viernes, 29 de abril de 2022

SE VIENEN OYENDO PASOS INQUIETANTES

 

“E pur si muove” (y sin embargo, se mueve). La frase, atribuida a Galileo Galilei, expresa que, aunque se niegue la veracidad de un hecho, este hecho es verídico. El movimiento se realiza y transmite —a más de actitudes, talantes y portes— dando pasos metafóricos o reales. Esta característica, ya conceptuada normal, de forma artificial suele saltarse cualquier instrucción y aparecer postiza, malsana. Tal vez, sea más frecuente la inesperada en el tiempo. A nadie le extraña oír pasos a cualquier hora del día, pero nos ponen en guardia los nocturnos y fuera de toda pertinencia. Se impone, en principio, sensación de inseguridad, de percepción dañina, malvada. Lo apropiado sería prepararse para contrarrestar las intenciones receladas, incluso defenderse o agredir al hipotético asaltante. La defensa propia debería considerarse no solo eximente sino meritorio.

Últimamente parecen advertirse pasos políticos, institucionales y sociales que debilitan la salud y vigor democráticos. En realidad, nosotros siempre hemos tenido una democracia atípica, desplazada, esperpéntica. Encima, quienes se dicen valedores, los que se jactan de ella como bandera, llevan tiempo planificando su definitiva destrucción. Olvidarse del papel cómplice de los medios —altavoz ideal e innoble— sería frívolo y cobarde. Razón insuficientemente apreciada por el ciudadano como origen del predominio partidista, sin exclusión, que todos pretenden fuera de cualquier límite decente o monetario. Hasta hace cuatro años, los responsables de la coyuntura nacional (igualados con matices) eran PSOE y PP. Hoy, ya no; ha surgido un nuevo producto nocivo: Podemos, que, sumado a otros grupos inoperantes en el pasado, tanto preocupa al ciudadano español y europeo.

Aunque el eco resuena firme, fresco, puede que no sean los últimos pasos dados por el gobierno, pero sí de los más comprometidos. Me refiero a las declaraciones de la portavoz, señora Rodríguez, respecto a la Ley de Seguridad Nacional. Según sus palabras, incorpora un catálogo de recursos públicos y “privados” para gestionar y dar respuesta a las crisis que pudieran acaecer a futuro. Añadir “y privados” sin puntualizar momentos, circunstancias, aun limitaciones, deja la puerta abierta, no solo al concepto “crisis nacional” sino al asalto probable e irremediable a la Constitución como ya ocurriera con los dos Estados de Alarma promovidos por Sánchez. No puede haber razones ni excusas para atropellar derechos constitucionales de los ciudadanos. Todo intento contra tal axioma, entrañaría claras inquietudes dictatoriales.

Puede argumentarse acertadamente que los derechos individuales quedan garantizados por el Tribunal Constitucional. Dos cuestiones: dicho Tribunal necesita incrementar su crédito y, por añadidura, algunas resoluciones son ineficaces, extemporáneas. Hace tiempo, diría desde siempre, la izquierda gestiona, dirige, lo que llama educación y no es sino adoctrinamiento social cuyos objetivos están alejados del requerimiento esencial: “Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del educando”. Hay que ver lo que da de sí cualquier carencia cuando se le suministra terminología irreconocible. Todas las Leyes que, a lo largo de cuarenta años, han constituido el peor y nunca pactado Sistema Educativo, se concentran ahora en el “Plan Nacional de Educación y Patrimonio”. Tras más de cuatro décadas dedicado a la docencia, no sabría con qué concepción epistemológica o método diario enfocar tan altisonante como hueco título.

Hay, no obstante, materias donde los pasos dados son realmente preocupantes por mucho maquillaje democrático utilizado para darles un semblante atractivo y seductor. Son tan viejos y contrarios a los preceptos que, de fondo, se observa algo postizo, perturbador respecto a una democracia asentada o presunta. Constituyen deseos ardientes de controlar las Instituciones del Estado para, bajo una apariencia legitimadora, subvertir los procedimientos y conseguir de hecho plena e impune acción. Dicha contingencia es peor que una dictadura porque esta muestra su cara tiránica, opresiva, explícita, pero con la aplicación totalitaria en un sistema liberal se llega al escamoteo, al súmmum de la inmoralidad política. Empezó Alfonso Guerra poniendo la judicatura al servicio de los partidos. Iniciado el camino, luego todos —en mayor o menor medida—han ido marcando trayectorias parecidas.

El gobierno Frankenstein se obliga a dejar de ser gobierno o a ofrecer pasos contra los propios intereses de España, como Estado de derecho e incluso nación solidaria. Desde tiempo atrás, los independentistas catalanes tratan de promover diálogos bilaterales, de tú a tú, con el ejecutivo español. La llamada “mesa de diálogo” se ha convertido en imprescindible para recabar un apoyo totalmente espurio, fundamentado en una Ley Electoral nefasta, injusta, antidemocrática, y que ninguna sigla ha tratado de modificar. Da vergüenza que un mindundi dé al gobierno cuarenta y ocho horas para purgar Pegasus si quiere aprobar el Plan Nacional de respuesta a la crisis procedente, según él, de Ucrania. Resulta que las amenazas de un mindundi las reciben otros mindundis, presuntamente igual de mangantes, capaces de excusar su absoluta torpeza echando culpas a la guerra.

Desde hace un tiempo, demasiado, en este país los sucesos ocurren, según el discurso, convirtiendo peligrosamente al odiado en proscrito. Sucede con Vox y la izquierda totalitaria, extrema. Todas las críticas, ofensas, burdo odio ideológico, van dirigidos al primero confundiendo con paso propagandístico y falso a una sociedad cargada de razones gratuitas e irreflexivas. Fue la táctica utilizada por nazis y bolcheviques para deshacerse físicamente (hoy solo políticamente) de sus rivales en las contiendas de poder. Quedan potentes vestigios en la izquierda leninista y estalinista. Decía el nazi Julius Streicher en su “Estado de decepción” que: “La propaganda del odio se convierte en incitación al genocidio”. Deduzco que sabía de qué hablaba, igual que, previsiblemente y salvando las distancias, lo saben quienes hacen de la vieja táctica un manual rentable.

Los últimos pasos del análisis me resultan complejos, si no equívocos. Todavía no se ha explicado con suficiente rigurosidad y franqueza el verdadero objeto de la Unión Europea. Nuestra entrada, en principio, sirvió para modernizar el país y ponerlo a niveles económicos exultantes, elitistas. Pese a lo dicho, la Deuda Pública (déficit) desde mil novecientos ochenta y seis (año de la entrada en la UE) es de cincuenta y cuatro mil millones de euros/media/año y el sueldo de un profesor, verbigracia, era setecientos sesenta y dos euros/mes. Siguiendo la misma proporción, aquel profesor debiera cobrar ahora sobre once mil cuatrocientos euros/mes, cantidad milagrosa más que impensable. Parecida paridad debiera afectar a cualquier trabajador. Es obvio que la Unión tiene un destacado substrato o componente económico y muchos mezquinos se han enriquecido. Para qué hablar de otras costuras evidentes: políticas, jurídicas, sociales, militares, etc.

Por doquier, se oyen pasos inclementes, ensordecedores. ¡Quietos!, no pasa nada.

sábado, 23 de abril de 2022

BARRUNTOS Y TALANQUERAS

 

Que no está el horno para bollos lo aprecian tres, sabedores del aspecto que presenta el país, y millones —incapaces de llegar a final de mes— que lo sufren por experiencia. Esos tres saben, además, que en breve el BCE dejará de comprar deuda pública y España, sobre todo, conocerá la miseria absoluta. El rosario de mentiras que estos miserables, con ayuda criminosa e inestimable de los medios, han lanzado a la población debería tener consecuencias económicas y penales. Las infracciones del derecho, de la ética y de la vergüenza, las iré desmenuzando dentro de unos meses cuando Cronos descubra, sin posibilidad de elusión, el daño inmenso que están haciendo a los ciudadanos capaces de soportar carros y carretas sin tomar las medidas que el caso merece. Estos farallones inmundos contaminan más con la bufonada que con su ineptitud manifiesta.  

Barrunto entendemos por prever, conjeturar o presentir algo por alguna señal o indicio. Talanquera es cualquier lugar que sirve de defensa o reparo. Tampoco desentonaría si en vez de lugar utilizáramos el vocablo “propósito”. Esta caterva que se ha hecho con el poder y decide los designios de España —incluso denominándose PSOE, que no lo es— jamás fue homologada con la socialdemocracia europea, casi desaparecida en el continente con la excepción de cuatro países menesterosos y el revivir insólito en Alemania. Como táctica vital, han hecho morder el polvo a las denominaciones originales, otorgándoles nuevas etiquetas esperando que los respectivos señuelos den frutos. Aquí se llama “sanchismo” y en Francia, la parte que corresponde a Macron “En marcha” y la de Mélenchon “Francia insumisa”. Ambos hitos de Hollande. ¡Qué rastro no habrán dejado!

Barrunto, y conmigo decenas de personas que analizan cualquier situación política o económica, que estos torpes listillos nos mienten de forma habitual. Falsean el PIB, la Deuda Pública e incluso el déficit; todo ello tan integrado que un dato ficticio hace indefendible el resto. Y es fácil porque el PIB siempre es nominal y esa circunstancia permite alterarlo discretamente. Casi todo el mundo se pregunta el porqué del caos visto con los veinte céntimos que las gasolineras tenían que descontar a sus clientes con lo fácil que hubiera sido una bajada del IVA. Dos razones: bajando el IVA hubiera bajado el PIB (por tanto, subida del porcentaje de Deuda y déficit sobre PIB) y la bajada no hubiera sido lineal. Con este chanchullo, sube el PIB ahora, las gasolineras deben pedir préstamos que implicarán más gasto (subida de PIB) y luego la Administración pagara, cuando pague, con más subida de PIB. Pese a tanta triquiñuela, Deuda y déficit están por las nubes.

Dos nubarrones, no obstante, se ciernen peligrosamente sobre el gobierno que no quiere dejar el BOE ni por apuesta. Con el IPC disparado, muy superior al oficial, y la firme decisión de cerrar el grifo por parte del BCE, Sánchez quedará ahogado, ya le pasó a Zapatero, y tendrá que convocar elecciones anticipadas con escasas probabilidades de ganarlas. Consecuencia directa será la práctica desaparición de Podemos y la cadavérica figura del sanchismo diluido como un azucarillo. Siempre que un grupo heterogéneo pierde su única cohesión: disponer de forma inagotable un dinero milagroso, cual maná cohesivo, aparecen los escombros a que queda reducido el mezquino edificio. Aparecerá de nuevo el PSOE, con ocurrentes virtudes tras la prolongada hibernación, al que se querrán encaramar los arribistas de siempre cuyo objetivo esencial es obtener la bicoca vital. Lo saben: eso o la miseria gélida del paro.

Asentada la hipótesis de un adelanto electoral tras la canícula, térmica y monetaria, deberemos aquilatar las condiciones en que cada partido (o banda) llega a la línea de salida. Es el momento de las talanqueras, de que cada cual ponga los reparos oportunos y ordene su defensa protectora del arbitrio y continuo saqueo. Tres deben recoger el voto visceral —cualidad común al elector nacional, nacionalista e independentista, asimismo el icónico de la España vaciada— siempre incompatibles entre ellos. He aquí la dificultad implícita en atreverse a aventurar un resultado u otro. Las horquillas, emanadas de rigurosas exploraciones sociométricas, suelen ampliarse para evitar fiascos.

¿Qué puede traer el sanchismo para revolucionar la contienda electoral? Lo mismo: propaganda, imagen, escaparate, mentiras que evidencian continuos choques (diría oposición torpe) entre dichos y hechos. No cabe duda de que el máximo exponente, esa etiqueta de calidad insuperable, le corresponde cum laude —aquí y ahora sin enjuagues ni desdoros— y con honores nauseabundos a Sánchez. Muchos desean formar parte de la fanfarria y lo han conseguido, pero con nota baja y atiplados. Excuso poner ejemplos porque superaría, añadiendo solo apellidos para delimitar los protagonistas, las páginas habituales. Haré una única referencia a alguien de cuya efervescencia no tenía constancia por exceso de prototipos o atiborro personal. Se llama Héctor Gómez y presuntamente es el portavoz sanchista, aunque su venero retórico parece proceder de otro planeta.

¿Ofrece Feijóo, al cambio, un as escondido en la manga o mostrándolo orgulloso sujeto a la solapa del terno recién estrenado? Creo que amenaza con una apariencia serena, poco creíble porque deja garabateando sensaciones con soportes contradictorios. Sospecho que teme más a Vox que a la alianza Frankenstein; al menos, así se desprende de sus agravios neciamente excusados. Quiere jugar ajustando las reglas de forma heterogénea a nivel autonómico y nacional, según proyecto sui géneris, para calmar a cada barón. El embrollo no tiene porqué terminar como el rosario de la aurora, pese a su probabilidad. Sin embargo, debería saber que, aun ganando las elecciones, podría ser presidente únicamente con el apoyo de Vox, partido al que desprecia cada día. Gobernar gracias a la abstención de Sánchez resultaría peligroso además de exhibir nulo instinto político.   

Vox ocupa un espacio inexplorado, de momento, No obstante, la izquierda (extrema o casi) lo pone, con un par, cual hoja de perejil. Hay que tener cuajo y jeta para que ellos precisamente, garantes de la democracia, del progreso y de la ética social, sean los primeros en defecar sobre todos y cada uno de dichos preceptos. Contextualizar a millones de votantes con el franquismo o la extrema derecha inexistente, fruto solo de mentes esquizofrénicas, es propio de individuos totalitarios (nazis redivivos) o fascinados por métodos execrables. Hacer virtud de la necesidad jamás constituyó mérito en el ara sacrificial y, por tanto, necesito tiempo para constatar si Vox merece enaltecimientos o censuras. Hasta ese momento, pongo en cuarentena —por ausencia real de datos— toda valoración ya que me parece injusto cualquier apriorismo infundado.

viernes, 15 de abril de 2022

CUANDO LAS BARBAS DE TU VECINO VEAS PELAR…

 

Hay sentencias populares mudas, sin referencias ni instrucciones útiles porque su mensaje, más o menos explícito, desconcierta al individuo persona y sujeto político. Sin embargo, ésta del titular a medio completar, me satisface totalmente dado el epílogo que puede suponer a medio plazo para el futuro de los españoles. Queramos o desdeñemos la sutileza globalizadora —impuesta sin un quorum mínimo de quien ha de celebrarla o padecerla: los ciudadanos— administra y tiraniza, desde ya, los destinos del hombre de forma desmayada, tal vez con laxa voluntad. Nos suele convencer cualquier argumento que brote generoso de esa dialéctica exuberante, también falsa, que ofrece cualquier político a su representado, retraído en ocasiones por insanas teorías conspiranoicas tan en boga. Puede que un término medio se acerque más a una realidad intrincada y terca.

Parece —dicho con toda cautela y moderación— que la Europa del bienestar confía poco en la socialdemocracia, salvo el caso sorprendente de Alemania. Quedan exentos también, con gobiernos socialistas, comunistas, aun compartidos, países a los que algunos llaman, ignoro si malévolamente, pigs (Portugal, Italia, Grecia y Spain), cuyo acrónimo significa cerdos. Suponiendo que la culpa de la situación económica de estos pueblos proceda de sus respectivos gobiernos, alejados de la moderación y talante democrático, quizás menos denigrante y popularmente más aceptado y aceptable fuera denominar a sus respectivas sociedades “asshole” (gilipollas, aunque se alejen del acrónimo). Sí, porque alguien puede equivocarse una vez; el resto caería en el ámbito de lo inadjetivable porque uno siempre se quedaría corto al denominar una actitud ajustada, indulgente, a tanto yerro.

La primera vuelta de las elecciones francesas el pasado domingo, constataron una evidencia: Emmanuel Macron y Marine le Pen se enfrentarán para desentrañar quién de ambos sería presidente. Además, de modo natural y sin levantar ningún rechazo, vinieron acompañadas, por añadidura, de una luctuosa y esperanzadora noticia: el centro derecha francés y la socialdemocracia, como tales, habían quedado en partidos prácticamente desaparecidos. Objetivamente, cuando un país se somete al sentido común ocurren cosas que escapan a los analistas del “suelo” y del “techo”. Al individuo indignado, humilde, no le sirven sueños ni humos, tampoco promesas estériles. Incluso diría que ciertas palabras ahondan divergencias y siembran críticas groseras al querer granjearse elogios.

Resulta que para la izquierda española más o menos extrema (hoy toda), la “superioridad moral”, que nadie le reconoce, consiste en hacer suya la democracia: “Gobiernan ellos o hay peligro evidente de fascismización del país”. Cierto es que al gobierno social-comunista se le ha acusado de pactar con Podemos (hermanitas de la caridad), independentistas (garantes de una convivencia pacífica y unida), Bildu (personalización exquisita del amparo de los derechos humanos), etc. etc. Con tal dechado de virtudes, el sanchismo se regodea, se chotea y hace caso omiso (y otras cosas). No obstante, cuando el pueblo elige al PP y Vox, la democracia salta hecha pedazos. Veamos las palabras de Tudanca, secretario general del sanchismo en Castilla y León, en la toma de posesión de Mañueco: “El interés general por España se esfumó en un PP contagiado por la extrema derecha … tenemos que ponernos en pie y ser muy conscientes de los riesgos que afronta el país”. Esos riesgos son: “Ley de concordia, Ley de violencia intrafamiliar y propuesta de inmigración ordenada”. Sarcasmo grotesco y burdo, señor Tudanca.

Me interesan los resultados de las elecciones francesas por la práctica desaparición de los partidos que aquí han conformado el bipartidismo nefasto durante cuarenta años: la derecha conservadora y el socialismo resultón. Puedo comprender las diferencias abismales entre ambas sociedades y las leyes electorales que rigen en cada país. Interpreto, asimismo, que la “aldea global” derriba casi todos los ídolos creando, en algunos casos, un interregno político indeciso y esperanzador. Francia tiene un mix liderado por Macron (En Marcha, un partido de centro) y una derecha que responde a cuestiones sociales (Agrupación Nacional) liderada por Marine le Pen. El enorme paraguas de Macron junto a las perspicacias que levanta Le Pen, le harán ganar probablemente a aquel; sin que el caos se adueñe, otra vez, del orbe si fuera lo contrario.

Puestos a lucubrar, me gustaría que en España hubiera un partido liberal con inclinaciones sociales, que propusiera la desaparición del Título octavo de la Constitución, por ser inviable económicamente e insolidario, proponiendo una descentralización avanzada y una Europa total, fuerte, atlantista. Su líder ideal sería Isabel Díaz Ayuso. Precisamos, como complemento, a Vox. Tal cual, si acaso limpiándolo de algún elemento con más ambiciones personales que sentido del Estado. Lo demás son chalaneos, ganas de rizar el rizo, retóricas sin ningún objetivo; pasatiempos. Sobra ya retrotraer el franquismo (con sus luces y sus sombras) tratado irreflexivamente, a la ligera, por una mayoría y con maldad siniestra por quienes consuetudinariamente quieren transmitir un odio inútil. Desde luego nada que huela a sanchismo, PP o PSOE, puede sacarnos del estancamiento.

La desaparición de los viejos partidos de centro derecha y socialdemócratas, cuyo cotejo ha traído la primera vuelta electoral francesa, viene ocurriendo desde tiempo atrás. Se han quedado sin ideología, amén de sustancia e ideas estratégicas para solventar los rigores económicos de tan profundas crisis. Han aparecido partidos menos estatistas, con ningún invitado a la mesa del poder, salvo los estrictamente imprescindibles. Sus disposiciones oficiales pretenden ordenar el atropello anterior y consiguen éxitos. La respuesta de la farfolla es calificarlos de fascistas, extrema derecha, cuando alguno de ellos (Polonia o Hungría) padecieron persecuciones totalitarias. ¿Quién persuade a un polaco, sufridor   de la bota nazi-comunista, a que ahora lo gobierna la extrema derecha? Lo mismo pasa en Hungría, Austria, Italia, Francia e, incluso, España sometida a esta caterva de tiranos.

Desde luego, pragmático cien por cien, creo en una Europa Unida y Fuerte. Pese a ello, la actitud del Parlamento Europeo, respecto al tema del párrafo anterior, me deja un tanto perplejo. Partidos anticapitalistas, comunistas, etc. que llevan un ADN antieuropeista congénito, son aceptados sin remilgos. A otros, con pareceres dispares a la opinión oficial, protocolaria, les colocan etiquetas invasivas desde el punto de vista dialéctico, al menos. Quien pretenda persuadir amparándose en el argumento de la mayoría, tienen el fracaso asegurado. Polonia y Hungría, verbigracia, ni son antieuropeos ni sus gobiernos representan ningún peligro para la convivencia pacífica.

Como sinopsis, en Francia puede ganar Le Pen. El socialismo e izquierda extrema ha tenido que adaptarse a los nuevos tiempos: Macron (¡En marcha!), Mélenchon (Francia Insumisa). A poco, la extrema izquierda desaparecerá también en España y el socialismo tendrá que rebautizarse. Seguramente el centro derecha se recordará con morbo indiferente ante un partido liberal-social mayoritario y Vox será sustantivo, puntero. Francia y Europa lo pronostican. “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar…”

viernes, 8 de abril de 2022

TRAYECTORIA E IDONEIDAD

 

Antes de nada, preciso un apunte al margen, más por gentileza y hábito generoso que por requisito estético. Mis críticas, ácidas o menos, siempre van dirigidas al hombre público, nunca al soporte individual. Asentado tal principio, riguroso desde el primer artículo cuya fecha de inicio he olvidado por completo, paso a analizar el PP de Feijóo, renovado o reconstruido a gusto del consumidor. El porcentaje de votos favorables le acerca peligrosamente a aquellos congresos autócratas que se denominaban —con evidente, a la vez que penetrante, reproche antidemocrático— “a la búlgara”. Desde ya, y antes, confieso honradamente que el recién nombrado presidente del PP no me fascina en absoluto. Fuera de fobias o filias, tengo argumentos razonados (que iré exponiendo a renglón seguido) tan sólidos, o no, como los que defiendan tesis diferentes u opuestas.

Permítaseme un pequeño inciso. Creo que Casado pudo ser buen presidente (ignoro si tanto como estratega), pero tuvo un pésimo secretario general. Por el contrario, advierto a Feijóo un mal presidente con una aceptable secretaria general. Si en el primer caso García Egea desempeñó un papel decisivo en la defenestración de Casado, absuelvo a la señora Gamarra del probable revolcón electoral de Feijóo. Aquel, motu proprio o inducido, erró al elegir a sus enemigos: (Abascal y Ayuso); este, me temo, se equivocará al determinarse por el amigo: (Sánchez). En política, presentir los acompañantes óptimos para recorrer el camino y salvar las dificultades que entraña lograr la satisfacción ciudadana, constituye casi un ejercicio de prestidigitación. Sánchez debe tener con su gobierno y apoyos un sabor agridulce, tal vez amargo, que seguramente le desazona.

Gran parte de las adhesiones y apriorismos que aclamaron la candidatura exclusiva de Feijóo, para presidir el PP, tienen un cimiento poco sólido. Sus cuatro legislaturas consecutivas no avalan con rigor capacidad de gestión ni ninguna otra virtud política. Sin ir más lejos, Chaves ha presidido la Junta de Andalucía diecinueve años (excluyo los cuatro de Griñán y los seis de Susana Díaz); Bono presidió Castilla la Mancha veintiuno; Extremadura fue presidida por Rodríguez Ibarra durante veinticuatro. Aparte el retraso actual de tales Comunidades Autónomas, dudo que alguien entregue el aprobado a ninguno de ellos. Rechazo, pues, que permanecer algunas legislaturas presidiendo Galicia implique necesariamente ningún plus extra. Gloria Lago, fundadora de Galicia Bilingüe, podría explicar con pelos y señales vida, palabra y obra de Feijóo.

Cierto que el candidato, hoy presidente, fue proclamado con el noventa y ocho, punto, treinta y cinco por ciento de los tres mil compromisarios y casi cuarenta mil afiliados del amplio total que presuntamente tiene el PP. Sin embargo, entre los múltiples titulares que dejó el fin de semana destaca “necesitamos mayorías indiscutibles para no depender de Vox”. Incluso prometió recuperar la mayoría absoluta. Desde “ganar el cielo por asalto” no había advertido ninguna otra alucinación, fuera de las continuas que atenazan a Sánchez. Supongo, y a las pruebas me remito, que los políticos hacen común lo improcedente incluyendo a aquellos con reputación de sobrios y ecuánimes. Aunque sea pertinente advertencias amenazantes tipo “vengo a ganar para luego gobernar”, se crean esperanzas infundadas que luego propician frustraciones profundas.

 A mí, personalmente, me parece que cualquier nacionalista autonómico queda inhabilitado para presidir un partido nacional. Feijóo es un nacionalista gallego con presuntos tics anticonstitucionales, desde mi punto de vista. Me explico. El artículo tres, uno, de la Constitución dice: ”El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla”. Los Estatutos de Autonomía tratan el tema lingüístico de forma especial. Por ejemplo, el Estatuto Gallego en su artículo cinco, dos, expresa: “Los idiomas gallego y castellano son oficiales en Galicia y todos tienen el derecho de conocerlos y usarlos”. Es decir, solo se habla de derechos. “Deber” comporta obligación en tanto que “derecho” conlleva exención, franquicia, privilegio. Distinto es que ningún partido presente recurso de inconstitucionalidad o que el propio Tribunal trampee con la obligatoriedad de dar en castellano el veinticinco por ciento del tiempo lectivo, y que algunos pretenden incumplir.

Feijóo, o su gobierno, en unas oposiciones públicas exigió una prueba en gallego de carácter eliminatorio. Inconstitucional de cabo a rabo, según el artículo catorce. Presidiendo ya el PP, sigue obstinado cuando afirma salvaguardar un “bilingüismo cordial”. Llevo en la Comunidad Valenciana desde mil novecientos ochenta y dos “gozando” de ese bilingüismo como docente, padre y abuelo. Aclaro que las posturas, con diferentes ejecutivos, no son comparables al radicalismo sufrido en otras Comunidades que todos identificamos. A raíz de lo expuesto, la unidad que reclama un nacionalista alberga objetivos materiales, pecuniarios, no convicciones programáticas.

Sumo a estos considerandos otros dos contra la certera elección de Feijóo al frente del PP. He observado que, en ciertos medios y debates, tertulianos vasallos del sanchismo encomian a don Alberto (Núñez Feijóo) mientras descalifican a doña Isabel (Díaz Ayuso). Desde luego, el repertorio de alabanzas alcanza el clímax cuando se le compara con Vox, al que denigran “colocándole carteles” a la vieja usanza del oeste. Que Ayuso y Vox sean los verdaderos rivales de la izquierda, que motiven todos los apelativos parapeto, defensa, del auténtico populismo, es para preocupar. El novato presidente del PP, en su discurso inicial enarboló satisfecho la ventura fraguada por el Estado Autonómico. Sintetiza una dispersión nefanda: ruina económica, descentralización y nepotismo; un caldo complejo.

Vislumbro —pese al aplauso generoso y probablemente infiel de gente que se aparea con la bicoca gubernamental— un fracaso matizado del PP en las próximas elecciones generales, que vienen de camino. Desde luego no lo hago como votante, dado mi abstencionismo irredento, sino por pulsiones lógicas. Si la lógica, tan escasa como el sentido común, se ejerciera a todos los niveles, Sánchez sacaría alrededor de cincuenta diputados toda vez que PP, Vox y Ciudadanos (redivivo) deberían repartirse doscientos cincuenta, dejando el resto para independentistas, nacionalistas afines, comunistas, bildu y “unitarios” de la España vaciada; máximo, “trinitarios”. Como estamos aquí, Sánchez, PP y Vox, con orden variable, rondarán cien cada uno. El resto será para los citados en segundo lugar con Ciudadanos ausente. Feijóo tendrá dos opciones: pactar con Vox o con un PSOE serio, sin Sánchez ni su tropa. Si relanza el bipartidismo huérfano de sustancia, es probable que las próximas elecciones (entre el dos mil veintiséis o veintisiete) las gane Vox por mayoría absoluta. ¿De dónde sacó Rajoy once millones de votos?

Por cierto, la única forma de servir a España es “estorbando” (¿ayuda o estorba?, preguntaba Sánchez, hoy miércoles, al PP en el Parlamento) al gobierno social-comunista.


viernes, 1 de abril de 2022

ULTRAS

 

Ultra significa “más allá de”, “al otro lado de”. En política, “extremista”, que practica el extremismo. Imagino que su uso políticamente continuado, extensivo, y por congracia también social, tiene por objeto dañar la imagen del contrario toda vez que la nuestra carece de remedio posible, mágico, aun excepcional para evitar el vocablo milagroso tan denostado y detestado por aquellos sectores que luego quieren hacernos comulgar con ruedas de molino. ¿Quién no conoce la facundia intachablemente autoritaria de algún gerifalte, ella o él, que no para en mientes y luego potencie un amaño con las mayores bendiciones ético-sociales? Sabemos de individuos y colectivos que han construido su modus vivendi sobre la práctica injusta, pero fructífera, de conformar entidades que ni en el preámbulo ni en los hechos posteriores justifican ninguna aclamación pública.

En el realismo ingenuo, ordenando las cosas según su colocación, último es quien se encuentra en un extremo, más allá. Ultra designa más allá; por tanto, último es ultra. Este silogismo que no parece implicar falacia ni peligro de paralogismo, suele terminar en la papelera del mayor documentado, no digamos el nulo rastro, incluso boquete, que deja en la mente del iletrado. Vamos, si uno u otro por azar, inspiración o, simplemente por guasa inconcebible, tomara vez preguntando “quién es el ultra” el incidente terminaría de malas maneras y, desde luego, en los noticieros. No sería para menos. Sin embargo, prescindiríamos de velas y otras artes que emplacen a la contribución ultramundana (aunque parezca testarudez solo es consejo semántico) al objeto de retraer una paz que nunca estuvo a las puertas del discernimiento, como adivinarán mis amables lectores.

Diseccionemos con cierta agudeza mordaz esa vieja sentencia que menciona dicho, hecho y trecho, desestimando toda mesura lexicológica. Una vez expuesto el dicho, el hecho comúnmente incuestionable, pasamos directamente al trecho. Por cierto, me he topado con una acepción desconocida que puede clarificar —imagino de forma anecdótica— el busilis “ultra”. Trecho, vocablo excitable, “provocación” que atajaría cualquier silogismo incómodo, significa “desbrozar”, es decir limpiar de hojarasca polemista, ininteligible, el término ultra para entintarlo de forma diabólica, selectiva; un atributo añadido al albur por quienes toman sin solvencia ni legitimidad la prescripción de bautizar a cualquiera aun sin consentimiento del neófito. Tal “desbrozamiento” lleva la expresión ultra (último) a su sinónimo ponzoñoso “facha”. Se imaginan a alguien preguntando en una cola, ¿quién es el facha? Cuestión de gestar concepciones postizas con gametos disonantes.

La principal sorpresa que existe hoy, su clave, es que nada sorprenda. Creo haberla alcanzado, desconozco si por edad o debido a mi carácter escéptico, próximo a los arrabales del nihilismo político. Para ser sincero, políticamente hablando, nihilista total, pero no por generación espontánea sino por convicción inculcada. Gente cercana, de mi propia familia, afirman con apasionamiento dogmático, infundado, que todos los políticos no son iguales. Creo recordar a estos efectos que alguien años ha, para refutar argumentos perturbadores, a medida, dentro del propio Parlamento, estableció la imposibilidad de que hubiera diferencias añadiendo que podría advertirse, si así fuera, la existencia de señoras medio embarazadas. Es decir, por lógica, todas agestadas o todas gestantes, pero no medio embarazadas, o embarazo psicológico, para cimentar razonablemente cualquier tesis que beneficie a conmilitones o líderes con crédito imaginario, postizo.

Desde luego, ultra tiene dicción tan embarazosa (nunca mejor dicho) que ya no la utiliza, originaria siempre del lado siniestro, político alguno de postín. Ahora se decantan por “facha” o, si disponen de tiempo y les queda alguna neurona con flecos históricos, “fascista”. Ultra solo sugiere expresión acogedora en el deporte, básicamente futbol, porque quiebra la crema político-social limando cualquier diferencia. Todos se revisten de asilvestrados incívicos, extremistas, violentando formas y distingos en defensa inicua de determinados símbolos o colores. Hincha parece suavizar, tal vez sin conseguirlo, el apelativo ultra al reactivar una muchedumbre variopinta, pero meticulosa, en turba inquietante. La hinchada oscurece de incógnito al caballero, presunto a veces, y al villano.

Facha como sustantivo significa mamarracho, adefesio. Seguramente tal precedencia o particularidad se ajuste a nuestros políticos mucho mejor que el adjetivo que implica practicar una ideología política reaccionaria, fascista. En puridad, hoy el fascismo no existe porque fue doctrina coyuntural, irrepetible, dentro de Italia con Mussolini, por tanto, queda como único aparejo de facha el aspecto reaccionario, opuesto a cualquier innovación. Dicha fórmula conlleva, contra viento y marea, que independentistas, Podemos y el sanchismo fraudulento —presuntamente mangante— son reaccionarios persuadidos, sin ningún tipo de reparos, por consiguiente (expresión fetiche de Felipe González) fachas. De pura insolencia, se atreverán a rechazar tan contundente axioma.

El momento político actual, revuelto, fariseo, ha convertido facha en argumento retorcido, fluctuante e inverosímil que la izquierda auténtica (extrema, ruinosa, totalitaria) o farsante (sanchista, cara, ni chicha ni limoná) a las que se suman los líderes/jetas del independentismo vacuo, escupen —acto poco dialéctico— a quienes defienden posturas diferentes, más si son contrarias. Al tiempo, muestran piel fina, exquisitez sensible, cuando se osa definirlos con evidencias incontestables. Ocurrió el miércoles, treinta de mayo del presente dos mil veintidós, cuando Santiago Abascal llamó autócrata a Sánchez por decidir él solo el cambio de posición española sobre el Sahara. Sánchez mosca, puntilloso, lo consideró un insulto y exigió que se quitara del diario de sesiones.

Ocasionalmente, al igual que el internauta abre ventanas de forma convulsa, uno tropieza con ideas excéntricas por casualidad, quiero decir sin escudriñar más que lo preciso. Todavía no sé si llamarlo digresión o aparte, pero advierto que encuentro auténticas dificultades para constatar si es más lesivo perder la dignidad o el sentido del ridículo. Creo a pie juntillas que perder este último es peor porque la dignidad (pese a su dificultad) puede recuperarse, aunque sea en parte, pero es imposible redimir el del ridículo. Tal reflexión viene a cuento recordando las palabras dichas jornadas atrás por Isabel Rodríguez, a la sazón ministra de Política Territorial y portavoz del gobierno, con ocasión de la huelga de la Plataforma Nacional por la Defensa del Transporte: “Son una minoría violenta y de ultraderecha”. ¡Es la economía, estúpida!