Decía Einstein: “Hay dos
cosas infinitas, el Universo y la estupidez humana, y del Universo no estoy
seguro”. No seré yo quien lleve la contraria a tan insigne científico, ni mucho
menos. Semejante antecedente lleva al convencimiento de que los epítetos
vertebradores del título están hilvanados por una semilla común. Aparte
percepciones subjetivas, parece evidente que, en relación a la coyuntura política
actual, dichos atributos emergen de presupuestos -quizás conductas- estúpidos.
Como cualquier axioma, tal inferencia no
necesita demostración que verifique su certeza. La
experiencia acopiada sobre el comportamiento ciudadano completa, de forma
innecesaria, las incontestables realidades que nos abruman. Generosidad, corrección
e incuria, realizan un contubernio para mitigar el encarnizado enfrentamiento que
debiera aportar tanta insensatez.
El PSOE, hoy, se
encuentra doliente, enfermo, casi moribundo. Se cree que Zapatero promovió los
primeros síntomas para avivarse en tiempos de Rubalcaba y explotar, como hemos
visto, con Sánchez. Cometieron sendos errores que alcanzaron el clímax cuando
este último se hizo cargo de la secretaría general. El PSOE, en palabras del
clásico, perdió la color y a poco se hizo irreconocible. Cuando algo se
transforma pierde esencia, atractivo, difuminando su sustancia y haciéndolo
imperceptible, etéreo. Felipe González, gran estadista, lo condujo a su máximo
esplendor relegando todo rasgo marxista mientras le proyectaba marchamo de
moderación y universalidad. Europeizó a España sacándola del ostracismo
histórico. Zapatero, por el contrario, empezó a extraviar conceptos, abrir
heridas cerradas o casi, renacer confrontaciones identitarias e inaugurar una
política económica desastrosa. Rubalcaba se acopló a la inercia anterior, para
diluirse después ante la mayoría absoluta del PP regalada por el señor
Rodríguez.
Sánchez, individuo
anónimo, fue recibido con excesivo entusiasmo. Ignoro qué fundamentos
percibieron sus panegiristas, salvo vana fachada mediática. Enseguida mostró un
talante autoritario, huérfano de todo caudal conciliador, prepotente, incluso
sectario. Quiso rodearse de gente ávida, farsante, huera, pero experta en nadar
y guardar la ropa. Procedieron a divergir palabras y acciones quebrando el
statu quo del partido en un afán antojadizo de dominio elitista. Esta pauta les
llevó a enemistarse con diversos secretarios autonómicos y a recrear un partido
a su imagen y semejanza. No obstante, la mayor torpeza fue pactar con Podemos -carne
de chirigota y delirio- adoptando absoluta querencia al radicalismo populista.
Cosecharon, así, una continua pérdida de votos y escaños hasta el punto de
hacer saltar todas las alarmas. Séneca ya advirtió que “no sirven de nada las
desgracias a aquel que no aprende nada”. Bienvenido, si llega, ese cambio de
rumbo esencial para los españoles.
Debido a continuas
derrotas sin autocrítica ni asunción de responsabilidades, a asiduas obcecaciones
torpes e intransigentes, fue defenestrado mediante una traumática rebelión del
Comité Federal para salir del marasmo y en defensa propia. Pablo Iglesias, que
tocaba con los dedos ser vicepresidente (algo imposible desde mi punto de
vista), viéndose arrojado al averno político y a la indigencia social, amenazó
con romper los pactos autonómicos. Vano alarde, pues todo el mundo interpreta
fielmente cuál es la procedencia del poder municipal que despliega. Podemos perdería,
en justa reciprocidad, Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Cádiz, Coruña, amén
de otros municipios menos estratégicos. Soltar la ubre, nunca. Ha conseguido, al
contrario, que Baldoví y Maestre reprendan molestos a Iglesias por ajustar su arrebatada
advertencia al dictado de arrogante infantilismo. Errejón -más cauto, lógico,
incluso sólido intelectualmente- señala claras diferencias entre políticas
municipales, autonómicas y nacionales. Ambos son vasos comunicantes y se
aprecia cómo uno pierde carisma al tiempo que otro lo recupera en la misma
proporción. Procede un divorcio nada amistoso.
Podemos delimitar la
hecatombe socialista como coto a tanta sandez o como encubierta lucha por un
poder cada vez más exiguo. Aparte conjeturas, Rajoy no puede asfixiar al
partido complemento del PP. Los dos son, respecto a un gobierno viable, materia
y sombra alternante o nada. Ya ha hecho bastante daño dando sustento mediático
a una ideología poco homologable en Europa. ¿Apetecería el PP que se diera gran
cobertura a un partido ubicado a su derecha? ¿Sería bueno para España? ¿Por qué
ha de serlo quien mora a la izquierda del PSOE? Partiendo de esta reflexión, la
gestora quiere suprimir todo vínculo con Podemos, clarificar las diferencias
abismales, y el PP debe apoyarlo en lugar de adosarle dificultades pecando de
oportunista. Al final, descubriremos qué afán de servicio despliega el PP con
los españoles, hoy por hoy en razonable cuarentena.
Probablemente unas
hipotéticas tercera elecciones favorecieran al PP, o no; pero si vaticinaran el
derrumbe del PSOE, sería catastrófico para España. Tanto, que yo,
abstencionista declarado, quebrantaría mi compromiso personal para inclinarme
por un PSOE que, en circunstancias normales, nunca votaría. ¿Por qué no han de
pensar igual cientos de miles, tal vez millones, de ciudadanos? Necesitamos urgentemente un cambio
trascendental. Es preciso que los partidos sirvan al interés común y actúen
bajo exquisitas exigencias éticas a partir del respeto a las leyes. Tres son
los pilares capaces de llevar a cabo esta transformación: PP, PSOE y
Ciudadanos. Como dijo Cherteston: “La fatalidad no pasa sobre el hombre cada
vez que hace algo; pero pasa sobre él, a menos que haga algo”. Empecemos.
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