viernes, 24 de junio de 2011

UN LORO, UN "PIRAO" Y UN OCURRENTE


Lejos de mi intención cualquier lectura lesiva o exégesis injuriosa, el epígrafe que antecede contiene una carga alegórica sin más. A lo sumo constituye el ejercicio democrático de la censura obligada al prócer cuando su gestión, o sus manifestaciones, se enmarcan en la torpeza. Ambos hechos son actos donde el decoro queda maltrecho e incluso puede advertirse cierto tufo mordaz, dominador, consecuencia directa de ese supuesto, en ocasiones cimentado, de la idiocia generalizada del pueblo español. Nuestros prohombres, por indoctos e inútiles que se revelen, deben ver el monte plagado de orégano. Con toda su "jeta" (que es nutrida), con todo su afane (que no es escaso), me recuerdan ¡pobrecillos! a aquel personaje televisivo que, tras diversas peripecias, admitía por medio de gigantesca pizarra: "el tonto soy yo".

Reitero el tenor inocuo de estos renglones. El vocablo "pirao" (según el habla habitual de mi pueblo) pudiera arrastrar una servidumbre turbia. Su acepción coloquial (tomada para la oportunidad) se refiere a persona alocada, aturdida; carente de destreza en el buen juicio. Cuando diserta provoca en quien lo escucha un  extraño proceder risible, maquinal y penoso. Caídas, piruetas, lapsus o alucinaciones (aun histriónicas) traen consigo fatalmente la hilaridad, a veces, poco aséptica.

La presente situación (espeluznante) no es origen, por insólito que pudiera parecer, de comportamientos agresivos, ni tan siquiera de virulencia dialéctica. Antes bien, la sociedad practica una conducta cercana al hartazgo, a la tensa calma, mientras otea acontecimientos temibles. Al ciudadano, exhausto, maltrecho, empobrecido, le produce náuseas el escamoteo impúdico, ilimitado, de quienes deberían contribuir a ejemplarizar la gerencia pública y, sin embargo, ahogan enseguida cualquier impulso ético o de austeridad.

Días atrás la prensa se hizo eco de que Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ex presidente de la Junta extremeña, ocupaba una imponente oficina; predio imputable al gobierno autonómico. También tenía a su disposición -al menos- dos automóviles, chofer, secretaria, gastos, dietas y prebendas varias incluidas. Ello al amparo de una ley que él mismo promulgó en dos mil siete. Sacar a la luz esta circunstancia privilegiada, más ahora, obligó a suspender temporalmente tal prerrogativa, tan extemporánea como ilegítima. No quedó desnudo el ex, pues de inmediato se le nombró vocal del Consejo de Estado; una concesión dorada (hecha al amigote) que conlleva coche oficial, chofer, secretaria y emolumentos cercanos a los noventa mil euros anuales. El exceso transfigura al señor Ibarra en loro, ese animal con bello plumaje capaz de atiborrarse de chocolate, al decir de comunicadores unidireccionales. Otra afrentosa desvergüenza.

La palma de frases lapidarias en la histórica colección del disparate, haciendo añicos récords anteriores, lleva el nombre de Zapatero al manifestar hueco: "adelantaré el final de la crisis porque lo exige el pueblo español. Así mismo, priorizaré la economía productiva sobre la financiera". ¿Merece o no ese epíteto de "pirao" en el mejor y caritativo sentido? Hay, sin embargo, otra probabilidad que mantendría el mismo nivel de ligereza. Se refiere al hecho factible de que nuestro presidente atribuya a las autoridades de Kazajistán (mandatarios y financieros en general) un grado de indigencia intelectual semejante al de la sociedad española.

Rubalcaba, el candidato, pone un broche de atrevida evacuación como acostumbra. Padre de la LOGSE y de sus funestas secuelas, reivindica ahora el cambio del sistema educativo como elemento dinamizador de la economía. A buenas horas mangas verdes. Propone además un MIR para profesores. Como enseñante jubilado, la última ocurrencia me parece una broma; sí, pero de mal gusto. Dudo que Alfredo atesore la aureola precisa para teorizar sobre educación, menos para reformarla. Las ocurrencias insípidas son evanescentes, auténticos brindis al sol.

Los escuetos ejemplos conforman sólo la punta del iceberg. En este contexto, pedir socorro sirve para poco. Hace tiempo opté por la indignación contestataria, al margen de toda mesura que preconicen políticos y satélites.

 

 

martes, 14 de junio de 2011

UN RITUAL ENGORROSO


Se acerca, implacable, el plazo para formalizar la declaración de Hacienda; ese ritual que exige inmolarnos cada año. Utilizo conscientemente la forma pronominal del verbo inmolar porque su significado: dar la vida, la hacienda, el reposo, etc. en provecho de alguien o de algo, concuerda con el objetivo recaudatorio, casi despojador, del gobierno. Yo, deudor asiduo, suelo presentarla el último día; cuyo móvil, tal vez mal entendido, equiparo a un gesto de rebeldía. Constituye la modesta opción personal para mostrar (mostrarme) absoluto rechazo a tal canon.

 No tengo particular repugnancia al hecho de contribuir; me enfurece su derrama y, sobre todo, en cómo se aplica mi aporte. Es de dominio público que el aspecto progresivo del impuesto se limita, en realidad, a un voluntarismo inane; incluso a un pomposo chute opiáceo capaz de adormecer, aplacar, sentimientos subversivos. Las grandes fortunas se acomodan a leyes que les permiten el fraude efectivo, sin perjuicio de recorrer, el común, vericuetos confusos que terminan recortando el precepto e inútil para la gran mayoría sujeta a nómina. Semejante contexto provoca, por ruina, el ocaso; una desaparición progresiva y alarmante de la clase media, columna dorsal del Estado.  Mi umbral de hastío lo baso, no obstante, al proceder antojadizo, en ocasiones punible, con que se asigna el tesoro público. Prebostes de todo pelaje destilan arrogancia inclemente, al tiempo que pregonan falsos desvelos benefactores soslayando justicia y equidad. ¿Será preciso recapitular el extenso catálogo de conquistas sociales prometido por el ejecutivo e incumplido al paso del tiempo? ¿Olvidamos aquellos apoyos y subvenciones a élites "intelectuales", sindicales, empresariales o financieras con un montante de miles de millones de euros? Las vivencias que no aleccionan nos convierten en sujetos acríticos, marionetas del atropello.

 El déficit se consuma cuando gastamos más caudales que generamos. Este escenario conlleva el aumento de deuda pública. Sólo puede conseguirse el equilibrio aquilatando dispendios o aumentando ingresos con mayor exigencia impositiva. Los políticos, según constatan diarios y noticieros, rechazan cualquier propuesta que merme sus privilegios; antes bien, consiguen una insólita unanimidad al someter a votación subidas salariales o ventaja sustantiva. Reducir el derroche municipal, autonómico o estatal, parece improbable mientras los actuales partidos continúen demoledores, inmunes a los problemas ciudadanos. Han creado  monstruos voraces, sin freno, que terminarán por engullir a sus promotores si antes no los domestican; mejor aún, los aniquilan. Imposible, pues, disminuir el derroche; subirá, por tanto, el baremo impositivo hasta casi asfixiarnos. La atmósfera, por fas o por nefas, está algo cargada.  

 Egoísmo desmedido e insensibilidad, vicios tópicos (¿genuinos?) de nuestros prohombres, obligan al gobierno -inicuo, cómplice, permisivo- a sobrepasar con creces esa frontera que impone la ética, el mandamiento social propio de una democracia auténtica. Aquí se inicia el atajo que concluye pervirtiendo el Estado de Derecho. Al quebrar la división de poderes, toda democracia queda convertida en horrible caricatura; aparecen soterrados guiños dictatoriales y el individuo acaba sometido a intereses varios, indefenso, sojuzgado. Las esencias doctrinales, en estos casos, conforman auténticos señuelos a los que persiguen, con perseverancia, naciones ignorantes e ingenuas.

 Convencido del timo a trueque trilero, aferrado ilusamente a una libertad arrebatada en nombre de la democracia, vivimos (esclavos) bajo el caudillaje de un ejecutivo tiránico, absoluto, con el apoyo imprescindible de medios en alquiler. Este entorno colma mi indignación a la hora de liquidar a esa Hacienda que voces demagogas, falaces, afirman somos todos. Sufragamos no sólo la pérdida de nuestra libertad sino la desvertebración de España, cada vez más débil en el concierto internacional. Esquilman sudores propios y ajenos para conseguir apoyos insalubres o quebrantar instituciones judiciales, cuya independencia  legitima con exclusividad el Estado Democrático. Existe un refrán castizo que describe exactamente este horizonte. Tras suavizar el texto y negar toda interpretación miserable, dice así: Encima de  meretriz (dejo al albedrío del amable lector el sinónimo) hay que poner la cama.

 Extinta, en parte, por mor de estos renglones la aversión que me embarga año tras año, subordino mi espíritu (también mi bolsillo) a establecer la parte alícuota que he de ingresar. Así podrá costearse esa cama enorme, inmensa, donde cuatro aventureros sin escrúpulos violentan a un pueblo sometido, esclavo.   

 

sábado, 4 de junio de 2011

CONFUNDIR LA VELOCIDAD CON EL TOCINO


La última reunión del Comité Federal socialista -ese concilio alabanero, epílogo patético al descalabro electoral- resultó sorprendente. Su raquitismo les hizo sustituir la crítica, el oportuno análisis, por una especie de pócima que, sin curar el mal, evitase los previsibles estragos evidenciados en la enfermedad. Fue curioso advertir como ambos mandamases, coautores directos de la agonía económica y del oprobio político, disfrutasen ufanos (cual cataplasma lenitiva) del discurso lisonjero. Uno y otro, recíprocamente, se intitularon atletas. Con poca fe, o ayunos de ella, el presidente (para la ocasión telonero) evocó al antaño velocista Rubalcaba y éste (convertido en oficiante) confirma a Zapatero corredor de fondo; en mi opinión, hace tiempo desfondado. Suplieron el contrito y necesario examen de conciencia por esa banalidad retórica.

 Incursos arteramente en los senderos de la velocidad, me produjeron una apetencia infrecuente de escrutar tales comportamientos, aprestaron mi ánimo a escrupulosas lucubraciones. El error, involuntario o menos, al igual que cualquier ente abstracto es inconmensurable, huérfano de toda medida. Sin embargo, hay lugares donde al protagonista del yerro mayúsculo, inmenso, se le espeta desdeñosamente el siguiente latiguillo lacerante: "confunde la velocidad con el tocino". Semejante reproche impera, al menos, en la Manchuela conquense. Significa una metedura de pata garrafal, infinita; sólo aplicable a personas irreflexivas, insolventes e incluso subyugadas por ardor vicioso.

 El 22 M sirvió para poco, aparte cambiar el color político del mapa nacional. Pobre negocio si la corrección afecta únicamente al tono cromático. Los socialistas no han entendido (no quieren entender) el mensaje que expresaron las urnas con meridiana nitidez. Ellos, tan demócratas, hacen caso omiso a los ciudadanos. Pidieron renovación, cambio de rumbo, y les responden, obcecados, aferrándose desesperadamente al poder o, en el colmo de la sordera, retrotrayéndose resucitando un estilo opaco y un líder maquiavélico, déspota, digno de olvido. Siguen pensando, a pesar del varapalo, que el personal es imbécil, olvidadizo, inconsistente. El 22 M constata, superada la bambolla (esto ha resultado) preelectoral de los "indignados", que son ellos los majaderos. Su torpeza para gestionar el país se agrava sobremanera porque han malgastado la credibilidad inicial. Los desvelos que prodigan, acompasados por voces adscritas a la consigna, ya no convencen a nadie, pues  el movimiento hay que demostrarlo andando, nunca parado. Menos si confían para conseguirlo en quien todos le reconocen rey de la tramoya, burlador impenitente y cínico irredento. Están enterrando la ilusión colectiva iniciada allá por los años ochenta. ¿Cómo puede generar optimismo quien es corresponsable, en dos gobiernos diferentes, de sendas situaciones ruinosas?

 El PP, por su parte, adolece del mismo achaque. Sigo sin entender en qué méritos se fundamentan para creerse ganadores. El diagnóstico proviene incorrecto. El español suele votar a la contra, con las vísceras, sin cabeza. El PP no ha ganado nada; el PSOE ha perdido todo. Al votante ya no le influye táctica agresiva alguna. Muestra su hartazgo al insulto, al dóberman, a la recuperación de las dos Españas, a la falta de programa. El reciente resultado refleja un voto de castigo más que de convencimiento. Rajoy haría bien mostrándose incisivo, pero humilde, y abandonar la torpe (asimismo falsa) intención de virar el calcetín. Sólo gobernará tres nuevas autonomías (Castilla la Mancha, Baleares y Cantabria) junto a otras tantas dudosas (Aragón y Extremadura). Los problemas de España no empiezan a resolverse con auditorías, que también; además es necesario crear empleo, cambiar la Ley Electoral, liberar la judicatura, combatir la corrupción...; en fin, regenerar la democracia. Que don Mariano proclame ahora la contención en el gasto, tras el ayuntamiento de Madrid y la Comunidad valenciana, parece, al menos, un despropósito. La incoherencia conlleva otra derrota electoral. Cuidado, al PSOE se le ha castigado por un desastroso gobierno. El votante todavía no pasó factura al PP por su equívoca oposición.

 Nuestros políticos, a lo que se viene observando, aderezan sus propios yerros con remiendos para desfigurarlos (quién sabe si pervertirlos) y hacerlos provechosos. Esfuerzo estéril. Demasiado abismo entre velocidad y tocino.