viernes, 29 de noviembre de 2013

ESTRADOS Y PÚLPITOS


Cualquier diccionario descubre que Estrado, en su acepción primera, se refiere al “sitio de honor algo elevado sobre el suelo donde en un salón de actos se sitúa el conferenciante”. Otro significado, menos sugerente pero no menos asiduo, indica “sala o asiento de los tribunales donde suben los testigos y los acusados para declarar”. Púlpito, a su vez, indica “tribuna elevada que suele haber en las iglesias, desde donde se predica o realizan diferentes actos religiosos”. Ambos -con matices-  conceden al orador competente, real o supuesto, un lugar encumbrado, de privilegio. Elevan su persona en una interpretación inmodesta de que la altura física trasluce incremento de solvencia, prerrogativa e incluso saldo moral. Antonio Machado, enemigo acérrimo de laureles y sutilezas, sentenciaba: “Huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo porque sólo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura”.

Los políticos, asfixiados por miserias prosaicas, se encaraman al estrado para engatusar a individuos cautivos de múltiples defectos. Estos emanan del carácter indolente que muestran y de su tolerancia al status. Aún me asombro, tras perseverar muchos años, cuando constato el desarme cultural y cívico que despliegan nuestros compatriotas. Tengo fundamentadas sospechas sobre cuál es el núcleo del problema. Eludo restarle protagonismo al propio sujeto que debe asumir su parte alícuota de responsabilidad. Hay quienes -a la ligera, o no tanto- opinan que una sociedad constituye el venero de su clase política. Discrepo por dos razones. La primera porque el gobernado carece de empuje para aquietar paroxismos y desafueros. La segunda alega que el individuo soporta copioso lastre educativo-emocional, definido previamente en un exhaustivo programa de ingeniería social.

Reitero, nuestros tiranos (sinónimo de opresores, déspotas y autócratas) utilizan con inclinación falsaria el estrado parlamentario o cualquier otro que le sugieran. Su fárrago lascivo, inmoral, tiene un auditorio irrisorio, descreído, perplejo. Como acostumbra decirse, y bajando. Dejan, tras una incoherencia irrefutable, jirones de su exiguo crédito. Además se sumergen -casi sin excepción- en opacas turbulencias dinerarias. El español, hostigado por una profunda crisis económica, advierte con airada impotencia que los políticos viven a espaldas de ella. Al sufrido contribuyente le importa poco ese secular desplante que veja su dignidad. Tampoco actitudes castas o lujuriosas. Le enfurece, más en épocas de escasez, el asalto continuo a la caja común. Demanda vanamente que el político devuelva lo distraído, pise diferente estrado y, si fuere reo de culpa, pague con la cárcel.

Se precisa la existencia de un complemento imprescindible para que el mensaje concentre resonancia e interés. Surgen -para ahuyentar tales ausencias- los santones. Su hábitat natural, operativo, es el púlpito. Configura un marco cuyo eco, debido a la gravedad del entorno y a la abulia del oyente, tiene un desenlace multiplicador. Los estrados, como los políticos, parecen excelsos pero son rastreros. Impulsan únicamente las bajas pasiones; constituyen estímulos que afectan en exclusiva a las vísceras. Los púlpitos -por el contrario- exigen percepciones inmateriales, supremas. Son fecundos cuando el auditorio se encuentra henchido de fe o los santones de turno (sus usufructuarios) expelen credibilidad. Culminan la farsa iniciada por esta caterva de aventureros sin escrúpulos que se aúpan al estrado público.

Sí; periodistas, tertulianos y charlatanes (retóricos sacros, quizás sacralizados) se izan al púlpito audiovisual para esparcir -cual caja de resonancia- dogmas y consignas procedentes de doctrinas hoy vacías. Las ideas ya no sirven; han sido trocadas por la codicia. Políticos, junto a legión de serviles muñidores, conforman una casta que, utilizando la democracia como biombo, propagan mágicos, quiméricos, objetivos mientras vertebran un negocio muy rentable. Aquellos vivificadores de humo acompañan, cual peces rémora, a estos tiburones aciagos, voraces, insatisfechos siempre, por los caminos de la falacia y el trinque. Allá ellos, su pulcritud y su conciencia.

Donde se aúnan hambre y ganas de comer (curioso giro habitual por tierras que me vieron nacer) llenan momentos en que un político deviene tertuliano. Vemos con mayor o menor frecuencia a populares -invariablemente populacheros- representantes públicos en la televisión. Por lo general, despliegan desparpajo y cinismo a raudales, sin que la sigla les exima de esta ubérrima unción. Podría enumerar infinitos ejemplos, al igual que cualquier contribuyente. Creo, no obstante, que la palma debe llevársela uno de ERC que el otro día se dejo decir, refiriéndose a sus colegas políticos: ”Estamos rodeados de chorizos”. ¿Se precisa, o no, tener un par?

Yo, escéptico, con el enorme bagaje que conseguí en años, me considero inmune al estrado, a cualquier truhan que evidencie poder. Lejos por igual de dogmas y consignas orientadores de vidas ajenas, detesto el púlpito aunque forme parte de la grey. Quiero desenmascarar a los santones, especie muy peligrosa porque, como el camaleón, se incrusta al paisaje.

 

 

viernes, 22 de noviembre de 2013

EL OCASO DE UN SUEÑO


Siento enorme desazón al iniciar este artículo. Hubiera preferido no tener que hacerlo nunca, pero lo impone la firmeza, el rigor, y un devenir político repugnante. Vivimos tiempos de sobresalto; como dice el tópico, revueltos. Soportamos -desde hace años- engreimientos y falacias sin fin, ahora condimentados con una corrupción impúdica que hace inútil cualquier esfuerzo económico. España soporta, según parece, una fiscalidad excepcional aunque el marco descrito fomenta su insuficiencia. Déficit y deuda alcanzan un pavoroso estado de morbidez. La troika (célebre, contingente) representa una espada de Damocles amenazadora, infausta. Ni aun por esas conseguimos ser eficaces con las medidas correctoras introducidas y no siempre aplicadas. El enfermo engrosa desesperadamente. ¿Puede recuperarse sin utilizar cirugía agresiva? Intuyo que no. 

El joven ahoga en botellones su confusión y desaliento; asimismo, su rebeldía. Después los sustituye por una especie de abandono fatalista e ineficaz. Así, ante tamaña indolencia, esta chusma desaprensiva que nos esclaviza y mina puede gobernar a su antojo. Encima, una judicatura manejable, les proporciona impunidad absoluta sin intención de excusarla. Reintegro y cárcel constituyen disposiciones anómalas en cualquier sentencia. Como decía, chicos sin futuro -o escaso- conforman una multitud abigarrada, decadente, potencialmente perturbadora. Recurren al seno familiar anhelando que esa esperanza de vida octogenaria suavice y facilite la suya propia. Luego, ventura y providencia completarán el resto. Es el recurso que les queda ante la insolvencia gubernamental.

Quienes el dios Cronos ha llevado a la jubilación constatamos desde nuestro otero, ya algo erosionado, que el futuro se nos escapó de las manos. Creímos agarrarlo a la muerte del general. Nos anunciaron algo parecido a aquella bíblica tierra prometida que levantó ilusiones ocultas, revitalizadoras. Pura quimera. El pasado, sin embargo, facilita información precisa para acometer -si antes arrojamos todo lastre dogmático- juicios razonados, ecuánimes. Nuestra existencia vino marcada por aquella miseria atroz que advertimos al nacer y esta incisiva, vergonzosa, hogareña, impuesta al crepúsculo. Aparte otras diferencias, nosotros vivimos dos regímenes: una dictadura formal y una democracia postiza. El empirismo, sirve para aportar conocimientos directos, sólo viciados por humanas limitaciones. Abrir recuerdos admite cualquier ejercicio de comparación.

Un falso progresismo mediático, que incluye gentes nacidas tras la muerte de Franco, fantasea las maldades del régimen. Se cometieron excesos en los primeros tiempos, pero las circunstancias y el momento histórico malograban acontecimientos laudatorios. Yo, septuagenario, no percibí la mayoría de cargos que se atribuyen al franquismo. Desde mi punto de vista, a finales de los cincuenta, el régimen se fue liberalizando y el grueso social (personas distantes, individuos llanos, sin adscripción) lo aceptaron de grado. Cuantos opositores surgieron en los prolegómenos del mayo francés, eran hijos de la élite rectora. Actitudes, comportamientos y manifestaciones sociales, niegan gestos de pugna u oposición. A lo largo de aquella década, donde el despertar del nazismo subyacente y el totalitarismo virulento quiso entronizar la utopía, apareció una clase media a cuyo protagonismo debemos la ansiada transición. Mientras, algunos que se arrogaron tan ejemplar mudanza aprovisionaban cálculos poco meritorios.

Recuerdo que, contra referencias en boga, el franquismo no fue oneroso para quienes llevaran una vida estándar, sin ambiciones ni devaneos doctrinales. Hoy, con matices, ocurre lo mismo. Se debe al sino del poder que, con frecuencia, oculta un rostro turbador. Desde luego, a sus diferentes máscaras, le enfurece apetencias exógenas y consiente -con reparos- asaltos de las adyacentes. Mediados los cincuenta, la hambruna abandonó hogares e individuos. Desconozco que se efectuara vigilancia, asimismo acosamiento, vastos e indiscriminados sobre la población. Quien, basándose en este marco, hable de estado policial sueña, quizás tenga mala fe. Como yo carecía de ambiciones e inquietudes políticas, aun sindicales, hice lo que me vino en gana. Ahora conservo las mismas opciones, dentro del marco legal. Con el proyecto de Interior en ciernes, ignoro qué límites me impondrán las sanciones anunciadas. No dudo que serán muchos. Respirábamos seguridad, algo excluido hoy. Infraestructuras cuantiosas y una saneada economía familiar, logros al crepúsculo franquista, merecen reconocimiento pleno. Si sumamos a esto la inexistencia de impuestos directos, hemos de convenir que aquel régimen tuvo sombras al principio y luces a su término. En medio quedaron episodios de tasa dispareja.

¿Qué tenemos ahora? Dejando al margen la corrección política, abundancia de aventureros, indocumentados y estafadores. Gozamos únicamente durante cinco años un sistema de libertades verdaderas. A raíz de confirmarse la democracia, allá por mil novecientos ochenta y dos, vino el desmadre. Un PSOE vigoroso, envanecido por la prodigiosa aureola electoral, cerró el proceso transitorio e inició uno nuevo para reducir aquel rumbo abierto. La liquidación de Montesquieu, junto al cerco del librepensador, rebelaron síntomas inquietantes. Si sumamos a este escenario el posterior Pacto del Tinell y los esfuerzos de Zapatero por ningunear toda oposición sustantiva, podríamos sostener con rotundidad que la izquierda española carece de propensiones democráticas. A tenor de lo hecho por el PP y el Proyecto de Seguridad Ciudadana, hace recelar que la derecha adolece del mismo rasgo.

Creo injusto absolver de culpa a la sociedad, pero quien efectúa el desastre -por tanto soporta la máxima demanda- son estos políticos desalmados y trincones. Su quehacer, lleno de torpeza e ignominia, debiera llevar a la juventud (desorientada y ayuna de vivencias) a exigir respuestas. Los mayores, con marcadas experiencias, empiezan a echar de menos aquel régimen “terrorífico”. Sólo ellos, los políticos, han matado el sueño.

 

viernes, 15 de noviembre de 2013

CORRUPCIÓN Y DEMOCRACIA


El español (cada vez menos ciudadano y más contribuyente) sufre con estoicismo, casi connivencia suicida, la crudeza de una crisis dura e interminable. Algunos casos se acercan a esa miseria que hace años se instalaba sólo en el tercer mundo. Son ya muchedumbre quienes remueven los contenedores buscando cómo mitigar un hambre física. La de justicia todavía tiene mayor dificultad para encontrar resarcimiento. Sin embargo, le abate sobre todo el grado de corrupción en que ha terminado nuestro sistema. Cada día un nuevo caso se suma a los anteriores -ya excesivos- logrando al final cierto efecto hipnótico. Pareciera que políticos y pueblo llano, ambos, quisieran batir con urgencia un récord extraordinario. Unos de infame saqueo, otros de rancio cretinismo.

Creo aventurado tropezar con alguien (se me hace difícil fijarle un atributo preciso) capaz de poner en tela de juicio la autenticidad del continuo asalto a que someten nuestros bolsillos acreditados delincuentes. Dicho sujeto sería marciano, aparte otros epítetos menos tibios. Gobernado y tiempo -este en mayor medida- se alternan para desenmascarar la dependencia que gravita sobre los caprichos pueriles, arbitrarios, de una casta en plena pugna por liderar el ranking del desafuero, latrocinio e impunidad. Aunque etiquetas y acusaciones pretendan ensuciar exclusivamente un sector ideológico (ubicado bien a la derecha, bien a la izquierda), todos acometen con ahínco tan vil como rentable empresa. Se dice que no es justo generalizar porque se perpetra un disparate contra el sentido común. Afirmo sin reservas lo atinado del pronunciamiento cuando condicionamos protagonismos a un cierto nivel de omnipotencia e incluimos acción o incuria.

Hasta ahora, era columna vertebral de la corrupción una rapiña permanente, un acopio constante, en sus diferentes maneras u oportunidades. Cualquier político que se precie, aunque sea despreciado o no dada la desidia e inopia del común, consuma sus andanzas bien provisto. ¿Necesitan nombres? Elijan uno, al albur, de los que son y fueron. Mezclados, se alternaban estos casos prosaicos con otros de presunta avenencia, asimismo pleitesía, del poder judicial al ejecutivo. Carecemos de datos y, sobre todo, pruebas para asegurar que algunas resoluciones judiciales exudan fundamentos ayunos de refugio legal. Tenemos abundantes sospechas. También sobrados indicios. Un pensamiento clarificador explica la deriva de España: “El silencio es el mayor lacayo de la corrupción; quien lo oculta, al final de cuentas, termina convirtiéndose en cómplice”.

Días atrás, una reseña pasó de puntillas, cauta, por noticiarios, debates y tertulias. Apareció a la luz pública con desgana, mostrándose dual, contradictoria. Quiso nacer a oscuras; ocultando su faz monstruosa, indigna, deplorable. El gobierno cesaba la cúpula de la Policía Judicial. Entre ella, los mandos de la UDEF (Unidad de Delitos Monetarios y Financieros). Se dijo que el objetivo era iniciar un rediseño para impulsar la actividad interna y reforzar la cooperación internacional. Quien más quien menos, entrevió la sombra de Bárcenas o del Caso Gürtel cuya investigación corresponde a este sector. Tan potencialmente falso puede resultar el recelo a favor del enjuague como su contrario. Aquel exhibe un cimiento labrado en la lógica empírica, base del criterio pragmático: “Piensa mal y acertarás”. Este tiene un soporte menos consistente: fe, arriesgada tras lo visto.

Los partidos políticos sin excepción enfatizan que vivimos en democracia. Poco importa que quienes se autoproclaman de izquierdas tilden al rival de fachas, fascistas, dictadores, deslegitimando -al tiempo- el régimen cacareado. Quizás estimen que existe democracia únicamente cuando gobiernan ellos, lo cual implica una dictadura de hecho. La coherencia no es su fuerte. Ni coherencia ni humildad para reconocer que no conforman el orbe social y político; que los demás no son escoria obstructiva dispuesta a domeñar al individuo. Tal recurso constituye una corrupción sibilina que quiere atenazar voluntades indigentes. Proyectan interrumpir la alternancia, por tanto asfixiar el sistema de libertades. Ignoro si un toque de aldaba sobra para convencer al personal.  Hechos y respuestas, bendita candidez, sugieren que sí.

Quienes -inmersos en un empleo donde domina la corrupción económica, institucional o social- sacrifican a traición la democracia, quieren ocultar su terrible crimen agitando brillantes lentejuelas, abalorios doctrinales, para cegar la mente ciudadana. Persiguen hacerla incapaz de discriminar lo real de lo aparente. Son manejos rentables porque atrapan a una mayoría. Algunos somos refractarios a ese cínico quehacer. Abandonamos hace tiempo toda atadura intelectual hacia ellos. Arrancamos ese sentimiento emotivo, acrítico, que nos subyugaba a su antojo. Desterramos a poco el magnetismo del que éramos prisioneros. Ahora clamamos identificándonos con la libertad: “Encanta escuchar la mentira cuando sabemos toda la verdad”. 

 

viernes, 8 de noviembre de 2013

RTVV UN MANÁ POLÍTICO


No voy a ser yo quien defienda el cierre de radio-televisión valenciana. Como cualquier providencia que acarree la desaparición de un venero cultural -aun presunto- me parece deplorable. Este proceso, además, supone una prueba evidente de torpe visceralidad, de divergencia recurrente, de naufragio colectivo. Por fas o por nefas, los valencianos (aborígenes y adoptados) nos quedamos sin voz propia, sirva la hipérbole. Es cierto que, a lo largo de estos veinticuatro años de existencia, RRTV recogió en palabras e imágenes los acontecimientos significativos de la Comunidad. Nadie puede, con rigor, negar el protagonismo del medio divulgando episodios cotidianos, haciendo Historia. Fue cronista cercano y cohesionó la sociedad. Asimismo, su devenir acopió algunas sombras.

Al igual que toda empresa e institución públicas, RTVV sufrió a lo largo del tiempo la erosión inducida por codicia, abuso y clientelismo. Su turbia existencia originó deudas milmillonarias, inasumibles. Cimentar ahora una inculpación unidireccional me parece tan injusto y descabellado como el propio cierre del medio. Gobiernos autonómicos, básicamente del PP, sindicatos y trabajadores debieron ser conscientes de un aumento incontinente, anárquico, oneroso. Si sumamos a este marco cierta dosis de estatismo irracional en las posiciones iniciales, habremos precisado parte del problema. La génesis no comprende sólo una componente económica sino el desencuentro absurdo que se revela incapaz de armonizar los diferentes intereses en juego. 

Tamaña ceguera origina mancilla, recelo, deserción, de un partido bastante deslucido a nivel comunitario y estatal. El PP -no Fabra, que también- debe asumir el desgaste que supone tan rechazada determinación. Por su parte, casi dos millares de trabajadores inflarán las listas del paro. Quizás no sean peor las situaciones individuales. Vislumbro auténticas tribulaciones familiares. No obstante, los verdaderos perjudicados, quien va a sufrir el efecto amargo será la sociedad valenciana. Desconozco qué razones, salvo arrebato momentáneo, ha llevado a unos y otros a suicidarse vanamente. Nadie se beneficia. Hay un perjuicio general, incluso considerando exageradas afirmaciones sobre el impacto cultural y vertebrador. Pocas dudas plantea considerar el XV Siglo de Oro de las letras y artes valencianas. Por aquel entonces (ocurrente giro) no había radio ni televisión.

Dicho lo anterior, me sorprende esa vocación manipuladora que, desde distintos ámbitos, envuelve cualquier pronunciamiento del PP. Comparto y aplaudo los esfuerzos asumidos por el personal adscrito al ente valenciano en defensa de sus legítimos intereses. Creo con ellos que la mayor responsabilidad se fundamenta en los tentáculos del poder, sea político o sindical. Ahí se genera el problema, con el añadido de que algunos cómplices quieren formar parte vertebral de su solución. Constituyen ese grupo anecdótico, insólito, algo rancio, que quieren ser novios en las nupcias y difuntos en los enterramientos. Su afán protagonista deja al descubierto una inanidad extrema cuyo resultado tradicional atrae desgracias e inquietudes.

Cuestiono, al compás, el ruido de la calle. ¿Qué pintan en ella colectivos sin conexión con el mundo audiovisual? ¿Se decantan por el río revuelto? Politizan el clamor y quiebran la solidaridad. ¡Cuánta gente que se abona al bloque retrocede para no comulgar con ruedas de molino! Hasta vería razonables todo tipo de advertencias, de admoniciones, contra el poder, pero contra cualquier poder. Repelo aquellas persecuciones orquestadas, grupales, impúdicas a veces, que cabalgan a lomos de la misma ideología. Quienes favorecen el impulso de tanto sectarismo, deben saber que o bien se engañan -y han de rectificar- o son cómplices conscientes en los continuos intentos de constreñir las maneras democráticas. 

Colectivos sin tacha aparente y ciudadanos con desvelos sociales conforman la comparsa necesaria. Partidos entusiastas del tumulto permanente, a su pesar, atesoran la responsabilidad de transgredir esa calma rehabilitadora que ansía el individuo. PSOE e IU encrespan a la multitud contra el cierre de RTVV cuando no hace mucho, temiendo una manipulación electoralista -tan real como la de Canal Sur, amén de otros canales públicos- pedían su cierre definitivo. Entonces, para ellos, no contaban los miles de trabajadores que deberían quedar en situación similar a la actual. Venden con soberbio cinismo fuegos artificiales, cohetería, que esta tierra idolatra apasionadamente. La sociedad valenciana abomina el carpetazo dado por el gobierno a la televisión pública. Del mismo modo, tampoco debiera ser un huésped privilegiado de parásitos políticos que ven en ella el alimento ideal, su maná preferido.

 

 

viernes, 1 de noviembre de 2013

ESPÍAS Y JUECES


 

Thomas Henry Huxley, en mil ochocientos setenta, demostró que la abiogénesis (generación espontánea) era un supuesto falso. Del mismo modo, concluir que no acontecen episodios tutelados por la mano del hombre, es una quimera digna de cerriles o crédulos inconscientes. La diferencia entre Aristóteles - autor del yerro biológico- y los gobernantes actuales, defensores a ultranza del acaecer azaroso, es más que notable. Aquel observó la aparición de seres vivos en bases inorgánicas. Los escasos medios del momento le impidieron, a través de experimentos, cotejar su hipótesis. Por ello infirió la generación espontánea. El hombre público, adicto a una impunidad plena, suele esconderse en casualismos para ofrecer razones que de otro modo serían onerosas. Uno aplica la lógica de los hechos. Otros adulteran el acontecer aunque para conseguirlo usen métodos rayanos en lo reprensible. Visten, al menos, ropajes antidemocráticos.

Proclamaba Jacinto Benavente, nuestro Nobel dramaturgo, que “la casualidad es un desenlace, pero no una explicación”. Prebostes de la casta política que sufre España se encargan de rectificarlo. Pocos aúnan realidad y fundamento. Asientan indigencia, cuando no desvergüenza y maldad, sobre pilares cuyos rudimentos constitutivos rebosan soberbia, ambición y fraude. Se han hecho acreedores de un descrédito excepcional. Su trayectoria erosiona al partido e impiden que sangre nueva, jóvenes incorruptos cargados de entusiasmo y estética, pueda tomar un testigo bastante ajado. Resulta  cómplice necesaria, claro, esa misma juventud temerosa -asimismo sometida- a una disciplina canallesca y cobarde. Siempre pensé que todo statu quo termina por inmolarse debido a excesos arbitrarios de los líderes y a la incapacidad que tiene el clan sucesor de asumir respuestas contundentes.

El PP, ahora mismo, se halla inmerso en un momento angustioso. Les viene encima, suman, tal cantidad de contratiempos que desbordan y desestabilizan al partido más compacto u homogéneo. Encima, este marco concreto no le caracteriza. A Bárcenas, a sus sobres opacos y extras, hay que añadir una ley educativa -siempre en ciernes- cuya contestación llena meses y titulares. Un PSOE montaraz, dividido (por ello temerario), casi huérfano, junto al nacionalismo hosco, despeñado, se emplea a fondo sembrando una calle dispuesta a recibir cualquier semilla que haga crecer su hastío. Si no fuera suficiente, viene Estrasburgo para, en un fallo encarrilado, crear enorme rechazo social. La concentración de apoyo a las víctimas constata el malestar ciudadano hacia el gobierno. Así fue a pesar de las reiteradas demandas de respeto, se dijo, a las víctimas. En el fondo pretendían salvar la cara a Rajoy.

Un refrán válido para católicos y ateos expresa que “Dios aprieta, pero no ahoga”. El turbio espionaje americano vino a cuajar la oportunidad del adagio. Con él, y la resonancia mediática incrementando su trascendencia, se acallaron los molestos ecos de un veredicto ignominioso. La sociedad -veleta, hambrienta de novedades, acuciada por la indiferencia informativa- cambia pronto de aliciente. Estrasburgo queda arrinconado para hincar el colmillo al cinismo americano que espía a sus propios aliados. Esos acuerdos Eta-Ejecutivo (tácitos a nivel popular y cuya consecuencia evidente es la excarcelación de presos) pasan a segundo plano. Las víctimas, el rebato general, quedan superados por un espionaje de tebeo que agiganta la coyuntura. Al final, el CNI reconoce haber protagonizado un aderezo oportuno. Añado, y rentable.

Las tretas atesoran corto recorrido. Por este motivo, se hace necesario el recambio inteligente, eficaz. No hay mejor estrategia que dosificar el humo. Vale cualquier estridencia si se envuelve adecuadamente. Unos, de forma consciente, y otros, vendidos a la audiencia, airean, amplían hasta la nausea, informaciones que aspiran conseguir parecidos efectos al perfilado por el palo y la zanahoria. Una probable imputación de la infanta; un PP madrileño embarcado en desafiar cualquier normativa fiscal; el sobreseimiento del borrado de dos discos duros donde, supuestamente, Bárcenas acumulaba pruebas contra miembros destacados, se convierten en elementos clave para prolongar esa impunidad tópica. Por suerte para el político, la memoria ciudadana es tan corta como su nervio crítico.

Estimo quimérico que alguna potencia adscrita a la Unión Europea sufra una casta política parecida a la vernácula. Esta seca piel de toro convive, desde hace siglos, con la intransigencia, el enfrentamiento y el latrocinio. Talante democrático y políticos, en España, son conceptos antagónicos. Solemos justificar  nuestra indolencia echando la culpa a los gobiernos. Estos ocultan su ineptitud argumentando que su hechura procede del mismo material que conforma al pueblo. El cenagal, insisten, proviene del mismo polvo. Puede, pero ellos -además- cuentan con espías, jueces y una amplia caja de resonancia.