Enseñar consiste en
recorrer un camino arduo para conseguir seres libres. Al educador le cabe solo
el cometido de escolta, de vigía. Así los educandos podrán sortear cuantos escollos
posterguen la meta propuesta. Adoctrinar -por el contrario- implica una
planificación minuciosa al objeto de conseguir identificaciones afines a
intereses específicos. Hoy, la pureza ideológica sirve únicamente como excusa extraordinaria
a la hora de ocultar apetitos rastreros, poco escrupulosos. Lamentable error. Las
sociedades se hayan desorientadas, víctimas propiciatorias del relativismo imperante
y de la mezquindad; asimismo, de una mansedumbre fatalista. Considero
trascendental que pedagogos, e intelectuales y comunicadores íntegros, dediquen
sus esfuerzos a deslindar la paja del grano y a descubrir la ingente cantidad
de predicadores que pueblan nuestro solar.
Mi amplia experiencia
docente, me reporta el corolario de cuán difícil resulta salir indemne. Uno,
forma parte de la sociedad y siente parecidos vicios y virtudes. Separar el empleo
de ciudadano por la prerrogativa vocacional de maestro -asemejados, a veces idénticos
pese al deber de dar ejemplo que exigía el antiguo tópico- acostumbra a ser
infructuoso. Por tal motivo, resulta factible cometer la pifia; quebrar una
cuasi sagrada misión. Lo que deontológicamente se juzga canallesco es perpetrarlo
a conciencia, madurar el efecto malsano, esclavizador. Si la enseñanza, el
aprendizaje, dignifica y constituye una fuente innegable de libertad, el
adoctrinamiento induce a la opresión e infortunio seguros.
Intuyo que yo, al cabo
humano, habré cometido errores. Digo intuyo porque intenté ser objetivo e
imparcial, huyendo de mis propias limitaciones. Las doctrinas, sean religiosas
o políticas, tienen demasiadas versiones para tasarlas en un universal, para subordinarlas
a cualquier ortodoxia. Este marco induce al epílogo de que toda sugerencia
llevaría irremisiblemente a un adoctrinamiento gravoso, abrumador. Es la
fórmula perfecta que adoptamos -quiero pensar que de manera inconsciente- para impulsar
la desgracia individual. Si con personas adultas es vil, cuando se trata de
niños que abren su mente al mundo se me acaban los epítetos. Nadie posee
atribución ni crédito que le permita erigirse en dispensador de verdades
incuestionables. Son apoderados del dogma y de los dogmáticos.
Quienes protagonizan la
“evangelización” social, quienes se atribuyen esa facultad de requisar
conciencias, son los políticos. Aparte, aquellos que emplean su vida en afrontar
la muerte de otros. Contemplo solo a los primeros porque los segundos muestran
buenas intenciones pese a que, desde mi punto de vista, el alegato tenga una
estructura mistificada. Nuestros políticos, digo, reúnen material, método e inmoralidad
suficientes para seducir. El personal -incauto, bastante necio- compra una mercancía
averiada. Ignora que abrevar en sus aguas, donde flota savia de adormidera,
implica atiborrarse de atontamiento. Con todo, bebamos plácidos, animosos. Qué
otra cosa podemos hacer si nos lo ofrecen los “padres de la patria”.
¡Imbéciles!
Creo que la Historia ha
sido remisa en documentar sistemas educativos cuyo fin único fuera conseguir
hombres libres. Ahora mismo, sobran dedos de una mano para detallar qué autonomías
tienen un reglamento específico que mueva a impartir enseñanza sin más. Desde
luego, las bilingües (en conjunto) catequizan a sus alumnos justificando tan
burda sanción con el hecho de considerar la lengua vehículo identitario vertebral.
Todas integran sustantivamente en sus planes de estudio una torpe exigencia
lingüística, cuando debiera constituir contenido transversal y voluntario.
Interesa, a nacionalistas o nacionales, cuidar esa llama que vivifica su
status. Contra lo mantenido arteramente, un idioma territorial, escaso, no alienta
por sí mismo ni el conocimiento ni la cultura. Solo es un método convencional
de comunicación; bagaje insuficiente para desoír derechos y censuras.
PSOE y PP -con parecido
arbitraje- pese a sus compromisos con el pueblo español, pretenden culpar al adversario
de adoctrinador. Sin embargo, ambos deberían ser discretos y esconder la bicha.
El nivel cultural ha caído a niveles insólitos. Procuran, asimismo, que se
contrarreste con altas dosis de manejo ideológico. Educación para la ciudadanía,
junto a leyes que mantienen la nociva LOGSE con suaves matices, abandera un
tinglado perverso. Individuos juiciosos, educación y libertad constituyen un
tridente maldito que ensarta nepotismos, arbitrariedades y corrupciones. Por
este motivo desean desterrarlo del escenario político. Semejante propósito hace
ilusoria la catarsis urgente e imprescindible.
Tan peculiar coyuntura atiborra
a Podemos. Su táctica consiste en adoctrinar a la contra, poniendo al descubierto
vicios ajenos. No brindan, empero, soluciones porque carecen de ellas. Las que bosquejan
u ornamentan constituyen ilusas y risibles respuestas infantiles. A falta de
constatar virtudes -que a lo mejor no tienen- esparcen, cínicos (sin sustento
moral, probatorio), defectos que achacan a los demás como si fueran portadores
exclusivos del sacrificio, incluso de la renuncia. Chomsky asegura que la gente
sabe poco sobre estructura y función de su sociedad. Al trance lo llama el “problema
de Orwell” y lo define: “capacidad de los sistemas totalitarios para inculcar
creencias que son firmemente sostenidas y muy difundidas, aunque carecen por
completo de fundamento y a menudo contrarían francamente los hechos obvios del
mundo circundante”. Configura un poderoso mensaje para desentrañar a Podemos y
aledaños; esos que adoctrinan sin ninguna solvencia.
Cultivemos el interrogante,
no la presunción. Abramos una hostilidad definitiva entre ceguera y raciocinio.