sábado, 2 de julio de 2011

SALVAS DE APLAUSOS


Frustrado mi firme propósito de presenciar al completo el debate anual sobre el Estado de la Nación (ni siquiera me retuvieron las dúplicas), plasmo en estos renglones una opinión -seguramente mutilada por tal circunstancia- que pretende ser objetiva como factor medular. El discurso del presidente, monótono, reiterativo, magnánimo, se construyó sobre tres columnas barrocas; es decir, con escasa solidez pero vitales a la hora de apuntalar reseñas con aspiraciones llamativas. Reformas, consolidación fiscal y cohesión social eran los falsos pilares que sabiamente retorcidos, entorchados, debían conseguir un efecto hipnótico, halagüeño, en el televidente poco riguroso. Siguió, terco, un itinerario repetido. Centró toda su retórica en salir indemne, exento, irresponsable, de la angustiosa situación actual. Los insensibles a cánticos de sirena, mi caso, debieron quedar insatisfechos si no asqueados. La respuesta lógica aconsejaba abandonar el hemiciclo virtual. En última instancia, apagar la tele.

Al sesteo (una putada para sus señorías, con perdón por lo de... putada), Rajoy consumió casi cuarenta minutos. Expuso un catastrófico manejo del gobierno en materia exclusivamente económica. Sin que le faltara acierto en esa visión monotemática, me pareció asistir una vez más al delirante y vano, a la par que sordo, "cada loco con su tema". Ninguna referencia que afectara al festín autonómico; lejos de someter a juicio el sistema electoral, gravoso para los partidos nacionales minoritarios, o pasar sobre ascuas (mejor ni eso) en temas fundamentales como la regeneración democrática y clausura de la indecencia generalizada. Perdió una magnífica oportunidad; mas, doctores tiene la iglesia. El resto de partidos, huido ya del debate, sospecho cumplirían lo rutinario. Los nacionalistas exaltando su cargo a la gobernabilidad de España, al tiempo que simulan fobias y egoísmos ilimitados. Izquierda Unida baila el agua. Unión Progreso y Democracia constante en su castigo certero. En fin, lo de siempre; sorbos y tragos para cegar al personal.

Podría anularse tan artero ritual de la agenda parlamentaria al menos por dos razones básicas. En primer lugar, porque su etiqueta (Estado de la Nación) no se ajusta un ápice al contenido artificioso que ambas siglas mayoritarias apetecen ciegamente. Consumen energías e ideas, parcas estas, para ganar el torneo en que han convertido ese espacio anual que debiera ofrecer un colofón solemne y eficiente. Intuyo les interesa satisfacer el absurdo prurito personal antes que dar respuesta a las inquietudes colectivas. El segundo motivo brota del anterior: si no hay diagnóstico, se descontextualizan los problemas y, por consiguiente, se diluyen las soluciones. Pura exhibición de florete dialéctico.

Los primeros espadas mostraron un discurso perimetral. Uno empeñado en proclamar el camino virtuoso que lleva transitando siete años. El otro no le reconoce acierto alguno. Se reproduce con exactitud la melodía primigenia, sin advertir ningún retoque en el escenario ni en las partituras. Nada mollar. Un intenso eco pleno de monotonía e insatisfacción cala al auditorio, día a día más incrédulo. Les falta valor, quizás aliento o fe, para volcar sus desvelos en corregir el rumbo desastroso que ha tomado España. Podemos inferir que existe un pacto tácito para soslayar algunas porfías vertebrales en la viabilidad del propio Estado. ¿Acaso no consideran imprescindibles reformar la Ley Electoral, la normativa judicial y los criterios de competencia autonómica? Nos va en ello la esencia democrática y la existencia del país.

Las resoluciones finales (su aprobación) no desvelaron nada nuevo bajo el sol. Un gobierno débil, siempre presto con el humeante plato de lentejas. Una mayoritaria oposición alejada del BOE; peor aún, de la Hacienda pública y a quien hacen ascos por temor al "terrible" contagio. Por fin, unos nacionalismos ávidos, infinitamente voraces; cuyas actitudes hacia el PP evidencian (aparte déficits democráticos) complejos soterrados, así como cierta orfandad ideológica, permutada por el pragmatismo pecuniario.

Desconozco qué dictamen mereció al amable lector el contenido del postrero debate de la legislatura. Lo reseñable en aquello que escuché, desde mi humilde apreciación, fueron las artificiales, forzadas y competidoras salvas de aplausos.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario