viernes, 24 de abril de 2015

CONCEPTOS, REPUTACIONES Y MANDATARIOS


Mi artículo postrero, “Refranes y política”, originó -a la vez que discreta- conciliadora controversia en el último párrafo. Una frase de Bernard Shaw, sobre perros y necios, me llevó a expresar asombro ante la perfecta caracterización de “los” políticos españoles. Tal determinante entrecomillado vertía una generalización ilógica e injusta según el parecer del atento polemista. Sin estar en desacuerdo, defendí lo que probablemente fuera el resultado de un personal enfoque sobre la generalización.

Varias veces he ratificado un talante escéptico que me obliga, sin esfuerzo, a practicar el eclecticismo como recurso para encontrar la verdad o sus cercanías. Este proceder guía cualquier análisis y estimación política. Soy consciente de que generalizar constituye un doble yerro. Atenta contra los principios de la lógica argumental expuestos, entre otros, por Aristóteles. De manera más grave, transgrede esa virtud cardinal tan necesaria y que debiera ser faro de convivencia: justicia. Por este motivo, mis generalizaciones han de considerarse expresiones retóricas, sin contenido infecto. A veces, cuando generalizo voluntaria o involuntariamente, matizo con el fin de evitar un discurso absurdo o juicios de valor ficticios e inclementes. Cierto que mis opiniones sobre los políticos no pueden ser más severas ni punzantes. Rechazo exclusiones, pero aclaro: “desde un cierto nivel para arriba”. Bien por acción, bien por omisión, carezco de evidencias que demanden  aclaraciones particulares o menos peyorativas.

Necio es sinónimo de ignorante. También, en segunda acepción, imprudente, terco, obstinado, incluso presumido. El amable lector aprecia que la sociedad imputa al político defectos o vicios para los que necio constituye un atributo benigno, piadoso. Sé de personas -muy cercanas a mí- que declaran con rotundidad e insistencia: “No; todos los políticos no son iguales”. Se revisten de prudentes, equilibrados, justos, pero su frase encierra una clara y total  generalización porque se refieren siempre a sus conmilitones, negando el pan y la sal al resto. Generalizar puede interpretarse como recurso de estilo sin otro contenido. Sin embargo, si observamos dichos y hechos que a diario protagonizan nuestros prebostes, hemos de concluir con escasa sorpresa que se parecen, más allá de siglas, como dos gotas de agua. Si no son necios, se empecinan en parecerlo.    

El análisis político hace años que marca mi actividad intelectual, ahora intensa al estar jubilado. Un principio vigente e inexcusable marcó mi actitud: la separación absoluta entre actor y papel. Calderón, ya en el siglo XVII, consideraba el mundo un gran teatro donde había que representar papeles asignados o elegidos. Acaso configuraran la circunstancia de Ortega. Cada individuo y su papel constituyen la contradicción o paradoja que parece darse en todos los órdenes de nuestra existencia. Así, vemos diferentes planos en cualquier ser. Yo solo disecciono el papel de actor, jamás el otro aunque sean físicamente inseparables. Por este motivo, mis juicios de valor -cuando los realizo- siempre se refieren a la circunstancia, nunca a la esencia. Respeto la persona, pero su estadio público afirmo ponerlo en cuarentena rotunda, sea cualquiera el guión que represente.

Permítaseme acopiar algunas evidencias -muestras clarificadoras- de la necedad atribuible a todos los políticos prominentes; digo bien, prominentes. Sin fijar ejemplos, sin precisar nombres ni frases aisladas, pondré el dedo en la llaga de cada sigla. Si alguna resulta mejor o peor parada no se debe a filias o fobias que condicionen mi umbral perceptivo. Constituye el fruto del examen objetivo, imparcial, dentro de las limitaciones que impone la propia naturaleza. En conciencia, el rigor inspira mi análisis cuya pretensión es alumbrarse también por la justicia.

Amigo (asimismo consumidor) de debates y tertulias, me admira tanta sangre fría -no exenta de desfachatez- con la que primeros espadas del PP anuncian el final de la crisis, y otras bienaventuranzas, que deben los españoles a su ínclita gestión. No me extraña nada que el tortazo en las próximas elecciones autonómicas y municipales sea el preámbulo del desastre en las nacionales. Son tan necios que ignoran hasta qué punto nosotros no lo somos tanto. Su necedad les lleva a impedir cualquier recambio viable para hacer frente a la falta de liderazgo que clarea en el horizonte y a cuya luz resplandecen dagas traidoras, fratricidas.

El extremo que completa el bipartidismo, hoy por hoy duradero, adolece de idéntica tara. Su secretario general sigue empeñado en airear deficiencias gubernamentales que el pueblo ve, palpa, sin alusiones. Encima, mientras no se demuestre lo contrario, carece de crédito y autoridad moral para significar indigencias ajenas. Pedro Sánchez, haría mejor ofreciendo a los españoles salidas, soluciones viables. Pierde el tiempo intentando desgastar a un partido quemado. Salvo incompetencia propia, realiza una estrategia inoperante y escasa de talento. Ahora parece dispuesto a revivir en Murcia otro Pacto del Tinell bajo el biombo de atajar la corrupción y regenerar la vida política. Parece broma. EL PSOE, al fondo, exige a gritos que le dejen ocupar su espacio en los laberintos de la necedad.

Nacionalistas, ¿izquierda unificada?, UPy D y Podemos son los auténticos líderes. Huelgan sustantivos, pero dejaría de cometerse exceso alguno si ubicáramos a todos ellos en el grupo menos luminoso, siendo magnánimo en el apelativo. Semejante afirmación tiene peso y evidencia de postulado. Ciudadanos emerge de la bruma. Con todo, algunas manifestaciones rozan la penumbra más inquietante. A poco, puede extraviarse en los efluvios del envanecimiento, morir de éxito antes de asentar su personalidad.

Sí, aquí suelen confundirse -a mayor o menor gloria- conceptos. Los últimos tiempos nos traen un juego capcioso, lleno de eufemismos, para mitigar mensajes onerosos. Conciudadanos y medios pretenden, contra toda constatación empírica, discriminar individuos que -salvando la coherencia racional- pertenecen al mismo biotipo. Nuestros políticos generalizan con nosotros porque creen que todos somos idiotas, aun cuando la lógica indique lo contrario. ¿Podemos responderles con la misma moneda?  ¿Por qué no? Rechacemos el conformismo. Además de reciprocidad, conseguiríamos al menos el desagravio de la réplica que no de la justicia. 

viernes, 17 de abril de 2015

REFRANERO Y POLÍTICA


 

El recoveco de la Historia se muestra incisivo, inequívoco-probablemente pedagógico- a través de los dichos populares. Desde siempre las propias experiencias sentaron cátedra. Tanto que nadie osa poner en cuestión tan heterodoxas enseñanzas. Suele decirse que “los refranes cantan” en el sentido de ajustarse cual aro al anular (en palabras parecidas de mi amigo, corrector y maestro, Ángel). Sin embargo, algunos de ellos flagelan sin piedad a sus hipotéticos autores. “Afanes y refranes, herencia de segadores y gañanes” define, creo yo, más bien oficios que encarnaduras peyorativas. Los autores, gente juiciosa -avispada al menos- rechaza tirar “cantos a su tejado” que es propio de tontos. Indican con total contundencia el origen popular, escaso de ataduras academicistas, del aforismo. Así gana en viveza, operatividad y comprensión. Cumple, a su vez, con el objetivo previsto: dar pautas para conducir vida y milagros del individuo.

Refractario a conquistar el grado de excelsitud que indica el proverbio “hombre refranero, medido y certero”, me propongo interrelacionar manifestaciones y refranes. Conocidos son los desbarres frecuentes, casi endémicos, que notorios políticos coleccionan con asombrosa profusión y frenesí. Exceden a cualquier sigla porque “en abundancia de agua, el tonto tiene sed”. Resulta difícil encontrar un hábitat con tan excepcional fauna. Lo condensamos en la élite política, pero el ciudadano de a pie le va a la zaga. Ignoro si tal marco viene potenciado por una sana o insana competencia. Es indudable, al mismo tiempo, que la osadía del ignorante es ilimitada. Aunque la epidemia es vasta, amén de virulenta, hay personajes que su inmoderación les hace rebosar las alforjas. Incluso, como apuntaba Fernández Flórez, hay políglotas que dicen sandeces en varios idiomas.

Un caso de los más inmediatos, si no el último, fue protagonizado -¿cómo no?- por el jerarca de Podemos Juan Carlos Monedero. Tocado por esa aura de complacencia que confiere su brillo discursivo, a punto de alcanzar el nirvana –si se me apura, y con la misma cata con que muestra su brillantez mental, el éxtasis- dicho preboste podemita comparó a los nazis con el PP. Aplicándole un parche poroso (aun por oso) para mitigar ocultas dolencias y tratando injustamente al partido que gobierna, merece el: “le dijo la sartén al cazo …”. Considero inadmisible eximir o excusar tal barbaridad a la sombra del forcejeo electoral. Hay líneas que un demócrata no debe trasponer. Tildar al rival de extremista para redimir nuestra conciencia del mismo lastre, cae dentro de la estrategia sombría realizada por Goebbels; como se sabe, un demócrata de toda la vida. Constituye la materialización del famoso dicho, quizás exabrupto: los pájaros (por favor, no apliquen doble lectura) tiran a las escopetas. ¿Creen ustedes que si gobernara Podemos, Cospedal -verbigracia- hubiera podido referir impunemente algo parecido? Las cosas son como son, a pesar de Monedero y sus afirmaciones gravísimas para la convivencia democrática.

A veces, la anécdota sustituye a la categoría. El Parlamento andaluz, su constitución, dejó un rastro de luz clarificadora. Prurito aparte, regatear un miembro más o menos en la mesa me parece, además de pugna bizantina, discutir por algo que salva el espacio territorial. Acaso tenga imbricaciones que exceden a la mera contingencia electiva y autonómica. Las pasiones, esa supeditación al ADN personal o doctrinal, descubren de manera incontestable virtudes y defectos. “Mira de qué presumes y te diré de qué careces” quiebra el intento de la señora Díez por aparentar aptitudes (léase con rigor) y talante. Santa Lucía guarde la vista a aquellos analistas que adivinaban en la presidenta andaluza el relevo de Pedro Sánchez. La oportunidad del adelanto electoral, los dos debates televisivos y la actitud tras su pírrica victoria, revelan una competencia encogida, mísera.  

 Que estamos en plena campaña electoral se nota a la legua. Los partidos, sin excepción, sacan brillo a sus abalorios refulgentes. Ninguno, ya por impoluta inexperiencia ya por herrumbrosas realizaciones, ha cosechado méritos concluyentes. El alegato con que seducir al ciudadano, la piedra filosofal que permita salir de la crisis, los han encontrado en tiendas de baratijas. Al PP, con mayoría absoluta, corresponde dar cuenta de su cosecha. A lo largo de tres años, incumplió -sin paliativos- programa y compromisos. Ahora pretende convencernos de que los aparentes avances institucionales, económicos, asimismo logros laborales y sociales, no tienen parangón en el periodo democrático. Al fin completa su plan. Perfecto, exitoso. Parados, familias en peligro de exclusión social, deuda impagable y, sobre todo, depauperación de la clase media, protagonizan un olvido fraudulento, ignominioso. Dice el refrán que “para hilar una mentira siempre hace falta madeja”. El PP se quedó sin rueca. Ha calcinado el telar.

Las postreras elecciones generales las perdió el PSOE. Las venideras, Rajoy. En dos mil once, el PP se topó con una desesperanza general. Obtuvo mayoría absoluta a la manera de quien gasta el último cartucho con poca fe. Expedito de alternativas, disfrutó de un paseo providencial; inmerecido, cómodo, gratificante. Hoy ya no queda munición, se ha gastado en salvas. El PSOE cree tocar la victoria porque su postiza metamorfosis lo convierte nuevamente en tierra de promisión. Finge ignorar a Podemos y Ciudadanos que buscan, a dentelladas, su lugar al sol. “Antes que acabes no te alabes” debería ser el axioma de referencia para Pedro Sánchez. Con inteligencia y tino, sustitutivos de pan y vino, iniciará mejor camino. Estimo que mil refranes con el mensaje anterior no harían mella en la cargante, osada e ilusa prepotencia de Pablo Iglesias.

Bernard Shaw, astuto observador, aseguraba que “los perros no molestan hasta que ladran y los necios hasta que hablan”. Estoy seguro de que el ilustre escritor conocía bien a los perros. Me asombra, no obstante, que caracterizara tan acertadamente a los políticos españoles.

 

 

viernes, 10 de abril de 2015

LUCUBRACIONES AL CALOR DE LAS ELECCIONES ANDALUZAS



Desde un punto de vista político, el año que se nos presenta viene cargado de innumerables sobresaltos. Por exceso o por defecto, huelga la lectura ecuánime tras el cotejo electoral andaluz. Todo son desaciertos conscientes; ceguera ejercitada. Algunos pueden ahogarse de audaz satisfacción, de vanagloria. Pese al campo (marcadamente tramposo, adiestrado) presto a falsear los datos, el bipartidismo no está muerto ni mucho menos. Goza de excelente salud y, si uno u otro -PP o PSOE- no cometen más torpezas en el futuro devenir, le espera larga vida. El español, bien dogmático bien costumbrista, es un votante fiel; belicoso, visceral, pero fiel. Quienes han lanzado las campanas al vuelo, quienes vendieron la piel antes de cazar el oso, les cabe ser justos damnificados de su absurda arrogancia.

Vivimos un año electoral por excelencia. Como suelen asegurar mugidores fariseos, holgaremos la constante fiesta democrática. Aquellos que limitan la democracia al ritual -apreciable pero jamás sustantivo- sueñan con el apaño, la milonga, a que hemos desembocado. Tal caterva de buscavidas debe ser sustituida por políticos que confirmen una voluntad de servicio; asimismo, coherencia, integridad y honradez. Imagino que la regeneración ansiada por el ciudadano, y que Joaquín Costa articuló a principios del siglo XX, implica un cambio ético, severo, en las reglas del juego. El estrangulamiento partidario debe dar paso al libre arbitrio soberano. Si cualquier método añade reparos, será más legítimo y preferible el fallo (en su doble acepción) de la muchedumbre que no el de la élite.

La masa social evidencia un hartazgo extraordinario. Ajeno al análisis que ofrecen los resultados obtenidos en las elecciones andaluzas, se venía observando un gran desapego hacia la implicación política. De ahí el asombroso surgimiento de partidos angélicos. Unos, realistas; otros, quiméricos y con encarnadura totalitaria. La confirmación tozuda me cubre de asombro. Jamás imaginé tanto afecto por lo radical. Incluso en el franquismo, que tanto se vitupera, la radicalidad era personificada por cuatro viscerales. Izquierda Unida -polo opuesto, ya en la Transición- acreditó ser sigla democrática y contenida. Su mayor éxito electoral fueron aquellos veintiún diputados conseguidos siendo coordinador Julio Anguita. Los extremistas de izquierda ahora votan a Podemos.

Tras las elecciones autonómicas, Andalucía exhibe presidenta “in péctore” que se remoza a sí misma pero con mayoría precaria. Pretendía fortalecer un gobierno “inestable”, en su propia definición, y se ha topado con el desahucio práctico de San Telmo. Las condiciones exigidas para conseguir una investidura decorosa la colocan entre la espada y la pared. O descubre sus vergüenzas (quizás desvergüenzas) o abandona en el pudridero a sus mentores Griñán y Chaves. Ella no se arredra y ventea la irresponsabilidad de los otros. Argumenta, falsariamente, que los andaluces han hablado y se autoproclama dueña de su voz. Si bien es cierto que goza de la minoría mayoritaria, también lo es el hecho de haber recibido un verdadero rechazo por tantas divergencias entre decir y obrar. Ahí se encuentra su verdadero mérito. El resto corresponde, para bien y para mal, al partido que estructuró en treinta años una sociedad fatalista y familiarizada con la asignación.

Analistas, correveidiles varios y enterados de primera mano, empiezan a sembrar hipótesis bajo el yugo de sus afinidades. En ocasión anterior mantuve que Andalucía no era un laboratorio fiable para exportar reacciones ni productos. Sin embargo, puede servir como indicador que refuerce métodos y estrategias. Así lo han entendido todas las siglas a excepción del PP. UPyD tomó un camino equivocado y se desangra tan rápido que muy probablemente estemos presenciando los últimos estertores de su corta existencia. Rosa Díez acusa, a quienes materializaban el armazón dirigente, de buscar soles más cálidos cuando ella, negándose al encuentro con Ciudadanos, pretendió saborear en solitario sus rayos benefactores.

Decía que el PP sigue encerrado, terco, en el error. Esa laxitud de la que hace gala puede hacerle torpedear las aspiraciones autonómicas y, posteriormente, perder el gobierno central.  Por el contrario, el PSOE, siempre que Pedro Sánchez abandone axiomas marxistas y atesore textura socialdemócrata, pudiera dar una campanada aparatosa. Debe abandonar algunos tics populistas y adoptar una política de Estado, de pactos. Haría bien si abandona aquellas contradicciones que alimentan dudas sobre su capacidad para protagonizar el giro copernicano que necesita la política española. Si ambos -Mariano y él- se empeñan en recorrer ese yermo sendero, viciado y vicioso, el ciudadano les dará la espalda definitivamente y tomará decisiones aventuradas si no terribles. Sin duda, el PP necesita un recambio joven, inmaculado. El futuro de España se encuentra en las manos de Pedro Sánchez, Pablo Casado, Albert Rivera y Alberto Garzón, o viceversa, con los matices precisos y preciosos.

Ciudadanos tiene la oportunidad de empuñar el testigo y convertirse en la alternativa nacionalista. Es la mejor llave en un bipartidismo recto, apto, inteligente y deseable. Podemos entraña la quimera extemporánea de promotores y simpatizantes. Ultras, románticos desorientados e ingenuos, constituyen la fauna que se extinguirá paulatina y necesariamente en este hábitat, asfixiante para ellos, que supone el mundo capitalista. Son incompatibles y el capitalismo, pese a yerros y excesos, rebosa de fortaleza. Izquierda Unida trastabilla aturdida entre un marxismo superado y una socialdemocracia proscrita. Prefiero su existencia a su desaparición porque determina los atributos del último mohicano civilizado.