domingo, 26 de febrero de 2012

ALREDEDORES Y ARRABALES


Mantengo desde siempre que la esencia constitutiva del hombre, y su don más preciado, no se encuentran en ser racional sino en sentirse conscientemente libre. El derecho natural jamás hizo distingos entre los diversos coeficientes intelectuales. Dicha realidad supone concebir otra magnitud como fundamento humano, otra categoría que trunque la excepción. La libertad carece por sí misma de recovecos o laberintos que le insten a mostrarse de forma particular o exclusiva a determinados individuos. Es un atributo sin escalas, por tanto manantial de equivalencia plena. Los sistemas totalitarios, las dictaduras, son nefastos para el individuo pues persiguen toda manifestación de libertad, de controversia, que cuestione su  poder. La esclavitud, ningún otro impulso, marcó el apogeo histórico de deshumanización. Benjamín Franklin dijo y yo lo suscribo: “Donde mora la libertad, allí está mi patria”.

El vocablo alrededor se aplica para indicar la situación de personas o cosas que circundan a otras. Su sinónimo más afín sería contorno. Arrabal impulsa la ubicación fuera del recinto urbano. Entraña cierto matiz peyorativo y desdeñoso. Así, adjetivamos de arrabalero a quien muestra formas refractarias a la estética y aun la ética. Andar por arrabales lícitos significa, contrariamente a lo que pareciera, caminar por resbaladizos senderos jurídicos. El amable lector habrá adivinado una dimensión simbólica en los renglones anteriores. Obviamente me refiero a aquello que se encuentra próximo o reñido con lo considerado juicioso, cabal. Es conveniente, sin embargo, concretar estos vocablos para evitar posibles equívocos en aras a un análisis riguroso, justo y breve de las instituciones que vamos a examinar, incluyendo mejoras o restricciones sobre las libertades ciudadanas. 

Corresponde al gobierno abrir las respectivas columnas del haber y del debe a semejanza de una contabilidad novelesca que computara virtudes o vicios en curioso (hasta atrevido) paralelismo pecuniario-espiritual. Debido a la bisoñez, tasar su ejecutoria con firmeza, sin margen indulgente, sería bastante arbitrario. Los primeros pasos exteriorizan desorientación, inseguridad e incoherencia. Si no ellos, su crédito al menos camina hacia un espacio adyacente a los alrededores. Los propios votantes, alarmados, incrédulos, observan el trayecto que existe entre dicho y hecho. Se agitan con la insólita reticencia de Rajoy y los despropósitos de algunos ministros, consecuencia directa de un proyecto amorfo, versátil, donde la circunstancia es el elemento dinamizador de su ejecutoria.   Todavía severo, el estado de shock le dificulta asimilar su mayoría absoluta, el mandato del pueblo español y la frustración que empieza a generar por complejo o pavor. La libertad individual, exenta de enjuagues respecto a su guarda o restricción (encomiada más bien en los patrones doctrinales), queda a expensas del tino judicial.

La oposición, aparte el segmento a que nos refiramos, antepone estrategias a colaboraciones. Su ceguera les lleva a una actuación ramplona; nimia, cuando no obstaculizadora, en tan penoso marco de emergencia nacional. El imperio democrático demanda reglas de procedimiento flexibles para adecuarlas al escenario que prescriba el momento. Hoy, el pueblo apremia al PP con voz clara a que gestione la crisis. Tácitamente obliga al resto, cuanto menos, a no poner trabas. La realidad, testaruda, descubre una oposición (en esencia el PSOE) que le hace una pedorreta a la soberanía popular. Trasluce una frenética predilección por la calle de quien parece procurarse cierta licencia antidemocrática. Supedita la libertad individual a la colectiva, ese difuso incentivo de alcance ininteligible. Se ha colocado placenteramente (¡allá él!) en los arrabales de la política y, sospecho, el futuro le seguirá pasando cara factura. Necesita con urgencia una regeneración que reemplace a la reforma anunciada o su naturaleza testimonial se impondrá veloz.

Los sindicatos conforman un ente abstracto cuya corporeidad le viene dada únicamente por la subvención gubernamental. Si el ejecutivo descuidara su apuntalamiento, se derrumbarían cual castillo de naipes. Ante el constante ir y venir por los alrededores de un mundo laboral encendido, convulso, al que no encarnan; tras suponer un quebradero de cabeza que atenaza al gabinete, ¿por qué no se hace? ¿por qué se les mantiene orondos y ofensivos? Porque ellos también son pieza inapreciable en este montaje donde el latrocinio esquilmador campa a sus anchas. Del expolio causado a la clase media (ya casi exhausta) viven multitud de parásitos en un ecosistema artificial, postizo. La libertad, aquí, atañe sólo al ámbito laboral y se rige por convenios y leyes en permanente equilibrio inestable.  

Permítanme que mencione al final esta misteriosa y atronadora toma de la vía pública por presuntos estudiantes a cuyo frente alardean líderes, arrabaleros y agresivos, que cosechan una representatividad nula. También el recuerdo a una gestión política inicial notoriamente mejorable. Para concluir, creo oportuna esta cita de Simón Bolívar: “Compatriotas, las armas os darán la independencia, las leyes os darán la libertad”.

jueves, 23 de febrero de 2012

CARNE DE ANTIDISTURBIOS


Alguien lúcido señaló, poco más o menos, “somos una nación de borregos sometidos al yugo de cuatro lobos que conforman un clan endógeno”. Esta perfecta síntesis que retrata nuestra sociedad viene a cuento por los incidentes ocurridos en Valencia, donde la intervención policial fue claramente desproporcionada. Abundan empero acotaciones de dudosa objetividad que focalizan y desvían el debate a la necesidad de la misma y que nadie, yo al menos no, niega. Personalmente contemplé estupefacto (entonces desconocía cualquier pormenor) cómo unos policías, en medio de un despliegue imponente, sacaban esposados del Corte Inglés a chico y chica quinceañeros como si fueran peligrosos delincuentes.

Los lamentables sucesos se iniciaron en el IES Luis Vives, un instituto histórico ubicado en el centro de la capital. Manipulación sobre los recortes y su influencia en la calidad educativa, así como el efecto multiplicador debido a la carencia de calefacción, dispararon la protesta callejera. Una gestión policial discutible en sus albores y la posterior espiral de torpezas terminaron por ser tediosa noticia diaria. Cuando un país tiene el veinticinco por ciento de paro (cercano al cincuenta en el sector juvenil), un déficit del ocho porcentual, una deuda soberana de setecientos mil millones de euros, una economía paralizada y una clase media -único sostén del Estado- empobrecida, además de un horizonte negro, jugar con fuego es un suicidio más que una irresponsabilidad. Las imágenes de la carga policial encienden los ánimos y el PP puede verse envuelto en llamas.  Creo que la señora Sánchez de León se ha ganado a pulso su cese por “pirómana”.

No existe ciudadano que someta a juicio la extracción ideológica de quienes, justamente ahora, emparejen correcciones presupuestarias con calidad educativa y fracaso escolar. Mis lectores saben la labor docente que materialicé a lo largo de cuarenta años. Tal circunstancia me permite exponer con conocimiento de causa, una vez más, dos asertos. Para empezar, lo básico en la calidad no son los recursos económicos (sin obviar su relieve); es el método y los valores que le asisten. Jamás se consiguieron mejores logros escolares que desde los años setenta a finales de los ochenta; es decir, con la Ley General de Villar Palasí, periodo en que no hubo correspondencia con un abultado presupuesto que facilitara tales prestaciones. Por otro lado, el caos educativo, el hundimiento de la enseñanza pública y el mayor recorte lo generó la LOGSE. El constructivismo como criterio de aprendizaje, la comprensividad como máxima rectora y la falta de acompañamiento de una Ley de Financiación (recorte definitivo) han traído estos lodos que padecemos. Curiosamente son sus panegiristas quienes exigen, cínicos, una escuela pública de calidad. Estafadores.

Marx, Popper, Adorno, Friedman, Keynes y otros pensadores preocupados por el devenir social en sus aspectos antropológico y económico se concretan a una operación de laboratorio, ineficaz en la masa social para protagonizar cambios trascendentales. Revolución implica un cambio profundo en la organización social. Involución sólo es el regreso a una fase anterior. Una burguesía económica protagonizó la Revolución Francesa que aniquiló el Antiguo Régimen e inauguró las democracias liberales en Europa Occidental. Alboreando el  siglo XX, una élite económico-intelectual derrocó el absolutismo zarista ruso, sustituido al principio por un sistema totalitario que, tras diversas vicisitudes, terminó sojuzgando a Europa Oriental hasta la última década del aludido siglo. Ambos conjuntos, divergentes, opuestos, enfrentados ideológica y económicamente contuvieron extraños afanes en sus respectivas áreas de influencia. Así por ejemplo, Francia e Inglaterra apoyaron el alzamiento militar en la España Republicana que adoptaba un preocupante sesgo comunista. Franco probablemente fuera un paréntesis personalista que garantizaba la retaguardia francesa e inglesa.

El statu quo europeo auspicia que los partidos españoles, burgueses en sus diferentes manifestaciones liberales o ¿socialdemócratas? (valga la redundancia), teman por igual cualquier sacudida auténticamente revolucionaria que pueda “engullir” sus privilegios espurios. Permiten, a lo sumo, algún que otro desplante -con el objeto de  calmar tensiones impulsivas- siempre inducido y controlado por “santones” a sueldo. Conforman un jugoso caldo de cultivo para la revuelta minoritaria pero atronadora. Siempre aparecen al rescoldo, difícil encontrarlos en frío porque su tarea es encauzar el descontento hacia la involución (cambio de gobierno menospreciando la voluntad popular). Formalizan una plaga antidemocrática que perturba a países sin cultura política. La Historia reciente enseña la peligrosidad de ciertas siglas, escasamente reformadas, muy incómodas en la oposición.

Al pueblo, tonto útil en una revuelta custodiada, anodina, le interesa la revolución, el cambio rotundo. Cuando un sistema no nos entusiasma, debemos darle la espalda, no participar de él. Ciñéndonos a nuestro caso, lo aconsejable es abstenernos o votar en blanco. Constituye la única manera de dar un escarmiento  corrector a esta panda de vividores. Debemos utilizar armas legales, aquellas que, por ser mayoría, aporten clara ventaja sobre quien ostenta la fuerza legal. El enfrentamiento directo con la policía dejémoslo para feligreses y dogmáticos. Sospecho que nosotros, la gran mayoría, nos negamos a ser carne de antidisturbios estúpidamente.

 

domingo, 19 de febrero de 2012

SINDICATOS, ADLÁTERES Y GOBIERNO


Por puro azar, en consonancia con la ley que rige el mundo y al hombre, he hallado una frase dicha por un piquetero en la última huelga general de dos mil diez. Tras “convencer” al dueño que debía cerrar su local, espetó a los compañeros de piquete: “¿Alguien quiere café o tabaco antes de que cerremos el bar?” Tal actitud muestra rotundo el grado de coherencia que animó a este esforzado menestral,  liberado paradigmático (puede) o aledaño al staff. No estamos ante un caso aislado, insólito; la anécdota franquea el ámbito particular, accidental, para convertirse en sustancia inseparable. Se ha pasado del ardor entusiasta, de la bizarra resistencia gestada en el tajo, al acomodo actual donde el compañero es ahora objeto burocrático distante, sin conexión con el entorno fabril. Los sindicatos españoles han vendido caro su afecto. Ese aroma burgués que despiden (nunca mejor dicho) amortigua la intensidad auditiva, modelan un mensaje extraño -ininteligible- y pierden por ende capacidad de convocatoria.

Desde mi modesto punto de vista, la Reforma Laboral, a semejanza del parto de los montes, ha alumbrado algo insignificante, poco provechoso. Nace ineficaz porque no resuelve la falta de liquidez empresarial  (verdadero escollo). Liquida, menos mal, competencias inoportunas, restringe suavemente -en un sí pero no- el poder sindical cuando se priorizan acuerdos de empresa sobre convenios sectoriales y se reducen trabas administrativas en la tramitación de los EREs. Salvo estos aspectos, la Reforma Laboral se parece como dos gotas de agua a la de Zapatero  y que propició una huelga estratégica, de mentirijillas, benigna, a tres meses vista. Hoy los líderes obreros (es un decir) bregan por sus privilegios, se desgañitan, lanzan soflamas cuando no verdaderos escarnios, amenazan aún sabiéndose frágiles. El personal, pese a que Rubalcaba perciba una campaña “repugnante del PP contra los sindicatos”, deserta; ante su evidente titubeo resolutivo, los problemas sindicales internos le traen al fresco. Se lo han ganado a pulso. Sólo computan para los medios y porque hay que llenar huecos. Ahora mismo, soportan una lamentable situación de excelente bonanza.

Recurrentes, algunos políticos (que constituyen la anacrónica y única reserva europea del más puro marxismo) la calificaron con destemplanza -arrastrados quizás por una inercia inevitable- como “golpe de Estado contra los trabajadores”. Compitiendo en extravagancia, Llamazares calificó la Reforma de “estado de excepción laboral” e hizo un llamamiento a la rebelión callejera. Demuestran una mayor querencia genética a la subversión que al parlamento, signo inequívoco de sólidas convicciones democráticas. Mantienen con laudable disciplina la divergencia entre dialéctica teórica y praxis revolucionaria. Sujetos al marco capitalista y anclados con efusión en lugar y tiempo impropios, se les ofrece dos salidas: adaptarse a los nuevos retos (dificultoso) o preservar su praderas agitando señuelos mohosos, quiméricos, con escaso (por no decir nulo) recorrido. Les motiva, les pone, esta postrera. La juventud asigna a estos partidos obsoletos fecha de caducidad; conformarán, al igual que sus antípodas, reliquias adecuadas para cuatro nostálgicos.

¿Y el gobierno? Extraordinaria pregunta si tuviera una respuesta argumentada y sin sombras. Todavía en la oposición Rajoy, a propósito de perversa inquisición, dijo: “¿Medidas para crear empleo? Bueno, me ha pasado una cosa verdaderamente notable, que la he escrito aquí y no entiendo mi letra”. Esta salida, que el común señalaría de pata de banco, pudiera ser un recurso de chanza a la gallega pero también un reclamo sincero, un reconocimiento sigiloso a su extravío, a su qué sé yo. En el terreno económico, el ejecutivo va cumpliendo su programa electoral sin demasiada convicción, al ralentí, a la espera de algún milagro que le permita conjugar augurios en la oposición y aquiescencias en el poder. La actualidad nos ofrece un panorama peliagudo, siniestro, con unos datos que escapan a cualquier control elemental. Asimismo Europa exige disminuir déficit y paro, originando finalmente un desasosiego semejante al del matemático que se hubiera propuesto la cuadratura del círculo. Algunos aun se atreven a echar leña al fuego. Acongojante. Y dicen, como antes otros, trabajar por el bienestar de los españoles. Si digo ¡qué mentecatos!, elijan ustedes la referencia.

Dentro del contexto económico el presidente posee un margen razonable de pretexto; con todo, no ocurre lo mismo en las demás materias que fueron caballo de batalla meses atrás, ajeno al sillón azul. Leyes opuestas a principios morales y familiares (impresos en la idiosincrasia española), nacionalismos, problemas lingüísticos, Ley de Partidos (ilegalización, si procede, de Bildu, Amaiur…), etc. padecen sospechosos cambios conceptuales, por tanto de enfoque y tratamiento, eclipsando incluso servidumbres electorales. No es de fiar quien mantiene doble discurso porque siempre traiciona. El PP se equivoca. Se les concedió una mayoría absoluta (libre de ataduras) para algo diferente, opuesto. Una mala copia y peores evasivas no convencen. El dogmatismo es leve enfermedad entre la derecha liberal, epidemia en la izquierda progre. ¡Cuidado!

¿Complejo, prudencia o cobardía, como dijo Rosa Díez? Abandono la idea de considerar al PP un estratega tan fino que le impulse a asediar, con su actuación, el espacio de la socialdemocracia europea y favorecer el ocaso definitivo del PSOE; perfectamente canjeable, por otro lado, en su actual pelaje. Una variedad doctrinal y malévola al famoso “Cordón Sanitario”. Demasiado conejo para tan exigua chistera.

 

 

domingo, 12 de febrero de 2012

UNA VERGÜENZA, DESVERGONZADOS


La existencia de una ley cíclica que dirige dinámicas y aconteceres parece encontrarse fuera de toda duda. El siglo XVI, triple actor de bancarrotas nacionales, se convirtió en el máximo exponente cultural de aquella España menesterosa. Todavía hoy nos referimos a él con énfasis como Siglo de Oro. Ahora, quinientos años después, abatidos por una crisis aguda, inmersos en la penuria, otra vez arruinados, aflora lozano un extraordinario estado cultural; eso sí, antitético al recordado. Dentro de esta mengua psíquica que nos ahoga, hay sectores cuya relevancia política e institucional la hace aun más alarmante y amarga. Acomodados en distintos departamentos, su labor (evito evaluarla rendido a un residuo piadoso) acentúa el achaque de la débil, insolvente y grotesca, democracia  que encubrimos. 

 

Nos encaminamos a una década extraordinariamente feraz en sandeces, falacias y arrebatos contra la Ley. No podemos (ni debemos) destacar parcela o profesión alguna; tampoco hacer exclusiones ajustadas a comportamientos prudentes, circunspectos. Desde atávicas falsedades y enredos -que inculpan sin excepción al amplio abanico de siglas- hasta insólitas sugerencias vertidas por columnistas cebados con fondos opacos, hemos consumido paciencia, apatía e indignidad. En los últimos meses, el proceso muestra un cromatismo que inquieta: pasó de castaño a oscuro; cunde el desastre, se han rebasado todas las barreras. Una competición de desafueros surge en quien tiene algo que decir e incluso en quien carece de tal capacidad.

 

Partiendo del insondable y meticuloso hábito de calificar caverna, ultraderecha, fascista o similar, a gente discrepante con las propias ideas, los autodenominados izquierda progresista realizan así un ejercicio de afirmación que colme su vacío doctrinal prendido a ruin soporte dogmático. Pretenden, incluso, el beneficio político que resulta de asociar a estos epítetos la perversidad sembrada previamente en la conciencia social y que (a juzgar) conviene exhibir a los afectados una táctica tibia, salvo raras excepciones. Deben especular, unos y otros paradójicamente, provechosas ventajas electorales.  

 

Producto de la estolidez recalcitrante, es fácil coleccionar expresiones burdas, chocantes, irrisorias, patéticas. Sin embargo, las más recientes bordean el delito -al cuestionar el prestigio institucional- cuando no trasgreden abiertamente la Ley. Gaspar Zarrías afirmaba días atrás: “Es un hecho objetivo que en ocasiones se da una sintonía pintoresca entre la juez Olaya y el PP en relación con los EREs”. La frase entraña una grave y gratuita calumnia; asimismo, dicha por aquel que presuntamente se encuentra en el epicentro del terremoto, rechina a cualquier oído decente. En mi pueblo dicen: “quien se pica, ajos come”. Los sucesivos juicios contra Baltasar Garzón (curiosamente otro nombre mago) por supuesta prevaricación, ya confirmada en un caso, trajeron una tediosa letanía de despropósitos. Próceres concretos (típicos), individuos extravagantes (faranduleros) y algún ex fiscal, superaron con creces aquellos extremos que recomiendan la razón, el proceder y la norma. El señor Mas se convierte en protagonista absoluto con exigencias imposibles, contrarias a la Ley y al sano juicio. Vierte, además, tenues amenazas a quien ose pisar unas hipotéticas líneas rojas que él mismo ha diseñado.

 
Un columnista polémico proclamaba el otro día la falta de seriedad en nuestro país. Resumiendo, mantenía que el PSOE era un partido sin parangón en Europa, que la socialdemocracia la encarnaba el PP de Rajoy y el liberalismo oponente residía en el PP de Esperanza Aguirre. A juzgar por hechos, actitudes y declaraciones recientes de los líderes socialistas más representativos, merece la pena considerar la tesis del mencionado columnista. Con estilos e ideas decimonónicos no podemos enfrentarnos a los retos del presente y a los que, en el futuro, nos depare el siglo XXI. UPyD, abandonando cierto lastre -algunos excesos- lograría desempeñar un papel esencial. Los adversarios lo saben, de ahí su crispación. Izquierda Unida, como suele decirse, es el verso suelto de la futura política española. Apremia cambiar la Ley Electoral para que cada uno tenga el mandato que le corresponda.

 

Deseo reseñar la responsabilidad que toca asumir a los medios de comunicación respecto a escenarios pretéritos, presentes y, me temo, venideros. Es más, diría que son  los gestores exclusivos del conducirse social en sus diversas manifestaciones, pues generan opinión y praxis. Si son incapaces de reconocer su propia vergüenza, nunca saldremos del laberinto. Antes o después la sociedad se lo reclamará, una vez  harapienta la clase política hoy por hoy tremenda desvergonzada.

 

 

domingo, 5 de febrero de 2012

REFORMA EDUCATIVA SIN CALADO


A estas alturas no descubrimos ningún misterio o factor esotérico si estimamos el dualismo norma que mueve al mundo y al hombre.  Alma/cuerpo, luz/sombras, bien/mal, yin/yang en la filosofía oriental (curiosamente el yin se concibe principio femenino, la tierra, la pasividad; al yang pertenece el principio masculino, el cielo, la actividad). Estos impulsos complementarios, irreductibles y antagónicos, presentes en todas las cosas, permiten la trascendencia de lo humano salvando una realidad cerrada, inmanente. Cualquier fuerza/idea puede ser percibida como su contraria si se mira desde un punto de vista antitético, en una dicotomía armonizadora. La categorización se realizaría intencionadamente, por conveniencia. En tal caso nos rendiríamos a una de las dos posibilidades y quedarían sentadas las bases del dogmatismo más abyecto.

 

Reforma es todo cambio gradual con el propósito de mejorar un sistema, proyecto o sociedad. Afecta a aspectos fundamentales, no al conjunto. Su espíritu le hace cuestionar por igual posiciones revolucionarias cuanto reaccionarias. En teoría se diferencia del centrismo, ya que este busca consensos equidistantes de los extremos y resulta un fin en sí mismo. Muchos consideran la voluntad reformadora una capitulación a la política del sector antagonista. El PP, de momento, anuncia reformas sin fin aunque muestra poco interés en practicarlas. Comprendo lo incongruente de una urgencia tiránica e innecesaria, pero los plazos salieron de su boca. No creo hubiera presión externa (sí menester) que llevara a Rajoy a fijar la Reforma Laboral el siete de enero. Un equipo de gobierno, previendo su próxima servidumbre, debiera tener propuestas nítidas, eficaces, ante la situación de emergencia económica y financiera.

 

Se ha desatado, digo, una fiebre reformista y no hay cartera que silencie inmediatas novedades en sus respectivos ministerios. El responsable de Educación, Cultura y Deporte, señor Wert, ya desmenuzó algún giro (superficial por lo publicado) en la prevista ley educativa. Salvo cortina de humo para verificar oposiciones y anuencias, se habla de acortar un año la secundaria, para añadírselo al bachiller, y extender la escolarización obligatoria hasta los dieciocho años. Si la columna vertebral innovadora se resume en lo expuesto, aparte otros argumentos de más enjundia que iré desgranando después, me parece una tomadura de pelo; no sólo por su indigencia (que se limita a un quita y pon) sino, junto al costo que conlleva, por aumentar dos años la tortura en un alto porcentaje de alumnos.  ¿Acaso desconoce el señor ministro la cuantía de contratos en formación, prueba evidente del hartazgo y abandono escolar? ¿Cree que se puede educar por decreto ley? No concuerdan los mismos preceptos con realidades diferentes.

Mis cuarenta años de enseñante, la mayoría en Segunda Etapa con la Ley General de Educación y estrenada la LOGSE, me aportan (considero) cierta potestad para opinar del tema. Previo, voy a hacer un juicio de intenciones aventurado pero no exento de signos o evidencias: la LOGSE implanta un sistema educativo que buscó el acriticismo operante y la mediocridad generalizada, sin embargo (o a propósito de) su apariencia progresista, igualitaria e integradora. Persigue, desde mi punto de vista, una sociedad amorfa en la que diversas minorías detenten un poder consentido e inalcanzable para quien no pertenezca a idéntica élite. Extraigo a modo de prueba el hecho cierto de que toda esa casta privilegiada preconiza el final de las desigualdades, a través de la escuela pública,  mientras educa a su prole en colegios muy privados para eternizarlas. ¡Cuánto rendimiento y lucro le sacan a la palabra!

 

Principios excelsos y palabrería grandilocuente no reparan desequilibrios e injusticias. Darwin enunció la selección natural o la preservación de las razas en la lucha por la vida. Rechazo, pues, toda previsión o gracia que proceda del poder. Escalar posiciones sociales se consigue únicamente a través del esfuerzo, la constancia, el sacrificio; en definitiva, pugnar por la eminencia. Se debe exigir, sí, igualdad de oportunidades. Más allá, abominando esa famosa e insolidaria ley selvática que nos abate, cada uno enfoca su camino según actitudes, no aptitudes.

 

Señor Wert, la reforma educativa excede retoques de estructura o tiempo. Una enmienda auténtica exige el relevo epistemológico. El constructivismo (empírico, materialista, alejado de cualquier aliento ontológico) y la escuela comprensiva (desmotivadora, inactiva) son la génesis de un sistema público pauperizado y por consiguiente del tremendo fracaso escolar. Nuestros centros se han convertido en paradigmas de anarquía, barbarie e incivismo. Ignorancia y mezquindad son el fruto característico de estos mimbres inadecuados para conseguir una sociedad democrática y equitativa. No opino de política, discurro sobre educación y por ende de economía.

 

Escrúpulos, cuando no cobardía a secas, provocan acciones cuyos efectos se oponen al objetivo previsto (íntegro, dándoles un inusual margen de confianza) al tiempo que despiertan frustración y desengaño, incluso en fervientes admiradores. ¿Han colegido, usted y el resto del gabinete, por qué tienen mayoría absoluta? ¿Para hacer una política similar a aquella de los desahuciados? Vana y efímera victoria.