martes, 4 de septiembre de 2012

RESCATE


A veces, inexplicables coyunturas que se presentan en la vida premian o castigan al hombre. Esos efectos tienen, casi siempre, una connotación lingüística porque los vocablos acarrean finos hilos interdependientes entre individuo y percepción. Los últimos tiempos nos dejaron dos que hastían y preocupan: crisis y rescate. Ambos dejan de ser conceptos frescos para convertirse en amarga vivencia. Sorprende que postreros gobiernos negaran, obcecados, el primero y este ejecutivo sosias, calcomanía, utilice semejante método (atiborrado de parecido cinismo) con el segundo.

 Se empezó tal embrollo con el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB), un rescate a la chita callando, una suerte de parche poroso para atenuar aquella grave dolencia, asimismo rechazada, que padecía la economía española. Surgió a mediados de 2009 con un importe rayano a nueve mil millones de euros, se dijo, cuyo setenta por ciento sufragaban los Presupuestos Generales; es decir, usted y yo. Pretendían restituir los despropósitos de las Cajas de Ahorro totalmente politizadas. Arbitrarios Consejos de Administración (con inconfundible perfil parlamentario y sindical), por acción u omisión, cometieron todo tipo de manoseos y excesos financieros cuando no apropiaciones legítimas o no tanto. Finalmente, el potingue empleó treinta mil millones de euros. Sin embargo, la enfermedad continúa su desarrollo.

 Sin que nadie esclarezca las razones, Estado y Banca se han hermanado en una trama siamesa. Esta compró, con capitales ajenos, deuda pública que aquel no puede devolver. El círculo, viciado y vicioso, se intenta cerrar con un rescate de cien mil millones al haber de la Banca y al debe del Estado, aunque voces cicateras afirmen lo contrario. El aval, eufemismo de débito, recae sobre un Estado cuyo cuerpo político se adereza con ambigüedad y desaliño. Luis de Guindos (en un sin vivir alarmante, casi neurálgico) tararea al BCE: “que sí, que no/ que no, que sí/ que sólo, sólo/ te quiero a ti”. Este tótum revolútum esperpéntico, violenta al individuo instruido y harto de soportar tributos extraordinarios, inexplicados, equívocos y contrahechos.

 Ahora son las autonomías, tentáculo voraz que asfixia al Estado, quienes a grito pelado piden ser rescatadas por el gobierno. Este pone a su servicio dieciocho mil millones cuando la deuda, y los recortes precisos para cumplir el objetivo de déficit autonómico, exceden los cincuenta mil. Tres de ellas (Cataluña, Valencia y Murcia) pidieron ya más de diez mil. El desfase se hace innegable. Sin embargo, la Ley de Murphy avienta a los políticos catalanes y el grano queda eclipsado por la hojarasca. Mantienen, arrogantes, que no aceptarán condición alguna por el ejecutivo nacional, pues esa cantidad se les debe merced a un supuesto exceso en la derrama impositiva; interpretación fructífera del nacionalismo catalán, sobre todo. Una falacia jamás podrá corregir la verdad, aunque se repita mil veces.

 Sospecho que al amable lector el “rescate” bancario y autonómico le parezca innecesario, oprobioso; pues su sentido común impone la enmienda. No se debiera traspasar la barrera que asegura los depósitos. Gobierno y oposición, en alternancia de funciones, muestran un desmesurado interés por las grandes fortunas a quienes van dirigidos todos los desvelos económicos. El desenlace de las Acciones Preferentes confirma tal sospecha. Me gustaría saber quién rescata a las PYMES arruinadas, a la clase media empobrecida, a seis millones de parados, a una sociedad esquilmada; en fin, al parco bienestar que se encuentra en vías de extinción.

 El marco financiero es necesario aunque mezquino, por ello desenfocamos la escena principal; esa que, en apariencia, presenta una importancia nimia siendo nuclear. Nos han implantado un chip materialista, deplorable, que nos predispone a atesorar farfolla, abalorios. Lo pecuniario se ha impuesto a lo inmaterial. Urge rescatar la ética política, la cordura, la educación y el civismo. He aquí el genuino rescate.