A veces, inexplicables
coyunturas que se presentan en la vida premian o castigan al hombre. Esos
efectos tienen, casi siempre, una connotación lingüística porque los vocablos
acarrean finos hilos interdependientes entre individuo y percepción. Los
últimos tiempos nos dejaron dos que hastían y preocupan: crisis y rescate.
Ambos dejan de ser conceptos frescos para convertirse en amarga vivencia.
Sorprende que postreros gobiernos negaran, obcecados, el primero y este
ejecutivo sosias, calcomanía, utilice semejante método (atiborrado de parecido
cinismo) con el segundo.
Se empezó tal embrollo
con el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB), un rescate a la
chita callando, una suerte de parche poroso para atenuar aquella grave dolencia,
asimismo rechazada, que padecía la economía española. Surgió a mediados de 2009
con un importe rayano a nueve mil millones de euros, se dijo, cuyo setenta por
ciento sufragaban los Presupuestos Generales; es decir, usted y yo. Pretendían
restituir los despropósitos de las Cajas de Ahorro totalmente politizadas.
Arbitrarios Consejos de Administración (con inconfundible perfil parlamentario
y sindical), por acción u omisión, cometieron todo tipo de manoseos y excesos
financieros cuando no apropiaciones legítimas o no tanto. Finalmente, el
potingue empleó treinta mil millones de euros. Sin embargo, la enfermedad continúa
su desarrollo.
Sin que nadie
esclarezca las razones, Estado y Banca se han hermanado en una trama siamesa.
Esta compró, con capitales ajenos, deuda pública que aquel no puede devolver.
El círculo, viciado y vicioso, se intenta cerrar con un rescate de cien mil
millones al haber de la Banca y al debe del Estado, aunque voces cicateras
afirmen lo contrario. El aval, eufemismo de débito, recae sobre un Estado cuyo
cuerpo político se adereza con ambigüedad y desaliño. Luis de Guindos (en un
sin vivir alarmante, casi neurálgico) tararea al BCE: “que sí, que no/ que no,
que sí/ que sólo, sólo/ te quiero a ti”. Este tótum revolútum esperpéntico, violenta
al individuo instruido y harto de soportar tributos extraordinarios,
inexplicados, equívocos y contrahechos.
Ahora son las
autonomías, tentáculo voraz que asfixia al Estado, quienes a grito pelado piden
ser rescatadas por el gobierno. Este pone a su servicio dieciocho mil millones
cuando la deuda, y los recortes precisos para cumplir el objetivo de déficit
autonómico, exceden los cincuenta mil. Tres de ellas (Cataluña, Valencia y
Murcia) pidieron ya más de diez mil. El desfase se hace innegable. Sin embargo,
la Ley de Murphy avienta a los políticos catalanes y el grano queda eclipsado
por la hojarasca. Mantienen, arrogantes, que no aceptarán condición alguna por
el ejecutivo nacional, pues esa cantidad se les debe merced a un supuesto
exceso en la derrama impositiva; interpretación fructífera del nacionalismo
catalán, sobre todo. Una falacia jamás podrá corregir la verdad, aunque se
repita mil veces.
Sospecho que al amable
lector el “rescate” bancario y autonómico le parezca innecesario, oprobioso;
pues su sentido común impone la enmienda. No se debiera traspasar la barrera
que asegura los depósitos. Gobierno y oposición, en alternancia de funciones,
muestran un desmesurado interés por las grandes fortunas a quienes van
dirigidos todos los desvelos económicos. El desenlace de las Acciones Preferentes
confirma tal sospecha. Me gustaría saber quién rescata a las PYMES arruinadas,
a la clase media empobrecida, a seis millones de parados, a una sociedad
esquilmada; en fin, al parco bienestar que se encuentra en vías de extinción.
El marco financiero es
necesario aunque mezquino, por ello desenfocamos la escena principal; esa que,
en apariencia, presenta una importancia nimia siendo nuclear. Nos han
implantado un chip materialista, deplorable, que nos predispone a atesorar
farfolla, abalorios. Lo pecuniario se ha impuesto a lo inmaterial. Urge
rescatar la ética política, la cordura, la educación y el civismo. He aquí el
genuino rescate.