Mi artículo postrero,
“Refranes y política”, originó -a la vez que discreta- conciliadora controversia
en el último párrafo. Una frase de Bernard Shaw, sobre perros y necios, me
llevó a expresar asombro ante la perfecta caracterización de “los” políticos
españoles. Tal determinante entrecomillado vertía una generalización ilógica e
injusta según el parecer del atento polemista. Sin estar en desacuerdo, defendí
lo que probablemente fuera el resultado de un personal enfoque sobre la
generalización.
Varias veces he
ratificado un talante escéptico que me obliga, sin esfuerzo, a practicar el
eclecticismo como recurso para encontrar la verdad o sus cercanías. Este
proceder guía cualquier análisis y estimación política. Soy consciente de que
generalizar constituye un doble yerro. Atenta contra los principios de la
lógica argumental expuestos, entre otros, por Aristóteles. De manera más grave,
transgrede esa virtud cardinal tan necesaria y que debiera ser faro de
convivencia: justicia. Por este motivo, mis generalizaciones han de
considerarse expresiones retóricas, sin contenido infecto. A veces, cuando
generalizo voluntaria o involuntariamente, matizo con el fin de evitar un
discurso absurdo o juicios de valor ficticios e inclementes. Cierto que mis
opiniones sobre los políticos no pueden ser más severas ni punzantes. Rechazo
exclusiones, pero aclaro: “desde un cierto nivel para arriba”. Bien por acción,
bien por omisión, carezco de evidencias que demanden aclaraciones particulares o menos
peyorativas.
Necio es sinónimo de
ignorante. También, en segunda acepción, imprudente, terco, obstinado, incluso
presumido. El amable lector aprecia que la sociedad imputa al político defectos
o vicios para los que necio constituye un atributo benigno, piadoso. Sé de
personas -muy cercanas a mí- que declaran con rotundidad e insistencia: “No;
todos los políticos no son iguales”. Se revisten de prudentes, equilibrados,
justos, pero su frase encierra una clara y total generalización porque se refieren siempre a
sus conmilitones, negando el pan y la sal al resto. Generalizar puede
interpretarse como recurso de estilo sin otro contenido. Sin embargo, si
observamos dichos y hechos que a diario protagonizan nuestros prebostes, hemos
de concluir con escasa sorpresa que se parecen, más allá de siglas, como dos
gotas de agua. Si no son necios, se empecinan en parecerlo.
El análisis político
hace años que marca mi actividad intelectual, ahora intensa al estar jubilado.
Un principio vigente e inexcusable marcó mi actitud: la separación absoluta entre
actor y papel. Calderón, ya en el siglo XVII, consideraba el mundo un gran
teatro donde había que representar papeles asignados o elegidos. Acaso configuraran
la circunstancia de Ortega. Cada individuo y su papel constituyen la contradicción
o paradoja que parece darse en todos los órdenes de nuestra existencia. Así,
vemos diferentes planos en cualquier ser. Yo solo disecciono el papel de actor,
jamás el otro aunque sean físicamente inseparables. Por este motivo, mis juicios
de valor -cuando los realizo- siempre se refieren a la circunstancia, nunca a
la esencia. Respeto la persona, pero su estadio público afirmo ponerlo en
cuarentena rotunda, sea cualquiera el guión que represente.
Permítaseme acopiar
algunas evidencias -muestras clarificadoras- de la necedad atribuible a todos
los políticos prominentes; digo bien, prominentes. Sin fijar ejemplos, sin
precisar nombres ni frases aisladas, pondré el dedo en la llaga de cada sigla.
Si alguna resulta mejor o peor parada no se debe a filias o fobias que condicionen
mi umbral perceptivo. Constituye el fruto del examen objetivo, imparcial,
dentro de las limitaciones que impone la propia naturaleza. En conciencia, el rigor
inspira mi análisis cuya pretensión es alumbrarse también por la justicia.
Amigo (asimismo consumidor)
de debates y tertulias, me admira tanta sangre fría -no exenta de desfachatez-
con la que primeros espadas del PP anuncian el final de la crisis, y otras
bienaventuranzas, que deben los españoles a su ínclita gestión. No me extraña
nada que el tortazo en las próximas elecciones autonómicas y municipales sea el
preámbulo del desastre en las nacionales. Son tan necios que ignoran hasta qué
punto nosotros no lo somos tanto. Su necedad les lleva a impedir cualquier
recambio viable para hacer frente a la falta de liderazgo que clarea en el
horizonte y a cuya luz resplandecen dagas traidoras, fratricidas.
El extremo que completa
el bipartidismo, hoy por hoy duradero, adolece de idéntica tara. Su secretario
general sigue empeñado en airear deficiencias gubernamentales que el pueblo ve,
palpa, sin alusiones. Encima, mientras no se demuestre lo contrario, carece de
crédito y autoridad moral para significar indigencias ajenas. Pedro Sánchez,
haría mejor ofreciendo a los españoles salidas, soluciones viables. Pierde el
tiempo intentando desgastar a un partido quemado. Salvo incompetencia propia,
realiza una estrategia inoperante y escasa de talento. Ahora parece dispuesto a
revivir en Murcia otro Pacto del Tinell bajo el biombo de atajar la corrupción
y regenerar la vida política. Parece broma. EL PSOE, al fondo, exige a gritos
que le dejen ocupar su espacio en los laberintos de la necedad.
Nacionalistas, ¿izquierda
unificada?, UPy D y Podemos son los auténticos líderes. Huelgan sustantivos,
pero dejaría de cometerse exceso alguno si ubicáramos a todos ellos en el grupo
menos luminoso, siendo magnánimo en el apelativo. Semejante afirmación tiene
peso y evidencia de postulado. Ciudadanos emerge de la bruma. Con todo, algunas
manifestaciones rozan la penumbra más inquietante. A poco, puede extraviarse en
los efluvios del envanecimiento, morir de éxito antes de asentar su personalidad.
Sí, aquí suelen
confundirse -a mayor o menor gloria- conceptos. Los últimos tiempos nos traen
un juego capcioso, lleno de eufemismos, para mitigar mensajes onerosos.
Conciudadanos y medios pretenden, contra toda constatación empírica, discriminar
individuos que -salvando la coherencia racional- pertenecen al mismo biotipo.
Nuestros políticos generalizan con nosotros porque creen que todos somos idiotas,
aun cuando la lógica indique lo contrario. ¿Podemos responderles con la misma
moneda? ¿Por qué no? Rechacemos el conformismo.
Además de reciprocidad, conseguiríamos al menos el desagravio de la réplica que
no de la justicia.