Hay sentencias populares mudas,
sin referencias ni instrucciones útiles porque su mensaje, más o menos
explícito, desconcierta al individuo persona y sujeto político. Sin embargo,
ésta del titular a medio completar, me satisface totalmente dado el epílogo que
puede suponer a medio plazo para el futuro de los españoles. Queramos o
desdeñemos la sutileza globalizadora —impuesta sin un quorum mínimo de quien ha
de celebrarla o padecerla: los ciudadanos— administra y tiraniza, desde ya, los
destinos del hombre de forma desmayada, tal vez con laxa voluntad. Nos suele
convencer cualquier argumento que brote generoso de esa dialéctica exuberante,
también falsa, que ofrece cualquier político a su representado, retraído en
ocasiones por insanas teorías conspiranoicas tan en boga. Puede que un término
medio se acerque más a una realidad intrincada y terca.
Parece —dicho con toda
cautela y moderación— que la Europa del bienestar confía poco en la
socialdemocracia, salvo el caso sorprendente de Alemania. Quedan exentos
también, con gobiernos socialistas, comunistas, aun compartidos, países a los
que algunos llaman, ignoro si malévolamente, pigs (Portugal, Italia, Grecia y
Spain), cuyo acrónimo significa cerdos. Suponiendo que la culpa de la situación
económica de estos pueblos proceda de sus respectivos gobiernos, alejados de la
moderación y talante democrático, quizás menos denigrante y popularmente más
aceptado y aceptable fuera denominar a sus respectivas sociedades “asshole”
(gilipollas, aunque se alejen del acrónimo). Sí, porque alguien puede equivocarse
una vez; el resto caería en el ámbito de lo inadjetivable porque uno siempre se
quedaría corto al denominar una actitud ajustada, indulgente, a tanto yerro.
La primera vuelta de las
elecciones francesas el pasado domingo, constataron una evidencia: Emmanuel
Macron y Marine le Pen se enfrentarán para desentrañar quién de ambos sería
presidente. Además, de modo natural y sin levantar ningún rechazo, vinieron
acompañadas, por añadidura, de una luctuosa y esperanzadora noticia: el centro
derecha francés y la socialdemocracia, como tales, habían quedado en partidos
prácticamente desaparecidos. Objetivamente, cuando un país se somete al sentido
común ocurren cosas que escapan a los analistas del “suelo” y del “techo”. Al
individuo indignado, humilde, no le sirven sueños ni humos, tampoco promesas
estériles. Incluso diría que ciertas palabras ahondan divergencias y siembran críticas
groseras al querer granjearse elogios.
Resulta que para la
izquierda española más o menos extrema (hoy toda), la “superioridad moral”, que
nadie le reconoce, consiste en hacer suya la democracia: “Gobiernan ellos o hay
peligro evidente de fascismización del país”. Cierto es que al gobierno
social-comunista se le ha acusado de pactar con Podemos (hermanitas de la
caridad), independentistas (garantes de una convivencia pacífica y unida),
Bildu (personalización exquisita del amparo de los derechos humanos), etc. etc.
Con tal dechado de virtudes, el sanchismo se regodea, se chotea y hace caso
omiso (y otras cosas). No obstante, cuando el pueblo elige al PP y Vox, la
democracia salta hecha pedazos. Veamos las palabras de Tudanca, secretario
general del sanchismo en Castilla y León, en la toma de posesión de Mañueco:
“El interés general por España se esfumó en un PP contagiado por la extrema
derecha … tenemos que ponernos en pie y ser muy conscientes de los riesgos que
afronta el país”. Esos riesgos son: “Ley de concordia, Ley de violencia intrafamiliar
y propuesta de inmigración ordenada”. Sarcasmo grotesco y burdo, señor Tudanca.
Me interesan los
resultados de las elecciones francesas por la práctica desaparición de los
partidos que aquí han conformado el bipartidismo nefasto durante cuarenta años:
la derecha conservadora y el socialismo resultón. Puedo comprender las
diferencias abismales entre ambas sociedades y las leyes electorales que rigen
en cada país. Interpreto, asimismo, que la “aldea global” derriba casi todos
los ídolos creando, en algunos casos, un interregno político indeciso y
esperanzador. Francia tiene un mix liderado por Macron (En Marcha, un partido
de centro) y una derecha que responde a cuestiones sociales (Agrupación
Nacional) liderada por Marine le Pen. El enorme paraguas de Macron junto a las
perspicacias que levanta Le Pen, le harán ganar probablemente a aquel; sin que
el caos se adueñe, otra vez, del orbe si fuera lo contrario.
Puestos a lucubrar, me
gustaría que en España hubiera un partido liberal con inclinaciones sociales,
que propusiera la desaparición del Título octavo de la Constitución, por ser
inviable económicamente e insolidario, proponiendo una descentralización avanzada
y una Europa total, fuerte, atlantista. Su líder ideal sería Isabel Díaz Ayuso.
Precisamos, como complemento, a Vox. Tal cual, si acaso limpiándolo de algún
elemento con más ambiciones personales que sentido del Estado. Lo demás son
chalaneos, ganas de rizar el rizo, retóricas sin ningún objetivo; pasatiempos. Sobra
ya retrotraer el franquismo (con sus luces y sus sombras) tratado
irreflexivamente, a la ligera, por una mayoría y con maldad siniestra por
quienes consuetudinariamente quieren transmitir un odio inútil. Desde luego
nada que huela a sanchismo, PP o PSOE, puede sacarnos del estancamiento.
La desaparición de los
viejos partidos de centro derecha y socialdemócratas, cuyo cotejo ha traído la
primera vuelta electoral francesa, viene ocurriendo desde tiempo atrás. Se han
quedado sin ideología, amén de sustancia e ideas estratégicas para solventar
los rigores económicos de tan profundas crisis. Han aparecido partidos menos
estatistas, con ningún invitado a la mesa del poder, salvo los estrictamente imprescindibles.
Sus disposiciones oficiales pretenden ordenar el atropello anterior y consiguen
éxitos. La respuesta de la farfolla es calificarlos de fascistas, extrema
derecha, cuando alguno de ellos (Polonia o Hungría) padecieron persecuciones
totalitarias. ¿Quién persuade a un polaco, sufridor de la bota nazi-comunista, a que ahora lo
gobierna la extrema derecha? Lo mismo pasa en Hungría, Austria, Italia, Francia
e, incluso, España sometida a esta caterva de tiranos.
Desde luego, pragmático
cien por cien, creo en una Europa Unida y Fuerte. Pese a ello, la actitud del
Parlamento Europeo, respecto al tema del párrafo anterior, me deja un tanto
perplejo. Partidos anticapitalistas, comunistas, etc. que llevan un ADN
antieuropeista congénito, son aceptados sin remilgos. A otros, con pareceres
dispares a la opinión oficial, protocolaria, les colocan etiquetas invasivas
desde el punto de vista dialéctico, al menos. Quien pretenda persuadir amparándose
en el argumento de la mayoría, tienen el fracaso asegurado. Polonia y Hungría,
verbigracia, ni son antieuropeos ni sus gobiernos representan ningún peligro
para la convivencia pacífica.
Como sinopsis, en Francia
puede ganar Le Pen. El socialismo e izquierda extrema ha tenido que adaptarse a
los nuevos tiempos: Macron (¡En marcha!), Mélenchon (Francia Insumisa). A poco,
la extrema izquierda desaparecerá también en España y el socialismo tendrá que
rebautizarse. Seguramente el centro derecha se recordará con morbo indiferente ante
un partido liberal-social mayoritario y Vox será sustantivo, puntero. Francia y
Europa lo pronostican. “Cuando las barbas de tu vecino veas pelar…”
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