El epígrafe
supone, dada la particular etapa histórica que nos ha tocado vivir, un préstamo
inevitable tomado al genial Berlanga. Desconozco si por pura chiripa o a
resultas de un endiablado y certero instinto adivinatorio, el ilustre cineasta
mostró cierta eufórica propensión (quizás angustioso subconsciente) hacia la
temática carcelaria como régimen purgativo. Dos vertientes concurrían en tan
tortuosa materia que los años depuraron con experiencia vital. Calabuch
describía en el marco incomparable de Peñíscola, mediados los cincuenta del
pasado siglo, el islote de poder e intereses que conformaban los pequeños
núcleos humanos en un contexto dictatorial. La celda aquí protagonizaba el
elemento común, la plataforma, que utilizaba uno y otro (poder e individuo)
para, a través de una coacción inocente, satisfacer pequeños anhelos personales
o colectivos. Se exhibía una prisión adscrita a la vivienda familiar del
comandante de puesto, motivo tan atípico que era la brillante caricatura en
aquella España profunda; realidad falseada para hacerla digerible.
Más tarde,
iniciado el primer tercio de la Transición, cubiertos los primeros pasos
democráticos, Berlanga sufre un cambio semejante al efectuado por el Sistema.
Incluso acompasa sin esfuerzo los temores colectivos que se abren paso en un
horizonte frustrante. Inicia la década de los noventa con ese filme, actual y
precursor (tal vez premonitorio), que capta a la perfección aconteceres,
excesos. "Todos a la cárcel" más que un título constituye la crónica
grotesca, surrealista, minuciosa, de una época cuyo mejor cometido consistió en
evidenciar los derroteros que presuntos grupos adalides empezaban a apuntar. El
director valenciano aprovecha la excusa de un homenaje para reunir a políticos,
"intelectuales", cómicos y otros aventureros parásitos, en una
cárcel, convertida para la ocasión en lugar de trapicheo; estampa fiel de un
país donde charlotada y pandereta entrañan un patrón en lugar de importuno
estereotipo.
Estos
títulos, junto a otros de agradable e hilarante visión, plasman los pormenores
de sendas etapas a la manera de aquellos romanceros que sobre lienzo aviñetado,
y con ayuda de puntero, indicaban y cantaban sucesos admirables. Carecían de
plasticidad; incluso aburría la monótona cantinela del narrador, pero excitaban
la imaginación del púber. En cualquier caso, las proyecciones coetáneas
mostraron abiertamente el carácter discordante de las sociedades descritas. La
primera expresa un poder único frente al individualismo potenciado por el
propio Sistema como forma de pervivencia sin oposición sólida. La segunda
revela un poder colegiado cuyos referentes, además de la pléyade de políticos
afectos a diferentes siglas (que no ideologías ni objetivos), los forman
camarillas desconexas, a veces contrarias, como sindicalistas, financieros,
"intelectuales", "artistas", jueces, medios y aventureros
apadrinados. Al otro extremo la nada; es decir, una masa social desvertebrada,
inculta, perpleja; ocasionalmente dogmática, sectaria. Sin perfiles siempre.
Los últimos
tiempos son prolíficos en acopiamientos, apropiaciones indebidas,
financiaciones irregulares, comisiones, derroche e incumplimientos de leyes,
reglamentos u obligaciones. El pueblo yermo, abatido. La mayoritaria clase
media -sostén del Estado hasta la extenuación- ya casi exánime pide vanamente,
aunque arrecia el entusiasmo, que terminen todos (sin excepción) en la cárcel.
Motivos sobran desde su lógica (también desde la lógica democrática) pero los
posibles encausados fijan las leyes, o las interpretan, y la sabiduría popular
intuye que sólo los tontos tiran piedras a su tejado. No es el caso.
A mí, al igual que al resto, me parecería procedente
un castigo ejemplar (cárcel y restitución) para quien, al amparo de su oficio
que según ellos desprestigian los demás, atesora bienes y prerrogativas
inmerecidos. Presumo la imposibilidad de tan loable sueño reparador. Asimismo,
los hechos evidencian que, siguiendo el popular proverbio, loncha arrebatada
por el gato nunca vuelve al plato. Encima está mal visto generalizar. ¿Alguien
puede negar con argumentos contundentes que, a partir de cierta cota, todos los
políticos son igualmente indeseables?
La
atracción del Ejecutivo ha dejado escasas Instituciones sin cautivar. Son raros
los medios, paralizados por el ahogo financiero y su flaqueza, que se atrevan a
ofrecer al ciudadano (como antaño hiciera "La Codorniz") la
contingencia de mandar todos a la cárcel...de papel. De momento, dispondríamos únicamente
de esta prisión liviana para consumar una medida justa y demandada.