La última reunión del Comité Federal socialista -ese
concilio alabanero, epílogo patético al descalabro electoral- resultó sorprendente.
Su raquitismo les hizo sustituir la crítica, el oportuno análisis, por una
especie de pócima que, sin curar el mal, evitase los previsibles estragos
evidenciados en la enfermedad. Fue curioso advertir como ambos mandamases,
coautores directos de la agonía económica y del oprobio político, disfrutasen
ufanos (cual cataplasma lenitiva) del discurso lisonjero. Uno y otro,
recíprocamente, se intitularon atletas. Con poca fe, o ayunos de ella, el
presidente (para la ocasión telonero) evocó al antaño velocista Rubalcaba y
éste (convertido en oficiante) confirma a Zapatero corredor de fondo; en mi
opinión, hace tiempo desfondado. Suplieron el contrito y necesario examen de
conciencia por esa banalidad retórica.
Incursos arteramente en los senderos de la velocidad,
me produjeron una apetencia infrecuente de escrutar tales comportamientos,
aprestaron mi ánimo a escrupulosas lucubraciones. El error, involuntario o
menos, al igual que cualquier ente abstracto es inconmensurable, huérfano de
toda medida. Sin embargo, hay lugares donde al protagonista del yerro
mayúsculo, inmenso, se le espeta desdeñosamente el siguiente latiguillo
lacerante: "confunde la velocidad con el tocino". Semejante reproche
impera, al menos, en la Manchuela conquense. Significa una metedura de pata
garrafal, infinita; sólo aplicable a personas irreflexivas, insolventes e
incluso subyugadas por ardor vicioso.
El 22 M sirvió para poco, aparte cambiar el color
político del mapa nacional. Pobre negocio si la corrección afecta únicamente al
tono cromático. Los socialistas no han entendido (no quieren entender) el
mensaje que expresaron las urnas con meridiana nitidez. Ellos, tan demócratas,
hacen caso omiso a los ciudadanos. Pidieron renovación, cambio de rumbo, y les
responden, obcecados, aferrándose desesperadamente al poder o, en el colmo de
la sordera, retrotrayéndose resucitando un estilo opaco y un líder
maquiavélico, déspota, digno de olvido. Siguen pensando, a pesar del varapalo,
que el personal es imbécil, olvidadizo, inconsistente. El 22 M constata,
superada la bambolla (esto ha resultado) preelectoral de los
"indignados", que son ellos los majaderos. Su torpeza para gestionar
el país se agrava sobremanera porque han malgastado la credibilidad inicial.
Los desvelos que prodigan, acompasados por voces adscritas a la consigna, ya no
convencen a nadie, pues el movimiento
hay que demostrarlo andando, nunca parado. Menos si confían para conseguirlo en
quien todos le reconocen rey de la tramoya, burlador impenitente y cínico
irredento. Están enterrando la ilusión colectiva iniciada allá por los años
ochenta. ¿Cómo puede generar optimismo quien es corresponsable, en dos
gobiernos diferentes, de sendas situaciones ruinosas?
El PP, por su parte, adolece del mismo achaque. Sigo
sin entender en qué méritos se fundamentan para creerse ganadores. El
diagnóstico proviene incorrecto. El español suele votar a la contra, con las
vísceras, sin cabeza. El PP no ha ganado nada; el PSOE ha perdido todo. Al
votante ya no le influye táctica agresiva alguna. Muestra su hartazgo al
insulto, al dóberman, a la recuperación de las dos Españas, a la falta de
programa. El reciente resultado refleja un voto de castigo más que de
convencimiento. Rajoy haría bien mostrándose incisivo, pero humilde, y
abandonar la torpe (asimismo falsa) intención de virar el calcetín. Sólo
gobernará tres nuevas autonomías (Castilla la Mancha, Baleares y Cantabria)
junto a otras tantas dudosas (Aragón y Extremadura). Los problemas de España no
empiezan a resolverse con auditorías, que también; además es necesario crear
empleo, cambiar la Ley Electoral, liberar la judicatura, combatir la
corrupción...; en fin, regenerar la democracia. Que don Mariano proclame ahora
la contención en el gasto, tras el ayuntamiento de Madrid y la Comunidad valenciana,
parece, al menos, un despropósito. La incoherencia conlleva otra derrota
electoral. Cuidado, al PSOE se le ha castigado por un desastroso gobierno. El
votante todavía no pasó factura al PP por su equívoca oposición.
Nuestros políticos, a lo que se viene observando,
aderezan sus propios yerros con remiendos para desfigurarlos (quién sabe si
pervertirlos) y hacerlos provechosos. Esfuerzo estéril. Demasiado abismo entre
velocidad y tocino.
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