“E pur si muove” (y sin
embargo, se mueve). La frase, atribuida a Galileo Galilei, expresa que, aunque
se niegue la veracidad de un hecho, este hecho es verídico. El movimiento se
realiza y transmite —a más de actitudes, talantes y portes— dando pasos
metafóricos o reales. Esta característica, ya conceptuada normal, de forma
artificial suele saltarse cualquier instrucción y aparecer postiza, malsana. Tal
vez, sea más frecuente la inesperada en el tiempo. A nadie le extraña oír pasos
a cualquier hora del día, pero nos ponen en guardia los nocturnos y fuera de
toda pertinencia. Se impone, en principio, sensación de inseguridad, de
percepción dañina, malvada. Lo apropiado sería prepararse para contrarrestar
las intenciones receladas, incluso defenderse o agredir al hipotético
asaltante. La defensa propia debería considerarse no solo eximente sino meritorio.
Últimamente parecen
advertirse pasos políticos, institucionales y sociales que debilitan la salud y
vigor democráticos. En realidad, nosotros siempre hemos tenido una democracia
atípica, desplazada, esperpéntica. Encima, quienes se dicen valedores, los que se
jactan de ella como bandera, llevan tiempo planificando su definitiva
destrucción. Olvidarse del papel cómplice de los medios —altavoz ideal e innoble—
sería frívolo y cobarde. Razón insuficientemente apreciada por el ciudadano
como origen del predominio partidista, sin exclusión, que todos pretenden fuera
de cualquier límite decente o monetario. Hasta hace cuatro años, los
responsables de la coyuntura nacional (igualados con matices) eran PSOE y PP.
Hoy, ya no; ha surgido un nuevo producto nocivo: Podemos, que, sumado a otros grupos
inoperantes en el pasado, tanto preocupa al ciudadano español y europeo.
Aunque el eco resuena
firme, fresco, puede que no sean los últimos pasos dados por el gobierno, pero
sí de los más comprometidos. Me refiero a las declaraciones de la portavoz,
señora Rodríguez, respecto a la Ley de Seguridad Nacional. Según sus palabras,
incorpora un catálogo de recursos públicos y “privados” para gestionar y dar
respuesta a las crisis que pudieran acaecer a futuro. Añadir “y privados” sin
puntualizar momentos, circunstancias, aun limitaciones, deja la puerta abierta,
no solo al concepto “crisis nacional” sino al asalto probable e irremediable a
la Constitución como ya ocurriera con los dos Estados de Alarma promovidos por
Sánchez. No puede haber razones ni excusas para atropellar derechos
constitucionales de los ciudadanos. Todo intento contra tal axioma, entrañaría claras
inquietudes dictatoriales.
Puede argumentarse acertadamente
que los derechos individuales quedan garantizados por el Tribunal
Constitucional. Dos cuestiones: dicho Tribunal necesita incrementar su crédito
y, por añadidura, algunas resoluciones son ineficaces, extemporáneas. Hace tiempo,
diría desde siempre, la izquierda gestiona, dirige, lo que llama educación y no
es sino adoctrinamiento social cuyos objetivos están alejados del requerimiento
esencial: “Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales
del educando”. Hay que ver lo que da de sí cualquier carencia cuando se le
suministra terminología irreconocible. Todas las Leyes que, a lo largo de
cuarenta años, han constituido el peor y nunca pactado Sistema Educativo, se
concentran ahora en el “Plan Nacional de Educación y Patrimonio”. Tras más de cuatro
décadas dedicado a la docencia, no sabría con qué concepción epistemológica o método
diario enfocar tan altisonante como hueco título.
Hay, no obstante, materias
donde los pasos dados son realmente preocupantes por mucho maquillaje
democrático utilizado para darles un semblante atractivo y seductor. Son tan
viejos y contrarios a los preceptos que, de fondo, se observa algo postizo, perturbador
respecto a una democracia asentada o presunta. Constituyen deseos ardientes de
controlar las Instituciones del Estado para, bajo una apariencia legitimadora,
subvertir los procedimientos y conseguir de hecho plena e impune acción. Dicha
contingencia es peor que una dictadura porque esta muestra su cara tiránica, opresiva,
explícita, pero con la aplicación totalitaria en un sistema liberal se llega al
escamoteo, al súmmum de la inmoralidad política. Empezó Alfonso Guerra poniendo
la judicatura al servicio de los partidos. Iniciado el camino, luego todos —en
mayor o menor medida—han ido marcando trayectorias parecidas.
El gobierno Frankenstein
se obliga a dejar de ser gobierno o a ofrecer pasos contra los propios
intereses de España, como Estado de derecho e incluso nación solidaria. Desde tiempo
atrás, los independentistas catalanes tratan de promover diálogos bilaterales,
de tú a tú, con el ejecutivo español. La llamada “mesa de diálogo” se ha
convertido en imprescindible para recabar un apoyo totalmente espurio,
fundamentado en una Ley Electoral nefasta, injusta, antidemocrática, y que ninguna
sigla ha tratado de modificar. Da vergüenza que un mindundi dé al gobierno
cuarenta y ocho horas para purgar Pegasus si quiere aprobar el Plan Nacional de
respuesta a la crisis procedente, según él, de Ucrania. Resulta que las
amenazas de un mindundi las reciben otros mindundis, presuntamente igual de mangantes,
capaces de excusar su absoluta torpeza echando culpas a la guerra.
Desde hace un tiempo,
demasiado, en este país los sucesos ocurren, según el discurso, convirtiendo peligrosamente
al odiado en proscrito. Sucede con Vox y la izquierda totalitaria, extrema.
Todas las críticas, ofensas, burdo odio ideológico, van dirigidos al primero
confundiendo con paso propagandístico y falso a una sociedad cargada de razones
gratuitas e irreflexivas. Fue la táctica utilizada por nazis y bolcheviques
para deshacerse físicamente (hoy solo políticamente) de sus rivales en las
contiendas de poder. Quedan potentes vestigios en la izquierda leninista y estalinista.
Decía el nazi Julius Streicher en su “Estado de decepción” que: “La propaganda
del odio se convierte en incitación al genocidio”. Deduzco que sabía de qué
hablaba, igual que, previsiblemente y salvando las distancias, lo saben quienes
hacen de la vieja táctica un manual rentable.
Los últimos pasos del
análisis me resultan complejos, si no equívocos. Todavía no se ha explicado con
suficiente rigurosidad y franqueza el verdadero objeto de la Unión Europea.
Nuestra entrada, en principio, sirvió para modernizar el país y ponerlo a niveles
económicos exultantes, elitistas. Pese a lo dicho, la Deuda Pública (déficit) desde
mil novecientos ochenta y seis (año de la entrada en la UE) es de cincuenta y
cuatro mil millones de euros/media/año y el sueldo de un profesor, verbigracia,
era setecientos sesenta y dos euros/mes. Siguiendo la misma proporción, aquel
profesor debiera cobrar ahora sobre once mil cuatrocientos euros/mes, cantidad
milagrosa más que impensable. Parecida paridad debiera afectar a cualquier
trabajador. Es obvio que la Unión tiene un destacado substrato o componente económico
y muchos mezquinos se han enriquecido. Para qué hablar de otras costuras
evidentes: políticas, jurídicas, sociales, militares, etc.
Por doquier, se oyen
pasos inclementes, ensordecedores. ¡Quietos!, no pasa nada.