Días atrás leía este
titular en ABC: “El rodillo sanchista maniata las instituciones y tensiona el
sistema”. Dicho medio, nada revolucionario ni demasiado parcial, creo que ha descubierto
la esencia del reto gubernamental más allá de palabras promocionales. Si
diseccionamos o hacemos un análisis objetivo, riguroso, del quehacer que este
gobierno viene desarrollando desde su nacimiento espurio, solo cabe calificarlo
de deficiente para ser compasivo y generoso. Creo, asimismo, en la contemporización
que arrastra el término maniatar porque “atar las manos” —significado etimológico—
queda algo corto respecto a la realidad cotidiana. Sánchez y su equipo totalizan
el ejemplo mundial de indigencia e ineptitud, precariedad insuperable por muy
atrasado que se fantasee el marco de referencia.
La situación pandémica
actual (cuyo contexto, eventualidades y pormenores esperemos conocer algún día
en toda su extensión, junto a los procesos jurídicos pertinentes) está fuera de
control. Realmente manifiesta tal estadio desde el primer momento. Silencios,
oscurantismo, recreación política, han perfilado todas las inquietudes
dinámicas del ministro, señor Illa, hoy apeado por intereses electorales. Sin
embargo, pese a una gestión grosera, lamentable, la fianza debe pagarla el
presidente en este punto donde cesarismo y obediencia ciega marcan cualquier empleo
político. Siempre, desde Guerra, rige aquel “quien se mueva no sale en la foto”.
Hoy, se ha llegado al servilismo menos digno, generador de camarillas
inamovibles, onerosas, cuyo único objetivo es vivir del erario público sin otro
horizonte laboral o facultativo. Han convertido el advenimiento político en
auténtica profesión con la venia ciudadana.
Por mucho que se
desgañiten señalando cuánto trabajan para conseguir el bienestar social, triunfa
la impostura plena, ese escaparate justificador de su aparente agitación. Nada,
en este sentido, tiene visos de certidumbre si bien considero probable alguna
excepción para no perturbar regla, ley o comentario al uso. Nuestros prebostes,
aventureros vividores, abrigan jubilarse manteniendo cargos para los que muestran
insolvencia evidente. Luego, su impresentable currículum queda diluido entre
tanta mediocridad salvándose unos a otros con apoyos infamantes. Este soporte
tan vergonzoso conforma la gobernanza actual. Suele decirse que con malos
mimbres no pueden hacerse cestos de calidad. Advirtamos tan ilustrativa reflexión
popular para recobrar pautas juiciosas cuando lleguen convocatorias o
apelaciones (siempre interesadas) al individuo, invariablemente ingenuo.
La pandemia ha servido a
Sánchez, aparte cotejar su inmanente talante falaz, para maniatar el Parlamento
y cebarse en arbitrariedades nada democráticas. Engendrando (voz con demasiadas
similitudes de engendro) una argamasa —dejo el apelativo a su libre elección—
con siglas poco recomendables para acompañar a cualquier partido de gobierno, ha
conseguido una mayoría que le llevará irremediablemente al suicidio tras dejar
España en la miseria total. Deudor del independentismo acérrimo, solidaridad
constituye un buñuelo en el espacio patrio. Quizás la abultada deuda contraída sea
excusa idónea para atacar a contrincantes políticos, verbigracia presidenta de
la Comunidad madrileña, mientras potencia agasajos rivales, disidentes, fragmentarios,
a quienes él considera fortuitos intrigantes, bien sea Núñez Feijóo, bien
Moreno Bonilla.
Maniatada la Cámara Baja,
sus insidias —con la complicidad “democrática” de Podemos, encarnada por Iglesias—
se centran en asegurarse el control del CGPJ, tal vez para flexibilizar o dejar
sobreseído (impune) el panorama judicial que presuntamente se les avecina a
ambos, sin excluir cierta avidez totalitaria. Dichos intentos chocan con la
oposición frontal de casi todas las asociaciones judiciales, sin observar ideologías,
y de Europa que repara alarmada el derrotero emprendido por un Sánchez desbocado,
recalcitrante, con personalidad “maquiavélica, narcisista y psicopática” al
decir de Rosa Díez. Me pregunto con estupor qué sociedad hemos forjado entre
todos por desidia, al margen del proyecto educativo —LOGSE— iniciado por PSOE y
seguido exultante, vano de remedios e incentivos, por un PP que ahora despliega
honesta doncellez.
La socialdemocracia,
mucho más la izquierda radical, se ha quedado sin atractivo ideológico, al
menos en el ámbito capitalista. Por este motivo —destartalado el edificio
doctrinal y económico— ha tenido que reinventar nuevos paisajes que sugestionen,
falseen esa realidad insoportable para ellos. Con ayuda singular, provechosa,
de medios alejados de su originario servicio a la sociedad, han conseguido instituir
una supremacía moral inmerecida, postiza. Desde mi punto de vista, tal
corrupción contiene excesiva toxicidad para la correcta convivencia, aunque mayoritariamente
el personal se incline por censurar la degradación material. Constituye una
tensión novedosa porque fracciona de manera casi irreversible esta sociedad, ya
bastante discorde. Me parece indecente usar el enfrentamiento civil para
satisfacer intereses electorales.
Recuerdo aquel episodio
inadvertido, por un micrófono sin cerrar, en que Zapatero se sinceraba con
Iñaki Gabilondo: “Nos conviene que haya tensión”. Es la confidencia lastimera
del estratega vencido que entrevé desastre electoral si no utiliza estratagemas
excepcionales, extravagantes. ¿Qué aliciente tiene poner ahora al descubierto la
encarnadura de un individuo que ahoga naufragios personales entre dictadores de
baja estofa? Ninguno, ni siquiera constatar el triste recuerdo dejado; mejor abandonarlo
a su suerte azarosa. Aquella superchería sirve para que Sánchez, inquilino
actual de La Moncloa, potencie el mensaje y lo lleve a confines insospechados,
casi dramáticos. Este individuo es capaz de tensar cuerda y escenarios hasta
límites extremos. Solo, alarma; asociado a Iglesias, puede esperarse de él
cualquier delirio por absurdo que se estime.
Las elecciones catalanas,
estoy convencido, serán ejemplo nauseabundo de tensión política. Nadie enseñará
su disposición poselectoral y la campaña será un pulso agresivo de todos contra
todos. Si acaso, podrá repararse en algunos matices que clarificarán conciertos
a posteriori. Pese a todo, no faltará la farsa cínica vinculada al muestrario
electoral, ignoro si con alguna originalidad. De momento, este presidente
histriónico y deslavazado, pese al autobombo, aprovecha la institución para
hacer campaña a favor de Illa contra cualquier signo ético. Desde luego “el
hábito no hace al monje” por templanza aplicada a la hora de vestir. Indultos y
cegueras formarán parte vertebral del espectáculo. Será difícil maridar dos
discursos contrarios con un único rédito. Veremos.
El pueblo debería, en
justa correspondencia, tensar relaciones con los políticos. ¿Aceptamos que prebostes
precisos reciban aguas bautismales de mozalbetes y se jubilen sin experiencia
laboral alguna? Entre la numerosa pléyade de “invitados a la mesa del señor”,
hoy menciono a Emiliano García Page que, al parecer, con diecinueve años empezó
como concejal del ayuntamiento de Toledo y (sustentado en el proceso posterior)
agotará su vida laboral conservando un cargo político.