viernes, 26 de noviembre de 2021

TEMOR, CERTIDUMBRE Y RECELO

 

Sospecho que la gente, esa que Podemos sacralizaba bíblicamente ofreciéndole el maná justiciero por ser pueblo elegido, debe estar hasta los mismísimos. Ver a quienes hace cinco años integraban la cola del paro —luego de abandonar diferentes púlpitos— vivir ahora en mansiones, gozando de inmunidad, sueldazos (en comparación con sus méritos), coches oficiales y seguridad pública, produce urticaria general. Sé que no entraña ningún aporte científico ni social, pero hoy he recibido dos wasaps que muestran, al menos, un malestar generalizado. El primero era un billete de lotería con la siguiente inscripción: “Comparto este décimo con todos, a ver si nos toca” Dentro el premio: “Que se vaya Sánchez”. El segundo relataba la petición europea para que el gobierno disminuyera sustancialmente los cuatrocientos cuarenta y cinco mil quinientos sesenta y ocho (datos del año dos mil once) jetas mamando de la ubre pública.

Aquella “gente” que oponía Podemos a la “casta”, y que electrizaba con “conquistar el cielo al asalto”, hoy sabe que los impuestos (directos e indirectos) le devoran casi el sesenta por ciento de su trabajo y sustento sin apenas recibir nada a cambio. Me refiero a una sanidad pronta, diligente; educación limpia —ajena de adoctrinamiento— vías de comunicación gratuitas y confortables; energías (eléctrica y gasística) e hidrocarburos a precios asequibles, etc. etc. Chiringuitos diversos, oenegés, oficinas ideologizadas, honorarios a medios y propaganda institucional, se llevan una parte sustanciosa del pastel. Sindicatos con decenas de miles liberados, patronal, gobiernos autonómicos, empresas públicas deficitarias —auténticos focos de nepotismo—instituciones y gobierno central, asaltan el resto. ¿Qué hacer ante esta situación sobrevenida?

Mis largos años de docencia me permiten certificar la incultura que arrastra el país, creo resultado de un pérfido plan bipartidista para conseguir dicho objetivo. Sumemos a ello la falta de lectura, de ejercicio crítico, ni siquiera un mínimo esfuerzo —he aquí la madre del cordero— de lucubración intelectiva, y destapamos una sociedad somatizada por unos medios audiovisuales que hacen de la basura sus contenidos estrellas. Luego salen a la palestra estos aventureros (unos y otros) mostrando cada cual su escaparate lleno de burbujas falsas que encandilan a tan ingenuos ciudadanos. Uno sigue sin entender por qué la calle se queja de lo votado: hoy PSOE, ayer PP. Probablemente los más virulentos son votantes del partido que gobierna en momentos concretos. Curioso, pero es así. A Sánchez le contesta el amplio abanico ideológico: derecha, izquierda, transverso.

¿Estas circunstancias penosas, alarmantes, indican que no hay solución para un país con una Historia envidiable? En absoluto; la cultura ayuda, pero no es imprescindible para abandonar el marasmo en que nos ha metido este bipartidismo miserable. Basta con tener sentido común, desechar dogmatismos irracionales, desterrar ideas previas (interesadamente fijadas por santones) y observar sin apriorismos doctrinales. Evitaremos así el voto inercial, cautivo, contaminado, ejerciendo de individuos totalmente libres. No hay demócratas mejores que otros, ni ética ni estéticamente; hay demócratas libres hasta que se someten a la canallesca de la etiqueta o del eslogan engañoso.  No existe organización más nociva que una democracia corrupta, espuria, aun estando plenamente de acuerdo con Churchill que la consideraba el “sistema menos malo de los conocidos”.

Líneas atrás dije que a Sánchez le contesta todo el amplio abanico ideológico y con razón. Este individuo, no es de izquierdas ni de derechas, ni federalista; debate distinto es que, cual camaleón, se travista de lo que precise en cada momento, aunque aparentemente pase desapercibido sin conseguirlo. Las últimas fechas ha aparecido como el español más compungido por La Palma, isla que ha visitado seis veces —la última excusada para asistir a un acto del PSOE en Canarias— con parecido interés que si paseara por los márgenes del Manzanares en Madrid, por ejemplo. Es decir, los palmeños no han recibido ni un euro para mitigar sus trágicas pérdidas. Como siempre, subsiste de la propaganda. Seguramente ya no volverá porque el hipotético recibimiento pudiera ser bochornoso. Bien visto, cualquier cosa que haga es un fraude permanente.

Sánchez no tiene límites ni amigos. Su camino esta abarrotado de siervos colaboradores o cadáveres sin solución de continuidad; es decir, permutándose a conveniencia. Su osciloscopio moral —más bien inmoral— le permite pactar con independentistas y Ciudadanos, con Bildu y las víctimas del terrorismo (que en un acto de sadismo obsceno mezcla a todas), con sindicatos y patronal (ofrece ayuda a Garamendi para su reelección si aprueba la reforma laboral). Protagoniza, no obstante, dos alteraciones sustantivas, fundamentales, que desvirtúan el modelo democrático. Una es permitir, incluso con desdén, el incumplimiento de la Ley. El pulso del gobierno catalán al Tribunal Supremo lo resuelve Sánchez diciendo que “la competencia educativa la tiene la Generalitat” (sic). De acuerdo, pero, ¿quién tiene la obligación de respetar y hacer respetar la Ley?, pregunto. ¿Acaso es el poder ejecutivo o lo echamos a suerte? ¿Democracia? ¡Ja!

Otra alteración alarmante proviene de un cambio drástico, letal. Hace unos años, la imputación imprecisa —con salto mortal sobre la presunción de inocencia— acarreaba petición seria, tenaz, violenta, de dimisión o cese. Hoy, con sentencia firme ni inhabilitación, ni dimisión, ni cese. Alberto Rodríguez, junto a una turba fanática, ha sentado un precedente de consecuencias inimaginables. Además, los letrados del Parlamento, contra el Tribunal Constitucional y Supremo que son peritos en estos casos, argumentan su resolución, para no quitar el acta de diputado, en “interpretaciones intrusas a su función asesora” como si fueran exegetas de meditaciones judiciales. Siguiendo el pensamiento de Musso: “El temor a lo peor es mucho más espantoso que la certidumbre de lo peor”.  Espero que esto nos haga comprender lo agudo del titular.

Recelo de la alternativa; me parece inquietante. Creo que el PP, a nivel de cuadros, está lleno de chiquilicuatres, bien naturales, ya moldeados por manos expertas. Casado despertó en mí una fe insensata y, a poco, rechazada. Enseguida comprendí que bajo la capa de aparente lustre había escasa cautela, torpeza. El tiempo, juez incontestable, me ha dado la razón. Cayetana Álvarez de Toledo, un puntal, una barbacana, liberal que fustigaba sin piedad a rivales, y desahuciaba a ciertos colegas (conflicto real), fue apartada vilmente de la primera línea. Ayuso —alma gemela de la anterior— elegida y salvadora del PP, se encuentra en la cuerda floja por rencillas que la izquierda, política y mediática, potencia casi cristianamente; es decir, orando. Con Teodoro García Egea de secretario general, Casado jamás será presidente de España. Tiempo al tiempo.

viernes, 19 de noviembre de 2021

FIGURAS Y FIGURONES

 

TRANSVERSALIDAD  DEL  SANCHISMO


Transversal, en su acepción quinta, significa “atañer a distintos ámbitos o disciplinas en lugar de encarar un problema o cuestión concretos”. Sinónimos: transverso, colateral, secundario, atravesado, entre otros. Los políticos, al igual que la judicatura y medicina, gustan de vocablos más o menos criptográficos para que su contenido no alcance al común de los mortales. “Transversalidad” es una palabra roma, es decir, sin punta ni filo al poco sesudo porque implica introducir un tema en la vida diaria para abordarlo de forma permanente, un hueso que ejercita la mandíbula. Su aplicación es el marketing social. Recordamos a Podemos conformando un movimiento transversal (más o menos efímero) con el objeto de conseguir —sin romper contornos— la unión de plataformas diversas, anticapitalistas, mareas, comunistas, etc., donde él fue únicamente la argamasa.

Lo transversal aúna entidades diferentes, capaces de aislar lo antagónico, aplanando disonancias que pudieran resultar incompatibles con la nueva realidad. Es decir, crea un cuerpo sólido, poliédrico, con desaliñadas comparsas antagónicas. Es constituyente e inspirador, pero huidizo y fugaz. Por el contrario, la transversalidad obliga a todo desprendimiento anterior para presentarse inmaculada a la nueva estética. Precisa de una desnudez plena, donde no quepa vestigio físico ni impronta o reliquia ideológica previa. Tal desabrigo físico e intelectivo es lo más parecido a la ficción. Lo único que me acerca a esta realidad compleja, al vacío, es la sábana blanca con que nuestros ancestros tapaban aquellos fantasmas infantiles. Luego, pasado el letargo, caía dicha prenda y debajo no había nada, solo la angustia que Kierkegaard atribuía a la angustia de la nada.

El sanchismo es ejemplo genuino de transversalidad: no es socialdemocracia, ni socialismo marxista, ni comunismo; es un pingajo con pretensiones eruditas (desde luego ajenas a su líder), imaginativas, para mantenerse y vivir, hacinándose, mientras intenta abatir la democracia, su rival. Un día brota feminista para, a poco, convertirse en osado del cambio climático, loable modo de conseguir el “confort terráqueo”. A veces, toda esta artillería se complementa con una memoria que exhuma cadáveres o rechaza el nombre de calles como si un simple desaire cambiara los designios históricos. Alarma comprobar que un alto porcentaje de españoles no vean qué futuro les espera si este individuo dispusiera de otra legislatura, a expensas de las encuestas publicadas y del increíble comportamiento del PP. Es para pensárselo muy seriamente aparte gustos enraizados.

Lo dicho anteriormente no viene a humo de pajas. Basta con dedicar unos minutos a discriminar palabras y hechos siempre; de manera precisa desde que Sánchez (tal vez detenta) un poder anómalo. Más allá de los postizos vaticinios económicos, objetados por organismos internacionales y nacionales, incluido el Banco de España; la sexta ola del Covid que se cierne sobre nosotros, pese a una hipotética inmunidad de “rebaño” por haber sobrepasado el cómputo establecido de la población vacunada —superamos el ochenta por ciento— y la ayuda inestimable, quizás estúpida, de un PP suicida, el sanchismo debe caducar en fecha próxima. Demasiados frentes abiertos para, incluso con esa inigualable, artificiosa empero eficaz, maestría propagandística con que se envuelve, evitar un descalabro que todos los informes anuncian irreversible e irremediable.

 Rajoy, ya en dos mil ocho, se dio cuenta del riesgo (bien real, ya imaginario) que suponía para un bloque social, vocacionalmente compacto, el diseño realizado con criterios transversales. Por eso dijo, algo inoportuno: “Si alguien se quiere ir al partido liberal o al conservador, que se vaya”. Casado menos escéptico, o más necesitado, pidió que se integraran sin tachaduras (luego vino el affaire Álvarez de Toledo y ahora la estúpida rivalidad con Ayuso). Sánchez desde el inicio tiene un mismo rompecabezas, pero adventicio, sobrevenido y oscilante con sus socios. En conjunto, son incompatibles. Si favorece a Bildu, verbigracia, se enfrenta al PNV de la misma forma que cualquier guiño a ERC supone malquerencia en JxCAT. Sus estrategas —él no da para tanto, a lo que se advierte— ansían destruir cualquier atisbo transversal. En ocasiones, alargar deleites así, con gestiones y pliegos insondables, trae desazón absoluta; es pura temeridad.

Desde que Europa proyectó la salida de Iglesias del gobierno y podó cualquier yema o brote adyacente, Podemos malogra toda influencia política y queda desahuciado como tal. A Colau no le salen las cuentas para repetir de alcaldesa. Mónica Oltra empieza a sentir parálisis pre jurídica y política. Mónica García no ve Más País. Fátima Hamed presiente un lentísimo devenir en su Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía. Yolanda Díaz debe sentirse excluida de cualquier causa porque su comunismo fue borrado o difuminado. Así las cosas, los augures de Sánchez le han xerografiado el partido que acoja toda la transversalidad feminista e ideológica a la izquierda (¿?) del sanchismo; es decir, la nada magnificada. Yolanda Díaz, ignoro si será apropiada para conquistar el plácet cesáreo, ha suavizado posturas respecto a cuestiones laborales y fiscales. He aquí la hebra del nuevo partido que unirá/demolerá toda la izquierda. ¡Pura transversalidad!

Tal empeño trapacero no debe ser suficiente según profunda reflexión de sus cerebros. Con las encuestas de por medio, Sánchez pierde La Moncloa y varios miles de holgazanes su vida regalada. Es preciso otro golpe de efecto aprovechando la experiencia de Soria Ya, Teruel Existe y lo rebajados que nacen sus señorías en la España vaciada. El partido en ciernes se llama España Vaciada y según las últimas encuestas pueden obtener entre quince o dieciséis diputados: dos tercios birlados a la derecha y un tercio al granero siniestro. Con estos datos no cabe duda de quién es el instigador, el que está interesado de proveer este negocio agrario. Aun pronosticando la procedencia del voto perseguido, arrebatado, al agro transversal, tengo mis dudas respecto al quietismo campestre y ninguna a las falsedades vertidas por quienes se empeñan en mercadear votos con promesas históricamente incumplidas.

España, si triunfa el brebaje, erradicará la izquierda rancia, desaparecerá todo exabrupto anticapitalista, cualquier destello extremado, aunque siga devorando la ración dogmática sempiterna, pero de modo sigiloso, furtivo. Se evitará asentar una dictadura comunistoide (de las que rebosa Iberoamérica), impopular aquí e ilegal y odiada en Europa.  Sin embargo, un PRI (Partido Revolucionario Institucional) a la mejicana pudiera ser conciliable con una UE más exánime que frágil. Esta transversalidad nuda posibilitaría a Sánchez eternizarse en el poder, salvo encanallamiento, excesos y abusos, que harían necesaria, imprescindible, la llamada al pueblo zulú. Tal visión no es producto de ninguna bebida espiritosa ni siesta robada al otoño que por estas latitudes valencianas es, sin exagerar, insólitamente lujurioso. ¡Ay! qué pena me das, Casado. España, me da más.

viernes, 12 de noviembre de 2021

FIGURAS Y FIGURONES

 

EPISTEMOLOGÍA  SOCIAL


En ocasiones, uno —frágil ante el tiránico pensamiento único, amén de la gregaria y preeminente “hegemonía”— tiende a desentrañar conocimientos, conceptos morales, que auspicien la convivencia. Consciente del extremo a que dichos obstáculos someten al individuo, este persevera con recursos valiosos puestos a su disposición por la epistemología. Cabe preguntarse qué papel desempeña el gobierno en la réplica: qué es política, justicia o presunto cometido del periodismo. Percibo las dificultades reales, incluso secundadas por un statu quo encubridor, para llegar a respuestas satisfactorias. Sumemos a estos contratiempos, el hecho casi irremediable sobrevenido a una sociedad consciente de los apuros, sobre todo económicos, que enmarcan la vida actual sin saber, probablemente por pereza, cómo enfrentarse a ellos.

Gobierno comporta: “entidad asentada sobre la exigencia social de defender derechos e intereses del individuo”. Cuando reparamos que este criterio inicial se incumple sin atisbos de descuido o coyuntura imprescindible, cuando dicha inobservancia rezuma arbitrariedad —peor todavía, atropello— comprendemos la distancia sideral entre ser inteligible y sustancia. El momento nos depara un ejemplo que refleja lo expuesto. Días atrás, una sentencia del Tribunal Constitucional declaraba contrario a derecho el cobro municipal de plusvalías mediante resolución argumentada. Ser. Pues bien, el gobierno, en probable pirueta inconstitucional, arrebatado por imperativa avidez desoye al Alto Tribunal y restaura el impuesto mediante decreto-ley, pulso incluido. Sustancia. La operación, a más de achulada, desprende demasiados efluvios antidemocráticos.

¿Cómo se explica que el gobierno (ser) tenga una realidad inteligible tan divergente a concepciones ancestrales? ¿Acaso no existe en puridad? Cierto, no existe fuera de ente fenoménico. Fenomenología es una corriente filosófica que proclama el conocimiento del ente (ser sensible, materializado) a través de sus fenómenos y conductas. Es decir, los gobiernos son sus actos acordes con la idea generadora o corrompidos por políticos, no solo antiestéticos sino notorios aventureros, desaprensivos y saqueadores. Nadie debe extrañarse que, como consecuencia, el ciudadano se cobije bajo la protección del escepticismo, término que se acopla a los presentes tiempos de desesperanza. Ser escéptico supone la defensa genuina del individuo ante ciclos que resten un fragmento de albedrío, o autonomía intelectiva, para esquivar grandilocuencias y patrañas.

Si bien el común está dispuesto a comulgar con ruedas de molino, una minoría sabe perfectamente que el gobierno, como concepto y encarnación, no se ajusta a la teoría contractualista del Estado, según la cual este está sometido al servicio de los ciudadanos. Es más, Hans Kelsen sostiene que “el Estado no existe en el reino de las realizaciones fisicopsíquicas, sino en el reino del espíritu”. Llegamos, otra vez, a la negación del Estado y, consecuentemente, a la farsa del gobierno en el escenario actual. Son ininteligibles para aquella minoría el Estado Plurinacional (que algunos asientan con argumentos tramposos) y el ejecutivo que se sustenta en partidos antidemócratas, nazis o totalitarios. Lo accidental, frívolo e inoperante viene conformado por la enorme cantidad de disparates (dichos o hechos) cuyos protagonistas exhiben el insolvente sello de su ministerio.

Del mismo modo, política —que debiera tener conciencia de servicio— si nos ceñimos a los rasgos propuestos es un concepto solemne, pero deteriorado al instante mismo en que ciertos individuos olvidan su esencia. Sintetizarla en la época actual acabaría siendo un ejercicio impropio e insultante. Quizás resulte bonancible, poco corrosivo, el devenir anterior a nuestra experiencia personal. Sin embargo, lo contemporáneo por sí mismo no necesariamente ha de ser peor o mejor que el imaginar antañón. Verdad es que la política hodierna penaliza al ciudadano con su actitud egoísta, espuria. Es excepcional, casi milagroso, conocer a algún preboste honorable, dedicado en cuerpo y alma a satisfacer las necesidades de su representado. A veces, incluso, por falta de ética más que por extravío estratégico, ponen en peligro la propia ascensión al poder. ¡Necios!

Cualquier país necesita una clase política adecentada, sin contraste entre el modelo ilustre ligado a la mente social y la sustancia grosera que termina siendo. Unos, en su acomodo, en su empeño inexpugnable, perturban la estabilidad institucional y ennegrecen el futuro. Solo un ególatra resentido, vanidoso a la vez que ridículo, somete su dignidad a grupos cuya finalidad indisimulada es fracturar la España constitucional. Hoy por hoy le resulta improbable conseguirlo; pero, a cambio, impulsa una miseria generalizada que garantice la red clientelar cuya pretensión conexiona a todo déspota. Otros, enyugados a la pesada carga de sus complejos, se sojuzgan a etiquetas acuñadas en momentos claves. Semejante maca, entorpece cualquier actitud cooperadora con partidos afines (salvando matices singulares) que permitan alcanzar sin estridencias el cambio deseado.

¡Justicia! —vocablo que se menciona siempre así, anhelante e inflexible— sirve para constatar su inexistencia. No digo que algún juez lleno de sentido común, a caballo entre los textos legales y la dignidad natural, imparta voluntaria o casualmente este concepto ético sin atajos ni desviaciones. Verdad es que la judicatura se ha convertido en pieza de caza muy deseada como paso previo a conseguir objetivos fuera de los criterios o prototipos democráticos. El cerco, de forma necesaria, obligatoria por ley, se cierra con la anuencia del PP. Ocurre, no obstante, que todo acuerdo o pacto tiene que servir de estímulo para otros menos exigentes legalmente. Este grupo desideologizado, zampón, que es el sanchismo tiene excesivos reparos en codearse con dirigentes rivales. Para ellos (todos, aunque pongan una u otra cara para la galería) solo existe su ambición.

Medios y periodistas constituyen pieza trascendente en el organigrama democrático, acaso totalitario. Conocemos ese eslogan certero referente a que la prensa conforma el cuarto poder para contrarrestar los demás, pero que, en la era tecnológica, de las comunicaciones, es —independientemente de su orden numérico— poder espeluznante, sospechoso, para dirigentes fanáticos. Ignoro si son padres de un escepticismo reparador o si persiguen arruinar, en proporción a los óbolos recibidos, la conciencia social. Lo que vislumbro y afirmo es alineamiento sectario hacia ambos lados, infectando objetividad e independencia, mientras se abandona cualquier aliento deontológico. Quienes “fabrican” cultura y conocimiento político también son discípulos “inmorales” de esa hegemonía que lisonjean las izquierdas postizamente, pero aquellos suelen vender a bajo precio.

El individuo ha de intentar llegar al conocimiento de la sociedad y su entorno, pero esa lacra de su indigencia cultural y moral le lleva a inundarse de ridiculez y ultraje políticos.

viernes, 5 de noviembre de 2021

FIGURAS Y FIGURONES

 

ESPERPENTOS

 

Esperpento, más allá de su difusión literaria por Valle Inclán, significa hecho grotesco o desatinado; en el fondo, implica deformación sustantiva de la realidad. Con sobrada frecuencia, a través de los tiempos, nuestro país viene deformando sus realidades para darles un tinte sesgado, sectario, que propicie enfrentamiento social. Importa poco el nacimiento de banderías cuyo papel disgregador tiene en jaque permanente a los avances que pudieran mejorar la vida de un ciudadano desesperanzado, tal vez desesperado. El hecho ininteligible en esta coyuntura es que toleramos, aplaudimos incluso —como autores a veces y benefactores siempre— a políticos sin distinción ideológica. Digo ininteligible porque no hay explicación verosímil para que la sociedad permita torcimientos tan graves y onerosos a la hora de emprender cargos y servidumbres.

Sospecho que cualquier político, cualquier gobierno, del ancho mundo quiere conseguir poder y conservarlo el mayor tiempo posible, incluso de forma permanente. Sin embargo, los regímenes democráticos tienen unas reglas que nadie debiera traspasar. La sociedad española va siendo consciente, poco a poco, de que todo gobierno (advirtiendo gran diferencia entre ellos, principalmente con algunos foráneos) bordea, si no infringe, los manuales básicos de una democracia moderna, viva, rigurosa. Antes, frente a la finalidad educativa, adoctrinan al individuo mientras siembran en él una indigencia cultural y crítica a fin de formar ciudadanos manejables, mansos. El constructivismo y la “escuela comprensiva”, igualitaria, de concepción marxista, han traído la debacle cultural y una democracia manipulable, desacreditada, corrupta.

Nadie acepta ya la generación espontánea como incitante ni dinámico hacedor. Los organismos tienen nacimiento y tránsito evolutivo adscritos a ciertas leyes biológicas o sociales. Una sociedad especifica no nace, se hace modelándola a intereses bastardos según percibimos. Treinta años han sido suficientes para conseguir este pueblo festivo, atrincherado, apto para dejarse arrastrar por farsantes y vividores.  Tocqueville sostenía que “la democracia ha quedado reducida a un sistema meramente igualador”; es decir, mediocre. Parece que todos se han puesto de acuerdo, pues unos paren leyes y los otros las acunan poniendo empeño en procurarles una infancia protegida, esplendorosa. Ocurrió con la LOGSE, verbigracia, que el PP censuró cuando era oposición y siendo gobierno no ha derogado ni un artículo. Así llevamos treinta años de incultura e ignominia.

Pasaron los tiempos sombríos de Zapatero, un inútil aupado al poder por designios prodigiosos (iba a decir milagrosos, pero pareciera, fuera, hiperbólico e irreverente) y un terrorismo todavía confuso e inexplicado. Luego dormitamos con Rajoy un sesteo extravagante, inesperado, sometidos a la placidez del coma inducido que aplicó mientras él vegetaba tenaz en modo irresoluto. Capacitado intelectualmente, resulto tan ineficaz como Zapatero. ¡Qué gozada de presidentes, pese a lo expuesto, si los cotejamos con este embustero compulsivo, lunático, intrigante (cabrón, al decir de mi pueblo) e igual de inservible que los anteriores! Sin duda —no voy a pecar de políticamente correcto— el peor gobernante en siglos, aunque fantasee ser un estadista sobresaliente, portentoso, aferrado a esta maltrecha tierra por azar o hechizo maléfico.  

El gobierno canaliza su gestión en tres pilares cargados, cuanto menos, de presupuestos atemporales, andanada inconstitucional y propaganda falaz. Con lamentable trámite del Covid, de la situación económica y visto con negros nubarrones el tema autonómico, asimismo su financiación, le queda el escaparate para seducir a una sociedad recelosa día a día. Plantean —disminuidos los entusiasmos iniciales, amén de las consecuencias especulativas cada vez menos convincentes—la imperiosa necesidad de controlar el cambio climático cuando sus auténticos efectos y reversibilidad no se acreditarán hasta dentro de varios siglos. Argumentario que nadie puede considerar erróneo porque en cien años todos estaremos calvos. Otro señuelo es el feminismo radical y la inconstitucional Ley de Igualdad de Género que atenta contra el artículo catorce de la Constitución.

Respecto a la propaganda, convertida en cajón de sastre, cabe hasta el absurdo bien condimentado. Desde esquivar la muerte de quinientas mil personas (¿por qué no quinientas mil dos?) durante la pandemia, gracias a las medidas de Sánchez, hasta ser el primer país de Europa con mayor crecimiento. Sin embargo, una realidad opuesta en todos los ámbitos recorre el país de norte a sur generando triste hilaridad, paciente irritación y desconfianza total. Sánchez dice que están garantizados la distribución de energía eléctrica y combustibles, pero empiezan a escasear los kits de supervivencia y otros productos a dicho fin; expresión manifiesta de que su palabra no vale nada. Las ruedas de molino generan efectos contraproducentes cuando digerirlas se convierte en algo más que un acto de fe, una imposibilidad gástrica y emocional.

Si los movimientos del gobierno, en conjunto, son notorios esperpentos, a nivel personal sumergen legitimidad y raciocinio en fosa submarina. Basten algunos ejemplos recogidos al albur. María Jesús Montero, ministra de hacienda: “Los presupuestos son un “antídoto contra el populismo”. ¿Es posible tanta sandez? Si gobernaran solos, esa lanzada a Podemos, independentismo o —su verdadera invocación— Vox, dentro de la torpeza tendría lógica aun con formas impúdicas. Sánchez, para su colección, quiere un “ejército ligado a la agenda 2030”. Acaso pretenda seducirlo para apoyar el viejo furor despótico, totalitario, que desprende todo marxismo. Creo y espero, no obstante, que su misión de defender la Constitución (por tanto, la libertad de todos los españoles) no se condicione ni dé cobijo a ninguna veleidad, aunque procuren revestirla de patriotismo ineludible.

No puedo ni quiero pasar por alto la activa y esperpéntica complicidad de los medios audiovisuales. Inundados, presuntamente, de millones a nivel empresarial e individual, cualquier oyente ajeno al dogma, sea cuál, tiene difícil encontrar una información que aguante la mínima decencia. El tópico del cuarto poder asignado a los medios, en este país es pura quimera, añadiendo a esta adversidad mísera diarios de papel y digitales. Con tales mimbres, sumados a los expuestos en renglones precedentes, resulta inalcanzable dar forma a un sistema de libertades sólido, asentado, estable. La coyuntura no proviene solo de dar informaciones insidiosas, malintencionadas, sino de aleccionar al ciudadano, poco crítico y menos leído, construyendo lo que pudiéramos llamar “la conciencia social” que debiera ser íntegra ética e intelectualmente para conformar una democracia sana, limpia, homologable con cualquiera de nuestro entorno inmediato.