Falsedad significa falta
de verdad o autenticidad, tanto voluntaria cuanto involuntariamente. La
cuestión radica en conceptuar verdad y precisar, de una vez por todas, si
existe desde un punto de vista ontológico. Desde luego, no es nada fácil resumir
los diferentes criterios que aportan sobre el tema distintas corrientes
filosóficas. Cualquier lego, asistido por su sentido común, admite que verdad
es una percepción subjetiva, conceptualista. Esta doctrina preconiza que verdad
no existe más allá de la abstracción individual. Si nos atenemos a nuestra experiencia,
sería ajustado suponer que rechaza, insisto desde un contexto transferido al
profano, otra conclusión contraria a la señalada. A veces, el conocimiento
empírico invalida toda conjetura que implique no ya la comprensión sino un
esfuerzo supuestamente vano, superfluo.
El hombre, desde sus
primeras elucubraciones, ha intentado encontrar respuestas a los sondeos que el
orbe, en diversas perspectivas, le brinda. Así surgieron generaciones
preocupadas por estudiar los aspectos mecánico, humano y divino del mundo. Es
probable que inicialmente olvidaran —tal vez arrinconaran— detallar la verdad
de su propio ser. Individuos tenaces, avezados observadores, sabios, dedicaron
su vida a descubrir interrogantes naturales: razón de distintos meteoros, sucesión
día/noche, sustancia y accidente. Después surge la teodicea cimentada en minuciosas
tentativas para deducir qué autenticidad tiene Dios. Al final, se incorpora el
existencialismo que prioriza toda existencia del hombre, sus angustias vitales,
sobre la esencia del mismo. Ello con el objetivo de desenmascarar dilemas que
desazonen al individuo.
Decía Paul Valéry: “Lo
que ha sido creído por todos siempre y en todas partes, tiene todas las
posibilidades de ser falso”. Cierto, porque la falsedad solo es una verdad
extemporánea, coyuntural, que Cronos termina por destapar. Lo que hoy
consideramos innegable, mañana se juzga falso, erróneo. Tanta fe desplegaba la
teoría geocéntrica que siglos después se confirmó válido el heliocentrismo; es
decir, la Tierra (planeta) tardó ese tiempo en ceder protagonismo al Sol
(estrella). Hasta la Santa Inquisición consideró a Galileo casi quinientos años
presunto hereje. Las “verdades” católicas y los fundamentos científicos han ido
siempre a la greña, de forma parecida a como ocurre con muchas “verdades”
políticas e impaciencias sociales. Recordemos las “verdades” de Pablo Manuel Iglesias
en la oposición y la continua falsedad que exhibe desde el gobierno.
“Cada pueblo tiene su
gobierno”, frase atribuida a Joseph de Maistre, pudiera tener especial
certidumbre en el siglo XIX y efectos, más o menos verosímiles, hasta hace unos
días. Grandes ocasiones o pequeñas catástrofes ayudan a confirmar, o no, qué es
verdad y qué falsedad. Iniciados los ochenta del siglo pasado, empecé a tener la
mosca tras mi oreja. El intento de golpe de Estado hizo preguntarme precisos interrogantes,
al menos, respecto a los previos. Vinieron, a posteriori, tres legislatura y
media en las que hubo de todo como en botica. Desde luego, los fastos del
ochenta y dos (Exposición de Sevilla y Olimpiadas) sirvieron, aparte, para
llenar bolsillos flacos, ociosos, voraces. El sepelio que propiciara Guerra a
Montesquieu supuso la gestación del proceso que condujo al engendro democrático
que hoy padecemos. Ningún gobierno posterior quiso realizar un tránsito corrector.
Ha tenido que llegar
Filomena, borrasca desproporcionada, abusiva, para constatar definitivamente
que Maistre no acertó en sus apreciaciones relativas al gobierno y su
extracción social. Hemos visto hasta la saciedad cómo el ejecutivo no ha estado
a la altura de las circunstancias. Ocultar el gigantesco servicio efectuado por
personal adscrito al ministerio del interior y ejército sería una afrenta
injusta, deshonesta. No obstante, parece que la UME intervino al veinte por
ciento de sus efectivos en opinión de alguno de sus miembros. Es decir, la
ayuda pudo adecuarse en mayor medida a lo extraordinario de la situación. Hay
noticias, además, de que vehículos policiales carecían de cadenas, aparte otras
deficiencias subrayadas dentro de la ayuda pública estatal, autonómica y local.
Todo ello referido principalmente a Madrid, ciudad castigada de forma rigurosa,
insólita, inhabitual. Probablemente dicho escenario se extendiera al resto del
país.
Decía Sartre que solo la
acción lleva a la verdad; por tanto, la falsedad viene escoltada por la
holganza. Nuestro gobierno está surtido de este último estigma como han
demostrado, entre otros, Iglesias y Ábalos. Aquel —huyendo del oficio, entregado
únicamente a cierta retórica litigante, bravucona— pretende presuntamente rendir,
domesticar, el CGPJ para perfilar una justicia “flexible” ante su futuro penal
que despliega el horizonte inmediato. Ábalos, sin renunciar al reclamo y la
embestida (con perdón), deja bloqueados miles de camiones, turismos, trenes y
aeropuerto. Ya sé que no es Thor, pero tampoco Hércules redivivo. Podemos
juzgarlo como un arribista que ha confirmado escasas aptitudes en su gran alternativa
con Filomena. Madrid ha sufrido muchas escaseces por los atascos. Eso sí, esa
terrorífica variante inglesa del Covid-19, al estar Madrid aereoconfinado, debe
haberse tomado unas pequeñas vacaciones.
Corría octubre de mil
novecientos sesenta y cuatro cuando me destinaron a San Juan de Torruella,
ciudad pegada a los arrabales de Manresa o viceversa. Mis patrones, catalanes
de pura cepa, todas las semanas escuchaban “Ustedes son formidables” que presentaba
Alberto Oliveras y la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák. Fue la primera vez
que tuve conciencia clara de cuánta solidaridad atesoraba el pueblo español y
su procedencia específica. Presentador, música y sociedad conseguían frutos muy
meritorios sin ayudas institucionales. Estos días, ya mayor, he vuelto a
constatar lo mismo. No ha sido el gobierno, interesado en propaganda y fotos; tampoco
las Fuerzas de Orden Público, ni la UME, Protección Civil, Cruz Roja, Sanitarios,
etc., fueron sus hombres y mujeres que se han dejado la piel en calles y
carreteras. Era admirable verlos con pico y pala o andando decenas de
kilómetros para llegar a los hospitales. Toda una lección.
Completando ese hermoso
cuadro, se vieron gestas imborrables de personas anónimas que pusieron,
verbigracia, sus cuatro por cuatro, sin cobrar nada, para trasladar a personas
con dificultades de movilidad por nieve y hielo. Eso, en las ciudades donde apenas
se conoce nadie. Quienes vislumbren el medio rural, saben que los pueblos han
dado, cien por cien, una lección de solidaridad e hidalguía. Yo, que soy de
pueblo y conozco a sus gentes, sé el carácter especial, mutuo, unánime, de
quien vive en ellos cuando las circunstancias lo exigen. Maistre, al menos en
España, (con aquella reflexión: “Cada pueblo tiene su gobierno” dicha tal vez
de forma un tanto irreflexiva) expresó una falsedad. La distancia entre el
pueblo español y su gobierno es sideral, ahora, siempre y demasiadas ocasiones
porque el político rompe con sus raíces éticas; la sociedad, jamás.
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