Jamás creí en cuentos de
hadas, ni aun de niño. Durante años toleré fabulosos cuentos chinos pero
dejaron de extraviarme hace tiempo. Estos relatos son propios de estadios
vitales participados por una inocencia beatífica. Sin embargo, individuos maduros,
curados de espanto (real o supuestamente), viven y gozan sus fascinantes
historias. ¿Son bobos solemnes? No, solo incultos. Los cuentistas, distintos a
cuenta cuentos, quedan al descubierto solo cuando tropiezan con adultos
informados. Aquellos saben que la farsa se alimenta de necios, irreflexivos, o
con enormes lagunas culturales, amén de dogmáticos cuya guía es un crédito
irracional. Semejante escenario provoca la indecorosa colisión entre propuestas
educativas e intereses gubernativos. Nadie crea que al poder le importen
sociedades fisgonas, inquietas, juiciosas. Persiguen ciudadanos -contribuyentes-
sumisos, retraídos, analfabetos; listos para adscribirse al rebaño nacional.
Llevamos tres meses de
parálisis gubernamental; en realidad, siglos. Todos, gobernantes -sin gobierno-
y gobernados proclaman la erosión que provocan las mayorías absolutas. El
pueblo, respetuoso, acorde, ha transferido sus votos a cuatro siglas por igual.
Surge así lo que podríamos llamar un bipartidismo doble (quizás doblado, quién
sabe si tronchado), de coalición. Un auténtico guirigay donde abunda el ruido y
escasean las nueces, una perrera de hortelano llena de ansias y temores. Avanzan,
retroceden; a la postre, ofrecen un reposo dinámico. Parecen estar sometidos a
campos gravitatorios y sufran serias dificultades para descubrir su polo de
atracción o repulsión. Se juegan mucho pues el efecto final lleva al éxito
rotundo o a la extinción definitiva. Me escandaliza que excusen afanes
personales con ese latiguillo mordaz, infame, hilarante, de que lo primero, lo
primordial, es España y los españoles. Cínicos, desvergonzados.
Parodiando a Figueras,
uno de los presidentes de la Primera República, amén de alterar algo su frase,
digo: “Señores, estoy hasta los cojones de todos vosotros”. Hay quien peca de
inmovilismo con argumentos escasos de razones e infaustos en táctica política.
Hay quien persigue gobernar sin detenerse en costos para el partido o para los
españoles. Hay quien se adhiere a un dinamismo confuso, sin tasar que el
movimiento, a veces, lleva al despeñadero. Hay quien, al fin, espera aprovechar
la coyuntura para pescar, a río revuelto, en aguas democráticas con arreos o
artilugios espurios, antidemocráticos. Y nosotros sin vender una escoba. Sorprende
que la zurda con linaje democrático, PSOE e Izquierda Unida, acoja y legitime extremismos
incompatibles con Estados ricos, libres, modernos. Nunca fue solución esconder
la cabeza bajo el ala, menos cuando quieren asaltar nuestro espacio ideológico,
porque no existe granero para el conjunto.
Este PSOE siente avidez por
formar un gobierno de cambio, reformista y progresista de izquierdas, en
palabras específicas. Próximo al paroxismo, cegado por la ambición, Sánchez -junto
a su Comité Federal- proclama tales virtudes de forma osada. Estiman que los
cambios son positivos siempre como si jamás hubieran oído el vocablo regresión.
Ese retroceso a que nos llevó Zapatero, fue la causa por la que Rajoy gozara de
una mayoría absoluta inmerecida. Tanto, que solo ha durado una legislatura.
¿Cómo puede ser un gobierno reformista sin contar con los votos necesarios y
con mayoría absoluta del PP en el Senado? Pura fachada, absurda empresa,
bonitas palabras. Nada más. Respecto al progresismo de izquierdas, véase la secuela
del señor Rodríguez, técnicamente padre operativo de la izquierda
metaprogresista.
Me interrogo, desmenuzando
tranquilas lucubraciones, qué sugieren tres siglas diferentes de izquierdas. Si
el PSOE abona el campo de la socialdemocracia europea, que es mucho entrever,
Izquierda Unida ocupa la izquierda marxista, incluyendo sus aciagas hipótesis
económicas, qué espacio ideológico atiende Podemos. Ninguno. Es un parásito cebado
a costa de los anteriores mediante fraudulenta carta de presentación. Partido
de laboratorio; alquimista. Liberales y socialdemócratas europeos quedan
separados por diferencias nimias. En España ocurre igual pese a los inútiles
esfuerzos de Zapatero y Sánchez por aparentar lo contrario. Este, además, no es
consciente del deterioro general a que nos llevaría una política de izquierda
radical. Cuba, Venezuela, Grecia -entre otros países- son ejemplos
incuestionables. “Kichi”, alcalde de Cádiz, empieza a tener problemas por
incumplir promesas huecas, retóricas. El individuo descubre los engaños solo
cuando se impone impúdicamente la realidad. Queda mucho por ver.
Ayer presencié un nuevo
capítulo de la actual tragicomedia. Monedero, el notorio Guadiana de la
política patria, surgió falaz, mitinero, exultante. Audiovisual, manifestaba preciosista,
casi etéreo, sus afanes de que el PP perdiera cualquier posibilidad de gobierno
por su “política recesiva que ha llevado a recortes económicos, pérdida de
libertades y estado de bienestar” (sic). Anunciaba la “buena nueva”: un
gobierno a punto de pactarse, incluyendo la insólita generosidad (sacrificial)
de Pablo Iglesias, el salvador. Reiterado el mensaje hasta la pesadez, silenció
que dimitir de un sueño es prudente desde el punto de vista psiquiátrico. Asimismo,
ocultó la hábil estrategia gratuita porque él (Pablo) es Podemos y, de llegar
al pacto, en vez de dimitir sería vicetodo en la sombra. Sustituye esa urgente
necesidad que indican las prospecciones por la virtud aparente, fructífera. El
gato escaldado huye del agua fría.
Llegó al colmo. El aparte
fue la actitud agria con Rivera (con cualquier disidente) al que calificó de “titiritero”.
Mostró recurrente, a poco, cierta displicencia agresiva -al mismo tiempo-porque
se le limitó el tiempo mitinero. No me extrañó la audacia supina de quien comete
ese grave tropiezo social de ser presunto defraudador fiscal. Desesperada e
importuna bravura. Como diría Diego de
Acuña, entre lo obsesivo y lo insolente: “Podemos es así, señora”.
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