ESPERPENTOS
Esperpento,
más allá de su difusión literaria por Valle Inclán, significa hecho grotesco o
desatinado; en el fondo, implica deformación sustantiva de la realidad. Con sobrada
frecuencia, a través de los tiempos, nuestro país viene deformando sus
realidades para darles un tinte sesgado, sectario, que propicie enfrentamiento
social. Importa poco el nacimiento de banderías cuyo papel disgregador tiene en
jaque permanente a los avances que pudieran mejorar la vida de un ciudadano desesperanzado,
tal vez desesperado. El hecho ininteligible en esta coyuntura es que toleramos,
aplaudimos incluso —como autores a veces y benefactores siempre— a políticos
sin distinción ideológica. Digo ininteligible porque no hay explicación verosímil
para que la sociedad permita torcimientos tan graves y onerosos a la hora de emprender
cargos y servidumbres.
Sospecho
que cualquier político, cualquier gobierno, del ancho mundo quiere conseguir poder
y conservarlo el mayor tiempo posible, incluso de forma permanente. Sin
embargo, los regímenes democráticos tienen unas reglas que nadie debiera
traspasar. La sociedad española va siendo consciente, poco a poco, de que todo
gobierno (advirtiendo gran diferencia entre ellos, principalmente con algunos
foráneos) bordea, si no infringe, los manuales básicos de una democracia
moderna, viva, rigurosa. Antes, frente a la finalidad educativa, adoctrinan al individuo
mientras siembran en él una indigencia cultural y crítica a fin de formar ciudadanos
manejables, mansos. El constructivismo y la “escuela comprensiva”, igualitaria,
de concepción marxista, han traído la debacle cultural y una democracia
manipulable, desacreditada, corrupta.
Nadie
acepta ya la generación espontánea como incitante ni dinámico hacedor. Los organismos
tienen nacimiento y tránsito evolutivo adscritos a ciertas leyes biológicas o
sociales. Una sociedad especifica no nace, se hace modelándola a intereses
bastardos según percibimos. Treinta años han sido suficientes para conseguir
este pueblo festivo, atrincherado, apto para dejarse arrastrar por farsantes y vividores.
Tocqueville sostenía que “la democracia
ha quedado reducida a un sistema meramente igualador”; es decir, mediocre.
Parece que todos se han puesto de acuerdo, pues unos paren leyes y los otros
las acunan poniendo empeño en procurarles una infancia protegida, esplendorosa.
Ocurrió con la LOGSE, verbigracia, que el PP censuró cuando era oposición y
siendo gobierno no ha derogado ni un artículo. Así llevamos treinta años de
incultura e ignominia.
Pasaron
los tiempos sombríos de Zapatero, un inútil aupado al poder por designios prodigiosos
(iba a decir milagrosos, pero pareciera, fuera, hiperbólico e irreverente) y un
terrorismo todavía confuso e inexplicado. Luego dormitamos con Rajoy un sesteo extravagante,
inesperado, sometidos a la placidez del coma inducido que aplicó mientras él vegetaba
tenaz en modo irresoluto. Capacitado intelectualmente, resulto tan ineficaz como
Zapatero. ¡Qué gozada de presidentes, pese a lo expuesto, si los cotejamos con
este embustero compulsivo, lunático, intrigante (cabrón, al decir de mi pueblo)
e igual de inservible que los anteriores! Sin duda —no voy a pecar de
políticamente correcto— el peor gobernante en siglos, aunque fantasee ser un
estadista sobresaliente, portentoso, aferrado a esta maltrecha tierra por azar
o hechizo maléfico.
El
gobierno canaliza su gestión en tres pilares cargados, cuanto menos, de presupuestos
atemporales, andanada inconstitucional y propaganda falaz. Con lamentable
trámite del Covid, de la situación económica y visto con negros nubarrones el
tema autonómico, asimismo su financiación, le queda el escaparate para seducir
a una sociedad recelosa día a día. Plantean —disminuidos los entusiasmos iniciales,
amén de las consecuencias especulativas cada vez menos convincentes—la imperiosa
necesidad de controlar el cambio climático cuando sus auténticos efectos y
reversibilidad no se acreditarán hasta dentro de varios siglos. Argumentario
que nadie puede considerar erróneo porque en cien años todos estaremos calvos.
Otro señuelo es el feminismo radical y la inconstitucional Ley de Igualdad de
Género que atenta contra el artículo catorce de la Constitución.
Respecto
a la propaganda, convertida en cajón de sastre, cabe hasta el absurdo bien
condimentado. Desde esquivar la muerte de quinientas mil personas (¿por qué no
quinientas mil dos?) durante la pandemia, gracias a las medidas de Sánchez,
hasta ser el primer país de Europa con mayor crecimiento. Sin embargo, una
realidad opuesta en todos los ámbitos recorre el país de norte a sur generando triste
hilaridad, paciente irritación y desconfianza total. Sánchez dice que están garantizados
la distribución de energía eléctrica y combustibles, pero empiezan a escasear
los kits de supervivencia y otros productos a dicho fin; expresión manifiesta de
que su palabra no vale nada. Las ruedas de molino generan efectos
contraproducentes cuando digerirlas se convierte en algo más que un acto de fe,
una imposibilidad gástrica y emocional.
Si
los movimientos del gobierno, en conjunto, son notorios esperpentos, a nivel
personal sumergen legitimidad y raciocinio en fosa submarina. Basten algunos ejemplos
recogidos al albur. María Jesús Montero, ministra de hacienda: “Los
presupuestos son un “antídoto contra el populismo”. ¿Es posible tanta sandez?
Si gobernaran solos, esa lanzada a Podemos, independentismo o —su verdadera invocación—
Vox, dentro de la torpeza tendría lógica aun con formas impúdicas. Sánchez,
para su colección, quiere un “ejército ligado a la agenda 2030”. Acaso pretenda
seducirlo para apoyar el viejo furor despótico, totalitario, que desprende todo
marxismo. Creo y espero, no obstante, que su misión de defender la Constitución
(por tanto, la libertad de todos los españoles) no se condicione ni dé cobijo a
ninguna veleidad, aunque procuren revestirla de patriotismo ineludible.
No
puedo ni quiero pasar por alto la activa y esperpéntica complicidad de los
medios audiovisuales. Inundados, presuntamente, de millones a nivel empresarial
e individual, cualquier oyente ajeno al dogma, sea cuál, tiene difícil
encontrar una información que aguante la mínima decencia. El tópico del cuarto
poder asignado a los medios, en este país es pura quimera, añadiendo a esta adversidad
mísera diarios de papel y digitales. Con tales mimbres, sumados a los expuestos
en renglones precedentes, resulta inalcanzable dar forma a un sistema de
libertades sólido, asentado, estable. La coyuntura no proviene solo de dar
informaciones insidiosas, malintencionadas, sino de aleccionar al ciudadano,
poco crítico y menos leído, construyendo lo que pudiéramos llamar “la
conciencia social” que debiera ser íntegra ética e intelectualmente para conformar
una democracia sana, limpia, homologable con cualquiera de nuestro entorno inmediato.
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