Mantengo desde siempre
que la esencia constitutiva del hombre, y su don más preciado, no se encuentran
en ser racional sino en sentirse conscientemente libre. El derecho natural
jamás hizo distingos entre los diversos coeficientes intelectuales. Dicha
realidad supone concebir otra magnitud como fundamento humano, otra categoría
que trunque la excepción. La libertad carece por sí misma de recovecos o
laberintos que le insten a mostrarse de forma particular o exclusiva a
determinados individuos. Es un atributo sin escalas, por tanto manantial de equivalencia
plena. Los sistemas totalitarios, las dictaduras, son nefastos para el
individuo pues persiguen toda manifestación de libertad, de controversia, que
cuestione su poder. La esclavitud, ningún
otro impulso, marcó el apogeo histórico de deshumanización. Benjamín Franklin
dijo y yo lo suscribo: “Donde mora la libertad, allí está mi patria”.
El vocablo alrededor se
aplica para indicar la situación de personas o cosas que circundan a otras. Su
sinónimo más afín sería contorno. Arrabal impulsa la ubicación fuera del
recinto urbano. Entraña cierto matiz peyorativo y desdeñoso. Así, adjetivamos
de arrabalero a quien muestra formas refractarias a la estética y aun la ética.
Andar por arrabales lícitos significa, contrariamente a lo que pareciera,
caminar por resbaladizos senderos jurídicos. El amable lector habrá adivinado
una dimensión simbólica en los renglones anteriores. Obviamente me refiero a
aquello que se encuentra próximo o reñido con lo considerado juicioso, cabal.
Es conveniente, sin embargo, concretar estos vocablos para evitar posibles
equívocos en aras a un análisis riguroso, justo y breve de las instituciones
que vamos a examinar, incluyendo mejoras o restricciones sobre las libertades
ciudadanas.
Corresponde al gobierno
abrir las respectivas columnas del haber y del debe a semejanza de una
contabilidad novelesca que computara virtudes o vicios en curioso (hasta atrevido)
paralelismo pecuniario-espiritual. Debido a la bisoñez, tasar su ejecutoria con
firmeza, sin margen indulgente, sería bastante arbitrario. Los primeros pasos
exteriorizan desorientación, inseguridad e incoherencia. Si no ellos, su
crédito al menos camina hacia un espacio adyacente a los alrededores. Los
propios votantes, alarmados, incrédulos, observan el trayecto que existe entre
dicho y hecho. Se agitan con la insólita reticencia de Rajoy y los
despropósitos de algunos ministros, consecuencia directa de un proyecto amorfo,
versátil, donde la circunstancia es el elemento dinamizador de su ejecutoria. Todavía severo, el estado de shock le
dificulta asimilar su mayoría absoluta, el mandato del pueblo español y la
frustración que empieza a generar por complejo o pavor. La libertad individual,
exenta de enjuagues respecto a su guarda o restricción (encomiada más bien en
los patrones doctrinales), queda a expensas del tino judicial.
La oposición, aparte el
segmento a que nos refiramos, antepone estrategias a colaboraciones. Su ceguera
les lleva a una actuación ramplona; nimia, cuando no obstaculizadora, en tan penoso
marco de emergencia nacional. El imperio democrático demanda reglas de procedimiento
flexibles para adecuarlas al escenario que prescriba el momento. Hoy, el pueblo
apremia al PP con voz clara a que gestione la crisis. Tácitamente obliga al
resto, cuanto menos, a no poner trabas. La realidad, testaruda, descubre una
oposición (en esencia el PSOE) que le hace una pedorreta a la soberanía
popular. Trasluce una frenética predilección por la calle de quien parece
procurarse cierta licencia antidemocrática. Supedita la libertad individual a
la colectiva, ese difuso incentivo de alcance ininteligible. Se ha colocado placenteramente
(¡allá él!) en los arrabales de la política y, sospecho, el futuro le seguirá
pasando cara factura. Necesita con urgencia una regeneración que reemplace a la
reforma anunciada o su naturaleza testimonial se impondrá veloz.
Los sindicatos
conforman un ente abstracto cuya corporeidad le viene dada únicamente por la
subvención gubernamental. Si el ejecutivo descuidara su apuntalamiento, se
derrumbarían cual castillo de naipes. Ante el constante ir y venir por los
alrededores de un mundo laboral encendido, convulso, al que no encarnan; tras suponer
un quebradero de cabeza que atenaza al gabinete, ¿por qué no se hace? ¿por qué
se les mantiene orondos y ofensivos? Porque ellos también son pieza inapreciable
en este montaje donde el latrocinio esquilmador campa a sus anchas. Del expolio
causado a la clase media (ya casi exhausta) viven multitud de parásitos en un
ecosistema artificial, postizo. La libertad, aquí, atañe sólo al ámbito laboral
y se rige por convenios y leyes en permanente equilibrio inestable.
Permítanme que mencione
al final esta misteriosa y atronadora toma de la vía pública por presuntos
estudiantes a cuyo frente alardean líderes, arrabaleros y agresivos, que
cosechan una representatividad nula. También el recuerdo a una gestión política
inicial notoriamente mejorable. Para concluir, creo oportuna esta cita de Simón
Bolívar: “Compatriotas, las armas os darán la independencia, las leyes os darán
la libertad”.