Una concepción
antiestética de la política, degenerada en pragmatismo amoral, ocasiona el
famoso desapego que indican todas las encuestas. Sin olvidar el efecto significativo
de la crisis, al ciudadano le afecta profundamente esa actitud desdeñosa,
lejana, que suelen desplegar nuestros próceres. Cuando el individuo se siente relegado
por quienes dicen servirle, en justa correspondencia, él debiera resarcirse siempre
con la deserción. Se llega así al marco actual de coexistencia. Los políticos
no cuentan con el administrado y este reduce su frustración negándoles validez,
amén de notoriedad. Luego, en una competición de maquillaje, aquellos proclaman
fatuas enmiendas mientras estos parecen recuperar la fe desparramada. Poco a
poco, alimentan cismas irreconciliables. Solo el dogma, cierta incultura y la
falta de horizonte, obliga al votante a cerrar los ojos e inclinar el testuz.
Como compensación o contrapunto, durante cuatro años aireará toda clase de
lindezas. Vano e ineficaz alarde.
Se sospecha que las
siglas tradicionales, PP, PSOE, IU, PNV, CiU, etc. han perdido pujanza. Un
epíteto colectivo, maldito (casta), los deteriora tanto como sus propias lagunas.
Presuntos protagonistas de la corrupción y rapiña que descorazona el país, ofrecen
-aparte su entraña antisocial, delictuosa- una base débil, erosiva: pies de
barro. Han canjeado el revestimiento sobrio, decente, inestimable, por
perifollos cautivadores que repugnan cuando se descubre el fraude. Llevan fechas
escarbando su suelo electoral. Todos registran una vocación subterránea; la
cota cero ya empieza a serles objetivo inalcanzable. Sin embargo, alimentan ligeras
esperanzas mientras las encuestas no confirmen una extinción más que merecida.
Si acaso, se salvan IU y PNV. ¿Qué hados tornadizos, enredadores, pilluelos, permitieron
semejante conjunción de líderes indigentes? ¿España, sus gentes, merece tales
políticos? Ustedes dirán. Desde mi punto de vista, esta caterva grotesca, no.
Proclamo el
trascendental papel jugado por Suárez, Felipe González, Fraga o Carrillo. Menos
evidente fue el de Aznar, pese a los logros económicos, cuyo epílogo produjo a
medio plazo un endeudamiento salvaje y una burbuja de terroríficos alcances.
Zapatero e incluso Rajoy, por distintos motivos, conforman la etapa más
lamentable de nuestra Historia reciente. Me quedo corto; a lo largo de dos
siglos, al menos. Políticos nacionalistas propiciaron mayorías gubernativas
estables de manera encubridora, usurera, indecente. Quienes pecaron por aquellos
acuerdos leoninos, no obstante, fueron PSOE y PP. Al final, hemos descubierto
que algunos se fundieron con símbolos patrios para perpetrar impunemente abundantes
bajezas. Los demás han ido acumulando delitos y propiedades a la chita
callando. Es asombroso que un país, pese a su sistema judicial un tanto “plegable”,
supere los mil y un altos cargos -políticos o gubernativos- imputados. La
reforma, no la sustitución revolucionaria, se hace imprescindible.
Cuatro décadas de
manipulación, inclusive mediática, ha configurado una conciencia social deformada.
Su génesis, en buena parte, procede de los herederos del franquismo. Escrúpulos
o ambiciones irredentas les obligaron a abjurar de su doctrina primigenia.
Tiempo atrás, todo el mundo comulgaba con la derecha oficial, impuesta. Era
fruto de aquella inercia remisa, sedante, después de los percances sufridos en la
Guerra Civil. Unos pocos románticos izquierdosos -ajenos a actividades cruentas-
sufrían el desprecio absurdo y purificador; quizás algo cobarde. Hoy han
cambiado las tornas. Se tiene ojeriza a la derecha mientras la izquierda goza
de reputación e indulgencia. Esta tiene bula social para colocarse donde le dé
la gana, incluso próxima al extremo por radical que sea. Va siendo hora de aplicar
el aforismo: “Ni tanto ni tan calvo”, de desatender maliciosos influjos para concurrir
a una meta común. Sin ser conscientes, cabalgamos a lomos de un extravío funesto.
Quizás cuando recuperemos el sentido sea demasiado tarde. Para entonces, de
nada nos servirán las lamentaciones. El hombre, aun conociendo la Historia,
tropieza dos veces en la misma piedra. ¡Cuidado!
Es prioritario resolver
el problema político, asimismo doctrinal. Puedo aceptar que PP y PSOE
constituyen un lastre definitivo. Restan Vox, Ciudadanos UPyD, IU, Podemos y
otros partidos con nula entidad. Vox sufre el embate del infundio y la
malquerencia. De naturaleza liberal-conservadora, podría ser hija casta del PP
y su heredera. Ciudadanos, solo o en compañía de UPyD, gestaría una
socialdemocracia precursora y moderna en España. IU debe escapar de las garras
de Podemos. Es una sigla democrática e indispensable. Podemos constituye una
aventura populista, oportuna. Descubierto su verdadero rostro, tenderá a desvanecerse
en una nación moderada inserta en un ámbito supranacional moderado. Europa no alberga
experimentos pueriles.
Mis conciudadanos deben
saber que la revolución, ahora, es un cruce seguro hacia la miseria y el antojo.
Podemos no ha demostrado nada maligno, pero tampoco benigno, exitoso. La
Historia, no obstante, enseña -sin excepción- qué consecuencias trajeron todos
los populismos en China, Rusia, Italia, Alemania, Argentina, Cuba, Camboya,
Venezuela, etc. Expone también los frutos obtenidos en países democráticos al
estilo de Inglaterra, Francia, Suecia, Dinamarca… Hay que arrojar lo que no
sirve, lo que estorba; pero arramblar con lo hecho es tan absurdo como hundir
un edificio porque alguna pared tenga humedad. Necesitamos correcciones, no anacronismos.
Podemos, desde luego, obstruye el camino hacia el bienestar. El resto de siglas
puede y debe dejarlo expedito.
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