Esta España de nuestros
amores y pesares, presenta unas virtudes -a lo peor defectos- cuyos arranques
se remontan a la tosquedad del hombre cavernario. En algunos atributos, los más
entrañables, hemos cambiado poco. Seguimos siendo diferentes, y no solo por el
crisol de razas y pueblos que configuraron esta piel de toro indómita y constreñida.
Poseemos la idiosincrasia, el talante, que la aspereza del hábitat ha ido formando
a través de los siglos. No se hizo Zamora en una hora, más que un refrán cimenta
el germen constitutivo de nuestro genio y figura. Somos la síntesis de una
especial metamorfosis milenaria. Por este motivo, tiempo atrás, Unamuno
auspiciaba con certero augurio la españolización de Europa para evitar las
lacras que acompañan a todo progreso. Rechazamos el afrancesamiento, la
ilustración y la ciencia. Aborrecimos aquel método cartesiano -extranjero- para
abrazar nuestra genuina prueba del algodón.
Con la mencionada
reseña, cual artífice artesanal, voy a examinar las pasadas elecciones a la
Junta de Andalucía. Desmenuzaré el repaso en dos tramos. Primero expondré unos
datos manifiestos, contundentes. A la postre, utilizaré mi criterio personal
para argumentar la interacción de los resultados con las posteriores citas
electorales. Antes quiero referir un prólogo muy esclarecedor, desde mi punto
de vista. Parece evidente que la dinámica social de nuestros compatriotas se
alimenta de una inercia inocua, opaca. Cuando se quiebra este motor anodino, aparece
el odio como elemento propulsor; agoniza la paz y surge explosiva la violencia.
Conforma esa entraña primitiva, hosca, sanguinaria, que nos identifica y -allende
las fronteras- causa repugnancia cuando no envidia. Percibo, además, un mayor
dogmatismo en la izquierda. No por ello, la derecha queda expedita de tan
antisocial menoscabo. Tal marco nutre el bipartidismo inexpugnable. Al
dogmático no le hace mella cualquier ausencia doctrinal, tampoco la corrupción
ni el trinque directo; menos la impostura.
Andalucía, pese a lo
que pueda decirse, está lejos de encarnar un laboratorio electoral escrupuloso,
exportable. Casi cuarenta años de gobiernos socialistas han dibujado una
comunidad atípica, enclenque, nula para obtener datos válidos, ciertos. Un
entramado público e informativo hace difícil la alternancia democrática. Hace
horas, han aparecido (presuntamente) pruebas sonoras de diversas componendas.
Nadie se explica qué lógica lleva a los andaluces -que lideran solo el
porcentaje de paro- a mantenerse firmes sin intentar, al menos, otras
propuestas de gobierno. ¿Clientelismo, como se conjetura, o rutina? Hay que
hacer notar, para proceder a un análisis riguroso, la discordante afección de
las zonas rurales respecto a las urbanas. Tinto y en botella.
Susana Díaz, aun
comprendiendo su entusiasmo, no ganó las elecciones. El triunfo en esa
comunidad, más allá del candidato, corresponde al PSOE. El señor Moreno
Bonilla, a fuer de nuevo, hizo un buen trabajo y nadie puede reputarlo
perdedor. Debe achacarse al PP tan adverso saldo. La presidenta en funciones
hizo una campaña pobre, incolora, iracunda. Los medios nacionales pregonaron
semejante contingencia. Su instrucción, quizás idoneidad, le hurgó otras
muestras menos perversas. Rajoy puso enfrente un candidato sin marca que
sorprendió en los sucesivos debates. Hizo lo que pudo pero era perdedor ya,
desde la salida. Desacertada decisión, conociendo el escollo que representa superar
allí al PSOE. Podemos cumplió sin más. Tiene un voto volátil que se concreta a
viejos fanáticos, jóvenes ilusos e hipnotizados, anarquistas confusos y
antisistema pintorescos. En su mejor caldo de cultivo, el producto ha sido
bastante exiguo. Ciudadanos se constituye en el auténtico triunfador porque -además
de los diputados obtenidos y al revés del resto- configura su suelo electoral.
Padece un peligro latente: el caudillismo; una peculiaridad ajena a cualquier
percepción peyorativa pero real, sin matices hoy por hoy. Izquierda Unida ha
bebido la pócima de su mal calculado apoyo al PSOE y sus furtivos requiebros a
Podemos.
Expreso ahora mis
opiniones particulares. Pertenecen a un analista imparcial que separa siempre
la persona del político que le acompaña. La señora Díaz carece de ascendiente
para ser alternativa de un gobierno nacional pese, y por eso mismo, al bajo
nivel adquirido por Zapatero y Rajoy. España precisa políticos de Estado con solvencia,
flexibles, capaces de aunar voluntades. La vieja escuela atesora fracasos
continuos. Requerimos cambios sustanciales, no retóricas huecas, engañosas. Ha
llegado la hora del repuesto, de savia lozana. Pedro Sánchez pudiera ser buen
gobernante si abandona ciertas poses, ya superadas, y algunos retazos
sectarios. El dilema proviene del PP. Ni Cospedal, ni la vicepresidenta, ni aun
Esperanza (muy por encima de las anteriores) merecen estimarse figuras para un
futuro perentorio. A Núñez Feijóo le sobran diez años, sería el líder anacrónico
del cuarteto. Si acaso, Pablo Casado. Vislumbro una época nueva donde los
mencionados junto a Albert Rivera, si es capaz de aportar sólida estructura a
sus buenas intenciones, y Alberto Garzón, si consigue una Izquierda Unida con
mentalidad del siglo XXI, regirán los destinos de España. Avisto un
bipartidismo abierto y sensato, enemigo de la trapacería y del arreglo.
Hoy, la información
desdibuja mi oráculo. El PP, en Andalucía, votará a favor de la investidura de
Susana Díaz a cambio de que gobierne la fuerza más votada durante las próximas elecciones
municipales y autonómicas. Malo, malo. Quieren alicortar las siglas emergentes;
asimismo, seguir con los embrollos. De rebote, ceban a la bestia. Podemos
únicamente triunfaría si PP, PSOE, Ciudadanos e Izquierda Unida fueran
incapaces de democratizar la vida pública y satisfacer las ansias ciudadanas.
Se autocalifica, aviesamente, de partido democrático pero su esencia es
totalitaria. No quiere compartir. Tampoco soporta opiniones divergentes. Oculto
tras una apariencia de liberalidad (puro histrionismo escénico), el dirigente manda;
el resto obedece. Observen hechos, estilos e Historia de los totalitarismos
clásicos y modernos.
Sí, la sociedad
española se mueve por inercia. La corrupción se compensa con el tedio y el
populismo demagógico con la adhesión irreflexiva, suicida. Mientras, la masa
ignora los análisis -con probabilidad interesados- y se olvida burdamente de
que el algodón no engaña.