viernes, 24 de junio de 2022

ÉTICA, ESTÉTICA Y POLÍTICA

 

Cuando un sabio comete una estupidez, coyuntura difícil, sobrecoge constatar esa ruptura total —tal vez definitiva— entre un atributo digno y el aspecto humano que lo destroza porque la persona ratifica, o no, todo mérito o demérito relativo a ella. Si no hay línea de comportamiento moral, el individuo (vinculado a sus quebrantos) navega perdido por confusas y turbulentas aguas vitales. La persona docta suele reconocer su desacierto, incluso intenta corregirlo, dando otra lección magistral a una sociedad muy necesitada de ellas. Aunque solo sea por estas enseñanzas, vale la pena el estudio y análisis hipotético de cualquier descuido cometido por genios en diversos órdenes. Como mínimo debemos asimilar esa humildad admirable que les impide esconder yerros o huir hacia adelante, método común entre personas cuya estolidez impulsa a lo antitético.

Caso contrario, el mindundi insolente, ridículo, fingido puritano, dando lecciones a cubierto de una superioridad general y postiza, produce nauseas. Según el DRAE, mindundi es persona insignificante, “sin poder ni influencia”. A la definición le sobra toda nota aclaratoria, pues apostillar en este caso es una contradicción sustantiva. El mindundi lo es con poder e influencia, o no. Puesto que mis artículos enjuician a ¿personajes? con poder, básicamente políticos de primer orden, me repele dedicar mi tiempo a escribir sobre menudencias. Quizás sentimientos encontrados al escuchar ciertas frases y actitudes, liderados por lógica indignación compensadora de tanta desfachatez, me lleve a contrariar mis apetencias. Si sellaran su soberbia con silencios decorosos amainarían, con probabilidad, el hastío que provoca su permanente intento de hacernos comulgar con ruedas de molino.

Hoy, pese a la dura actualidad para el sanchismo tras una debacle electoral andaluza, me motiva hablar de Mónica Oltra. No voy a posicionarme en la causa procesal abierta contra ella, aunque defiende su verdad confrontando trece síes culpables con infinitos noes inocentes acumulados en un encuentro partidario y festivo. Parece que la señora Oltra confunde lógica democrática y método cartesiano. El aforismo enseña que “por la boca muere el pez”. Sin duda, también los políticos que se mueven en terrenos resbaladizos como pez en el agua. “No dimito y mi postura es ética, estética y política” para continuar “tengo que defender la democracia frente al fascismo”. Si la primera afirmación es una afrenta al sentido común, la segunda dibuja una personalidad enajenada; cuanto menos, excluida de la realidad.

Ética, en su acepción dos, enaltece plena conformidad con la moral. La acepción cuatro, habla del conjunto de normas morales.  Por lo que se sabe, dudo que la nueva Mónica Oltra no dimita por ética. Ayer (cuando era látigo inmisericorde de una oposición perseguida, insegura), poseía rasgos inquebrantables de una ética que cimentaba su estilo político. Hoy, puede comprobarse la falsedad con que subalimentaba, seleccionando dosis de inmundicia moral, vísceras inconformistas y conciencias laxas. Estética se refiere a la disciplina que estudia la belleza y los fundamentos filosóficos del arte. Deduzco que, salvo persuadidos más o menos sectarios, el análisis del autohomenaje a campo abierto, incluidos bailes y expresiones —algunas ignominiosas— con amenaza velada al pacto del Botánico, debe resultarles antiestético por no decir bochornoso.

Política, en su empaque más distanciado y discreto, se refiere a directrices que rigen la actuación de una persona o entidad en un asunto o campo determinado. Dicho juicio desmiente lo referido por la inculpada para no dimitir invocando motivaciones políticas. Es, por tanto, un rosario de excusas que pudieran justificar su inviolable deseo hacia el cargo. No obstante —por mucho esfuerzo realizado y por apego desmedido que evidencie tener al acomodo— es ya un cadáver social. Probablemente no sea cesada porque la pervivencia del gobierno autonómico depende de Compromís, aunque interrumpirlo a quien más afecte sea a esta sigla. Poder, dádiva o paro; elijan.

Ignoro qué motivaciones incitan a nuestros próceres a decir sandeces. Deduzco que todo origen se debe a certezas fabulosas tal que el ciudadano español es un “tragaldabas” dueño de estómago robusto, inmune, por dogmatismo irracional; tal vez, desidia. Lo peor no es que lo crean a pies juntillas, es que no se equivoquen. Conforme a los acontecimientos, da la impresión de que nos tienen tomada la medida. Caso contrario, resultaría poco rentable (aun perjudicial) seguir dando una murga desentonada y grosera.

El sanchismo, sobre todo después del fracaso andaluz y la extrapolación advertida en algunas encuestas al efecto, se erosiona de forma acelerada e irremediable. Son múltiples las razones: económicas (en primera instancia), institucionales, oscurantismo, inoperancia total, falsedad permanente, destellos autócratas, etc. Si le sumamos “pactos indeseables”, inmorales, o que desean pervertir el orden constitucional —pese a que la propia manada, por fas o por nefas, no necesite sardinas para beber vino— podremos comprender el derrumbe sanchista.

Acaba de dimitir Mónica Oltra tras la presunta presión de Sánchez a Ximo Puig. Es la primera víctima de las elecciones andaluzas. Vendrán algunas más, a ser posible en los arrabales del único responsable. Aunque el felino saque las garras, nada cambia; no es suficiente cambiar a Oltra por Aitana Mas, socia de música y baile de la cesada. Tampoco resolverá nada el hipotético cambio de look con independentistas catalanes, vascos y Bildu una vez participada su vestimenta con ellos a lo largo de tres años siniestros e insolidarios. Es la demostración palpable del daño ocasionado a España, a un partido de gobierno y a personas auténticamente socialdemócratas. Tragedia y víctimas ocasionadas penden de una incógnita: cuánto tardará en caer. Todos tienen presente el ejemplo francés.

“Quereos los unos a los otros”, frase casi póstuma de Mónica Oltra, no sé si adjudicarla a voluntario y malévolo retintín o a un capítulo de irreverente recuerdo sacro. Pudiera quedar margen, asimismo, al consejo enfermizo (lo digo al revés para que me entendáis, pensaría ella) dirigido al tripartito en el trasero del presidente, señor Puig. Sigo sin comprender qué papel juega la ultraderecha —considerada como orden lineal de punta a punta— en el proceso jurídico abierto contra la dimitida/cesada por supuestas evidencias delictivas.

Termino con una reflexión al margen, que no jarro de agua fría a Feijóo. La victoria en Andalucía, desde mi punto de vista, no refleja sentir favorable a Moreno Bonilla sino rechazo ilimitado al sanchismo. ¿Recuerdan qué pasó con Zapatero y la inmerecida mayoría absoluta de Rajoy? Siempre se obtiene un resultado incoherente, pernicioso, si repulsa, necesidad de cambio, suplanta a convicción.

viernes, 17 de junio de 2022

MAL MENOR

 

Desconozco por completo que el bien entrañe gradación; es decir, descenso o crecimiento de la carga placentera porque “bien” posee en sí mismo la excelsitud en su propio género. Si nos refiriéramos al mal, el escenario cambiaría de forma notable, profunda. Existe un principio ético-filosófico que obliga a elegir un mal para evitar otro mayor. Este preliminar exige que todo dilema acaezca únicamente entre dos males, claramente diferenciados porque si fueran idénticos podrían ocurrir varias paradojas: “del asno de Buridán”, “la tabla de Carneades” y “el dilema del tranvía”. El primero consiste en poner comida y agua a la misma distancia propiciando que el animal perezca por hambre y sed. Los siguientes son dilemas éticos. En el primero muere un náufrago para salvar a otro y el segundo salva al mayor número de viajeros, permitiendo morir a una minoría.

El “mal menor” ha traído polémicas morales inacabables a lo largo de los siglos como las vinculadas con la “injusticia”. Platón decía que era preferible sufrir una injusticia a cometerla y Critón mantenía que no se debía perpetrar una injusticia ni siquiera para evitar otra mayor. Sin embargo, Aristóteles ratificaba la virtud como término medio entre dos vicios y aconsejaba caer en el menos erróneo si no podía conseguirse aquella. Tomás de Kempis opinaba que, si debe elegir entre dos males tome el menor. Desde un punto de vista electoral, cuando solo hay bipartidismo y ningún candidato se considera óptimo, solía votarse al menos malo aplicando el método denominado “voto útil”. Hoy, con varias siglas para elegir, aquella dificultad ha amainado, en principio. La abstención se entiende como rechazo general; por tanto, exige corrección ideológica y funcional.

Cuatro décadas de gobiernos PSOE y PP —solos o en colaboración oportunista, usurera, revertida, del nacionalismo catalán y vasco— han sido necesarios para que el español medio conciba un mal pleno, superlativo (sin amparo sedante), porque cualquier situación era remisa a suavizar el efecto perverso. Sánchez y su camarilla, tal vez banda, aborda el triste reconocimiento de haber batido todo récord anterior. Coaligado con Podemos, junto al apoyo tóxico de independentistas y Bildu, cabe preguntarse qué proyecto de Estado le permite compañía tan infecta. Aquí, junto a estos componentes desvencijados, extravagantes, iracundos, no existe mal menor; todo él sugiere magnitudes monstruosas. Sumemos a esta coyuntura, un hecho innegable: el césar tiene comportamientos que escapan a la lógica para caer en vacíos de paranoia.

El próximo domingo habrá elecciones en Andalucía cuyo resultado puede oscilar entre este principio del “mal menor”, tan amplio y ambiguo que se muestre resbaladizo llevado a extremos ilimitados. Otro término a considerar constituye la “teoría de la estupidez” donde Carlo María Cipolla estima pragmáticamente que los estúpidos forman un grupo poderosísimo. Orientada hacia un marco económico, disecciona la estupidez según beneficios o perjuicios que el individuo causa a sí mismo y a los demás. De acuerdo a estos apriorismos, Cipolla conforma cuatro grupos: Inteligentes cuando se benefician a sí mismos y a los demás. Incautos si se perjudican ellos y benefician a otros. Estúpidos cuando se perjudican ellos y los demás. Malvados si se benefician ellos, pero perjudican al resto. Según él, prefiere malvados antes que estúpidos por una cuestión utilitarista. Opina, asimismo, que una persona estúpida es peligrosa en grado sumo.

Nadie negará la evidencia de que el electorado, al menos en este país, es granero de estúpidos cualquiera que sea la orientación ideológica exhibida. Este gobierno, cualquier gobierno, se aprovecha de su candor olvidándose de ellos para beneficiar a quienes sigilosos, arribistas, han aupado al poder a las élites. No obstante, son los ciudadanos únicos artífices con sus votos. Solo ellos —incapaces de discriminar entre político eficaz e impostor, “enganchados” al yerro— siguen apostando por quien ofrece miseria. ¿Sería impropio advertir que son entusiastas, reverentes, estúpidos? Prejuicios sembrados e inconsciencias o ligerezas determinantes, impulsan gobiernos coautores de tibieza democrática para terminar eclipsándola. Aquí nos encontramos gozando del mal menor, ese que simula su disfrute todavía cuando el bienestar se nos escapa de las manos.

La “hegemonía” gramsciana excede el ámbito cultural para configurar un fervor casi sagrado al amado líder que lo convierte en “malvado” mientras los adláteres no superan la categoría de “estúpidos” prestos a sufrir purgas, encarnizadas o no. Admitida tan afrentosa opción en un PSOE (sanchismo) deshomologado de la socialdemocracia europea, salvo el periplo de Felipe González, no se entiende que PP —cuando le toca gobernar— siga los pasos marxistas de aquel. Moreno Bonilla no es Ayuso, ni mucho menos. Le falta temple y convicción para parecerse algo a la dirigente que ha despertado admiración dentro y fuera de nuestras fronteras. Es una rara avis política desde hace mucho tiempo. El señor Bonilla será un gestor avezado, pero se doblega ante alusiones o ideas que no concuerdan con las expectativas y anhelos de sus votantes.

Todas las encuestas pronostican un desastre sin paliativos en los partidos de izquierda pese a su ánimo impulsado de forma irreal, quimérica. Es muy buena noticia para Andalucía porque cualquier individuo, con dos dedos de frente, conoce obras y milagros de quienes corrompieron la Comunidad. Si el PP obtuviera una abstención estratégica del sanchismo —a ello destina esfuerzos Feijóo— para que pudiera gobernar en solitario, sería un mal dato según antecedentes mediatos e inmediatos. No obstante, si se ve obligado a pactar con Vox (contra reticencias y malos augurios, de rivales afines o remotos, incluso aunque se cumplieran) supondría un mal menor. Repetir elecciones como amenazó con actitud infantil el candidato izado, constituye una necia salida de tono que no se la cree nadie; él, menos. A son malos consejeros.

Solamente Vox tiene margen para aferrarse a un “mal menor” incluyendo “bien menos malo”; si me apuran, a “bien litigioso”. Al resto ya lo conocemos o deberíamos. Sánchez se ha quedado sin “estampitas” —circunstancia atisbada desde el escamoteo que realizo al militante para relegarlo posteriormente— y, como consecuencia, no orquesta ningún mal menor; simplemente echa culpas al lucero del alba. Utilizar con el Covid un método medieval jamás significó improvisación, negligencia o ineptitud; confinar a la población supuso necesidad perentoria ante una sociedad rebelde, indisciplinada, terca. Sus Estados de Alarma, aparte opiniones jurídicas, entrañaron el éxito de una gobernanza óptima. Subidas gravosas: carburantes, energía, IPC, así como una economía en quiebra, son consecuencias de la guerra de Ucrania o del anterior gobierno. Por si no se han dado cuenta, lo antedicho es pura ironía. Hasta ahora, los ejecutivos de PSOE y PP eran un “mal menor”; este de Sánchez, sin duda, es un “mal mayor”.


viernes, 10 de junio de 2022

ECHANDO BALONES FUERA

 

Malicia es una perversa cualidad de vida que impide convivir entre ciudadanos iguales. Asimismo, descubre incompatibilidades casi insalvables entre gobernantes y gobernados. Semejante distanciamiento juega un papel esencial a la hora de consolidar regímenes más o menos legítimos e incluso codiciados. “Panem et circerses”, sátira X de Juvenal, puede traducirse por “pan y circo”. Era la forma, ya en la Italia del siglo I, de “entretener” a los ciudadanos para sortear circunstancias delicadas y evitarle al poder momentos perturbadores. En España, aquel circo fue sustituido por los toros y ahora es el fútbol quien prioriza nuestros afanes. Cada lugar, cada época, conforman preferencias de acuerdo con gustos e intereses siempre referidos a espectáculos de masas. La concurrencia social, tornadiza y grotesca, ha mostrado a veces prelación festiva en lugar de pan.

Como he dicho, hoy el fútbol atrae con tal pasión al individuo que es capaz de inclinarse a él sin estudiar otra consideración. Baste avistar las concentraciones multitudinarias en Cibeles. Ningún otro acontecimiento, ni siquiera vital, tiene tanto frenesí impulsivo. Constituye —desde casi la infancia— el mayor hechizo personal, el peor adversario del político y de uno mismo. Esa expansión deportiva, ignoro si como venganza o contrapunto, fomenta la adquisición de expresiones que otorgan al ciudadano herramientas lingüísticas para resarcir tanto repertorio dirigente. Si “fuera de juego” invalida cualquier acción posterior en el balompié, la infracción de la regla ilegitima su resultante política. La moción de censura que llevó a Sánchez al poder se cimentó en una intoxicación jurídica de un magistrado, al menos, controvertible.

A la exaltación del “primer gobierno resultante de un pacto de progreso”, hito histórico pregonado por oportunistas que pasaron del paro al estipendio público, se llegó tras el fuera de juego realizado en repugnante génesis. Consecuentemente, todo efecto posterior presenta parecidos desmanes o atropellos. Así surgen suspicacias del pueblo que observa impaciente como un caradura hace y deshace a su antojo mientras deja el país con problemas irresolubles por métodos inofensivos. Exhiben demasiadas discordancias, aunque infiero maniobras varias para contentar a sus respectivas clientelas. Podemos y ERC, apoyos imprescindibles del sanchismo, jamás abandonarán el gobierno ya que viven ricamente pegados a su regazo. ¿Dónde irían, si no, Irene Montero, Ione Belarra, Yolanda Díaz, Alberto Garzón o Gabriel Rufián, por citar los más destacados?

Cuando el equipo goza de un resultado increíble, de una posición insólita frente a la lógica menos meticulosa, “echa balones fuera”. Esta expresión es indicativa de gentes que intentan esquivar cualquier situación respondiendo con evasivas y elusiones. A nivel individual, un “no recuerdo”, “me abstengo de responder”, “no tengo conciencia de ello”, desequilibra cualquier aprieto jurídico-político fundamentando; asimismo, exenciones provocadoras, despóticas. Torpezas, abusos, inepcias onerosas, del grupo de amigotes (denominado generosamente partido o sigla), gobierno e instituciones varias, suelen desagraviarse echando balones fuera; es decir, inventándose informaciones baladís para desviar la atención social centrándola en aspectos livianos o plenamente insustanciales. Hoy por hoy, Vox —cabeza de turco preferida— constituye el partido al que todos acosan y cuyo hostigamiento le produce paradójicamente copiosos réditos.

En demasiadas ocasiones, antes de echar el balón fuera se procura pegar patadas dolorosas al rival para crispar a la afición deseosa, por otro lado, de destapar un primitivismo manido, dogmático. Creo reconocer en semejante actitud el método rudo, palurdo, ultrajante, de una ideología que pregona a poco su talante incívico, antidemocrático. Ocurrió siendo presidente Rodríguez Zapatero —dechado de ignorancia, incluso estolidez supina— cuando (creyendo cerrados los micrófonos) le preguntó Gabilondo por las encuestas. Aquel respondió: “Van bien, pero nos conviene que haya tensión” jaleando una caza sin cuartel al rival. ¿Dimitió? ¿Pero qué broma es esa?, porque la pregunta tiene muy poca madurez. El desastre económico y récord de la prima de riesgo lo redirigió a Merkel argumentando que los países ricos eran responsables de conseguir el vigor europeo. Tesis semejante defendió Varoufakis, en la crisis griega, ante la llamada troika.

Cada equipo emplea fórmulas diferenciadas cuando despeja quebrantos inoportunos. Felipe González, en el caso Gal, llegó a decir: “Existe un intento claro de destrucción del gobierno y toda su terea en estos años. La estrategia se parece mucho a la empleada con Azaña en los años treinta”. Su escudero Alfonso Guerra, desatinado retozón, criticaba alegremente al juez, antiguo colega: “Lo que ha remitido Garzón al Supremo es un ataque directo”, apostillando cínico “sostener que los suplicatorios han de darse todos no es democrático”. Impulsaba la pauta para definir qué o quién era demócrata, progre o facha, leal o traidor, socialmente moral o inmoral. Emergió esa superioridad artificiosa de la izquierda que sigue corrompiendo lo que yo llamo conciencia social con el soporte sólido, remunerador, de medios sin decencia.

Aznar no se vio obligado a echar balones fuera porque la burbuja inmobiliaria y financiera dejó absortos a una oposición salpicada, mugrienta, a lo largo de casi cinco lustros. Quizás fuera ineludible meterlos en propia meta temeroso ante un PSOE a hipotético resguardo de aquel repudiable acto terrorista todavía hoy hermético, indescifrado. Rajoy, no obstante, mientras estuvo en la oposición mortificó a Zapatero con el compromiso de bajar impuestos cuando él gobernara. Nada más ganar las elecciones los subió con la excusa de que fue engañado con el déficit, olvidando su victoria meses antes en las elecciones autonómicas y, por tanto, conocimiento real de las finanzas nacionales. Nadie, ni PP por su ¿eficacia? en política económica ni un PSOE aseado, anterior al sanchismo, queda al margen del impúdico desinterés hacia el ciudadano.

Sánchez consigue el apogeo en dicha práctica, no hay quien le moje la oreja (reto bélico en mis años infantiles). Necio insuperable, mendaz extremo y ambicioso destructivo, presenta tres biombos y unos altavoces subvencionados, mayoritarios, cómplices, que le sirven de peana mezquina y erosiva para dar gato por liebre desde aquella moción rastrera. Feminismo invertebrado, discorde; intencionada y manipuladora memoria democrática junto al cambio climático, constituyen balones recurrentes para patearlos fuera de los límites marcados por la ética —incluso estética— pública. Tal escudo exige sociedades iletradas, con escaso o nulo juicio analítico. Siendo ministra del ramo Isabel Celaá, se aprobó en el Parlamento por ciento setenta y siete votos a favor la Lomloe, su ley educativa para conseguir el objetivo antedicho. Por cierto, PSC e independentistas catalanes han votado contra la obligación legal de dar clases en castellano.

El enigma encaja en esta máxima: “No se puede salvar a alguien de sí mismo”

jueves, 2 de junio de 2022

LA ESPAÑA VACIA

 

Desde hace unos meses, se viene hablando de la España vaciada como visualización del problema social que significaría, respecto al asentamiento humano, el abandono del medio rural y fomento extremo del urbano. Esta visión sociológica empieza a revelar la insólita apatía o inepcia del gobierno central y autonómicos. Rehúsan entrar “a fuego” sobre dicho tema de vitalísimo componente económico debido al desamparo agrario y la consiguiente dependencia alimentaria nacional a que obligaría la desaparición del sector. Se quiere corregir “digitalizando” pueblos y aldeas del interior históricamente olvidado. ¿Van a modernizar la vejez, única habitante de estas zonas a poco? Si alguien lo consiguiera, ¿serviría de mucho esperar la muerte frente a la pantalla hiriente de un ordenador? A las buenas, estas gentes aliviarían su información, pero no su aislamiento y miseria.

Conozco el entorno campesino, nací en él y nunca he desertado definitivamente de su escenario. Mi hermano, agricultor incorregible, me actualiza cualquier detalle que surja sobre determinadas contingencias nacionales o comunitarias. Sé por él y las propias reseñas que voy obteniendo en mis largas estancias veraniegas, la despoblación acelerada de mi localidad. El municipio ha disminuido en pocos años más de trescientos habitantes. ¿Qué razones pueden esgrimirse? Sin duda, escasa (por no decir nula) rentabilidad de las propiedades —allí generalmente diminutas y diseminadas— falta de futuro para una juventud sin horizontes claros, ausencia de servicios compensadores, etcétera, etcétera. Ahí se necesita la intervención gubernamental si no queremos ver, a través de este proceso degenerativo, asolador, las entrañas descarnadas de media España.

Vaciada y vacía implican matices que les dan un singular rasgo distintivo. Vaciada ejerce función adjetiva asumiendo papeles atributivos de última hora. Cierto que políticos recientes ofrecen general querencia a usurpar libertad de cátedra sobre improvisaciones semánticas. Este intrusismo ha provocado el uso indigesto de palabras que trivializan o banalizan, cuando no escamotean, graves asuntos nacionales. Vacía, constituye “acción realizada o en transcurso final”. Necesita un sujeto al cual referirse y la severidad del contenido se ajusta a la servidumbre social —llamémosle crediticia— que exude aquel. Si nos referimos a individuos aislados, sin ningún protagonismo, que se encuentren vacíos o llenos poco influye en el devenir de los pueblos. Sin embargo, el mismo marco apuntando instituciones tiene efectos altamente favorables o perniciosos.

El primer vacío que distingo se circunscribe a frases cuya lectura y contexto han sido escarnecidos, están putrefactos. El poder, cualquier manifestación del mismo, procura (desde siempre) rodearse de un laberinto ininteligible, sin escapatoria. Intereses políticos han creado idearios fraudulentos para su calado pleno en la sociedad. Resulta así que el cimiento primero, imprescindible, de la democracia son los partidos políticos encargados, a su vez, de crear las normas del sistema —tal vez régimen— a su albedrío. Cualquiera de nosotros, interesado por asuntos sustantivos, conserva conocimientos empíricos, adquiridos a lo largo de años, suficientes para acertar en el análisis de la situación actual y las causas que nos han llevado a ella. Apunte diferente es que dogmas, filias y fobias, enturbien nuestro intelecto permitiendo, acopiando, tesis descabelladas.

Ciertamente, consolidar una democracia precisa la existencia de partidos, pero no de las representaciones exclusivas, patrimoniales, que padecemos en este país. El veintisiete de junio, con Aznar de presidente, se aprobó la Ley 2/2002 sobre configuración y gestión de Partidos. Votaron a favor, PP, PSOE, CiU, CC y Partido Andalucista. En contra, IU (a excepción de Llamazares que se equivocó de botón), PNV, BNG, ERC, ICV, EA y CHA. Años después, siendo Rajoy jefe del ejecutivo, se aprobó la Ley 3/2015 de treinta de marzo, sobre control de la actividad económico-financiera de los partidos, remitiendo siempre al Tribunal de Cuentas aportaciones de afiliados, donaciones privadas, operaciones asimilables, etc. El quid de la cuestión estriba en que dicho Tribunal de Cuentas significa poner la zorra a guardar el gallinero.

Sí, la democracia por estos lares está vacía de contenido toda vez que rezuma formas abiertamente tiránicas. Lo curioso del caso es que quienes siembran rumores de dictadura en los adversarios, practican una autocracia avasalladora a la sombra impune de las etiquetas asignadas. Excluyo comparaciones dado el sectarismo reinante; indico sólo que cada cual confeccione su lista. En realidad, hemos conocido un bipartidismo fiscalizado por grupos antiespañoles ante la incomparecencia de PP y PSOE a la hora de pactar una Ley Electoral que evitara condicionamientos insalubres. Sánchez, ahorrándome calificativos, alcanza el clímax (más allá del desprecio a la razón institucional y económica) del político desaprensivo, impresentable. Espero, junto a millones de compatriotas, que su indecencia política le ocasione un definitivo peaje. El socialismo francés de Hidalgo, pocos días atrás, ha obtenido un irrisorio dos por ciento de votos.

Los conceptos, valores y ética sociales transitan intransigentes ante una muchedumbre incapacitada para exigir orden, soberanía. Si el pueblo ha perdido la batalla, las Instituciones son esclavas del poder político. Poder legislativo, judicial en sus diferentes ramificaciones, TC, CGPJ, Tribunal de Cuentas, Medios, han caído —o están a punto de hacerlo— en las garras de este régimen despótico con corteza (lo único notorio, tangible) democrática. Importa la sustancia, que ni conocemos ni gozamos, ya que la cáscara es apariencia vacua, necia, útil para escamotear derechos y libertades ciudadanos.

Cuando no hay vacío hay podredumbre, valga la redundancia. Sánchez y gobierno (junto a acólitos deslenguados, asimismo con memoria y estética laxa) aventaron descarados: “El pacto PP-Vox —extrema derecha en su terminología— debilita la calidad democrática”. Ya no es la hipérbole cualitativa sino el cinismo manifiesto cuando olvidan, y ellos si son extrema izquierda en sentido específico discorde al extensivo, el pacto sanchista con Podemos, independentistas y Bildu. Mantengo, desde hace años, que fascismo, nazismo y extrema derecha no existen hoy; son etiquetas corruptas y corruptoras lanzadas por la izquierda con objeto de eternizar su apego desordenado al poder. Vislumbro, no obstante, movimientos sociales nefastos para la pervivencia de un PSOE desaparecido, emponzoñado por un caudillo indecoroso, pícaro.

Termino con un mensaje premonitorio, infausto para el acoplamiento social, institucional y político; en definitiva, adverso para dar consistencia a la convivencia entre españoles. Me refiero al ocaso de Ciudadanos que Juan Marín traduce abordando a otro partido: “Vox debe desaparecer de la vida pública”. Desde mi punto de vista, debe ser extinguido únicamente el que atente con claridad, y a través de resolución judicial, contra la Constitución. Basta de vacíos aborrecibles.