Estas fechas, a medio
camino entre el sentimentalismo y la gula, celebramos desde tiempos milenarios
los Santos Inocentes. Al igual que otros días señalados, se caracterizan por
ser jornadas contingentes, hermanando religión y festejos paganos -o viceversa-
sin converger necesariamente realidad y cronología. Biblia y acontecimiento se
divorcian, entre otras razones, porque el libro sagrado deja inconcretas
festividades y agendas. Cada veintiocho de diciembre, conmemoramos una tradición
pródiga en monigotes adosados a la espalda, bromas e informaciones chocantes.
Dorsos amigos, dineros afines u oyentes heterodoxos, padecen chanzas
hilarantes, contagiosas. Desde un punto de vista religioso, poco o nada
presente, se inmortaliza a los niños que Herodes mandó matar para que no
pudiera cumplirse aquella profecía terrible por la que uno de ellos se
convertiría en rey. Ya entonces, detentar el poder llevaba consigo los peores
excesos, incluido el crimen. Dos mil años después la crueldad sigue gobernando
nuestras vidas.
Sin embargo, más allá del
aniversario, del pintoresco tributo a los dioses (paganos o cristiano), hoy
quedan individuos alejados de cualquier detalle santo, pero inocentes. No solo
aquellos capaces de cargar embelecos, de creer lógicas, sensatas, noticias
refinadamente absurdas, sino a otros que destapan sus esencias fuera del día
señalado, legítimo. Periodistas y medios han afilado tradicionalmente
informaciones de soporte falso cuya respuesta, por parte del personal, se
acercaba a la aceptación masiva. En ocasiones surgía un retazo de incredulidad,
más por automatismo que por discrepancia intelectual. Constituye una constante
periódica, universal y eficiente, pues confunde a jóvenes y mayores año tras
año. Todavía no tengo claro si este escenario es consecuencia del candor humano
o de la maestría exhibida por el bromista. Quizás sea razonable estimar una
mitad de cada.
Allende el instante
oficial, encomiado, candoroso, a lo largo de los meses abundan inocentes
excelsos, contumaces. Se les distingue por su empeño, por ese arrobamiento ante
el personaje que engendra su torpeza e inacción sin exigencia alguna. Ni
siquiera se corresponde con un acto de fe; simplemente de preferencia emotiva,
nula de todo trasfondo racional. He ahí la cobertura sin peajes que atesoran estos
políticos españoles aunque su labor y, sobre todo, su actitud rebase los
límites máximos que debiera marcar el ciudadano para un gobernante al uso. Pese
a todo, muchos parecen tener bula incluso por parte mediática. Estamos llegando
a niveles inquietantes, donde corrupciones, negligencias y fantasmadas, se
suceden sin contrición ni penitencia. A tragaderas no hay quien nos gane.
Constato los frutos derivados de dos aspectos negativos: inocencia y
frivolidad. La primera potencia una impunidad política insólita. La segunda
alimenta con desahogo a personajes insustanciales y a periodistas (tal vez adheridos)
adscritos a revistas o programas nada edificantes.
Con ciudadanos inocentes
el PP puede airear sin temor sus ficciones económicas, laborales, territoriales
e institucionales. Datos y cocina forman un complejo intrigante, cabalístico.
España no va bien, no genera riqueza para pagar deudas, menos para sanear programas
educativos, sanitarios o sociales. Se escuchan o leen noticias contradictorias
como que la deuda aumenta, por término medio, unos cien mil millones al año
mientras el déficit lo hace en un cuatro con dos. Hay quien sostiene que la
deuda real no es del cien por cien del PIB sino del cuatrocientos. Lo considero
exagerado, pero… Respecto al descenso del paro ocurre algo parecido, pues se
ocultan consideraciones fundamentales propias del mundo laboral y otras que
afectan a la seguridad social. Si la inocencia forma parte de nuestra sociedad,
los partidos alimentan cuentos, intrigas, fraudes. Expiamos dos coyunturas
explosivas
El PSOE reclama bienestar
ciudadano cuando únicamente sobresale una lucha personal por el poder. No hay
nada más, ni proyecto, ni programa, ni intenciones de conseguirlos. Cualquier
poder -encarnado por un propósito seductor, ambicioso- se consigue venciendo,
desarbolando, al rival; no ofreciendo favores que recorten su omnipotencia. Es
sinónimo de dominio, arbitrio, exención. Quien pretenda recortarlo -bien
individuo, bien grupo- padecerá en sus carnes tamaña osadía. Ciudadanos, con su
iniciativa de expulsión a opositores del credo oficial, es la muestra palpable
de cuanto antecede. ¿Olvido alguna sigla? No, para mí existen tres partidos y
una aventura muy nociva en un terreno plagado de irresponsabilidad, de inocencia.
Uno puede ser liberal,
socialdemócrata o comunista. No importa, siempre que estas doctrinas respeten
los derechos y las libertades individuales. Justicia Social y Estado de
Bienestar no necesariamente tienen que estar reñidos con ambos. Aquella
dictadura del proletariado imprescindible para alcanzar una sociedad justa, sin
explotadores, sin clases, constituyó un eslogan caduco, vano y cautivador. Cien
años son clarificadores para que, incluso ahítos de inocencia, volvamos a
comulgar de nuevo con aquellas piedras de molino. Verdad es que PP, PSOE,
Ciudadanos y nacionalistas, más o menos radicales, como ocurriera en tiempos
pretéritos están dinamitando el sistema democrático. Pero, ojo, los otros
vienen a pescar en río revuelto. Abandonemos nuestros buenos instintos, nuestra
ingenuidad -valga la redundancia- y demos rienda suelta a la abstención o
busquemos en Ciudadanos, pese a todo, salidas dignas, airosas. Lo demás ya lo
veis: guerras internas, purgas,
revanchas, tiranía; en definitiva, malos modos aderezados de buenas palabras mientras
acechan al inocente.