viernes, 31 de octubre de 2014

IMPARTIR ENSEÑANZA Y ADOCTRINAR


Enseñar consiste en recorrer un camino arduo para conseguir seres libres. Al educador le cabe solo el cometido de escolta, de vigía. Así los educandos podrán sortear cuantos escollos posterguen la meta propuesta. Adoctrinar -por el contrario- implica una planificación minuciosa al objeto de conseguir identificaciones afines a intereses específicos. Hoy, la pureza ideológica sirve únicamente como excusa extraordinaria a la hora de ocultar apetitos rastreros, poco escrupulosos. Lamentable error. Las sociedades se hayan desorientadas, víctimas propiciatorias del relativismo imperante y de la mezquindad; asimismo, de una mansedumbre fatalista. Considero trascendental que pedagogos, e intelectuales y comunicadores íntegros, dediquen sus esfuerzos a deslindar la paja del grano y a descubrir la ingente cantidad de predicadores que pueblan nuestro solar.

Mi amplia experiencia docente, me reporta el corolario de cuán difícil resulta salir indemne. Uno, forma parte de la sociedad y siente parecidos vicios y virtudes. Separar el empleo de ciudadano por la prerrogativa vocacional de maestro -asemejados, a veces idénticos pese al deber de dar ejemplo que exigía el antiguo tópico- acostumbra a ser infructuoso. Por tal motivo, resulta factible cometer la pifia; quebrar una cuasi sagrada misión. Lo que deontológicamente se juzga canallesco es perpetrarlo a conciencia, madurar el efecto malsano, esclavizador. Si la enseñanza, el aprendizaje, dignifica y constituye una fuente innegable de libertad, el adoctrinamiento induce a la opresión e infortunio seguros. 

Intuyo que yo, al cabo humano, habré cometido errores. Digo intuyo porque intenté ser objetivo e imparcial, huyendo de mis propias limitaciones. Las doctrinas, sean religiosas o políticas, tienen demasiadas versiones para tasarlas en un universal, para subordinarlas a cualquier ortodoxia. Este marco induce al epílogo de que toda sugerencia llevaría irremisiblemente a un adoctrinamiento gravoso, abrumador. Es la fórmula perfecta que adoptamos -quiero pensar que de manera inconsciente- para impulsar la desgracia individual. Si con personas adultas es vil, cuando se trata de niños que abren su mente al mundo se me acaban los epítetos. Nadie posee atribución ni crédito que le permita erigirse en dispensador de verdades incuestionables. Son apoderados del dogma y de los dogmáticos.

Quienes protagonizan la “evangelización” social, quienes se atribuyen esa facultad de requisar conciencias, son los políticos. Aparte, aquellos que emplean su vida en afrontar la muerte de otros. Contemplo solo a los primeros porque los segundos muestran buenas intenciones pese a que, desde mi punto de vista, el alegato tenga una estructura mistificada. Nuestros políticos, digo, reúnen material, método e inmoralidad suficientes para seducir. El personal -incauto, bastante necio- compra una mercancía averiada. Ignora que abrevar en sus aguas, donde flota savia de adormidera, implica atiborrarse de atontamiento. Con todo, bebamos plácidos, animosos. Qué otra cosa podemos hacer si nos lo ofrecen los “padres de la patria”. ¡Imbéciles!

Creo que la Historia ha sido remisa en documentar sistemas educativos cuyo fin único fuera conseguir hombres libres. Ahora mismo, sobran dedos de una mano para detallar qué autonomías tienen un reglamento específico que mueva a impartir enseñanza sin más. Desde luego, las bilingües (en conjunto) catequizan a sus alumnos justificando tan burda sanción con el hecho de considerar la lengua vehículo identitario vertebral. Todas integran sustantivamente en sus planes de estudio una torpe exigencia lingüística, cuando debiera constituir contenido transversal y voluntario. Interesa, a nacionalistas o nacionales, cuidar esa llama que vivifica su status. Contra lo mantenido arteramente, un idioma territorial, escaso, no alienta por sí mismo ni el conocimiento ni la cultura. Solo es un método convencional de comunicación; bagaje insuficiente para desoír derechos y censuras.

PSOE y PP -con parecido arbitraje- pese a sus compromisos con el pueblo español, pretenden culpar al adversario de adoctrinador. Sin embargo, ambos deberían ser discretos y esconder la bicha. El nivel cultural ha caído a niveles insólitos. Procuran, asimismo, que se contrarreste con altas dosis de manejo ideológico. Educación para la ciudadanía, junto a leyes que mantienen la nociva LOGSE con suaves matices, abandera un tinglado perverso. Individuos juiciosos, educación y libertad constituyen un tridente maldito que ensarta nepotismos, arbitrariedades y corrupciones. Por este motivo desean desterrarlo del escenario político. Semejante propósito hace ilusoria la catarsis urgente e imprescindible.

Tan peculiar coyuntura atiborra a Podemos. Su táctica consiste en adoctrinar a la contra, poniendo al descubierto vicios ajenos. No brindan, empero, soluciones porque carecen de ellas. Las que bosquejan u ornamentan constituyen ilusas y risibles respuestas infantiles. A falta de constatar virtudes -que a lo mejor no tienen- esparcen, cínicos (sin sustento moral, probatorio), defectos que achacan a los demás como si fueran portadores exclusivos del sacrificio, incluso de la renuncia. Chomsky asegura que la gente sabe poco sobre estructura y función de su sociedad. Al trance lo llama el “problema de Orwell” y lo define: “capacidad de los sistemas totalitarios para inculcar creencias que son firmemente sostenidas y muy difundidas, aunque carecen por completo de fundamento y a menudo contrarían francamente los hechos obvios del mundo circundante”. Configura un poderoso mensaje para desentrañar a Podemos y aledaños; esos que adoctrinan sin ninguna solvencia.

Cultivemos el interrogante, no la presunción. Abramos una hostilidad definitiva entre ceguera y raciocinio.

 

viernes, 24 de octubre de 2014

ABSOLUTISMO, DEMOCRACIA Y TOTALITARISMO


Son vocablos sinónimos sin apenas matices, por mucho que quiera maquillarse su diferencia. No obstante, hay teóricos cuya empresa consiste en buscar profundos contrastes entre ellos. Apelan conscientemente a un maniqueísmo, infractor de toda lógica, cuyos adeptos exhiben enorme orfandad crítica. Es imposible que alguien, algo, pueda cristalizar solo bondad o maldad excluyéndose una a la otra. Tal percepción asidua, indiscutible, debería llevarnos al desistimiento de cualquier argumentación que coopere a sacralizar o demonizar sea cual sea el sistema de convivencia social.

Abundan los santones que acomodan su retórica al encargo de generar una determinada conciencia ciudadana. Logran, persiguiendo objetivos espurios, devociones duraderas al pervertir mentes ingenuas y desprevenidas. Alimentan una personalidad opresiva, manipuladora, algo patriarcal. Se entusiasman con esa intermediación envilecida entre poder e individuo. Son imprescindibles para configurar cualquier régimen. Realizan el trabajo molesto a las élites que luego les compensan con largueza. Serviles hacia los poderosos, manifiestan al humilde una destemplada -a la par que solemne- displicencia. Pululan por los amplios universos mediáticos y, a priori, deberían constituirse en centinelas sociales a fin de airear extralimitaciones y abusos del poder.

Especificaba que las fórmulas del epígrafe presentaban idéntico pelaje. Por tradición, se tiende a discriminarlos ante una orfandad reflexiva. Veamos. El absolutismo imperó durante siglos al cobijo de un marco religioso que mantuvo aquella sociedad oscura. Dios era la fuente del poder. El monarca -su católica majestad- lo usufructuaba, al principio, con la venia del Papa. ¡Ay! de aquel que osara poner en recelo tal escenario. Si el Papa excomulgaba al rey, sus súbditos quedaban desligados de la obediencia debida. He aquí el porqué del poder papal. Cuando el humanismo irrumpió en Europa, aquel absolutismo mohoso, destructivo, aún perduró dos siglos. La revolución burguesa inauguró el sistema democrático, al menos en el orbe católico. Inglaterra inició su democracia parlamentaria en mil seiscientos cuarenta.

Pese al esfuerzo, aquella Iglesia acabó perdiendo poco a poco un dominio absoluto apuntalado sobre la fe. Fueron instaurándose las formas de gobierno que nacieron en Grecia dos mil años antes. El poder procedía del individuo -ahora ciudadano- que lo confiaba conscientemente a una élite burguesa. El hombre corriente actuaba como mero transmisor del poder. Era dueño virtual aunque se le reconociera sujeto de soberanía. Respecto al súbdito, el ciudadano cambiaba solamente de nombre. Una concepción naciente con escasa sustancia. Cierto que el individuo es respetado e incluso, a veces, recibe un trato digno, exquisito. El status del súbdito indicaba un cuido ignominioso e inhumano. En contra, el Tercer Estado votó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Muy bonito, pero lejos de suponer un auténtico legado.

Los totalitarismos, originarios del populismo engañoso, han ocasionado millones de muertes. Surgidos en épocas de gran desarrollo cultural, trajeron el periodo más trágico de la Historia. Podemos juzgarlo de coyuntura paradójica pero incuestionable. Nazismo y marxismo fueron terribles para un mundo inmerso en una crisis económica y social. La ausencia de cordura -de convergencia, de raciocinio- provoco movimientos radicales, impíos. Aquellos aprovecharon el supuesto deshonor de un pueblo; estos, los excesos del postrero régimen absolutista en Europa. Ambos, una crisis galopante y desastrosa.

Lenin y Hitler -Hitler y Lenin- basándose en las teorías de Marx, supieron cohesionar dos sociedades extenuadas. Bajo la apariencia de democracias directas, de auténtico poder ciudadano, popular, efectivo, levantaron dos dictaduras tiránicas, intransigentes, asesinas. Cada uno en su país ocuparon un poder personal, ilimitado, incontestable. Cualquier vestigio opositor era eliminado sin miramientos. Únicamente la derrota y la muerte quebraron dos autocracias donde el hombre carecía de valor; no comportaba nada más allá de una pieza necesaria pero prescindible. Dignidad y derechos individuales, asimismo colectivos, eran pura quimera, un apunte legislativo. El poder emanaba de la masa y era detentado, sin trabas ni cesión, por una liberticida e impostora aristocracia intelectual.

Hoy tenemos la tormenta perfecta. Quiero decir unas democracias parlamentarias con sufragio universal. Hemos pasado por diversas alternativas: voto censitario, masculino, femenino, sin calificación, etc. hasta llegar al momento actual. Sin embargo, esa soberanía que recogen todas las Cartas Magnas -en lo que nos toca- queda limitada a su nuevo enunciado. El individuo carece de poder; lo sufre. ¿Creen que si tuviera poder verdadero los corruptos, ladrones y sinvergüenzas estarían libres? Pese a todo, es la forma de dominio menos agresiva. Muy diferente a sus extremos, absolutismo y totalitarismo

Poder es igual a fuerza, capacidad, energía, dominio. Imagino que no me costará trabajo convencerles de que absolutismo, democracia y totalitarismo son conceptos de una misma realidad. El poder es patrimonio de una élite que lo ostenta y lo legitima con estas palabras de parecido significado. El más objetivo puede deslindar algunos matices convencionales. Se equivoca quien vea diferencias. El hombre corriente jamás irradia poder. Cada tiempo, cada circunstancia, tiene sus disfraces para ocultar su verdadero semblante. Cebo y demagogia intentar acreditar el señuelo y la candidez valida tal empeño.

Termino con un asunto colateral. Según confirman los diarios, Pablo Iglesias, en la asamblea fundacional del partido, lanzó dos mensajes: ocupar “la centralidad del tablero político” y la advertencia de que quien pierda “deberá echarse a un lado”. En definitiva fue uno solo  porque el centralismo democrático, en un marxista, significa potenciar la disciplina consciente y el sacrificio voluntario de la libertad de todos para conseguir la eficacia. Como dijo Che Guevara: “El socialismo solo adquirirá sentido y representará la solución a los problemas creados por el capitalismo si logra resolverlos, dando soluciones a los oprimidos. En caso contrario estaría cambiando una forma de dominación por otra”. Más tiránica, añado yo. No es lo que hay, es lo que nos espera.

viernes, 17 de octubre de 2014

UNA EPIDEMIA SILENCIADA


Llevamos un tiempo en que el ébola -aquí prácticamente superado y bajo control-protagoniza tertulias, asimismo telediarios. Ante la cautela de los facultativos, han ido surgiendo “expertos” que divulgan su osadía sin pestañear. Bien es verdad el acongoje (interprete el amable lector otro vocablo menos suave, con rima asonante) de responsables políticos para quienes prudencia se traduce por ocultación. No ya reprochable a ellos sino también a subordinados, sanitarios o no. Este marco, opuesto a la inquietud generada, permite un incremento de noticias a caballo entre la tragedia y el sainete, cuando no al esperpento.

Mañana, tarde y noche nos han hostigado sin piedad, como si quisieran difundir su torpeza o satisfacer nuestra intriga siempre teñida de morbo. Así, hemos ido trasegando una bebida con alto índice adictivo. Tan infeliz tribu ovina se adormece tras pocas ingestiones. Me asombra, además, la destreza que manifiesta un selecto grupo cuando se manifiesta. Daría igual por esto que por lo contrario. Constituye la avanzadilla del progresismo competente; es decir, con motivaciones sibilinas, restringidas, concretas.

Sin embargo, pronto cumpliremos tres años de un gobierno insulso, tibio, penoso. La reforma laboral -verbigracia- lejos de crear empleo, permite sustituir trabajadores caros,  lastrados, para contratar otros más económicos. Si hubiera expansión  económica, cesaría el despido y aumentarían los contratos con independencia de la ley vigente. En cualquier caso, los salarios bajaron alrededor del doce por ciento para facilitar las exportaciones. Pese al esfuerzo, estas decayeron y la balanza comercial ha vuelto a ser deficitaria.

Los compatriotas empleados empiezan a ser pobres. Sigue bajando el consumo interno, la recaudación por IVA y no generamos riqueza ni para sufragar intereses. El déficit no disminuye y la deuda puede superar los cien puntos. Con estos datos -amén de otros similares- el cinismo del ejecutivo es inconmensurable cuando afirma que recuperamos el pulso económico. Tal escenario, terrible e inquietante epidemia, se divulga poco y en dosis imperceptibles. Esta piel de toro actual predispone a jugarse la bolsa o la vida.

Disputas, calculado peloteo, entre Mas y Rajoy conforman un ruedo rebosante de humo. Confusos espectros aparecen, de cuando en cuando, y nos recuerdan que España tiene un conflicto descomunal con Cataluña. La verdad es que España, incluyendo Cataluña, tiene un gigantesco problema con sus políticos sin excepción. Algunos comunicadores o medios reiteran que no son todos iguales. Pues que lo demuestren de forma clara para poder constatar la diferencia.

Creo que, separadamente, los catalanes tienen -además- ciertas desavenencias con sus prebostes y de ellos entre sí. Vislumbro un pacto previo para lavar diversos escamoteos de caudales públicos sin levantar demasiado tumulto. A cambio, Mas destapa una extraña afición a la yenka (ya saben; adelante, atrás) con el deseo de agradar, quizás entretener, a la masa exaltada o a políticos de alma soberanista. Un señuelo que persiguen firmes todos los perros. Pido disculpas por mi insensibilidad a cualquier bicho viviente.

Bárcenas parece asumir de forma exclusiva el ara del sacrificio, denominada hoy cabeza de turco o tonto útil. Junto a los EREs andaluces, constituye la carnaza mediática oportuna para desviar el interés popular. Así, unos y otros tañen la campana precisa a fin de orientar los sentidos -ayunos de crítica- hacia espacios concretos. Es imposible construir este sistema cleptómano, fullero, impune, sin el concurso pleno del conjunto de siglas obviando salvedad alguna; sea por acción u omisión. Ofrecen, a veces, un paripé de media intensidad cuando turnan culpas. Otros callan en defensa propia, por si las moscas. Hay tanta miseria moral, tanto hedor, que les fuerza a conducirse con discreción. Evitan salpicaduras. Rige el código mafioso, la omertá.

Ahora se han puesto de moda las tarjetas “negras” de Caja Madrid y Bankia. Debe haber un interés subterráneo de que alguno quede inhabilitado para menesteres de mayor entidad. ¿No pretenderán matar dos pájaros de un tiro? Los preferentistas, timados y zaheridos, digieren la carnaza oportuna para centrar su odio en culpables de segunda. Entre tanto van quemando jornadas, etapas y campañas electorales. Puro humo, fanfarria y fraude.

El personal -sin fe, desarbolado- en un impulso suicida busca la alternativa en peligrosas ofertas. Y es lógico. PSOE, PP, CiU y PNV han cometido desmedidos errores. Siguen empecinados y no se observa en su horizonte inmediato ningún signo de cambio. Ellos proceden como imbéciles por asfixiar la gallina de los huevos de oro. Nuestros conciudadanos exhiben una necedad enfermiza si todavía confían en su discurso. Alcanzarían el apogeo de la sandez  si se dejaran representar por aventureros, disfrazados de ética y pulcritud, que solo han demostrado bellas palabras orladas con rasgos totalitarios. Pablo Iglesias ya ha anunciado que si su proyecto no triunfa en la asamblea de este fin de semana, abandona Podemos. Analicen su actitud “claramente democrática”. Amenaza porque pretende el poder único, omnímodo.

Debemos reflexionar. El ébola vino bien a la fauna todopoderosa (sirva tal expresión) para tomarse un descanso. Durante las dos semanas que llevamos, prebostes y medios desviaron su atención de la auténtica epidemia: paro, pobreza, trapicheo, inmoralidad ética, etc. Pero esta epidemia múltiple, terrible, suele estar amordazada y estos días casi en total mutismo.

 Para terminar, una admonición. Los yerros se pagan caros y, a veces, resulta dramática su corrección. ¡Cuidado!

 

viernes, 10 de octubre de 2014

PABLO IGLESIAS VERSUS JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA


A muchos lectores pudiera extrañar la conexión que encuentro entre las personas del epígrafe. Plutarco, en sus Vidas Paralelas, examinaba encuentros y divergencias entre individuos aparentemente opuestos. Siguiendo la analogía, intento (con humildad y rigor) plantear situaciones, modos, aun objetivos, de dos seres distanciados en parte por el azar y por la época. Mi tesis consiste en minimizar antagonismos referidos a detalles triviales, vacuos, como ascendientes, conductas y sentimientos aledaños. Ajustaré lo vertebral a aspectos doctrinales, aproximados aunque con matices éticos y altruistas. Mientras uno ha de ganarse el crédito -superando la autoafirmación- a su par lo juzga la Historia, en ocasiones sometida a lecturas o fallos más o menos interesados. 

Empecemos por orden cronológico. José Antonio pertenecía a la élite de poder. Su horizonte vital estaba expedito; podía gozar de cuanto quisiera sin trabas ni límites. Abogado, escritor, inteligente, refinado, extraño a lo prosaico los honorarios no eran aliciente de su empleo. La oposición de viejos políticos e intelectuales al dictador fue el acicate para intervenir en política y -desde esa tribuna- defender la memoria de su padre, bastante vilipendiada. De verbo vehemente, espléndido, utilizaba una lirica casi ininteligible. Por tal motivo, sus juiciosas propuestas chocaron con aquella sociedad inculta, mísera y miserable. Probablemente el caciquismo configurara ese carácter incrédulo, revanchista, vengativo, de la masa. Pudo malograrse la oportunidad para regenerar una España que caminaba ciega al abismo.

Pablo Iglesias proviene de la clase media. Abogado y doctor en Ciencias Políticas, era profesor interino en la Complutense cobrando -según propio testimonio-novecientos euros. Ahora ejerce de eurodiputado con emolumentos de “casta”, pese a declaraciones de conferir parte a desconocidos, pero muy afines, qué o quiénes. Hace un año, vislumbraba parecidas dificultades que millones de jóvenes, más allá de su formación académica. Bien pertrechado para el debate político (donde juega con ventaja sobre periodistas y otros tertulianos legos en teoría social) supera a sus oponentes utilizando sin pudor técnicas heterodoxas. Tiene dotes indiscutibles para la retórica que condimenta con elevadas dosis de demagogia. Utiliza un mensaje simple, atractivo, seductor, arranque de las recientes cosechas electorales. Analizando diferentes vídeos, puede afirmarse que detesta el idealismo. El púlpito que explota tiene base material, terriblemente prosaica. Sobre su personalidad, me quedo con esta enigmática frase: “se trata de una persona oscura”.

España en el primer cuarto del siglo XX sufría parecidos políticos a los que soportamos ahora. Ortega y Gasset, alrededor de mil novecientos diecinueve, describió un paisaje afín al que describiría hoy si viviera. La alternancia pacífica entre conservadores (PP) y liberales (PSOE) encauzaba el gobierno del país. Desastre colonial a finales del XIX con duras secuelas, vanos intentos reformistas, penosos conflictos sociales, corrupción e indigencia ética, alimentaban hastíos y desorientación. La actualidad camina entre una crisis económica cuyo final se barrunta lejano, pauperación social y beligerancia institucional. Aquellos y estos escenarios son idóneos para aventuras salvadoras que individuos idealistas, o con ansias de poder, ofrecen al pueblo desprevenido y exhausto.

José Antonio quiso continuar los logros de la dictadura dándole un pavonado ideológico del que careció. Enemigo por igual del liberalismo y del marxismo, ambos dañinos para la auténtica libertad individual, se acercó al fascismo italiano cuyos éxitos económicos y sociales eran indiscutibles. Lejos de ser un maridaje avenido, tuvo momentos de cierta repulsa -cuando no divorcio- hacia algunos métodos. Parte de su pensamiento puede entenderse en las siguientes frases: “La libertad no puede vivir sin el amparo de un principio fuerte, permanente. Cuando los principios cambian con los vaivenes de la opinión, solo hay libertad para los acordes con la mayoría”. “Lo que buscamos nosotros es la conquista plena y definitiva del Estado, no para unos años sino para siempre”. “Patria, pan y justicia”. “Lo social es una aspiración interesante aun para mentalidades elementales”. “El fascismo es una revolución regeneradora, populista y ultranacionalista, base y cimiento de una comunidad nacional ordenada y entusiasta”. Tras treinta años de oprobio gubernamental, formulaba un sistema de control para subsanar extravagancias, corrupción y atropellos.

Pablo Iglesias, siguiendo una estrategia meditada, hostiga al liberalismo en sus intermediarios: La “casta” política, el BCE, la Troika, la CEOE, etc. Partidario del marxismo moderno -pero sin perder la terrible encarnadura que le dieron Lenin y Stalin- pretende en una quimera insólita acabar con las democracias europeas (la española). Él las define dictaduras regidas por la casta cuya cuantificación no supera el quince por ciento de la sociedad. Persigue sustituirlas por democracias que legitiman, son sus palabras, el ochenta y cinco por ciento de ciudadanos. Resucita la democracia popular. ¿Les suena? Expongo algunas frases textuales y rotundas que ha ido desgranando en diferentes intervenciones audiovisuales: “El poder no está en las identidades (los partidos) sino en la conciencia de pueblo”. “El mundo se mueve por cosas sencillas: la paz, el pan y la dignidad”. “Hemos nacido para ganar, no para ser comparsas”. “El poder social ha de mantener el control democrático”. “Si el PSOE no quiere que Rajoy sea presidente me tendrá que votar a mí como tal”. Mismos mensajes con vocablos ajustados a los tiempos. Son suficientes para comprender qué supone si gobernara.

Con evidentes perfiles dictatoriales ambos, las similitudes ideológicas son claras porque los extremos se tocan. Expresé en los primeros párrafos varios contrastes coyunturales, circunstanciales, entrambos. Sin embargo hay una profunda divergencia de estilo. José Antonio era un idealista que puso en juego su propia vida. Pablo Iglesias presenta, o se le vislumbra, un fondo ambicioso, arribista, y pone en juego la vida de los demás.

 

viernes, 3 de octubre de 2014

CATALUÑA PASO A PASO


Podemos asegurar -no sin agobio- que Cataluña, hoy, constituye una incertidumbre capital. Surge a poco un soterrado choque social propiciado por quienes se cubren de falso patriotismo para ocultar extravagancias y chanchullos. Las encuestas otorgan al paro y la crisis el liderazgo de preocupación ciudadana. A nuestro prójimo le aflige sobre todo el aspecto pecuniario, lo crematístico, las cosas de comer. Conforman su prioridad. Sin embargo, rascando apenas esa cutícula grosera aparece -hasta en el más mezquino- cierta zozobra cuando evalúa el cercano camino sin retorno que empieza a percibirse. La conformación del país, puesta a debate por algunos nacionalismos exaltados, empieza a presentarse cual jeroglífico inquietante. Quizás se deba no tanto al deterioro económico cuanto a la quiebra de siglos de convivencia. En ocasiones, los pueblos románticos, pasionales, sienten más un divorcio social que las probables torturas financieras.

Nadie niega que el litigio -real o potenciado por políticos irresponsables, cuando no desaprensivos- viene de lejos. La malquerencia pudo iniciarse en mil seiscientos cuarenta a resultas de los desmanes cometidos, al atravesar Cataluña, por el ejército real en su lucha contra Francia durante la Guerra de los Treinta Años. Los catalanes se sublevaron bajo el amparo del rey francés. Fue un acto de asonada soberanista. Felipe IV toleró la independencia de Portugal, pero sometió a Cataluña. Medio siglo más tarde, con motivo de la Guerra de Sucesión, eligieron el bando del Archiduque Carlos. Curiosamente, fueron vencidos por Felipe V, primer rey Borbón (si consiguieran la independencia, completando el azar, lo harían en tiempos de Felipe VI. Prodigioso, ¿no?). Sin embargo, los nacionalistas actuales pretenden legitimar su inexistente identidad nacional en una falsa guerra de la independencia y de un patriota al que homenajean cuando él probablemente no hubiera aceptado semejante servidumbre. 

Hasta septiembre de mil novecientos treinta y dos, fecha de la proclamación del Estatuto de Nuria, los catalanes vivían un espíritu nacionalista lúdico, comprensivo, sereno. Con el reconocimiento oficial (otorgado por la Segunda República) de región autónoma, sin concesiones que superaran la barrera integradora, Cataluña empezó una deriva irracional. Tanto que en mil novecientos treinta y cuatro el gobierno republicano ordenó la toma militar de una Generalidad que había promulgado el Estado Catalán. Companys y todo su ejecutivo fue detenido por el general Batet, catalán para más señas. Así terminó la aventura independentista, incluso declarándose estado de la República Federal española.

Reconocido el Estado Autonómico en la Constitución de mil novecientos setenta y ocho, Cataluña ha ido dando pasos progresivos hasta llegar a esta realidad inquietante. Si todas las autonomías superaron la equilibrada acotación competencial poniendo en grave riesgo el concierto nacional, algunas -llamadas históricas- acometen especiales desafíos a la unidad. Ante un autonomismo costoso, desequilibrador, insolidario, independentista, inviable, ninguna sigla (pese al pronunciamiento popular) se atreve a restituir excesos ni derramas económicas. Los políticos priorizan nepotismos, enchufes y sinecuras sobre el expolio fiscal del ciudadano que ha de sufragar tanto dispendio. Se comete así un verdadero fraude, un escamoteo vergonzoso, un desprecio al individuo.

Creo no equivocarme si afirmo, visto el marco que caracteriza a la política española, que nos encontramos en un momento delicado, inadmisible. El nacionalismo excluyente, disgregador, ha vencido con la cooperación reiterada de PSOE y PP. A lo largo de tres décadas, cualquier gobierno central ha ido concediendo -cediendo mejor dicho- competencias inapropiadas. Verbigracia, educación y sanidad. Unos y otros, como consecuencia de una ley electoral desigual, injusta y endeble, fueron necesitando alternativamente del apoyo nacionalista. Se pagaron onerosos peajes que ahora exhiben su rostro dramático. González y Aznar, básicamente, se opusieron al retoque de una ley que privilegia a los nacionalismos sobre los partidos nacionales. Proporcionaba un bipartidismo impune y sin lastres. Cada cual dirimía la situación según sus intereses particulares.

 A lo largo de tres décadas, digo, han alimentado un monstruo voraz, insatisfecho siempre. Millones de niños y jóvenes son, fueron, adoctrinados para odiar a España. El objetivo primigenio (ante la orfandad doctrinal del nacionalismo o su armonización en caso de divergencia ideológica) era mantener activos los graneros identitarios, comunes a liberales y marxistas. Un error de cálculo ha obligado a Convergencia y Unión, opuestos al independentismo, a liderar la manifestación arrollados por una muchedumbre ahíta de dogma. Asistimos perplejos a ciertas maniobras arriesgas porque la ponderación que interesaría al señor Mas parece inalcanzable. Al final será víctima de la marabunta y él lo sabe. En el fondo, se despliega una atmósfera de quimera extensiva a todos los colectivos: trabajadores, burgueses, empresarios y financieros.

Cataluña, no sé si por mayoría, pretende disgregarse de España. Nunca lo tuvo tan claro porque jamás la educación fue elemento tan manipulador de la conciencia social. España padecería un retroceso económico porque la división siempre debilita. No obstante, Cataluña sufriría efectos devastadores fuera de las organizaciones internacionales. Ninguna nación acogería un país con ocho millones si tuviera que abandonar otro con casi cuarenta. “La pela es la pela”. Excluyo las empresas, aborígenes y foráneas, que abandonarían la zona como domicilio social; por lo tanto IVA y puestos de trabajo los receptarían otras comunidades.

Sí, Cataluña camina paso a paso a la independencia; es decir, al caos.