domingo, 30 de diciembre de 2012

EL ANIVERSARIO


Cuando las sombras físicas (que no otras) empiezan a disiparse impulsadas por los primeros rayos solares, inicio estos renglones con la sana intención de un análisis objetivo, sin penas ni alegrías. Enseguida, Rajoy expondrá en rueda de prensa los cimientos que ha ido asentando para salir de la crisis, dice a finales del año venidero. Ejemplarizará el éxito de tales medidas en un equilibrio cierto que apunta la balanza comercial, solitario dato positivo. Sin embargo, tal circunstancia acomoda su lectura a diversos razonamientos, incluso antagónicos. Al estilo Zapatero, nuestro actual presidente fía soluciones a largo plazo. Recrea una nueva manera de mentir sin que haya prueba. Pronto, la justificación y el crédito desaparecen. La mentira fehaciente, en cambio, tiene poco recorrido, no pretende engañar -a lo sumo  se viste de soflama-  y suele mantener firme el prestigio de su autor.

Mis observaciones se ajustan al sentido común y a la experiencia. Los datos entrañan esa argamasa que permite dar firmeza al análisis. Errores puede haber pero no merecen encajarlos sólo legos o inexpertos. Quien juega con fuego suele quemarse. Asimismo el que realiza ejercicios y predicciones se somete al yerro necesariamente. Con esta contingencia voy a desmenuzar por sectores mi apreciación personal sobre el primer año de legislatura. Afirmo que no me lastran filias ni fobias al personaje o partido que lo sustenta. Cualquier pugna observada, en estos extremos, por el benévolo lector escapa a toda lucidez; menos a un frenesí confortable.

Si bien la famosa herencia recibida no pudo ser más calamitosa en sí y en su rutina, crea intenso aturdimiento utilizar con redundancia esta reseña infractora para el alegato del devenir económico. Un año se estima tiempo suficiente para asentar políticas que minimicen los efectos devastadores de una postrera gestión lamentable. El gobierno con disposiciones cuanto menos paradójicas en relación a propuestas anteriores, ha agravado la realidad ora por cobardía, bien por apremios foráneos o por ambos. Los datos constatan tan tremendo efecto.  El déficit alcanzará (quizás supere) el nueve por ciento, los ingresos disminuyen a pesar del incremento arancelario, la deuda pública se aproxima al billón de euros, el paro se disparata, la prima de riesgo ha subido cien puntos y se adueña del panorama una sensación de quiebra absoluta. El equilibrio de la balanza comercial, neto apunte positivo, configura un sueño pasajero que proviene de un descenso salarial, cuyas secuelas se sienten ya letales para el consumo y el rearme económico.

El aspecto político-institucional tiene abiertos dos frentes imprevisibles. El primero se refiere a los pactos con ETA, originarios del antiguo ejecutivo y que Rajoy -desleal- ha contraído. Los acuerdos para que sus rastros externos no exaltaran impaciencias en unos u otros, se estiman vulnerados. Es imposible, suele sentenciarse, hacer una tortilla sin romper huevos. A la izquierda, autodenominada abertzale, lo obtenido le parece poco y el gobierno considera excesivo lo dispensado (reflexionen qué juicio merece a las víctimas semejante escenario). El segundo, no menos peliagudo, versa del camino soberanista -con difícil retorno- emprendido por CiU. Rajoy acaricia una ocasión única para demostrar al pueblo español empeño y  firmeza.

Desde la óptica doctrinal tampoco supera un examen mínimo de compromiso. Aquellas lejanas servidumbres de reconducir algunos asuntos que años atrás abandonaron la moderación, siguen impertérritos los pasos marcados sin variar un ápice. Me refiero a la Ley Orgánica 2/2010 de la interrupción voluntaria del embarazo, así como la derogación del Real Decreto 1631/2006 sobre Educación para la Ciudadanía, con augurio de cambio por Educación Cívica Constitucional desde el treinta y uno de enero de dos mil doce, entre otras también incumplidas.

Del optimismo quimérico, lasitud e incoherencia de Rajoy, da muestras su pasaje relativo a la Constitución en el trigésimo cuarto aniversario: “más de tres décadas después, podemos afirmar que la voluntad que entre todos consagramos en nuestro texto constitucional nos ha permitido gozar de la mayor etapa de paz y bienestar que se recuerda en nuestros cinco siglos de Historia”. Si contamos seis millones de parados, el ocaso de la clase media, el hartazgo social, la corrupción desplegada y el flamante anteproyecto de la Ley Orgánica del CGPJ que atribuye al Parlamento la elección de veinte vocales, ¿se puede leer mayor sarcasmo?

A pesar del latoso anuncio de que el PP practicaría una política veraz, cristalina (hasta hacer daño al ciudadano), la falacia y ocultamiento se han practicado a lo largo del año. En resumen, el actual ejecutivo festeja su aniversario no sólo suspendido sino con el personal asqueado. Lo único hecho, la extraordinaria realidad, se limita al aumento grosero y negativo de impuestos. El resto han sido doce meses de buenas palabras, propósitos de enmienda… papel mojado. Como dijo Diógenes de Sinope “el movimiento se demuestra andando”.

¡Ojalá los hados nos sean clementes en dos mil trece! Este es mi deseo para el año que viene.

 

 

sábado, 22 de diciembre de 2012

SUPEREMOS LA HORA DE LOS FANTASMAS


El aquelarre soberanista (real o aparente) de Mas, cuenta con la aquiescencia -e incluso silencio cómplice- del partido y el abrazo letal de ERC. Cualquier análisis riguroso debe perfilar una Cataluña  día a día con menor margen de maniobra. Desconozco si esta situación se genera por frenesí político, parálisis social (básicamente de la élite financiera y fabril) o un intento dramático e irresponsable de escapar a la justicia. Sea como fuere, el escenario vigente se presenta complejo, árido, aterrador. Jamás hasta ahora CiU “había sacado los pies del tiesto”. Su lamento se saldaba con la subvención lenitiva bajo el añadido, poco convincente, de coadyuvar a la gobernanza. Se cercenaban, al tiempo, envidias e hipotéticos desencuentros hostiles que pudieran sentir otras Comunidades privadas del manjar común.

De rebote, esta sinrazón ha venido bien a los medios, pues disponen de miga abundante, y a un gobierno perplejo si no andrajoso. El pueblo sigue aseverando que el Sistema Autonómico es económicamente inviable. Voces periodísticas, incluso de próceres con parecidas u opuestas afinidades, insisten en su oportunidad y validez para el ciudadano. Falta, dicen, sólo una gestión correcta, transparente, rentable; es decir, falta todo. Sin embargo parece que su fracaso traspasa el mero trámite para centrarse en los principios constitucionales. Cuando el poder se disgrega, cuando se acerca al individuo, entra en escena la corrupción integral. Aproximar la administración, para atenuar trabas seculares en el ámbito burocrático, no precisa acometer duplicidades ni sobrecargar el costo de los servicios. Que el Estado Autonómico nos arruina por sí mismo, sin explorar otras consideraciones, es una realidad cuya certidumbre debiera ser admitida.

Se reputa con porfía que el Título Octavo de la Carta Magna fue redactado para integrar hipotéticas Comunidades Históricas, asimismo de flamante acotación y nula  exigencia social. Opino, por el contrario, que estas pobres razones enmascaran la excusa perfecta para burlar la Historia y borrarle un periodo de cuarenta años. Los españoles, ansiosos por vivir en un sistema formal de libertades, no advertimos el virus siniestro que se introducía con aparente inocuidad en un texto confuso, elástico y de exiguo porte conciliador. Ahora, el gobierno catalán extrema el pulso que viene echando al Estado desde casi el inicio. La lógica exigiría una respuesta contundente pero el ejecutivo nacional, además de timorato, lucubra qué vía debe utilizar, si lo hace. Es, por desgracia, la tónica rutinaria de ambos partidos nacionales y supuestos garantes de la Constitución y su acatamiento.

El problema se viene gestando al día siguiente en que los españoles aprobamos la Ley Suprema. Ni su generación fue espontánea ni ha adolecido de varios padres putativos que actuaran con diferente ardor y afecto que el biológico. ¿Era preciso dejarse en la gatera pelos soberanos o pecuniarios? No; cambiar la Ley Electoral para impedir cualquier presión o incomodo hubiera sido suficiente. La ceguera, el beneficio y la falta de acuerdo entre PP y PSOE han traído la situación límite en que nos hallamos.

Causa bochorno recordar cómo los sucesivos presidentes, sin excepción, requerían apoyo periódico a nacionalistas vascos y catalanes a cambio de suculentas cesiones. Se olvidaban, raptados por insaciables impulsos, de una solidaridad tan proclamada como quimérica. El resto de españoles era moneda de cambio. Suponía la inercia endémica de todo régimen, cuyas opulentas bondades se derramaban exquisitas sólo en la periferia nororiental. Así surgió la España rural sojuzgada frente a la industriosa insumisa. Este proceso de siglos no mengua; por el contrario se agiganta. Aparte de aprecios, desapegos e incomprensiones, parece tener importancia suma un lacrimal presto a la maniobra. Deben tener bien aprendida esa sentencia pícara: “Quien no llora, no mama”.

Felipe González y Aznar cayeron, sin rechazo ni pesar, en los brazos ávidos de unos nacionalismos siempre sediciosos e insatisfechos que, con paciencia no exenta de ciertos apremios, fueron conquistando etapas previas al asalto final. Contaron con la insólita colaboración de un personaje sacado de la cámara, tanto de unos errores colectivos cuanto de los horrores por él acumulados. Rajoy, inconsciente sosias, infravalora su mayoría absoluta y -cual amante despechado- solicita, exhibiendo una debilidad lesiva, los afectos desairados de una vanidosa veleta.

Ochenta años, junto a políticos de baratija, son suficientes para olvidar las lecciones que la Historia se encarga de ofrecer a los pueblos en su intento de evitarles revivir amargas experiencias. El extravío y la necedad nos retrotraen a momentos dramáticos. No obstante es tiempo de superar la hora de los fantasmas para comparecer ante la hora de la verdad.

 

              

 

 

viernes, 14 de diciembre de 2012

PLANTEAMIENTOS Y RECURSOS VERSUS LOS FUERA DE LA LEY


Decíamos no ha mucho que, en este momento crucial, España era un problema. Como todo él, se trata de una situación o enigma que es preciso esclarecer. Cualquier método utilizado para su resolución exige determinar diversas vertientes y apéndices. El hombre gasta, quizás malgasta, su vida bajo la presión de dos conflictos bien discordantes. Uno le aflige la existencia al lucubrar sobre de dónde y hacia dónde. Surge la angustia vital cuya clave indica que sólo cretinos versados pueden alcanzar la dicha terrena. Semejante trance filosófico ocupa, preocupa y anima a una minoría selecta que gusta del tránsito y la vigilia.

Otro, más terrible y sin evasivas, aplica un orden versátil tras el conflicto universal del género humano. Surge sin tasa empírica más allá de nuestra devoción subjetiva y el criterio común le imputa un sesgo utilitario. Para intentar resolverlo viene impuesto un método científico que aprendemos cuando sufrimos los protocolos y formularios matemáticos. ¿Quién no recuerda aquellos típicos pasos de: comprensión, planteamiento, resolución y comprobación? Si aceptamos que cualquier problema presenta similar naturaleza, salvo matices singulares, podremos adoptar estrategias conocidas que regulen anomalías y especificidades.

Avanzábamos al inicio que España hoy pena un problema profundo. Su enunciado abarca múltiples aspectos sin factible esquematización. Cada uno se convierte, a su vez, en sustancia con entidad propia que se imbrica en el órgano común. Esta coyuntura dificulta su percepción; configura el problema del problema. El esparcimiento del objeto demora interiorizar e instituir una conciencia individual y colectiva de aquello que nos obsesiona y martiriza. Cohíbe así dar el primer paso en su demolición porque llegados a este extremo no sirven retoques ni reformas parciales.

Una idea consolidada ocupa el solar patrio: Políticos, financieros y empresarios (con la alianza necesaria de comunicadores y jueces), a lo largo de treinta años colocaron las bases de un sistema, aparentemente democrático, que privilegia el latrocinio y la corrupción con impunidad absoluta. Bajo el imperio de la injusticia surgen casos, sin apelativo decente, que consuman las mayores cotas de rapiña donde lo crematístico atempera a veces la eventualidad ética. Estas acciones confunden y exasperan al ciudadano que exhibe un cuajo insólito. Cabría preguntarnos qué extracto prodigioso conforma la piel del cuerpo social, factor congénito del problema.

Desmenucemos algunos excesos aunque sea escenario de dominio público. El PP atesora, además de pretextos, incoherencia y apocamiento para remediar la crisis. Opera y se somete a sus rutinarios complejos que, no sé si por accidente o a resultas, ubican en último término al ciudadano. PSOE es sinónimo de confrontación, autoritarismo, ambición desmedida y reclamo. Aclaro que, allende nuestras fronteras, conforma un partido sin referencias doctrinales ni operativas. Poco a poco, el individuo va descubriendo su vacuidad e inoperancia como demuestran los postreros resultados electorales que lo convierten sucesivamente en sigla testimonial. ¿Cree el amable lector que, con estos antecedentes, pueda influir su arbitraje para combatir la miseria que padecemos?

A lo largo de treinta años se ha alimentado, entre desidias e inepcias, un terrible monstruo capaz de devorar incluso su propia entelequia. Se llama nacionalismo. Desde el principio, cualquier analista libre de prejuicios o prebendas sabe que es una especie indomable, irracional; nada abierta a pactos o encuentros, que impliquen apartarse de su desvarío soberanista. Sin embargo, aún quedan comunicadores banderizos que echan la culpa a Wert de la exaltación nacionalista (me recuerda la alegre historieta del sordo, cuyo asno comía la siembra de un lejano agricultor y a sus reproches contestaba reiteradamente que estaba capado. Harto, el agricultor terminó tan inútil dialogo con airado soliloquio: “¡Tendrán que ver mucho los cojones para comer trigo!”). Una arrogancia, con insumisión incluida, a cuya sombra codiciosos desaprensivos se enriquecen bajo la bandera inmune de un patriotismo jugoso.

Financieros y grandes empresarios bendicen esta democracia postiza que esquilma a la clase media. De rebote, participan con entusiasmo del festín carroñero. Precisan el cuerpo exánime de una sociedad timada para complacer la avidez del grupo al que se adscriben segundones henchidos, y no de gozo, denominados sindicatos.

Estos elementos (en su más amplio significado) explican qué dificultad entraña la percepción del problema. También entorpece cualquier planteamiento el hecho turbio de que sea precisamente la razón democrática o catalana quien excuse y “justifique” el asalto al bolsillo ciudadano. La resolución es premiosa cuando se han empleado treinta años en fraguar una conciencia colectiva que permitiera establecer un régimen totalmente envilecido.

Reconocidas las deficiencias metodológicas que la ciencia matemática nos ofrece para poner orden a tan complejo e inducido entorno, desterremos el planteamiento académico. Nos queda a mano usar recursos articulados hasta desterrar a tanto jeta. La necedad y el dogmatismo son socios muy estimados por la élite. Enmarañada la solución firme e inverosímil una pauta operativa, propongo la abstención plena puesto que quien gobierne no facilitará cambios sustanciales y precisamos una enmienda quirúrgica. Sería un recurso improbable pero las alternativas refuerzan su vigor. El problema social se reduce a construir cierta conciencia soberana que fuerce la expulsión de estos aventureros sinvergüenzas (unos y otros) del sistema. Hay que aplicar la Ley,  la de todos; nuestra ley.

 

sábado, 8 de diciembre de 2012

ESPAÑA ES HOY UN PROBLEMA


Anteayer, seis de noviembre, evocamos el plácet de la Constitución Española. Políticos diversos en pelaje (aunque desconfío que sea así en propósitos) fueron desgranando opiniones sobre la oportunidad, o contratiempo, de retocar algún Título para adecuar el articulado a las necesidades actuales. Los medios, que centraban sus dispositivos  en sendos presidentes del Congreso y Senado, elegían al parlamentario o parlamentaria protagonista de sincero afecto, quizás puñetero antagonismo propiciatorio de innoble atadura. Preguntas y respuestas se deslizaban con naturalidad, sin rebasar un ápice el marco definido año a año. Pareciera un playback con matices temporales que marcan los rostros cuyas ideas, por oposición, reiteran cansinamente.

Otros comunicadores urgían adeptos en ciudadanos anónimos. Demandaban su opinión sobre España y la deriva nacionalista. Interrogantes demasiado complejos para avezados analistas y probos tertulianos, cuanto ni más para simples ciudadanos de a pie. Las respuestas vagaban desde una situación preocupante al abuso impune e irrefrenable del nacionalismo desaforado bajo la ominosa parálisis de un gobierno timorato. Incumplimiento de la Ley, deslealtad e incesante desafío conforman el camino que radicales, conscientes o inducidos, recorren con total exención. Adosan un victimismo compasivo e histórico que, al proyectar una realidad adulterada, cosecha pingües “satisfacciones” crematísticas. Aquellos vicios y estas rutinas parásitas van generando un malestar social que el futuro prevé alarmante. Cuando el paro y la angustia castigan sin control, no se pueden comprender diferencias ni privilegios.

DENAES convocó una manifestación en defensa de la patria española. Deducir la visión de sus líderes respecto a España se vislumbra sencillo. Cuando como respuesta final la sociedad civil toma la calle, certifica “a contrari” la inoperancia institucional en su doble vertiente. El dato supone un escenario terrible. Dibuja al país en peligro real de desmembramiento, de aniquilar conjunciones que propiciaron antaño logros únicos en la Historia. Treinta años fabricando odio, ese sustitutivo de argumentos inconsistentes, no resulta baladí. Proclaman, a su vez, el idioma esencia identitaria y diferenciadora. Ambos mecanismos provocan compartimentos estancos que hacen incompatible la vertebración nacional. El  iracundo rechazo al borrador de Wert confirma una situación límite. Nos encontramos en una encrucijada dramática.

Vivimos tiempos revueltos donde la Constitución (marco general de convivencia) se tergiversa e incumple a diario mientras su garante es un Tribunal laxo y politizado. Ponen al descubierto la inmoralidad acentuada, con pocas excepciones, de políticos fulleros y las tragaderas de una sociedad obcecadamente necia. Tras comprobar el desacuerdo que amasan Rajoy y Rubalcaba respecto a la solidez de nuestra Carta Magna, el interés mediático se centró en definir España. A expensas del significado inestable, aparecieron acepciones históricas, poéticas, afectivas, tangibles, fantásticas, épicas y románticas; una relación hecha a la luz de épocas remotas, como si el presente presentara un aspecto corrupto y desagradable, tanto que se les notara cierta reticencia a catalogar la España presente.

España hoy genera temores, complejos, salvedades. Rajoy evita su defensa y languidece por unos falsos cerros de Úbeda cuando, ante cualquier compromiso, asegura inasequible el final de la crisis en dos mil trece o catorce. Rubalcaba la ignora y sólo le interesa meter el dedo en el ojo del PP. Los nacionalistas la detestan por estrategia o por error. Algunos individuos la venden por un plato de lentejas capcioso e iluso. Otros la veneran y defienden orgullosos, impacientes. Los políticos, en fin, la usan en su mayoría mientras el pueblo, salvo exigua porción, la acalla por obviedad fervorosa, quizás indolencia testimonial.

España en este momento dista mucho de ser un poema que estimule el goce del esteta. Tampoco levanta apasionados afectos, antaño atesorados por el común. Esconde todavía un peso histórico de grandeza imperial que cuatro desalmados desean borrar a golpe de impostura. Pasamos de la rebeldía heroica del siglo XIX (vertebración civil ante un soberano felón) al entorno hosco, irritante, descorazonador, que padecemos. España, ahora mismo, suscita una cuestión que se debe despejar.

Rajoy es incapaz de impulsar con rigor el cumplimiento de la ley. Rubalcaba ocupa sus esfuerzos en armonizar un partido roto, anclado y sin referentes europeos. IU puede juzgarse como un jinete sin cabalgadura; su destino es delirar en este marco capitalista. Se mueve entre dos imposibles: su propia evolución y la metamorfosis del sistema económico. Los nacionalistas se enredan en la contradicción permanente. La Historia demuestra que unos no quieren ser independientes pero la inercia social (que ellos siembran) les marca un itinerario azaroso. Otros apetecen un territorio soberano pero el statu quo lo encalla y lo torna utópico. Los proyectos minoritarios, verbigracia UPyD y Ciudadanos, navegan en el recelo. Sin duda consagran buena noticia y mejor perspectiva. Al pueblo, España le duele. La adora de verdad, sin intenciones bastardas, pero su impotencia o, peor aún, su desidia tolera a los políticos que España hoy sea un problema.

 

 

sábado, 1 de diciembre de 2012

SUSPENSO MERECIDO


Más allá de una probable deformación profesional, atisbo cierto paralelismo entre sistema democrático y educativo. Ambos vienen determinados por dos factores principales: gobernantes y gobernados en el primero; educadores y educandos constituyen los simétricos en el segundo. Son tan influyentes que la vida se desliza a caballo de uno u otro. Interaccionan de forma palmaria en los distintos estadios personales. Infancia y adolescencia se acomodan con plenitud al sistema pedagógico que establece una impronta formativa. Después, el resto de su existencia, gozarán o expiarán -depende- un sistema democrático que suele destaparse, a nivel patrio, bastante abusivo. Deglutimos la fase docente, cual medicina amarga, con la esperanza de merecer una paz posterior que, hasta el momento, parece esquiva.

Todo sistema humano sugiere una realidad dinámica, mutable. Necesita, por tanto, el análisis reglamentario a fin de adecuar tipologías, atributos y desarrollos. Su evaluación ha venido ajustando ámbitos, destrezas e instrumentos a las nuevas circunstancias y concepciones. En fechas antiguas quedaban al margen sectores que formaban las élites de poder: educadores y gobernantes. Aires recientes trajeron rudimentos y estilos igualitarios. A priori, quebraron cualquier signo o trato discriminatorio. Se impone un proceso global, sin atajos acomodaticios. Sólo así evitaremos conclusiones parciales e imprecisas. En el espacio educativo, desde hace años, predomina un proceso de enseñanza-aprendizaje que tasa, entre otras variables, la idoneidad; asimismo lo perfectible de profesor y alumno desterrando culpabilidades unidireccionales en notorios fracasos orgánicos.

Si consideramos justo y conveniente tal examen que implica a los actores sin excepción, traslademos esta premisa a la esfera social. Nos proponemos juzgar la actividad política sin dejar al albur ningún recoveco. Enjuiciaremos sin filias ni fobias -lo aspiramos al menos- actitudes, promesas y comportamientos de los agentes que intervienen, desde diferentes quehaceres, en el devenir del sistema democrático visto a partir de un marco temporal inmediato.

Las pasadas elecciones generales del 20N supusieron una derrota histórica para el PSOE. El PP, de rebote, obtuvo mayoría absoluta. La ciudadanía otorgó a Rajoy lo que pidió para realizar cuantos cambios fuesen precisos a la hora de reparar los desperfectos económicos e institucionales ocasionados por el infame e indigente Zapatero. Transcurrido un año, el PSOE (olvidando siete años desastrosos) continúa prepotente, falaz, manipulador. Escaso de autocrítica, somete al gobierno a una presión destructiva que, en este marco aciago, le está ocasionando permanente y extrema fuga de votos. El ejecutivo no se queda atrás en los despropósitos, tampoco en la merma de votantes. Sin cumplir ninguno de sus compromisos electorales, airea pretencioso medidas que, salvo una tibia reforma laboral, no pasan del anuncio reiterativo. Ejecutan con total destreza ese principio lampedusiano de “cambiar todo para que nada cambie”. El hartazgo y abandono ciudadano parece un desenlace lógico pero insuficiente a juzgar por el bajo índice de abstención, señal inequívoca de que la sociedad practica su castigo, sin más, en tertulias de café.

Los nacionalismos van ganando terreno a medida de su radicalización. Cada uno procura explotar las contradicciones que debilitan el respectivo edificio doctrinal. La izquierda resquebrajando la universalidad y cohesión obrera a la par que coquetea con la derecha burguesa. Esta traiciona a sus bases sobrias, gentes de orden, desafiando con todo lujo de desplantes el compendio legal. PNV y CiU se echan al monte guiados por visionarios quiméricos sin demasiado crédito colectivo. No puede travestirse de lobo un manso cordero que enseña dentadura láctea. Por este motivo, el independentismo puro, quien detesta la unidad nacional por encima de cualquier consideración, vota BILDU o ERC; formaciones que representan, como máximo, un quinto del electorado. Al final la burguesía nacionalista ha de pactar con PSOE o PP, dos grupos ganados por la indecisión y el disfraz, al igual que ellos.

El pueblo, los gobernados, no aguanta un mínimo ejercicio de consistencia. Exhibe a calzón caído un raquitismo lacerante. Incapaz de desplegar un ápice de fuerza, oscila víctima de una embriaguez intelectual, cual títere de guiñol, guiado por la manipulación y falsos augurios de auténticos especialistas. Su acriticismo conforma la estructura deficiente del sistema. El político debería pergeñar la coyuntura que exaspera.

Decía Guillermo Alberto O’Donell: “La democracia está hoy y lo estará siempre en una especie de crisis, pues desvía constantemente la mirada de sus ciudadanos de un presente más o menos insatisfactorio a un futuro de posibilidades incumplidas”. El sistema, este que conocemos, se hace merecedor del suspenso. En mi dilatada etapa docente nunca tomé una decisión negativa con tanta seguridad. Los políticos (salvo honrosas y raras salvedades), sobresalientes en indecencia, se encuentran lejos del aprobado. La sociedad, por su parte, arrastra reputación de indolente, necia e ingenua. Extramuros -taberna o plaza- aprueba con nota. A la hora de la verdad, cuando llega el momento decisivo, cuando ha de imponerse el raciocinio, la praxis, su nota es vergonzosamente mediocre. Es indudable, nuestra democracia necesita mejorar. Está suspensa.