viernes, 29 de enero de 2021

MANIATAR Y TENSIONAR

 

Días atrás leía este titular en ABC: “El rodillo sanchista maniata las instituciones y tensiona el sistema”. Dicho medio, nada revolucionario ni demasiado parcial, creo que ha descubierto la esencia del reto gubernamental más allá de palabras promocionales. Si diseccionamos o hacemos un análisis objetivo, riguroso, del quehacer que este gobierno viene desarrollando desde su nacimiento espurio, solo cabe calificarlo de deficiente para ser compasivo y generoso. Creo, asimismo, en la contemporización que arrastra el término maniatar porque “atar las manos” —significado etimológico— queda algo corto respecto a la realidad cotidiana. Sánchez y su equipo totalizan el ejemplo mundial de indigencia e ineptitud, precariedad insuperable por muy atrasado que se fantasee el marco de referencia. 

La situación pandémica actual (cuyo contexto, eventualidades y pormenores esperemos conocer algún día en toda su extensión, junto a los procesos jurídicos pertinentes) está fuera de control. Realmente manifiesta tal estadio desde el primer momento. Silencios, oscurantismo, recreación política, han perfilado todas las inquietudes dinámicas del ministro, señor Illa, hoy apeado por intereses electorales. Sin embargo, pese a una gestión grosera, lamentable, la fianza debe pagarla el presidente en este punto donde cesarismo y obediencia ciega marcan cualquier empleo político. Siempre, desde Guerra, rige aquel “quien se mueva no sale en la foto”. Hoy, se ha llegado al servilismo menos digno, generador de camarillas inamovibles, onerosas, cuyo único objetivo es vivir del erario público sin otro horizonte laboral o facultativo. Han convertido el advenimiento político en auténtica profesión con la venia ciudadana.

Por mucho que se desgañiten señalando cuánto trabajan para conseguir el bienestar social, triunfa la impostura plena, ese escaparate justificador de su aparente agitación. Nada, en este sentido, tiene visos de certidumbre si bien considero probable alguna excepción para no perturbar regla, ley o comentario al uso. Nuestros prebostes, aventureros vividores, abrigan jubilarse manteniendo cargos para los que muestran insolvencia evidente. Luego, su impresentable currículum queda diluido entre tanta mediocridad salvándose unos a otros con apoyos infamantes. Este soporte tan vergonzoso conforma la gobernanza actual. Suele decirse que con malos mimbres no pueden hacerse cestos de calidad. Advirtamos tan ilustrativa reflexión popular para recobrar pautas juiciosas cuando lleguen convocatorias o apelaciones (siempre interesadas) al individuo, invariablemente ingenuo.

La pandemia ha servido a Sánchez, aparte cotejar su inmanente talante falaz, para maniatar el Parlamento y cebarse en arbitrariedades nada democráticas. Engendrando (voz con demasiadas similitudes de engendro) una argamasa —dejo el apelativo a su libre elección— con siglas poco recomendables para acompañar a cualquier partido de gobierno, ha conseguido una mayoría que le llevará irremediablemente al suicidio tras dejar España en la miseria total. Deudor del independentismo acérrimo, solidaridad constituye un buñuelo en el espacio patrio. Quizás la abultada deuda contraída sea excusa idónea para atacar a contrincantes políticos, verbigracia presidenta de la Comunidad madrileña, mientras potencia agasajos rivales, disidentes, fragmentarios, a quienes él considera fortuitos intrigantes, bien sea Núñez Feijóo, bien Moreno Bonilla.

Maniatada la Cámara Baja, sus insidias —con la complicidad “democrática” de Podemos, encarnada por Iglesias— se centran en asegurarse el control del CGPJ, tal vez para flexibilizar o dejar sobreseído (impune) el panorama judicial que presuntamente se les avecina a ambos, sin excluir cierta avidez totalitaria. Dichos intentos chocan con la oposición frontal de casi todas las asociaciones judiciales, sin observar ideologías, y de Europa que repara alarmada el derrotero emprendido por un Sánchez desbocado, recalcitrante, con personalidad “maquiavélica, narcisista y psicopática” al decir de Rosa Díez. Me pregunto con estupor qué sociedad hemos forjado entre todos por desidia, al margen del proyecto educativo —LOGSE— iniciado por PSOE y seguido exultante, vano de remedios e incentivos, por un PP que ahora despliega honesta doncellez.

La socialdemocracia, mucho más la izquierda radical, se ha quedado sin atractivo ideológico, al menos en el ámbito capitalista. Por este motivo —destartalado el edificio doctrinal y económico— ha tenido que reinventar nuevos paisajes que sugestionen, falseen esa realidad insoportable para ellos. Con ayuda singular, provechosa, de medios alejados de su originario servicio a la sociedad, han conseguido instituir una supremacía moral inmerecida, postiza. Desde mi punto de vista, tal corrupción contiene excesiva toxicidad para la correcta convivencia, aunque mayoritariamente el personal se incline por censurar la degradación material. Constituye una tensión novedosa porque fracciona de manera casi irreversible esta sociedad, ya bastante discorde. Me parece indecente usar el enfrentamiento civil para satisfacer intereses electorales.

Recuerdo aquel episodio inadvertido, por un micrófono sin cerrar, en que Zapatero se sinceraba con Iñaki Gabilondo: “Nos conviene que haya tensión”. Es la confidencia lastimera del estratega vencido que entrevé desastre electoral si no utiliza estratagemas excepcionales, extravagantes. ¿Qué aliciente tiene poner ahora al descubierto la encarnadura de un individuo que ahoga naufragios personales entre dictadores de baja estofa? Ninguno, ni siquiera constatar el triste recuerdo dejado; mejor abandonarlo a su suerte azarosa. Aquella superchería sirve para que Sánchez, inquilino actual de La Moncloa, potencie el mensaje y lo lleve a confines insospechados, casi dramáticos. Este individuo es capaz de tensar cuerda y escenarios hasta límites extremos. Solo, alarma; asociado a Iglesias, puede esperarse de él cualquier delirio por absurdo que se estime.

Las elecciones catalanas, estoy convencido, serán ejemplo nauseabundo de tensión política. Nadie enseñará su disposición poselectoral y la campaña será un pulso agresivo de todos contra todos. Si acaso, podrá repararse en algunos matices que clarificarán conciertos a posteriori. Pese a todo, no faltará la farsa cínica vinculada al muestrario electoral, ignoro si con alguna originalidad. De momento, este presidente histriónico y deslavazado, pese al autobombo, aprovecha la institución para hacer campaña a favor de Illa contra cualquier signo ético. Desde luego “el hábito no hace al monje” por templanza aplicada a la hora de vestir. Indultos y cegueras formarán parte vertebral del espectáculo. Será difícil maridar dos discursos contrarios con un único rédito. Veremos.

El pueblo debería, en justa correspondencia, tensar relaciones con los políticos. ¿Aceptamos que prebostes precisos reciban aguas bautismales de mozalbetes y se jubilen sin experiencia laboral alguna? Entre la numerosa pléyade de “invitados a la mesa del señor”, hoy menciono a Emiliano García Page que, al parecer, con diecinueve años empezó como concejal del ayuntamiento de Toledo y (sustentado en el proceso posterior) agotará su vida laboral conservando un cargo político.

viernes, 22 de enero de 2021

FRANCACHELA, AGITACIÓN Y FANATISMO

 

Llamamos francachela a reunión de varias personas para divertirse comiendo o bebiendo, generalmente revelando actitud tosca y libertina. Con frecuencia le acompaña el desenfreno; es decir, acopia excesos fuera de todo control. Si siempre este proceder depara consecuencias enojosas, cuando no lamentables, el protagonismo de una pandemia insólita lo hace especialmente ofensivo, preocupante. “Hemos vencido al virus”, propaganda maquinal, estúpida, de Sánchez, marcó un antes y un después con respecto a la concienciación juvenil sobre los efectos de dicho virus. Verdad es que, tras el desmadre, los medios enfatizaron las graves consecuencias que pudieran originar aglomeraciones sin distancia de seguridad ni mascarilla. Transgreden la norma y, sobre todo, ponen en peligro potencial a su familia.

Este escenario que los medios airean, ignoro si con afán didáctico o divulgativo sórdido, despiertan modales anárquicos e insolentes —paradójicamente adormeciendo principios de solidaridad social— que dejan expandir la pandemia. Vislumbro, empero, que ambicionan un propósito más significativo: el aturdimiento de la población juvenil. Concentraciones ilegales, fiestas organizadas a través de redes sociales, botellones, etc., desoyendo las normas, poniendo en grave riesgo al resto y sin respuesta eficaz por parte de las fuerzas de orden público (probable inacción gubernamental), conlleva la conclusión de que sustancia y apariencia están muy distantes. La apariencia admite pensar que aceptación debe ser pauta impuesta por aquel eslogan horaciano “carpe diem”; es decir, vive la vida como si fuera tu último minuto. Te lo permitimos, sugieren decir.

Creo, pese a todo, que este análisis roza sutilmente el verdadero contenido. Lo legítimo tiene trascendencia sobre lo legal, por tanto —para ciertas intenciones— conviene un trasfondo que supere lo legal, una especie de adoctrinamiento social empezando desde la raíz (obviando ingenierías sociales al punto) para generar sempiternos, fecundos, códigos de acción. Juventud y rebeldía, una rebeldía adictiva, es patrón idóneo para cualquier activista revolucionario. La expresión: “el tiempo no borra, ubica”, constata cuán acertada es dicha iniciativa capaz de superar maneras e instantes.

Estas premisas por sí mismas explican qué puede impulsar al gobierno a adoptar posturas negligentes, si no presuntamente prevaricadoras, respecto a ilegalidades cometidas por jóvenes. Tal tolerancia, ese menosprecio inducido a la ley, conforma por compensación reos indulgentes con desvaríos gubernativos. Así lo proclama Stanley Milgram cuando afirma: “La desaparición del sentido de responsabilidad es la mayor consecuencia de la sumisión a la autoridad”. El conjunto perfila un camino incómodo, tal vez, alarmante.

El gobierno sabe —al menos Iglesias, sí— que para legitimar cualquier régimen hay que deslegitimar otro, empezando por agitar la sociedad y concluir con un golpe de Estado. Normalmente, constituye el proceso teorético que desgrana cualquier totalitario para, tras pasar a la acción, trocar una democracia en tiránica dictadura. Acentuar fallos e injusticias de sistemas liberales (mientras se falsea cómo conseguir un sistema justo, transparente, sin salirse de él) actúa de imán eficaz con individuos ingenuos o poco reflexivos. Para desenmascarar a tanto sacralizado postizo basta interesarse por hechos y colocar en cuarentena los cánticos de sirena. Quien se defina defensor del pobre, desconoce su problemática si vive opíparamente. Asimismo, no puede uno formar parte del gobierno y de la oposición. Imposible auspiciar libertad de opinión mientras se pretende acallar a quien discurre contrario. Ya saben, “agitar antes de usarse” es un lema fatídico.

Es evidente que poder ejecutivo y legislativo han caído en la desafección con el plácet de un PSOE inédito e infame. Comprendo que la élite orgánica calle por avidez, pero jamás podré concebir cómo militancia y votantes, sobre todo estos últimos, son incapaces de descabalgar a un personaje que nos lleva a la miseria y hazmerreír mundial. Nos queda Europa, poder judicial y monarquía. Advierto una monarquía fuerte, capaz de soportar ataques frontales y aviesos. El poder judicial, cuya misión es dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece, se mantiene independiente por ahora. No obstante, algún juez dicta sentencias cuanto menos sorprendentes como aquella que obligó a vacunarse a una anciana, contra el criterio de su hija y argumento discutible, amén de arriesgado: evitar contagios a los demás residentes. Menos mal que no sienta jurisprudencia, si no abriría un frente escurridizo, amenazador.

Fanatismo expresa apasionamiento y tenacidad desmedida en defensa de creencias u opiniones, especialmente religiosas o políticas. Su forjador y custodio es el dogma; por este motivo, se muestra intransigente, inapelable. Compaginar lógica, acuerdo y cordura con un fanático resulta gravoso, si no imposible, debido a orfandad empática y de raciocinio. Cuando priorizamos credo sobre discurso racional, diálogo y debate quedan a la intemperie, al desvarío que atropella cualquier signo de lucidez. No precisamos ningún esfuerzo para localizar ejemplares adscritos a diferentes sectas (religiosas o políticas) cuyos adeptos están sometidos al poder absoluto del cabecilla. La ciudadanía escéptica, cerebral, lógica, queda confusa al comprobar la estupidez que esconde un alto porcentaje de compatriotas. Los parásitos aprovechados también lo entrevén.

Nos gobiernan dos fanáticos por convicción o, peor aún, por estrategia. Simpleza, ambición y onirismo no exento presumiblemente de otros trastornos —complejo de nuevo rico, verbigracia, y sus secuelas— se han enyugado para llevar a España al estercolero de la Historia, alentados por partidos que pretenden dividirla. Sánchez no para de aventar noticias pintorescas, ridículas. Días atrás se atrevió a asegurar que “España será el faro de la resurrección del turismo mundial”. ¿Puede oírse algo más cómico? Tal vez, otra andanada del mismo protagonista: “Somos uno de los países que más ha trabajado para proteger el sector turístico bajo el liderazgo de la ministra de industria” Si este señor es calamitoso, líder del ridículo, Iglesias lo es del absurdo al considerar a Puigdemont un exiliado asimilable a los cientos de miles que ocasionó la Guerra Civil.

Generalmente se opina que no envilece la voz sino el eco. Tal proposición reporta como consecuencia inmediata el papel peyorativo de los medios unidireccionales que sustituyen su esencia deontológica por subvenciones, prerrogativas o loas viciadas. Si redes sociales, radios y televisiones —agentes casi exclusivos que forman e informan al ciudadano corriente— se dedicaran a exponer novedades de forma imparcial, sin inclinaciones ni subjetivismos maniqueos, creo que saldrían beneficiadas la convivencia y estructura sociales. Dignidad y concupiscencia llevan siglos reñidos pese a que algunos quieran endosarlos en un mismo kit. Los medios, sin duda, son corresponsables de nuestra coyuntura presente y futura por su fanatismo a la hora de crear opinión.

viernes, 15 de enero de 2021

OTRA FALSEDAD

 

Falsedad significa falta de verdad o autenticidad, tanto voluntaria cuanto involuntariamente. La cuestión radica en conceptuar verdad y precisar, de una vez por todas, si existe desde un punto de vista ontológico. Desde luego, no es nada fácil resumir los diferentes criterios que aportan sobre el tema distintas corrientes filosóficas. Cualquier lego, asistido por su sentido común, admite que verdad es una percepción subjetiva, conceptualista. Esta doctrina preconiza que verdad no existe más allá de la abstracción individual. Si nos atenemos a nuestra experiencia, sería ajustado suponer que rechaza, insisto desde un contexto transferido al profano, otra conclusión contraria a la señalada. A veces, el conocimiento empírico invalida toda conjetura que implique no ya la comprensión sino un esfuerzo supuestamente vano, superfluo.

El hombre, desde sus primeras elucubraciones, ha intentado encontrar respuestas a los sondeos que el orbe, en diversas perspectivas, le brinda. Así surgieron generaciones preocupadas por estudiar los aspectos mecánico, humano y divino del mundo. Es probable que inicialmente olvidaran —tal vez arrinconaran— detallar la verdad de su propio ser. Individuos tenaces, avezados observadores, sabios, dedicaron su vida a descubrir interrogantes naturales: razón de distintos meteoros, sucesión día/noche, sustancia y accidente. Después surge la teodicea cimentada en minuciosas tentativas para deducir qué autenticidad tiene Dios. Al final, se incorpora el existencialismo que prioriza toda existencia del hombre, sus angustias vitales, sobre la esencia del mismo. Ello con el objetivo de desenmascarar dilemas que desazonen al individuo.

Decía Paul Valéry: “Lo que ha sido creído por todos siempre y en todas partes, tiene todas las posibilidades de ser falso”. Cierto, porque la falsedad solo es una verdad extemporánea, coyuntural, que Cronos termina por destapar. Lo que hoy consideramos innegable, mañana se juzga falso, erróneo. Tanta fe desplegaba la teoría geocéntrica que siglos después se confirmó válido el heliocentrismo; es decir, la Tierra (planeta) tardó ese tiempo en ceder protagonismo al Sol (estrella). Hasta la Santa Inquisición consideró a Galileo casi quinientos años presunto hereje. Las “verdades” católicas y los fundamentos científicos han ido siempre a la greña, de forma parecida a como ocurre con muchas “verdades” políticas e impaciencias sociales. Recordemos las “verdades” de Pablo Manuel Iglesias en la oposición y la continua falsedad que exhibe desde el gobierno.

“Cada pueblo tiene su gobierno”, frase atribuida a Joseph de Maistre, pudiera tener especial certidumbre en el siglo XIX y efectos, más o menos verosímiles, hasta hace unos días. Grandes ocasiones o pequeñas catástrofes ayudan a confirmar, o no, qué es verdad y qué falsedad. Iniciados los ochenta del siglo pasado, empecé a tener la mosca tras mi oreja. El intento de golpe de Estado hizo preguntarme precisos interrogantes, al menos, respecto a los previos. Vinieron, a posteriori, tres legislatura y media en las que hubo de todo como en botica. Desde luego, los fastos del ochenta y dos (Exposición de Sevilla y Olimpiadas) sirvieron, aparte, para llenar bolsillos flacos, ociosos, voraces. El sepelio que propiciara Guerra a Montesquieu supuso la gestación del proceso que condujo al engendro democrático que hoy padecemos. Ningún gobierno posterior quiso realizar un tránsito corrector.

Ha tenido que llegar Filomena, borrasca desproporcionada, abusiva, para constatar definitivamente que Maistre no acertó en sus apreciaciones relativas al gobierno y su extracción social. Hemos visto hasta la saciedad cómo el ejecutivo no ha estado a la altura de las circunstancias. Ocultar el gigantesco servicio efectuado por personal adscrito al ministerio del interior y ejército sería una afrenta injusta, deshonesta. No obstante, parece que la UME intervino al veinte por ciento de sus efectivos en opinión de alguno de sus miembros. Es decir, la ayuda pudo adecuarse en mayor medida a lo extraordinario de la situación. Hay noticias, además, de que vehículos policiales carecían de cadenas, aparte otras deficiencias subrayadas dentro de la ayuda pública estatal, autonómica y local. Todo ello referido principalmente a Madrid, ciudad castigada de forma rigurosa, insólita, inhabitual. Probablemente dicho escenario se extendiera al resto del país.

Decía Sartre que solo la acción lleva a la verdad; por tanto, la falsedad viene escoltada por la holganza. Nuestro gobierno está surtido de este último estigma como han demostrado, entre otros, Iglesias y Ábalos. Aquel —huyendo del oficio, entregado únicamente a cierta retórica litigante, bravucona— pretende presuntamente rendir, domesticar, el CGPJ para perfilar una justicia “flexible” ante su futuro penal que despliega el horizonte inmediato. Ábalos, sin renunciar al reclamo y la embestida (con perdón), deja bloqueados miles de camiones, turismos, trenes y aeropuerto. Ya sé que no es Thor, pero tampoco Hércules redivivo. Podemos juzgarlo como un arribista que ha confirmado escasas aptitudes en su gran alternativa con Filomena. Madrid ha sufrido muchas escaseces por los atascos. Eso sí, esa terrorífica variante inglesa del Covid-19, al estar Madrid aereoconfinado, debe haberse tomado unas pequeñas vacaciones.

Corría octubre de mil novecientos sesenta y cuatro cuando me destinaron a San Juan de Torruella, ciudad pegada a los arrabales de Manresa o viceversa. Mis patrones, catalanes de pura cepa, todas las semanas escuchaban “Ustedes son formidables” que presentaba Alberto Oliveras y la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák. Fue la primera vez que tuve conciencia clara de cuánta solidaridad atesoraba el pueblo español y su procedencia específica. Presentador, música y sociedad conseguían frutos muy meritorios sin ayudas institucionales. Estos días, ya mayor, he vuelto a constatar lo mismo. No ha sido el gobierno, interesado en propaganda y fotos; tampoco las Fuerzas de Orden Público, ni la UME, Protección Civil, Cruz Roja, Sanitarios, etc., fueron sus hombres y mujeres que se han dejado la piel en calles y carreteras. Era admirable verlos con pico y pala o andando decenas de kilómetros para llegar a los hospitales. Toda una lección.

Completando ese hermoso cuadro, se vieron gestas imborrables de personas anónimas que pusieron, verbigracia, sus cuatro por cuatro, sin cobrar nada, para trasladar a personas con dificultades de movilidad por nieve y hielo. Eso, en las ciudades donde apenas se conoce nadie. Quienes vislumbren el medio rural, saben que los pueblos han dado, cien por cien, una lección de solidaridad e hidalguía. Yo, que soy de pueblo y conozco a sus gentes, sé el carácter especial, mutuo, unánime, de quien vive en ellos cuando las circunstancias lo exigen. Maistre, al menos en España, (con aquella reflexión: “Cada pueblo tiene su gobierno” dicha tal vez de forma un tanto irreflexiva) expresó una falsedad. La distancia entre el pueblo español y su gobierno es sideral, ahora, siempre y demasiadas ocasiones porque el político rompe con sus raíces éticas; la sociedad, jamás.

viernes, 8 de enero de 2021

RISA, HAZMERREÍR Y GOLFERÍA

 

La risa habilita una respuesta biológica, automática, a determinados estímulos. Pudiéramos concebirla como experiencia efímera de esa felicidad que vive de incógnito en nosotros; perseveramos para desenmascararla, pero rara vez conseguimos atenazarla sin darnos esquinazo. Cuando estamos agobiados por diversas crisis —ajenas las más a nuestros yerros e infracciones— la carcajada intempestiva, ruidosa, permite aislarnos y saborear brevemente el extravío. No nos hace inmunes al descalabro, pero garantiza una tregua breve, irreflexiva. Constituye otra quimera dulce, hostil a descomunales engañifas y frivolidades en que reincide un gobierno doblemente torpe. Primero por su inutilidad incuestionable, afrentosa, tanto a nivel interno cuanto externo. Luego porque, botarates ellos, piensan que todo el pueblo es idiota.

Hay, no obstante, construcciones lingüísticas que —con solo añadir un afijo o preposición— tergiversan los significados hasta llegar al antagonismo absoluto. De risa o el sosia de traca, acumulan quebranto intenso pese a que ambos (risa y traca), sin aditamentos, encarnan abuso, sobredosis y derroche de alborozo. Ignoro qué peripecia permite deslizarse, a la mínima, por caminos tan adversos sin renunciar a uno u otro cuando avanzamos adheridos a cualquier disyuntiva. He leído que Unidas Podemos propone nacionalizar sueldos e industrias, supongo con la intención de convertir España en el primer régimen comunista de Europa occidental. Noticia, aspiración, cuyo calificativo certero sería “de traca”. Vienen al pelo estas palabras de Mario Benedetti: “Mi destino es ridículo… esta historia no conmoverá a nadie… solo provocará risas”. De psiquiatra, pese a un Sánchez promotor, responsable, de este y parecidos excesos.

Dicho lo anterior, el acto de reír no debe considerarse únicamente un estallido menor, impulsivo, aviesamente alegre; sería injusto olvidar ciertas aplicaciones insospechadas. Hemos oído hablar de risoterapia, procesos curativos a través de la risa. Desconozco qué técnicas se utilizan, así como los resultados obtenidos. Sin embargo, parece que ciertas tensiones anímicas se minimizan o enmiendan con la visión jocosa del momento. Siempre que estremece una realidad engorrosa, alguien encuentra recursos, apenas perceptibles, integrados en el propio entorno. Al fin, cara y cruz constituyen variaciones ineludibles que precisan descubrir el instante propicio para proveer cuál de ellas enfatizamos. Llanto y euforia conviven de forma aleatoria según escenarios o conductas sin que, a la fuerza, puedan enlazarse unos y otros con plena fortuna.

Hazmerreír consiste en burla dirigida a persona o cosa, por parte de los demás. A todo fenómeno o iniciativa apodados “de risa” o “traca”, le sigue como sombra impenitente, casi obscena, el hazmerreír irreverente, bronco, vejatorio. Ensarta individuos escasos, si no huérfanos, de capacidad intelectiva y romos emocionalmente. Cuando estos individuos tocan poder, aunque aparezcan impertérritos, desprenden odio amainado por la suculenta vida que no esperaban disfrutar jamás. Stendhal expresaba: “No existe nada que odien más los mediocres que la superioridad del talento; esta es, en nuestros días, la verdadera fuente del odio”. Pese a su ínfimo umbral perceptivo, avizoran que existe una muchedumbre inmensa cuyo escarnio, tal vez por rencorosa dentera, fija obsesivamente. Creo acertar si considero mayoritaria la apostura guasona, como eslabón primero, en ciudadanos perjudicados por esta bandería y no motivo frívolo, ramplón.

El gobierno bate todos los récords de calamidad internacional. Iglesias y Sánchez (sigan este orden) me recuerdan al chiste que cuenta Jaime —amigo y compañero de fatigas en tiempos pretéritos— sobre un matrimonio a quien la edad originaba problemas de lascivia. Interrogada por una vecina, la señora responde: el doctor ha dicho que hagamos “tratamiento”. ¿Y qué significa eso?, pregunta pertinaz la vecina. Pues que él “trata” y yo “miento”. Que aquel tándem siniestro protagonizara narraciones insólitas, cuentos, era cosa sabida, pero que además consolide personajes chistosos solo es suposición. Iglesias “trata” de imponer el IMV (ingreso mínimo vital), conseguir gobiernos tripartitos en Cataluña y País Vasco, acallar los medios privados, aniquilar la monarquía, etc. Sánchez aclara para sí en una praxis enraizada: corroboro y “miento”.

Resultan exóticas y sorprendentes, no exentas de conmiseración cristiana, las dilatadas, vacuas y humeantes, apariciones televisivas del presidente. Conforman un autobombo inverosímil, fastuoso, indecente. Evocan las largas peroratas castristas o aquel “aló presidente” gestado por Chávez. Tienen en común, aparte propaganda corruptora propia de regímenes tiránicos y bananeros, ser el hazmerreír internacional. Ya lo dijo Publio Siro hace veintidós siglos: “El que se alaba a sí mismo, pronto encuentra quien se ría de él”. Motivos concurren. Han conseguido un gobierno convergente/disidente con oposición adherida. Entre otros desajustes, al menos en apariencia, protegen y hostigan la monarquía; asimismo, asienten y refutan el sistema constitucional. Además de enormes sombras, exige mucho cinismo vanagloriarse, tras ya gestiones tardías, ya ausencias censurables, de esta pandemia que ha ocasionado al menos setenta mil muertos, por ahora.

Golfería indica acción propia de un golfo; es decir, de individuo pillo, deshonesto, holgazán. Desde luego, los prebostes golfos constituyen una especie rancia, lejana, que pervive desde tiempos inmemoriales. A lo sumo, medios y redes sociales vigentes redescubren con pujanza —si previamente no han sido sobornados ni bloqueados— el verdadero propósito de quienes afirman estar en política. Imaginen un señor prominente, que no se le puede negar asistencia, dispuesto a “sablear” convecinos (aun foráneos) por manirroto y licencioso parásito. Sé que golfo, incluyendo cualquiera de sus sinónimos, entrañaría una concepción delicada, cuasi fraterna, casta. Por este motivo, y por no olvidarme de mi compromiso con las formas políticamente correctas, dejo a su recto saber y entender (el de mis amables lectores) que elijan en silencio, con discreta reserva, epítetos “proporcionados”, merecidos. Déjense llevar; aun así, se quedarán cortos.

Renuncio a enjuiciar al gobierno bicéfalo que costeamos porque hace tiempo que se califica solo sin abrigar duda alguna. Si empezamos por el arranque bastardo, articulando un grupo heterogéneo con excesiva afición al óbolo competencial y dinerario para batir a Rajoy, hemos de verificar la inexistencia en él de estadistas, hombres de Estado. Elecciones forzadas por partidos grises, mostraron hasta qué punto era imposible configurar gobierno unipartidario. Escaramuzas postelectorales nos llevaron a nuevas elecciones que fraguaron la insomne plataforma gobernante. Hoy, destroza el país bajo la ineptitud y ambición tiránica de Pedro y Pablo asidos al pedestal infame que forman independentistas, antiguos terroristas y alta burguesía vasco-catalana. Dos pícaros ineptos comparten anhelos divergentes: Pedro quiere eternizarse en La Moncloa, Pablo desea tiranizar el país. Aviesa, psicóticamente, a los ciudadanos nos convierten en producto de laboratorio. Si nadie lo remedia o rectifica, estamos inmersos en una verdadera golfería.                                                                                      

viernes, 1 de enero de 2021

DE PERSONAS Y DE SISTEMAS POLÍTICOS

 Según la acepción primera del DRAE, denominamos sistema al “conjunto de reglas o principios sobre una materia racionalmente enlazados entre sí”. Régimen (en su variante desfavorable) responde a forma de gobierno opresora a cargo de un individuo o grupo que detenta el poder. Para conseguir este último es imprescindible quebrar, romper, los lazos que homogenizan y dan consistencia al primero. Disociar los núcleos sustantivos que cimientan la sociedad se convierte en empresa previa para —una vez desaparecida toda argamasa, cualquier respuesta rotunda e indeleble— sustituir orden y justicia por tinieblas y atropello. España, ahora mismo, se encuentra en una encrucijada crítica, inquietante. Al mismo tiempo que mentiras corruptoras, tóxicas, nos acosa la pandemia lesiva, el apuro económico y un gobierno bicéfalo, asimismo cuadrúpedo. Como escribieran en el mayo francés: “No le pongas parches, la estructura está podrida”.

Advierto frenética pugna entre republicanos pomposos, postizos (probablemente linchamiento extemporáneo, inútil por el momento, de la institución monárquica), para acariciar dividendos más allá de la cómoda e infundada existencia parlamentaria. Pretenden darnos el timo del tocomocho: Establecer un régimen a cambio del sistema. De esta caterva, ¿quiénes tenían un trabajo privado o público previo? Aclaro. Los califico de republicanos pomposos, postizos, porque es imposible apodarse republicano sin ser previamente demócrata. ¿Lo son Podemos, ERC o Bildu? Deduzco que no, ya que comunismo y democracia son incompatibles mostrando también nulas convicciones democráticas quienes incumplen la ley obstinada y descaradamente. Resulta llamativo el extraordinario número de individuos que ofician aquel viejo proverbio: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Debe constituir un proceder necesario en la farsa.

Las ideologías comparten refugio dogmático con matices y variantes que escapan, en algunos casos, a lo preciso y coherente. La izquierda, verbigracia, se salta el uso discreto del lenguaje para convertirlo en auto de fe. A su vez, reniega de la dialéctica que proclama y sustenta el materialismo marxista. Hasta ahora, siempre ha pretendido armonizar discurso y argucias, sofismas, a sus objetivos retorciendo la lógica, o el sentido común, según conviniere. No discuto que otras corrientes de pensamiento, cuya finalidad sea alcanzar el poder, estén inmersas igualmente en laberínticas maniobras linderas a la simulación. Sin embargo, no hay paridad porque —al igual que en la corrupción— el poder que desea ser absoluto se descarría absolutamente. Nadie, salvo la izquierda, habla y actúa con tanta superchería, coerción e indelicadeza para luego no hacer nada.

Podemos ha iniciado una campaña montaraz contra la monarquía con el presunto plácet esquivo de Sánchez. La defensa de algo o alguien implica enfrentamiento diligente, agrio, no intervenciones tan exquisitas como enigmáticas y artificiosas. Comunistas totalitarios (nazis) e independentistas intransigentes, siembran una semilla engañosa: Juan Carlos I ha dañado la corona de forma irreversible, dicen, identificando persona e institución. Exigen, a su vez, que Felipe VI abjure de su padre. De una forma u otra, quiera o no, el rey tiene que dejar paso a la república. Sánchez, por su parte, pide “reformar” la monarquía para “adaptarla” al siglo XXI. Si tuviéramos que reclamar la desaparición de todo lo perjudicial para el país, para sus ciudadanos, primero desaparecerían los partidos políticos; en mayor medida, quienes proyectan destruir España y la democracia.

Sánchez, Iglesias e independentistas mienten, estilo y actitud habitual en todos ellos. Parecen desconocer que república y monarquía parlamentaria viene a ser lo mismo salvo algún matiz y ese papel equilibrador, permanente, a favor de la corona. Los sistemas, todo ser/ente, es objetivamente bueno o malo, aunque su esencia se vea circunstancialmente malograda por la acción sombría del hombre. República y espanto van íntimamente ligados en España. No obstante, Figueras y Salmerón (entre otros) fueron figuras meritorias en la Primera mientras Alcalá Zamora o Julián Besteiro prestigiaron la Segunda. La monarquía, si excluimos la actual, ha tenido un lastre absolutista obvio y, por tanto, nos faltan referencias rigurosas para realizar un análisis justo. Carlos III y Fernando VII son ejemplos antitéticos, extremos, de gobernanza real.

Nada ni nadie puede ser considerado absolutamente bueno o malo fuera del maniqueísmo, tan en boga, cristalizado por la izquierda política y mediática. ¿Tan perversa es la monarquía parlamentaria que Sánchez quiere reformar? ¿Tras décadas de juancarlismo, solo el emérito cometió acciones que resultaron onerosas moral y financieramente para el país? Felipe González, Aznar, Zapatero, Rajoy y Sánchez, ¿no? Creo que la corona necesita transparencia, pero mucho más —decoro incluido— esta democracia ad hoc.

Se presupone que don Juan Carlos ha atesorado de forma irregular una fortuna importante. ¿Sabremos algún día cuánto se ha derrochado a causa de nepotismo, ineptitud, o presunta “distracción”, por todos los políticos sin excepción evidente? En este caso los millones de euros no se cuentan por cientos sino por cientos de miles. No hay ningún virtuoso entre los que lanzan piedras. Ya lo insinuó Puyol: “Si se siega una rama del árbol caen las demás”. Bien sabía de qué hablaba. Conclusión, mutismo general.

Advierto con cierta amargura lo acertado de Isaac Asimov cuando dijo: “El aspecto más triste de la vida en ese momento es que la ciencia reúne el conocimiento más rápidamente que la sociedad reúne la sabiduría”. Nuestro gobierno —con una oposición dispersa, servicial, domesticada— planea, ajeno a objeciones colectivas (quizás también al choque con diversos círculos definidos), desvanecer los contornos nítidos de aquellas instituciones que cimientan el sistema democrático. Compensar favores bordeando probables prevaricaciones, emerger divergencias seculares, excluir a media España inculpando al excluido, abusar del poder inmoderadamente demoliendo su equilibrio, lleva al cesarismo trasnochado, medieval. En aquellas épocas cualquier emperador europeo tutelaba varios reinos; aquí y ahora, un reino mantiene a dos emperadores. ¿Somos o no diferentes? A lo peor, ejercemos de idiotas.

De “boquilla”, mucha democracia, solidaridad, ética, justicia, honradez y un sinfín de palabrería hueca, sugerente y corruptora. Luego se impone meter en la cárcel por confundir escrache con “hostigamiento”, colocar a los nuestros, llamar miembros de las cloacas franquistas —hay que ver el juego que da Franco— a policías que investigan presuntos horizontes judiciales de Iglesias, etc, etc. No exagero si digo que hago intentos profundos para aclarar cuantas acciones y renuncias hacen las figuras centrales del gobierno: presidente y vice, amén de doña Carmen. Me quedo con la retórica esotérica de Sánchez (otro que tal), ejemplo de fantasmagoría al uso. “El sistema de pensiones es clave en la bóveda del sistema de bienestar”. ¿Son o no básicos, incluso necios, las personas en los sistemas? Sí, pero solo alteran lo accidental, la coyuntura transitoria, nunca su esencia