sábado, 24 de noviembre de 2012

LA FARSA Y LA CAMPAÑA


El lenguaje permite una comunicación completa entre personas. Sin embargo, para que sea eficaz hemos de precisar con esmero vocablos y significado en una correspondencia inequívoca. Si incumpliéramos esta premisa, la polisemia del idioma español nos llevaría a un fárrago impenetrable. Farsa, según el DRAE en su cuarta acepción, significa “enredo, trama o tramoya para aparentar o engañar”. Los políticos, masivamente, son especialistas de la farsa; incluso abusan de ella. Cualquier momento es adecuado para esconderse tras esa máscara histriónica que les permite protagonizar los mayores excesos verbales al amparo del papel asignado en el marco de la figuración. Son actores y están exentos de peajes lógicos, éticos y morales. Así, al menos, lo creen ellos.

Amores y, sobre todo, desamores llenan el graderío. Los afectos últimos llevan impregnada la praxis. El oyente muestra predilección por el personaje refractario, a quien dirige su encono. El actor no debe buscar la estima a sí mismo sino el odio a su rival. Este objetivo, que parece una paradoja, marca el éxito del político moderno. No interesa desmenuzar programas e intenciones. Primero porque escasean y luego (o a resultas) porque al ciudadano se le ha persuadido a favor del voto contradictorio, severo, en lugar de aquel que revela convencimiento y razones plenas. Probablemente el individuo sea consciente del juego; pero aunque -imbuido- lo mantenga, se le excluye de establecer su reglamento. Como dijo Bismarck: “Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”.

La campaña electoral en Cataluña navega (quizás naufraga) por procelosas aguas. Un Mas desconocido (aunque poco a poco al descubierto, en apariencia) quiere capitalizar, sin que signifique que la cabra tira al monte, todo protagonismo a fin de atesorar -sirva la expresión- una mayoría absoluta al objeto de satisfacer un prurito personal, profetizo. Jamás Pujol, su maestro y promotor, consiguió superar una minoría mayoritaria que aportara, aparte vanidades, un gobierno personalista. Don Arturo coloca toda la carne en el asador retórico. Lenguaraz, importuno y desestabilizando permanentemente lealtades institucionales, trastabilla consciente por esa cuerda floja que puso bajo su pie el once de septiembre. En esa fecha, necio e imprudente, se izó a una cuadriga (concierto fiscal, soberanía, independencia y Europa) desbocada que llevará a él o a Cataluña al precipicio. Un cálculo incorrecto, un pronóstico incierto, mueve la farsa a melodrama.

Por desgracia, en esta España de nuestras desazones, se pretende camuflar la farsa con otra más aparatosa. El caso es ocultar la sustancia en envolturas, exógenas a ella, plenas de quimera o de insidia. Ahora, próxima la papeleta a su destino, aparecen con todo lujo de detalles las presuntas irregularidades económicas de familiares muy cercanos a la médula convergente. No cuestiono el hecho y sería tan oportuno como necesario que se aclarasen responsabilidades (incluida la satisfacción penal o civil) a que hubiere lugar. Sin embargo, me parece repugnante la utilización política, evidente en este caso, de un asunto que ocasiona alarma social. Considero, ética y estéticamente, tan nauseabundo el uso de la noticia que lo noticiable. No por ello desdeño la trascendencia del asunto, más si cabe por la angustiosa crisis que padecen muchos españoles.

Del revoltijo de informaciones, mentidos y desmentidos, entresaco una cargada de humor si no grotesca. Se refiere al augurado proyecto postelectoral (realizado por algunos medios) que une a CiU y ERC al objeto de gestar un sólido empeño -léase plan- soberanista que permita a los catalanes superar en cinco años su longevidad, entre otros cánticos de sirenas odisiacas. En el fondo, se trata del viaje a ninguna parte. Posible es porque todavía hay milagros. Apostaría, asimismo, por el imposible físico y metafísico; por la imbricación utópica y la divergencia nítida. ¿Acaso son miscibles la alta burguesía y la clase media baja? El análisis correcto proviene del fondo, jamás de la burbuja.

El ganador, aun con exigua victoria, gobernará solo con apoyos concretos del PP que se ha convertido en aderezo de salsas nacionalistas gracias a su estómago múltiple que, cual rumiante, engaña a propios y extraños en esas degluciones lentas, sinuosas y difuminadas u oscuras. Será lo auspiciado por el burgués catalán, por la mayoría de catalanes y por Mas, junto a sus variados quebraderos, allende la farsa y la campaña.

 

 

 

domingo, 18 de noviembre de 2012

HUELGA GENERAL INDIGNA


Calientes aún los rescoldos (y actuando contra mi habitual distanciamiento para objetivar el foco del examen) trenzo los siguientes renglones, no ya sobre la huelga sino diseccionando gestores, motivos, tácticas, servidumbres e impudicias. El epígrafe desea mostrar lo denigrante que es un relato en el anacrónico marco de avasallamiento liberticida que nos invade a veces. Me lo comentó uno de mis hijos, asqueado, tras verlo en la tele. Unas jóvenes ociosas tomaban un reparador refrigerio a la intemperie bonancible de cierta terraza. A poco, el escenario se llenó con la presencia incómoda e ingrata de eso que se le ha dado en llamar “piquetes informativos”. Desconozco si medió palabra o no (indiferente para calificar el hecho), pero una “piquetera”, atiborrada de sinrazones, vertió sobre el testuz juvenil de una de las chicas, que optaron por huir silenciosas ante el trato amistoso, el resto del líquido nutrimento. Indigna e insólita práctica informativa. Constituye un atributo estándar de la Huelga General. Luego proclaman, mordaces, la manipulación de los medios audiovisuales.

El diccionario de la RAE revela que indigna significa “que es inferior a la calidad y mérito de alguien o no corresponde a sus circunstancias”. El caso expuesto en absoluto puede considerarse aislado ni extraordinario; anecdótico como algunos apetecen enjuiciarlo. La columna vertebral de estos informadores no la dotan filólogos y, menos, retóricos. Se llaman piquetes, ¿verdad? Si tuvieran otra función diferente a la coerción se les denominaría, verbigracia, “peritos del verbo”, “profetas de la concordia”, quizás “maestros de la convicción”. Aunque el adjetivo suavice las formas, el sustantivo atrae un sinfín de  inquietudes. Las atrae y las materializa. Simple y evidente, ¿o no?

Los defensores de estas actitudes (progres de boato y elevado estipendio) aducen la necesidad como contrapeso virtuoso. Mantienen capciosamente que es el empresario quien fuerza la situación con amenazas tácitas de despido como respuesta al denuedo irresponsable de secundar una huelga atentatoria e inoportuna. Justifican a la contra el cometido de los piquetes; visten de virtud su debilidad argumental. En cualquier caso, no puede legitimarse un escenario claramente opresor, vandálico, para atajar supuestas injusticias que tienen su asiento y réplica en la legislación actual. Semejantes consideraciones validarían hipotéticos grupos de defensa ciudadana ante casos graves, de inseguridad o proporcionalidad, que sí atenúa el código penal. Al final legitimaríamos la ley de la selva.

Los sindicatos UGT y CCOO, corresponsables de la actual situación económico-laboral de España, se permiten ofrecer soluciones cuando han ocupado siete años en acrecentar el problema. Alcanzan el clímax del descaro. Ese desaforado afán de convertirse en veletas de la opinión, según venga la dirección del poder que los impulsa, les hace arrostrar un crédito cada día más exiguo. Terminarán por desarmarse ante un mundo laboral moderno, ajeno al del siglo XIX, a quien dirigen métodos y eslóganes anclados en la vetustez vana. Ellos, que sí se han adaptado al moderno sindicalismo europeo, no son capaces de explicar la nueva entraña burocrática del sindicato a un trabajador, o parado, al que siguen considerando dogmático o necio. El temor los ciega y la contingencia de la incomprensión los paraliza.

El personal, no obstante, ajeno a sus vigilias para atesorar subvenciones, sabe que detentan un patrimonio inmobiliario que no se corresponde con las propiedades anteriores a mil novecientos cuarenta; que CCOO carece de derechos históricos para ocupar ninguna sede; que se les exonera de múltiples impuestos, tasas, permisos y otros pormenores correosos para el común de los mortales; que reciben cantidades inmensas, directas o excusadas tras biombos más o menos pertinentes; que el organigrama democrático y la claridad, que ellos exigen a los demás, suelen brillar por su ausencia; que, en fin, se solapan con el poder (alabando ciertas preferencias) que exprime y sojuzga sobre todo al trabajador, ese sector que hoy configura la clase media.

Méndez y Toxo, o viceversa, cuando atacan al gobierno cometen una injusticia y cuando lo hacen a los financieros consuman un brindis al sol. El sindicalismo no debe agredir a nadie, tiene que defender a los trabajadores. Esta diligencia, hoy por hoy, la ha dejado para mejor ocasión.

La huelga general siempre es política, revolucionaria. Pretende desgastar un ejecutivo, derrocar un gobierno; complementar, cuando no suplir, la función de los partidos. Se ha convertido en apéndice vermiforme; es decir, algo perfectamente inútil, molesto y eliminable. No puede alinearse con la apología de algo o de alguien. Es un trasfondo pleno de ribetes indignos.

 

lunes, 12 de noviembre de 2012

CORRUPCIÓN, VÉRTIGO Y MUERTE


Ludwig von Mises, practicante de un liberalismo casi libertario, aseguraba: “La corrupción es un mal inherente a todo gobierno que no esté controlado por la opinión pública”. El mensaje es tan palmario que sólo una mente dominada por la irracionalidad del dogma puede negar su justeza. A tal efecto, todo poder social se mece en cuna democrática, pero ambiciona controlar, paradójicamente, los medios de comunicación. La corrupción, capaz de depravar y pudrir el sistema, alimenta su lactancia con proceder inofensivo, inocuo, envileciendo la conciencia del ciudadano. Cuenta con la colaboración necesaria de informadores que abandonan cualquier adeudo deontológico y se avienen a un alquiler infame.

Cuando la crisis económica aprisiona al individuo, muerde su cuerpo y (de forma lacerante) su alma, surge poderosa una vehemencia rebelde, dispuesta a afianzar actividades que neutralicen sus efectos dramáticos. Conforma, sin duda, un terreno fértil, idóneo para que la corrupción emerja pujante, imparable. Asimismo potencia su exuberancia con ese fertilizante eficaz que genera el relativismo moral dominador. Políticos indigentes han cocinado al amparo de una torpeza manifiesta o, peor aún, de una gula viciosa, el escenario perfecto para jugar impunemente con formas y leyes.

La colectividad (formada por contribuyentes, desaparecido el ciudadano) sufre a diario un atracón de noticias, relatos, -tal vez experiencias- en que el soborno u otra manifestación pareja sea fenómeno recurrente. Lo que llega al conocimiento común constata ese epílogo generalizado de “ser únicamente la punta del iceberg”. Los desgraciados sucesos que cercenan de tarde en tarde el sosiego humano, nos dan pautas fehacientes para sospechar la magnitud real de tal corrupción, que suele vestir diferentes ropajes. Noel Clarasó, genial humorista del pasado siglo, pone al descubierto una de las imaginadas vestimentas al advertir: “Un hombre de Estado es el que pasa la mitad de su vida haciendo leyes y la otra mitad ayudando a sus amigos a no cumplirlas”.

Bancos y Cajas, otrora dadivosos con dineros ajenos, están empeñados desde hace meses en crear una atmósfera irrespirable, donde los desahucios elevan el vértigo a categoría, a vocación. Al parecer, desde dos mil ocho se han producido cuatrocientos mil. El Banco de España, que no puso freno a la paranoia general; las entidades financieras, con voraz apalancamiento y el sujeto, alegremente hipotecado, son corresponsables de la situación actual. Ninguno quiso poner fin al endeudamiento familiar que superaba con creces el cuarenta por ciento de su renta, porcentaje lindero para evitar sobresaltos. Sin embargo, los efectos no son compartidos. El staff del Banco Nacional se va de rositas, Bancos y Cajas son rescatados con el aval de todos; el deudor moroso (ya quisiera poder sufragar su carga) lucha en solitario contra la miseria y la vergüenza.

Dos conciudadanos, hombre y mujer, se han suicidado bajo la amenaza del desahucio, en principio. Carecemos de datos para ligar con firmeza hechos, legales pero antisociales, y secuelas luctuosas. A pesar de las correcciones puestas en marcha con celeridad, los políticos -como siempre- reaccionan tarde. Me encuentro indeciso entre calificar tal decisión como un testimonio auto inculpatorio o resultado de un gesto digno. A su pesar, los suicidios ocupan la conciencia de la élite. Para los ciudadanos corrientes constituye una desdicha no poder aconsejar, a sus compatriotas extintos, con las palabras de Michel Cioran: “No vale la pena molestarse en matarse porque uno siempre se mata demasiado tarde”. Esperemos que esas muertes traigan crónicas venturosas en un futuro cercano.

Comenzamos noviembre con cuatro chicas jóvenes cuya vida se llevó un Halloween de terror, multitudinario y extraño, envuelto en la vorágine, el vértigo y la corrupción. Pudieron evitarse, pero el pánico (siempre a flor de piel, acrecentado por el marco que nos agrede) obnubiló juicios y las presuntas corruptelas y ruindad moldearon un comportamiento calamitoso, punitivo. “La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas” precisó Albert Camus. Seguramente se refiriera no a los sistemas sino a las actitudes humanas porque, en aquella época, la maldad del totalitarismo era obvia. Descubrir al tirano, que antoja  vidas y haciendas, es complejo en un régimen de libertades porque se enmaraña y solapa con él. El demócrata debe denunciar cuanto error se cometa para evitar actitudes opresoras, pero por lo mismo debe concebir corrupción, vértigo, etc. remediables; todo menos la muerte.

 

sábado, 3 de noviembre de 2012

EL RECORRIDO DE LAS TONTERÍAS


En la película Forrest Gump, bajo la penumbra silenciosa de cualquier cine, pudo oírse: “tonto es el que dice tonterías”. A su pesar, discrepo profundamente. La palabra abandona al mensajero desnuda, sin acepción. Pudiera compararse a una onda electro-magnética que se convierte tangible, corpórea, en ese receptáculo audiovisual cuya oferta la ciencia vuelve casi vetusto de forma inmediata. Tal es el avance, que la primicia parece enseguida algo arcaico, superado. La tontería (digo) toma cuerpo, proclama su existencia, alardea de identidad, al momento mismo en que el individuo le concede carta de naturaleza, precisión y beneficio semántico. Por tanto, quien acapara todo protagonismo expresivo (apoderado infeliz en este caso) es el receptor que la bendice con sorprendente entusiasmo.

Mas, borracho de épica, quiere emular a su tocayo rey ficticio. Gustaría gobernar sin perfiles, limpio de extremos, con formato redondo; a la usanza de aquella tabla donde el soberano sentaba a sus pares. Se ha pasado de rosca, no obstante. Ni él está orlado de majestuosidad, ni sus consejeros son caballeros, al menos desde esta concepción novelada. En el fondo, ha perdido ese adminículo llamado tuerca que hace imposible toda comprobación eficiente. Así la rosca queda libre de cualquier control cualitativo o empírico. El encumbrado político, soberano sin trono, ha desgranado el programa electoral abarrotado de fantasías más que de pretensiones. Debe saber qué siembra y maliciar qué frutos recogerá.

La sola relación de objetivos supone, a priori, confianza extrema si no excéntrica ocurrencia. Quizás estratagema evasiva. Creación de sesenta mil nuevas empresas, déficit cero, situar las universidades catalanas entre las doscientas mejores del mundo, tasa de paro equivalente a la media europea, etc. reflejan algunas medidas del alegato. Constituyen las ofertas posibles. Otras ocupan holgadamente el dominio de lo milagroso: reducir al cincuenta por ciento los muertos y heridos graves en accidente de tráfico (no se menciona la hipoteca a favor de San Cristóbal), aumentar en cinco puntos la tasa de supervivencia del cáncer y, sobre todo, elevar un cinco por ciento la esperanza de vida de los catalanes. ¿Alguien puede desear más de lo que brinda Mas?

Samuel Butler decía: “Si en el mundo no hubiera más tontos que pícaros, los pícaros no tendrían de quién aprovecharse para vivir”. Aseguro que el amable lector sabe desglosar a tontos y pícaros en el caso expuesto. Es el último en los arrabales patrios y destaca por su contenido insólito. Adosada a él camina la incredulidad e incluso, en mayor medida, la esperanza. Arquímedes apuntó que la esperanza es el sueño de los tontos. Se asienta poco a poco una ilusión putativa (sinónimo ruidoso de postiza) que conlleva justo castigo a quien apetece timar al individuo con tan burdas propuestas. Me gustaría escuchar, en silencio, decir a Mas el veintiséis de noviembre, tras un sonado chasco electoral: “y el tonto soy yo”.

Por suerte o desgracia, las tonterías carecen de patente. Incluyen cualquier sigla, acompañan sin rubor a gobernantes y prebostes autorizados. El PSOE las apila con deleite porque precisa un verbo torrencial, degradado por siete años de despropósitos. El PP le va a la zaga acortando distancias. Por eso hablan poco y no explican nada. Temen hasta al silencio. Este marco abre el apetito retórico a los ministros que cabalgan a lomos del recelo. El señor Fernández Díaz nos regala el mayor porcentaje de ¿cómo lo diría?... dislates, al anunciar que el ejecutivo no va a negociar con ETA a cambio de liberar presos o, en su caso, impulsar la ilegalización sobrevenida de BILDU. La ministra Báñez aprecia ya “brotes verdes” con otra expresión. ¿No creen que dichos y hechos están separados por distancias astronómicas? Sospecho que las elecciones en Galicia y País Vasco harán permutar de campo a los tontos.

¿Por qué es tan amplia la esfera adscrita a las tonterías? Solemos encontrarlas en altas instancias, sindicatos, patronal, deportistas, cómicos, etc. Mención especial merecen los medios audiovisuales, destacando la televisión. Este cotejo no me produce placidez ni entusiasmo porque, como señala el adagio popular: “manden unos, manden otros, los tontos siempre somos nosotros”.