Sin duda, ha sido la
legislatura más corta del actual periplo democrático. Algunos, inconscientes o
caricaturescos, abonaban la esperanza de que el último minuto viniera
acompañado por un milagro antes de disolver las Cortes. Ayuno de fe, afecto al
sentido común, conceptúo los milagros quimeras existentes solo en mentes
débiles o, peor aún, desnortadas. Pese a lo dicho, hay prodigios inexplicables.
Siete millones, al menos, de españoles hacen de su vida un milagro permanente.
Mientras, políticos adscritos a las diversas siglas que abarca el amplio
espectro parlamentario se entretienen con juegos de tronos. Olvidan esa labor
social que proclaman norte y guía de sus desvelos. No tienen remedio. La
legislatura de forma oficial, jurídica, ha fenecido. Requiescat in pace. Lo
confirma la jueza en excedencia, señora Rosell, que deja su escaño (a buenas
horas) para ser juzgada en Canarias. ¿Decencia o desconfianza? El tiempo dará respuesta
exacta, aunque temo lo peor.
Decía Cicerón que una
muerte honrosa puede glorificar una vida innoble. Certifico el carácter torpe,
insultante, de estos cuatro meses que nos ha brindado semejante crónica
parlamentaria. Bien es verdad que lo normal de esta legislatura desahuciada no
supera el cobro de emolumentos (sisa me atrevería a calificarlo) por parte de
sus señorías. Voces, probablemente poco atinadas, plantean una devolución in
extremis de lo percibido. No es ni más ni menos populista que otras propuestas
merecedoras del asentimiento general. Existen indicios, precedentes y sospechas fundadas, de que en este país
nadie restituye nada. Si la vida es todavía vil, esa muerte próxima no presenta
ningún signo de probidad. Ambas caras, muerte y vida, parecen caracterizarse -aquí
y ahora- por una incontinencia total.
Sin embargo, a mí no me
preocupan las pompas que desplieguen para iniciar la nueva campaña. Advierto
una vieja táctica, común a “castas añejas” y a “actuales redentores”: siempre
es culpable, responsable, el rival. Hay otros centenarios defectos que exhiben
en este temprano despertar. A pocas horas del velatorio, cercano el último
aliento, los políticos -haciendo oídos sordos a consejos que demandan una
campaña austera, casi menesterosa- han iniciado las hostilidades. Conjeturo
nula voluntad de adecuarse al especial marco económico pese a hipócritas
insinuaciones. Días antes de disolver las Cortes y mes y medio previo al
comienzo oficial de la campaña, continuamos en ella prácticamente desde el 20D.
Es decir, llevan ciento veinte jornadas batiéndose el cobre. Y lo que te
rondaré, morena. Luego hablan de moderación. Mal empezamos.
Nos queda mucho por ver.
El derroche de ciento ochenta millones sería una inversión rentable si sirviera
para optar con criterio. Pero no. Una ingeniería social hábil invita al elector
a votar de forma visceral, inconcebible. Tal escenario obliga a ventear
defectos, reales o presuntos, del contrario en lugar de exponer programas
rigurosos y realistas. Solo así los populismos quiméricos, seductores, pueden amasar
logros extraordinarios. El bipartidismo gestor empezará enseguida a pagar su
peaje. Conseguir una multitud sumisa, mediocre, faculta a quienes atesoran
maneras engañosas, demagogas, para crear conciencias sociales que fomenten la
entelequia porque enmarañan lo dicho y lo hecho. El individuo, austero, queda
satisfecho con poco, descuida lo genuino; duerme tranquilo bajo los oportunos sopores
de promesas imposibles. Quién sabe si estaré perfilando, inconscientemente, el
granero de Podemos.
Algunos opinan que
acabamos de presenciar el esperpento político dentro de una España
esperpéntica. Se equivocan aquellos que, llenos de largueza o candidez, señalan
así el momento actual. La situación sobrepasa los rasgos grotescos para
adscribirse a un escenario donde se impone el sectarismo como ley de actuación
política. Puede observarse también una egolatría enferma -tal vez enfermiza-
incapaz de ver al otro como complemento necesario (casi obligado) en lugar de
peligroso rival. Percibiremos extraños movimientos, golpes de timón,
vicisitudes insólitas, pero seguiremos subidos al mismo caballo fiero de la bajeza.
Cuando al pueblo le urgen soluciones, estos fanáticos -si no cainitas- blanden
la quijada como argumento dialéctico. No buscan convivir; quieren imponerse. Ya
lo dijo en un arrebato aquel apóstol milagrero, salvador de la nada: “El cielo
no se toma por consenso sino por asalto”. Breve síntesis metodológica de su
acción ejecutora. Si yo fuera Garzón adoptaría ciertas precauciones, por si
acaso.
Preparémonos para velar
el cuerpo exhausto, yacente a poco, de esta corta legislatura. El ciclo
biológico enseña que la muerte produce vida. No obstante, hemos de estar alerta
no vaya a cumplirse aquella sentencia de Napoleón: “La muerte es un dormir sin
sueños, y tal vez sin despertar”. He ahí el fracaso, el devenir hipotético que
puede entronizarse en la oscuridad de un futuro incierto. Podemos e Izquierda
Unida juntos pueden lograr seis millones de votos que les daría, al menos, una influencia
gigantesca. Si PP y Ciudadanos no sumaran, tampoco lo harían -eso dicen las
encuestas- Ciudadanos y PSOE. Con estos datos, unidos al hecho evidente de la
acreditada enemistad Rajoy/Sánchez, ¿qué nos espera tras el 26J? ¿Una rueda
diabólica o ese gobierno reformador, de cambio, que se invoca maquinal y
falazmente? Lo simple, amén de lo imposible, goza del mismo crédito que los
teoremas pues no precisa comprobación. Aquí anidan los éxitos, asimismo los
fracasos, de Podemos porque explicar lo simple, o lo inverosímil, implica
adentrarse en peligrosas arenas movedizas. Ese es el calvario de Iglesias.
Imagino, pese al probable
éxito unitario de Podemos e Izquierda Unida, un resultado electoral que aporte
escasas alegrías a Pedro Sánchez. Si conformara el gobierno que ansiara ayer,
sería suicida para el PSOE y devastador para los españoles. Constituiría un
descalabro tras el fracaso. Presiento que no se dará, que habrá un final feliz,
una renovación política floreciente, alegre, copiosa, pero… Esperemos, como manifestara
Erich Fromm, no morir antes de haber nacido por completo.