas tan iguales que podrían confundirse. Quienes nacimos en los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, muchos, añoramos el franquismo; una dictadura menos liberticida, corrupta y arbitraria de lo que algunos pregonan sin haberla vivido. Cierto, cada cual cuenta la feria según le va en ella pero yo empecé mi magisterio con veinte años y lo dejé con sesenta. Franco no me regaló nada ni viví a la sopa boba. Otros que ahora lo mortifican (prole inclusive) vegetaron a su sombra. Son aquellos que, ayunos de ortodoxia, saben nadar y guardar la ropa. Constituyen legión. Mientras una gran mayoría está pasando tribulaciones, los de siempre siguen vegetando al cobijo de parejo poder pero con diferente glosario. ¡Cuánta mentira! 
Pese a mi actual vehemencia, rebeldía, indignación, jamás votaría a Podemos. Es verdad, asimismo, que ninguna otra sigla conseguiría convencerme de nada salvo vuelco total. Creeré únicamente en el próximo (prójimo), en quien navega al lado, en quienes sufren los vicios inmundos de aquellos que se dicen servidores. Y a fe que lo son: se sirven para ellos; a lo más, también para sus adláteres. Ya lo dije, soporto muchos años, demasiada experiencia y suficiente sentido común, para caer en las garras de cuatro aventureros totalitarios. La gente joven sí, ellos beben los vientos por lo nuevo, por esa seducción irreflexiva que produce cualquier repique revolucionario. Así acabará esta sociedad, dividida entre franquismo (sus secuelas) y populismo (sus brotes). Menudo consuelo tras cuatro décadas de democracia insustancial, mancillada.
Unos y otros, confabulados -ignoro si con plena consciencia- han robado (no encuentro epíteto más suave) tres mil millones de euros quebrando toda probabilidad de reparación. No importa, que sí, las pérdidas individuales sino el descrédito, que irá haciendo mella dentro y fuera, cuyo valor intrínseco ha merecido desprecio, olvido. Si los pequeños accionistas (nutriente consuetudinario y paganos en alto porcentaje) huyen despavoridos ¿qué ocurrirá en el futuro con el mercado de valores? Rememoro una falacia insistente: la progresión del sistema impositivo, esa propaganda estéril de que con ellos pagarán los ricos. Luego callan que la renta sale de los bolsillos de trabajadores y pensionistas. Es lógico que se atisbe a Podemos -o al franquismo- cuando somos arrebatados por deseos destructivos, igualitarios, aberrantes: “o jugamos todos o rompemos la baraja”. Anhelos que afloran del hartazgo y alimentan neciamente políticos incapaces, iletrados, estúpidos.
Pese a mi carácter, no puedo dejarme llevar por el optimismo insensato. Precisamos en este momento de un realismo pragmático, constructivo: El sistema con semejante ensamblaje no aguanta, vamos abocados al abismo. Reaccionemos.
 
 

viernes, 2 de junio de 2017

CONFESO Y MÁRTIR

Traidor, inconfeso y mártir es una obra teatral (escrita por José Zorrilla) donde trata la vida de un dignatario que protagonizaba -de una forma u otra- estas reseñas tan poco edificantes. Nadie pretenda ver tras los párrafos venideros identidad maledicente entre el personaje dramático y el real. Constituye un epígrafe que enlaza a la perfección con algún sentimiento o culpabilidad expedida por él no hace tanto; ignoro si como penitente, a resultas de profunda reflexión, quizás amargo empirismo. Pudiera suceder, tal vez, que le acongoje cierta soledad, una reminiscencia molesta (casi urticante) al perder apoyo visual, contable. Bajar desde el cielo hasta rozar los abismos infernales, cual ángel caído, debe causar pavorosas sensaciones. Eso, al menos, pronostican todas las encuestas.
No es mi estilo, ni actitud sobrevenida, centrar ningún artículo en un ser concreto y menos si me resulta repelente. Entiéndaseme, hablo del personaje nunca del individuo que lo apuntala, probablemente con mala gana. No me siento legitimado a aventurar semejanzas, tampoco divergencias, entre ambos. Allá cada cual. Sin embargo, dentro de aquella censura explícita hacia el político, intentaré que pensamientos, exploraciones y palabras superen con exquisitez un supremo esfuerzo de imparcialidad. Uno no puede librarse del subjetivismo porque el prejuicio, como su nombre indica, forma parte intrínseca de cualquier lucubración. Hecha la salvedad, prometo desmenuzar únicamente testimonios publicados por los medios sin añadir un gramo de ingredientes ni un minuto de horneo. ¿Para qué? Esfuerzo vano. Manifestaciones, réplicas, tertulias, ofensas, excesos retóricos, asimismo ninguna propuesta, atestiguan el carácter, la filosofía y los objetivos de tan insólito personaje. Como dicen en mi pueblo, este ejemplar “no necesita sardinas para beber vino”.
Sí, claro, me estoy refiriendo a Pablo Manuel Iglesias; ese pobre chico que confiesa compungido echar en falta el amor de la gente. Se pregunta ansioso los motivos y de ahí la demanda a sus fieles para que le consigan un informe riguroso, clarificador. Le intranquiliza, debe obsesionarle, el estipendio desleal, innoble, abonado por la misma gente a la que dedica gran parte de sus desvelos. -No me quieren, soy un incomprendido- rumiará en silencio, finados ya los cuidos de su portavoz parlamentaria. Entre tanto, cabizbajo, mantiene temores e hipótesis varios. Seguro que en algún arranque proverbial, preso de impotente rabia, masculla entre dientes evocándose a sí mismo: “perdónalos porque no saben lo que hacen”. Esa súplica generosa, caritativa, atruena muda el espacio ideológico ya que siempre se sugiere revestido de mesías salvador. El resto, pese a los azotes proporcionados a los gentiles en el templo político, disfrutará la bonanza que derrama su figura bienaventurada, traspuesta.
Eludo y renuncio a ser portavoz de toda la sociedad. No obstante, intuyo que gran parte de ella comulgará con lo siguiente. Pablo (permíteme el tuteo) no esperes ningún informe. Sin tardanza, sin pausas, sin estruendo, te descubro el enigma. No te queremos (observa que yo también me incluyo, por tanto estas consideraciones tienen un valor vivencial, sustantivo) por tus antiestéticos defectos: voluble, ególatra, pedante, bravucón, rencoroso, machista, mesiánico, impertinente. Añade los que faltan. Además -en términos populares- se te ve el plumero. Empezaste recriminando a una casta elitista, cuando tú procedías de una élite universitaria gracias a la cual pudiste adoctrinar (vocablo sinónimo de corromper) a gentes poco comprometidas con la lógica y el reproche. Apelas al poder popular solo cuando tú lo representas, lo englobas. Exiges dimisiones sin sentencia previa mientras te desgañitas en defender prosélitos juzgados y condenados, rechazando instituciones y ley. Sí, esa misma que sustentas, utilizas, cuando ampara tus devaneos. Personificas lo desigual, el encanto burgués. Por esto, amén de otras buenas razones, la gente no te queremos.  Repara que ofrezco al lector tus entrañas notorias, incontestables; callo prudentemente las presuntas, todavía más perniciosas.
Te vamos conociendo, de vuelta yo te voy olvidando. ¿Comprendes ahora por qué cuando sales a hacerte una fotografía con los taxistas en huelga te restrieguen un huevo? Llevas camino de convertirte en cupletista, aquellos que cuando hacían gorgoritos les arrojaban huevos no precisamente para aclarar su maquinaria vocal. Hoy te he oído decir que la corrupción prolifera al otro lado, que todas las demandas judiciales que te han puesto recibieron sobreseimiento o absolución del Tribunal Supremo. ¿Por qué callas, entonces, una sentencia desfavorable del Tribunal Superior de Justicia de Madrid a tus intentos de reconocimiento de excedencia forzosa en tu puesto de trabajo cuando eras personal interino? ¿De verdad no sabes que la excedencia solo puede darse en el funcionariado? Malo, malo; intentaste hacer prevaricar a un juez. No eres trigo limpio o resultas algo lerdo. Elige.
Expresé en el párrafo anterior, con escasa precisión, que te voy olvidando. Incierto. Te tengo visto y olvidado desde el segundo cero (célebre proposición política de última hora). Fíjate hasta qué punto. Rivera me parece un político moderado, con los pies en el suelo y con una idea de España, y de los españoles, acertada; un estadista, en potencia. Pues bien, desde mi escepticismo, no lo voto por si acaso. Tú eres el polo opuesto. Sueles hablar de democracia y de ética, pero un comunista demócrata se parece a un ateo arzobispo. Respecto a la ética, no me negarás que es una pulsión universal; imposible sustentar una ética nacional, restringida. Con este argumento, demostrarás que eres un individuo ético cuando te manifiestes contra cualquier régimen que explote a sus ciudadanos, asesine o atropelle los derechos humanos. Hasta entonces no eres más que un ciudadano con una ética buñuelo, muy particular; confeso (has reconocido tu falta de amor) y mártir de tus propias mentiras, purgas (¿quién lo iba a decir?) y contradicciones.