viernes, 25 de diciembre de 2020

EL ALGODÓN NO ENGAÑA

 

Sería absurdo rebatir que comunicar —en términos generales— es pasar información de un ser a otro mientras se alternan las funciones específicas del proceso: emisor y receptor. Cualquier especie puede recurrir a lo que llamamos comunicación no verbal: ni hablada, ni escrita; únicamente el hombre posee capacidad para hacerlo de forma verbal. Por este motivo, palabras y grafismos conservan valor especial, supremo, cuando el mensaje cumple ciertas condiciones orgánicas. Exponer una realidad incuestionable o rubricar un compromiso ético legitima esa hegemonía que ha brindado la naturaleza al hombre. Quien corona su discurso con retórica fingida e hipócrita debilita el orden u organigrama caótico del cosmos y acredita ser moralmente (aunque parezca excesivo dentro de una lógica minuciosa) un apéndice sobrante, innecesario, estéril. 

Llevamos años en que palabras y mensajes articulan prácticas postizas, putrefactas. Cuando algo pierde su esencia, se convierte en sustancia desagradable, que ocasiona rechazo e incluso repugnancia. El lenguaje político —extiendo su alcance a gran parte de la sociedad— se ha degrado tanto que resulta ininteligible, incluso para experimentados exégetas. Prejuzgo el esfuerzo realizado por la clase gobernante, antes casta, a la hora de conseguir tanta pericia. Cito como ejemplo aclaratorio el insistente incentivo del vicepresidente respecto a la ocupación para luego denunciar el incauto intento de hacerlo en una de sus propiedades. Al menos, eso se cuenta a lo largo y ancho del país. Dicha ocupación (aunque sea en grado de candidez o tentativa) amén de preocupar a una muchedumbre mansa, dejándola espantada, origina dilemas política y jurídicamente insuperables. Así lo constata el proceder rutinario.

Los sociólogos, damnificados por este devaneo, despliegan posturas enfrentadas. Uno de ellos afirma: “Ninguna sociedad puede subsistir sobre la base de la mentira y el engaño; es decir, sobre la devaluación de la palabra”. Parecen reflexiones sensatas. Pues bien, otros al alimón sentencian: “La mentira limita conceptualmente con la gestión social del secreto, la ocultación, el silencio y sus respectivas dialécticas constitutivas”. Advierto, aparte cierto cinismo irónico o ironía cínica, un intento hábil de justificar el necesario cometido del subterfugio para minimizar campos a priori más arriesgados. Admitiría semejantes alegatos en casos precisos, cuando la verdad desnuda pudiera ocasionar graves alteraciones al statu quo nacional o internacional. El resto de lances, acasos y pretextos, divergirían del purismo democrático convirtiéndolo a medio plazo en contrapeso funesto.

Nuestros políticos no mienten por tosquedad; menos, resguardados tras el biombo de la necesidad ocasional, empírica, a que les debieran obligar secretas providencias o destinos excelsos. No llegan a tanto porque son políticos de barriada, según etiquetaba un convecino a los malos jugadores de dominó. Algunos van más lejos y merodean el arrabal. Nunca conviene alardear de conocer al prócer por muy cercano, accesible o sobrio que parezca, pues manejan la farsa, el transformismo, como nadie. Ocurre, sin embargo, que el personal prorroga su ceguera de forma voluntaria, fanática, visceral. Así llegamos a entender que encuestas fiables otorguen al PSOE ciento veinte diputados surgidos de la nada. Constituye un hecho incontestable: mentir a mansalva aquí nunca ha pagado peaje, pero poco a poco va minando ese plus de credibilidad social. Veremos.

¿Es Vox la extrema derecha terrible, acicalada con todos los instintos malignos que le atribuye la izquierda? ¿Acaso Podemos es un partido de izquierdas, sin marca extrema ni populista, y claramente democrático, según su frívolo e insistente auto apelativo? ¿Tiene fuerza política con treinta y cinco diputados para creerse sigla sustantiva? ¿PP está fuera de la Constitución como afirma algún diputado fanático de la bancada gubernamental? ¿ERC y Bildu han de seguir dando lecciones éticas y jurídico-políticas? ¿PNV y JxCat conforman partidos que cobijan a las altas burguesías vasca y catalana o son la nueva izquierda progre? ¿El sanchismo, que no PSOE, exhibe carácter, naturaleza, de partido gobernante o constituye un sosia revolucionario? ¿Cómo puede denominarse gobierno de España a quien depende para gobernar de partidos antiespañoles, calificativo que ellos mismos proclaman?

¿Alguien quiere aclararme por qué somos el único país de UE en que la pandemia queda a expensas de las Comunidades en lugar del gobierno nacional?  ¿Puede explicarse que pese a ERTEs, IMV, “multimillonarias ayudas” recientemente anunciadas a hosteleros y otras protecciones sociales, cada vez haya más colas del hambre? ¿En qué se basa Sánchez para afirmar, entre otros mensajes muy aventurados, que a principios de otoño de dos mil veintiuno toda la población española estará vacunada? ¿Qué interés muestra el gobierno en nacionalizar las empresas del Ibex? ¿Es creíble que lo hagan para evitar opas extranjeras, argumento utilizado como causa? ¿Declaramos capaz al gobierno para convencer a Europa a fin de que nos doten los ciento cincuenta mil millones prometidos? ¿A qué fondo perdido —quizás paraíso fiscal— irán a parar los setenta y cinco mil millones prometidos?

Quedan infinidad de preguntas por proponer, pero prefiero que cada cual agudice su retentiva y termine, si lo consigue, la relación. Me propongo puntualizar algunos hechos razonables, quizás surgidos de recovecos sombríos. Ignoro, es un decir, qué interés muestra Sánchez y acólitos por reformar el CGPJ cambiando la ley en vigor. También configura un misterio insondable el hecho de que Iglesias parezca presidente ante los silencios, incluyendo abandono escénico, del auténtico. Deduzco que La Moncloa es plato apetitoso, pero la lucha antagónica viene deparando desequilibrios poco dignos y nada proporcionados. Iván el Terrible II, así lo llama mi amigo Ángel, sabrá cómo tratar la altiva arrogancia, no exenta de liderato tiránico, con que se muestra Iglesias y que le ocasiona mermas importantes en sus expectativas electorales.

Si nos cargamos de fe, inocencia, mansedumbre y letargo, España va como un cohete en todas las facetas. La estabilidad política será real cuando se aprueben los presupuestos que incluyen subida fiscal “a los ricos”. El PIB mejorará a final del año. Bajaremos a lo largo de dos mil veintiuno déficit y deuda creciendo nuestra economía escalonadamente por encima de la media europea. Pandemia y sufrimiento adjunto terminarán como muy tarde al inicio del tercer trimestre. No tenemos que preocuparnos por nada, todo está bajo control. Hasta estrenaremos ley de educación, tan innecesaria como otras aprobadas para desviar la atención ciudadana porque no satisfacen demandas previas. El gobierno presenta una azulejería inmaculada, lustrosa. No obstante, pasamos el algodón para constatar la pulcritud exquisita con que nos quieren seducir. Al punto, el tejido queda mugriento, negro, asqueroso. En fin; de limpieza, nada. El algodón no engaña.  

viernes, 18 de diciembre de 2020

LA COTIZACIÓN DE LOS BANDOS

 

Días atrás pude sumergirme en el diálogo sostenido por un espía inglés que pretendía captar a otro ruso para salvar su vida. Era una escena de la película “El topo” cuyo guionista, John le Carré, falleció hace pocas fechas. El espía ruso prefirió una hipotética muerte antes que pasarse al bando enemigo. Para convencerlo, el espía inglés empleaba este argumento: “No somos tan diferentes, ambos nos dedicamos a buscar el punto débil de los sistemas de los demás”. La esencia del mensaje no se encuentra en esa determinación (heroica o estúpida) de dejarse ejecutar por un prurito ideológico, tal vez ético, sino en esa equiparación mundial de las herramientas heterodoxas, crueles, que utiliza cualquier sistema de poder para imponerse a otro. Luego, el espía inglés pensaba que morir o ceder antes que desertar era propio del fanatismo, fácil de vencer porque el fanático padece alguna duda insondable; reflexión, esta última, bastante precipitada. 

Pudiera ser interesante, avistado el primer párrafo, analizar la guerra fría y los intentos por conseguir un poder hegemónico. Sin embargo, aunque las teorías conspiranoicas reavivan hoy ambos escenarios, creo que su análisis excedería con creces mi información, competencia e interés general. Por este motivo, considero más provechoso quedarnos en la realidad cercana, española, que también tiene su intriga. Es evidente que el poder a nivel nacional, cualquier poder nativo, es ínfimo —a veces— ridículo, grotesco. Me refiero no solo al poder político, también al social y financiero. Aunque dicha aseveración esquiva polémicas desmañadas, algunos líderes patrios creen que el mundo gira en torno a su ombligo, redondo según teoría pública y publicada de Álvaro de la Iglesia cuando editó: ”Todos los ombligos son redondos”, donde realidad y absurdo se dan la mano.

Aquella observación realizada por el espía inglés sobre las misiones paralelas de los distintos tentáculos del poder, se cumple tanto en el macrocosmos como en el microcosmos político. La libertad debe su existencia, aunque parcial, a que el poder absoluto, macrocósmico, se aprecia estrictamente en disquisiciones intrincadas, casi inaccesibles, de sociólogos con pretensión esotérica. Ese reparto coyuntural, inestable, permite un análisis simple ya que podemos diseccionarlo sin previa necesidad de someterlo a ninguna práctica forense; aunque, por otra parte, la magnanimidad solo puede apreciarse viéndolo de cuerpo presente. Cada cual debe vivir (incluso penar) sojuzgado al poder, sea democrático —siempre menesteroso, perfectible— o tiránico, hasta que la sociedad aprenda, se atreva sin perderse en discusiones fratricidas e ineficaces, a exigir en él vigorosa y sosegadamente equidad, templanza, mientras condena su fraude.

Poder es un vocablo cuyo concepto presenta tal amplitud que permite paradojas incoherentes, enfrentadas, cuanto a su teorización y praxis. Desde las viejas concepciones: auctoritas, potestas e imperium —hoy ignoradas las dos primeras debido a aberraciones toleradas e ilícitas— hemos pasado al poder público que exige la convivencia apacible en un único Estado. Llamado también poder social, lo define Keith Dowding (actual politólogo australiano) como el poder legítimo que “tiene la capacidad de un actor para cambiar las estructuras de incentivos de otros actores con el fin de lograr resultados”. Este poder deseable, afín a la quimera, luce escasa pureza por darle esperanza a una existencia azarosa, arbitraria y grisácea. Gene Sharp, convencido filósofo pacifista estadounidense, aseguraba que el poder depende de los ciudadanos. Desde el punto de vista teórico, ambas concepciones esparcen ilusión que no es poco.

Es evidente que nosotros vivimos en un área de poder casi insignificante dentro del entorno internacional, pero —de un tiempo acá— con especificidades cuyas notas lo hacen turbador, demasiado parecido a la concepción violenta recogida por Elías Canetti. Imperceptiblemente nos canjean el progreso liberal, europeo, por fórmulas seductoras en su envoltura y sustancia totalitaria, mísera, opresiva. Siempre sentí cierta contestación, tal vez rechazo no exento de desprecio, por aquellos políticos que arraigan, faltos de escrúpulos, deseos asilvestrados de corromper o enajenar principios morales y especulativos del individuo. Nuestro país no tendría por qué ser diferente, pero lo es; en este apartado, desde hace siglos con grave perjuicio, al menos, en la esfera continental.

Probablemente Dowding y Sharp, entre decenas de estudiosos, hayan alcanzado una visión certera de lo que debe ser un poder legítimo, consentido, reparador. Asimismo, ilustran el método, la política, para conseguirlo con la acción unitaria del pueblo que resistiría a ser dócil, complaciente, si surgiera un lance destructivo. España, no obstante, rehúye por tradición consuetudinaria el marco idílico descrito. Nosotros fomentamos una sociedad inconexa, formada por bandos —cuando no banderías— que obstaculizan la idealización de un poder aglutinador, lícito, virtuoso. Prevalece técnicamente una democracia esperanzadora en origen, pero sin cotejo europeo, que las dos siglas principales, PP y PSOE, la han trocado cuanto menos hedionda, vacía; un ritual bufón, enfermizo, corrupto. En definitiva, pauta engañosa, rígida, cadavérica.

Estamos, digo, atrincherados en camarillas desideologizadas (al igual que las siglas respectivas) cuyo nexo asociativo es —curiosa incongruencia— fe, dogma montaraz e insociable y sectarismo acerbo. La otra trinchera queda marcada por diversos complejos y miedos que le desanima a realizar acciones contundentes. Aunque dichos atributos especifiquen con total claridad cada bando, diría que se advierten injerencias recíprocas debido al sentido transversal que domina el marco en boga de las conmociones sociales. Sin embargo, cada agrupación cotiza de forma diferente, al parecer, ajustando peajes y objetivos. Aquellos, adscritos a no sé qué ley retroactiva o túnel del tiempo, quieren borrar casi nueve décadas de Historia desdeñando cualquier actividad que les separe de su objetivo único. Topan con dos hándicaps arduos: Cronos que jamás retorna y Europa.

Estos, exquisitos y pusilánimes, actúan guiados por la misma irracionalidad demostrando que las diferencias son tan accidentales como imprecisas salvando, eso sí, matices de estilo. A la postre, cuenta si el poder siente preocupación o no por quien conforma su cimiento: la sociedad. El gobierno social-comunista —empeorando todos los precedentes, algunos deplorables, calamitosos— salta a la pídola (juego infantil algo infamante) sobre una sociedad encorvada, casi tullida. Desvergonzadamente, persigue un poder ilimitado y, a poco, revela atracción irrefrenable por el avasallamiento tiránico. La democracia, a la chita callando, necesita con urgencia una acción correctora que no se advierte ni siquiera en el partido mayoritario que lo sostiene. Preciso señalar que la alta cotización deberán pagarla los bandos infractores, causantes. 

Digna y vigorosa decisión del CGPJ por anular tanta vileza. Aliento su poder autónomo.

viernes, 11 de diciembre de 2020

POQUITOS CHISTES Y MENOS BROMAS

 

Fue la frase literal que expelió el ministro de sanidad, señor Illa, respecto a la tan traída y llevada vacuna. Tras nueve meses —chapuceros, bochornosos— de pandemia, su reproche me parece provocativo e intolerable. Enseguida se me hizo presente el dicho popular “los pájaros (no vean mala intención) tiran a las escopetas”. Cierto que el personal arrostra muchas dudas sobre su eficacia y, sobre todo, seguridad. Tanta prisa, asimismo confusión, con que se tramitan las vacunas, aun periferias, empuja a imaginarse uno víctima de cualquier alteración física o psíquica. No es para menos tras oír a expertos que la vacuna, contraria a modelos clásicos de introducir agentes poco activos para obtener una inmunidad natural, se fundamenta en alterar el ADN humano —cuya estructura es parecida a la del SARS-CoV-2, virus responsable de la pandemia— para lograr una inmunidad imprecisa; victoria extraña y poco inteligible.

Afirmo rotundamente que es la sociedad quien debe manifestar al gobierno, o sea, a Pedro Sánchez —tal vez a Iglesias— el epígrafe que corona estos párrafos. Además, sin proponérselo, el ministro de sanidad interpreta en su exhortación lo que ha de hacer (y todavía no ha hecho) este gobierno con nulo apego democrático. Dice el presidente, garabateando un etéreo y petulante “¿quién da más?”, que desde enero a marzo habrá veinte millones de españoles vacunados, completando el total cuando termine la canícula. Pese a ser experto lenguaraz, de ofrecer una pirueta innoble y torpe farsa, acumula un desvarío más tras ese escaparate ya navideño, pero sin adornos ni villancicos. A pelo, como aquella bella joven que montaba a caballo en el viejo spot de coñac.

Iglesias —vicepresidente segundo, al menos— parece hacer tentativas en el “Club de la Comedia” cuando expresa impasible el ademán: “La derecha está fuera del Estado por ser incapaz de pactar con el separatismo”. ¿Es o no un chiste buenísimo expulsar del Estado a tres partidos que representan a diez millones de españoles e inducir a que entren tres o cuatro partidos independentistas cuyos representados son dos millones escasos? Añade, con estilo parecido, que “se le está agotando la paciencia” con el CGPJ. Que diga esto el líder de una piñata con tres millones de votantes, no es chiste pequeñín, constituye un sarcasmo irrisorio. Deduzco su nulo desasosiego si advertimos la insolencia que exhibe desde las primeras castañas. Ahora, en otro rapto de soberbia quiere encarcelar al individuo, epígono del “jarabe democrático”, que le llamó “garrapata”; fisiológicamente chupador de sangre y, por tanto, afable e ingenua metáfora política.

Por necesidades del guion, Salvador Illa —ministro de sanidad y filósofo— lleva meses subido al candelero con semblante sereno, estoico, salvo una ocasión en que descompuso continente y contenido. Nueve por ahora, cual parto humano, sin que todavía haya parido algo eficaz, preciso. Camina a saltos yenkeros (adelante y atrás, como imponía La yenka de mis años mozos) sin despeinarse y sin decir verdad alguna. Si Habermas lo hubiera conocido habría sido su modelo icónico cuando dijo: ”Los filósofos no siempre sirven para algo; a veces son útiles, y a veces no lo son”. Sin embargo, pecaríamos de injustos si se le ignorara la cobertura, junto a Simón de parecido rendimiento, suministrada a Sánchez, irresponsable, nulo e inepto total. Dolores Delgado, fiscal general del Estado, otro blindaje, tiene bloqueadas, presuntamente, decenas de querellas por supuesta negligencia con las muertes ocurridas durante la pandemia.

Me sorprende, y a millones de españoles, que la minoría opositora en pleno no denuncie con firme insistencia esa permanente actitud insidiosa del gobierno. Cuando se inició la pandemia, contra los consejos de la OMS (que tampoco es moco de pavo cuanto a solvencia y credibilidad se refiere), Simón, Illa y Sánchez conformaron el pensamiento tríadico con estructura típica: inferior-medio-superior para decir y hacer lo que está presente en la memoria común, especialmente en aquella de quienes perdieron algún ser querido. Fijaron una triada de movilización política, casi revolucionaria: serenidad, confinamiento salvaje y éxito explosivo de Sánchez. “Hemos vencido al virus”, dijo ignoro si utilizando el plural lingüístico o mayestático. Luego, los registros lo tornaron a la realidad, revelaron su mentira escandalosa y se recluyó en suntuosos lugares palatinos.

Escapa al sentido común que España se deje comer el terreno por un escaso dieciséis por ciento, si sumamos a Podemos, ERC, Bildu, PNV JxCat, Más País y grupúsculos sin entidad; bien es verdad que bajo el infausto y culpable apoyo del PSOE. La falta de discurso vigoroso, incisivo, atribuible a PP y Ciudadanos, queda relevado sobradamente por uno bastado e insólito de Podemos, ERC y Bildu que proyecta marcar las reglas de juego en el ámbito nacional. Me gustaría conocer la opinión del ministro de sanidad sobre este marco inobjetable, ¿chiste o broma? ¡Vaya, vaya, con el filósofo de semblanza cínica! Desconozco —pues tengo el oráculo en ERTE— qué hará Sánchez cuando sean aprobados los Presupuestos. Sospecho, dada su naturaleza artera, que desmentirá a aquellos ministros cuya misión publicitaria les hace asegurar que “meterá en cintura” a los rebeldes. ¡Loor a La Moncloa!

Nadie cuestiona ya, ni dentro ni fuera, que este gobierno va a la deriva desde sus primeros pasos. Institucional, sanitaria, social y económicamente da bandazos dañinos reivindicando con descaro reprobable un carácter de normalidad. ¿Es normal, entre otras extravagancias inadmisibles en países de nuestro entorno, que Izquierda Unida exija a España y a la UE que reconozcan los resultados electorales en Venezuela con el prodigioso argumento de que se han cumplido todas las leyes y estándares democráticos? No en balde, Zapatero fue el político más genuino de los observadores internacionales. Señalo, al efecto, una anécdota particular como paradigma de respuesta social. Un año, en las fiestas de mi pueblo, quedamos campeones de dominó Julián (tristemente fallecido por coronavirus) bastante mal jugador y yo, relativamente bueno. Todo el mundo, sin excepción, dijo: “Si han ganado ellos, ¿cómo serán los subcampeones?”. Piensen.

Finiquita el año sometidos a un gobierno que ha hecho de la mentira regla y principio. Maldecimos el año dos mil veinte porque ha venido huérfano pleno. Sin embargo, el venidero llega cargado de incógnitas económicas, políticas y sanitarias. ¿Tragará Europa, al final, unos presupuestos delirantes e iniciará las ayudas salvadoras, sobre todo del gobierno? ¿Será Sánchez capaz de responder adecuadamente a los requerimientos que le exigirán Podemos, ERC y Bildu? ¿Qué joven va a vacunarse cuando se entere de que las vacunas conocidas en ciernes son manipulaciones inciertas sobre el ARN emisor que afecta al ADN replicador? Entre por qué no medicamentos y sí vacunas hay demasiadas preguntas. Es el ciudadano quien debiera decir a Illa, y resto de incompetentes: “Poquitos chistes y menos bromas”.

 

viernes, 4 de diciembre de 2020

LA ESPAÑA DEL CHIRIBITIL Y DE LOS MITOS

 

El epígrafe rebosa musicalidad, sugestiva estética, mientras auspicia, como paradoja, emociones que prefieren la fantasía para desterrar, sin mostrar encono, una realidad con notables probabilidades de ser siniestra. En efecto, chiribitil significa, desván, rincón o escondrijo bajo y estrecho. Es sinónimo de trastero (esa pieza que se vende acicalada con nombre propio en los garajes) cuyo destino es amontonar objetos inútiles, inservibles. Solo algún romántico, especie desaparecida, se atrevió a ver en algún rincón oscuro, abandonada y cubierta de polvo, un harpa. ¿Seremos capaces, también nosotros, sin alicientes románticos, idealistas, remover el rincón oscuro de nuestra historia reciente, inmediata, para vislumbrar un mañana más grato, menos yermo —cachivache de trastero— para sustituirlo por algo sugeridor e ilusionante? Difícil lo veo.

Que el mundo es un discurrir permanente e incierto, queda constatado por la firma y rúbrica del escepticismo más rebelde. Sin embargo, el acontecer individual —muro que los existencialistas fueron incapaces de franquear— se sustenta con ingredientes espirituales, aun materiales, vinculados a los tiempos. Mitos y ficciones son inmanentes, refugios humanos para vencer inseguridades camufladas entre sombras. Dicho marco, obligó a instaurar mitos sacros o épicos que protegieran vida y propiedades. Era su yo íntimo, medroso, convulso, trasmutado en dioses, titanes invencibles y oráculos. El individuo erigía mitos contra la desesperanza. Luego, se imponía la realidad recreando desasosiegos y frustraciones. Los mitos, en el fondo, solo reprimen la verdad.

Política y religión han sido doctrinas paralelas en cualquier aspecto vital, incluyendo dogma y violencia. Séneca decía: “La religión es algo verdadero para pobres, falso para sabios y útil para dirigentes”. Si sustituimos religión por “política” tendríamos una frase inteligente, ajustada, incuestionable. Hoy los mitos tienen un germen externo, de arrabal, llevando al sujeto temores e inquietudes sin par. Antes eran protectores de convicción, ahora —ni fu, ni fa— son entibiados (héroes legendarios, futbolistas, toreros, artistas) o aciagos (políticos). Clásicos y entibiados conforman una mitología inmortal, sobrehumana. Zeus y Artemisa, verbigracia, cohabitan con Agustina de Aragón y Manolete, aunque tengan desigual relevancia.

Al decir de Séneca, la España espiritualmente pobre hace mitos a los políticos menos solventes, asimismo más demagogos, populistas. Perdona aventurerismo, hojarasca, felonía; quizás falta de escrúpulos, de honradez. Al tiempo, consiente determinadas ruedas de molino. Se saben mitos, conocen nuestras debilidades y excretan sobre la buena fe o, peor aún, sobre la estupidez pertinaz. Colocar a los políticos en hornacinas éticas es el mayor error que pueden cometer las sociedades actuales, más si nos referimos a un país —España, sin citar ningún otro— que viene perfilando rápida y holgadamente ortodoxias totalitarias. Es evidente que mi reseña se ciñe a Europa Comunitaria. El resto, pese al espíritu globalizador, no sirve de guía dada su escasa contribución empírica.

Claude Lévi-Strauss perfecciona a Séneca cuando afirma decisivo: “Nada se parece al pensamiento mítico que la ideología política”. Ignoro por qué muchos ciudadanos señalan, en ocasiones de forma visceral, diferencias abismales entre distintas siglas, cuando —desde un cierto nivel de jerarquía, por acción u omisión— solo difieren en la mayor o menor habilidad para burlar la justicia. Pareciera hipérbole si mantengo que no hay políticos más o menos honrados, tal vez sinvergüenzas absolutos, porque todos están hechos con idéntico material. Al efecto Albert Camus expresaba: “La política y la suerte de los hombres están hechas por hombres sin ideal y sin grandeza. Los que tienen alguna grandeza dentro no hacen política”. Amén.

Desde luego, los políticos patrios carecen de grandeza (además de otras cualidades exigibles) como lo demuestra su quehacer cotidiano. Existen en ellos tres vicios que debieran castigarse con rigor y ejemplaridad. Obviando el orden de trascendencia, uno trae cola: su ambición inmoderada les apremia a estar por encima de España y de los españoles. Patraña, oquedad e ignominia —entre otras taras silenciadas— escoltan a los prebostes con ecos de oscurantismo cuasi autocrático. Completa su encarnadura una gestión manirrota, abusiva, de los bienes públicos agravada por nepotismo evidente y presunto latrocinio generalizado. La falta de sentido común y desubicación los castiga con actuaciones búmeran. Obran y hablan como si fuéramos lerdos de calle, para finalmente tener que asumir, sin reconocimiento previo, lo mismo que aquel célebre personaje de la Televisión “y el tonto soy yo”.

Aparte minucias que dejan al descubierto lamentables indigencias en la casta política, hay ejemplos de mentecatez táctica y estratégica. El mismo día en que se aprueban unos Presupuestos insolidarios y ruinosos, Vox apuñala a PP; es decir, conforman trincheras enfrentadas. Menos mal que Iglesias, Bildu y ERC, preparan el hundimiento estratégico de PNV y JxCat; o sea, quieren arrojar a la derecha burguesa, soberanista, vasca y catalana para conseguir un gobierno Frankenstein “progresista puro”. Absorber y soplar al mismo tiempo es imposible. El trío muestra una inteligencia muy deficiente: necesita mejorar. Preveo tiempos neuróticos, furtivos, inestables; tiempos de desasosiego, de alarma; por qué no, de pavor.

Repartir papeles, protagonismo, o enfatizar personajes no pule el artículo ni añade ningún aderezo indispensable. Extraigo, pese a lo dicho, una colección de “chorradas” dichas con el tono y autoridad con que cualquier Papa, imagino, hablaría ex cátedra. Así, Iglesias pomposo, como si tuviera trescientos cincuenta diputados bajo su tiranía, se atrevió a decir: “España será una república antes o después”. Claro, nada es eterno ni irreversible. ¡Qué mente tan prodigiosa! Tiempo atrás ya afirmé (y no es inevitable) que, aunque dicho personaje fuera condenado por algún delito —hoy presunto— no dimitiría de vicepresidente, ni de líder podemita. Su inventiva le llevaría a excusas surtidas, indigestas, incluyendo buscar culpables pintorescos dentro y fuera del propio escenario.

Pero si hay algo extemporáneo, farisaico e insólito, es la admonición hecha por Sánchez a Iglesias: “En el gobierno hay que trabajar con humildad”. Le hubiera faltado añadir “toma nota de mí”. Pone su particular broche (no menciono el metal porque también pudiera ser falso) con la frase final, una vez aprobados los Presupuestos: “España avanza a un futuro de progreso”. Con Podemos, Bildu, ERC y siglas mínimas (elegidas por la ley electoral) de comparsas, con individuos mitómanos y contra media España, como mínimo, vamos abocados al chiribitil económico e histórico. Más allá de embelecos, hazmerreir internacional y fraudes, ese es el auténtico porvenir que nos espera..

viernes, 27 de noviembre de 2020

UNA LEY ALUCINANTE

 

Alucinar significa ofuscar, seducir o engañar haciendo que se tome una cosa por otra. Según su acepción dos, también expresa sorprender, asombrar, deslumbrar. Si llegamos a la cuatro, padecer alucinaciones. Se ha comentado con harta frecuencia que insignes piezas del rock o del pop han surgido de sus autores tras un intenso contacto con sustancias alucinógenas. No es el caso de la Ley Celaá, ni por la génesis ni por el efecto. Es un escaparate lleno de viejos significantes y de alguna voz nueva, inclusiva, pero sin sustancia. Hay artículos que se completan añadiendo “alumnas” “técnicas” “profesoras”, etcétera, sin más trascendencia.

Quien lea su texto libre de pasiones, avistará un dejá vu desastroso, un clon evolucionado de la LOGSE, que nos arrastra en el informe PISA, año dos mil dieciocho, más allá del puesto setenta y siete en habilidad lectora. Por eso, remedando la Ley General de Villar Palasí, esta acelerada Ley —todavía nonata— recomienda leer en clase, en grupo, ante el presunto fracaso del enigmático plan logsiano de “animación lectora”. Además, reinventa (pasados treinta años) las “escuelas del currículum” inglesas invitando a la comunidad exterior a que aporte ideas aprovechables en el futuro laboral del hábitat. Toda una innovación. Sí, parchea a fondo, y sin miramiento, todas las leyes inmediatas anteriores.

Personalmente, creo que la LOMLOE verifica de lleno las acepciones una, dos y, en parte, cuatro. Me explico. Engaña porque potencia que se tome una cosa por otra, ya que mérito, excelencia y realidad, en este caso, se parecen igual que un huevo a una castaña. Desde luego, leyéndola de cabo a rabo, nadie con sentido común aventuraría que su contenido dé frutos satisfactorios. Tampoco se puede inferir en su articulado, de forma clara y rotunda, efectos favorables o desfavorables a ningún colectivo específico. Es tan difusa y quimérica que puede servir indistintamente para un roto o un descosido. Sorprender… ¡claro que sorprende! Desde el principio. Hay que tener fina inteligencia y sutil creatividad para bautizarla con el acrónimo LOMLOE (Ley Orgánica que Modifica la Ley Orgánica de Educación). Si fuera lego pensaría que están proponiendo un trabalenguas. Muy competentes, porque el fondo es huero reclamo; eso, un escaparate lleno de palabras pomposas.

La cuarta acepción se corresponde con alegatos extemporáneos, apuntando similar carga ideológica con que Celaá fundamenta este engendro. Partidos, instituciones docentes y padres —ignoro si por convencimiento o desconfianza— certifican certidumbres que, en justicia, yo no he percibido con solidez. El PP hace hincapié con la pérdida del “vehículo español en Cataluña” cuando él (junto a PSOE, o viceversa) lleva décadas tolerándolo en diferentes Comunidades bilingües. Tengo vivencias personales sobre este tema. Practiqué mi labor docente en la Comunidad Valenciana, entonces presidida por Joan Lerma, desde mil novecientos ochenta y dos. Luego, mil novecientos noventa y cinco, vino Eduardo Zaplana que, bien por complejo, ya por irresolución, agravó el horizonte lingüístico de alumnos y profesores. Su sucesor, mi paisano conquense José Luis Olivas, ni intentó siquiera corregir el rumbo en dicho aspecto. PP, ¡cuánta pataleta y qué falta de memoria!

Deduzco que esa “amenaza” de dedicar el cinco por ciento del PIB a educación pública, aunque destinen bastante a incrementar su infraestructura, no es razón suficiente para encrespar a la enseñanza concertada. Primero porque no hay ni un euro y luego porque se pretende universalizar el primer ciclo de Educación Infantil. Por tanto, queda lejos (aunque lo pretendan, como siempre) coartar la libertad de elección. Ya se sabe qué dice el refrán: “Quien tiene hambre sueña con rollos”. Además, la política en un marco capitalista —aunque haga nuevos ricos— nace de una clase burguesa y muere en el mismo contexto. Sin embargo, esta ley ha permitido a la derecha competir por la calle en un hito casi histórico. Por este motivo, con cierta socarronería, sería infundado negarle alguna eficacia. No esperemos mucho más.

Sobre Educación Especial, anuncia un “anticipo” para dentro de diez años (¿tanto espera gobernar este ejecutivo social-comunista?), momento en que los Centros contarán con recursos necesarios para asumir “eficazmente la inclusión” de alumnos con discapacidad. Este “avance” fue un fracaso definitivo cuando la LOGSE obligó a que se “integraran” alumnos con discapacidad en los Centros ordinarios. Lo que entonces llamaron integración y esta ley nueva llama inclusión, no son medidas educativas sino procesos pantalla bajo el biombo recurrente de socializar al alumno. Creo, pese a todo, que los padres de esos chicos deben estar sobre aviso, pero nunca moralmente desvencijados.

Profesionalmente, he vivido cinco leyes educativas, aparte las anteriores a mil novecientos setenta: LGE (1970), LODE (1985), LOGSE (1990), LOPEG (1995) y LOCE (2002). Esta última ni se aplicó. Aznar, según vimos, no tenía prisa por corregir las graves deficiencias tangibles en la LOGSE. Celaá ha seguido los pasos de Lampedusa: “Cambiarlo todo para que nada cambie”. La LOMLOE no es buena ni mala, sino todo lo contrario. Como mucho, y siempre en las leyes educativas socialistas, tal vez intente colectivizar las libertades individuales. Por consiguiente (frase fetiche de Felipe González, impulsor de la LOGSE) debemos estar alerta pese a que, por suerte, esto sea Europa. No obstante, el PP —coautor alternativo de leyes educativas— tampoco ha sido en ellas garante riguroso de una educación excelsa, ni supo cobijar los derechos ciudadanos. Acaso tengan PP y PSOE intereses comunes respecto a la “indecorosa educación” que indican los postreros informes PISA.

Desde que se implantó la LOGSE, en mil novecientos noventa, se han aprobado tres leyes educativas: LOCE (sin aplicarse en tiempos de Aznar), LOE (aplicada con Zapatero) y LOMCE (Ley Wert, con Rajoy), en activo hasta que sea sancionada la ley Celaá (LOMLOE, de Sánchez). Con ellas, el informe PISA ha constatado la deficiente situación educativa en España respecto a la OCDE. LOE y LOMCE son “extensiones” LOGSE e igualmente detestables. Cuando ahora distintos colectivos: políticos, profesores, padres y sindicatos, se quejan del olvido a que les ha sometido el gobierno para consensuar la ley, quiero denunciar mi esfuerzo en la elaboración del Libro Blanco —presunto germen de la LOGSE— que Solana tiró a la papelera. Esta ley fue, y es, un desastre educativo puesto de manifiesto por Cronos y, en varios informes, por los investigadores Florentino Felgueroso, María Gutiérrez y Sergi Jiménez.

El problema educativo en nuestro país no es de capitalización, infraestructura o adoctrinamiento, que también; procede de los preceptos epistemológicos basados en el constructivismo y de la escuela comprensiva. Uno, que defiende la adquisición del conocimiento a través de experiencias personales, sin esfuerzo, quiebra corajes y talentos. Otra, que impulsa pasar de curso automáticamente, acrecienta abandonos y perezas. Subsanar estas lacras, según parece, no atrae a nadie. El sistema, con estos mecanismos, invalida el concepto “educar” y extingue cualquier propósito respetable, equitativo, justo. Mientras, avanza enmarañada, ahogando salidas, una mediocridad debilitante y servil.

viernes, 20 de noviembre de 2020

UN PSOE PUTREFACTO

 

Putrefacto es sinónimo de podrido y este significa: “Dicho de una persona o de una institución. Corrompida o dominada por la inmoralidad”. Más allá del contenido semántico (de cuyo fondo pueden extraerse innumerables conclusiones vituperables, perniciosas), lo que está corrompido exhala un hedor insoportable, nauseabundo, repelente. Conforma la emisión física de cualquier sustancia que se encuentre en semejante estadio. Desde el punto de vista ético, debería causar parecido o mayor rechazo social porque su efecto obstaculiza —si no destruye— la convivencia potenciando, a la vez, el resurgir de fuerzas divergentes con objetivos oscuros pero cuajados de paradójica transparencia. La Historia incorpora personajes, momentos e instituciones putrefactos; sin embargo, creo que hoy estamos sufriendo uno de los más álgidos cuyo desenlace produce verdadera zozobra.

Estamos llegando, poco a poco, a una estimación juiciosa, asentada, plena: este PSOE es un partido putrefacto. Constituye el eco político terco, indeleble, asentado, al que ponen sordina temores patentes y cobardes tras un gesto hosco, feudal, del presidente revestido de poder compensatorio, usufructuario, falso. El pacto o acuerdo con Bildu en los Presupuestos, obliga a Vara, Page y Lambán a expresar diversas críticas sobre haber superado ciertas rayas de diferentes tonalidades cromáticas. Eso sí, con la boca pequeña no vaya a ser que el empeño los mande a la poyata (repisa de ladrillo, fría, despectiva, a donde mandaba el maestro —en mi infancia— a quienes no sabían la lección o se portaban mal), aunque empeñados en dejarse ver utilizando una gran caja de resonancia. Son los de siempre, los únicos que representan un papel rebelde, insulso y fugaz. Luego a luego, callan para volver al confortable estado gaseoso.  

La prensa (no toda), las viejas glorias (Guerra, Leguina, Corcuera, Redondo, etc.) y una mayoría social creen a pie juntillas que el PSOE —sanchismo— está podrido. Negociar con Bildu, por los Presupuestos a nivel nacional y en Navarra, eliminar el español en Cataluña como lengua vehicular, múltiples negligencias e ineptitudes respecto a la gestión pandémica y económica, inmigración descontrolada, etc. etc. son razones suficientes para asentar, sin vuelta atrás, el justo epíteto. Sánchez, aquí y ahora, con dichos contestatarios, se anuncia indignamente a sí mismo como invitado de piedra. Parece que El País recobra un encare perdido tras alguna subvención; quizás por temor a que en una economía endeble nada pueda mantenerse erguido. Las televisiones, pública y privadas, también han iniciado movimientos antigenuflexión. La sociedad, por su parte, reniega comulgar con ruedas de molino. Mientras, sus ciudadanos soportan abusos generalizados.

Antes de hablar del PSOE actual, hagamos un poco de historia. Desde mil ochocientos setenta y nueve, fecha de su fundación, el partido ha pasado varias vicisitudes poco egregias. Hasta la Primera Guerra Mundial fue un partido irrelevante para escindirse a su término entre los que siguieron la Segunda Internacional y aquellos que viraron a la Tercera, comunista. Poco después, durante la dictadura primorriverista, colaboraron con el fascismo según Mussolini: “El general Primo de Rivera es el jefe del fascismo español”. Con este arrojo y fuerza moral hoy tachan al rival de fascista. “Le dijo la sartén al cazo…”.

La primera época negra, salvo Besteiro, ocurrió en la década de los años treinta del siglo XX. Mientras duró Franco se escamoteó totalmente dejando la oposición interior al PCE. El primer y único periodo loable fue durante la secretaría general de Felipe González en que, aun con sombras, consiguió de España una nación moderna y europea. Zapatero y Sánchez (sobre todo este último) la han llevado de nuevo al estercolero histórico. No obstante, Lastra desprecia a los socialistas antañones porque denuncian el cisco insólito del gobierno actual. “Ahora nos toca a nosotros”, dice. ¡Cuán atrevida es la ignorancia!

Tenemos al frente del gobierno una caterva de aventureros indocumentados e ineptos. Cuantiosas subvenciones amigas, convertir el país en un escaparate ficticio, manosear el BOE, cooperación corrupta y corruptora de cuantiosos medios, etc., nos llevan irremisiblemente a la penuria, al agotamiento nacional. Reconozco al menos si no una falta absoluta, sí cierta debilidad democrática en cualquier sigla patria. Es incomprensible cómo un partido de gobierno que ha cubierto, no hace tanto, páginas transcendentales en la Transición se deja arrastrar por gentes extremas, independentistas, filoetarras, cuyo objetivo expreso es cargarse la Constitución del setenta y ocho sin que nadie alce la voz con firmeza. ¿Alguien cree que Sánchez, su ambición, su insustancialidad y su cohorte, puede sacar a España del caos? Imposible. Es preciso conformar un socialismo moderado, juicioso, para perfilar políticas de Estado por encima de móviles espurios. ¿No hay nadie dispuesto y capaz? ¿Hemos de esperar a que Europa nos libre de él?

Alfonso Guerra —incisivo e inteligente como siempre, aunque nunca fue santo de mi devoción— dijo: “Sánchez lidera un ejecutivo que no es natural y en el que se toman decisiones muy autoritarias”. Ni Casado hubiera puesto el dedo en la llaga con tanto acierto ni precisión, y de hacerlo le habrían soltado la jauría. El PSOE necesita con urgencia un líder contenido, sensato y que tenga claro políticas definidas, convergentes, de Estado, para vencer esta crisis general. Cuando un gobierno silencia que llegue al estrado parlamentario quien dice: “no soy español ni quiero” antes de soltar su discurso dogmático —por tanto, irracional— entramos en un bucle ignominioso, irreversible.

Hay quien afirma interesadamente que la democracia es un sistema de formas, cuando lo fundamental es la concepción que el ciudadano tiene del mismo. Si pasamos por alto tan tremendo señuelo, ¿son formas las siguientes? El delegado del gobierno en la Comunidad Valenciana ha dado órdenes a la policía de no multar a los extranjeros que infrinjan las medidas para controlar la pandemia. Otra. El gobierno ampara que los alcaldes marginen el español en los territorios bilingües. Otra. Un empresario recibe una paliza cuando quería regular un ERTE. Otra. Quieren sancionar a Perdiguero, líder de un sindicato policial, por llamar a Iglesias “el del moño”. Admitido, aceptemos las formas democráticas como materia sustantiva del sistema, pero sin epítetos, inquisidores ni garantes. Iguales para todos en cumplimiento y correspondencia.

Sí, al igual que en fechas pretéritas, el PSOE ha dejado de ser un partido de corte moderado, moderno, europeo. Si me aprietan, diré que bordea peligrosamente el pacto constitucional, si no lo amenaza. El señor Redondo, Iván, ha decidido que Sánchez, aupado a Iglesias y resto de fervientes “patriotas”, ocupe La Moncloa (al menos una década) caiga quien caiga, si antes no lo impide un pueblo ahogado en la miseria o Europa —harta de tanta farsa— empeñada en asegurar sus créditos cada vez más fallidos. Yo me cuidaría muy mucho de prestar dinero a un derrochador necio, vanidoso e irresponsable. Europa, sospecho, también.

viernes, 13 de noviembre de 2020

LA NEGLIGENCIA AGRIETA EL SISTEMA

 

Aunque es un vocablo sobradamente familiar, negligencia significa descuido, falta de cuidado o de aplicación, fallo común entre los que habitamos esta tierra agreste y, sin embargo, reverenciada. Llevamos siglos juntos, a veces desencantados, con el objetivo de hacer un país libre, sin muros auténticos ni imaginarios. Es más, traspasamos el que levantó la tosquedad para llevar nuestra forma de vida a gentes con atrasos centenarios. Que actuamos negligentemente forma parte de nuestro acervo histórico; no obstante, los hechos épicos —o no tanto— acuñan una media verdad justiciera que desagravia la otra media. Sí, somos negligentes, pero nos admiraron los romanos, expulsamos a los árabes y derrotamos a Napoleón. ¿Qué no hubiéramos hecho si, por el contrario, nuestro carácter hubiera tenido desde la génesis raíces firmemente indomables? 

Toda realidad es sustancia, pero su esencia —aquello que distingue una de otra— viene determinada por una marca paradójica, innata, asimismo intercambiable: cara y cruz, bueno y perverso, vida y muerte. Los españoles, como cualquier humano, hemos tenido luces y sombras a lo largo de nuestra historia. Quizás el pretérito se haya escrito con más luces o, al menos, con mayor resplandor, con más eco. No juzgo posible un desequilibrio a favor de las sombras, aunque hubo épocas de gran oscuridad. En cualquier caso, el pasado aciago conforma un hecho instructivo de gran magnitud porque aprendemos de los errores, casi nunca de los aciertos. La dificultad surge cuando nos confundimos de metodología y esa duda —disputa colectiva e indefectible por exceso de prejuicios— lleva a colisiones que frenan la convivencia y el desarrollo.

El gobierno actual ha batido, sin duda alguna, todos los registros conocidos sobre negligencia; también lidera una ineptitud insólita, ociosa, y, desde luego, ninguno como él ha mostrado acciones tan absolutamente antidemocráticas. No sería razonable que se me atribuyera acritud o exageración porque la realidad es terca e inobjetable. Ocultaciones y medias verdades favorecen importantes cuotas de negligencia. Si no hay dificultades que subsanar, sobra desvelo y vigilancia. ¿Desiderátum? ¿Laxitud? ¿Ambos?

Está ocurriendo con dos cuestiones fundamentales: la pandemia del covid-19 y el aprieto económico resultante. Diversos informes contrastados, por tanto de imposible enmascaramiento, cifran la segunda mitad de febrero —como fecha máxima—en que nuestro gobierno tenía conocimiento de la gravedad del coronavirus. Sin proveer material sanitario se facilitaron multitudinarias manifestaciones feministas, ambas actitudes negligentes que merecieran juzgarse factor causante en millares de defunciones. Obvio, sufrimos ocho meses de mentiras indelebles.

Negligencia e ineptitud se aúnan al examinar el tema económico. Déficit, PIB y Deuda están ocultos o maquillados. Al gasto laboral (ERTEs) y social (IMV) prometido, sobre todo a este último, le han puesto tantas trabas burocráticas que lo percibirá un porcentaje mínimo para que no se dispare el Déficit. El PIB se oculta inyectando dinero público en puestos de trabajo no productivo, reduciendo paro en apariencia, que redundará en aumento sideral de la Deuda. Esta y los Presupuestos, con gasto público expansivo por exigencia de Podemos y rehala, obligará a cancelar la ayuda europea a España y, arruinados como estamos, emergen tres soluciones: Un gobierno del PSOE —tal vez sin Sánchez, y no digamos sin Podemos— con apoyos de PP y Ciudadanos para recuperar lo denegado (probable), elecciones anticipadas (improbable) y autarquía (imposible).

Pese a la gravedad de lo dicho, el gobierno bipresidencial —en un summum inquietante— ha dado pruebas inequívocas de guiños antidemocráticos, totalitarios. Aposentar una exministra, afiliada al PSOE, como fiscal del Estado es un gesto poco democrático al entenderse pieza necesaria para manejar la judicatura. Si a este primer paso añadimos los intentos de avasallar el CGPJ, Tribunal Constitucional y Tribunal Supremo, la postura, el disfraz, se vuelve tentativa, empeño despótico. Completan o colman estas maquinaciones un Estado de Alarma, que durará seis meses, para constreñir el Parlamento y su función supervisora. Con el fin de roer e incluso finiquitar otros derechos fundamentales, se ha creado una comisión, dicen, en beneficio del ciudadano para evitarle noticias falsas. La anormalidad surge cuando es encomienda gubernamental y ella decide qué es cierto y qué falso. En el franquismo se llamaba censura, ahora lo llaman comisión de la verdad. ¡Viva el eufemismo y la farsa!

Aumenta una perceptible sensación de que no tenemos gobierno y, a lo peor, escasean las características del Estado de Derecho: Imperio de la Ley, división de poderes y legalidad de los actos de los poderes públicos, derechos y libertades fundamentales, legalidad de las actuaciones de la Administración y control judicial de las mismas. A este respecto cabe señalar el fundamento clásico de la existencia del Estado: “El Estado es la sociedad política normada judicialmente”. En otras palabras, “el Estado es el todo relacional humano organizado política y judicialmente y del cual el derecho es una parte fundamental”. Sin estos “mimbres” ni existe ni queremos Estado porque falla su cimiento: la defensa del ciudadano como individuo o como integrante social. Se impone, o está a punto, la excentricidad elitista, una extravagancia totalitaria.

Oposición y ciudadanía practican también de forma meticulosa —quizás inocente en el segundo caso— una negligencia menos ponderada pero igualmente perjudicial. Creo que, con distinta gradación, todos somos culpables del caos nacional. El ciudadano tiene un verdadero problema de disciplina racional y hábito crítico para activar operativamente su descontento. Los políticos, en cambio, deberían conformar el Estado de Derecho, básicamente los que conforman el gobierno, y no lo hacen. Insisto, en lógica reciprocidad, si el Estado me abandona mi obligación moral y política es desligarme yo de él. ¿Por qué cayeron tan rápidamente ambos sistemas republicanos en circunstancias y siglos diferentes? Aventurerismo e indignidad —observen, verbigracia, quienes van a aprobar los PGE “generosamente” remunerados— terminan por conjugar el rechazo mayoritario.

Como ejercicio (recordando mis tiempos docentes), si lo tienen a bien, les propongo tres reflexiones. Primera. Artículo 248.1 del Código Penal: “Cometen estafa los que, con ánimo de lucro, utilizaron engaño bastante para producir error en otro, induciéndolo a realizar un acto de disposición en perjuicio propio o ajeno (últimas elecciones generales). Segunda. Palabras del rey Felipe VI: “La paz exige el valor de actuar”. Tercera. Pensamiento de Martin Niemöller: “Primero vinieron a buscar a los comunistas, y yo no hablé porque no era comunista. Después vinieron por los socialistas y los sindicalistas, y yo no hablé porque no era lo uno ni lo otro. Después vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Después vinieron por mí, y para ese momento ya no quedaba nadie que pudiera hablar por mí”.  

viernes, 6 de noviembre de 2020

SÁNCHEZ SÍ ALARMA

 

He pretendido ser justo y cabal —no siempre irreprochablemente mesurado— en mis juicios sobre los políticos a fin de garantizar cierta ecuanimidad. Pero aumento la exigencia, más si cabe, con quien no es santo de mi devoción, con quien profesa maneras arrogantes, altivas, mientras provoca actitudes dictatoriales y evasión democrática. Mis lectores asiduos, asimismo amables conciudadanos, saben el desaire con que trato a todos ellos afianzando una divisoria por encima de la cual no hago excepción alguna, bien por acción, bien por omisión. Desde mi punto de vista, tal certidumbre no es una generalización ridícula sino un cotejo rutinario, proverbial. Por este motivo, he de hacer verdaderos esfuerzos para que el siguiente destello se aleje de la hipérbole, formato asiduo en él, propio y requerido. Su ego, sombra indistinta e indefinida de uno mismo, impide otra cosa; sin yo pretenderlo, probablemente se desvanezca Sánchez, su mediocre anterioridad, el individuo con fisionomía humana y surja una infausta, fatídica, visión.

Quien analiza los hechos, desde diversas perspectivas temporales, lo hace con conocimiento de ellos o por convicción. Hay quien sostiene que solo el conocimiento puede iluminar elucidaciones rigurosas, ajustadas. Mientras, los yerros rebosan el campo estéril de cualquier convicción compensatoria. Lejos de despertar polémicas tediosas, considero ineludible cuestionar las razones dadas. Por un lado, según Husserl, el conocimiento proviene de uno de los múltiples fenómenos en que se manifiesta el objeto; es, por tanto, competencia explícita de alguna faceta. Por el contrario, la convicción conforma una convergencia abstracta, general, única, entre realidad plena e intelecto. Ambos tienen parecidas probabilidades de legitimar opiniones sobre lo divino y lo humano, siempre que el proceso se asiente sobre mentes desintoxicadas, libres. Mi convicción garantiza que Sánchez es retorcido y maligno para el país.

Carezco de garantías o de informes aclaratorios para asentar consideraciones y reproches que formarán el cuerpo del artículo presente. Noticias de prensa, así como añejas y bien enhebradas convicciones, constituyen su médula inequívoca. Sánchez, por una vez y sin que sirva de precedente, no ha mucho dijo su única verdad: “Soy el único que no disimulo que lo único que importa es el poder”. De estilo literario muy mejorable, expone con claridad meridiana y grueso trazo su entraña política. Todo lo demás no puede extrañar a nadie; a mí, no desde luego. La farsa permanente, el enanismo intelectual de la masa y la pícara mediocridad de quienes lo han rodeado y rodean, permitieron alzarlo a cotas de poder impensables para él, propios y extraños. Dada mi usual rechifla, ahora atestiguo y creo —sin más pruebas ecuménicas— en los milagros.

Rajoy, dueño postizo de una mayoría estéril, fue víctima de la corrupción putativa y magnificada por manos presuntamente encalladas en el saqueo cercano o trémulas por vehementes anhelos futuros. Abrevando en el cangilón del sanchismo (el PSOE, su lustre y tradición, ya había desaparecido), Podemos, ERC, PNV, JxCat, Bildu, junto a siglas sueltas, “limpios todos de tosca corrupción urdida o embrionaria”, censuraron y vencieron a un PP con similares manchas, pero no peores gobernantes. Sánchez, ya por aquel entonces, enseñaba una patita infame, falsa, indecente, cuando pactó con partidos extremistas y antiespañoles; “solo importaba el poder”. Tales prolegómenos rubricaban un presidente sin escrúpulos que batiría todos los récords de decrepitud nacional, fomentando a su vez la arbitrariedad y el enfrentamiento social que inicio Zapatero. 

Conducir la censura mezclándose con una panda de perjuros, renegados e inmorales, asentaba el diligente itinerario presto a seguir contra todo dique ético, moral, ideológico y social. Derechos fundamentales, judicatura y libertades ciudadanas las manda a hacer puñetas, nunca mejor dicho. Todavía busco explicaciones que desentrañen cómo un individuo falaz hasta el tuétano, dilapidador, débil, inseguro (aupado siempre al vaivén), arrogantemente acomplejado, fatuo y vengativo, ha sido capaz de presidir el gobierno, aunque tenga el bochornoso vilipendio de ser el peor mentor en decenios y probablemente siglos. Pudiera pensarse que lo anterior roza el insulto, pero nada más lejos del mismo. Primero, jamás hablaría de Pedro Sánchez Pérez-Castejón porque no me importa su ser ni sus eventualidades personales; expreso mi parecer sobre el presidente, un señor público a quien pago por su gestión y cuyas acciones, por cierto, afectan a mi vida de forma inusitada; en ocasiones, de forma ilegítima. ¡Ya está bien de inclinarse ente el pedestal! 

El romancero español y los refranes populares, pese a lo dicho por mí en algunas ocasiones, muestran una sociedad, si no culta sí penetrante e inteligente. Ocurre, sin embargo, que los gerifaltes la quieren adoquín e incívica. Y lo han conseguido. Luego, cuando la masa se exalta cometiendo tropelías vandálicas, se rasgan las vestiduras, lanzan operativos de seguridad y se lavan unas manos lesivas. Estamos conociendo medidas drásticas, confinamientos individuales, cierres diurnos de locales, etc. en nuestros entornos más cercanos, pero ¿concibe alguien un país que decrete seis meses el estado de alarma? España; en silencio y con la venia de casi toda la oposición. ¿El Parlamento, la soberanía popular? Abierto solo cuando Sánchez quiera pavonearse con la claque al quite.

Alarmar es sinónimo de asustar, sobresaltar, inquietar. El ciudadano está asustado (tal vez sobresaltado o inquieto) porque, en una coyuntura de emergencia nacional a causa del Covid-19, la nación queda sin gobierno —diluido entre diecisiete voluntades— al burdo cobijo de que cada Autonomía tiene competencias sanitarias. En castellano viejo quiere decir que abomina una nueva probabilidad de procedimientos judiciales como ocurrió en la primera ola por su nefasta e interesada gestión. ¿Qué pinta, entonces, un gobierno tan abundante de ministros y asesores? Le embriaga entresacar ocupaciones espinosas, por no decir antidemocráticas, cesaristas o totalitarias, como: romper España (paso previo), dominar el CGPJ y con él la Judicatura, reinstaurar una censura contra los medios y redes sociales que se opongan al discurso oficial, inmiscuir la fiscalía general en procesos molestos al gabinete o a alguno de sus miembros, agigantar hasta límites difícilmente reversibles el problema institucional con Cataluña para aprobar los presupuestos nacionales, etc., etc.

Dejo lo sustantivo para insertar lo estrafalario. La Universidad Complutense regala a la señora de Sánchez dirigir una nueva cátedra. Todo el que sienta curiosidad sabe que, para merecer tan alta dignidad, se ha de ser doctor y conseguir méritos a través de publicaciones técnicas con prestigio internacional. Salvo error u omisión, la señora Gómez carece de cualquier requisito expuesto. ¿Recuerdan ustedes el regalo a Franco del Pazo de Meirás? Pues eso. Sobre nepotismo, y aquí incluyo a todo el ejecutivo, mejor sugiero un silencio generoso, porque si no asistiríamos a una bacanal folklórica. Quedan en el tintero las maletas de la señora Delcy Rodríguez, los premiosos intentos de descabalgar en Andalucía a Susana Díaz y otros espectáculos también muy rocambolescos.

Sánchez nos hunde social, moral económica e institucionalmente porque vive para gozar La Moncloa, pero utilizando un argumento a pari, con respecto a cualquier dictador o émulo, estoy convencido de que, si hay justicia, él y otros múltiples adláteres tendrán complicaciones. No quiero ser más preciso.

                    

viernes, 30 de octubre de 2020

HOMO HOMINI LUPUS

 

La frase inicial y completa, debida a Plauto, expresaba: “Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit” (Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro). Veinte siglos después, Thomas Hobbes —padre del Estado moderno— en su obra Leviatán vuelve a la carga con: “Homo homini lupus” (El hombre es un lobo para el hombre). Con esta reflexión, Hobbes denuncia que el hombre es violento, agresivo, y la vida un eterno combate de todos contra todos. Una comunidad pacífica, desde su visión socio-filosófica, solo puede cuajar a través de un soberano autoritario para someter lo que él llama “condición natural de la humanidad”. Con aparente contradicción, defiende asimismo derechos individuales (liberalismo) e igualdad plena de las personas. También el carácter convencional del Estado.

A lo largo del siglo XVIII y posteriores, inducidos por ese movimiento intelectual denominado Ilustración, surgieron figuras que completaron los conceptos de Hobbes. John Locke y su segundo “Tratado sobre el Gobierno Civil” introduce la idea de que la sociedad política o civil debe basarse en los derechos naturales y el contrato social. Años después, Jean Jacques Rousseau expuso la concreción de dicho contrato. Darwin contribuyó científicamente a las tesis hobbianas sobre la naturaleza humana formulando la teoría de la Selección Natural. Montesquieu, en su “El Espíritu de las Leyes”, cimienta el Estado democrático con la división e independencia de los tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. Únicamente a través de él puede llegarse a una sociedad capaz de convivir armónicamente anulando el carácter agresivo del individuo.

Me sorprende aquella referencia a la monarquía absolutista, tiránica, citada por Hobbes para “doblegar” el instinto lobuno del hombre. Y lo hago por dos razones. Porque él mismo define libertad como esencia de la especie y sostiene, sin dudarlo, que todas las personas son iguales. Todavía me extrañan más algunas especulaciones vertidas por Ortega en su “España invertebrada” donde persevera que para evitar la descomposición nacional se requiere una fuerza elitista, aristocrática. Al igual que el primero, Ortega no solo rechaza las tiranías, sino que su asiento político se sitúa en la defensa del ciudadano y de sus derechos fundamentales. Estas tesis, aparentemente antidemocráticas, y otras con cierta carga antisocial, (recuérdese el efecto nocivo de la sociedad sobre el individuo, según Rousseau), caben como lenguaje metafórico o encriptado.

¿Habrá alguien que niegue la sana energía de un pueblo que huya de enfrentamientos estériles y estúpidos? Las gestas nacionales se han conseguido con paz y unidad. Creo que los principios promotores del Estado Moderno, surgidos en los siglos XVII y XVIII, deben tomarse hoy con exquisita prudencia. ¿Por qué no la monarquía absolutista sugerida por Hobbes, y objetada por Montesquieu en “El espíritu de las leyes”, no puede concretarse en un sistema de monarquía parlamentaria legitimadora de los tres poderes clásicos? Veamos, el rey constitucional refrenda disposiciones y leyes del poder ejecutivo y legislativo elegidos por sufragio universal. Sin embargo, el poder judicial (cuya misión es, o debiera ser, someter las discordias de unos y otros) es técnico, autónomo, y sus propias resoluciones las realizan en nombre del rey; es decir, este queda en segundo plano. He aquí el remozado absolutismo monárquico.

Demócratas opacos —pero luchadores ejercitados en la conquista del poder—intentan apoderarse de la educación y de los medios. Constituye una táctica espuria, pero admitida, cotidiana. Conformada lo que denomino conciencia social a través de estas técnicas farisaicas, fraudulentas, se aseguran casi ilimitadamente gobierno, privilegios y satisfacciones. Todos sin excepción, pero con pequeños matices entre derecha e izquierda, pretenden estafar al ciudadano cada vez más inculto, más indefenso. A esas maquinaciones hay que añadir el papel insólito de un periodismo que se vincula al alquiler perdiendo aquella dignidad, otorgada hace siglos, de personificar el cuarto poder. En el fondo, ahora mismo, y no sé hasta cuando, existe un poder justo, ecuánime, inviolable: el poder judicial que deslinda lobo y hombre.

El marco actual nos lleva a acomodar la reflexión de Hobbes para asentar un término cuya notoriedad se hace obvia día a día: “politicus homini lupus” (el político es un lobo para el hombre). Aquella “condición natural” se redujo a través del Estado Moderno, instrumento que permitió destapar la “condición natural del político”. Este inicia una lucha perenne, desnivelada en medios, con el ciudadano, hoy contribuyente y cautivo. Max Weber definía poder: “Probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera sea el fundamento de esa probabilidad”. Evidentemente se refiere al poder tiránico, sin contrapesos, comparable al democrático atiborrado de lacras. Ahora mismo, el gobierno social-comunista —si Europa no lo impide— persigue, con elementos que traslucen gestos totalitarios, someter al poder judicial convirtiendo la democracia española en una farsa totalitaria.

Tan apresurada moción de censura ha dado alas a nuestros “demócratas” con afanes despóticos. La vaguedad —o carencia— opositora se traduce en el ciego empeño de proclamar un estado de alarma que dure seis meses contra todo formalismo y exigencia democráticos. Cabe asegurar que el argumento que consolida tal barbaridad sea la frase tramposa, penetrante, legitimadora, de Sánchez: “Antes es la vida que los derechos y la libertad”. No contentos con tal paso insólito, impensable en cualquier país de nuestro entorno, el gobierno se propone perseguir “discursos de odio” en las redes. Resucitan la censura franquista para acallar voces murmuradoras, críticas. Se intenta normalizar lo extravagante como el extravío del acta sancionadora al bar donde estaba Armengol, presidenta de Baleares, hasta altas horas nocturnas contraviniendo su propia orden.

Comedido en mis apreciaciones políticas, y sin embargo muy escéptico con las “renuncias” de quienes dicen servir al ciudadano, vislumbro demasiados guiños dictatoriales y excesivo afán de riqueza personal. Solo con esas premisas se conciben aseos retóricos y ceremonias inmorales. Los medios, auténticos santones que ocultan la perversidad del oferente u ofertante, anuncian que el pacto PSOE-Ciudadanos retira el aumento impositivo al gasoil cuando fue el PNV que protestó por incumplimiento del PSOE en el pacto previo y ponía en peligro la aprobación de los Presupuestos Generales. Sánchez falsea su atracción por Ciudadanos para, a través de un teñido discreto, enjuagar el extremismo de sus aliados preferentes. A la vez, abre una brecha incómoda, manifiesta, casi insuperable, que pretende impedir cualquier alternancia gubernamental.

Termino con un breve recuerdo de aquellas palabras dirigidas por Maragall a CIU: “El problema de ustedes se llama tres por ciento”. Visto lo visto en la ética política, ¿cuánto dinero irá presuntamente a ciertos bolsillos, aplicando dicho porcentaje a los miles de millones que conforma nuestro presupuesto nacional? ¿Cuántos paraísos fiscales piensan frotarse las manos? Inevitablemente, con variantes, también hoy: “homo homini lupus”.

                 

viernes, 23 de octubre de 2020

CASADO, HOY, SE HA DIVORCIADO DE LA PRESIDENCIA

 

Hoy —segunda sesión de la moción de censura presentada por Vox— deja al descubierto una situación perceptible desde hace tiempo: Casado se ha divorciado de la presidencia del gobierno, nunca será presidente de España. Divorcio, según la acepción dos, significa “separar, apartar personas que vivían en estrecha relación, o cosas que estaban o debían estar juntas” y el líder del PP se ha separado estruendosa y belicosamente del consenso futuro, renunciando por temor o complejo a una táctica templada, provisional. Su discurso (obra maestra de estilo, muy por encima de lo oído en el Parlamento moderno, soberbio; con formas mejorables, menos agresivas, y un mensaje errado) hubiera sido productivo, cautivador, en otra situación, en Dinamarca o Países Escandinavos, donde la idiosincrasia y cultura superan de manera extraordinaria al disenso e incultura que, de forma proverbial, cortejan a los españoles.

Sin embargo, su falta de visión lo convierten en líder postizo, romo; “el yerno (rival) que toda sigla quisiera tener”. Si no se entera de qué audiencia le escucha, traspasado el horizonte parlamentario, su magnífico discurso constituye un brindis al sol. Casado ha sucumbido a las etiquetas; tanto, que ha recibido comprometidas loas de Iglesias y toscos parabienes de Lastra. El escenario no puede ser más desalentador: “si el incondicional calla, malo; si el adversario aplaude, peor”. Esa ensordecedora caja de resonancia formada por medios próximos (¡fuera las correcciones políticas!, comprados) llevaba días martilleando que un SÍ del PP implicaría abandono del comportamiento juicioso en “la derecha extrema” arrastrada por el radicalismo de “la extrema derecha”. Lo he referido alguna vez, dichos modales implica una corrupción social mucho más grave que cualquier otra porque, semejante manipulación propagandística, degrada la democracia.

Suele comentarse la indigencia cultural existente en nuestros próceres, pero el patrimonio intelectual constatado tampoco ocasiona grandes regocijos. Hago un inciso. Son las dos y media del día veintidós de octubre de dos mil veinte. No hace quince minutos que ha terminado la votación en la Cámara y ya se ha lanzado el eslogan: “Sánchez ha ganado la moción de censura con una mayoría irrepetible: ciento noventa y ocho votos contra Abascal”. Conjeturo que Casado se dará cuenta ahora —escuchando cómo manipulan la cuantía récord que él ha propiciado, junto a otros— del tremendo error cometido en beneficio del impresentable monclovita. O no. Continúo. Es la evidencia tangible de que en agudeza política no consume el mínimo exigible para gobernar el país. Ni este siquiera, cuyos representados suelen ser parcos a la hora de exigir una gobernanza superior.

Cuando Casado ocupaba la tribuna de oradores sabía que PSOE había firmado un manifiesto (“cordón sanitario”) nada democrático. Curiosamente se proclamaba “en favor de la democracia, los derechos humanos” y contra Vox. ¿En favor de qué… con la firma de Podemos, Bildu y CUP? Cinismo y jeta insolente de todos los firmantes no tienen parangón; ingenua insensatez del PP tampoco. Mis esperanzas puestas en Casado se han desvanecido cual castillo de naipes. Poco importo yo porque soy abstencionista, pero sí miles de seguidores, votantes, que condenarán su NO a Abascal (de rebote SÍ a Sánchez) y, sobre todo, la forma displicente, ofensiva, innecesaria, con que ha deslucido su intervención. Desconozco qué razones han llevado al PP a desmarcarse tajantemente de Vox, un partido constitucional, democrático y defensor de las libertades ciudadanas, aunque sus exposiciones, algo abruptas a veces, potencien la caricatura y el rechazo injusto.

He visto cómo Casado expandía culpas a Abascal; entre ellas, colaborar con el PSOE para que Sánchez e Iglesias se eternizaran trayendo miseria y esclavitud a España. Nadie, en ese momento, habrá olvidado que la situación institucional, política e incluso económica, tiene dos culpables al cincuenta por ciento: PP y PSOE. Durante cuarenta años, ambos (al alimón) han proporcionado competencias a Cataluña y País Vasco, permitiendo un adoctrinamiento educativo que ha desembocado en aumento astronómico del clan independentista. Es decir, han alimentado el problema vertebral a lomos de una insolidaridad provocadora e irritante. PP y PSOE, con pobres rudimentos democráticos, manchados a su vez de corrupción, conforman la fuente de Podemos y Vox. Por ello me parece artificial, improcedente, el comentario desdeñoso, sucio, de Casado a Vox.

Sánchez e Iglesias son como dos hermanos siameses: si se separan mueren ambos. Ellos lo saben y al efecto hay un gobierno bipresidencial, no de coalición. Absténganse de preguntarme, pero juraría que Iglesias, aunque el Supremo lo condenara, no iba a dimitir. Recurriría a cualquier argumento peregrino, infantil. Sánchez tampoco se lo iba a exigir. Seguro. Es curioso que, dando leña al poderoso, uno viva con decenas de sirvientes, personal de seguridad, avión, helicóptero, tres palacios, etc., etc. y otro lo haga en una mansión rodeada de vigilancia permanente. Dicen que es de linces aprovecharse de los tontos. Es probable, pero también de sinvergüenzas. Objetivamente, y por separado, ninguno parece cuajar un peligro digno de consideración, pero al unir maldad y astucia, sin escrúpulos, son capaces de saltarse líneas rojas, barreras legales y contratiempos que constriñan sus codicias.

A lo que se aprecia, el gobierno bipresidencial y sus heterogéneos apoyos no conforman esa comunidad aparente de ideales o doctrinas afines, pues algunos son opuestos. Constituyen una empresa lucrativa cuyos dividendos se reparten proporcionalmente a la capitalización política de los socios. Por eso, quieren manejar el Consejo General del Poder Judicial y, de rebote, imponer el Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo. La nueva izquierda marxista corrompe los sistemas libres transformando las democracias en dictaduras democráticas al igual que hizo Hitler, con los matices correspondientes. ¿Por qué Podemos, presuntamente, se financia de países ultraeuropeos? Porque en Europa no existe la extrema izquierda. Iglesias (y Sánchez aprueba) quiere convertir España en una dictadura democrática donde todos los resortes del poder estén controlados por el gobierno social-comunista. Así será imposible la alternancia.

Casado no midió bien las palabras de Iglesias: “Ustedes no van a volver al gobierno por la vía democrática”. De sus palabras puede deducirse que ellos iban a impedir dicha vía. En un contexto normal —suponiendo que el socialismo ahora fuera partido moderado, centrista y constitucional, no un sanchismo sin freno, abusivo, tiránico— Casado hubiera efectuado un discurso de estadista. Con todo, cuando (desde Zapatero) el PSOE rompe la convivencia, hace del odio escenario electoral y levanta trincheras estratégicas, el discurso de Casado lleva al PP a la inoperancia política, porque contra una trinchera solo cabe otra. Ha dicho NO a presidir el gobierno, se ha divorciado de él. Concedo el error, aunque lo creo difícil, porque la visión desde mi otero de analista puede diferir de aquella que observa la calle.  

viernes, 16 de octubre de 2020

LÓGICA, SENTIDO COMÚN, INDECENCIA E ILEGALIDAD

 

Sobre lógica, la acepción sexta del DRAE dice: “Ciencia que expone las leyes, modos y formas de las proposiciones en relación con su verdad o falsedad”. No se precisa ser un lumbreras para interpretar correctamente el concepto como armonía de los esquemas mentales respecto a una realidad objetiva que se muestra sin alternativa, inobjetable. Solo podría mercadearse mediante un estraperlo semántico, furtivo y mezquino, que llevaría al aturdimiento social, causaría corrupción en conciencias laxas y acarrearía la ruina moral y material de una nación. Claramente, el buen juicio rechaza toda inferencia, por sibilina e histriónica que se presente la farsa, cuyo objetivo fuera confinar (vocablo muy repetido desde hace meses), proscribir, derechos democráticos. No lo es tanto que, tras décadas deseducando, nuestros congéneres sean capaces de luchar por su salvaguardia.

Cuando el escenario, nacional e internacional, rebosa de contratiempos, de escollos que generan desasosiego, lo lógico sería conformar una comisión desideologizada, experta e interdisciplinar, para enfrentarse a ellos con eficiencia. No obstante, estos “próceres” pomposos muestran tal escasez de raciocinio y tan poca empatía que hacen imposible conjuntar objetivos e inversiones en una empresa común. Todos hablan de diálogo y consenso, pero blanden la escaramuza, el parapeto, no para mostrar sus diferencias sino como humillante arma electoral. Consideran (lo mismo aciertan) que el individuo vota con las entrañas y alimentan esa característica —hija de vicios mentales— para enlodar la democracia mientras esperan ostentar el poder eternamente. A resultas, los políticos se adueñan impunemente del sistema que vociferan servir.

El diccionario citado, sobre sentido común, afirma: “Capacidad de entender o juzgar de forma razonable”. Aunque podamos estimarlo dúplica del primer vocablo, hay claros matices divergentes entrambos. Lógica tiene una arquitectura dinámica, formal, abstracta, sometida a leyes especulativas severas. En definitiva, existe solo en el plano teórico tanto desde un punto de vista afirmativo cuanto negativo. Sentido común constituye esa vestimenta sensible, corpórea, que presenta la lógica positiva. Pura acción. Viene recomendado para realizar actos pragmáticos, solventes, fructíferos. En ocasiones brilla por su ausencia recogiendo decepciones, reveses. Se dice, y la experiencia lo constata, que “el sentido común es el menos común de los sentidos”. Ignoro (para ser considerado) si el proverbio abriga asignación general o si, en contraste, esconde cierta debilidad por la clase política, al menos en nuestro país.

Creo, aparte otros desperfectos derivados, que el gobierno actual despliega graves déficits en lógica y en sentido común. Tal vez la mayor falta sea confundir tiempo y espacio en que se adscribe, amén de autoconsiderarse —presi y vice— estadistas únicos, personajes irrepetibles. El delirio, recíprocamente alimentado, termina chocando de forma irremisible, traumática, con la realidad. Además, sus pretensiones son tan opuestas que no caben en un mismo receptáculo. Sánchez gustaría, a falta de cuna, presidir la república, ser mandamás. Iglesias pretende presuntamente liderar el espacio comunista en España, transformarse en dictador totalitario (nazi), jefe supremo. Si bien acariciar ilusiones conforma un motor vital, consumir quimeras atrae desesperanzas incluso dejando bien cubierto el aspecto financiero. Solo Europa aterra al par y confiere fe a muchos españoles.

Acierta quien piense que obrar sin sentido común es de ser mentecatos o indecentes. Otra probabilidad es remota si no inverosímil. Indecencia, acogiéndonos siempre al DRAE, significa: “Dicho o hecho vituperable o vergonzoso”. Algunos practican —quizás practicamos— una deshonestidad paradójica, liliputiense, folklórica, amable, propia de gentes que asientan su vida sobre flashes intrascendentes.  La indecencia profunda, aquella que consideramos inseparable de mezquindades e infortunios sociales, viene protagonizada por políticos o comunicadores cortos de empatía y nobleza. Desde mi punto de vista, esta mancha se sustenta en codicias irrefrenables o pruritos extemporáneos. Si las primeras pueden comprenderse, aunque sean injustificables, los segundos constituyen una auténtica vileza.

Abundantes dichos indecentes compiten con lo aberrante. ¿Qué calificativo merece alguien cuya obsesión le pide exterminar a todo votante de PP, Vox y Ciudadanos? Otros lo hacen con el esperpento. Que sepamos, Zapatero proyectó la Ley de Memoria Histórica como factor de enfrentamiento social que Sánchez potencia al falsear su título original trocando Histórica por Democrática. Pese a ello, nuestro ejecutivo tiene la grotesca desfachatez de preocuparse por el lenguaje “guerracivilista” de Vox bajo la “mirada consentidora” del PP. Tal manipulación conforma una indecencia propagandística, corruptora, casi antidemocrática. El descaro promocional viene, como no, del periodismo ignaro o indecente, a elegir. Antonio Maestre despotricaba contra quien había dado orden de quitar en Madrid la placa de Largo Caballero (“un digno mandatario demócrata”) olvidando que había formado parte —entre otras cosas— del Consejo de Estado en la dictadura primorriverista para perseguir a militantes de CNT.

Ilegalidad indica “acción contraria a la Ley”. En este sentido, el escenario se vuelve ilimitadamente enrevesado porque la interpretación de los textos legales —es decir, el enmarañamiento de los mismos— lleva e extremos hilarantes si no tuvieran amargas repercusiones. Es deplorable que un mismo presunto delito lleve aparejado absolución o pérdida de libertad, según el juez o Tribunal. Si a esto añadimos la ocupación de la judicatura, o su intento, por el poder ejecutivo, tendremos una pequeña idea del “rigor” que encierra la palabra ilegalidad. Es evidente que quien conforma el cuerpo legal (poder legislativo) es una élite del Parlamento cuyas propuestas son avaladas, cuando lo son, por toda la Cámara. Podríamos decir, desde este punto de vista, que el legislativo formaliza un poder de “botón”.

La Historia muestra demasiados capítulos que recopilan el proceder ilegal del ciudadano español, su rebeldía. Tal vez sea una forma espontánea de liberación teniendo en cuenta el afán tiránico del poder. Sin embargo, dicha conducta puede considerarse nada ofensiva al Estado de Derecho ni perniciosa para la sociedad. Resulta una conmovedora licencia que se corresponde con el pataleo impulsivo. Diferente trascendencia y alcance tiene la actitud de los partidos hoy en el poder y quienes componen la oposición. Las leyes ajenas a la lógica o al sentido común —más allá del texto jurídico— son, aparte de un sinsentido, ilícitas e ilegítimas. Por ejemplo, el Estado de Alarma contraviene derechos fundamentales, entre ellos el de movilidad. Otra cosa es que gobierno (por comodidad) y oposición (por oportunismo futuro) lo prefieran al Estado de Excepción, legitimado por el régimen constitucional para prohibir toda actividad. Con matices diferenciadores, la proposición de ley para cambiar el CGPJ lleva parecido derrotero. 

viernes, 9 de octubre de 2020

¿POR QUÉ NO UN REFERÉNDUM SOBRE AUTONOMÍAS?

 

Pareciera que algunos políticos —adjudicándose una facultad prodigiosa entre soberbia y delirio— se sienten llamados, con vanidad impertinente, a cambiar el curso de los acontecimientos. El denuedo, agregado a la estupidez, forja al individuo fanático e inflexible, incapaz de ver lo pretencioso, a veces lo absurdo, de su empeño. No atino a deducir qué razón, desde luego nunca de amejoramiento, les lleva a entorpecer sus capacidades (si las tuvieren), tal vez a achicharrar su pobre brillo. Verdad es que mi opinión sobre los políticos, en cualquier ámbito, carece de lecturas arrebatadoras. Al mismo tiempo, creo ser moderado en cuanto a mis consideraciones. Infiero sus muchas lagunas y carencias, a cuyo efecto hago un ejercicio de contención en el examen que realizo con especial, quizás inmerecida, compostura.

Paradójicamente, vislumbro —diría estoy convencido— qué proyectan hacer con nuestro país, pero cuando intentan explicarlo me pierdo en un laberinto muy probablemente impulsado desde antros oficiales. Observo la comunión entre Unidas Podemos y los independentistas catalanes con el hermético plácet del gobierno que, como mucho, opone un tenue eco constitucionalista. Este rastro, y no otro, marca la dirección inequívoca emprendida por el PSOE que Sánchez arrastra a la ciénaga. Luego, surgen mezquinos agentes socialistas, y medios próximos (subvencionados con largueza), echando culpas a un PP “bloqueante”, subyugado por esa “extrema derecha que anticipa todos los males futuros de España”. Advierto, y me intranquiliza, que el subterfugio adquiera pátina de dogma incuestionable mientras la razón queda arrojada al vertedero social. Constituye un rasgo destacado en la coyuntura actual.

Nuestra democracia adolece de una genética débil y su componente educacional (parte complementaria del carácter) conforma diversas perversiones que la recrean maligna. Desde hace años vengo oteando gran actividad en ingeniería social. Cada vez estoy más persuadido de que la LOGSE, aquella ley educativa iniciada en mil novecientos noventa por Felipe González, inició la desnaturalización del sistema. Su consecuencia inmediata fue el aumento de individuos semianalfabetos, faltos de espíritu crítico, pasotas. Los medios, siempre volcados —sin eufemismo, vendidos— con la izquierda progre, han representado también un papel estelar en el deterioro notable. Al efecto, hoy los achaques que padece nuestra organización política son de tal envergadura que cualquier sigla promueve un ritual exclusivo como puntal y esencia democrática: introducir, cuando toca, papeletas en la urna. Ni más, ni menos; o sea, un fiasco, una decepción.

Decía James Madison, cuarto presidente de Estados Unidos: “¿Qué es el mismísimo gobierno sino la mayor de todas las reflexiones sobre la naturaleza humana?” Cierto, el ejecutivo condensa su propio desprendimiento o voracidad espuria, cleptómana, según indique esa reflexión apriorística sobre la naturaleza de los ciudadanos a quienes representa. Visto lo visto, nosotros hemos sido abducidos por decenios de farsa y manipulación sistemáticas (de)generando la sociedad abigarrada, rota, maldita, que aguanta estoica los abusos presentes y, peor todavía, aquellos que deslinda un horizonte infractor. Sí; el abandono acomodaticio —en ocasiones complaciente y cobarde— falto de respuesta firme, legitima las arbitrariedades que todo poder agiganta, paso a paso, sin escrúpulos ni peajes. Aunque no lo veamos así, somos instigadores más que agredidos.

Mucho se habla de cambiar el statu quo —logrado en la Transición— por parte del gobierno social-comunista. Desconozco si el enredo constituye una coartada para acreditar inocencia necia o encubrir ineptitudes. Es probable que su objetivo se alargue a ocupar el poder al máximo utilizando estrategias indecorosas. Hasta avisto posible un episodio de paranoia transversal modulada alternativamente por unos y otros. Al final, como táctica marxista, forzarán una sociedad subsidiada para monopolizar el poder de manera indefinida. Tienen ejemplos clarividentes en Andalucía, Extremadura y Castilla la Mancha, autonomías que el PSOE gobernó largo tiempo sin apenas alternancia política y que lideran de largo la penuria nacional. Aminoran todavía su aportación liberal por anquilosamiento pues atesoran engorrosas insuficiencias democráticas.

Más allá de palabras y gestos adscritos al escaparate político del que Sánchez es un gran especialista, los hechos oscurecen bastante su gestión política. No ya por animar desde la zona muerta, escondido, de tapadillo, a pisotear cualquier discrepancia o aglutinante constitucional (incluyendo el diálogo fructífero, sereno), sino por agredir —dopado con apoyos poco recomendables para un presunto partido de Estado— instituciones básicas como Judicatura o Monarquía. Censura sin pestañear todo lo que pueda suponer obstáculo para aferrarse a La Moncloa. Almacena venganza terrorífica contra quien ose retarlo real o imaginariamente. Vean, si no, con qué porfía ultraja a los madrileños para aleccionar a su presidenta. Deduzco que la resolución del TSJM, ilegalizando la orden ministerial sobre Madrid y otras nueve ciudades, ha encrespado al presidente. La respuesta enrabietada con el Estado de Alarma ad hoc, traerá consecuencias electorales y jurídicas.

A consecuencia de que el independentismo tiene agarrado a Sánchez por “La Moncloa”, léase o entiéndase dídimos, España deviene en país de los referéndums. Uno para satisfacer a ERC, al menos, y otro decisivo que pretende retribuir a sus coaligados para cambiar la Constitución. Unidas Podemos, quiere un sistema republicano, plurinacional (federado o confederado asimétrico, incluso disgregante), que le permita “asaltar el cielo”. No contento con estas “bodas de Camacho”, políticas y opulentas, UP asalta al rey y al CGPJ con la venia de expertos jueces eméritos que embarran el TSJM por considerar que dicho tribunal está contagiado ideológicamente. Su teoría descansa en que todo confinamiento precisa Estado de Alarma mientras el cierre perimetral no porque este último no restringe derechos fundamentales. ¿Contagio ideológico? Solo cuando rechace mi tesis. ¿La movilidad no es un derecho fundamental? ¡Ah! sí, claro

Constato, con alguna variante, las palabras de Ramón Sampedro: “Solo el tiempo y la evolución de las conciencias decidirán si mi “predicción” era razonable o no”. Ni soy inteligente ni tengo opción de consultar al Oráculo de Delfos; por tanto, me es imposible saber qué decisión tomará el Tribunal Supremo sobre Iglesias por el caso Dina. Tengo, sin embargo, la certeza absoluta de que querellas y farsas se resuelven por los tribunales ordinarios —cuyas resoluciones son recurribles— y por Cronos, cuyos fallos adquieren el atributo de inapelables. Este tribunal absoluto, terco, preciso, ha dado el veredicto de qué y quién es Pablo Manuel Iglesias Turrión.

Por cierto, aprovechando las ansias insólitas que algunos exhiben para cambiar la Constitución, ¿podrían los políticos completar el referéndum pertinente con la pregunta de si los españoles queremos o no Estado Autonómico?