viernes, 27 de marzo de 2015

LA PRUEBA DEL ALGODÓN



Esta España de nuestros amores y pesares, presenta unas virtudes -a lo peor defectos- cuyos arranques se remontan a la tosquedad del hombre cavernario. En algunos atributos, los más entrañables, hemos cambiado poco. Seguimos siendo diferentes, y no solo por el crisol de razas y pueblos que configuraron esta piel de toro indómita y constreñida. Poseemos la idiosincrasia, el talante, que la aspereza del hábitat ha ido formando a través de los siglos. No se hizo Zamora en una hora, más que un refrán cimenta el germen constitutivo de nuestro genio y figura. Somos la síntesis de una especial metamorfosis milenaria. Por este motivo, tiempo atrás, Unamuno auspiciaba con certero augurio la españolización de Europa para evitar las lacras que acompañan a todo progreso. Rechazamos el afrancesamiento, la ilustración y la ciencia. Aborrecimos aquel método cartesiano -extranjero- para abrazar nuestra genuina prueba del algodón.

Con la mencionada reseña, cual artífice artesanal, voy a examinar las pasadas elecciones a la Junta de Andalucía. Desmenuzaré el repaso en dos tramos. Primero expondré unos datos manifiestos, contundentes. A la postre, utilizaré mi criterio personal para argumentar la interacción de los resultados con las posteriores citas electorales. Antes quiero referir un prólogo muy esclarecedor, desde mi punto de vista. Parece evidente que la dinámica social de nuestros compatriotas se alimenta de una inercia inocua, opaca. Cuando se quiebra este motor anodino, aparece el odio como elemento propulsor; agoniza la paz y surge explosiva la violencia. Conforma esa entraña primitiva, hosca, sanguinaria, que nos identifica y -allende las fronteras- causa repugnancia cuando no envidia. Percibo, además, un mayor dogmatismo en la izquierda. No por ello, la derecha queda expedita de tan antisocial menoscabo. Tal marco nutre el bipartidismo inexpugnable. Al dogmático no le hace mella cualquier ausencia doctrinal, tampoco la corrupción ni el trinque directo; menos la impostura.

Andalucía, pese a lo que pueda decirse, está lejos de encarnar un laboratorio electoral escrupuloso, exportable. Casi cuarenta años de gobiernos socialistas han dibujado una comunidad atípica, enclenque, nula para obtener datos válidos, ciertos. Un entramado público e informativo hace difícil la alternancia democrática. Hace horas, han aparecido (presuntamente) pruebas sonoras de diversas componendas. Nadie se explica qué lógica lleva a los andaluces -que lideran solo el porcentaje de paro- a mantenerse firmes sin intentar, al menos, otras propuestas de gobierno. ¿Clientelismo, como se conjetura, o rutina? Hay que hacer notar, para proceder a un análisis riguroso, la discordante afección de las zonas rurales respecto a las urbanas. Tinto y en botella.

Susana Díaz, aun comprendiendo su entusiasmo, no ganó las elecciones. El triunfo en esa comunidad, más allá del candidato, corresponde al PSOE. El señor Moreno Bonilla, a fuer de nuevo, hizo un buen trabajo y nadie puede reputarlo perdedor. Debe achacarse al PP tan adverso saldo. La presidenta en funciones hizo una campaña pobre, incolora, iracunda. Los medios nacionales pregonaron semejante contingencia. Su instrucción, quizás idoneidad, le hurgó otras muestras menos perversas. Rajoy puso enfrente un candidato sin marca que sorprendió en los sucesivos debates. Hizo lo que pudo pero era perdedor ya, desde la salida. Desacertada decisión, conociendo el escollo que representa superar allí al PSOE. Podemos cumplió sin más. Tiene un voto volátil que se concreta a viejos fanáticos, jóvenes ilusos e hipnotizados, anarquistas confusos y antisistema pintorescos. En su mejor caldo de cultivo, el producto ha sido bastante exiguo. Ciudadanos se constituye en el auténtico triunfador porque -además de los diputados obtenidos y al revés del resto- configura su suelo electoral. Padece un peligro latente: el caudillismo; una peculiaridad ajena a cualquier percepción peyorativa pero real, sin matices hoy por hoy. Izquierda Unida ha bebido la pócima de su mal calculado apoyo al PSOE y sus furtivos requiebros a Podemos.

Expreso ahora mis opiniones particulares. Pertenecen a un analista imparcial que separa siempre la persona del político que le acompaña. La señora Díaz carece de ascendiente para ser alternativa de un gobierno nacional pese, y por eso mismo, al bajo nivel adquirido por Zapatero y Rajoy. España precisa políticos de Estado con solvencia, flexibles, capaces de aunar voluntades. La vieja escuela atesora fracasos continuos. Requerimos cambios sustanciales, no retóricas huecas, engañosas. Ha llegado la hora del repuesto, de savia lozana. Pedro Sánchez pudiera ser buen gobernante si abandona ciertas poses, ya superadas, y algunos retazos sectarios. El dilema proviene del PP. Ni Cospedal, ni la vicepresidenta, ni aun Esperanza (muy por encima de las anteriores) merecen estimarse figuras para un futuro perentorio. A Núñez Feijóo le sobran diez años, sería el líder anacrónico del cuarteto. Si acaso, Pablo Casado. Vislumbro una época nueva donde los mencionados junto a Albert Rivera, si es capaz de aportar sólida estructura a sus buenas intenciones, y Alberto Garzón, si consigue una Izquierda Unida con mentalidad del siglo XXI, regirán los destinos de España. Avisto un bipartidismo abierto y sensato, enemigo de la trapacería y del arreglo.

Hoy, la información desdibuja mi oráculo. El PP, en Andalucía, votará a favor de la investidura de Susana Díaz a cambio de que gobierne la fuerza más votada durante las próximas elecciones municipales y autonómicas. Malo, malo. Quieren alicortar las siglas emergentes; asimismo, seguir con los embrollos. De rebote, ceban a la bestia. Podemos únicamente triunfaría si PP, PSOE, Ciudadanos e Izquierda Unida fueran incapaces de democratizar la vida pública y satisfacer las ansias ciudadanas. Se autocalifica, aviesamente, de partido democrático pero su esencia es totalitaria. No quiere compartir. Tampoco soporta opiniones divergentes. Oculto tras una apariencia de liberalidad (puro histrionismo escénico), el dirigente manda; el resto obedece. Observen hechos, estilos e Historia de los totalitarismos clásicos y modernos.
Sí, la sociedad española se mueve por inercia. La corrupción se compensa con el tedio y el populismo demagógico con la adhesión irreflexiva, suicida. Mientras, la masa ignora los análisis -con probabilidad interesados- y se olvida burdamente de que el algodón no engaña.

viernes, 13 de marzo de 2015

PODEMOS Y LA CASTA



Pecaría de soberbio si este artículo escondiera la maldad de influir en el voto del ocasional lector. Mi faceta docente a lo largo de cuarenta años, me incita a ofrecer material para una reposada reflexión; nada más Analizando hechos y fenómenos próximos a nosotros, podemos llegar al conocimiento y con él a la discriminación de los diferentes extremos. Nada empaña mi conciencia, por otro lado, de cuanto valiera añadirse sobre hipotéticos o pretendidos objetivos distintos al mencionado. Nunca estuve adscrito a partido ni sindicato alguno; pues el impulso liberal y ecléctico que me caracteriza hace que rechace las ruedas de molino. Las pocas veces que voté, nunca fue por convencimiento u obediencia. Mis razones se acercaron más a la víscera que al juicio. Cuando la sospecha de fiasco dio paso al cotejo, el sentido común alumbró la abstención. Y en estas me encuentro. Dejo para conciudadanos ahítos de fe o de fervor que extraigan el gobierno equivocado, al decir de la oposición. A veces aciertan; pero siempre, frente a los gobiernos de derechas, se “montan” reacciones callejeras que ponen en cuarentena la soberanía popular. Si los políticos no creen en ella, ¿por qué he de hacerlo yo? 

Las circunstancias actuales, el marco angustioso que refleja la crisis general, ha traído -al parecer- una terna lenitiva: Vox, Ciudadanos y Podemos. Al primero, escuálido, casi anémico, le niegan el pan y la sal en los medios. Es, por desgracia para ella, una sigla desgajada, sosias, del PP; por tanto, enmudecida. Como dijo el (in)noble Duguesclín: “ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”. Luego, sorpresas ulteriores pasan factura a las felonías. Ciudadanos aumenta sus expectativas en progresión geométrica. Cada día, distintos y variados medios ofrecen sus diales a Albert Rivera, divisando en él buen cobijo. Su ascenso es sustancial y sostenible. Podemos disfrutaba de un trato preferencial, reverendo, por aquellos medios que se disputan las esencias progres. Ocupados ahora en un retiro prudente, táctico, terapéutico, quedo confundido al constatar que Intereconomía, Mediaset (Berlusconi) y Atresmedia (Lara) fueran los padres putativos de Podemos. Me produce un sentimiento parecido al que me ocasionaría el nacimiento de un bebé negro cuyos padres fueran una pareja sueca, verbigracia. Muy alejadas de mi temperamento e imaginación quedan cuantas maniobras maquiavélicas hayan intervenido en tan esotérico proceso, y que suelen apuntarse por determinados conductos audiovisuales.

Advierto que la crisis generalizada, en ayuntamiento oportuno con una sagacidad artera, propició -allá por los albores de dos mil catorce- la gestación de Podemos. Pablo Iglesias, en estado mórula tras los primeros días de la conjunción, daba sus primeros pasos en los púlpitos televisivos. Tras él llegaron los blastómeros (Monedero, Errejón, etc.). Más tarde, y rotas las cadencias temporales, aparecieron, valga la expresión, los tíos del saco (amniótico y vitelino). Es decir, Luis Alegre, Carolina Bescansa y adláteres adscritos al club ganador de la asamblea otoñal. Desde entonces, Echenique y Lola Sánchez han cosechado un mutis sorprendente. ¿Depuración? Si así fuera, significaría la prueba indiscutible de habérnoslas con una casta particular, sibilina, extraordinaria. Como contrapartida, las virtudes de ambos dejan de ser dominio público, pero también sus presuntas inclinaciones contra la ética social. No es nada frustrante quedarse a cubierto -aun de forma involuntaria- de la vorágine perversa que se mezcla con la novedad. Subsisten inmunizados para mejor ocasión.

Podemos, hasta ahora, encarnaba las fuerzas de los ídolos precristianos. Su estrategia inicial los llevó a la España del vaso campaniforme, del tótem benefactor. Alejados de las lacras humanas -pese a sus evocaciones, casi invocaciones, democráticas- el actor primigenio (al menos el auriga mediático) atesoró una fama, contrapuesta a su encarnadura ideológica, gracias a ciertas televisiones que congeniaron con el personaje o siguieron un guión perfectamente planificado. Sea como fuere, Pablo Iglesias aprovechó sus dotes para labrarse un liderazgo indiscutible. Tanto que la amenaza de abandono, si sus propuestas eran derrotadas, hizo tambalear los codiciosos cimientos de la heterogénea comparsa. Principios y coherencia fueron humillados por el pragmatismo pecuniario. Han construido el camino directo al caudillaje, a conculcar derechos y entusiasmos individuales e incluso a la tiranía. Cronos demostrará el acierto o error de alimentar tan chocante y atípica hueste.

Basaron su peana, el trampolín del éxito, en etiquetas muy atractivas pero tan vanas y efímeras como pompas de jabón. “Casta”, “puertas giratorias” y “quitar a los ricos para repartir a los pobres” prorrogan el indigente programa. Salarios básicos, nacionalizaciones e impago de la deuda se convirtieron en acompañamiento floral cautivador. Ahora, cristalizados en políticos al uso, abandonado el original carácter apócrifo, asomando la patita por debajo de la puerta (aunque sea fija), exhiben un material similar al de aquellos que tanto vapulearon. Más aun, dejan entrever una conducta fanática, ciega, agresiva, con quienes piensan diferente. Provocan la ruina económica mientras intentan la sumisión del individuo. No pueden negar su pasado y presente universitario, su pertenencia a la casta académica y su actitud belicosa, antidemocrática e intransigente. Quisieran borrar del currículum su proximidad doctrinal y estratégica al marxismo venezolano, así como su pretérito asesoramiento a la arbitrariedad chavista. A fuer de bien remunerados, constituye una terrible e imborrable nota. Pobres. Deben prescindir de su pulcritud para zambullirse en la inmundicia.

Cuando un lobo quiere revestirse de cordero se queda en campo de nadie, a tiro de todos. Podemos baja en las encuestas porque los lobos van perdiendo su rastro, irreconocible debido a los cambios. Los corderos, más numerosos, ahora que lo tienen cercano pueden examinarlo mejor. Aprecian unas fauces poco tranquilizadoras y le huyen. Al final, los revestidos constituirán un grupúsculo que quiso medrar abandonando su hábitat familiar, verdadero. Quedarán reducidos a un instante antojadizo de la Historia que se burla de quienes confunden neciamente ética y altanería, democracia y populismo, prójimo y siervo. La casta, como el poder, no se retroalimenta, ni tiene celebrantes. Existen porque el individuo, la multitud, lo transige; jamás por propia postulación o surgimiento.

viernes, 6 de marzo de 2015

VOX, CIUDADANOS Y PODEMOS ALTERNATIVAS DISTANCIADAS



Una concepción antiestética de la política, degenerada en pragmatismo amoral, ocasiona el famoso desapego que indican todas las encuestas. Sin olvidar el efecto significativo de la crisis, al ciudadano le afecta profundamente esa actitud desdeñosa, lejana, que suelen desplegar nuestros próceres. Cuando el individuo se siente relegado por quienes dicen servirle, en justa correspondencia, él debiera resarcirse siempre con la deserción. Se llega así al marco actual de coexistencia. Los políticos no cuentan con el administrado y este reduce su frustración negándoles validez, amén de notoriedad. Luego, en una competición de maquillaje, aquellos proclaman fatuas enmiendas mientras estos parecen recuperar la fe desparramada. Poco a poco, alimentan cismas irreconciliables. Solo el dogma, cierta incultura y la falta de horizonte, obliga al votante a cerrar los ojos e inclinar el testuz. Como compensación o contrapunto, durante cuatro años aireará toda clase de lindezas. Vano e ineficaz alarde.

Se sospecha que las siglas tradicionales, PP, PSOE, IU, PNV, CiU, etc. han perdido pujanza. Un epíteto colectivo, maldito (casta), los deteriora tanto como sus propias lagunas. Presuntos protagonistas de la corrupción y rapiña que descorazona el país, ofrecen -aparte su entraña antisocial, delictuosa- una base débil, erosiva: pies de barro. Han canjeado el revestimiento sobrio, decente, inestimable, por perifollos cautivadores que repugnan cuando se descubre el fraude. Llevan fechas escarbando su suelo electoral. Todos registran una vocación subterránea; la cota cero ya empieza a serles objetivo inalcanzable. Sin embargo, alimentan ligeras esperanzas mientras las encuestas no confirmen una extinción más que merecida. Si acaso, se salvan IU y PNV. ¿Qué hados tornadizos, enredadores, pilluelos, permitieron semejante conjunción de líderes indigentes? ¿España, sus gentes, merece tales políticos? Ustedes dirán. Desde mi punto de vista, esta caterva grotesca, no.

Proclamo el trascendental papel jugado por Suárez, Felipe González, Fraga o Carrillo. Menos evidente fue el de Aznar, pese a los logros económicos, cuyo epílogo produjo a medio plazo un endeudamiento salvaje y una burbuja de terroríficos alcances. Zapatero e incluso Rajoy, por distintos motivos, conforman la etapa más lamentable de nuestra Historia reciente. Me quedo corto; a lo largo de dos siglos, al menos. Políticos nacionalistas propiciaron mayorías gubernativas estables de manera encubridora, usurera, indecente. Quienes pecaron por aquellos acuerdos leoninos, no obstante, fueron PSOE y PP. Al final, hemos descubierto que algunos se fundieron con símbolos patrios para perpetrar impunemente abundantes bajezas. Los demás han ido acumulando delitos y propiedades a la chita callando. Es asombroso que un país, pese a su sistema judicial un tanto “plegable”, supere los mil y un altos cargos -políticos o gubernativos- imputados. La reforma, no la sustitución revolucionaria, se hace imprescindible.

Cuatro décadas de manipulación, inclusive mediática, ha configurado una conciencia social deformada. Su génesis, en buena parte, procede de los herederos del franquismo. Escrúpulos o ambiciones irredentas les obligaron a abjurar de su doctrina primigenia. Tiempo atrás, todo el mundo comulgaba con la derecha oficial, impuesta. Era fruto de aquella inercia remisa, sedante, después de los percances sufridos en la Guerra Civil. Unos pocos románticos izquierdosos -ajenos a actividades cruentas- sufrían el desprecio absurdo y purificador; quizás algo cobarde. Hoy han cambiado las tornas. Se tiene ojeriza a la derecha mientras la izquierda goza de reputación e indulgencia. Esta tiene bula social para colocarse donde le dé la gana, incluso próxima al extremo por radical que sea. Va siendo hora de aplicar el aforismo: “Ni tanto ni tan calvo”, de desatender maliciosos influjos para concurrir a una meta común. Sin ser conscientes, cabalgamos a lomos de un extravío funesto. Quizás cuando recuperemos el sentido sea demasiado tarde. Para entonces, de nada nos servirán las lamentaciones. El hombre, aun conociendo la Historia, tropieza dos veces en la misma piedra. ¡Cuidado!

Es prioritario resolver el problema político, asimismo doctrinal. Puedo aceptar que PP y PSOE constituyen un lastre definitivo. Restan Vox, Ciudadanos UPyD, IU, Podemos y otros partidos con nula entidad. Vox sufre el embate del infundio y la malquerencia. De naturaleza liberal-conservadora, podría ser hija casta del PP y su heredera. Ciudadanos, solo o en compañía de UPyD, gestaría una socialdemocracia precursora y moderna en España. IU debe escapar de las garras de Podemos. Es una sigla democrática e indispensable. Podemos constituye una aventura populista, oportuna. Descubierto su verdadero rostro, tenderá a desvanecerse en una nación moderada inserta en un ámbito supranacional moderado. Europa no alberga experimentos pueriles.

Mis conciudadanos deben saber que la revolución, ahora, es un cruce seguro hacia la miseria y el antojo. Podemos no ha demostrado nada maligno, pero tampoco benigno, exitoso. La Historia, no obstante, enseña -sin excepción- qué consecuencias trajeron todos los populismos en China, Rusia, Italia, Alemania, Argentina, Cuba, Camboya, Venezuela, etc. Expone también los frutos obtenidos en países democráticos al estilo de Inglaterra, Francia, Suecia, Dinamarca… Hay que arrojar lo que no sirve, lo que estorba; pero arramblar con lo hecho es tan absurdo como hundir un edificio porque alguna pared tenga humedad. Necesitamos correcciones, no anacronismos. Podemos, desde luego, obstruye el camino hacia el bienestar. El resto de siglas puede y debe dejarlo expedito.