lunes, 25 de julio de 2011

TODOS A LA CÁRCEL


El epígrafe supone, dada la particular etapa histórica que nos ha tocado vivir, un préstamo inevitable tomado al genial Berlanga. Desconozco si por pura chiripa o a resultas de un endiablado y certero instinto adivinatorio, el ilustre cineasta mostró cierta eufórica propensión (quizás angustioso subconsciente) hacia la temática carcelaria como régimen purgativo. Dos vertientes concurrían en tan tortuosa materia que los años depuraron con experiencia vital. Calabuch describía en el marco incomparable de Peñíscola, mediados los cincuenta del pasado siglo, el islote de poder e intereses que conformaban los pequeños núcleos humanos en un contexto dictatorial. La celda aquí protagonizaba el elemento común, la plataforma, que utilizaba uno y otro (poder e individuo) para, a través de una coacción inocente, satisfacer pequeños anhelos personales o colectivos. Se exhibía una prisión adscrita a la vivienda familiar del comandante de puesto, motivo tan atípico que era la brillante caricatura en aquella España profunda; realidad falseada para hacerla digerible.

 

     Más tarde, iniciado el primer tercio de la Transición, cubiertos los primeros pasos democráticos, Berlanga sufre un cambio semejante al efectuado por el Sistema. Incluso acompasa sin esfuerzo los temores colectivos que se abren paso en un horizonte frustrante. Inicia la década de los noventa con ese filme, actual y precursor (tal vez premonitorio), que capta a la perfección aconteceres, excesos. "Todos a la cárcel" más que un título constituye la crónica grotesca, surrealista, minuciosa, de una época cuyo mejor cometido consistió en evidenciar los derroteros que presuntos grupos adalides empezaban a apuntar. El director valenciano aprovecha la excusa de un homenaje para reunir a políticos, "intelectuales", cómicos y otros aventureros parásitos, en una cárcel, convertida para la ocasión en lugar de trapicheo; estampa fiel de un país donde charlotada y pandereta entrañan un patrón en lugar de importuno estereotipo.

 

     Estos títulos, junto a otros de agradable e hilarante visión, plasman los pormenores de sendas etapas a la manera de aquellos romanceros que sobre lienzo aviñetado, y con ayuda de puntero, indicaban y cantaban sucesos admirables. Carecían de plasticidad; incluso aburría la monótona cantinela del narrador, pero excitaban la imaginación del púber. En cualquier caso, las proyecciones coetáneas mostraron abiertamente el carácter discordante de las sociedades descritas. La primera expresa un poder único frente al individualismo potenciado por el propio Sistema como forma de pervivencia sin oposición sólida. La segunda revela un poder colegiado cuyos referentes, además de la pléyade de políticos afectos a diferentes siglas (que no ideologías ni objetivos), los forman camarillas desconexas, a veces contrarias, como sindicalistas, financieros, "intelectuales", "artistas", jueces, medios y aventureros apadrinados. Al otro extremo la nada; es decir, una masa social desvertebrada, inculta, perpleja; ocasionalmente dogmática, sectaria. Sin perfiles siempre.

 

     Los últimos tiempos son prolíficos en acopiamientos, apropiaciones indebidas, financiaciones irregulares, comisiones, derroche e incumplimientos de leyes, reglamentos u obligaciones. El pueblo yermo, abatido. La mayoritaria clase media -sostén del Estado hasta la extenuación- ya casi exánime pide vanamente, aunque arrecia el entusiasmo, que terminen todos (sin excepción) en la cárcel. Motivos sobran desde su lógica (también desde la lógica democrática) pero los posibles encausados fijan las leyes, o las interpretan, y la sabiduría popular intuye que sólo los tontos tiran piedras a su tejado. No es el caso.

 

     A mí,  al igual que al resto, me parecería procedente un castigo ejemplar (cárcel y restitución) para quien, al amparo de su oficio que según ellos desprestigian los demás, atesora bienes y prerrogativas inmerecidos. Presumo la imposibilidad de tan loable sueño reparador. Asimismo, los hechos evidencian que, siguiendo el popular proverbio, loncha arrebatada por el gato nunca vuelve al plato. Encima está mal visto generalizar. ¿Alguien puede negar con argumentos contundentes que, a partir de cierta cota, todos los políticos son igualmente indeseables?

 

     La atracción del Ejecutivo ha dejado escasas Instituciones sin cautivar. Son raros los medios, paralizados por el ahogo financiero y su flaqueza, que se atrevan a ofrecer al ciudadano (como antaño hiciera "La Codorniz") la contingencia de mandar todos a la cárcel...de papel. De momento, dispondríamos únicamente de esta prisión liviana para consumar una medida justa y demandada.

 

domingo, 10 de julio de 2011

PE PUNTO Y SEGUIDO


El ladino Rubalcaba, aventajado discípulo de Maquiavelo, pretende lavar su rostro marcado por las asperezas gubernamentales en dos ejecutivos diferentes. Ambos tuvieron un final lamentable, desastroso, insólito. La contribución de nuestro personaje no estuvo protagonizada por la apatía, el desacuerdo o la deserción. Antes bien, desempeñó un papel definitivo en aquel lejano, roído por la corrupción y los GAL, y en este próximo, claro manifiesto asimismo de ruina política, económica y moral. Exhibe abultado currículum vitae como factótum a la sombra de González y a la par de Zapatero, para hacerse de nuevas e intentar (limpio, sin mácula) la catarsis urgente. Cómo estará el PSOE para ver en él al César que pasará el Rubicón, cuando sólo es (lo indica el tópico) un bombero pirómano.

 Alfredo, el candidato tornasol, utiliza en la operación cosmética un jabón denominado "Pe Punto". Supone, sin duda, aceptar (mejor aprovechar) la carga heurística del vocablo punto. Iniciada por los cibernéticos Punto com, siguen con humildad y veteranía los Puntos gramaticales, el Punto de vista, poner los Puntos sobre las íes, etc. Aunque menos sugestivos, tienen su aquel: coger un Punto (pequeña borrachera), Punto en boca, Punto muerto y, sobre todo, Punto crítico. Sin embargo, me temo que al estilo del aludido prócer le iría como anillo al dedo "Pe y Punto", según prepondera el atinado aforismo: "aunque la mona se vista de seda...".

 Particularmente creo un error morrocotudo la elección (digital pero sin discrepancias) de Rubalcaba para conformar un partido moderno, sugestivo, adecentado. Aparte el anhelo imposible de colgarse nueva credencial, deja al descubierto demasiados talones de Aquiles.  En la práctica es ilusorio salir indemne. Compromete cuantiosos flancos y esta circunstancia debe resultar lesiva no ya para sus intereses sino para los del partido y, por ende, para España. La LOGSE, su particular irrupción la tarde noche del 13 M, el papel extraño en los GAL, el caso Faisán y la corresponsabilidad en el presente caos económico, amén de minucias más o menos significativas, le merman todo crédito, le ilegitiman, para proponer programas o acciones.

Ayer, en el Palacio Municipal de Congresos de Madrid, ante la plana mayor, prensa (en gran medida domesticada) y con el vigor que imprime una multitud de conmilitones en paro, Pe Punto -escorado a la izquierda, (un derrote oportuno)- fue desgranando ideas y proyectos inverosímiles; salvo el hecho, nada probable, que lleve tres lustros tomándonos el pelo. Previa a la escenificación se dejó oír aquella llamativa frase: "sé cómo salir de la crisis y crear empleo", azote para cinco millones de ciudadanos que sufren, además, la indignidad de escuchar impúdicas ocurrencias procedentes de aventureros, algunos iletrados, satisfechos. Allí, Alfredo aleteaba un falso poder, una vana esperanza impregnada, cual Ícaro moderno, de ilusiones que pueden derretirse. Tras el pregón, exclusivo para la concurrencia presente y la feligresía fiel, queda el eslogan cuajado de cinismo, "la política hay que hacerla completamente limpia" y la nada en penumbra.

Dudo que esta treta ideológica minimice el fracaso electoral, pero agravará seguramente la estéril trayectoria partidaria emprendida por Zapatero. Nadie que sea causa del problema logra, a su vez, fundamentar la solución. El PSOE perderá, al menos, cuatro años en hallar a alguien, exento de mancha, sin contaminar, que consiga restituir credibilidad, ética y compromiso nacional, a un partido envilecido donde pululan intereses bastardos, incoherencia y falta de perspectiva política; todo ello envuelto en un método sectario propio del siglo XIX. Le auguro un largo periodo en la oposición. Es preciso para renacer y, de rebote, coadyuvar al rescate del país.

Por todo lo expuesto, Pe Punto no es un punto final, ni siquiera un punto y coma; es un punto y seguido.  

sábado, 2 de julio de 2011

SALVAS DE APLAUSOS


Frustrado mi firme propósito de presenciar al completo el debate anual sobre el Estado de la Nación (ni siquiera me retuvieron las dúplicas), plasmo en estos renglones una opinión -seguramente mutilada por tal circunstancia- que pretende ser objetiva como factor medular. El discurso del presidente, monótono, reiterativo, magnánimo, se construyó sobre tres columnas barrocas; es decir, con escasa solidez pero vitales a la hora de apuntalar reseñas con aspiraciones llamativas. Reformas, consolidación fiscal y cohesión social eran los falsos pilares que sabiamente retorcidos, entorchados, debían conseguir un efecto hipnótico, halagüeño, en el televidente poco riguroso. Siguió, terco, un itinerario repetido. Centró toda su retórica en salir indemne, exento, irresponsable, de la angustiosa situación actual. Los insensibles a cánticos de sirena, mi caso, debieron quedar insatisfechos si no asqueados. La respuesta lógica aconsejaba abandonar el hemiciclo virtual. En última instancia, apagar la tele.

Al sesteo (una putada para sus señorías, con perdón por lo de... putada), Rajoy consumió casi cuarenta minutos. Expuso un catastrófico manejo del gobierno en materia exclusivamente económica. Sin que le faltara acierto en esa visión monotemática, me pareció asistir una vez más al delirante y vano, a la par que sordo, "cada loco con su tema". Ninguna referencia que afectara al festín autonómico; lejos de someter a juicio el sistema electoral, gravoso para los partidos nacionales minoritarios, o pasar sobre ascuas (mejor ni eso) en temas fundamentales como la regeneración democrática y clausura de la indecencia generalizada. Perdió una magnífica oportunidad; mas, doctores tiene la iglesia. El resto de partidos, huido ya del debate, sospecho cumplirían lo rutinario. Los nacionalistas exaltando su cargo a la gobernabilidad de España, al tiempo que simulan fobias y egoísmos ilimitados. Izquierda Unida baila el agua. Unión Progreso y Democracia constante en su castigo certero. En fin, lo de siempre; sorbos y tragos para cegar al personal.

Podría anularse tan artero ritual de la agenda parlamentaria al menos por dos razones básicas. En primer lugar, porque su etiqueta (Estado de la Nación) no se ajusta un ápice al contenido artificioso que ambas siglas mayoritarias apetecen ciegamente. Consumen energías e ideas, parcas estas, para ganar el torneo en que han convertido ese espacio anual que debiera ofrecer un colofón solemne y eficiente. Intuyo les interesa satisfacer el absurdo prurito personal antes que dar respuesta a las inquietudes colectivas. El segundo motivo brota del anterior: si no hay diagnóstico, se descontextualizan los problemas y, por consiguiente, se diluyen las soluciones. Pura exhibición de florete dialéctico.

Los primeros espadas mostraron un discurso perimetral. Uno empeñado en proclamar el camino virtuoso que lleva transitando siete años. El otro no le reconoce acierto alguno. Se reproduce con exactitud la melodía primigenia, sin advertir ningún retoque en el escenario ni en las partituras. Nada mollar. Un intenso eco pleno de monotonía e insatisfacción cala al auditorio, día a día más incrédulo. Les falta valor, quizás aliento o fe, para volcar sus desvelos en corregir el rumbo desastroso que ha tomado España. Podemos inferir que existe un pacto tácito para soslayar algunas porfías vertebrales en la viabilidad del propio Estado. ¿Acaso no consideran imprescindibles reformar la Ley Electoral, la normativa judicial y los criterios de competencia autonómica? Nos va en ello la esencia democrática y la existencia del país.

Las resoluciones finales (su aprobación) no desvelaron nada nuevo bajo el sol. Un gobierno débil, siempre presto con el humeante plato de lentejas. Una mayoritaria oposición alejada del BOE; peor aún, de la Hacienda pública y a quien hacen ascos por temor al "terrible" contagio. Por fin, unos nacionalismos ávidos, infinitamente voraces; cuyas actitudes hacia el PP evidencian (aparte déficits democráticos) complejos soterrados, así como cierta orfandad ideológica, permutada por el pragmatismo pecuniario.

Desconozco qué dictamen mereció al amable lector el contenido del postrero debate de la legislatura. Lo reseñable en aquello que escuché, desde mi humilde apreciación, fueron las artificiales, forzadas y competidoras salvas de aplausos.