Traidor, inconfeso y
mártir es una obra teatral (escrita por José Zorrilla) donde trata la vida de
un dignatario que protagonizaba -de una forma u otra- estas reseñas tan poco
edificantes. Nadie pretenda ver tras los párrafos venideros identidad maledicente
entre el personaje dramático y el real. Constituye un epígrafe que enlaza a la
perfección con algún sentimiento o culpabilidad expedida por él no hace tanto;
ignoro si como penitente, a resultas de profunda reflexión, quizás amargo empirismo.
Pudiera suceder, tal vez, que le acongoje cierta soledad, una reminiscencia molesta
(casi urticante) al perder apoyo visual, contable. Bajar desde el cielo hasta rozar
los abismos infernales, cual ángel caído, debe causar pavorosas sensaciones. Eso,
al menos, pronostican todas las encuestas.
No es mi estilo, ni
actitud sobrevenida, centrar ningún artículo en un ser concreto y menos si me
resulta repelente. Entiéndaseme, hablo del personaje nunca del individuo que lo
apuntala, probablemente con mala gana. No me siento legitimado a aventurar semejanzas,
tampoco divergencias, entre ambos. Allá cada cual. Sin embargo, dentro de
aquella censura explícita hacia el político, intentaré que pensamientos, exploraciones
y palabras superen con exquisitez un supremo esfuerzo de imparcialidad. Uno no
puede librarse del subjetivismo porque el prejuicio, como su nombre indica,
forma parte intrínseca de cualquier lucubración. Hecha la salvedad, prometo desmenuzar
únicamente testimonios publicados por los medios sin añadir un gramo de
ingredientes ni un minuto de horneo. ¿Para qué? Esfuerzo vano. Manifestaciones,
réplicas, tertulias, ofensas, excesos retóricos, asimismo ninguna propuesta, atestiguan
el carácter, la filosofía y los objetivos de tan insólito personaje. Como dicen
en mi pueblo, este ejemplar “no necesita sardinas para beber vino”.
Sí, claro, me estoy
refiriendo a Pablo Manuel Iglesias; ese pobre chico que confiesa compungido echar
en falta el amor de la gente. Se pregunta ansioso los motivos y de ahí la
demanda a sus fieles para que le consigan un informe riguroso, clarificador. Le
intranquiliza, debe obsesionarle, el estipendio desleal, innoble, abonado por
la misma gente a la que dedica gran parte de sus desvelos. -No me quieren, soy
un incomprendido- rumiará en silencio, finados ya los cuidos de su portavoz
parlamentaria. Entre tanto, cabizbajo, mantiene temores e hipótesis varios.
Seguro que en algún arranque proverbial, preso de impotente rabia, masculla
entre dientes evocándose a sí mismo: “perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Esa súplica generosa, caritativa, atruena muda el espacio ideológico ya que
siempre se sugiere revestido de mesías salvador. El resto, pese a los azotes proporcionados
a los gentiles en el templo político, disfrutará la bonanza que derrama su
figura bienaventurada, traspuesta.
Eludo y renuncio a ser
portavoz de toda la sociedad. No obstante, intuyo que gran parte de ella comulgará
con lo siguiente. Pablo (permíteme el tuteo) no esperes ningún informe. Sin tardanza,
sin pausas, sin estruendo, te descubro el enigma. No te queremos (observa que
yo también me incluyo, por tanto estas consideraciones tienen un valor
vivencial, sustantivo) por tus antiestéticos defectos: voluble, ególatra,
pedante, bravucón, rencoroso, machista, mesiánico, impertinente. Añade los que
faltan. Además -en términos populares- se te ve el plumero. Empezaste recriminando
a una casta elitista, cuando tú procedías de una élite universitaria gracias a
la cual pudiste adoctrinar (vocablo sinónimo de corromper) a gentes poco comprometidas
con la lógica y el reproche. Apelas al poder popular solo cuando tú lo
representas, lo englobas. Exiges dimisiones sin sentencia previa mientras te
desgañitas en defender prosélitos juzgados y condenados, rechazando instituciones
y ley. Sí, esa misma que sustentas, utilizas, cuando ampara tus devaneos.
Personificas lo desigual, el encanto burgués. Por esto, amén de otras buenas
razones, la gente no te queremos. Repara
que ofrezco al lector tus entrañas notorias, incontestables; callo prudentemente
las presuntas, todavía más perniciosas.
Te vamos conociendo, de
vuelta yo te voy olvidando. ¿Comprendes ahora por qué cuando sales a hacerte
una fotografía con los taxistas en huelga te restrieguen un huevo? Llevas
camino de convertirte en cupletista, aquellos que cuando hacían gorgoritos les
arrojaban huevos no precisamente para aclarar su maquinaria vocal. Hoy te he oído
decir que la corrupción prolifera al otro lado, que todas las demandas
judiciales que te han puesto recibieron sobreseimiento o absolución del
Tribunal Supremo. ¿Por qué callas, entonces, una sentencia desfavorable del
Tribunal Superior de Justicia de Madrid a tus intentos de reconocimiento de
excedencia forzosa en tu puesto de trabajo cuando eras personal interino? ¿De
verdad no sabes que la excedencia solo puede darse en el funcionariado? Malo,
malo; intentaste hacer prevaricar a un juez. No eres trigo limpio o resultas
algo lerdo. Elige.
Expresé en el párrafo
anterior, con escasa precisión, que te voy olvidando. Incierto. Te tengo visto
y olvidado desde el segundo cero (célebre proposición política de última hora).
Fíjate hasta qué punto. Rivera me parece un político moderado, con los pies en
el suelo y con una idea de España, y de los españoles, acertada; un estadista,
en potencia. Pues bien, desde mi escepticismo, no lo voto por si acaso. Tú eres
el polo opuesto. Sueles hablar de democracia y de ética, pero un comunista
demócrata se parece a un ateo arzobispo. Respecto a la ética, no me negarás que
es una pulsión universal; imposible sustentar una ética nacional, restringida.
Con este argumento, demostrarás que eres un individuo ético cuando te
manifiestes contra cualquier régimen que explote a sus ciudadanos, asesine o atropelle
los derechos humanos. Hasta entonces no eres más que un ciudadano con una ética
buñuelo, muy particular; confeso (has reconocido tu falta de amor) y mártir de
tus propias mentiras, purgas (¿quién lo iba a decir?) y contradicciones.
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