viernes, 28 de junio de 2019

BASTA YA DE TEJEMANEJES


Cierto es que obscena propaganda y manipulación de la realidad han sido mecanismos congénitos del empleo político desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, el último siglo ha sido pródigo sobre todo cuando surgían conflictos bélicos. Alejados hoy de semejante coyuntura, nuestro país practica con sobrada eficacia dicho marco infamante. Pecaría de maniqueo si deslindara siglas de forma aviesa e injusta, pero tengo que observar -sin ánimo censor sino como alegato irrefutable- una querencia a ellas casi obligada, excepcional, de la izquierda más o menos marxista. Quizás aquella famosa exhortación de Gramsci por conquistar la hegemonía (básicamente cultural) le haya movido a hacerse con el control educativo, complementado con esa patrimonización exclusiva e injustificada de valores éticos y sociales


Uno de los mayores infundios que se están cometiendo ahora mismo recae sobre Vox. Incluso el PP, partido necesitado de sus votos, le cuelga la etiqueta de “extrema derecha” movido por sus complejos. El resto, de forma inquisitorial, realiza una verdadera caza de brujas. La Historia indica tozuda que los únicos extremismos en Europa se dieron en el siglo XX: Leninismo y Estalinismo (exaltación dictatorial de Marx); Fascismo (evolución imperialista del marxismo); Nazismo (aberración política levantada sobre tres pilares: Presunta superioridad de la raza aria, contestación al Tratado de Versalles y crisis económica mundial de mil novecientos veintinueve). Hoy, en Europa y estrictamente hablando, no existen partidos de extrema derecha. A lo sumo, han surgido ideologías -un punto radicales- por dejación de partidos conservadores, liberales y socialdemócratas, respecto a ciertas controversias, desequilibrios y atentados al statu quo de cada nación, que obsesionan a las respectivas sociedades.


En adelante haré mención de esa inclinación goebbeliana que empuja al uso y abuso del tejemaneje con el objetivo de arrinconar adversarios o ganar simpatías, posiciones, para conseguir metas poco legítimas. Irene Montero, sosias de Iglesias, ayer insistía reiterativa, cargante, soporífera, que Sánchez debía configurar con Unidas Podemos un gobierno de coalición, “democrático y progresista”, según el mandato del pueblo español. Dos cosas, señora Montero, hablar de “democracia y progresismo” cuando está por medio un partido comunista (así se declara su mentor, Pablo Iglesias) es una contradicción en los términos. Por otro lado, si el pueblo español hubiera querido un gobierno PSOE-Unidas Podemos, le hubiera dado más votos a uno u otro. Ustedes no suman. Aglutinando todos los grupos que conforman su partido, muchos, necesitan algunos más para conseguir la investidura. Dejen de marear, por favor.


El PSOE, otro que tal baila, por boca del secretario de organización -con un Sánchez medio desaparecido- llega a tal grado de cinismo que su papel en la política actual puede calificarse de lamentable. Ignoro cuál es la táctica que le lleva, día tras día, a pedir la abstención de PP y/o Ciudadanos (gratuitamente) para investir a quien fue el promotor de “no es no”. Ni un mal ofrecimiento a Ciudadanos, única sigla con posibilidades de apuntalar un hipotético gobierno a estas alturas muy débil. Debería saber que ni uno ni otro pueden investir a Sánchez so pena de dejarse todo el pelaje en la gatera. España, en resumidas cuentas, importa lo mismo para los tres. Primero valoran intereses partidarios, luego el resto de rentas. Acabará pactando con Unidas Podemos, PNV y Bildu, o elecciones anticipadas. Al final, Pedro tragará sapos y culebras. Después de tanto atraso, de tanto maquiavelismo, cualquier decisión que tome será letal.


Conocido el pacto municipal en Madrid entre PP y Vox, se descubre la estafa que aquel perpetró a Ciudadanos y al propio Vox. Era evidente que los escollos de Ciudadanos y las exigencias de Vox generaban incompatibilidad; por tanto, el engaño resultaba manifiesto. En política, la falta de seriedad, de compromiso, conforma un escenario preocupante cuyas consecuencias son difícilmente cuantificables. Ni obtener una alcaldía (aunque sea la de Madrid), ni una Comunidad, compensa arrojar el escaso crédito que pudiera persistir en algún partido. Mal, muy mal. Le queda mucho trecho a Pablo Casado para conquistar el fervor de los suyos y de sus votantes. Quizás una rigurosa catarsis del partido, tajando lo viejo e inservible, favorezca la urgente reestructuración y reforma.


Ciudadanos no tiene un pase. Esa urticaria que muestra con Vox implica asumir plenamente, al igual que el PP, las etiquetas que la izquierda les endosa conociendo sus complejos y miserias. Obsérvense interpretaciones y realidades. De Vox se dice que quiere restar derechos de la mujer. Mentira, pretende eliminar chiringuitos que viven a costa de ellos. Se cree también que estigmatiza a los inmigrantes. Incierto, desea controlar -e incluso expatriar- a los ilegales que causan inestabilidad del sistema e intranquilidad social. Demandan, y yo del mismo modo, un Estado Autonómico más barato, que corrija los excesos del actual. Descentralización, sí; desquicio, no. ¿Hay algún partido que se atreva a realizar el referéndum sobre las autonomías? Seguro que se llevarían una sorpresa desagradable. Vox solo pretende un Estado sobrio y respetable.


 Miren, señores, mientras Gabriel Rufián gana más de ocho mil quinientos euros mensuales, viniendo del paro, cualquier español paga un tercio de su salario en alquileres y el cuarenta por ciento en impuestos. Sumando ambas cantidades, le queda para comer ocho treintavos de su sueldo. Por tanto, quien gane mil doscientos euros le restan trescientos veinte mensuales para comer y ocio. Así sucesivamente. ¿Puede el proletario, ese que defienden de boquilla, pagar autonomías, chiringuitos y otras mamandurrias que costarán varias decenas de miles de millones de euros anuales? Vox, probablemente con algo de populismo y demagogia, pone el dedo en la llaga y ustedes, todos, se defienden con el argumento inválido, tonto, de ser la extrema derecha. A la postre, lo único que impera es una extrema devoción por el tejemaneje con la ayuda inestimable de los medios. Como ha ocurrido siempre en la Historia, luego vendrá el llanto y crujir de dientes.


Finalizo con una perla. La ministra Valerio expresó la siguiente reflexión sobre Vox: “Sus caras de odio me recuerdan a los guerrilleros de Cristo Rey”. ¿Es, o no, una barbaridad? Piensen, intenten digerirlo. Así funcionan nuestros políticos, hacen verdaderos esfuerzos por radicalizar la sociedad y al paso que llevan lo van a conseguir.

viernes, 21 de junio de 2019

DE PROFESIÓN, CHARLATANES


Hay mucha gente, demasiada, que percibe a España hoy como un enorme prostíbulo. Sí, el DRAE, en su acepción dos, conceptúa prostitución: “Deshonrar o degradar algo o a alguien abusando con bajeza de ellos para obtener un beneficio”. Incluso a mí se me había ocurrido un título fronterizo que deseché rápidamente no por ampuloso o infundado sino porque repruebo los vocablos estridentes, rotundos. Nadie puede dudar de que la situación política, social, institucional y económica se muestra preocupante, casi irreversible en el corto plazo. Inquirir causas y proveer soluciones es complejo pues estamos sumidos en una mediocridad de carácter general. Decía Ortega que, para vertebrar la sociedad, para conducirla hacia un objetivo eminente, era imprescindible una élite aristocrática (entiendo dotada de atributos extraordinarios), inconcebible actualmente en el panorama inmediato.
   

Ignoro qué dinámica (en qué sentido) ha generado el marco actual de convivencia. Todavía no está claro si la colectividad fue el caldo de cultivo nutriente para esta hornada de políticos o si estos han conformado a su antojo sociedad tan peculiar. Véase en el último adjetivo la síntesis de los muchos epítetos que pudieran aplicarse, con justeza y justicia, a nuestra ciudadanía. Sobran ejemplos que describen con nitidez los vicios, tácitos y expresos, que protagonizamos a la hora de examinar créditos y menguas de quienes nos representan. No se precisa extraer ninguno para sondear la crisis general que domina el escenario patrio. Cualquier factor que la conforma tiene peso específico propio, sustantivo, dramático. Sin embargo, tras profundo estudio, podríamos estimar el menos alarmante aquel cuya enmienda pasa por apuntalar la holgura económica.


Ahora mismo estamos contemplando un PSOE oscuro, gestor desde Zapatero de bloques idóneos para la competición electoral, pero indigentes y nefastos para convivir y satisfacer las viejas reivindicaciones del ciudadano. Sánchez forzó la quiebra de un partido que, con luces y sombras, ha ido forjando su historia; es decir, la de los españoles. Es imprescindible recordar aquel “no es no” cuando el PP, España, -en otra minoría desesperanzadora, crucial- urgía el concurso generoso, institucional, del contrincante para obtener un gobierno estable. No era Pedro, ni Rajoy, protagonistas efímeros, pasajeros; el reto afectaba también (y sobre todo) a un pueblo ansioso, olvidado de siglos. Luego viene esa desfachatez hiriente, infame, al afirmar que su vocación tiene por objeto el bienestar ciudadano. A lo que se ve, no es vocación; es profesión. Semejante yerro, consecuencia de una espuria creencia, engendra el desapego que tanto les preocupa, al parecer, en épocas electorales.


Sánchez, o sus consejeros áulicos, claramente olvida en su estrategia a la sociedad cuando quiere gobernar al precio que sea. El propio sistema democrático sufre trastornos bipolares según se satisfagan o no avideces y lucimientos personales. Ha acontecido, y ocurre, velados por el envilecimiento semántico, día a día menos efectivo. Esta labor indigna puede llevarse a cabo con la complicidad irresponsable de los medios, básicamente audiovisuales, que se venden por un plato de lentejas o impulsados por pruritos progres, tan jactanciosos como ineficaces. Da gozo verlos prominentes (casi mórbidos), fatuos, estúpidos, impartiendo carnés de corrección, sensatez, liberalidad, (incluso de demócrata), a quienes comparten ideario mientras arrastran por el lodo al resto. Son charlatanes iniciáticos y ponzoñosos cuyos efectos soporíferos influyen de forma sustantiva en la calidad democrática del sistema.


Los políticos cargan tintas cuando ejercen de locuaces necios, aunque sus bravatas carecen del efecto divulgador ocasionado por los medios, salvo que estos mismos sean eco fértil y misionero. Fernández Vara, líder socialista extremeño, hace escasas horas realizó un relato en el que, de modo expreso, pedía a PP y Ciudadanos que exhibieran su patriotismo permitiendo un gobierno estable a Sánchez. Impediría así su sostén en partidos independentistas, recortándoles de paso un inoportuno poder político. Acicalaba tal referencia con exuberante panegírico asentado sobre los ciento cuarenta años del PSOE. El señor Vara obvia, al menos, tres detalles básicos: Sánchez recibe parecida medicina a la que utilizó él contra Rajoy; para limitar el poder independentista hubiera bastado, hace años, con cambiar la Ley Electoral al objeto de considerar una única circunscripción; desconozco, cuando magnifica al PSOE, si se refiere al de Largo Caballero (el Lenin español) o al de Besteiro (docto presidente del Parlamento).


Al parecer, no queda ninguna sigla libre de excesos, de evacuar insensateces como si fueran sesudos hallazgos. Rajoy, un político desastroso para el país, ha dicho: “España necesita un gobierno estable” y propone que Ciudadanos se abstenga para facilitar la investidura de Sánchez. Curioso. ¿Por qué no pide lo mismo al PP? Fácil, manifiesta en realidad quién desea que monopolice la oposición. Aparte añagazas, Sánchez permite a Bildu ocupar una secretaría en la mesa del Parlamento navarro, y la presidencia a Geroa Bai, a cambio de que Chivite (PSN) se haga con la presidencia de la Comunidad. Asimismo, pactará -veremos, si lo aclaran, a cambio de qué- con Podemos y ERC para conseguir la presidencia del gobierno. Por mucho que se silencie, Podemos constituye la extrema, extremísima, izquierda de este país. Ni la confabulación de los medios, ni los más exaltados analistas, ni los partidos supuestamente con mayor pedigrí democrático, pueden hacer nada por remediarlo. Es imposible blanquear ni lo negro ni la Historia.


Errejón, otro charlatán, manifestó no ha mucho que Ciudadanos dejaba su reformismo en un brindis al sol tras permitir que el PP siga ocupando el gobierno corrupto de Madrid después de veinticuatro años. Nada dijo cuando favoreció al gobierno socialista de Andalucía, todavía más corrupto, después de permanecer en el poder cuarenta años. Hay, no obstante, dos pronunciamientos cuya naturaleza supera los límites del titular. Uno se refiere al sueño expreso de Iglesias para que su pareja sea ministra de sanidad. Otro, aventurado, inmodesto, absurdo, anunciaba que el gobierno y Carmena permitirían una consulta popular en Madrid sobre monarquía o república. Menos mal que Cronos ha inhabilitado el trámite y este último -con algo más de miga, de sustancia, que el primero- no conseguirá, pese a sus esfuerzos, tener encarnadura de esperpento.

viernes, 14 de junio de 2019

PROGRESO, PROGRESISMO Y PROGRESISTA


No sé ustedes, mis amables lectores, pero yo estoy harto de esos vocablos farsa, coletilla o fetiche, que sirven igual para un roto que para un descosido. Ahora todo termina siendo de progreso e incluso progresista: “gobierno de progreso, pactos de progreso, partido progresista, comensalismo progresista”, etc. Esto último, desde mi punto de vista, es un decir que se ajusta perfectamente a la realidad empírica. La carga emotiva, impía, que llevan dichas expresiones, supera con creces el simple concepto. Es como si añadidos a un sustantivo concreto, le dieran un vigor que resaltara sobremanera -y de forma artificiosa- las bondades propias, tal vez impropias. Encierran además cierto atropello arrogante sobre aquellas siglas que el común considera huérfanas de tales características. Hasta es posible cometer no ya la injusta displicencia sino el asedio enconado, fanático, casi épico, por individuos exaltados, obtusos. Realizan un progreso sacrificial.


Conviene echar un vistazo al DRAE. Progreso es un concepto que implica mejora general en el individuo. Gracias a su iniciativa pudo superarse el teocentrismo cristiano (y musulmán) expresado en la escolástica. Sus épocas claves fueron el Renacimiento y la Ilustración. Progreso no puede adscribirse, aplicarse, a ningún movimiento o ideología concreto. La frase “orden y progreso” comúnmente aplicada a las dictaduras de América Latina, indican el ocasional vaciamiento semántico del concepto.  El Progresismo debiera perseguir la libertad personal, mientras el conservadurismo la económica. Aquel confluye en el liberalismo y socialismo democráticos. Nolan expresa con un gráfico eficaz los deslindes (sesgo positivo: liberalismo; sesgo negativo: totalitarismo). Progresista es la credencial de quien actúa y lucha por el progresismo.


Ahora comienzan a procesarse los apoyos para conseguir la investidura de Sánchez. Constituye un toma y daca cuasi financiero, inversor, unas exigencias contrapuestas que terminarán por conceder la mayoría suficiente al candidato más inepto de los últimos decenios. Encima, alguna de sus estrechas colaboradoras (Carmen Calvo), manifiesta sin tapujos ni asomo estético que -al contrario de otras fuerzas que promueven gobiernos retrógrados con la extrema derecha- el PSOE conformará un “gobierno de progreso” con la izquierda, refiriéndose a Podemos. Cercanos, buscando la tibia complacencia del poder, encontraremos también a ERC, PNV, Compromís y otras siglas minúsculas cuyo pedigrí democrático resulta, como mínimo, tornadizo, precario. Eso sí, son células que forman el cuerpo orgánico y progresista del gobierno, porque todas se alimentan raudas, famélicas, de democracia y progresismo. ¡Qué bien alardea la progresía!


Casado, plasmó su complejo (quizás ruindad) cuando calificó a Vox de extrema derecha. Calvo -blandiendo el error necio pero devoto, asida a un absurdo prurito de postiza lealtad- ha blanqueado a Podemos tildándolo con cinismo de izquierda. Probablemente realizara un acto de suprema inteligencia, sin que ello sugiera precedente alguno, y pretenda limpiar el cristal donde mirarse tras el acuerdo futuro. Un gobierno vale cualquier pacto de investidura, como ya se demostró en la moción gestora. Quien no pase el tamiz de las buenas formas ni exhiba arrojo, empuje, debiera ser excluido para presidir el partido con opciones de gobernar España. Tan negativo es pasarse como no llegar. Aparte etiquetas varias y variopintas que la izquierda deja desgranar sobre partidos que le hacen sombra, al PP no le puede dar lecciones de nada (en ningún terreno) un PSOE que carga sobre sus espaldas páginas sombrías. Casado debe regenerar el partido, arrogarse principios éticos y sociales que otros le niegan, amén de expulsar complejos pretéritos, ajenos aun propios, si quiere llegar a La Moncloa. Así, con tal proceder, se le complica su futuro. 


Ciudadanos ha dañado su liberalismo a cambio de actitudes que implican una rigidez maniquea impropia de aquellas raíces primigenias. Importa poco autodefinirse liberal si luego despliega tics rancios, vejatorios, avivados -consciente o inconscientemente- por individuos de escasa contribución a la tolerancia social. Valls, seguido de partidos con intereses precisos, carece de autoridad moral para marcar trayectorias políticas y éticas. Rivera comete un yerro incalificable si deja solo al PP en la oposición. Ha empezado ya a transitar el camino correcto para despeñarse. Pactar con un sanchismo amarxistado, lejos de la socialdemocracia, proclive al desastre económico e institucional de este país, significa quedar enclenque tras semejante episodio. El partido, decadente, depreciado, quedará entonces en manos de Arrimadas y se convertirá en bisagra para formaciones alternantes de gobierno. Uno debe convencer cuando la coyuntura lo exige; después, perdido el crédito, evacuada la confianza, corresponde ser peón de brega.


Podemos, partido que oculta su radicalismo extremo en engañosos escrúpulos sociales, carece de distintivos progres mientras sea propiedad de Iglesias; sin que me atreva a asegurar ningún cambio posterior. Pablo, auténtico césar, se desgañita en afirmarse demócrata y progresista. Les recuerdo a la sazón el refrán: “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Con más justificación y destreza, pero con menos diputados, sigue exigiendo ministerios. Sabe que Sánchez no desea darle poder, porque le resulta peligrosísimo, mientras sospecha que no tiene otra solución salvo elecciones anticipadas. Conoce, con certidumbre, que Pedro no se expondrá a perder o a quedar como ahora: minoritario e inestable. Podemos da de comer en su mano al sanchismo. Falta por averiguar si no le endosará alguna pócima dañina que lo lleve a un estado catatónico. De momento se encuentra vigilante, alerta, saboreando la presa. 


La clave central, mediática, es Madrid y el ayuntamiento de Barcelona. Ambas parece que abandonan un ambiguo proceso de conformación. Madrid (autonomía y ayuntamiento) objeto de codicia y avideces artificiosas ha tenido en vilo a la nación. Esos pactos tan venteados en precampaña no terminaban de cuajar por las exigencias inmoderadas, aunque legítimas, de Ciudadanos. Al final se perfila un acuerdo que llevará al PP a encabezar los dos objetos del deseo. A cambio habrá compensaciones, trueques, en zonas y villas menos trascendentes. El consistorio barcelonés, fuera de ese paripé teatral protagonizado insistentemente por Colau, no ofrecía ninguna duda sobre su titular definitivo. Al menos para mí que lo pronostiqué, fechas después de las elecciones, en el artículo “Todos vienen con la cabra”. Aquí, el más tonto hace relojes de madera. ¡Como para perder o compartir la alcaldía de Barcelona!

viernes, 7 de junio de 2019

EPIDERMIS Y VISCERALIDAD POLÍTICAS


Nos desalienta una coyuntura turbadora, temores justificados por la enorme estupidez con que los partidos asumen un protagonismo jactancioso, fraudulento. Ahora, a estas alturas, resultan importantes, básicos, ciertos mohines que antaño carecían de entidad (quizás se encontraran fuera del debate) llenos de prejuicios vitales en el pedigrí, particularmente sustantivo, de siglas heterodoxas. Jamás entenderé que partidos como Bildu o Podemos causen menos rechazo que Vox; todo ello fruto de auténtica corrupción lingüística, ideológica, intelectual y social. La moda, los nuevos fetiches, causan verdadera adicción entre jóvenes y adultos sometidos al relativismo y a la frivolidad tediosos, nocivos. ¡Cuánta culpa acumulan esos medios desleales, falaces, sacrílegos, que se siguen ciscando en su ministerio deontológico! 


He oído decir a un personaje de esta auténtica caterva de aventureros incompetentes e indocumentados, que la ultraderecha (Vox) constituye el mayor peligro para la democracia. El ineficaz calumniador abriga esperanzas evidentes en quebrar pactos de la diestra para que Ayuntamiento y Comunidad de Madrid caigan en manos de Carmena y PSOE. Otro, adscrito a similar calaña, aseguraba taxativamente que Madrid era el centro de la corrupción del PP exclusivizándola, casi, en dicha sigla cuando es clamor en todas las demás. Cualquier persona conocedora de estas y otras revelaciones podría defender su veracidad con mayor o menor anuencia. Sin embargo, a poco sensata que fuera, debiera sospechar del proceso reincidente, terco, unidireccional, sobre determinados partidos. Supone una consecuencia tóxica de la tesis sobre hegemonía cultural y ética que Gramsci apuntaba, como sugerencia pragmática, a la izquierda.


Dos periodos liberales (republicanos, cortos, horrendos) tuvieron claros responsables: políticos desleales, codiciosos y de cortas miras. Ahora, pese a disponer de la experiencia democrática más larga, tenemos los mismos mimbres sumados al contagio lingüístico que manipula y degrada la percepción social. Verdad que el PP -algunos de sus miembros, demasiados- puede considerarse partido corrupto, pero también PSOE y todo aquel que administre fondos públicos. No hay en España partidos de extrema derecha, bajo estricto diagnóstico; sí existen de extrema izquierda porque el marxismo-leninismo utiliza vías radicales, concluyentes, para conseguir sus objetivos. Incluso recomienda la violencia, el atentado, como norma revolucionaria. Loar una superioridad moral de la izquierda por los propios adeptos tiene parecido valor y certidumbre a que lo hiciese la derecha. Visto el escenario que nos envuelve, nadie tiene argumentos sólidos, cabales, justos, para dar lecciones a sus contrincantes. Los medios, en este aspecto, desempeñan un papel insidioso, determinante. 


Hitler y Stalin, enemigos declarados, firmaron el pacto Ribbentrop-Mólotov. Churchill declaró: “Para ganar la guerra me aliaría incluso con el mismo diablo” y lo hizo con Stalin a quien después quiso derrocar por ser un peligro para Europa. Ciudadanos -con menos envergadura que los nombrados y, desde luego carentes de la calidad que atesoraba Churchill- teme “mancharse” al sentarse con Vox en una mesa de negociación. Ignoro si es consecuencia de afanes distintivos (innecesarios porque tal vez haya bastantes puntos coincidentes, aunque sean muy estimables las diferencias ideológicas) o tienen otro origen menos autónomo. En cualquier caso, esa piel demasiado sensible, selectiva, puede dar al traste con objetivos largamente pregonados, tal vez añagaza especulativa, fecunda, y la culpa sería única y exclusivamente del partido naranja.


Hagamos un ejercicio de política ficción. El Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, al final, quedan en manos de la izquierda a consecuencia del desencuentro entre Ciudadanos y Vox. Si así ocurriera, desde mi punto de vista, toda la culpa sería de Rivera por hacerle ascos a un partido perfectamente legal, constitucionalista y alejado del averno. Estoy seguro de que sus votantes le pasarían factura en los próximos comicios. Quizás le interesara a Ciudadanos hacer una profunda reflexión sobre lo expuesto por Daniel Eskibel: “De la capacidad de hacer acuerdos y alianzas depende el destino político de candidatos y partidos”. Considero una barbaridad antidemocrática prejuzgar, que se aísle sin fundamento, a cualquier sigla que propicie el bien de los españoles. Menos, cuando sus votos son absolutamente imprescindibles para conseguir el objetivo que otros dicen desear: desplazar a la izquierda en instituciones medulares. Vete a saber.


Ábalos, ese elefante al que embriaga hocicar cacharrerías, afirmó que los socialistas no pactarían con los abertzales. A buenas horas mangas verdes. En un dislate muy de su cosecha, aseveró también: “Vox no es ni más ni menos constitucional que Bildu”. Sin tanto engaño ni maldad, se ajustaría mejor a la realidad: “PSOE no es ni más ni menos constitucional que Podemos”. ¿Verdad que tal conjetura pone irritable a cualquier socialista juicioso? ¿Qué sacralidad medieval u hodierna concede al prócer valenciano el derecho de zaherir sin ton ni son a los votantes de Vox? Siguen obrando tal que si fuéramos memos; o peor, idiotas.


Podemos derrocha tenacidad e ilusión mezclada con algo de abatimiento por la actitud desdeñosa de Sánchez. Hace tiempo que advierto un embeleco más para añadir a la cuantiosa colección de Pedro el engatusador. Espero que, a poco, quien no disfrute del pesebre vea cuantas argucias conforman su currículum y terminen por mandarlo al lugar de donde nunca debió salir. Cierto que, concluido este extremo, quedará un itinerario abarrotado de cadáveres mutilados en el yermo marco funerario. Iglesias ocupará, entre ellos, un lugar preferente como corresponde a su alcurnia. Llega el final de una muerte lenta, incansablemente peleada. Villa Tinaja constituye cual semilla pecaminosa, letal, un panteón necesario, solemne, tortuoso.


Calvo, ministra visceral para quien el dinero público no es de nadie, hizo ayer un panegírico excesivo, sin bordes, del PSOE y sus ciento cuarenta años de existencia. Llegó a evacuar la boutade de que es el único partido que lleva en su acrónimo España. Vino a decir que fuera de él ninguno es capaz de dar respuesta social a las demandas ciudadanas con su actitud ética y progre. Olvidó mencionar el pacto con Primo de Rivera, por cierto, general poco democrático o aquella huelga revolucionaria (golpe de Estado) contra la República en octubre de mil novecientos treinta y cuatro con miles de muertos.