viernes, 28 de noviembre de 2014

EL MAL LLAMADO PROBLEMA CATALÁN


Ignoro qué lógica impulsa a políticos nacionales y nacionalistas a denominar problema catalán un asunto español. Seguramente aproveche para que los primeros metan la cabeza bajo tierra dando fe de cobardía, indolencia o complicidad. Los segundos dosifican semejante impostura para manejar la autonomía a su antojo, importando poco o nada los intereses de sus gentes. Entre tanto, como siempre, se deja pudrir un escenario que ha ocasionado sucesivos lamentos. Acontece a menudo; ahora, con exigua periodicidad. Un proverbio africano apunta qué consecuencias pudiera acarrear la dejadez: “Si no tapas los agujeros, tendrás que reconstruir las paredes”. Treinta años de adoctrinamiento comportan una desidia insensata. Al presente sufrimos sus tremendas consecuencias.

Hagamos una breve remembranza. Los primeros percances serios surgieron mediado el siglo XVII. A raíz de infaustos abusos cometidos por mercenarios reales (a su paso por tierras catalanas) y criminales excesos consumados posteriormente por segadores nativos, emergió la chispa separatista. Prebostes e instruidos afianzaron el condado poniéndolo al amparo del rey francés. Las tropas de Felipe IV pusieron fin a la revuelta. Tres cuarto de siglo después, en la Guerra de Sucesión, cambian de bando y apoyan al pretendiente Habsburgo. Vence el candidato francés y, a resultas, suprime fueros y Generalidad. Surge aquí la leyenda de Rafael Casanova, un patriota cuyo prestigio surgió del error al tomar partido. Finalmente, el 6 de octubre de 1934, Companys proclamó el Estado Catalán. Batet, en menos de veinticuatro horas, terminó con la sublevación y detuvo a todo el gabinete. 

Una monarquía absoluta y la Segunda República fueron testigos de los hechos relatados. Sistemas antagónicos, ambos, reaccionaron de forma semejante y no permitieron oídos sordos o chanza a la ley. Esta, cuando es transgredida, se reviste de fuerza implacable, de defensora a ultranza del régimen aceptado. En caso contrario, el derecho de la mayoría queda subordinado al capricho, quizás arrebato tiránico. A veces, soslayar las dificultades produce un efecto más terrible del que se quiere evitar. Por desgracia, disponemos de argumentos empíricos irrefutables por encima de cualquier lectura interesada. A lo largo de tres decenios se ha ido construyendo una conciencia catalanista, identitaria, con el ciego beneplácito de diferentes gobiernos. Permitieron desigualdades en el sistema de financiación autonómica sin acallar ninguna demanda independentista. Y aquí estamos.

Phillips Feynman, célebre físico americano, postuló que “las mismas ecuaciones tienen las mismas soluciones”. Lo que en matemáticas carece de atajo, seguramente precise un estudio paciente en el ámbito social. Sin embargo, me temo que Rajoy desconoce semejante alusión y, por tanto, revela total imposibilidad de tasarla. Un adagio castellano afirma: “Más vale llevar la carga que arrear la mula”. Ambos, cita y adagio, acarrean la misma praxis, formulan similar estrategia. Cuando un asunto deja de tratarse a tiempo, se vuelve tan espinoso que su resolución suele ser dolorosa, violenta.

Cataluña jamás supuso un problema por sí misma. No podemos decir igual de los políticos que la condujeron. España -en tres ocasiones, 1640, 1714 y 1934- tuvo un menoscabo territorial, una amenaza disgregadora. Fue ella, como Estado, quien tuvo energías para solventar sendas dificultades antes de que desembocaran en peliagudos conflictos. Asumió el empleo de la fuerza una vez relegado el discernimiento. Se hizo de forma tan expedita como justificada. El derecho internacional ratifica la defensa efectiva cuando un agente interno o externo decide fragmentar la integridad territorial. Legitima, por tanto, el uso de la fuerza a fin de preservar el marco constitucional y la independencia. Así ocurrió, básicamente, en 1640 y 1934.

Decía Chopín: “Toda dificultad eludida se convertirá más tarde en un fantasma que perturbará nuestro reposo”. Desconozco si el actual Estado Autonómico corresponde a un proceso de elusión o a una necesidad perentoria previa al concierto nacional. Temo que se deba a lo primero. ¿Admitimos como error la evidente falta de cautela que suponía -desde un punto de vista económico e institucional- dicho Estado? Estoy convencido de que primaron ambiciones espurias frente a reiterados anhelos de acercar al ciudadano una administración perversa y distante. ¿Por qué no se tomaron medidas tajantes para evitar el adoctrinamiento identitario y el derroche de fondos públicos? Aquellos polvos trajeron estos lodos. Ahora tenemos un quiste considerable cuya extirpación seguramente ocasione demasiado dolor. PSOE y PP, PP y PSOE, consideraron (por inadvertencia o comodidad) que era materia ajena. Transferidas educación y sanidad, relegada su competencia nacional, ¿dónde queda la igualdad de todos los españoles, dónde el Estado de Bienestar, dónde el Estado de Derecho? Chusma.

Un proverbio turco enseña que: “cuando el carro se ha roto, muchos dirán por dónde se debía pasar”. No es el caso. Que íbamos directos al desastre lo vaticinaba un sentido común poco explotado y una  Historia proscrita como maestra de vida. El primero nos lleva a la consideración inevitable de que este país es el paradigma de la picaresca, del trinque. Somos dueños de virtudes admirables, pero nos domina el vicio de afanar cuánto llega a nuestras manos. Por este motivo,  era previsible el dispendio, el hurto, la inviabilidad económica del Estado Autonómico. Asimismo, nuestra historia muestra el carácter traidor del político en general, especialmente del que fundamenta Cataluña. Esta es la auténtica perturbación de España aunque se refleje como un problema catalán. 

 

viernes, 21 de noviembre de 2014

LOS POLÍTICOS INCOMPETENTES PRECISAN PUEBLOS NECIOS


Desde siempre, el hombre tuvo que enfrentarse a un dilema trascendental en opinión de Macrobio: ¿Qué fue antes el huevo o la gallina? Unos priorizan el huevo y otros la gallina a falta de solidez argumental definitiva. Este conflicto filosófico, simplificado entre dos seres adyacentes muy comunes, encierra una incógnita capital. Sin duda, se asemeja al interrogante que generó tanta angustia existencialista. El orbe entero se perturba cuando inquiere de dónde venimos y cuál es nuestra meta. Cualquier respuesta llega vacía de sosiego, de luz clarificadora. El Gran Teatro de la vida viene ocupado, satisfecho, por numerosas e infames sombras chinescas. Configura la caverna de Platón.

Los españoles, hoy, nos debatimos además en una grave -al tiempo que típica- disyuntiva: ¿Tenemos los políticos que nos merecemos o estamos hechos a su imagen y semejanza? La percepción general concuerda con la primera sugerencia. Sin embargo, mi tesis defiende la segunda. Desde que las ciencias descubren paralelismos entre ingeniería y manipulación, cualquier sociedad moderna (singularmente la nuestra) sufre toda una variada gama de excesos en manoseo genético y social. Se pretende así reducir hambrunas amén de desdibujar los grupos humanos para someterlos a un poder abusivo e ilegítimo. Supone una nueva encarnadura de la contradicción entre bien y mal; ese maniqueísmo excluyente para dogmáticos obstinados.

Alboreando los años noventa del pasado siglo, los socialistas iban perdiendo con celeridad la confianza del pueblo español. Triquiñuelas, falacias y enormes divergencias entre lo dicho y lo hecho mermaban los escaños logrados en sucesivos procesos electorales. El gabinete, urgido por el temor, prevaleció a sociólogos sobre expertos en áreas técnicas. Se impuso la ingeniería social a la civil, cuyo objetivo fuese conseguir un individuo maleable (indolente, absorto, consentidor) en lugar de una gestión fecunda. Surgió así la LOGSE, un sistema de enseñanza de apariencia atractiva y principios triviales, fatuos. Promulga la enseñanza gratuita de cero a dieciséis años. Ayuna de una ley para su financiación, todavía arrastra -más allá de libros, seguros, etc.- la no gratuidad de cero a tres años. Apurado un cuarto de siglo, nadie puede negar sus deplorables resultados tanto en el aspecto cultural cuanto trasluce de extravío social.

Dejando para la Historia varios gobiernos adscritos a dos siglas, todos ellos con luces y sombras, nos topamos con Zapatero. Creía que este político superaba cualquier marca ruinosa, hasta que apareció Rajoy. Si el primero dejó un país hundido, este nos arrastra por el lodazal. ¡Vaya par! Pasamos del ilusionismo a la inactividad; de un indigente soñador a un ilustrado inepto. El PP, ahora mismo, es incapaz de resucitar una economía que provoca desesperación, que aporta hambre física. Ha olvidado preceptos, aun promesas, que le proporcionaron una mayoría absoluta desaprovechada, a lo que se ve. Corrupción, falacias y sordera inundan el quehacer de un partido cuyo (des)crédito no parece preocuparle. Se concluye el penoso fiasco. Las urnas le pasarán factura porque cometeremos un desliz peligroso si nos dejamos engañar de nuevo.

Un PSOE inane -vacio de ideas, de proyectos- más que de oposición actúa cual fuerza concurrente cuya resultante es negativa. Mientras España desaparece por el sumidero económico, ético e institucional, este atiza la succión. Cuando el ciudadano exige silencioso, tácito, un pacto pleno, una política de Estado, uno y otro abren el frente partidario como único interés. Pedro Sánchez sigue los tics de la vieja escuela anclada en siglos superados. Su mayor y mejor contribución a la gobernabilidad de esta nación desvencijada es proponer una reforma constitucional para embutir con calzador la España federal dentro de otra autonómica, como una matrioska o muñeca rusa. Al parecer acaba aquí su aportación. Corramos un tupido y discreto velo sobre diversas cuestiones financieras, educativas; en fin, de regeneración democrática huérfana de consenso y de impulso colaborador. Eso que llaman arrimar el hombro.

Podemos -sin programa definido, al ataque dialéctico, mostrando a su pesar un fondo totalitario- gana terreno. Un terreno abonado por la crisis y la idiocia de dos o tres partidos que otrora transformaron, para bien, el país. Cierto que la corrupción les ahoga, que el trinque ilumina su caminar discontinuo. No obstante, Podemos luce insolente, desdeñoso, altanero, sin (de)mostrar nada. Con su particular visión de las cosas y estafando conciencias -algo habitual entre populismos y demagogias- fluctúa desde la paja ajena, reprendida al momento, y la viga propia que merece encubrimiento, cuando no bula. Menos mal que algunos medios empiezan a ventear flaquezas incompatibles con tan probos personajes. ¿Acaso no hay siglas que merezcan la atención de mis conciudadanos? ¿Es antidemocrática la abstención? Tenemos a nuestro alcance varias alternativas menos inciertas, desde mi punto de vista. No es preciso salir de villamala  para caer en villapeor. Estos tiempos obligan a poseer una mente abierta, sin condicionantes doctrinales ni apariencias.

Sí, los políticos generaron una sociedad irreflexiva, cómoda, borreguil. El problema, como en la guerra bacteriológica, es que este virus social no discrimina el individuo devoto del refractario. Debieron prever tan ingénito y espeluznante pormenor. Cuando una sociedad se convierte en grey descabezada, cualquier oportunista taumaturgo puede conducirla a su antojo. La incapacidad para seguir a un pastor concreto constituye su gloria, pero también su infierno. Adiós bipartidismo. 

 

viernes, 14 de noviembre de 2014

ESTAMOS AL BORDE DEL PRECIPICIO


La famosa Ley de Murphy indica que si algo puede salir mal, saldrá mal. Pese a nacer allende nuestras fronteras, parece asentarse con deleite en el solar patrio. Sin embargo, y aun sometidos a la providencia fatalista del español, el proceder despreocupado, alegre, un tanto ligero, le impide vivir en un ¡ay! sempiterno. Esta mezcla heterogénea entre acechanza e inconsciencia, entre frenesí y preocupación, permite adoptar una filosofía epicúrea, hedonista. Enemigos de lucubraciones, nos movemos por impulsos; es el instinto quien marca la táctica a seguir. Escogemos un método poco o nada aconsejable, pero se prefiere al enojoso ejercicio de pensar. El intelecto es sustituido por la emoción.

España, ahora mismo, se encuentra en una encrucijada. El horizonte cercano  contiene un espinoso proceso separatista junto a la quiebra del sistema. Cataluña aparece solo como la punta de lanza y campo experimental que terminará por extender el conflicto a otras comunidades, sean históricas o no. Podemos -ese partido con tics totalitarios- intenta sustituir todas las instituciones democráticas por un régimen flamante, virtuoso, incorrupto. El nuevo mesías -probable anticristo- viene a salvarnos porque somos su pueblo elegido. De momento ocultan planes y proyectos concretos, pero ventean la podredumbre que salpica al estado democrático para lucrarse de tanta miseria humana. No quieren purificar, reformar; anhelan sustituir. Ignoramos cómo y para qué. En realidad, ellos también desconocen el cómo; mas no así el para qué. Magnetizan al individuo con quiméricas promesas envenenadas.

Nos atenaza, aparte, una crisis económica que obliga a muchos españoles a zambullirse en la miseria más atroz. Demasiados hogares, familias enteras, necesitan de inmediato ayuda para subsistir. Resulta penoso oír la cantidad de niños que tienen carencias alimentarias y dependen, casi por completo, de la caridad. Era difícil imaginar que tal escenario pudiera darse en el denominado pomposamente primer mundo. Nos castigan, encima, con el bombardeo diario de que estamos saliendo, de que la crisis remite ya; de que empiezan a dar frutos las medidas gubernamentales. Es un sarcasmo patético, indignante. Son falsos, al parecer, hasta los datos macroeconómicos. A pesar de la mengua salarial, ni producimos, ni exportamos, ni consumimos. Deuda implica progresión geométrica porque somos incapaces de satisfacer los intereses; menos, la amortización. ¿Seguro que estos señores pertenecen al planeta? ¿No vendrán de otra galaxia? Quizás ocasionemos nosotros incertidumbre y, circunspectos, pequemos de prepotencia cuando no de cortedad.

Se sospecha que el Estado Autonómico es costoso, inviable. Hay que satisfacer, no obstante, a un ingente número de familiares, amigos y conocidos. ¿Habrá alguien capaz de poner remedio, sensatez, a este país que agoniza? La respuesta evidente niega semejante posibilidad. Cobardía y falta de ética política terminan por olvidarse de quienes les aúpan al poder. Diseccionando palabras, guiños y extravíos, el ciudadano importa un comino. ¿Por qué han de recoger, entonces, nuestros desvelos y esfuerzos? ¿Por qué hemos de legitimar sus abusos? Cualquier réplica conforma el argumento en que baso mi ardor abstencionista. Piense el amable lector si la misma réplica merece cambiar su visión política.

Urge tomar medidas drásticas más allá de inclinarnos por gentes que propugnan la desaparición del sistema. Debiéramos ser cautos. Ponderación y presuntas dictaduras ultras mantienen una divergencia plena, incluso conjeturándoles triunfos económicos. ¿Qué arcano induce a tolerar un radicalismo de izquierdas, pero no de derechas siendo ambos clónicos? Nos hemos vuelto locos. Si el sistema democrático desaparece, ¿qué viene tras su aniquilación? La respuesta es irrefutable. Una solución correcta, la única, obliga a cambiar las personas no las instituciones. ¿Cómo? Este interrogante constituye la clave. Reconozco -y quien diga lo contrario miente- que el empeño se aprecia enmarañado. Quizás fuera bueno asumir una soberanía más diligente. Aparte el voto, que debe ser por convencimiento no a la contra, hemos de adoptar un protagonismo activo (movimientos vecinales, manifestaciones, acciones varias, etc.) porque somos titulares de soberanía, del sistema. Solo cuando demandemos nuestro papel se acabará la superchería, el derroche y el saqueo.

Los políticos, por otro lado, a lo suyo. Unos, codiciosos, quieren tomar el poder como sea y se revelan dispuestos a utilizar argumentos sofistas para quedárselo. Otros, aupados ya a él, tiene su mente ocupada en estrategias partidistas. Nosotros, ciudadanos, pendemos de los hilos que manejan y agitan a su antojo. Si aquellos primeros apetecen organizarnos, imponernos, una Arcadia feliz, estos segundos nos abandonan a nuestra suerte. Yo, prefiero lo último porque amo la libertad. Así se comportan Podemos, PP y PSOE; siglas que, según el CIS, contemplan lograr el gobierno.

 Pero ¿qué ocurre con UPyD, Ciudadanos, Vox y demás siglas limpias de escándalo? ¿Acaso abstenerse no implica luchar contra la corrupción? ¿Por qué motivos hemos de caer en extremos inquietantes? Podemos explota las pasiones; arrastra a un sinsentido, a un régimen liberticida pero coyuntural. Prefiero doctrinas que garanticen la libertad, que busquen el convencimiento, la persistencia. Apelo al buen sentido, a la suspicacia ciudadana, individual, para evitar errores fatales. No hay soluciones ni remedios mágicos. Existen aventureros seductores, ayunos de atributos y facultades para sacarnos del marasmo. Sí, necesitamos un cambio de trayectoria; de políticos, de gobernantes, no de instituciones. Ante la ciega insensibilidad, exijámonos un riguroso ejercicio reflexivo para evitar pesadumbres y remordimientos.

 

 

viernes, 7 de noviembre de 2014

POLÍTICOS IMPOSTORES Y PUEBLO IRREFLEXIVO


La palabra impostor, vistas diversas acepciones, descubre como fundamento común el espíritu artero o aparente. En esta época de tribulaciones, estafas y charlatanerías, la artimaña solo pervive porque una ola de cretinismo arrasa el inconsciente soberano. Al apático individuo patrio lo vistieron de ciudadano dándole un papel de comparsa. Cree, pobrecillo, que democracia y derechos se funden en rituales concretos. Votar cada tiempo, manifestarse bajo el ojo policial (cuando no violentado), pedir derechos (olvidando deberes) y “largar” sin causar estruendo, acapara su máximo horizonte democrático. Desterrar exigencias que conforman una soberanía plena y someterse a normas ad hoc, cuestionan gravemente la calidad del Estado instituido. Si a semejante escenario añadimos una corrupción escandalosa, crisis terrible e incapacidad completa para abordar tales desperfectos, estamos brindando un halagüeño caldo de cultivo a aventureros y embaucadores.

El CIS, contrahecho oráculo de los tiempos modernos, anticipa en su última respuesta las propensiones ciudadanas respecto al voto. Según él, desparece el bipartidismo protagonista de tres decenios democráticos. Motor que ha conducido, desde mi punto de vista,  a la situación actual. Penosa en el aspecto económico. Delicadísima si nos limitamos al carácter institucional. Hasta ayer parecía imposible desbancarlo. Sin embargo, se impone una realidad incuestionable. Inquirir qué motivos han conducido a su ocaso, nos lleva irremediablemente a converger todas las culpas en políticos indoctos y trincones. El devenir patrio está lleno de episodios parecidos al actual. Cada tiempo, el marco de convivencia se vuelve casi insostenible, por unas u otras razones. Crisis económica y diferentes divergencias, atenazan a unos gobernantes inseguros e indignos. Les es más cómodo tirar por la calle de en medio. Provocan enfrentamientos sociales que acarrean dramáticos desenlaces. Y vuelta a empezar tras lo infructuoso de las dolorosas experiencias anteriores. Es una cruz pesada, recalcitrante.

Sería injusto personificar únicamente en ellos toda culpa. El pueblo debe admitir un porcentaje significativo. Si bien es cierto que los prebostes conducen a la sociedad hacia el precipicio, es ella quien da el último paso. No caben titubeos. Somos apáticos, despreocupados, individualistas, viscerales, algo cazurros y dogmáticos. Enemigos de la cavilación, del cotejo, caemos sin remedio en actitudes maniqueas y, por ende, radicales. Faltos de ecuanimidad, somos pasto de una violencia aniquiladora. Por tal motivo, nuestros dirigentes mantienen viva, fomentan, una rivalidad infausta. Así, plenos de fervor -cuando no de odio- damos bandazos desequilibradores. Saltamos de la pasión al desprecio sin causa aparente. El corazón se impone al intelecto. Necesitamos una metamorfosis imposible. Unamuno, confidente ocasional de Ortega, afirmaba que era preciso españolizar Europa. Divertido e inoportuno sarcasmo.

Podemos (un movimiento de raíz elitista) convertido en partido, consigue un ascenso inusitado, sorprendente. Ayuno de crédito sólido, ha mancillado a todas las siglas existentes, sin excepción. En sí, es una técnica nazi, totalitaria. Desprestigian el soporte democrático, la pluralidad doctrinal, para convertirse en partido exclusivo que conforme una limpieza ética, hoy por hoy indemostrada. Ignoran, detestan, toda reforma. Desean imponer “su solución”. Los demás hemos de insuflarnos de fe. ¿Quién asegura, demuestra sobre todo, que poseen la fórmula mágica que se requiere para acabar con la crisis económica y restituir una democracia plena? ¿Acaso ofrecen la democracia popular? Mi respuesta personal es: no, gracias. Me bastó la democracia orgánica para conocer el paño mejor que vosotros percibís la enmienda a los problemas diversos que nos atenazan.

“Aún no asamos y ya pringamos”, alecciona el refrán. Monedero, un padre glamuroso del ahora partido, dijo altanero (proceder particular de estos líderes injustificados) en una tertulia televisiva: “El pueblo está por encima de la ley”. Toda una propuesta de intenciones, síntesis de principio rector. Con parecidos argumentos, Hitler justificó el Holocausto a mayor gloria de Alemania y Stalin los millones de mencheviques sacrificados para lograr el bienestar del pueblo ruso. Cuando la dignidad personal, los derechos individuales -“del hombre y del ciudadano” que proclamaba la Asamblea Francesa- quedan supeditados al deseo de la mayoría (visada por el politburó), la democracia se convierte en pura evocación. Vamos superando una “casta” inepta, atracadora, para caer en manos de una “élite” sin acrecentamientos empíricos de eficiencia; pero, además, tiránica porque no admite ninguna controversia. Prefiero un sistema plural podrido, que sea reformable, a un régimen totalitario, presuntamente virtuoso, que se obceque en confeccionar una sociedad a su imagen y semejanza. Al menor descuido, haremos un pan como unas tortas.

Conjeturo innecesario enfocar los rasgos que se vienen observando en Podemos. Un líder ególatra (al decir de alguien que asegura conocerlo); un asambleísmo presa fácil, como todos, de astutos retóricos huecos, mercaderes de humo; unos círculos que ambicionan atenazar, dirigir, las estructuras sociales; un sindicato que regule, atenúe, las ruidosas reivindicaciones laborales, etc. Cuatro académicos leídos, un experto polemista y comunicador, asimismo un grupo de arribistas proyectan sacarnos del desastre. Ellos solos. Vislumbro, veo claramente, su porte, sus tics, y no me gustan nada. Ofrecen un déjà vu a lo largo del siglo XX bajo la máscara de una democracia nueva, pura. Desconozco si invitan o amenazan con el prodigioso gobierno del siglo XXI.

Me inquieta, eso sí, el pueblo iletrado, incapaz de realizar un estudio sosegado de la situación, de los salvadores que se insinúan. ¿Cómo puede entenderse tan insólito trasvase? La gravedad del momento, el hartazgo general -hasta el cabreo extremo- lo admito y comparto. Lo que me parece increíble es que se piense que Podemos disponga de la solución, aun pulcritud, necesaria para conseguirlo. ¿Por qué? ¿Cuál es la base, si no ha demostrado nada de nada? Se acentuará la miseria y, encima, perderemos las libertades que ahora gozamos. Es lo que se desprende de sus propuestas económicas y sus presupuestos doctrinales. Sin duda, políticos impostores y pueblo irreflexivo constituyen una maldita combinación.