viernes, 28 de diciembre de 2018

DECISIÓN SALOMÓNICA


La arrogancia busca en vano la sabiduría, dictamina una clásica reflexión moral. Tras las elecciones andaluzas, aparte los resultados, el escenario quedó reducido a necia capa de soberbia insoluble con las decisiones dadas por ciudadanos hartos. Susana Díaz, desarbolada justamente, endulzó la derrota enseguida afirmando que ella había ganado. Voces amigas, también sumisas tanto políticas como mediáticas, empezaron a corear lo oneroso de un pacto PP y C,s con Vox, “ese partido de ultraderecha”. Era evidente que tan burda patraña (única treta posible para continuar utilizando, o mangoneando, el palacio de San Telmo) no surtiría ningún efecto. Pero la “virreina” andaluza -me cae bien, a la postre- sigue afirmando que desea inaugurar la investidura. Nulo esfuerzo.

Pese al ridículo disparate, siempre queda un poso de esperanza. Ignoro si tal virtud, evocada con delectación, lleva por nombre Albert Rivera o Juan Marín. Ambos a dos o de manera individual, empezaron negando pan y sal al partido que había conseguido doce diputados y cuatrocientos mil votos. Obcecación e indigencia política se adueñaron de titulares y noticieros. Una falta de acuerdo favorecería, sin duda, los intereses de PSOE y Vox en perjuicio básicamente de Ciudadanos. No ocurrirá, pero la posible repetición electoral hundiría al partido naranja a nivel nacional. Valls, el anodino peso político que esconde su fachada barroca (frágil ornato), deslumbró a un Rivera inseguro y con torpes complejos ocultos bajo pretendido fondo roqueño. 

Desde el día dos hemos asistido a todo tipo de teorías e hipótesis, algunas ramplonas y muy descabelladas. Nada extraño si tenemos en cuenta la materia prima que conforma nuestro espacio político. Hasta el nefando presidente Sánchez (no eres más tonto porque no puedes, le espetó Antonio del Castillo), mantiene curiosamente ahora -a las vísperas, cuya invocación inicial reza: “Señor, date prisa en socorrerme”- que debe gobernar la lista más votada. Susana aspira gobernar por ser primera fuerza. A su vez, Marín lo pretende porque ha crecido más que nadie. Argumentos hay para calmar y colmar cualquier pretensión, aunque parezca risible e infantil. Este triste epílogo tiene desconcertados a propios y extraños con sorprendentes empeños al embeleco.

Ciudadanos, preso de gratuito terror al orquestado infundio que le mezcla con la ultraderecha, proyectó una decisión salomónica: ofrecer a todos los partidos representación en la Mesa del Parlamento andaluz. Jugada perfecta para acallar las voces que le acusaban de cooperación con Vox. Sin embargo, se impuso una realidad ayuna de pragmatismo y reflexión. Adelante Andalucía (denominación que la desgaja de Podemos) despreció el aguinaldo navideño para luego quejarse. Tal renuncia ambiciosa -digo no, pero me gustaría decir sí y alzo una voz divergente con esa ultraderecha demoniaca- indica que la madre naturaleza olvidó darles un corazón sabio e inteligente. Quieren blanquear a toda costa, por supuestas razones a contrario, su propia y más intranquilizadora radicalidad.

Como mencioné antes, el arrogante busca en vano la sabiduría. A mayor escarnio, la vida política española se encuentra abarrotada de arrogantes. Este vicio no tiene protagonistas ni parangón; ocupa cualquier territorio y envilece a todo el combinado humano. No obstante, donde los efectos experimentan consecuencias trascendentes es en la gestión inútil, habitual, de políticos ignorantes. Peor aún, huyen -como alma que lleva el diablo- del sentido común. Exigirles sapiencia, cautela, aptitud, significaría pedir peras al olmo. Tal vez fuera conveniente no reclamarles nada porque si exhiben incapacidad, falta de ética, bochornosas patrañas e instinto delictivo, mejor dejar a ellos que apliquen y se responsabilicen del ritual.

Ciertamente, para gobernar no se precisa sabiduría pero sí sentido común. Las elecciones andaluzas carecen de impronta ilustrativa. Mucho antes de ellas sabemos que nuestro linaje político renunció a dicho sentido. Pero su inmediatez obliga a analizar ciertas manifestaciones y referencias. Callo las urgencias, por parte de Iglesias, a tomar la calle -junto a una sutil connivencia o asentimiento del presidente- al perder Andalucía y que ambos ocultan bajo ese postizo biombo levantado tras la “victoria ultrajante” de Vox. Aunque representen algunas decenas de diputados, nunca tuvieron demasiado crédito. Asimismo, Bonilla asegura que el Estatuto conformará la única línea roja en conversaciones preliminares; supera la insolencia propia de quien ha logrado mayoría absoluta para convertirse en dislate. Ciudadanos objeta cualquier acuerdo con Vox y este, en justicia, exige que se visualice algo su programa. ¡Cuidado!, demasiado ingrediente incompatible para tan escaso talento.

Ciudadanos, ignoro quien lo asesora, gusta merodear los abismos con paso vacilante, indefinido. Deduzco, por su trayectoria, que elude inflexible el papel de bisagra encomendado hoy. Queda lejano, quizás velado, el momento en que los votos le permitan encabezar una candidatura y necesitar apoyos de otras siglas, llámense PP, PSOE o Vox; es decir, partidos manifiestamente democráticos. Todo ello, me lleva a concluir que Rivera debiera sustituir fobias desdeñosas, puede que filias antojadizas, por madurez y praxis. Parece que el señor Valls -político paracaidista, intruso- marca estrategias, consignas, que deben cumplirse. Pese a ser primer ministro de Francia con Hollande, si acariciara una destreza rentable, provechosa, hoy presidiría dicha nación. Nadie debe olvidar que Macron, compañero en el gobierno socialista, le impidió formar parte de En Marcha. Él, sí lo conocía.

Finalizo con dos aberraciones opuestas a cualquier decisión salomónica, próximas a actitudes fanáticas. Me refiero a la injerencia política del juez Joaquim Bosch, portavoz de Jueces para la Democracia, respecto a Vox. Con gesto airado, casi belicoso, en una intervención televisiva, dicho juez realizó valoraciones excesivas, osadas e inciertas, respecto al partido aludido. Por su parte, el presidente hizo un balance no solo optimista sino hiperbólico de su gestión durante los meses que lleva al frente del gobierno. Entresaco una perla que dice mucho del buen señor: “He hecho yo más en siete meses que el PP en cinco años”. Delirante, psicótico. El pueblo lleva tiempo tomando nota como muestran las elecciones andaluzas, Comunidad a la que amenaza tras perderla el PSOE. Si no es pose, puede considerarse amago radical, autocrático, fascistoide.

viernes, 21 de diciembre de 2018

VIAJE A LAS CAVERNAS


Me produce repugnancia cualquier uso adulterado que hacen los políticos -sin distinción- del lenguaje. No conciben límites si tal exceso redunda en favorecerse con algunos votos fariseos, desleales, ruines, sin soporte. Consideramos correcto que todos, alternativamente, pretendan desacreditar al rival mientras lo hagan destacando vicios o errores incontestables. Rechazamos, no obstante, cualquier uso espurio del lenguaje (o la falacia continuada) para proyectar sobre el oponente manchas que exhibe su propio ejercicio público, incluso personal. Conocemos cuánta razón sobra a proverbios cuya enseñanza sugiere que habla siempre quien debiera callar por lucidez y equilibrio. Si la sociedad fuera cauta (aunque ello signifique pedir peras al olmo), los amigos del señuelo quedarían ilegitimados para representar con justeza y justicia derechos ciudadanos; es decir, su candidatura política sería incompatible. 

Permítanme un inciso de última hora. Al parecer, Sánchez y Torra -según Elsa Artadi- tendrán una reunión en la cumbre. Distinguidos intelectuales, avalados por notables currículos presidenciales y dada su trascendencia, ambos descartan el Palacio de Pedralbes (lugar previsto del encuentro) a la vez que impulsan como alternativa el Monasterio de Montserrat, algo lejano y abandonado ayer por un Torra anacoreta. Ello, probablemente, les urgirá a elegir el Parque de Atracciones del Tibidabo, promontorio menos elevado pero más cercano e idóneo para la finalidad que intentan conseguir.   

Un grupo “despierto” de asesores les indican que cumbre, en este caso, no significa cima, altura. Tal advertencia semántica permitirá una “reflexión profunda” y Pedralbes será elegido al cabo. Malicio que alguien pueda acusarme de hiriente e irrespetuoso. Craso error, les devuelvo la misma moneda con que ellos liquidan, metafóricamente hablando, al ciudadano. Si todos hiciéramos igual, sin considerar “amigos ni enemigos”, otro gallo cantara. Además, somos sujetos de derecho y pagamos su sueldo; motivo sobrado para exigir respeto (al menos, descartar bochornos), no al revés. Abandonemos ya ciertos prejuicios antidemocráticos.

De vuelta al tema que nos ocupa (renuncio a hacer sangre con los aforamientos), constato que abundan espeleólogos en todas las siglas patrias. Ubicarse en la oscuridad inmediata e histórica es acervo común; Podemos, titular hoy del testigo comunista, a mayor gloria. Sabemos -con suma nitidez- que ciertos partidos alimentan populismos y demagogias expuestos con ademanes amables, casi inmaculados. Precisamente son estos quienes denominan cavernícola al oponente de forma reiterada, hostil. Sus prisas por abanderar subsidios, las agresiones para apadrinar aquella falsa superioridad moral de la izquierda, mientras su gestión encierra efectos liberticidas y onerosos, causan desapego e indolente huida social.

Aparte tópicos oscurantistas, regresivos, que se atribuyen a la denominada caverna política, el eco también forma parte sustantiva de su entraña. No obstante, sería absurdo considerar oro todo lo que reluce. Para redimir semejante probabilidad, rascar la superficie y someter a análisis pelaje y apariencias es un método infalible que conduce a descubrir el fraude. No eximo a ningún partido de culpa, pero tengo la firme convicción de que izquierda y caverna -en cualquier aspecto- son sinónimos. Sin embargo, se ha instituido una cruzada maldita sobre la derecha. Supuestamente, protagoniza multitud de excesos y flaquezas, ni más cuantiosos, amorales, ni infames, que los mostrados por la izquierda. Apoyada por diferentes gobiernos, tal vez esa otra caverna mediática (parcial, ferviente, con pruritos progres) moldee una conciencia social haciendo oídos sordos a elementales exigencias deontológicas.

Epígrafe y texto ulterior entroncan sus raíces en palabras de Pedro Sánchez respecto a Andalucía: “Apelo a la sensatez de PP y Ciudadanos para no desandar, a costa de lo que sea, el camino de la igualdad y la inclusión social que algunos quieren transitar en su viaje a las cavernas”. Lo pide quien ha pactado con Podemos, independentistas acérrimos, filoterroristas y felones, esgrimiendo antitética gallardía entre dichos y hechos. “Dime de qué presumes y te diré de qué careces” es una realidad adscrita a nuestros próceres sin excepción. Cuanto más sirven a la palabra, cuando el compromiso se muestra circunspecto e intransigente, haremos bien en exigirnos un mayor plus de sutileza. Jamás demos por cierto lo que reclama reserva porque, en ocasiones, aprender del error resulta demasiado dispendioso.

Un eco cavernario subrayaba: “Objetivo de la censura fue sacar a España de la parálisis”. Cito el mensaje como ejemplo insidioso, compendio de manipulación política, farsa legal y manufactura ilegítima. ¿Qué se entendía por parálisis? Tiempo e indicios confirmarán ese acuerdo tácito mediante el cual Sánchez despega Cataluña y olvida una Constitución que juró cumplir. Semejante hipótesis constituye el fruto natural de una reunión umbría, furtiva, sigilosa, con perfiles cavernarios. Hubo dos novedades: Llamar al aeropuerto catalán Josep Tarradellas y rechazar la muerte de Luis Companys. Todo ello costó un millón de euros. Espero que esa factura, antes o después, la pague Sánchez y el PSOE. Lo enjundioso sigue oculto. ¿Caverna? ¡Qué va! “Ahí se encuentran otros”.

Siento una corriente nueva, un desatasque social, con horizonte límpido, clarificador. Estoy convencido, si acierto, de que les queda poco tiempo a quienes (políticos y medios) se mueven ágiles, seguros, en ese hábitat -mitad caverna, mitad cuchitril- virtual que unos y otros han habilitado con gran plácet. Resulta curioso que quien ocupa dicho escenario, y se mueve dentro como pez en el agua, prescinda de él haciendo recaer sobre otros su dominio. Se ha llegado demasiado lejos y España, ahora mismo, está en peligro. Aprovechemos la última oportunidad para tomar decisiones enérgicas dejando atrás nimiedades personales.

Nuestra sociedad -máxime adolescente- venera el becerro de oro y demás ídolos a costa de un pueblo pillado a contracorriente; putrefacto, quebradizo, tísico, tras ingente obra de ingeniería. Para llegar hasta este lamentable estado, han tardado casi treinta años. Desarbolada e inculta, la sociedad acepta lo que le echen. ¿Y aún se atreven a hablar del viaje a la caverna cuando llevamos tiempo metidos en ella? Merecen una contundente respuesta.

viernes, 14 de diciembre de 2018

EL SACO VACÍO



Hasta hoy, doce de diciembre de dos mil dieciocho, para conceptuar alguien inepto, ignorante, torpe, se utilizaba la expresión fresca -con certera carga paradójica- “vaya lince”. Sin embargo, esta mañana, enzarzados en usual sesión de control al gobierno, he escuchado algo que me ha impresionado favorablemente. Cierto interviniente afirmó: “Un saco vacío no se tiene en pie y usted, señor Sánchez, es un saco vacío”. Ampliando el paralelismo, PSOE y España son sacos vacíos ahora mismo; ninguno se tiene en pie. Sánchez se aferra a una retórica ineficaz, compensatoria, ante la inanidad que exhibe en su gestión gubernativa. Incluso la retórica clásica pretendía persuadir o disuadir al auditorio para convertirla en algo material, tangible, físico. Según López Eire, el retórico moderno prefiere lo teórico a lo prescriptivo. Como consecuencia, es imposible que el verbo de Sánchez se haga carne.

Tan excelente contribución lexicológica puede hacerse extensiva al Parlamento y, por ende, a políticos a granel, salvo contadas y honrosas excepciones. El presidente, pobre, centra con justeza cualquier maldad que encierre la reseña. No obstante, sería injusto si no agregara a tan alto protagonismo una comparsa privativa, asimismo aledaña. Últimamente la cosecha de vacuidades, buñuelos sabrosos y fantasías, viene generosa. Más, desde que populismo y demagogia se digieren sin ardores ni pasmos mentales pese al estigma que aparejan. Creo (constatado el delirio generación espontánea) en el papel estrella de los medios para diseñar tan “oportuno” escenario. Tal vez sean ellos quienes lo instauren mostrando también su saco vacío. A este paso, parece improbable localizar un colectivo -la ciudadanía ya se ve- cuyo embalaje sea firme, rígido, recio. Quizás fuera causalidad, pero inopinadamente Casado matizó, desde mi punto de vista, otro grave aspecto que está oprimiendo a España

Cuantos estamos al corriente del acontecer nacional, conocemos personajes cuyas manifestaciones, aparte de inmorales e ignominiosas, pueden considerarse un tributo al disparate. Sobran ejemplos y entresacaré algunos edificadores. Certificado cum laude en tesis doctoral, ligereza y rectificación, nuestro presidente es un adelantado farsante. Ha vivido, presuntamente, a caballo entre artificio y enredo. La farsa, tal vez algo de sino providencial, le ha permitido salir indemne tras acreditar su insolvencia. Descubierto y apartado por una ejecutiva harta de evidencias, engaña a los afiliados y vuelve a la secretaría general inusitadamente. Al entrever que su andadura política vetaba colmar ambición propia y deleite conyugal, realizó un pacto tóxico para echar a Rajoy. Engatusó a independentistas, presentándoles viable lo imposible, mientras horrorizaba a propios que temían -pese a supuestos esplendores- la muerte anunciada de un PSOE vano, acomodado a los vaivenes frívolos de un Pedro Sánchez chulesco, insolidario, verdugo.

Su basamento, a la sazón, concluye con Podemos, un partido extremado, radical, cuyo objetivo -más allá de buenismos impostados- es erigir una dictadura comunista en loor y gloria de la nomenclatura (aún me pregunto por qué a los gerifaltes comunistas les gusta vivir tan bien, como esos capitalistas a quienes tanto censuran. En realidad, conforman un capitalismo intervenido). No obstante, Podemos y PSOE entre otros, etiquetan a Vox de ultraderecha. Desde luego, poco o nada tienen que ver con Marine Le Pen mucho más cercana a Podemos que a Vox. Podemos es un partido antieuropeista y rupturista, además de mantener diferentes “fobias” muy bien disimuladas, igual que Agrupación Nacional. Por lo tanto, aquí casa como anillo al dedo la sentencia: “Dijo la sartén al cazo: ¡Quítate que me tiznas!”. Podemos es un ejemplo notorio de saco agujereado, vacío.

Existe una cavidad sin determinar volumen y llenado (Ciudadanos) que intercambia pasiones con otra hueca e infecta, al decir mayoritario (PP). Esta, mientras alternaba gobernanza con PSOE, exhibía continuos complejos frente a una izquierda petulante, impostada. Llega Casado y trastoca los papeles. Ahora PP se siente seguro y Ciudadanos irresoluto, acomplejado. ¡Pues no dice que él no pacta con Vox! ¿De dónde saca esa hipersensibilidad? ¿PSOE puede concertar con Podemos y vosotros os negáis a hacerlo con Vox? ¿Acaso Valls, mi tocayo, ha enturbiado vuestro cerebro o de consuno pretendéis dilapidar un capital político generado con esfuerzo y cautela? Gente hastiada del PP os vota con la condición de que el PSOE muerda el polvo. Es costumbre nacional, y lo sabéis, votar a la contra. Votan al PP, en mayor medida, para derrotar al PSOE y viceversa. Podemos, Ciudadanos y Vox, hoy por hoy son partidos bisagra, pero deben andar con cuidado -hasta “sorpasso”- salvo empeño de muerte dulce. Albert Rivera se juega su futuro en Andalucía.

A mí, al contrario que Podemos, Vox no me genera insomnio, ni intranquilidad. Advierto en él un partido democrático, amén de que sus postulados doctrinales puedan considerarse bastante rigurosos. Creo que se ha sembrado la especie de que una democracia debe ser moderada, solidaria, justa, igualitaria. Estoy de acuerdo, en parte, sobre todo si estos principios afectan a quienes llevan sobre sus espaldas al Estado; es decir, cumplen con las Leyes y con sus obligaciones ciudadanas. Necesitamos siglas que expresen lo que miles de personas maduran al calor del hogar. Cierto que la élite política tiene argucias para escabullirse. Semejante marco me lleva a considerar vacío el saco social. Contando con individuos dogmáticos, miopes, perezosos e insensatos, nos movemos entre la indiferencia y el encono. Verdad es que los medios, igual de hueros, han terminado por contagiar al país entero configurando una conciencia colectiva infecta.

Catalanes y políticos constituyen un dueto singular. Les acompañan un alto porcentaje de individuos cuyas características no precisan vocablos específicos, pues sustancia y actos dibujan su encarnadura mejor que cualquier epíteto al uso. Llegados a esta fecha, cercana al “curioso” consejo de ministros en Barcelona, no es que haya sacos vacíos, no; es que un yute deslavazado, disperso, anárquico, cubre Cataluña atiborrada, en gran parte, de perturbados oriundos y decorativos políticos forasteros alimentados, como dicen en mi pueblo, de aire y tradición unos mientras otros lo hacen con brindis al sol.

Calvo -vicepresidenta insólita, prodigiosa- ha conseguido la “Binidad” de Sánchez, es decir la nada bipersonal en una exégesis. Cuando le preguntaron por qué el presidente había cambiado de opinión respecto al delito de rebelión en cuatro meses, respondió: “El presidente jamás dijo que los políticos catalanes cometieran delito de rebelión. Lo dijo Pedro, pero no Sánchez”. ¿Es, o no, una salida para enmarcar? Ocurre, asimismo, que la cantidad exuberante de frases chocantes desmerece una demanda ridícula, pero meollo hay. Sánchez no es el único saco vacío, desde luego.

                    

viernes, 7 de diciembre de 2018

ELECCIONES ANDALUZAS, ULTRAS Y DEMOCRACIA


Suele decirse con profusión que no hay peor ciego que quien no quiere ver. Izquierda, incluso moderada, y poder forman un tándem irrazonablemente indisoluble. Por este motivo, cuando lo pierde genera -aparte solemnes agonías- maniobras peligrosas si no terribles en ocasiones. La Historia despliega múltiples argumentos, irrebatibles y perpetuos, que constatan dicha afirmación. Sobran, por otro lado, ejemplos recientes capaces de convencer al individuo extraviado. Necesita únicamente juicio crítico junto a mente abierta y lógica. Absurdo, trivialidad e intransigencia, son ingredientes ajenos a este apunte; si bien es verdad que aparece con excesiva frecuencia cualquier término de la terna, si no ella entera. Ello hace que estemos enlodados por un uso envilecido, infecto, del idioma; aunque, a poco, seamos capaces de discriminar grano y paja.

Susana Díaz, antaño rival del presidente, ha subido al ara sacrificial para expiar los innumerables extravíos y falacias que Sánchez ha ido atesorando. Sin ser tampoco una estadista, acertaba con ese criterio de que Pedro (me recuerda a aquel mentiroso compulsivo que anunciaba la llegada del lobo) era maligno para el PSOE. Por tal motivo, quiso adelantar las elecciones en Andalucía. ¡Vaya descalabro! Baja catorce escaños, recibe una admonición molesta, pierde la Autonomía -un verdadero chiringuito- y cede el paso a Vox. Imposible igualar este récord. Ahora, ella no hace autocrítica y el gobierno central le imputa culpas por su torpe desacierto; asimismo, baraja también la pobre participación consecuencia de una campaña átona. Todo, menos explorar cierto protagonismo ligado al presidente rehén, livianamente español.  

Los doce diputados electos de Vox en el Parlamento andaluz, eclosión inesperada, han levantado ronchas. Todas las siglas evidencian motivos diferentes para poner a caldo al partido novel. Quien más, quien menos, teme perder parte de una tarta inmensa, por el momento. No asusta qué ideario pueda exhibir ahora o en un futuro impreciso. Les preocupa solo la competencia, ese trance irresoluble de añadir comensales al banquete. Porque Vox debe quedarse -por suerte o desgracia- durante mucho tiempo, asunto que aclarará Cronos. Sí ha conseguido, desde el primer minuto, crear una polémica artificial no por razonable. Tanto partidos próximos como antagónicos han iniciado una cruzada mendaz, agria e inconsecuente. Unos por el “quítate allá que me tiznas” y otros por hábito de “ver la paja en ojo ajeno”.

Podemos y su estrafalario líder, batiendo cualquier registro, tildan a Vox de ultraderecha (por cierto, exijo cuatro guardias civiles para vigilar mi vivienda amparándome en la igualdad de todos los españoles que Pablo M. pide demagógicamente. Caso contrario, que renuncie a ellos por coherencia. ¡A que no!). También lo hace el PSOE, un pálpito recorre al PP y el sarpullido asoma en Ciudadanos. Hasta Valls, diseño de alcalde corporativo, sugiere el peligro electoral que se corre al sucumbir bajo tan aciaga influencia. Considero un desatino que Podemos -ultraizquierda axiomática, reconocida- tilde a nadie de ultra. Recuerdo, al efecto, mayo de dos mil catorce cuando esta sigla consigue cinco eurodiputados. Nadie, ni partidos ni medios (mucho menos estos), habló de ultraizquierda habida cuenta de su ubicación a la izquierda del PSOE. ¿“Superioridad moral”? garabateada a fuego en la conciencia social. Penoso.

Ahora mismo, tras las elecciones andaluzas, se ha conformado un manicomio. Sánchez, a grito pelado o con voz chica, pretende la desaparición de Susana y adueñarse del cotarro. La ve consolidada y retrocede; no se sabe si para coger impulso o para huir desangelado, vencido. Iglesias ansía la desaparición (política, claro) de Teresa Rodríguez, pero se le hace un bocado excesivo y no está el horno para bollos (ambos -Pedro Sánchez y Pablo M. Iglesias- antes de pedir tales dimisiones, hace tiempo deberían haber enseñado dicho camino debido a estrepitosos fracasos o excesos). Ciudadanos, tercera fuerza en diputados, quiere presidir el gobierno andaluz mientras un PP perplejo exige ser quien debe presidirlo, marcando ahí línea inaccesible. Por otro lado, a ninguno le seduce Vox porque temen intoxicarse con la etiqueta maldita que le han colgado una izquierda cínica, presurosa, y los medios de comunicación adictos.

La política española se ha convertido en una guerra de guerrillas entre PSOE, PP y Ciudadanos. Sostengo que Podemos y Vox son partidos populistas, aunque ninguno me alarma; uno porque jamás alcanzará el poder total y otro “per se”. Sin embargo, la democracia ganaría en salud si se aplicaran algunos postulados que mantienen de manera tenaz. Podemos preconiza el salario básico y Vox la desaparición del Estado Autonómico. Veamos. Se dice que las Autonomías cuestan sesenta mil millones de euros anuales. Una descentralización administrativa, con funcionarios de carrera, necesitaría menos puestos, ausencia de encarecidos privilegios y ahorro de capital público que, como sabemos, “no tiene dueño”. Con seguridad, economizaríamos miles de millones que permitirían destinar un sabroso salario básico a varios millones de parados, probablemente a todos. Sumemos estrategias parecidas en empresas públicas y entes locales. Llegaríamos a cimentar una auténtica democracia. Átense bien los machos aquellos partidos llamados a gobernar España. Podemos y Vox esperan.

Ayer celebramos cuarenta años de una Constitución vigorosa, válida, pese a interesadas interpretaciones ampulosas y excesivas. La situación económica actual impide satisfacer algunos derechos consagrados en la Carta Magna porque letra e inferencia no siempre encuentran maridaje. El esfuerzo fiscal es casi confiscatorio depauperando la clase trabajadora. No obstante, derroche y servicios sociales divergen en proporción inversa. Surge así una democracia hecha para una minoría elitista mientras el “pueblo soberano” la aprecia lejana, injusta, ruin. Brotan, poco a poco, sentimientos de rechazo, de hastío, a la vez que ansias de explorar regímenes inciertos, pero esperanzadores. No sirve, queda obsoleta, aquella sentencia atribuida a Churchill “La democracia es el menos malo de los sistemas políticos”. El individuo necesita una democracia fuerte, resolutiva, satisfactoria. Si no la consigue transmuta sus emociones llegando a desear no sabe qué, pero algo diferente, donde no haya tanto desmadre. Casi siempre, el indecoroso quehacer político genera posturas contrarias, tal vez radicales.