viernes, 30 de diciembre de 2016

LOS OTROS INOCENTES

Estas fechas, a medio camino entre el sentimentalismo y la gula, celebramos desde tiempos milenarios los Santos Inocentes. Al igual que otros días señalados, se caracterizan por ser jornadas contingentes, hermanando religión y festejos paganos -o viceversa- sin converger necesariamente realidad y cronología. Biblia y acontecimiento se divorcian, entre otras razones, porque el libro sagrado deja inconcretas festividades y agendas. Cada veintiocho de diciembre, conmemoramos una tradición pródiga en monigotes adosados a la espalda, bromas e informaciones chocantes. Dorsos amigos, dineros afines u oyentes heterodoxos, padecen chanzas hilarantes, contagiosas. Desde un punto de vista religioso, poco o nada presente, se inmortaliza a los niños que Herodes mandó matar para que no pudiera cumplirse aquella profecía terrible por la que uno de ellos se convertiría en rey. Ya entonces, detentar el poder llevaba consigo los peores excesos, incluido el crimen. Dos mil años después la crueldad sigue gobernando nuestras vidas.
Sin embargo, más allá del aniversario, del pintoresco tributo a los dioses (paganos o cristiano), hoy quedan individuos alejados de cualquier detalle santo, pero inocentes. No solo aquellos capaces de cargar embelecos, de creer lógicas, sensatas, noticias refinadamente absurdas, sino a otros que destapan sus esencias fuera del día señalado, legítimo. Periodistas y medios han afilado tradicionalmente informaciones de soporte falso cuya respuesta, por parte del personal, se acercaba a la aceptación masiva. En ocasiones surgía un retazo de incredulidad, más por automatismo que por discrepancia intelectual. Constituye una constante periódica, universal y eficiente, pues confunde a jóvenes y mayores año tras año. Todavía no tengo claro si este escenario es consecuencia del candor humano o de la maestría exhibida por el bromista. Quizás sea razonable estimar una mitad de cada.
Allende el instante oficial, encomiado, candoroso, a lo largo de los meses abundan inocentes excelsos, contumaces. Se les distingue por su empeño, por ese arrobamiento ante el personaje que engendra su torpeza e inacción sin exigencia alguna. Ni siquiera se corresponde con un acto de fe; simplemente de preferencia emotiva, nula de todo trasfondo racional. He ahí la cobertura sin peajes que atesoran estos políticos españoles aunque su labor y, sobre todo, su actitud rebase los límites máximos que debiera marcar el ciudadano para un gobernante al uso. Pese a todo, muchos parecen tener bula incluso por parte mediática. Estamos llegando a niveles inquietantes, donde corrupciones, negligencias y fantasmadas, se suceden sin contrición ni penitencia. A tragaderas no hay quien nos gane. Constato los frutos derivados de dos aspectos negativos: inocencia y frivolidad. La primera potencia una impunidad política insólita. La segunda alimenta con desahogo a personajes insustanciales y a periodistas (tal vez adheridos) adscritos a revistas o programas nada edificantes.
Con ciudadanos inocentes el PP puede airear sin temor sus ficciones económicas, laborales, territoriales e institucionales. Datos y cocina forman un complejo intrigante, cabalístico. España no va bien, no genera riqueza para pagar deudas, menos para sanear programas educativos, sanitarios o sociales. Se escuchan o leen noticias contradictorias como que la deuda aumenta, por término medio, unos cien mil millones al año mientras el déficit lo hace en un cuatro con dos. Hay quien sostiene que la deuda real no es del cien por cien del PIB sino del cuatrocientos. Lo considero exagerado, pero… Respecto al descenso del paro ocurre algo parecido, pues se ocultan consideraciones fundamentales propias del mundo laboral y otras que afectan a la seguridad social. Si la inocencia forma parte de nuestra sociedad, los partidos alimentan cuentos, intrigas, fraudes. Expiamos dos coyunturas explosivas
El PSOE reclama bienestar ciudadano cuando únicamente sobresale una lucha personal por el poder. No hay nada más, ni proyecto, ni programa, ni intenciones de conseguirlos. Cualquier poder -encarnado por un propósito seductor, ambicioso- se consigue venciendo, desarbolando, al rival; no ofreciendo favores que recorten su omnipotencia. Es sinónimo de dominio, arbitrio, exención. Quien pretenda recortarlo -bien individuo, bien grupo- padecerá en sus carnes tamaña osadía. Ciudadanos, con su iniciativa de expulsión a opositores del credo oficial, es la muestra palpable de cuanto antecede. ¿Olvido alguna sigla? No, para mí existen tres partidos y una aventura muy nociva en un terreno plagado de irresponsabilidad, de inocencia.
Uno puede ser liberal, socialdemócrata o comunista. No importa, siempre que estas doctrinas respeten los derechos y las libertades individuales. Justicia Social y Estado de Bienestar no necesariamente tienen que estar reñidos con ambos. Aquella dictadura del proletariado imprescindible para alcanzar una sociedad justa, sin explotadores, sin clases, constituyó un eslogan caduco, vano y cautivador. Cien años son clarificadores para que, incluso ahítos de inocencia, volvamos a comulgar de nuevo con aquellas piedras de molino. Verdad es que PP, PSOE, Ciudadanos y nacionalistas, más o menos radicales, como ocurriera en tiempos pretéritos están dinamitando el sistema democrático. Pero, ojo, los otros vienen a pescar en río revuelto. Abandonemos nuestros buenos instintos, nuestra ingenuidad -valga la redundancia- y demos rienda suelta a la abstención o busquemos en Ciudadanos, pese a todo, salidas dignas, airosas. Lo demás ya lo veis: guerras internas,  purgas, revanchas, tiranía; en definitiva, malos modos aderezados de buenas palabras mientras acechan al inocente.
 
 

viernes, 23 de diciembre de 2016

DOCTRINA Y LOTERÍA

Ortega aseveraba con solidez “yo soy yo y mis circunstancias”. Siempre defendí la certidumbre del sabio, de sus lucubraciones, porque era consecuencia del esfuerzo sereno, del afán por sintetizar el mundo, su percepción, para hacerlo inteligible al resto. Mi confianza quedó certificada cuando llegó a mis oídos una anécdota ocurrida años ha por tierras de La Manchuela. Ocurrió que a un señor de Madrigueras (pueblo importante de Albacete), comunista para más señas, le tocaron veinticinco millones de pesetas en la lotería de Navidad y en el acto abjuró del marxismo. Fuera del suceso, probablemente cierto, es evidente que uno es, o se siente, esclavo de su propia particularidad personal, mudable tanto como las adscripciones ideológicas. Ley natural de vida o recreada por la índole quebradiza, voluptuosa, del individuo.
Antes, el sorteo -junto al ritual que conlleva- y el epílogo jubiloso, casi siempre impostado por exigencias del guion, abría mi Navidad. El veintidós conllevaba mañana de televisión y jornada de solidaridad entusiasta. Conseguí, a lo sumo, algún reintegro o “pedrea” consoladora, lenitiva. Ahora, Cronos y Montoro me han ahuyentado de la práctica, del atractivo y del sentimiento. Hoy, Navidad empieza con la cena familiar y esa Misa del Gallo que retomo, incluso lejos de la praxis católica, como costumbre añeja, casi olvidada. Sigo, con cierto arrobo inconsciente, las escenas que airean diferentes programas sobre el azar y su trasfondo humano. También cuando, cada vez menos, los villancicos se adueñan del ruido callejero, solo superado por sirenas u otras estridencias que anteceden a malaventuras. Ignoro qué interpretación esotérica pueda esconder pero, entrados en años, evocamos episodios pretéritos refrescando tiernas emociones y afectos.  
No obstante, cada Navidad apunta perfiles que la hacen diferente, señalada, genuina. En ocasiones somos nosotros quienes imponemos el sello característico, pero suelen ser aspectos atípicos o prebostes insensatos los que protagonizan cambios curiosos cuando no rocambolescos. Carmena y su corte municipal, verbigracia, el pasado año sacudieron viejas raíces dando a la Cabalgata de Reyes un giro copernicano, entre modernista y provocador, que originó el desconcierto en el pueblo madrileño hecho a la costumbre, enemigo de experimentos llamativos, nebulosos, incomprensibles, que afrentan nuestra iconografía secular. Estas navidades, a falta de otros episodios, anuncia un belén en la Gran Vía. Está visto y comprobado que a la señora alcaldesa estas fechas le causan muchos quebraderos de cabeza. Pobre, pero si parece la Virgen de la Buena Leche. Confirma que la esperanza se hace efímera y largo el propósito de enmienda.
Pese a todo, ocurre algo espectacular, melodramático. La noticia surge de unos décimos malditos que aparecieron en la sede socialista de Ferraz y que resultaron premiados con el gordo. Al parecer eran cinco (dos millones brutos) pero solo se repartieron dos. Los otros andan de boca en boca -quiero decir de mano en mano- creando desasosiego, desconfianza y desencuentro. Algún destacado miembro de los trabajadores que atienden la sede central, pretende erigirse en administrador único del premio. Desde el primer instante, semejante escenario monopoliza la crónica por divergencias, querellas y falta de ejemplaridad manifiesta. Predicar se hace fácil, dar trigo no tanto; deplorable siempre, más cuando a personajes públicos los suponemos orlados de virtudes que resultan inexactas o falsas. Estos aconteceres serían menos sorprendentes si los protagonistas guardaran prudencia y discreción en lugar de exhibir bondades que se alejan de la realidad al ser pura filfa propagandística. Dos millones han bastado para desenmascarar qué ética adorna a determinados socialistas. No han resistido la prueba del algodón ni es asombroso. Confucio ya dijo: “El mejor indicio de la sabiduría es la concordancia entre las palabras y las obras”. El premio, además, era una guinda; llevaba aparejado a partes iguales liberación y castigo.  
En Pinos Puente, Granada, el PCE ha repartido cincuenta y seis millones del segundo premio. El eco me lleva a aquella anécdota del principio. La noticia económica, excelente, puede convertirse en nociva desde el punto de vista ideológico. Estoy convencido de que el aumento de individuos ricos entre militantes traerá consigo, en parecida proporción, la fuga de comunistas. El azar, a veces, termina por elevar a categoría lo que no pasa de ser en puridad un simple accidente. La esencia no es el premio sino el colectivo y las presuntas consecuencias doctrinales. Declino valorar ni examinar cualquier decisión que tomen los comunistas agraciados debido a mi estilo personal que trasciende a la humana incompetencia. Nadie, ni el más exquisito analista, tiene fuerza moral para juzgar comportamientos o decisiones privativas. Plasmar un hecho no implica hacer juicios de valor sobre el mismo. Desde luego, yo no me siento legitimado.
Hobbes afirmaba: “Esa norma privada para definir al bien no solo es doctrina vana, sino que también resulta perniciosa para el Estado”. Por esto, distante de la crítica maniquea contigua a la aclaración del bien o de su opuesto, no paso de considerar cuán débiles son nuestras concepciones sometidas al elemento diluyente, desvertebrador, que supone el desajuste personal. Memoria, entendimiento y voluntad, son juncos -o robles- sometidos al vendaval, ciclón, a que nos encadenan las coyunturas. Nadie se libra de ellas y hemos de advertir este hecho inevitable sin necesidad de discernimiento previo o posterior. Ya hay suficiente hipocresía, no la aumentemos.
Feliz Navidad aunque, para algunos, sea solo un poso consuetudinario; tal vez, ni eso.
 

viernes, 16 de diciembre de 2016

DIÁLOGO, SEDICIÓN E INDECENCIA


Pese a gigantescos esfuerzos de augures políticos y mediáticos, percibimos tiempos revueltos, alarmantes. Pudiera pensarse que soy cautivo de un pesimismo atroz, proceloso, maligno. ¡Quiá!, simplemente expongo hechos y escenario exactos, inobjetables. Ya me gustaría otear otros horizontes más halagüeños; pero esconder la cabeza, ponerse cristales aparentes o rendir el espíritu a un placentero caleidoscopio, lleva a eternizar los conflictos y a alimentar frustraciones estériles. Al toro hay que cogerlo por los cuernos, dice un popular dicho en declive debido al afán poco claro de colectivos ¿animalistas? No humanitarios ni respetuosos con libertades, derechos o raíces, que aseguran salvaguardar. Su coherencia les lleva a exigir aborto libre y a rentar argumentos ad hoc que contrastan al extremo con principios vertebrales de su ideario. Parecido “animalismo” social forma parte exigua del bosque político.

Diálogo se define como conversación entre dos o más individuos con el propósito de conseguir acuerdos. Así lo enmarca la Real Academia. Colegimos, por tanto, que no puede entenderse tal si interviniese un solo individuo (grupo) o se rehuyera lograr algún acuerdo. Semejante supuesto conduciría a un diálogo de besugos; es decir, a realizar la escena del sofá sin otro objetivo que procurar percepciones huecas, engañosas. Nuestro gobierno plasma, acerca, el diálogo con los políticos catalanes poniendo despacho en Barcelona a doña Soraya. Por el contrario, aquellos se desternillan con la pueril esperanza que despliega Rajoy, a cuya estrella dormita plácido. El diálogo lo marco yo, parecen decir sin asomo de compostura ni signos de rectificación. Aceptáis las reglas propuestas u os dejamos con la palabra en la boca. Prepotente irracionalidad aderezada con algún maquiavélico interrogante: ¿vais a sacar los tanques a la calle? En situación análoga, contenidamente similar, Batet fue preciso. Quien incumple las leyes, se entrega a sus consecuencias.

Es imposible dialogar con aquel que repugna cualquier contingencia opuesta a su credo delirante, virtual. Marco Levrero daba a entender que con los árboles siempre hay un diálogo. ¿En qué especie viva encontrarían acomodo personajillos cuyos nombres advierte cualquier español medianamente informado? ¿Constituirán, acaso, parte de algún reino desconocido? Alguien dijo que el feto de vientre femenino es un ser vivo pero no humano. ¿Qué sois, pues, vosotros? No os moleste la pregunta cuasi científica porque, al menos yo, ignoro dónde integraros. Vivos, quizás vivales, sí; pero aparecéis lejos de la casuística humana por un argumento a fortiori, según Levrero. Ni vegetales, ni animales (con perdón), os queda el éter como probable adscripción en vuestro periplo vital.

El espectáculo cómico-circense, plagado de figurantes, a cuyo frente marchaban corifeos con cargo público, era de vergüenza ajena. Conformaba el sublime acto de coacción al poder judicial. La señora Forcadell debía declarar esta mañana ante el Tribunal Superior de Cataluña por presuntos delitos de desobediencia y prevaricación. Una multitud aguerrida, insólita, subversiva, cortaba la vía pública bajo la silueta de una democracia oclusiva hecha con cartón-piedra. Gerifaltes del novel Partido Demócrata y de Esquerra Republicana, reiteran una pedorreta a la Constitución, al Gobierno y a la justicia mientras sostienen desaforadamente que el próximo año harán un referéndum para después proclamar la independencia. Tras semejantes bravatas, el único diálogo posible lo determina el marco constitucional. Reclaman, en su absurda huida hacia adelante, libertad de expresión; esa que no consienten a emprendedores insurgentes, que rotulan sus negocios en castellano. Avistan una situación descontrolada, aviesa, con la complicidad necesaria de individuos que tutelan el dogma o están sometidos al acomodo colectivo. Se da la paradoja de que, para los políticos catalanes, libertad de expresión significa incumplimiento de cualquier ley nacional, pero la norma catalana es incontestable. O sea, libertad de expresión -desde su punto de vista- configura un aura de quita y pon. Ya lo dijo Jiménez Ure: “No es libertad de expresión la que debe tener límites sino el fundacionismo de la barbarie frente a ella”.

Desconozco qué calificación jurídica tiene la actuación incívica, ilegal, del establishment catalán. ¿Sedición, rebeldía? Da igual, ambas formas conllevan penas de cárcel e inhabilitación de diez años, al menos. También son delitos penales, por mucho que los socialice la CUP, las injurias al rey con ánimo de menoscabar su persona o prestigio de la Corona. Distinto es que un juez determinado aprecie irresponsabilidad cuando enjuicia los hechos con exquisita laxitud. Lo expresa claro el artículo 491 del Código Penal. Quien pretenda someter a la ley, blandiendo argumentos arteramente democráticos, está sembrando la semilla totalitaria. He ahí la convergencia de siglas que hermanan y complementan, sin ninguna duda, sus objetivos políticos. Pergeñan aquel talante absolutista que encerraba “el Estado soy yo”. Tal vez un poso autócrata al camuflar, desdibujado, “yo o el caos” en distinta esfera pero análoga propensión.

Existen infinitos casos de indecencia política y personal. No obstante, opto por uno vejatorio a fuer de folklórico, chabacano, hiriente. Me refiero a la cena que se dieron periodistas y políticos antes de Navidad; por supuesto, previa a los Santos Inocentes. Aparte el extravío que infringen al personal por sus devaneos emotivos, sentiría pecar de mal pensado pero sospecho quien sufragó tan improcedente cena empresarial. Unos y otros trabajan -es un decir- en el Parlamento, por tanto es lógico pensar que tal patrón corriera con los gastos. No sé cuál fue la asistencia ni el monto total, pero estoy seguro que cualquiera de ellos, todos, puede pagarse el ágape. Así, risas, fraternidades incomprensibles (dado el marco aparente de relaciones personales) y demás explosiones, más o menos afectivas, servirían al tiempo para que, con el mismo desembolso, algunos ciudadanos experimentaran algo de atención, desvelo y solidaridad, por quienes los reclaman solo en ocasiones concretas. ¿Demagogia? Ellos manejan el término con auténtica pericia; pero no, sería un gesto, una salvedad, un instante de crudo realismo.

 

viernes, 9 de diciembre de 2016

SEGUIMOS EN EL CHARCO Y CHAPOTEANDO


 
 
Todavía continúa siendo ilusión renovada de cada niño, chapotear en cualquier charco que dejan estas jornadas una lluvia pertinaz, cansina. Destaco, no obstante, enormes diferencias entre aquella lejana niñez mía y la percibida por infantes actuales. Entonces llevábamos zapatos de goma (quien los llevaba) todo el año, con escaso complemento para abrigar crudos e interminables, inviernos. En nuestros días van pertrechados con botas de agua, amén de diferentes prendas que aguantan cualquier rigor temporal. Antes, éramos  niños pobres; ahora, también indigentes pero satisfechos una minoría al menos. Bien es cierto que la práctica tiende a restringir diferencias a edades tempranas al aparecer pasatiempos divertidos, sugestivos, didácticos. Curiosamente, cosa de los tiempos, quien suele divertirse en un chapoteo generalizado, vehemente, eficaz, son nuestros prohombres que no pierden ocasión de demostrar sus insensatas habilidades. Escandalosa realidad.
Seguimos en el charco; un charco genérico, seco, que abarca todas las facetas sociales, incluyendo novísimos descubrimientos, tan increíbles como esenciales para la moderna teoría política. Se empeñan en decir A cuando saben de antemano que harán Z. ¿Chapotean al tiempo de avivar semejante fuego, tal vez juego, de artificio? Sin duda, pues todos resultamos salpicados por esa actividad cuyo origen no alcanzo a discernir, pero que se ha convertido en hábito ignominioso, arbitrario, antidemocrático, letal. Que el marco aparecido no acabe generando inhibiciones ilegitimadoras de cualquier proceso o facilite la voladura del sistema, resulta cuanto menos enigmático. Somos la paradoja hecha individuo. O aguantamos carros y carretas o calcinamos sin reparos esta desconcertante piel de toro. Como decía el clásico, “nosotros somos así, señora”. Perseveramos plácidos, pese  tener los pies mojados, en una permanente y ridícula cohorte permisiva, inconexa.
Rajoy chapotea a mayor velocidad, muy ejercitado por las húmedas y umbrosas tierras gallegas. Parece haber entrado en cavitación a caballo de un turbador paroxismo pueril. Lo hace con pies que calzan aquellas “siete leguas” de Montoro y los principesco-domésticos de Cenicienta que ajusta Soraya, la virreina catalana. El primero, embustero enfermizo, sube impuestos a todo el mundo en un “vivo sin vivir en mí”. Obviando los que están al caer para evitar frágiles litigios, pero que están al caer, de momento acrecienta el impuesto de sociedades (repercutirá en el comprador, nosotros), los especiales del alcohol y tabaco (solo afectará a todos), el IBI (quedarán exentos quienes aniden bajo un puente o similar) y alguna otra menudencia. Es decir, el statu quo político intocable; el económico-social al garete. Lo mollar, no obstante, viene gestionado por una “lincesa”. Porque acallar el ruido independentista, lograr apoyos parlamentarios específicos y convencer a los catalanistas de que España los quiere y no les roba, sin que se note -o se sepa- lo que cuesta el “milagro”,  es de ser “lincesa”. Como mínimo, casi. Menudo charco pisamos en ambos casos. Lo peor, a la postre, es que estamos acondicionando el terreno para originar múltiples charcos.
Pedro Sánchez, junto a conmilitones insensatos, ilusos, endebles, promueve un charco de renacuajos, sin realizar el trascendente protocolo de la metamorfosis. En mi pueblo conquense, cuando algo va mal o no se le ve salida satisfactoria, se emplea la expresión “esto es un charco de ranas”. Imagínense el futuro de don Pedro, que importa un rábano si no fuera por tanta erosión ocasionada al partido y a España. Precisamos un PSOE sólido, con un líder claro, capaz de aunar voluntades, de ensamblar criterios. Por sentido común y por patriotismo, este grupo debería dejar de chapotear porque su juego infantil, candoroso, impide una catarsis sosegada, pronta. Urge un proyecto inteligente, visible, exclusivo, para reconquistar un terreno que jamás debió perder. España lo necesita cuanto antes y así evitar avernos con apariencia de charco divertido, sucedáneo, potencialmente malsano. Mucho cuidado en rearmar el bipartidismo sin corregir un ápice las formas, reglas y vicios del anterior. Llevaría consigo el riesgo real de impulsar los extremismos. No hay mejor llamada que dejar la puerta abierta.
Ciudadanos empieza a mostrar pies de barro. Podemos no nos sorprende porque es una marca conocida desde hace más de un siglo. Miremos la Historia, reflexionemos y concluyamos. Un calco, una fotocopia del pasado. Nada nuevo. Ciudadanos sí tiene fresco, novedoso, casi virginal, su ADN. Extraña que se deje cautivar por provocaciones que le llevan al pecado, contra sus propios presupuestos. Se diluye inconsciente en principios y actuaciones distintas de sus objetivos genéticos. Transporta, desde mi punto de vista, excesivos complejos y esto condiciona cualquier interacción con otras siglas básicas para alcanzar el Estado de Bienestar. Debe afirmar o negar con la fuerza no que representa en el Parlamento sino con la de su programa. Así, será respetado por todos, incluyendo de forma esencial, al ciudadano. Como dice su presidente con insistencia y fortuna, primero ideas, proyectos, después personas. No lo olvide él mismo, Arrimadas, Carolina Punset, u otras personas.
Entre tanto, inundan los noticieros de humareda, señuelos seductores, cuyo fin es adormecer mentes y voluntades para emborronar los asuntos que preocupan.  Hoy aparecen, al efecto, futbolistas -supuestos defraudadores- perseguidos por su popularidad y consiguiente eco. Mañana, el nuevo informe PISA que suaviza el efecto tremendista de recortes, no demasiado condicionantes, y que niegan u ocultan factores enjundiosos. Desde el punto de vista local, la semipeatonalización de la Gran Vía madrileña, difumina cuestiones alarmantes para Madrid y España entera. Pese a todo, seguimos en el charco con los pies mojados y pocas opciones de dejar atrás la miseria que algunos optimistas, cuasi farsantes, consideran superada.
 
 
 
 

viernes, 2 de diciembre de 2016

ESPAÑA, PLAYA Y ALPUJARRA

 
No sé si es hartazgo, esterilidad o simplemente ausencia. El asunto me produce cierta inquietud; pues, en corto periodo, esa nota característica de escribir sobre política queda relegada a segundo plano. Tal vez, de forma instintiva, llegue a la conclusión de que (pese a los síntomas graves) nuestros políticos sigan disputándose lentejuelas mientras desatienden al ciudadano. Luego se sorprenden por tanta desafección y abstinencia. Ignoro si yo también devuelvo el mismo desaire, aunque -si así lo hiciera- desconozco la causa exacta. Puede deberse a mi estancia en Almuñécar, alejado de telediarios, prensa y con Cronos congestionado. Inmerso en este escenario, borracho de placidez y apatía, sin tiempo para un intelecto raptado por sentimientos excelsos, surge poderoso el lirismo que ahoga cualquier tentación materialista, prosaica. Sí, con esta son dos veces en que me inclino por huir del mundanal ruido, al decir de Fray Luís de León.
Disfruto, digo, unos días en Almuñécar a la vela de Zaida, simpática, dulce, dispuesta y entrañable recepcionista del hotel donde nos alojamos. Ahora, más allá del verano cosmopolita, soberbio, pleno, el turismo lo representamos gente jubilada, variopinta, multiautonómica. El paseo marítimo, desde Cotobro a Velilla, se entrega solícito, sugestivo, a individuos inactivos, gastados por la vida, pero que aún tienen fuerzas (quizás de flaqueza) para gozar libres de cualquier servidumbre si exceptuamos sus barreras corporales. Se respira paz, cordialidad, bonhomía. Un acuerdo tácito de inquina a los problemas impregna cualquier rincón de este fastuoso enclave tomado hoy por vanguardias de la tercera edad. No hay heridos ni prisioneros. Sin embargo, no representamos lo añejo de este pueblo mil milenario. Quedan restos anteriores -no a nosotros, pobres- a muchas generaciones que, con toda seguridad, se desvivieron para hacer bella la zona.
España, toda, queda representada en esta tierra andaluza y mora. Tesón, sacrificio, esperanza, junto a otras palpitaciones, mueven al español. Las crisis despiertan valores, virtudes o vicios, dormidos; luchar por la vida se convierte en necesidad, deja de ser un eslogan tópico a fuer de estéril. No caben excentricidades ni exquisiteces semánticas, el momento lo excluye. Puede parecer un alegato huero, injustificado, pero los contrastes vividos aquí me llevan de golpe a una identificación plena con el estado y devenir actual de España. Quisiera evitar cualquier remoquete que pusiera a prueba, mejor dudara, lo riguroso del análisis, sobre todo de su culminación. Admito el error proveniente de un enfoque subjetivo, subyugado quizás por las rarezas admirables que atesoran estos lugares. Garantizo fidelidad plena entre mis sensaciones y palabras.
Centrándome en la costa, distingo dos planos bien diferenciados: Almuñécar y Málaga. Aquella, ya descrita, salva el derrumbe hotelero con una tercera edad que ocupa durante la época baja, fuera del verano, los hoteles a precios insólitos. Constituye un proverbial sostén turístico compensando el retraimiento invernal. Málaga, abarrotada de turismo internacional, dinámico, efectivo, tiene en él un sólido motor económico. Observé mucho chino y japonés que contrastaba con el europeo imperceptible, salvo por ese requisito gregario de todo grupo. Me pregunté si habrían descubierto España o era al revés. Llevaban la respuesta adscrita a la naturalidad con que recorrían calles y callejuelas. Constituían conjuntos informados, no muchedumbre desorientada. Aprecié contrastes tan injustos como la vida misma. Cerca de la catedral estaba aparcado un Mercedes S 500 del cuerpo consular y próximo a él un taxi bici, biplaza, que pedaleaba un alemán, como después supe, al estilo indochino. Costaba treinta y cinco euros noventa minutos de recorrido. Constatamos que varias parejas utilizaron este transporte atípico, limpio y relajante. Pudiéramos considerarlo todo un emprendedor. Me resultó curioso el reclamo callejero, casi libidinoso, en bares, tascas y freidurías concentradas a lo largo de las calles adyacentes a la famosa Larios.
Sensacional, casi mágico, fue el viaje que Paco, conductor, y Ángel, guía hecho crónica, nos proporcionaron por La Alpujarra. Una carretera, escalera de Jacob, nos llevó al cielo de Trevélez, a casi mil quinientos metros del remanso playero. Abajo quedaban Pampaneira, Bubón y Capileira colgadas de la misma vertiente a distintas alturas que superaban los mil metros. Solo manos que se confunden con el volante, junto a mentes especiales, pueden serpentear la ruta empinada, imposible. Daba pánico ver por donde deberíamos subir, sin quitamiedos físicos ni espirituales. Chimeneas y suelos se yerguen de forma inverosímil en líneas que dibuja un paisaje vertical, rompe cuellos. Sueño imbricado en pesadilla, envuelto en jarapas multicolores, artesanales como su entorno físico. A la vista ni magos ni psiquiatras, únicamente pared salpicada de nidos color blanco cal, nubes y, más arriba, cielo.
Estas tierras, sin duda, reflejan la España actual. Playas cuidadas, poblaciones plácidas, vida relajada, halagüeña, cómoda. Las restricciones van por barrios, unos con mayores apreturas, otros mejor pertrechados aunque sin grandes alharacas ni dispendios. La costa vive, se acompasa, a las modernas vicisitudes provenientes de modas y adelantos técnicos. La Alpujarra luce antaña, medieval, sometida a una agricultura de subsistencia, a un turismo ágil, alpinista, paisajístico. Proporciona poco. Compensa el espíritu ascético del alpujarreño. Prefiere paz a pan; su indigencia material queda satisfecha con creces por esa idiosincrasia construida con tiempo, sacrificios y valor. Igual que esta España seccionada por una crisis aguda, reciente e intempestiva.
 
 
 

viernes, 18 de noviembre de 2016

ME PREOCUPA EL BAJO SUELDO DE LOS POLÍTICOS


Los años sabáticos implican ausencia de congojas, al menos laborales. Abundando en esto, me van a permitir que por una vez tome con despreocupación, a chirigota, el acontecer político y sus servidumbres durante unas horas; un lapso sabático. Ignoro si me lleva el hartazgo de ver y oír hechos que superan mi capacidad de asombro, ciertamente cuantiosa e incluso providente. Cambiar de actitud, tomarse a zumba algunos temas, no por sospechados menos folklóricos, supone una cura casi ineludible. Aunque la política en sí exhibe cierta carga caricaturesca, hay momentos o episodios que precisan una prevención, un tratamiento, inusual. Ahora mismo somos espectadores de un espectáculo grotesco que inquieta a nivel mundial; cuanto menos, al mundo industrializado. Opino que, cuando la excrecencia, el insulto, la chirigota, tienen aceptación y se encaraman al poder, vivimos hechizados por grupos sin escrúpulos y circunscritos a una sociedad enferma. Quienes mantenemos todavía alguna cordura, urgimos en defensa propia recurrir a la evasión cómica, al recurso irónico, templado, cachondo, que salve mente y contingencias de frustraciones lesivas. Solo así lograremos mantener un equilibrio difícil, heroico.

Desde hace tiempo, comunicadores hieráticos, hueros, tiralevitas, vienen manteniendo sin recato que los políticos españoles ganan poco. Para mis adentros, respondo a tales aseveraciones -con poco o ningún fundamento- que muchos de esos damnificados cobran mucho más de lo merecido en razón de idoneidad y trabajo. ¿Cuántos de ellos estarían parados o con sueldos inferiores a mil euros? Con toda certeza, quedándome corto, muchos. Si un congresista, asesor, quizás asimilado, percibe entre cincuenta y setenta mil euros anuales (seis mil al mes), díganme qué trabajador normal o cualificado obtiene treinta mil al año. Pongamos cuarenta mil en un arranque de hiperbólica munificencia.  ¡Pobres! Trabajan con denuedo, sirven al ciudadano, velan por su bienestar, y encima ni tan siquiera reconocemos tanto sacrificio. ¡Desagradecidos!

Tertulias y debates -divergentes pero terapéuticos, ilustrativos- hacen causa común del raquítico sueldo que perciben los políticos españoles. Esta severa indigencia, dicen, provoca la negativa a ocupar cargos públicos de aquellos cuyo currículum refleja un crédito indiscutible. Por contra, tal realidad atrae a personajes de dudosa talla intelectual y moral. Semejante supuesto me lleva a la certidumbre de que además del salario oficial, existen comisiones, corretajes, regalos, sinecuras, simplemente sisas, que agigantan haberes personales y colectivos. Hay que sumar (amén de estas irregularidades, como poco) otras minucias vinculadas a servidumbres representativas y ágapes de trabajo donde falta ese aditamento popular llamado “sobaquillo”. Entre copichuelas y grata compañía, que desvelan las visas oro, el monto total adquiere niveles vergonzosos siempre, en periodos de crisis intolerables. Generan el caldo de cultivo para gloria de populismos no menos corruptos, oscuros y, desde luego, antidemocráticos, peligrosos.

Al solar patrio le cupo el infamante honor de emprender la farsa. Podemos abrió camino, encomienda. Sin ningún apremio ni exigencia, propusieron cobrar tres veces el salario mínimo interprofesional, unos mil ochocientos euros. El resto, muy cuantioso, lo donarían a diversas instituciones sociales. Durante un tiempo -bajo un trasfondo mitad burla, mitad estrategia mezquina- así lo hicieron. Dejaban el sobrante al partido, empresas sociales propias (puede que de titularidad unipersonal) y fundaciones. Hoy, el trágala se ha desvanecido en la incertidumbre u ocultación que conlleva una larga lista de diputados nacionales o europeos, senadores y alcaldes. En definitiva, una nueva casta, un nuevo lastre, carente de etiquetas según ellos. No obstante, este clan -manada por su proceder gregario- presenta un rostro impertérrito, inasequible, jeta. Forman un contingente en el que nadie causa baja por nada del mundo, firmes a tan difundido “tres veces el salario mínimo interprofesional”. ¿Dimitir para engrosar el paro? ¡Pero qué broma es esa!

Trump, populachero, demagogo y sin embargo rico, les ha dado una lección de humildad, de desprendimiento. Él cobrará un dólar al año. ¿Alguien da más? Nuestros aborígenes quedan a la altura del betún, con las vergüenzas hechas unos zorros. Trump proporciona a la renuncia calidad, señorío; lo demás son ganas de ponderar el escaparate. Se asemejan en que, supuestamente, el futuro presidente toreó al fisco americano unos años y los líderes podemitas, españoles al fin, en diferentes episodios similares lo capotearon, banderillearon, le dieron pases de pecho y lo apuntillaron sin compasión. Presuntamente, claro. Utilizando el lenguaje popular (no populista) que nos caracteriza, Trump les ha robado la merienda. Espero, como epílogo del párrafo, que mis amables lectores hayan interpretado el tono irónico, con doble lectura, del mismo. Aseguro que ni unos ni otro están dispuestos a cumplir tales pasos, digo, salidas de tono.

Colau, esa alcaldesa de rebote, de colecta, ha planteado un magnífico proyecto, al decir de la prensa. Quiere emitir dinero local para, textual, “luchar contra el neoliberalismo”. Lo que ya no soportaría, aquello que me dejaría de piedra, patidifuso, es que podemitas y Trump quisieran recibir esos “tres veces el salario mínimo interprofesional” y dólar en moneda “adática”. ¡Jesús, qué caterva!

 

 

 

viernes, 11 de noviembre de 2016

DOCTRINA, ESTRATEGIA Y EDUCACIÓN


Es proverbial que cada doctrina tenga sus principios, actitudes o límites como manuales rectores, tal vez discriminatorios. Sin embargo, con frecuencia, intrusos modelo cuco aprovechan nidos ajenos para mantener presencias chirriantes. Basta con que puedan obtener ventaja de un soporte ya construido aunque diverja de sus más íntimos esquemas. Desde Gramsci, la izquierda -ultra y aun moderada- domina en exclusiva toda concepción docente. También, como sugiero, el liberalismo conservador se adecua a estos estándares con excusas superficiales. Existe una razón nítidamente revolucionaria o de acoplamiento seductor. La hegemonía cultural gramsciana (para el político marxista) consiste en aleccionar cualquier sociedad, desde los ámbitos cultural al moral, para que pueda ser domeñada por un grupo rector. De ahí el gran interés que esconde ofrecer al educando dogmas, arquetipos, y desdeñar su pleno desarrollo, como exige el concepto educación, para conseguir ciudadanos complacientes, de fácil manejo.

Armados de autoridad, de crédito injustificado, sobrevenido, inhabilitan cualquier voz que polemice sobre sus “verdades reveladas” de las cuales han hecho un santuario sagrado. Les sirven premisas y acciones insólitas, desatinadas. Da igual que rocen lo ilógico, lo absurdo -al menos lo dudoso- porque su evangelio debe triunfar con justeza o sin ella. Amén de semejante superioridad adscrita a “peritos”, existen numerosos legos cuyo atrevimiento queda exonerado por ese clan selecto que reparte competencias y credenciales. A cambio, solo se exige lealtad (culto) al líder bien amado que expele un maná ideológico cuando no prosaico. Seguimos necesitando mitos para superar nuestros límites y angustias. Por este motivo, siempre los buscamos en épocas de desorientación, de crisis. No miramos, ni nos atañe, que sean eficaces o inútiles, íntegros o farsantes, con tal que despierten ilusiones novedosas. Trump, nada menos, se ha convertido hoy en el sueño americano.

Más allá de la izquierda radical, vocinglera, extemporánea, populista de encarnadura no de método según Korstanje, el PSOE abandera la manifestación contra la LOMCE. Aparte dictados reverentes, impugna su propia ley: la LOGSE. Nadie a estas alturas, estimo, duda de que LOPEG (PSOE), LOCE (PP, sin aplicar), LOE (PSOE) y LOMCE (PP, sin aplicación hasta el momento), emanan -con pequeños matices- del tronco común LOGSE. Es decir, la base educativa en España sigue siendo aquella que aprobó Maravall en mil novecientos noventa, a cuyo precedente -el Libro Blanco- contribuí de buena gana. Fue una farsa más, un paripé indigno e indignante, que sufrieron profesores y sociedad. Desde entonces, la educación conforma un pretexto político que unos y otros utilizan como arma arrojadiza para conseguir fines diferentes, espurios; un señuelo que gran parte de la sociedad aplaude de forma consciente e irreflexiva. Las aguerridas protestas surgieron a principios del curso 2011/2012 en Madrid por recortes del profesorado y aumento consiguiente de horas lectivas. A la postre, el curso pasado, Ley Wert, reválidas y disminución del presupuesto para becas, se convirtieron en espoleta de la explosión estudiantil.

Resulta curioso, preocupante, la forma en que han politizado la labor educativa. Lo sé por experiencia personal. Aunque la llamada derecha no debe juzgarse ajena, es la izquierda quien marca los pasos estratégicos. Con el mismo tratamiento, cuando gobierna el PSOE todo se desarrolla bajo un horizonte de perfección, de satisfacciones inmensas. Impera la calma que se extiende, sibilinamente orquestada, a una sociedad indolente cuando no necia. Los discípulos de Gramsci lo tienen facilísimo en este país tan permeable. Enseguida atribuyen a leyes que propician (según ellos) la desigualdad, el rechazo, junto a infames recortes presupuestarios, el advenimiento del fracaso escolar. La relación causa-efecto es incuestionable, aseguran. No, nada tan falso como una verdad a medias y su prédica lo es.

Antes de la Ley General Educativa -llamada Ley Villar Palasí- en mil novecientos setenta, existían leyes franquistas. Con poco presupuesto y ratio descontrolada (yo empecé con sesenta alumnos de tres niveles) se conseguían resultados asombrosos. Era loable su espíritu de sacrificio, motivación y esfuerzo personal. Si nos olvidamos del cariz político-religioso -hoy normalizado aunque oculto entre mil biombos- el sistema educativo, básicamente con la LGE, cosechó triunfos notables e inconcusos. Ha sido la LOGSE, matizada hasta nuestros días, quien ha originado tanta vergüenza acumulada en los distintos informes PISA. Llevamos decenios a la cola de Europa en cuanto a resultados académicos se refiere. Ahora gozamos de un presupuesto mucho mayor que el de los años sesenta, en términos absolutos y relativos, siendo evidente el deterioro que se infiere al momento actual. No son, por tanto, determinantes ni los recortes dinerarios ni tampoco el del personal que pueda reducir la ratio.

El problema, digo, sobrepasa presupuestos y acicate profesional, otro hándicap poco analizado y actualmente en caída libre. Esta desventura arranca de su esencia, de la epistemología del conocimiento y del tipo de escuela. Todo conocimiento gira sobre dos pilares: constructivismo y conductismo. Ambos presentan versiones contradictorias sobre virtudes y fallos; parecidos porcentajes en pros y contras, en éxito y fracaso. Los dos son ventajosos o inicuos, según se mire, pero el constructivismo potencia una evidente falta de interés, esfuerzo y capacidad de sacrificio al considerar que el sujeto adquiere el conocimiento a través de la propia experiencia, sin esfuerzo apriorístico. La Escuela Comprensiva y su promoción automática ahogan todo estímulo individual e impide cualquier grado de emulación, básico en el acontecer educativo. El resto de argumentos son tan falsos como interesados, desde mi punto de vista. Aquí radica el problema de la educación española y mientras no se subsane esta filosofía, el fracaso escolar está asegurado y la indigencia social y económica también.  

En esta situación, la mediocridad es concluyente. Acaso se busque llegar al punto en que Gramsci aseguró. “Nuestro optimismo revolucionario siempre se ha fundado en esa división crudamente pesimista de la realidad humana en la que inexorablemente hay que pasar cuentas”. ¡Pobre individuo!

 

 

viernes, 4 de noviembre de 2016

LAS VERDADES DE PEDRO SÁNCHEZ Y LAS OTRAS


Cientos de estudiosos han destinado su existencia a explicar el cosmos, en definir vocablos, angustias y ciclos vitales; la vida. Verdad, vocablo, constituye uno de esos interrogantes. Ofrece tanta complejidad, tantas perspectivas, que -desde Grecia clásica a nuestros días- predomina la idea de su negación. André Maurois aseguraba: “Solo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa”. Sintetiza con acierto cuantos esfuerzos se han gestado para afirmar dicho término. Al mismo tiempo surgen, inapelables, verdad subjetiva y verificabilidad; prescribiendo la primera el ámbito inmaterial y la segunda el medio físico. Lo expuesto reporta el viejo tópico de que, como mucho, uno expone su verdad pero puede alejarse infinitamente de otras diferentes u opuestas sobre idéntico motivo. Hoy rememoro algunas “verdades” vertidas -con mayor o menor tino- por individuos que alcanzaron algún grado de poder, sin que entendamos el porqué, sus merecimientos.

Así, Pedro Sánchez (extraviado e incompetente exsecretario general del PSOE), en reciente e insólita entrevista, se atrevió a afirmar palabras de hondo calado. Allá van algunas. “España es una nación de naciones”. “Cataluña y País Vasco son naciones dentro de una nación: España”. Algo semejante alumbró su antecesor, “la nación española es un concepto discutido y discutible”, y que el eco actual trae consigo la hecatombe socialista consecuencia inevitable de tan aparatosa carencia programática. Quien traiciona el principio de universalidad no tiene cabida en la izquierda socialdemócrata. Sí en la izquierda radical; aquella que tras defender el derecho de independencia somete, una vez alcanzado el poder, a las diferentes repúblicas. Evoco el recuerdo de Hungría en mil novecientos cincuenta y seis y Praga en mil novecientos sesenta y ocho pese a lo preconizado por Lenin respecto al derecho de autodeterminación. De golpe, ambos políticos aborígenes (discutidos y discutibles) beben -sin que lo sepan seguramente, o sí-la rancia pócima del leninismo trasnochado y terrorífico.

Dijo, pecando de ingenuo o de sincero necio, “me equivoqué al tachar a Podemos de populista”. Su papel, ahora, cimienta el Caballo de Troya. Tal declaración, amén de esta: “El Comité Federal fue una vergüenza” muestra a las claras qué grado de indigencia doctrinal y personal despliega quien lideró el partido modernizador de un país hosco, atrasado, mísero. Carlos IV y Fernando VII, reyes felones, actuaron con Napoleón de similar manera. ¿Hacia dónde nos hubieran conducido sus erráticas ideas y su infinita ambición? Pese al autorretrato, aún tuvo arrestos -quizás osadía- para anunciar intentos de recuperar el PSOE. Sigue confiando en una militancia adiestrada, ilusa, y en fieles lugartenientes obcecados, irreflexivos. Vano intento, pues el PSOE en sus manos sería una confluencia irrisoria, otra más, de Iglesias. Sánchez, emulando a Garzón, firmaría la defunción de este partido centenario y vertebral para España.

“El país necesita unos medios más plurales” fue otra de las sentencias ofrecidas por un personaje ajeno o enajenado. Más allá de confesión inoportuna, lamentable, refleja el poderoso instinto censurador de quien no admite ninguna opinión nociva, tal vez distante del propio credo e incluso denuncia de pruritos abarrotados de incierta superioridad. Toda encarnadura totalitaria teme la libertad y chirría frente a la de prensa. Aparentaba ser dueño de un talante liberal dentro del sectarismo que trascendía sin escrúpulos cuando participaba en mesas de debate político. Parece impulso común e inevitable. Dictadores, aun demócratas, desean acallar como sea aquellas voces discrepantes que se caracterizan por verter críticas razonables al poder. Constituye una nota típica de sistemas e individuos totalitarios; cuanto menos, huérfanos de hábitos liberales.

Pablo Iglesias, raptado por la loa reverencial de su ¿contrincante? devenido en apologeta, se dejó apuntar campanudo: “Pedro Sánchez ha dicho la verdad, pero demasiado tarde”. Tal frase me encaminó al epígrafe y primer párrafo; era preciso aclarar que no existe verdad fuera de uno mismo. Don Pablo, que respira absolutismo incluso por los poros lingüísticos, la elevó a expresión incontestable. Con igual intensidad hubiera defendido su defenestración si le perjudicara o pusiera en duda sus intenciones. Porque eso sí, líder, adláteres, cuadros, simpatizantes, son intachables, virtuosos, lapidarios, casi intangibles. Además, en un no va más místico, Podemos corona su venida siendo partido milagrero al resucitar el contubernio, no judeo-masónico sino mediático-financiero. Muchos lo ignoran pero -allá, por aquel lejano franquismo- dicho vocablo, contubernio, se mantuvo bastantes años en el hit parade político.    

Aparte estas “verdades” formuladas por dos probos representantes de la casta, hay cuantiosas más porque como dijo Gandhi “la verdad es lo que te dice tu voz interior”. A mí me dice la mía que Pedro Sánchez ha pagado su propio funeral; que Iglesias no presidirá nunca un gobierno; que Podemos es una oficina vip de colocación; que Errejón, matizando su discurso, tiene futuro únicamente en el PSOE. Me susurra también que al PP le esperan tiempos difíciles, de zozobra. Por su parte, el PSOE concreta un programa exhaustivo, socialdemócrata, convergente, o desaparece ahogado por un radicalismo quimérico e irracional. Ciudadanos necesita defender con pasión su espacio programático; es decir, debe asumir, exigir, un papel bisagra en las nuevas formas de gestión institucional alejadas de independentismos y partidos laboratorio.

Por cierto, señor Sánchez, no hay nada más reaccionario que “no es no”. Niega toda eventualidad dialéctica y progreso. Opongo esta respuesta a su afirmación, “es más reaccionario que el anterior”, sobre el nuevo gobierno. Tenga por seguro que mi verdad vale tanto, o tan poco, como la suya.

viernes, 28 de octubre de 2016

VAN DEL CORO AL CAÑO O VICEVERSA


 

 

Me ha costado decidirme por este epígrafe, entre trabalenguas y dicho popular con incierta traducción, para plasmar el sinvivir actual de nuestros representantes, quizás verdugos. Más allá del intento por trabucar sonidos (en ocasiones para caer avergonzados con el desliz y sufrir las chanzas consiguientes) la frase se impone cuando queremos indicar a otro cierta desorientación. Políticos e informadores siguen fielmente una trayectoria tornadiza, de so y arre o de pulga expeditiva. Alarmante. Nos marean mientras pretenden justificar lo que jamás deberíamos admitir. Han desnaturalizado la democracia y encima aparece un líder y un partido urdiendo singularidades liberticidas -bajo máscara fecunda- pero que tienen prodigioso asentimiento y aplauso. Para su desgracia, el acné se cura con la edad como proclamara Bernard Shaw.

Aunque la manifestación contra la LOMCE precisa un análisis específico, pospondré para otra ocasión su tratamiento. Hoy adquiere mayor enjundia la investidura de Rajoy junto a sus peculiaridades, que no son pocas. Rechacé escuchar al candidato porque eran evidentes los temas a exponer con la monótona frialdad de los números. El meollo debería provenir de otras intervenciones, amén de las réplicas en donde cada protagonista exhibe sus dotes debido a la inmediatez y urgencia. El primer Hernando, líder ocasional, esbozó un discurso paralítico, átono, penitente. Rajoy se adaptó a él en una réplica suave, medicinal. La expectación y las cámaras mudaron de plano, de asiento. Atraían los signos, porte y reacciones de un Sánchez todavía engullido por el tsunami mediático. Una pregunta tomaba cuerpo. ¿Esta tarde, se abstendrá, se confiará a un no con eco futuro o renunciará a su acta de diputado? En el último momento ha renunciado al acta. Paga las consecuencias de esa solvencia aparente, hecha a golpe de televisión. 

Sin embargo, y como contestación al margen, el señor Hernando -don Antonio- daba manotazos al PP por la educación, sanidad, “ley mordaza”, reglamentación laboral, etc.; definitivamente, por los recortes y aventado retroceso en conquistas sociales. Bastante más lejos quedaba una presunta restricción de libertades ciudadanas sometidas por el Estado. Rajoy -don Mariano- con talante didáctico enumeró demasiados triunfos, poco ajustados a la realidad, mientras callaba sonoros fracasos. Expuso satisfecho, orondo, la notable disminución del paro, del déficit y de la prima de riesgo. Mentirijillas y cocina aparte, el paro disminuye porque también lo hacen los salarios a la vez que aumentan precariedad y temporalidad. Respecto al déficit, es difícil que case con la deuda final. La prima de riesgo supera los esfuerzos nacionales para depender básicamente del Banco Central Europeo. A cambio, oculta un aumento incontrolado de deuda pública (mientras baja la privada) y el resultado negativo de una balanza comercial animada por salarios míseros, junto a otras minucias macro y microeconómicas. Para qué vamos a hablar de aquellas reformas democráticas, antaño banderín contra el PSOE. Alegrías, las justas.

Folklore y circo vinieron, como no podía ser de otra manera (frase fetiche en política), hermanados con Iglesias, don Pablo. Él fue a hablar de su libro. España y los españoles le importan solo cuando sus votos puedan hacerlo presidente. Nada, antes ni después. Lanzó un mitin a esa feligresía que le sigue ciega, ebria, borreguil, (al resto un sonoro escupitajo). Bien es verdad que no más borreguil que otras manadas de diferentes pastores. Narciso, relumbrón, dado al abalorio gestual -aun doctrinal- dibujó un país de mierda pero se abstuvo, tal vez por inepcia, de ofrecer soluciones viables. El populista puso fin a su arenga prendiendo la siguiente mascletá: “Creo que van a oponer quinientos policías a la manifestación rodea al congreso. Hay aquí más delincuentes potenciales que ahí fuera”. Todo un dechado demócrata.

A consecuencia de una urgencia familiar, apenas pude escuchar a Rivera, don Albert. A posteriori, acopié algo de lo que centraron sus manifestaciones. Creo que desmenuzó una serie de ofertas -también exigencias- para transformar aspectos formales y normativos a fin de vivificar la acción gubernativa haciéndola menos onerosa. Según esto, y pese a los comentarios desabridos, feos, contra PSOE y Ciudadanos (auténticos naderías del debate al decir de la prensa), Rivera hizo un discurso serio, ajustado, de estadista. Interpreto que la gente, hastiada ya, prefiere el espectáculo más divertido e igual de vano. Las frustraciones conforman el mejor sendero para conquistar actitudes insensibles cuando no diabólicas.

Este sábado (son las doce del mediodía) don Mariano será investido presidente. Su apoyo no será el tridente, ni la Triple Alianza, en giro peyorativo de Iglesias quien arrastra un poso antidemocrático. Al nuevo gobierno, que a mí tampoco me gusta, lo avalan ocho millones de votos bastantes de ellos procedentes de la tercera edad que, según Bescansa, es un enorme hándicap para que Iglesias alcance la presidencia. ¿Acaso es una evocación al voto censitario? ¿Perturba hoy el colectivo mayores como ayer lo hiciera el colectivo mujeres? ¿Son estos los patriotas democráticos? Con semejante caterva sobra el giro “del coro al caño” para vincularnos al “apaga y vámonos”.

 

viernes, 21 de octubre de 2016

LUCUBRACIONES EN TORNO AL PODER Y MODALES DE LOS PARTIDOS


Pese a Weber, Foucault o Freire, el poder no puede supeditarse a una concepción semántica tan artificiosa como carente de sustancia. Pura especulación. Conocemos a fondo -de forma empírica- sus efluvios que vienen determinados por los tiempos y, concretamente, por cada especificidad coyuntural. Descubrimos dos ramas esenciales: una temporal y otra trascendente, solapadas ambas durante siglos. Se trata del absolutismo, con rasgos teocráticos, y del poder religioso. Quedan y aparecen en un fluir sempiterno vestigios muy representativos: fortalezas, palacios, catedrales y mansiones. El primero, al paso de los siglos, ha ido diversificándose, diluyéndose, y, por tanto, perdiendo aliento. El segundo sigue inmóvil, intacto, fresco. Deben ajustarse, en cuanto a durabilidad, a muchos presupuestos originales. Así, lo efímero del poder temporal viene como consecuencia de su aceptación racional, cambiante, perecedera. En contraste, el poder religioso trasciende a Cronos por una asunción firme adscrita a la fe, poderosa fuerza alejada de todo concierto lógico, mutable.

La historia se modela a través de cambios en las sensaciones que encauzan la vida pública. Rendidos al despotismo de reyes y señores feudales, surgen despacio colectivos que necesitan explorar nuevas formas de convivencia. Aparecen banqueros, empresarios y obreros. Estos grupos ansían protagonismo, autonomía, poder, para desarrollar una actividad que resulte vertebral en estas dinámicas sociales, hostiles a controles o reglas arbitrarias. Emergen vigorosas organizaciones que exigen derechos y justas apetencias de emancipación, instrumentos necesarios para tutelar un diálogo fructífero que permita al individuo logros impensables ayer. Se otean los sistemas democráticos y con ellos otras perspectivas del poder. Enseguida aparece la necesidad de interrogarse qué papel juegan estrenadas fuerzas: económica, política, sindical, social, y cuáles las formas de articular procesos seductores, propicios, imperecederos.

Transcurridos dos siglos de aquella declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, todavía triunfa una realidad que denuncia, necia, su incumplimiento general. Más aún, podríamos decir -sin temor a pecar de exagerados o inexactos- que fueron mancillados sin compasión en épocas recientes y lo siguen siendo, básicamente, en ese marco despectivo denominado tercer mundo. Ciñéndonos a nuestro entorno (democracias formales), el poder social no pasa de un eslogan para legitimar al jerarca político ataviado de reyezuelo autoritario, con menos contrapesos y más omnipresencia. Pese a tal convicción, me inquietan aquellos que glosan un “poder popular”. Es la insidia histórica, sutil, difusa, de las dictaduras totalitarias. El poder sindical constituye un apéndice momificado del poder político y que la vanguardia pretendidamente obrera, pero liberada, evoca para hacerse perdonar su presente subvencionado. Quien, en definitiva, goza del poder real, sin apenas renuncias, se encuentra incrustado al capital en sus versiones financiera o empresarial. 

Juzgo los partidos apéndices, ramas, del poder político que adecuan su gestión a intereses particulares -tal vez partidarios- nunca a beneficio de quienes los legitiman. Yo, no; desde luego. Pese a ese hipotético adeudo de respuesta, de gratificación (pues viven -¡y cómo!- a expensas del ciudadano), acarrean conflictos extraordinarios porque sus líderes llenan vastos eriales intelectivos y éticos. Al PP podemos censurarle algunos importantes. Indolencia, corrupción, incumplimientos programáticos que pretenden justificar mediante falacias cocinadas, perturban su legislatura. Desafecto y ausencia de diálogo, junto al paradójico apadrinamiento mediático de un credo populista, son estigmas que le originan costosos peajes electorales. Debe asumir la paternidad putativa de ese monstruoso Frankenstein político denominado Podemos.

Ahora mismo, el PSOE está sufriendo las consecuencias letales de dos secretarios generales, de sus yerros. Uno ocultó la propia ineptitud restaurando las dos Españas, el enconado enfrentamiento de una derecha demonizada y una izquierda con escaso bagaje moral. Tan inoportuna como innecesaria, la Ley de Memoria Histórica fue el detonante definitivo. Sánchez, segundo actor, resume su contribución construyendo una conciencia socialista ciega, radical, opuesta a la moderación que gobernó catorce años. Esta coyuntura, procedente de una equivocada estrategia, tuvo dos efectos perniciosos: Aferrarse, con tenaz negativa, a un sendero sin salida benefactora y consentir una simbiosis, de igual a igual, con Podemos. El resultado lógico fue la pérdida del voto socialista y la ganancia podemita en similar medida.

Ciudadanos, impoluto con matices, no estabiliza su discurso. Al menos, no lo parece y, por tanto, confirma tal impresión. Podemos, sin desertar del carácter totalitario, presenta dos trayectorias. Iglesias, víctima de la soberbia, lleva al partido a un pesebre con mayor o menor aforo pero sin alcanzar el paraíso de la gobernanza. Errejón, atinado, fructífero, sucumbirá al final del pulso y con él la posibilidad de alcanzar ese cielo ansiado por su contrincante, lanzado in extremis al purgatorio impío. Solo el PSOE puede ofrecerle la esperanza de asir un poder integral. Mientras, se avizora mala fortuna para los pobres seguidores de don Íñigo que asciende lento al cadalso. Como dice Remy de Gourmont “Los amos del pueblo serán siempre aquellos que puedan prometerle un paraíso”. 

Expresaba Kundera que “la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”. Memoria objetiva, imparcial, clarificadora. Instruirnos, reflexionar, es el punto de partida para que nuestro poder inmovilice a aquel que nos destierra, como daba a entender Montesquieu. Nadie comparte ni regala nada de buen proceder. Debe ganarlo la sociedad pacíficamente, sin prisas pero sin pausas, ilegitimándolo cuando sea preciso, y ahora lo es. Que cada cual aporte cuanto pueda al esfuerzo común. Para ello hace falta espíritu crítico y determinación sin esquemas previos. 

 

 

viernes, 14 de octubre de 2016

HEMOS VIVIDO UNA FIESTA NACIONAL PLAGADA DE ESPANTAJOS


Según la Real Academia Española, espantajo en su acepción segunda significa “cosa que por su representación o figura causa infundado temor”. Deja para la tercera, de modo despectivo, “persona estrafalaria y despreciable”. Cualquiera de ellas describe fielmente a especímenes o contingencias de nuestra Fiesta Nacional. Todo país que se precie celebra un día, adscrito a cierto hecho destacado, como evocación entusiasta y enaltecimiento patrio. Así, Francia lo hace el catorce de julio -desde mil ochocientos ochenta- para conmemorar el asalto a la Bastilla. EEUU viene celebrándolo cada cuatro de julio, desde mil setecientos setenta y seis, para evocar la fecha de su independencia. Nosotros hacemos lo propio, en memoria de aquel descubrimiento que alumbró distintos países con idéntico lenguaje. A principios del siglo postrero se denominaba día de la Raza; a partir de mil novecientos treinta y cinco, día de la Hispanidad. Se designa Fiesta Nacional desde mil novecientos ochenta y siete, pese a necios que la atribuyen al periodo franquista.

A veces pienso que es imposible tanta incultura, tanto disparate, tanta vehemencia por lo estrafalario, sin rédito apreciable. Y no existe, ni con requerimientos sutiles. El individuo radical, inflexible, solo se activa a cambio de alguna gratificación, a priori moral, que termine en canonjías políticas o sociales. ¿Cuándo, si no, ciertos agitadores indigentes ocuparían cargos bien remunerados? Los hay a patadas, iletrados la inmensa mayoría. Prueba inconcusa es que utilizan una vara específica, reversible, para medir la conveniencia o no de manifestarse, de provocar. Importa poco qué gravedad tenga el hecho censurado; sin más, les ocupa su origen. No es comparable una lapidación en Irán a que, tal vez, se zahiera un poquito a alguna correligionaria. El primer caso acaba con silencio cómplice; el segundo merece dos meses de escaramuza. ¡Vaya caterva! Su integridad se asemeja a la de un escarabajo pelotero, verbigracia. Me resisto a dar nombres porque alguien se sentiría despreciado al no aparecer en la lista. Tienen, pobres, exquisita sensibilidad y piel muy quebradiza.

Carmena, probable decana de los regidores patrios, junto a otros prebostes atrincherados tras ramplonas coartadas, rehusó asistir a los actos nacionales por un anodino congreso de líderes locales en Bogotá. Previamente dejó colgada del balcón munícipe una enseña tan indescifrable como la piedra Rosetta. Ambigua y de insólita estética, desestimo llamar espantajo para mimar susceptibilidades de personas cuya afinidad o virtuosismo esotérico vean en ella un símbolo afectivo. A todo hay quien gane, indica un viejo refrán popular. Cierto; y en grado superlativo, añadiría yo. El señor Téllez, tercer teniente alcalde en Badalona, ante una resolución judicial que impedía la proclamada apertura del ayuntamiento, se dejó decir: “La resolución judicial es un golpe de Estado contra la soberanía municipal”. Insatisfecho aún de tamaño disparate, hizo trizas el documento y abrió las oficinas municipales. Más allá de quehacer oficial alguno, el buen señor contravino esa cadena vertebradora del imperio institucional dando un ejemplo perfecto para arribar a la ley de la selva y al caos social. Tipos así sobran cuando resolvemos cimentar democracias maduras.

El populismo demagógico, embozo histórico del sucio atropello explotador y liberticida, también ofreció su particular visión. Iglesias tuvo la desfachatez inmensa de definir patriota. Dijo: “Los patriotas de verdad se preocupan de su gente”. Parece claro, pues, que los impostores vienen fijados en la RAE -ese cobijo de obtusos e iletrados- por Pérez Reverte y demás académicos. Sermoneó, asimismo, a quienes se envuelven fingidamente en las banderas cuando su propio patriotismo suele desplegarlo al lado de una bandera rusa o venezolana. Extraño pundonor el de este individuo ascendido, ignoro cómo, al podio de la notoriedad. Vale; objetivamente no merece tanta reseña.

Algunos presidentes autonómicos, en su esperpéntica incomparecencia, ofrecieron (además de patrañas propagandísticas, superfluas y bobaliconas) una incoherencia supina. Prometen o juran su cargo ante la Constitución como marco de actividad política para, a continuación, olvidar toscamente tales compromisos. Unos son nacionalistas, otros independentistas y el resto del PSOE envuelto en un “ni sí ni no sino todo lo contrario”. Es decir, un partido desnortado, confuso y difuso. Desconozco si, afectado por la venia o por la venalidad, queda todavía el lastre oneroso, irracional e insensato -fruto de los dogmas aireados por Zapatero y Sánchez- que exige implacable votar NO en la investidura de Rajoy. Curiosamente tampoco quiere terceras elecciones. ¿Dónde arrinconó su sentido común? Cabe preguntarse si alguna vez lo tuvo.   

Reconozco que el PP, bien por antecedentes bien debido a actitudes juveniles, merece negativas y rechazos sin par. No obstante, puede percibirse una coyuntura compleja, difícil, alarmante. Encima, el PSOE cree que la pérdida de votos le viene por falta de radicalidad cuando ocurre todo lo contrario. Sus vaivenes nacionalistas, el abandono de los rudimentos socialdemócratas y la efervescencia de los últimos años, le ha causado paradójicamente un abandono creciente. Primero hacia el PP y cuando este ofreció un gobierno indigente hacia Podemos y Ciudadanos. Más a aquel porque hoy los medios juegan un papel importantísimo en (de)formar la conciencia social. Aparte, los populismos arrastran si los medios ventean sus propuestas quiméricas y la masa, maltratada, exhausta, se agarra a cualquier clavo ardiendo aunque, en el fondo, pudiera tratarse de un espantajo.

 

 

 

 

viernes, 7 de octubre de 2016

NECIOS, ARROGANTES Y OPORTUNISTAS


Decía Einstein: “Hay dos cosas infinitas, el Universo y la estupidez humana, y del Universo no estoy seguro”. No seré yo quien lleve la contraria a tan insigne científico, ni mucho menos. Semejante antecedente lleva al convencimiento de que los epítetos vertebradores del título están hilvanados por una semilla común. Aparte percepciones subjetivas, parece evidente que, en relación a la coyuntura política actual, dichos atributos emergen de presupuestos -quizás conductas- estúpidos. Como cualquier axioma, tal inferencia no necesita demostración            que verifique su certeza. La experiencia acopiada sobre el comportamiento ciudadano completa, de forma innecesaria, las incontestables realidades que nos abruman. Generosidad, corrección e incuria, realizan un contubernio para mitigar el encarnizado enfrentamiento que debiera aportar tanta insensatez.

El PSOE, hoy, se encuentra doliente, enfermo, casi moribundo. Se cree que Zapatero promovió los primeros síntomas para avivarse en tiempos de Rubalcaba y explotar, como hemos visto, con Sánchez. Cometieron sendos errores que alcanzaron el clímax cuando este último se hizo cargo de la secretaría general. El PSOE, en palabras del clásico, perdió la color y a poco se hizo irreconocible. Cuando algo se transforma pierde esencia, atractivo, difuminando su sustancia y haciéndolo imperceptible, etéreo. Felipe González, gran estadista, lo condujo a su máximo esplendor relegando todo rasgo marxista mientras le proyectaba marchamo de moderación y universalidad. Europeizó a España sacándola del ostracismo histórico. Zapatero, por el contrario, empezó a extraviar conceptos, abrir heridas cerradas o casi, renacer confrontaciones identitarias e inaugurar una política económica desastrosa. Rubalcaba se acopló a la inercia anterior, para diluirse después ante la mayoría absoluta del PP regalada por el señor Rodríguez.

Sánchez, individuo anónimo, fue recibido con excesivo entusiasmo. Ignoro qué fundamentos percibieron sus panegiristas, salvo vana fachada mediática. Enseguida mostró un talante autoritario, huérfano de todo caudal conciliador, prepotente, incluso sectario. Quiso rodearse de gente ávida, farsante, huera, pero experta en nadar y guardar la ropa. Procedieron a divergir palabras y acciones quebrando el statu quo del partido en un afán antojadizo de dominio elitista. Esta pauta les llevó a enemistarse con diversos secretarios autonómicos y a recrear un partido a su imagen y semejanza. No obstante, la mayor torpeza fue pactar con Podemos -carne de chirigota y delirio- adoptando absoluta querencia al radicalismo populista. Cosecharon, así, una continua pérdida de votos y escaños hasta el punto de hacer saltar todas las alarmas. Séneca ya advirtió que “no sirven de nada las desgracias a aquel que no aprende nada”. Bienvenido, si llega, ese cambio de rumbo esencial para los españoles.

Debido a continuas derrotas sin autocrítica ni asunción de responsabilidades, a asiduas obcecaciones torpes e intransigentes, fue defenestrado mediante una traumática rebelión del Comité Federal para salir del marasmo y en defensa propia. Pablo Iglesias, que tocaba con los dedos ser vicepresidente (algo imposible desde mi punto de vista), viéndose arrojado al averno político y a la indigencia social, amenazó con romper los pactos autonómicos. Vano alarde, pues todo el mundo interpreta fielmente cuál es la procedencia del poder municipal que despliega. Podemos perdería, en justa reciprocidad, Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Cádiz, Coruña, amén de otros municipios menos estratégicos. Soltar la ubre, nunca. Ha conseguido, al contrario, que Baldoví y Maestre reprendan molestos a Iglesias por ajustar su arrebatada advertencia al dictado de arrogante infantilismo. Errejón -más cauto, lógico, incluso sólido intelectualmente- señala claras diferencias entre políticas municipales, autonómicas y nacionales. Ambos son vasos comunicantes y se aprecia cómo uno pierde carisma al tiempo que otro lo recupera en la misma proporción. Procede un divorcio nada amistoso. 

Podemos delimitar la hecatombe socialista como coto a tanta sandez o como encubierta lucha por un poder cada vez más exiguo. Aparte conjeturas, Rajoy no puede asfixiar al partido complemento del PP. Los dos son, respecto a un gobierno viable, materia y sombra alternante o nada. Ya ha hecho bastante daño dando sustento mediático a una ideología poco homologable en Europa. ¿Apetecería el PP que se diera gran cobertura a un partido ubicado a su derecha? ¿Sería bueno para España? ¿Por qué ha de serlo quien mora a la izquierda del PSOE? Partiendo de esta reflexión, la gestora quiere suprimir todo vínculo con Podemos, clarificar las diferencias abismales, y el PP debe apoyarlo en lugar de adosarle dificultades pecando de oportunista. Al final, descubriremos qué afán de servicio despliega el PP con los españoles, hoy por hoy en razonable cuarentena.  

Probablemente unas hipotéticas tercera elecciones favorecieran al PP, o no; pero si vaticinaran el derrumbe del PSOE, sería catastrófico para España. Tanto, que yo, abstencionista declarado, quebrantaría mi compromiso personal para inclinarme por un PSOE que, en circunstancias normales, nunca votaría. ¿Por qué no han de pensar igual cientos de miles, tal vez millones, de ciudadanos?  Necesitamos urgentemente un cambio trascendental. Es preciso que los partidos sirvan al interés común y actúen bajo exquisitas exigencias éticas a partir del respeto a las leyes. Tres son los pilares capaces de llevar a cabo esta transformación: PP, PSOE y Ciudadanos. Como dijo Cherteston: “La fatalidad no pasa sobre el hombre cada vez que hace algo; pero pasa sobre él, a menos que haga algo”. Empecemos.

 

 

viernes, 30 de septiembre de 2016

POLÍTICOS, ANALISTAS Y EL MUNDO DE YUPI


Los últimos días han traído el desgarro total de un PSOE imprescindible para la convivencia pacífica de esta España batida por embravecido oleaje de pasiones enfrentadas. Zapatero fue artífice de aquella nefasta Ley de Memoria Histórica. Ladino e inepto, presentaba escaso capital político que aportar a las inmediatas elecciones tras cuatro años lamentables de legislatura. Aparecía, además, por el lejano horizonte una crisis mundial que él ocultaba con necia y pomposa locuacidad. Sin duda, fue paradigma del político infausto, disparatado. Nuestra banca, rescatada pocos años más tarde, estaba en la “champions league”. Tal marco descorazonador le hizo aprobar, allá por diciembre de dos mil siete (los comicios fueron en marzo de dos mil ocho), dicha ley que ocasionó una fractura social hoy insuperada. Así, utilizando ignominiosos ardides, pudo ganar una segunda legislatura que escribió páginas muy negras de la historia reciente.

El PSOE de Zapatero empezó a desfigurar sus objetivos. Sin ideas, sin doctrina, sin consistencia, trocaron intereses ciudadanos, generales, por un “agitprop” seductor pero hueco, inútil, infructuoso. Radicalizaron su verbo, vistieron de demonio al PP, para esconder una excepcional inoperancia y vinieron los reveses electorales. Rubalcaba significó un paréntesis, no sé si necesario u oportuno, para encumbrar a alguien a los altares. Una poderosa federación andaluza aún dejaba ver viejas salpicaduras de corrupción. Su novel y joven presidenta tenía las costuras recientes, faltándole -al mismo tiempo- madurez y carisma. Tan irregular momento llevó a la secretaria general a Pedro Sánchez, un desconocido que granjeaba loas entusiastas debido a su calculada interinidad. Tremendo desengaño. Yo lo había visto en varias ocasiones como tertuliano y me dejó perplejo al comprobar cómo un individuo tan bisoño pudiera desplegar el sectarismo que destilaban sus intervenciones, no exentas de innegables tics maniqueos. Demasiados vicios para presidir un gobierno nacional.

Sánchez heredó un partido bastante deteriorado, cierto. Precisaba analizar causas, probablemente ideológicas amén de procedimiento, para llevarlo de nuevo a antañones esplendores. Su indigencia, empero, le hizo rodearse de individuos deslucidos, faltos de ideas. Lejos de homologarse con las socialdemocracias europeas, en vez de construir un centro izquierda del siglo veintiuno (inserto en un marco capitalista sensible, aderezado con matices generosos), se deslizó hacia un radicalismo denostado, caduco, que solo interesa a cuatro nostálgicos y al romanticismo veleta de la vanguardia juvenil. Tal coyuntura se agrava con el natalicio de Podemos. He aquí el fundamento de la estrategia equivocada, letal. Sánchez, junto a su anodino equipo, debiera haber marcado claras diferencias entre un PSOE actual, realista, europeo, y un Podemos de dudoso talante democrático, quimérico, que atesora miseria y tiranía como constata la historia de los populismos. Sin embargo, en trayectoria opuesta, hace pactos con él y legitima su concierto en la democracia española allende de regalarle ayuntamientos principales. ¿Se puede ser más obtuso? Sánchez, por otro lado, hace guiños para un acuerdo de gobierno. La consecuencia inmediata es perder votos y escaños llevando al partido a un estadio casi testimonial. Por suerte, la fe todavía hace milagros.

Antiguos miembros muy destacados y barones que ven disminuir su poder territorial observan preocupados la demoledora dinámica a que les lleva una dirección inepta e incapaz. Bien es verdad que, en esta ocasión, hay una pugna personal por conseguir el poder utilizando las estratagemas más impúdicas a que puedan agarrarse. Los medios, por su parte, toman también partido de forma descarada por uno u otro contendiente. Casi todos informan adjuntando determinados sesgos que hacen incomprensible la situación. Es triste y vergonzante ver en los platós, reproducido entre los propios invitados, el enfrentamiento político. Pasamos de héroes a villanos sin solución de continuidad, sin dar tiempo a digerir cada punto debatido. El absurdo ha tomado cuerpo en profesionales y adjuntos porque no es posible maldad absoluta ni bondad infinita, insensatez total o cordura plena. Escudriñando debates se observa con qué alegría, quizás desconocimiento, se barajan motivos tan pintorescos como ilusos. Algunos, incluso, se atreven a predecir un futuro en que echaremos de menos a Sánchez. Curioso, diabólico e impenetrable vaticinio. El meollo no se centra en votar NO o abstención a Rajoy, como afirman analistas ingenuos. Preocupa, desde mi punto de vista, el poder general y particular; nada fuera de esto.

He escrito en varias ocasiones que desde aquella afirmación: “Pactaré con todos a excepción de Bildu y PP”, dicho al menos dos años atrás, Sánchez quedaba ilegitimado para presidir el gobierno de todos los españoles. Cronos me ha dado la razón. Se diga cuanto quiera, él es culpable primario del atolladero actual. Su sectarismo, contagiado a adeptos y algún votante, le obliga a un NO necio, nocivo, sin paliativos, que perjudica al ciudadano y al PSOE de forma insultante. Ese radicalismo, no otra causa, fuerza la desbandada de votos a Podemos, partido que ofrece el oro y el moro ante la nula probabilidad de gobernar. Son, y deberían saberlo, votos de ida y vuelta; pues, de igual a igual me quedo a priori con el malo por conocer. Solo la muchachada, desvalidos necios y algún que otro verso suelto, son capaces de contravenir las enseñanzas del refranero. De esto también tienen buena parte de culpa sus íntimos colaboradores, que… ¡vaya tropa! al decir de Romanones. Espero que le sustituya, si así fuera, alguien con sentido de Estado.

PP y PSOE son dos caras de la misma moneda. En el mundo accidental, civilizado (en cualquier país libre), no existe otra moneda. La historia nos lo enseña. No hay un poder bueno y otro malo; existe el poder que detentan unos pocos y sus efectos que sufrimos muchos. Lo único que lograremos conseguir, solo en una democracia real, es que dicho poder se muestre clemente, controlado para evitar excesos y arbitrariedades dentro de lo posible. El resto, cualquier ofrecimiento o promesa, cae de lleno en el mundo de Yupi; ese ámbito ficticio, irreal, inventado por gentes que apetecen un poder total, sin contrapesos, tiránico. Algunos, con signos y gestos sugerentes, magnéticos, dejan mucho que desear; enseñan la patita a poco que se les examine. Estemos ojo avizor y no nos dejemos cautivar por cánticos de sirena, por Yupi.