Me produce repugnancia cualquier uso adulterado que hacen los
políticos -sin distinción- del lenguaje. No conciben límites si tal exceso
redunda en favorecerse con algunos votos fariseos, desleales, ruines, sin soporte.
Consideramos correcto que todos, alternativamente, pretendan desacreditar al
rival mientras lo hagan destacando vicios o errores incontestables. Rechazamos,
no obstante, cualquier uso espurio del lenguaje (o la falacia continuada) para proyectar
sobre el oponente manchas que exhibe su propio ejercicio público, incluso
personal. Conocemos cuánta razón sobra a proverbios cuya enseñanza sugiere que habla
siempre quien debiera callar por lucidez y equilibrio. Si la sociedad fuera cauta
(aunque ello signifique pedir peras al olmo), los amigos del señuelo quedarían
ilegitimados para representar con justeza y justicia derechos ciudadanos; es
decir, su candidatura política sería incompatible.
Permítanme un inciso de última hora. Al parecer, Sánchez y
Torra -según Elsa Artadi- tendrán una reunión en la cumbre. Distinguidos
intelectuales, avalados por notables currículos presidenciales y dada su trascendencia,
ambos descartan el Palacio de Pedralbes (lugar previsto del encuentro) a la vez
que impulsan como alternativa el Monasterio de Montserrat, algo lejano y
abandonado ayer por un Torra anacoreta. Ello, probablemente, les urgirá a elegir
el Parque de Atracciones del Tibidabo, promontorio menos elevado pero más
cercano e idóneo para la finalidad que intentan conseguir.
Un grupo “despierto” de asesores les indican que cumbre, en
este caso, no significa cima, altura. Tal advertencia semántica permitirá una “reflexión
profunda” y Pedralbes será elegido al cabo. Malicio que alguien pueda acusarme
de hiriente e irrespetuoso. Craso error, les devuelvo la misma moneda con que ellos
liquidan, metafóricamente hablando, al ciudadano. Si todos hiciéramos igual, sin
considerar “amigos ni enemigos”, otro gallo cantara. Además, somos sujetos de derecho
y pagamos su sueldo; motivo sobrado para exigir respeto (al menos, descartar bochornos),
no al revés. Abandonemos ya ciertos prejuicios antidemocráticos.
De vuelta al tema que nos ocupa (renuncio a hacer sangre con
los aforamientos), constato que abundan espeleólogos en todas las siglas
patrias. Ubicarse en la oscuridad inmediata e histórica es acervo común; Podemos,
titular hoy del testigo comunista, a mayor gloria. Sabemos -con suma nitidez-
que ciertos partidos alimentan populismos y demagogias expuestos con ademanes amables,
casi inmaculados. Precisamente son estos quienes denominan cavernícola al
oponente de forma reiterada, hostil. Sus prisas por abanderar subsidios, las agresiones
para apadrinar aquella falsa superioridad moral de la izquierda, mientras su
gestión encierra efectos liberticidas y onerosos, causan desapego e indolente huida
social.
Aparte tópicos oscurantistas, regresivos, que se atribuyen a
la denominada caverna política, el eco también forma parte sustantiva de su
entraña. No obstante, sería absurdo considerar oro todo lo que reluce. Para redimir
semejante probabilidad, rascar la superficie y someter a análisis pelaje y
apariencias es un método infalible que conduce a descubrir el fraude. No eximo
a ningún partido de culpa, pero tengo la firme convicción de que izquierda y
caverna -en cualquier aspecto- son sinónimos. Sin embargo, se ha instituido una
cruzada maldita sobre la derecha. Supuestamente, protagoniza multitud de excesos
y flaquezas, ni más cuantiosos, amorales, ni infames, que los mostrados por la izquierda.
Apoyada por diferentes gobiernos, tal vez esa otra caverna mediática (parcial,
ferviente, con pruritos progres) moldee una conciencia social haciendo oídos sordos
a elementales exigencias deontológicas.
Epígrafe y texto ulterior entroncan sus raíces en palabras de
Pedro Sánchez respecto a Andalucía: “Apelo a la sensatez de PP y Ciudadanos
para no desandar, a costa de lo que sea, el camino de la igualdad y la
inclusión social que algunos quieren transitar en su viaje a las cavernas”. Lo pide
quien ha pactado con Podemos, independentistas acérrimos, filoterroristas y
felones, esgrimiendo antitética gallardía entre dichos y hechos. “Dime de qué
presumes y te diré de qué careces” es una realidad adscrita a nuestros próceres
sin excepción. Cuanto más sirven a la palabra, cuando el compromiso se muestra circunspecto
e intransigente, haremos bien en exigirnos un mayor plus de sutileza. Jamás
demos por cierto lo que reclama reserva porque, en ocasiones, aprender del error
resulta demasiado dispendioso.
Un eco cavernario subrayaba: “Objetivo de la censura fue sacar
a España de la parálisis”. Cito el mensaje como ejemplo insidioso, compendio de
manipulación política, farsa legal y manufactura ilegítima. ¿Qué se entendía
por parálisis? Tiempo e indicios confirmarán ese acuerdo tácito mediante el
cual Sánchez despega Cataluña y olvida una Constitución que juró cumplir. Semejante
hipótesis constituye el fruto natural de una reunión umbría, furtiva, sigilosa,
con perfiles cavernarios. Hubo dos novedades: Llamar al aeropuerto catalán
Josep Tarradellas y rechazar la muerte de Luis Companys. Todo ello costó un
millón de euros. Espero que esa factura, antes o después, la pague Sánchez y el
PSOE. Lo enjundioso sigue oculto. ¿Caverna? ¡Qué va! “Ahí se encuentran otros”.
Siento una corriente nueva, un desatasque social, con
horizonte límpido, clarificador. Estoy convencido, si acierto, de que les queda
poco tiempo a quienes (políticos y medios) se mueven ágiles, seguros, en ese
hábitat -mitad caverna, mitad cuchitril- virtual que unos y otros han habilitado
con gran plácet. Resulta curioso que quien ocupa dicho escenario, y se mueve
dentro como pez en el agua, prescinda de él haciendo recaer sobre otros su
dominio. Se ha llegado demasiado lejos y España, ahora mismo, está en peligro. Aprovechemos
la última oportunidad para tomar decisiones enérgicas dejando atrás nimiedades personales.
Nuestra sociedad -máxime adolescente- venera el becerro de
oro y demás ídolos a costa de un pueblo pillado a contracorriente; putrefacto, quebradizo,
tísico, tras ingente obra de ingeniería. Para llegar hasta este lamentable estado,
han tardado casi treinta años. Desarbolada e inculta, la sociedad acepta lo que
le echen. ¿Y aún se atreven a hablar del viaje a la caverna cuando llevamos
tiempo metidos en ella? Merecen una contundente respuesta.
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